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J. Laplanche, S. Leclaire y Otros. Encrucijada/Debate: Biología & Psicoanálisis. En la teoría, la Clínica y...

Zona Erógena. Nº 19. 1994.

ENCRUCIJADA/DEBATE:
BIOLOGIA & PSICOANALISIS
En la teoría, la clínica y la Psicopatología.

J. LAPLANCHE, S. LECLAIRE Y OTROS.

Desde su origen mismo -y no por azar- el Psicoanálisis


mantiene relaciones siempre complejas y problemáticas con la
Biología. Relaciones que en la actualidad se sitúan en el centro
de algunos de los principales ejes polémicos del Psicoanálisis:
los trastornos psicosomáticos, las adicciones, la relación con
las neurociencias, las consecuencias de la manipulación
genética, por nombrar sólo algunos. Presentamos por eso esta
"Encrucijada/Debate" realizada en Francia -y publicada por la
revista "Psychanalyse a l'Université- entre destacados
psicoanalistas, psicólogos y biólogos.

J. Laplanche: Al proponer una encrucijada-debate sobre Biología


y Psicoanálisis, los organizadores de este Congreso nos sugieren una
doble desviación, una doble excentricidad en relación al tema mayor
de las discusiones: Genética clínica y psicopatología.
Estas desviaciones no son simples, hay a la vez una extensión y
una restricción de los dominios, y quizás también un deslizamiento de
los conceptos entre, por una parte, genética clínica y biología, y por
otra, psicopatología y psicoanálisis. El debate puede ganar así en
riqueza, pero es posible un cierto riesgo de confusión o de explosión
de los temas. Si bien no es mi intención restringir arbitraria y
autoritariamente la discusión, querría indicar ciertas entradas para
una concentración, para que la temática pueda circunscribirse. Se nos
invita a un debate fundamental: se proponen al menos ciertas
marcas.

BIOLOGIA
Aquí mis precisiones y distinciones parecerán las más in-
competentes, guiadas ante todo por el interés del psicoanalista.
Formalmente, desde el término de genética clínica hasta el de
biología, se apela evidentemente a un dominio más fundamental -ya

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que clínico está suprimido-, y a un campo más vasto, el de la ciencia


de lo vivo, o -porqué no-, el del conocimiento o discurso sobre lo
vivo: biología no implica, necesariamente la noción de ciencia.
Evidentemente, en este campo la genética está presente, es incluso
para los biólogos una parte importante, impactante por sus
fulgurantes progresos, el conocimiento de los medios por los cuales
se codifican y transmiten las programaciones. El progreso incesante y
triunfal de la biología molecular no significa que sea el lugar o
acercamiento más cómodo con el psicoanálisis. Quizás una cierta
lingüistiquería, o incluso logistiquería moderna, que ha invadido hace
un tiempo el psicoanálisis, puede tener la apariencia de un lenguaje
común. Sin embargo no puede afirmarse que esto sea otra cosa que
una ilusión. Entre las filiaciones culturales, las filiaciones imaginarias,
y las transmisiones genéticas, el terreno común no se sitúa quizás en
el nivel de los fundamentalistas sino en el de la práctica clínica, con
sus delimitaciones, sus compromisos, sus dosificaciones a menudo
empíricas.
En revancha, citaré un cierto número de sectores en los cuales la
biología me interroga más directamente, interroga más directamente
al psicoanálisis o, aún más, es interrogado por él. En primer lugar, la
biología, o la biofisiología de los individuos vivientes, monocelulares
(que recuerda la famosa imagen de la vesícula freudiana), pero sobre
todo de los pluricelulares. Distingo, un poco arbitrariamente, dos
aspectos en esta biofisiología de los individuos vivientes: sincrónica y
diacrónica.
El aspecto sincrónico es lo que hoy se denomina sistemas
autoorganizadores abiertos, es decir abiertos en sus debates in-
cesantes a infinitos con el entorno. O nociones como las de
homeostasis, de traumatismo y de reacción a éste, de constancia, de
adaptación, no cesan de retomar al psicoanálisis. ¿Cómo es que
nociones más recientes, por ejemplo cibeméticas, vienen a
relevarlas? ¿Las sustituyen, o son simplemente un nuevo lenguaje? A
veces el psicoanalista tiene la impresión de reencontrar, en estas
nuevas nociones, los viejos conceptos con otra vestimenta. Se
pregunta qué se puede aprender de una biofísica que se ha ubicado a
sí misma repetidas veces tras la escuela de la cibernética. La
pregunta, entonces, es: ¿en qué medida las ideas con las que aún
hoy trabajamos, como psicoanalistas, las ideas de constancia, de
nivel, de mantenimiento de una forma, continúan siendo pertinentes?
Para pasar rápidamente sobre los aspectos diacrónicos, siempre

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dentro de la biofisiología de los individuos, mencionaría, entre otros,


el problema del envejecimiento, cuyos puntos de contacto con el
psicoanálisis son múltiples. Las posibilidades de recorte y
confrontación se sitúan en la clínica, con la constatación, en la cura,
de una plasticidad, o al contrario, de una inercia, de una viscosidad
del psiquismo y más precisamente de una viscosidad de la libido, que
formula los problemas de la indicación de un psicoanálisis. Pero el
punto de vista diacrónico del envejecimiento se vuelve a encontrar en
las especulaciones más teóricas, cuando Freud se enfrenta a los
puntos de vista de Weissman y de otros biólogos, en lo concerniente
a la existencia, o no, de una tendencia interna a la degradación y la
muerte en los individuos vivientes.
Con el tema del envejecimiento nos encontramos ya en el límite
de lo especulativo, lo cual no me asusta. Indicaría tres dominios en
los cuales el demonio de la especulación, con títulos diversos, puede
deslizarse -diremos nosotros, deslizarse hacia la biología, o insinuarse
entre los biólogos? En todo caso estos aspectos no están ausentes en
las obras más modernas de los biólogos. En primer lugar,
mencionaría la biología comparada, especialmente en sus relaciones
con la embriología. Nociones como las de prematuración, retardo del
desarrollo, fetalización, quedan a la orden del día, incluso si a veces
se las menciona de otro modo (pienso por ejemplo en el último librito
de Jacob). También a la orden del día tanto de la genética, ya que se
trata de descubrir la génesis de ese retardo en el desarrollo en el
hombre, como en el nivel del psicoanálisis, en el que se trata de
marcar las consecuencias de esto, es decir, de encararlo como factor
de hominización, incluso si no es -probadamente- su único factor. El
segundo punto en el cual el demonio de la especulación corre el
riesgo de deslizarse es la historia de la biología. Estoy asombrado por
el hecho de que, en sus obras más científicas, los biólogos no se
privan de efectuar recuerdos perpetuos de su propia historia. ¿Es ese
el testimonio de una ciencia que no ha podido independizarse para
ganar su estatuto intemporal? ¿Será el signo de que jamás ganará el
estatuto de ciencia pura? Es en todo caso testigo de la recurrencia en
la biología, a través de su historia, de problemas generales,
abstractos, hasta metafísicos.
Mi tercer punto, siembre dentro de esta especulación, es el
problema de la biología filosófica. Biología quiere decir logos: ciencia
y discurso de la vida al mismo tiempo. Y es asombroso que los
discursos de los biólogos permanezcan tan cercanos a la

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interrogación filosófica, hasta mítica. Referencia al discurso filosófico


sobre la vida y la muerte, referencia mitica incesante en las obras de
los biólogos. Agregaría aquello que Freud denomina la referencia
popular o poética: oposiciones como amor y hambre, o como amor y
odio, que sirven de base para la teoría de las pulsiones... pero
también azar y necesidad, que Freud (antes que Monod) sitúa en el
origen de todo destino humano (y en particular en el de Leonardo).
Este mantenimiento de lazos con una biología espontánea, en la
historia y en los temas de reflexión de la ciencia biológica, no es para
desagradar al psicoanálisis. No solamente en relación a su invencible
tendencia especulativa, sino por razones más profundas. ¿Qué
razones? Quizás las mismas que hacen de la oposición
animado/inanimado una de las más importantes para el ser humano,
como lo atestigua su presencia, a mismo título que el género, en las
lenguas naturales espontáneas.
Espero que los colegas biólogos retomen todos estos puntos, y
también otros, para enmendar estas anotaciones elernentales que no
son más que una elección hecha por un psicoanalista. Hablaré ahora
directamente desde el punto de vista del psicoanalista.

PSICOANALISIS
La separación entre psicopatología y psicoanálisis existe desde el
título mismo de este debate. Separación evidente: se trata de otra
psicopatología que la analítica, lo subrayo, y de otro análisis que el de
lo patológico. No insistiré más, porque más allá de esta deriva de lo
psicopatológico a lo psicoanalítico, encuentro una más esencial: la
deriva entre psicología y psicoanálisis.
Mi opinión es la siguiente: el psicoanálisis no es la psicología, ni
tampoco una psicología. El psicoanálisis no es la psicología, y con
más razón, no es un sector de las ciencias humanas. Hay allí una
actitud realmente curiosa del analista y de los analistas, y del primero
entre ellos, es decir Freud. Un curioso imperialismo ligado a un
curioso vacío, o a una curiosa retirada. Para ellos el psicoanálisis está
en todas partes, pero en ninguna parte lo es todo. En ninguna parte,
diría yo, salvo quizás en un solo punto, que es el campo de la cura: lo
que yo llamo su baquet1. Fuera de este baquet, el psicoanálisis
invade todo, pero se niega a tomar el poder, ya sea el poder real o
científico. Pero este debate epistemológico sobre el imperialismo

1
Baquet: Cubeta. Remite al dispositivo analítico. Cf. "Problemáticas IV. La cubeta".

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psicoanalítico en el dominio de las ciencias humanas adquiere


sentido, en mi opinión, porque retoma el mismo problema y el mismo
debate en el ser humano y ya no en el saber sobre el ser humano: he
nombrado, al lado del pan-psicoanalitismo, el problema, en el ser
humano, del pan-sexualismo. La pregunta se formula exactamente en
los mismos términos, para el psicoanálisis en el saber, y para la
sexualidad en el ser del hombre: ¿la sexualidad lo es todo; o bien, sin
ser todo, está en todo? Pan-psicoanalitismo y pan-sexualismo, se
trata de un mismo problema y una misma pregunta, en la medida en
que el psicoanálisis se identifica con la interpretación de la sexua-
lidad. Entiendo por sexualidad humana a aquella que está con-
formada por representaciones, aquello que en el ser humano está
entramado, sustentado por el amor y el odio.
Introduciría aquí, entre otros, un cierto número de términos o
conceptos en los que se marcan a la vez la conjunción, la diferencia,
y quizás la derivación entre lo biológico y lo psicoanalítico. El
concepto de pulsión: algunos lo encuentran cada vez más inútil,
incluso en psicoanálisis. ¿Es un concepto biológico o pseudo
biológico? Y, en la medida en que es pseudo biológico, se tendría
tendencia a desembarazarse de él, un poco rápidamente. Desde hace
más de treinta años, luego de Lacan, ha sido remarcada y marcada
netamente la diferencia entre pulsión a instinto, a partir de un
confusionismo largamente mantenido por los psicoanálisis francés y
anglosajón.
La noción misma de instinto ha sido reemplazada actualmente
entre los etólogos por la de mecanismo de desencadenamiento
innato, y entre otros fundamentalistas por la de programa. Sin
embargo, a pesar de este cambio de punto de vista a través de un
cambio de denominación, a pesar de la declinación del viejo término
de instinto, el problema de la articulación con lo biológico continúa
siendo una pregunta. Esta pregunta se redobla cuando se entra en la
teoría de las pulsiones y su dualismo, que puede designarse de
distintas formas: se puede decir pulsiones de amor, pulsiones de
odio, pero lo que hoy nos resulta más sugestivo son estos términos
de pulsión de vida y pulsión de muerte.
¿Por qué esta denominación? Seguramente encuentra su fuente
en su origen, en una especulación que es la especulación freudiana.
La especulación de Más allá del principio de placer, que puede
mostrarse a menudo insostenible, tanto en biología como incluso en
la lógica, lo cual no la descalifica pero nos incita a preguntarnos cuál

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es el curioso pasaje de biología a psicoanálisis, de vida y muerte en


biología a vida y muerte en psicoanálisis. ¿Se trata de una relación de
simple malentendido? Sería fácil. Es una relación compleja, hecha de
contigüidad, de inversión: una relación que yo llamo metabólica.
La relación pulsión-programa (para no retomar la noción de
instinto), la relación entre vida y muerte en psicoanálisis, y vida y
muerte en biología, ¿estaría en el nivel de la colaboración
interdisciplinaria, aportando su contribución sobre un mismo terreno?
¿O bien no pasaría necesariamente por los avatares de la
representación, de la simbolización o de la metabolización?
Retomaría una vez más la pregunta en otro plano, ya no dentro
del psicoanálisis, sino en la realidad; porque incluso en ella no se
trata de un problema de teóricos o sabios, es un problema humano
en sí mismo, del ser humano en sus primeros años, el problema del
niño pequeño. ¿Cuál es el impulso para su estructuración, el
confrontarse muy tempranamente, primero perceptiva y luego
lingüísticamente, a la distinción entre lo viviente y lo no viviente?
¿Cuál es la impronta del entorno viviente -la madre- sobre el aparato
psíquico?
Esta impronta -y este será mi segundo punto- la localizamos
particularmente en un lugar, en una representación, en un complejo
de representaciones que designamos como el yo -moi- (o, algunos,
como el sí mismo, pero yo prefiero con mucho el yo). El yo, decimos
nosotros, es agente de adaptación y de vida. Ahora, formulémonos la
pregunta: ¿qué significa que, en el hombre, la vida se vuelva sobre
una instancia? ¿que la adaptación no sea el hecho de su organismo,
sino que tiene necesidad de concentrarse en un organismo dentro del
organismo, un doblez del organismo, un otro organismo repre-
sentacional, un organismo funcionando como tal, al menos en el
sentido popular del término? El título mismo del libro de Hartmann,
su contenido, continúa estando enteramente presente a interrogador
para nosotros: psicología del yo y el problema de la adaptación. La
adaptación es entonces remitida a una instancia, instancia amada
-nosotros decimos investida, pero aceptamos cambiar nuestras
palabras. De vivir por vivir, lo cual es perfectamente tautológico para
un organismo viviente elemental, y no es una pregunta para él-
pasamos a vivir por el amor de la vida, y de vivir por el amor de la
vida a vivir por el amor del yo.
Mi tercer punto de anclaje, luego del dualismo pulsional y del
problema del yo, será la referencia a la autoconservación. Porque

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esta referencia no es abolida por el psicoanálisis, incluso si se sitúa


quizás al margen del análisis, o en todo caso al margen de la práctica
psicoanalítica y precisamente del baquet de la cura. No se trata de
negar los montajes y programaciones auto-organizadoras en el
humano, sino de mostrar y fijar sus limitaciones, sus fallas en el
"cachorro" de hombre. Aquí es donde la biología y la etología humana
pueden enseñarnos, mostrarnos cómo y en qué medida -retomando
una metáfora un poco trivial- la autoconservación está apolillada,
agujereada, desfalleciente, y cómo es que hacia esas mismas fallas
se deslizan la pulsión, el yo y la vida fantasmática.
Se nos reprocha a menudo el volver constantemente a Freud. Yo
haría alusión aquí al muy reciente libro de Sulloway sobre Freud,
biólogo del espíritu. Obra erudita y en cierto sentido útil, pero al
mismo tiempo limitada en su problemática y, yo diría, profundamente
cerrada a la inspiración psicoanalítica.
Sulloway nos muestra que Freud es ampliamente tributario de
una biología, evidentemente de la biología de su época, y aquello que
pasa a menudo por descubrimiento clínico, análisis o autoanálisis,
está de hecho en línea directa con la ciencia de su tiempo. Insiste
también sobre el hecho de que, necesariamente, esta biología de la
época freudiana ha sido en gran parte superada, lo cual concluye con
buena lógica en que Freud está ampliamente, o en todo caso
particularmente superado.
En Francia no hemos esperado a Sulloway para mostrar que en la
obra de Freud estamos a menudo en presencia de una falsa biología,
o de una falsa fisiología. Pienso, por ejemplo, en el famoso esquema
llamado del arco reflejo, modelo pretendidamente fisiológico, en el
cual el reflejo evacuaría, en su polo efector, la energía que le es
aportada en el polo receptor!
Falsa biología, falsa fisiología, aún es necesario comprender la
función de ese falso. ¿Qué importancia tendría, en efecto, si ese falso
no se produjera más que en la cabeza de Freud? ¿Establecer un
punto en la historia y decir que en este momento hay que ir más allá?
Mi propósito sería insistir sobre un notable paralelo entre lo que pasa
en el ser humano, y en Freud.
Supongamos que el debate de esta mañana tiene como tema
más restringido anatomía y psicoanálisis. No dejaría de recordar aquí
que se trata de un descubrimiento no sólo de Freud, sino ya de
Charcot, incluso si Freud lo ha puesto a punto en un artículo célebre:
el hecho de que la parálisis histérica reposa sobre una falsa anatomía,

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sobre un recorte perfectamente erróneo y antineurológico del cuerpo


humano, brevemente, sobre una anatomía de representaciones.
Vemos aquí que la falsedad no está solamente en la cabeza de
Charcot o de Freud, sino que está de igual modo en la cabeza del ser
humano. Si el cachorro de hombre se constituye sobre la base de una
falsa anatomía, de una falsa biología, si antropomorfismo y biomorfis-
mo son los insuperables del psiquismo humano, la relación del
psicoanálisis (y de su fundador) con una biología que se dice a sí
misma superada, datada, o incluso especulativa, toma otro sentido.
El pensamiento psicoanalítico seguiría aquí, evidentemente con,
separaciones y desviaciones, el movimiento de la cosa misma. Y ya
que estamos en la especulación, querría señalar también cómo el
psicoanálisis aporta una mutación en el seno de un viejo problema
especulativo, el problema del alma y el cuerpo. No para retomarlo ni
para solucionarlo (porque, ¿quién podría pretenderlo?), sino para
desplazarlo radicalmente hacia un plano más accesible, si bien
también especulativo: entiendo la articulación y el apuntalamiento
sobre un orden biológico adaptativo, existente pero desfalleciente, de
un orden del amor y del odio, de un orden sexual, evidentemente en
el sentido que le he dado en Vida y Muerte en Psicoanálisis.
Jacob dice lo siguiente: ya no se interroga a la vida en los
laboratorios, hoy el interés está puesto en los algoritmos del mundo
viviente. He objetado hace un instante que si en los laboratorios no
se interroga más a la vida, en los libros de los biólogos, de Jacob o de
otros, se la interroga seriamente! El ser humano, el hijo del hombre,
continúa interrogando la distinción entre lo vivo y lo inanimado, del
otro humano y de la cosa, o incluso de la parte del ser humano.
¿Cómo conjugar entonces estas dos biologías, la falsa y la verdadera,
la verdadera de los biólogos, la falsa de los psicoanalistas y quizás la
falsa del ser humano?
S. Leclaire: Contrariamente a lo que había sido anunciado -que
F. Gantheret formularía las preguntas a J. Laplanche, parece que
sería mejor que otras voces, a partir de otras orejas, se hagan
escuchar enseguida.
C. Vauterin: Cuando usted se interroga sobre el hecho de que el
niño tiene que pasar por un intervalo, que no puede vivir en directo:
¿no es porque el niño toma conciencia muy pronto de sí mismo como
ser-en-el-mundo y como ser arrojado hacia el mundo? El wurf, el tiro
(jet), supone alguna otra cosa para poder, a partir de ese tiro,
constituir su pro-jet, su ent-wurf. ¿No es necesario, justamente,

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traspasar a la vez una problemática biológica de lo viviente y una


problemática psicoanalítica de to inconsciente, en un concepto de
conciencia más vasto, ontológico?
H. Maldiney: La pregunta de C. Vauterin cuestiona los cuatro
puntos de la exposición de J. Laplanche.
La oposición entre el ser-arrojado (être jeté) y el ser-en-proyecto
(être-en projet) es un momento crucial de la pregunta por el cuerpo.
En mi cuerpo y por él el mundo me existe y yo existo en el mundo.
Freud ha encontrado esta oposición, bajo un aspecto clínico, en el
proyecto de un estudio consagrado a las parálisis histéricas y
orgánicas, en el cual quería demostrar la tesis de que, en la histeria,
las parálisis de las diversas partes del cuerpo son delimitadas
siguiendo la representación popular (no anatómica) que se forman los
hombres. Tiene conciencia de que el cuerpo puesto en escena en la
histeria no es un cadáver viviente (vivos mortui docent), sino cada
vez un cuerpo propio, motor, expresivo, significante. Considerándolo
como tal, el psicoanálisis (si su mirada está puesta allí) sitúa sus
vistas en el nivel de la existencia en conflicto a través de un cuerpo
de presencia. Antes de adoptar una actitud objetivo-científica, intenta
efectuar las evidentes inclusiones en una experiencia situacional.
En cuanto a lo que es del Yo (Moi), el quiasma del ser-arrojado y
el ser-en-proyecto es, podemos decir, constitutivo. El término
equívoco "representación" casi no aclara el estatuto del yo. Si el yo es
un complejo de representaciones, ¿cómo denominar a aquello que se
le representa? Una representación no posee en sí misma algo sobre lo
cual fundar la dimensión de su propio sentido. Pero el sentido -y es la
lección permanente de Freud- es la dimensión misma de to psíquico
(inconsciente y consciente). Es necesario que se abra un espacio de
sentido en el cual el yo tome parte. Sólo puede abrir un espacio de
juego para un sentido un ser-en-proyecto que se anticipe a sí mismo
y comprenda a partir de posibilidades que tiene que ser. Lo cual
constituye una ruptura (ent-wurf) del advenimiento de otra
dimensión. Pero la manera en la cual usted define el psicoanálisis,
presentando esta ruptura ascendente de la vida a la vida, por el amor
de la vida, y luego por el amor del yo, concuerda con el sentido
radical de la existencia como ser totalmente fuera de sí.
Falsa y verdadera biología: esta pregunta es nuevamente la
pregunta por el cuerpo. Desde que Griesinger (luego de Esquirol)
definió las enfermedades mentales como enfermedades del cerebro,
se trata menos de la cuestión del alma y el cuerpo que de las

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relaciones entre cerebro y cuerpo, que él ha reducido. La tendencia a


considerar al sistema nervioso como una imagen agrandada del arco
reflejo y al cuerpo entero como un "intercambiador", como un
aparato receptor-efector, es fuerte. No se trata de criticar este
modelo, sino la idea subyacente a todos los modelos: la de sistema
cerrado. Pero esta idea está presente tanto en psicoanálisis como en
genética y en biología. Conduce a concebir al hombre o al organismo
como un mundo interior yuxtapuesto, contrapuesto a opuesto a un
mundo exterior -sin que ambos tengan más que relaciones, après-
-coup, de causa y efecto, o a lo sumo de acción recíproca. (Endógeno
y reaccional se reenvían uno a otro). Pero la situación original no es
este dualismo de datos sino, como dice V. von Weizsaecker, el hecho
de que exista el dato.
Usted aclara la importancia que tiene la distinción entre
inanimado y viviente para la estructuración del niño pequeño -y
remarca que el hombre se interroga acerca de esta distinción a lo
largo de toda su vida. Aprende acerca de la vida y la muerte así como
aprende acerca del tiempo. Pero justamente el tiempo no es aquí una
representación que puede ser conocida de una vez y para siempre. Lo
inanimado y lo viviente no pertenecen al mismo tipo de temporalidad:
la temporalidad de lo viviente está centrada sobre el instante, sobre
el momento cada vez decisivo de una acción proléptica, mientras que,
atendiendo solamente a fijar el evento, tendemos a situarlo en un
tiempo previamente determinado -en un tiempo de representación,
pero no de presencia- que no da cuenta del acto biológico, y con más
razón, de la situación de un existente.
J. Laplanche: Podemos notar en las dos intervenciones que
acabamos de escuchar que introducen un tercer término en nuestro
debate: la filosofía existencial y fenomenológica. Diría que este
acercamiento existencial y fenomenológico no me es extraño, pero la
pregunta que a pesar de todo me formulo es la de saber porqué, si el
proyectó humano es tan intencional y orientado -en el sentido que
sea-, se concretiza, conglomera, se precipita, en el sentido de un
precipitado físico, en formaciones que podemos designar con
términos tan "cosistas" como aparato psíquico, pulsión, hasta
instanciá psíquica. Pero esta manera del ser humano de mecanizarse,
de biologizarse, me parece uno de los puntos en los cuales el
encuentro con la biología es, a la vez, más interesante y difícil. Y es lo
que he intentado indicar con el término de falsa biología.

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S. Leclaire: Una cuestión muy puntual sobre una expresión: se


trata, en efecto, de falsa biología, y tú has evocado la falsa anatomía,
y agregado -recordando a Charcot- anatomía de representación. La
pregunta me sobrevino de repente: ¿qué sería una anatomía, o cómo
decir una anatomía supuesta verdadera, una anatomía que no sea de
representación? ¿Qué término emplearías?
J. Laplanche: Casi no puedo imaginar una anatomía que no sea
de representación; agregaría entonces, en el caso que nos ocupa, de
representación popular o espontánea.
G. Aimard: Quisiera hacer una pregunta sobre el título de la
encrucijada-debate de esta mañana. ¿No piensan que habría sido
más normal titular este encuentro "el lugar del psicoanálisis en
relación a las otras ramas de la biología humana"?
S. Leclaire: Creo que eso habría sido anticiparse al debate y a la
encrucijada. Porque proponerlo de entrada como una rama de la
biología -a la cual usted agrega "humana"- habría orientado, en
efecto, el debate en el sentido de la más grande pendiente natural.
Porque si el término de biología -como lo ha recordado Laplanche- es
en sí mismo muy fuerte (lógica e incluso filosofía de lo viviente), el
primer tiempo para que psicoanálisis y biología, o biología y
psicoanálisis puedan hacer escuchar su lógica me parece ser el de
tratar de discernir aquello que implica el término de vida o el término
de muerte. Entonces, a partir de la clínica, y también de la historia y
de la teoría analítica: ¿esto viviente, esta palabra, vida, quieren decir
lo mismo? Seguramente. ¿Quieren decir solamente lo mismo?
Seguramente no. ¿Qué son la vida o la muerte en el sentido psíquico
del término? Esta cuestión habría peligrado, creo, de ser relegada a
un segundo tiempo o en un segundo plano, si hubiéramos titulado
esta encrucijada como usted lo propone. Y estas pocas palabras son
al mismo tiempo una invitación a retomar aquello que no ha sido
dicho muy explícitamente en la exposición de J. Laplanche, a saber:
cuál es la particularidad de lo viviente en la experiencia psicoanalítica,
cuál es la particularidad de lo muerto. Diría, con una fórmula rápida,
que siempre he tenido el sentimiento, en ciertos casos y en ciertas
circunstancias de la práctica analítica, de que nuestro problema de
analistas era el de tener que tratar con seres vivos muertos. Y que
con este propósito, una de las cosas que siempre me ha sorprendido
es que los seres vivos muertos no parecen aterrorizar a nadie, se los
ve por la calle, se los acomoda bastante bien, a incluso a menudo se
los busca, porque después de todo se trata de algo bastante

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confortable. Mientras que los muertos vivos tienen un efecto de


angustia completamente extraordinario.
F. Gantheret: Querría hacerle una pregunta de orden muy
general a J. Laplanche. ¿No existe, en el fondo, la impresión de
encaminarse siempre hacia la idea negativa que implicaría que, en
tanto analistas, no tenemos nada que preguntarles a los biólogos?
Creo que Laplanche retoma, como Freud, ciertas imágenes de la
biología, con la misma desenvoltura con la que la histeria lo hace con
respecto a la anatomía: retoma imágenes, las compone, las da
vuelta, se sirve de ellas y las tira cuando ya no las necesita, las utiliza
dentro de un juego. Mi pregunta es la siguiente: si verdaderamente,
como lo dice Laplanche, todo este movimiento en relación a la
biología viene a ocupar el lugar, en el tiempo teórico, y asume la
representación del movimiento de la cosa misma, ¿dónde, en qué
momento, la investigación analítica podría reencontrar to que yo
llamaría la biología seria?
J. Laplanche: El psicoanálisis no puede, evidentemente,
encontrar la biología seria en su práctica clínica, en la cura. Por
definición no puede asombrarse ante, por ejemplo, la anatomía
nerviosa de la parálisis histérica; además, después de todo, desde el
punto de vista de la anatomía seria se puede desdoblar el problema:
la anatomía histérica no sigue la anatomía distal, pero ¿por qué no
puede haber otra anatomía a otro acomodamiento anatómico y
anátomo-fisiológico que la explique? Esto no nos molesta para nada.
El psicoanálisis en su práctica no se encuentra nunca con esa
anatomía. Pero citaré un punto a través del cual, por evidencia, se
encuentra con la biología: la definición del dominio de los montajes
adaptativos o incluso de los montajes sexuales, y la apreciación de la
medida en la cual estos montajes fallan. Se trataría casi de una
biología negativa, o en todo caso comparada. Hay allí una articulación
que evidentemente es el límite de lo que denominamos psicoanálisis.
El problema de lo que denominamos apuntalamiento es en mi opinión
más especulativo que psicoanalítico, o en todo caso se trata de un
problema en los límites del psicoanálisis. Un psicoanalista puede muy
bien practicar el análisis, y a mi modo de ver debe hacerlo, sin utilizar
el concepto de apuntalamiento. Se trata de un concepto que ciñe un
campo, pero que no es operatorio en ese campo. Pero en la medida
en que se quiera reflexionar sobre aquello que limita nuestro campo,
la idea de una biología negativa -en el sentido en el que se habla de
una teología negativa-, deviene indispensable.

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G. Koupernik: Quisiera preguntarle a Laplanche algo acerca de


la imagen popular, hasta populista, del cuerpo que evocan nuestros
pacientes. ¿Esta imagen es variable de una cultura a otra? ¿Hay en
todo hombre un estereotipo de representación del cuerpo profundo,
visceral, y ese estereotipo está relativamente estructurado en
relación al conocimiento anátomo-fisiológica del cuerpo, lo que el Ello
es en relación al Yo (Moi)?
J. Laplanche: Su intervención me plantea dos preguntas. Una en
relación a la variabilidad de instancias psíquicas según la historia hu-
mana, cosa que aceptaría con gusto en cierta medida. Pero otro as-
pecto de lo que usted propone me parece que no estaría en relación
con lo que yo he dicho cuando hablé del yo. No he hablado del yo co-
mo imagen del cuerpo. en mi opinión el yo no está más que muy par-
cialmente en relación con la imagen del cuerpo, no es sino muy par-
cialmente un yo-cuerpo, es la imagen de un ser viviente, lo cual me
parece muy diferente. Pienso que es necesario diferenciar claramente
el yo de la imagen del cuerpo o del esquema corporal.
J.-C. Czyba: Me pregunto si la ciencia de los biólogos no podría
ser definida brevemente como una representación no popular de la
realidad viviente en un momento dado, siendo esta representación
común a una colectividad de biólogos; y la ciencia de los
psicoanalistas como el estudio de la representación que se hacen los
seres humanos, colectiva o individualmente. Podríamos intentar, en
lugar de dejar que el debate se encierre en un encajonamiento sin fin
de representaciones, buscar el verdadero lugar del psicoanálisis
dentro de una biología humana que, de todos modos, debe su
existencia al hecho de que el hombre es justamente capaz de
representaciones.
S. Leclaire: Su acotación abre la cuestión del estatuto de la re-
presentación. Una representación nunca está aislada, sino que forma
parte de un sistema de representaciones, poco importa que éste sea
popular o científico. Pero conviene recordar que los sistemas de re-
presentaciones no están aislados, un sistema de representación está
siempre en relación con otros. Pienso entonces que, simplemente
desde el punto de vista terminológico, es mejor emplear el término
sistemas de representaciones, teniendo en cuenta que están siempre
en relación con otros sistemas de representaciones.
Pero nos reencontramos de todos modos con la pregunta que us-
ted hace entorno a la representación de la realidad; usted evoca en-
tonces la realidad. Pero incluso aquí la realidad, en el sentido ordina-

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rio del término, ¿es otra cosa que un sistema de representaciones?


Hay otro término que ha sido introducido por Lacan, a partir de la ex-
periencia analítica, y es precisamente el de Real. No pretendo aquí
hacer un desarrollo acerca de lo Real, sino evocar lo viviente como
algo que a mi modo de ver sería del mismo orden de lo Real. Cuanto
más pienso que la realidad es un sistema de representaciones, más
creo que hay una antinomia entre lo viviente real, y el presente y la
representación. Lo cual se vuelve a encontrar experimentalmente en
la distinción in vitro l in vivo; y en la práctica analítica, en lo que de-
nominamos un discurso sobre y un discurso y nada más -dicho de
otro modo, un discurso sobre lo vivo y un discurso vivo. Esta oposi-
ción aparece en todas partes, pero para pensarla, y sobre todo para
trabajarla correctamente, pregunto: ¿lo viviente, lo real en el
presente es representable? ¿o bien la representación de lo que
denominamos lo viviente implica ya una distorsión, un trabajo, y
reenvía al estado de hipótesis, en cuanto a algo que estaría por
debajo de un sustrato más real que lo viviente?
J. Frezal: Querría preguntarle a S. Leclaire si no está redescu-
briendo el vitalismo por la frase que acaba de pronunciar.
S. Leclaire: Seguramente no, y no he usado la palabra. De todos
modos la palabra no me gusta, justamente porque reintroduce
hipótesis o hipóstasis.
J. Frezal: Podemos sin embargo interrogarnos cuando usted dice
buscar lo viviente tras lo viviente...
Aprecio la manera en que J. Laplanche ha presentado el punto de
vista de los biólogos en este debate. Sin embargo me interrogo
acerca de la noción de falsa biología que ha desarrollado, y que han
retomado otros intervinientes. Me limitaría a observar, ya que se ha
hablado también de falsa anatomía, que el error de representación no
alcanza para evacuar lo biológico en la génesis de una perturbación.
El transexualismo es, en sentido propio, un error de la
representación o de la percepción de sí. Sin embargo, si creemos a
los biólogos serios este error no se localizaría solamente en la cabeza
de los transexuales, sino que estaría acompañado por (¿o resultaría
de?) un error de percepción, biológica, y debida al defecto de un
antígeno que comanda la diferenciación sexual. No se trata más que
de un ejemplo que debería ser confirmado, pero que me parece
significativo.
J. Laplanche: Debemos agradecer esta intervención, a la cual no
podemos responder más que parcialmente. Al escucharlo pensaba en

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una ilustración: la ilustración de lo que yo llamo falsa biología. Una


ilustración que no será histérica sino histórica. Quiero decir que se
trata la historia de un concepto y de su fecunda falsedad. Se trata de
un tema que hemos desarrollado hace algunos años con J. B. Pontalis
a propósito de la distinción energía libre/energía ligada. Grosso modo
diré que partimos de una concepción de Helmoltz, perfectamente
exacta en lo concerniente a la termodinámica de los sistemas cerra-
dos, una termodinámica que, me parece, está siempre a la orden del
día para los biólogos. Esta distinción de Helmoltz se sitúa entre una
energía libremente utilizable, potencial (hablando aproximativamen-
te) y una energía ligada que, por el contrario, no puede utilizarse por-
que está en movimiento incesante y gradual. Encontramos a partir de
esto una primera hendidura, extraordinaria, que tiene que ver con
Breuer. Breuer retoma esta oposición de términos, y les da un
sentido casi inverso: llama energía libre no a la energía libremente
utilizable, sino a la energía libremente móvil, es decir, al contrario,
aquella que tiende al nivel cero. Llama energía ligada a to inverso, a
la energía utilizable. Pueden pensar que esta inversión no es más que
una incomprensión de los términos iniciales de Helmoltz; poco
importa si los términos son utilizados de otro modo, lo que es
importante es que Breuer los utiliza con el objetivo de fundar una
fisiología perfectamente científica y plausible que no está, a mi modo
de ver, completamente invalidada. Breuer es, además, un especialista
de las regulaciones homeostáticas dentro del organismo humano, y
ha realizado a este respecto un gran número de experiencias y
descubrimientos. Tercera etapa: Freud retoma esta distinción (que se
conoce como la teoría de Breuer-Freud, lo cual es un perfecto error)
pero invirtiendo nuevamente, y de otro modo, la oposición energía
libre energía ligada. Para Breuer energía ligada era el nivel de base
energético de un organismo; la comparación es con un teléfono, que
tiene que tener un nivel de base, a partir del cual se pueden producir
modulaciones, que son justamente la transmisión del mensaje en
energía libre. Pero Freud invierte completamente la distinción de
Breuer; la retoma con el mismo contrasentido de Helmoltz pero
otorgándole una significación completamente nueva, para fabricar lo
que yo llamo una falsa biología. En el modelo freudiano del Proyecto
de una psicología científica es la energía libre, es decir la energía que
se encamina hacia la descarga completa, la energía del mecanismo la
primera; y lo que aparece en segundo lugar -y realmente nos
preguntamos cómo es la idea de que el organismo debe sobrevivir de

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todos modos. Freud propone primero un modelo mecanicista, luego


un modelo organicista que desplazará al primero. Digo esto como
ejemplo de lo que llamaría una derivación, una deriva de concepto, y
la utilización -si se quiere heurística- de una falsa biología, para
descubrir algo profundamente nuevo.
S. Leclaire: El término de vitalismo que se me imputa es
precisamente aquello que yo denuncio. Tengo dificultades para
hacerme comprender: cuando pasaba de representación a sistema de
representaciones y proponía un trabajo que consistiría en
interrogarse sobre las relaciones entre los sistemas de
representaciones entre sí, lo hacía en la medida en que cada uno de
estos sistemas de representaciones se encontraba en relación con lo
que llamamos lo viviente, o lo real, que es una clase de antisistema,
y que se acomoda mal a la dimensión de la representación. Lo que he
llamado pendiente consiste en que siempre se tiene tendencia a
pensar que todavía hay, detrás, por debajo o debajo de lo que se
dice, algo más verdadero. De este modo, cuando se habla de lo
viviente, lo viviente no se encuentra solamente representado, sino
también presente en el metabolismo de estos sistemas de
representaciones, o de la representación que habla en sí misma de
ello. Pueden ver que no hay entonces un más allá o un más acá. En
cuanto a la cuestión de lo que los psicoanalistas preguntan a los
biólogos, o a la inversa, parecería que está siempre allí, latente, la
demanda de asentar lo viviente sobre un suelo estable, o de
arrastrarlo hacia un real sin nubes.
C. Manuel: Quiero señalar que vuelvo a escuchar en este discur-
so la cuestión de lo verdadero y lo falso. En el sistema de representa-
ción propiamente analítico la relación entre lo verdadero y lo falso
tiene más que ver con aquello de lo cual se trata en la filosofía, ya
que se trata efectivamente de lo que será capaz de dar sentido a la
vida, pero corremos el riesgo de volver a caer en dominios aún más
extensos del sujeto del que hablamos. Pero creo que no podemos
ahorrarnos esta diferencia. Creo que hay algo muy importante para
nosotros, y es el uso que aparece en la representación popular,
vulgar, espontánea. Del mismo modo, diría que es importante
conocer el límite de su propia verdad.
F. Gantheret: La cuestión de lo verdadero en psicoanálisis es
precisamente una cuestión falaz: porque para una ciencia la cuestión
de lo verdadero es la del ser de la cosa misma; y el psicoanálisis no
puede, como ciencia que pretende ser, desembarazarse de lo que

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surge de su objeto mismo: a saber, que si se trata de lo verdadero,


no es de ningún modo en la oposición verdadero/falso. Lo verdadero,
en el campo analítico, es lo verdaderamente bueno, es decir
totalmente satisfactorio. Y es aquí donde al psicoanálisis le aprieta el
zapato: no es que no tengamos nada que preguntarles a los biólogos;
tenemos que preguntarles todo, justamente demasiado: lo central de
nuestras incertidumbres.
El recorrido de J. Laplanche consiste entonces en:
1) Romper con la idea de una elaboración teórica analítica, freu-
diana en particular, en continuidad con una biología (que es, por
ejemplo, el punto de vista de Sulloway);
2) Romper incluso, en un segundo tiempo, con una concepción de
la elaboración teórica que estaría en relación metafórica, solamente
metafórica; es decir un retomar metaforizado del objeto de la biología
en el terreno del psicoanálisis;
3) J. Laplanche nos conduce entonces a un tercer tiempo: lo que
muestra incesantemente, y de manera convincente, tanto hoy como
en sus escritos, es que no se trata de una exportación metafórica de
conceptos, sino que los tiempos, los movimientos mismos del pensa-
miento freudiano rastrean el movimiento de la cosa misma. Es decir
que cuando Freud se aviene, desde lo sexual, a invadir de alguna ma-
nera la biología, a desorganizarla, a dar vuelta su sentido, a volver a
recortarla, etc..., hay algo allí que rastrea un movimiento interno de
la cosa misma: a saber, cómo lo sexual viene a desorganizar lo vital.
En la búsqueda del punto de unión, descarnando las cosas: porque
los contenidos desaparecen cada vez más en favor de los
movimientos. De este modo, cuando Laplanche utiliza metábola en
lugar de metáfora y/o metonimia, es para tomar una deriva más
dentro de la lógica: descarna un poco más, siendo metáfora y
metonimia demasiado carnales en sus contenidos; y lo que intenta
aprehender es el movimiento de derivación que cubren metáfora y
metonimia en algo que denomina metábola. Está persiguiendo algo
de lo verdadero, en la unión, en la continuación; pero ¿denunciando
qué? Que cada uno de los niveles precedentes es una construcción
mítica de deseo. Pero ¿no se podría, del mismo modo, decir lo mismo
de la suya? Nos hemos lanzado a una cabalgata sin fin, que puede
proseguirse al precio de un descarnamiento formal cada vez más
severo -y las tentativas lacanianas de formalización, de
matematización, deben responder seguramente a algo de este orden.

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Se podría decir, siguiendo este movimiento de pensamiento: no


hay lazo más que a la huella de aquello en lo cual la representación
está fundamentalmente marcada, en el psicoanálisis, por el duelo de
la cosa misma. La huella mnémica se constituye, como nos propone
Freud, por ejemplo en el primer esquema de aparato psíquico, en sis-
temas de asociación: es decir que es desde un principio signo, ¿signo
de qué? De la cosa misma en tanto estaría perdida; y engrampada en
tanto signo.
La biología aparecería de este modo en esa misma relación iluso-
ria con el psicoanálisis que el objeto del deseo, o el horizonte extre-
mo del objeto del deseo, es decir la plena satisfacción, de hecho el
triunfo de la pulsión de muerte. En otros términos: no dejaremos de
desear hablar de lo mismo que los biólogos, y, felizmente, no lo al-
canzaremos.
J. Laplanche: Mi única respuesta es que, en efecto, no puedo
estar en la huella de mi propia huella y de mi propio trayecto
deseante. Le corresponde a otro decir si esto le interesa, y si tiene
algún interés.

Traducción del francés: Luciana Volco

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