Está en la página 1de 2

1

CONCLUSIÓN
del Excmo. Cardenal
DARÍO CASTRILLÓN HOYOS
Prefecto de la Congregación para el Clero

En estos momentos de creciente tensión en toda la comunidad internacional, inmersa


en la cultura de la sospecha y del rencor, amenazada por una verdadera conjura en contra de
la vida y la familia, todos los cristianos, pero de un modo particular los ministros sagrados
de la Iglesia, están llamados sobre todo a ser “anunciadores incansables del Evangelio de la
Vida” (Juan Pablo II, Carta. enc. Evangelium vitae, n. 82).
Por coherencia elemental se exige que quien busca la paz, el bien común universal y
el bien de los pueblos, defienda en primer lugar la vida humana en todas sus fases, desde su
origen hasta su desaparición natural. Es importante en este sentido la “Nota doctrinal sobre
algunas cuestiones relacionadas con el empeño y el comportamiento de los católicos en la
vida política” de la Congregación para la doctrina de la fe del 24 de noviembre de 2002.
Pero esta defensa parece que hoy no es suficiente. A comienzos de este tercer milenio
está en juego no solamente la vida de cada persona individual sino también, con ella, la vida
de las propias naciones. “La Declaración Universal de los Derechos Humanos, adoptada en
1984, ha tratado de manera elocuente los derechos de las personas; pero no existe todavía
una acuerdo internacional análogo que afronte de forma adecuada los derechos de las
naciones”. Lo recordaba el Santo Padre en su Discurso ante la ONU en 1995, donde decía:
“Se trata de una situación que debe ser considerada atentamente a causa de las urgentes
cuestiones en torno a la justicia y la libertad en el mundo contemporáneo” (Discurso del
5.10.1995 ante la ONU, n. 6).
La Iglesia auspicia un orden mundial justo, fundado sobre los derechos de las
naciones que están a su vez enraizados en la verdad sobre el hombre. Porque solamente la
libertad, guiada por la verdad, conduce a la persona humana a su verdadero bien.
“La libertad separada de la verdad de la persona humana cae, en la vida individual,
en licencia y, en la vida política, en el arbitrio del más fuerte y en arrogancia del poder”
(Discurso del 5.10.1995 ante la ONU, n. 12). Entonces se comprende bien cómo la
pretensión de que las actividades sociales, políticas y económicas nacionales e
internacionales se colocan en una suerte de zona franca en la cual está ausente la ley moral,
constituya el fundamento de los totalitarismos modernos, del utilitarismo, y de manera más
general del relativismo ético, que socavan desde la base la convivencia pacífica y el
progreso de los pueblos.
Para alcanzar este orden, es necesaria una cultura de la solidaridad en la paz, en la
tranquilitas ordinis definida claramente por San Agustín (De civitate Dei, 19,13), que se
conquista con la justicia y el perdón: “No hay paz sin justicia. No hay justicia sin perdón”:
recordemos estas palabras del Mensaje de Juan Pablo II durante la Jornada mundial de la
paz de 1 de enero de 2002.
Es propio de la religión desempeñar un papel vital para suscitar gestos de paz y
consolidar las condiciones de la paz. La autentica fe promueve siempre la paz de toda la
familia humana y no permite jamás a la guerra dividir las religiones del mundo.
2

Esto es lo que ha recordado siempre el Magisterio de la Iglesia, y en particular el


Magisterio Papal en estos últimos dos siglos: desde Rerum Novarum de León XIII hasta
Populorum Progressio de Pablo VI y las Cartas encíclicas de Juan Pablo II, que hoy hemos
recordado y comentado extensamente. Y no solamente las enseñanzas del Papa, sino
también su propio testimonio de vida, en estos veinticinco años de Pontificado, han sido
muy elocuentes al señalar que urge buscar la unidad entre la fe y la cultura, entre el
Evangelio y la vida, que supone para todo cristiano la exigencia de la unidad de la vida.
Todo esto lo podremos tratar mejor en la próxima videoconferencia teológica que
tendrá por tema: “Juan Pablo II: 25 años de Pontificado”, durante el mes en que se celebra
con alegría el 25° Aniversario de su elección a la solio pontificio.
La sesión internacional ha sido fijada, de hecho, para el 29 de octubre próximo a las
12 horas de Roma.
Agradezco nuevamente a los eminentes prelados, teólogos y profesores que han
intervenido hoy,
Vaticano, 29 de septiembre de 2003.

También podría gustarte