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El Colegio de Mexico

Chapter Title: ENSEÑAR A PENSAR HISTÓRICAMENTE


Chapter Author(s): Andrea Sánchez Quintanar

Book Title: Historia y nación (actas del Congreso en homenaje a Josefina Zoraida Vázquez)
Book Subtitle: I. Historia de la educación y enseñanza de la historia
Book Editor(s): Pilar Gonzalbo Aizpuru
Published by: El Colegio de Mexico. (1998)
Stable URL: https://www.jstor.org/stable/j.ctv47w6st.16

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Historia y nación (actas del Congreso en homenaje a Josefina Zoraida Vázquez)

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ENSEÑAR A PENSAR HISTÓRICAMENTE

ANDREA SANCHEZ QUINTANAR*

Después de agradecer a mis amigos y colegas historiadores de El Colegio


de México su invitación para participar en esta reunión académica, debo
decir, para empezar, que Josefina ha sido siempre mi maestra ideal. Des-
pués de un complicado, pero muy grato, tránsito por el bachillerato
-donde Eduardo Blanquel me ayudó a definir mi vocación por la historia-,
mis estudios profesionales en la Facultad de Filosofía y Letras se orientaron
sobre todo por las figuras masculinas: Wenceslao Roces, Edmundo O'Gor-
man, Francisco de la Maza, Justino Fernández, Juan Antonio Ortega y
Medina, y desde luego, las figuras señeras de Ernesto de la Torre Villar y
Alfonso García Ruiz. En ese mundo masculino de historiadores, también
hacían presencia algunas mujeres, como doña Adela Ramón Illigué, doña
Delfina López Sarrelangue, doña Concepción Muedra y doña Paulita
Gómez Alonso. Entre todos ellos destacaba, y no sólo por su figura y su
juventud, sino por su talento, la maestra Josefina, para nosotros, o la
doctora Josefina Vázquez Vera, según aparecía en los horarios~
Para quienes iniciábamos los estudios profesionales en la Facultad de
Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, espe-
cialmente para las jóvenes estudiantes, la imagen de Josefina se antojaba
perfecta: joven, inteligente, gallarda, impulsiva, entusiasta, preocupada por
sus alumnos y en especial por sus alumnas, a quienes incluso nos orientaba
en cuanto a nuestra indumentaria, o nos recomendaba alguna cremita para
el acné ...
Casi desde el primer momento en que tuve contacto con ella, cuando
fue mi maestra de historia de Rusia-yo tenía diecisiete años-, Josefina fue
para mí -seguramente sin saberlo ella-, un modelo para realizarme en el
futuro. Tenía las condiciones ideales para serlo, era una mujer en toda la
extensión de la palabra: poseedora de una formación y una información
sólida y bien cimentada, dueña de una inteligencia aguda y penetrante, era
ya una profesionista lograda y reconocida, pese al constante regateo de los

* Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.

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214 HISTORIA DE LA EDUCACIÓN

colegas varones -entre los cuales nos abrió paso a las futuras historiado-
ras-; era además una magnífica ama de casa, sabía cocinar deliciosamente,
se mostraba como amorosa tía de sus numerosos sobrinos, y como cuida-
dosa tutora de sus numerosos alumnos.
Permanecen, hasta ahora, todas las consideraciones respecto de su
capacidad, sus logros profesionales como historiadora y su enorme calidad
humana, dentro de la cual destaca, con luz propia y especialmente notable
para los fines de estas páginas, su amor por la historia y su difusión,
particularmente a través de su gran calidad como maestra.
Con la doctora Vázquez Vera reforcé -sería injusto para otros decir que
sólo de ella lo aprendí- mi gusto y mi interés por la docencia. Puedo decir
que en mi caso se ha convertido en una pasión, y que en Josefina encontré
este sentimiento compartido: la pasión por enseñar historia, y la decisión
para orientarme por el terreno de las preocupaciones teóricas y metodoló-
gicas que este campo nos brinda a los historiadores. Esto le debo a ella. De
ahí en adelante, las barbaridades que diga o haga en este terreno son sólo
responsabilidad mía, aunque compartamos, en buena medida, perspecti-
vas, orientaciones y convicciones respecto de los procesos de enseñanza y
difusión de la historia.
De esto quiero ocuparme en seguida. Encuentro que la mejor forma de
hacerle un reconocimiento a Josefina es referirle algunas de las conclusio-
nes a las que he llegado en la investigación de la que ahora me ocupo, con
el tema: "Reencuentro con la historia. Teoría y praxis de su enseñanza en
México." E,mpiezo por explicar un poco este enunciado:

Contra lo que se suele opinar -y se ha opinado así en este mismo


Congreso Internacional-, estoy convencida de que la reflexión teórica
sigue siendo indispensable. Desde luego, no propongo el regodeo concep-
tual sobre lo mismo que ya se ha tratado tantas veces. Quiero insistir, en
cambio, en la necesidad de la reflexión seria y profunda, que atienda con
el mayor interés del gremio de los "clíonautas", a los problemas de la
enseñanza de la historia -a la que más adelante trataré de definir como una
mostración en todo el ámbito social.
Esto debemos hacer los historiadores, pienso, motivados por el hecho
no sólo de que otros colegas lo están haciendo ya en otros países -España,
Inglaterra y, por supuesto, Estados Unidos-, y "se nos han adelantado".
Tendremos que tomar conciencia de que, si en estos países se preocupan
por adentrarse en las investigaciones sobre algunas características de la
enseñanza de la historia, debe ser porque este asunto es per se importante.
Y a mi manera de ver, lo es tanto que constituye la base de un
nacionalismo constructivo y de una forma de conciencia -que más adelante
definiré también-, que permitirá, ni más ni menos, sentar las bases para

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ENSEÑAR A PENSAR HISTÓRICAMENfE 215

que la educación se convierta en el mejor sustento para que este país pueda
remontar la crisis, no económica, sino axiológica en que nos encontramos
sumergidos. En buena medida esta situación crítica es producto de. la
situación económica y política; pero también es, desde luego, histórica. Y
lo es en todos sentidos: no sólo por ser producto de un conjunto de
procesos que han conducido a nuestra sociedad toda hasta la situación en
que hoy se encuentra, sino también porque la conciencia histórica se
encuentra muy deteriorada en una buena parte de la población que
empieza apenas a percibir los daños que las intervenciones ajenas -de toda
índole- están produciendo a un pueblo que habrá de recuperar la concien-
cia de su ser, forjado a través de su pasado, para integrar su identidad.
De aquí que me atreva a afirmar que esa recuperación de la conciencia
histórica nacional, esa atención a la vocación histórica, debe ser uno de los
prolegómenos que permitan el pleno ejercicio de la dignidad, de la demo-
cracia y de la participación en la producción creativa para salir de este
hiato. Es aquí donde la enseñanza de la historia muestra su real dimen-
sión: la difusión amplia, colectivizada, de la historia posibilita todo lo
anterior. De aquí su importancia primordial, como planteamiento paradig-
mático, para fungir como base del proyecto de nación auténticamente
independiente, cuya construcción es posible pensar.
En otras palabras, me atrevo a afirmar que la atención a la educación
en general, y a la enseñanza de la historia en particular, deberá orientar, así
sea en sentido figurado, a que la Secretaría de Educación Pública se
convierta en la Secretaría de la Defensa Nacional.
En las páginas siguientes espero dejar claras las razones que fundamen-
tan estas afirmaciones.
Sustento la convicción de que la historia es un conocimiento vital, es
decir, un conocimiento sin el cual no es posible la vida plenamente humana,
con pleno uso de la razón, del sentimiento y de la conciencia que deben
caracterizar a un hombre o una mujer que merezcan nombre.
Si aceptamos que el ser humano no está hecho en definitiva, sino que
está e:µ formación, se está haciendo, entenderemos también que ese hacerse
se realiza en la sociedad terrenal, en el tiempo; es decir en la historia.
"Enseña Heidegger, refiriéndose al existir humano, que únicamente existe
históricamente [... ]porque tiene por estructura lo que él llama temporalidad
de la 'cura'[ ... ]; temporalidad que, a su vez, es histórica, necesariamente. Es
decir, que el existir humano no es temporal, porque esté en o pertenezca a
la historia[ ... ], sino que el existir humano es histórico, justamente porque
es temporaI."l

1 Edmundo O'Go1man, Crisis y porvenir de la ciencia histórica, México, UNAM, 1947, p. 206.

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216 HISTORIA DE LA EDUCACIÓN

Por otra parte, puede decirse que el ser humano es el único del
universo -al menos de nuestro planeta-, hasta donde sabemos, que se sabe
a sí mismo, se hace a sí mismo y se justifica. Es decir, que tiene capacidad
de pensar sobre su propio ser, tiene capacidad de construir y orientar su
desarrollo y puede darse un sentido, un por qué y un para qué.
. En otras palabras, "el hombre[ ... ] es un ser que enfrenta al entorno, a
la realidad que lo circunda, para sobrevivir; pero al hacerlo se enfrenta
también a sí mismo [... ] Sólo el hombre es capaz de preguntar; sólo él se
plantea problemas. Es, al mismo tiempo, el único ser que, al interrogarse
a sí mismo, se convierte en un problema para sí mismo; pregunta a todo
y a sí mismo por su propia esencia, y con ello trasciende la inmediatez de
la realidad dada". 2
Es así que el ser humano es el ser de la autognosis: es el único ser que
se conoce a sí mismo, que se piensa a sí mismo, que reflexiona sobre sí
mismo. Y ello es así porque el hombre se identifica con y se diferencia de
"el otro": se reconoce en los otros seres humanos, de su entorno, de su
sociedad; es decir, en el sentido de la "otredad" de los seres que son como
él, semejantes, pero distintos.
El reconocimiento del hombre en otros seres debe realizarse en el
espacio -en otras sociedades, culturas, razas, regiones-, pero también
debe realizarse en el tiempo: en la identificación de semejanzas y diferen-
cias, antecedentes y consecuentes que le dan su sentido vital, activo y actual.
Porque... "El creador de la historia es un ser que se crea a sí mismo
históricamente". ¿cómo es que se crea a sí mismo? A partir de lo que está
dado: "La existencia consiste en dar forma a lo recibido por herencia:
herencia biológica y herencia de la cultura. Por tanto, la historia como
pasado es causa contribuyente de la historia como acción actual. El ser
humano tiene una genealogía: existencia es presencia actual del pasado."3
El conocimiento de sí mismo que el hombre realiza al reconocerse en
otros y diferenciarse de ellos, es un discernir. Constituye un primer paso
en el encuentro de la propia identidad: es la identificación de sus caracterís-
ticas propias, únicas, y de las que comparte con otros: genéricas, comuni-
tarias, humanas. "Es la capacidad de objetivar y subjetivar", de que habla
Erich Kahler en la Historia universal del hombre.4
Existe además otra facultad del hombre "que es el eje de todos los
diversos logros y manifestaciones de su civilización. Se trata de la facultad

2 Fausto Hernández Mu1illo, Critica a un progmma de antropología filosófica, México,


Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 1992, p. 2.
3 Eduardo Nícol, La idea del Homúre, México, Fondo de Cultura Económica, 1977 (sección
de Obras de Filosofía), p. 40.
4 Cf. Erich Kahler, Historia Universal del Homúre ., ven. esp.Javier Márquez, México, Fondo
de Cultura Económica, 1943 (sección de Obras de Historia), p. 21.

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ENSEÑAR A PENSAR HISTÓRICAMENTE 217

del hombre de irmás allá de sí mismo, de trascender los límites de su ser físico".
Esta facultad, la de trascender, le permite "entrar en una relación conscien-
te, supracorporal con el no-yo. Al reconocer un no-yo como entidad
distinta, el hombre se coloca en el lugar del otro ser, llega a ser capaz de
sentimientos 'vicarios"'. 5
Esto significa que puede establecer una relación entre él y el mundo a
su alrededor, con la realidad humana y la no humana, pero sobre todo con
la primera. "Es discernir y unir al mismo tiempo. Es la esencia misma de
un ser que se preocupa por algo más que de sí mismo." 6
Quien no se reconoce en otros y no se diferencia de ellos de esta
manera, no vive una existencia plenamente humana. En cierto sentido, se
puede afirmar que se tendría una existencia más alejada de la humanidad
plena y más cercana a la animalidad. Se me ocurre comparar esta situación
con la del gato de casa rica, mascota consentida, al que no le importa su
congénere callejero, hambriento y pateado por el carnicero de la esquina.
En otras palabras, el sentido verdaderamente humano de la vida reside,
en mi concepto, en la preocupación por sí mismo, pero a través de la preocupación
por los otros. Es el sentido de la "otredad", es el discernir y trascender, es la
sublimación de lo humano en el paso del "yo" al "nosotros", en que somos
"nos" y somos "otros".
Es así que, entonces, la conciencia y la asunción de la otredad "me
completa..." , porque el hombre no es sólo por sí mismo, ni es completo por
sí mismo, como bien señalaba Platón en El banquete. "Se encuentra aquí la
estructura dialéctica de la existencia. El individuo está siempre ligado a lo
que no es él mismo. Jamás llega a estar absolutamente desvinculado y
solitario. Eso que nosotros llamamos soledad no es sino una manera de
estar ligado al otro y a las cosas. "7
En este ámbito de posibilidades y carencias del ser humano, la historia
es un conocimiento sine qua non: sólo a través del reconocimiento de los
procesos vivos, vitales, que son mis antecedentes, que me constituyen, me
reconozco como parte de una comunidad, de un entorno cultural. Por
conocer el pasado, entiendo el presente y me ubico en él.
Únicamente de este modo puedo actuar con plena conciencia de mí y
de mi entorno, entender y asumir los procesos sociales y tomar posición
consciente respecto de ellos. Éste es el actuar plenamente humano al que me
he referido antes; ésta es la conciencia histórica que es deber de los historiadores
hacer evidente en los hombres y mujeres de su sociedad.

5 lbidem, p. 40.
6 Jbidem.
7 Eduardo Nicol, "Vocación y libertad", en Ideas de vario linaje, México, Facultad de
Filosofía y Letras, UNAM, 1990 (Seminario de Metafísica, Colegio de Filosofía), p. 285.

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218 HISTORIA DE LA EDUCACIÓN

Enfrentamos aquí entonces otro problema: el deber del historiador. Y


nos situamos, por tanto, en el terreno de la ética, pero también en el de la
epistemología, sin salimos de la ontología en que nos ubicamos al hablar
del ser del hombre ... ¿Por qué hablo del deber del historiador? Lo explico a
partir de un concepto también personal del sentido de la historia, de su
¿para qué?, de su finalidad. Estoy convencida de que la historia es una ciencia
que se cultiva para ser mostrada,- es decir, para ser enseñada.
Pablo Escalante, joven historiador, decía hace un par de años que "El
estudio de la historia implica, entre otras cosas, un esfuerzo por concebir
episodios singulares, el intento de comprender a los hombres de otros
tiempos rodeados de sus circunstancias. Pensar la historia es, al menos en
parte -añadía-, evocar con intensidad y cercanía las realidades pasadas."8
En la misma ocasión otro joven historiador, Ricardo Pérez Monfort, afirma-
ba que, además de la afición a la lectura y la propensión a explicar y
entender asuntos humanos, deben también formar parte del equipo del
historiador "una querencia particular por el detalle y un gusto especial por
lo viejo". 9 Esta inmersión en el pasado, este regodeo, indica un placer
especial, pero no necesariamente un propósito.
Muchas otras ciencias se cultivan para ser aplicadas a fines específicos,
tales como la química en los laboratorios, la física en los espacios siderales
o en los microconductores, la biología en la medicina, y así sucesivamente.
Pero la historia, ¿para qué se investiga? Una vez que el historiador culmina
su búsqueda en archivos insondables, ¿qué hace con sus conocimientos?
¿Dónde vuelca sus conclusiones? Por lo visto, no le queda otro remedio que
darlos a conocer, so pena de quedarse con ellos y arriesgarse a una
intoxicación.
¿Y dónde los da a conocer? Donde puede: en revistas especializadas,
en un sesudo libro escrito al alimón con otros colegas, en publicaciones de
amplia divulgación, en los exclusivos cenáculos de los especialistas ... Y, al
más no haber, como dicen en mi pueblo, "aunque sea" en el aula escolar,
del nivel en el que su fortuna laboral le permita ubicarse.
Lejos de mí la pérfida intención de menospreciar al historiador docen-
te o, dicho en términos más latos, al profesor de historia. Mucho menos
en este homenaje a una historiadora que ha sido una extraordinaria
enseñante. Baste decir que esta devaluación del trabajo docente, tanto en
lo que se refiere a su consideración social como a su compensación
económica, es una constante que ocurre en el mundo capitalista. Interesa
aquí mencionar sólo esta condición con el objeto de completar el panora-

8 Pablo Escalante, "Libros y viajes: el estudio de la historia", en La historia, hoy. Memoria


del Coloquio del Colegio de Histuria, México, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 1993, p. 74.
9 Ricardo Pérez Monfort, "El estudiante de historia", en ibidem, p. 69.

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ENSEÑAR A PENSAR HISTÓRICAMENTE 219

ma del ámbito donde el historiador realiza la difusión de su conocimiento,


y para entender que el análisis de tal difusión del conocimiento histórico
no puede contemplarse desde una perspectiva pedagógica, sino desde el
problema teórico y analítico de la propia disciplina.
"La historia es, en efecto, un saber intelectual que concierne a medios
muy amplios: millones de alumnos frente a su manual, de televidentes que
seleccionan su programa, de lectores de revistas populares, de turistas
º
que visitan un castillo o una catedral." 1 Y aún más allá. La prensa, los
sindicatos, los partidos políticos, los centros de trabajo, el cine, el teatro,
los templos, la familia, la vida cotidiana, en suma, son todos ellos fuentes
de conocimiento histórico, sea en un sentido fáctico y concreto, o como
productores de categorías filosóficas y sociales, que condicionarán la
percepción del presente y del pasado, así como de su proyección hacia el
futuro.
Pero la función del historiador no se limita, no puede limitarse, a la
búsqueda del dato, la captación de los fenómenos, la interpretación de los
hechos o la explicación de los procesos. La labor del historiador no es sólo
la de investigación: "Lo investigado debe ser difundido. Renunciar total-
mente a la comunicación del hallazgo es condenar la investigación a la
esterilidad." 11
Si uno de los propósitos que dan sustento a toda investigación científica
es el de su entrega a la sociedad para su aprovechamiento, es éste su punto
de partida, una de sus bases y, por lo tanto, fundamento de su desarrollo.
El conocimiento histórico, pues, se construye para ser difundido.
Por otra parte, la enseñanza, difusión o transmisión de la historia no se
produce como un mero depósito de conocimientos que pasan del historia-
dor-enseñante al educando que aprende de manera impoluta, inmaculada
y exacta. No. Los procesos educativos, cualquiera que sea la forma que
adopten, llevan siempre un mensaje, una interpretación, una intención,
que parte de quienes conducen tales procesos: los historiadores-enseñantes,
sean conscientes de ello o no.
Es así que la historia que se enseña necesariamente implica la forma-
ción de una manera de percibir ese conocimiento histórico; es decir, implica
la formación de una conciencia histórica, que produce en quien la percibe un
conjunto de nociones sobre sí mismo y el mundo en que se desenvuelve, y
condiciona, en buena medida, su actuación social.
¿En qué consiste la conciencia histórica? Es ésta una de las muchas
interrogantes sobre las que los filósofos de la historia han debatido abun-

10 J ean Chesneaux, ¿Ha.ce1TIQs tabla rasa del pasado? A propósito de la historia y de los
historiadores, u-ad Aurelio Garzón del Camino, 11 ª ed., México, Siglo XXI, 1990, p. 9.
11 Juan Brom, Para comprender la historia, 59ª ed., México, Nuestro Tiempo, 1991, p. 39.

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220 HISTORIA DE LA EDUCACIÓN

dantemente. Quiero echar mi cuarto a espadas en este debate. Para mí la


conciencia histórica se constituye con los elementos siguientes:

1) La noción de que todo presente tiene su origen en el pasado.


2) La idea de que las sociedades no son estáticas sino móviles y, por
tanto, cambian, se transforman, por mecanismos intrínsecos a ellas, e
independientemente de la voluntad de los individuos que las conforman,
constante y permanentemente.
3) La noción de que en esa transformación, los procesos pasados
constituyen las condiciones del presente.
4) La certeza de que yo -cada quien-, como parte de la sociedad,
formo parte del proceso de transformación y por tanto, el pasado me
constituye, forma parte de mí, hace que yo -mi ser social- sea como es.
5) La percepción de que el presente es el pasado del futuro, que yo me
encuentro inmersa en todo ello y, por tanto, soy parcialmente responsable
de la construcción de ese futuro.
6) En otros términos, la certeza de que participo del movimiento
histórico y puedo, si quiero, tomar posición respecto de éste; es decir,
puedo participar en la transformación de la sociedad, de manera consciente.

La integración de una forma de percepción de la historia no necesaria-


mente implica la noción de conciencia histórica que acabo de enunciar. Por
el contrario, sostengo que la mayor parte de las veces el historiador que
muestra la historia, el historiador-que-enseña, no es plenamente consciente de
la forma de percepción de la historia que transmite, independientemente
del ámbito donde se desenvuelve su labor, la forma que asuma o la
metodología que utilice para ello. En otras palabras, afirmo que debido a
esta parcial inconsciencia del historiador-enseñante, no se forma una adecua-
da percepción de la historia en quienes no son historiadores profesionales,
es decir, la mayoría de la población.
En todo caso, es posible que se formen nociones equívocas de la
historia, que pueden incluso conducir al rechazo y aun al odio por el
conocimiento histórico, cuando llega a concebirse como una mera crono-
logía de hechos y fechas, sucesivos o inconexos, pero sin ninguna vincula-
ción con el presente de quien los estudia.
En otra circunstancia, puede también formarse la idea de que la
historia es una novela inventada por el historiador, sin ninguna base de
veracidad, o bien que "la historia la escriben los vencedores", o incluso que
la historia es un conocimiento utilizado por diferentes grupos para justifi-
car su posición o su ambición.
Dado entonces que la difusión de la historia es una actividad que no es
aséptica ni "imparcial", en el sentido positivista del término, más vale que

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ENSEÑAR A PENSAR HISTÓRICAMENTE 221

los historiadores reflexionen de vez en cuando lo más seriamente posible,


sobre el significado de su quehacer. En las postrimerías del milenio pode-
mos afirmar, como lo hacía Edmundo O'Gorman hace ya cincuenta años,
que "El tiempo está muy vencido para que todo historiador, sea cual fuere
su postura filosófica, haga un esfuerzo por cobrar plena conciencia de ella
y, por tanto, del significado y alcance de su actividad cultural." Y añadía:
"Solamente se logrará este fin si se obliga a sí mismo a decir en molde lo
que en conciencia se piensa." 12
Es ésta una obligación de todo aquel que labora con el intelecto, que
disfruta su trabajo y que goza, pese a todo, de una situación privilegiada en
esta injusta división del trabajo en la que nos hallamos inmersos.
Para el historiador implica el compromiso de dar sentido a su quehacer.
Otorgar razón de ser a la propia actividad vital implica no sólo una
justificación utilitaria, sino acatar el fundamento de su actuar para convertir-
lo en norma de conducta y sustento teórico para cada uno de los aspectos,
las afirmaciones y los actos que constituyen su trabajo profesional.
La investigación en la que me empeño ahora está guiada por el
propósito de exhortar a los historiadores a tomar conciencia de esta
situación, por una parte, y por la otra, a indagar el tipo y grado de
conocimientos que sobre la historia tienen algunos sectores de la población
capitalina de nuestro país, así como el tipo y el grado de conciencia
histórica que presentan. Para ello, con el apoyo y la orientación del doctor
Enrique Alduncín Abitia, procedí a elaborar un instrumento de investiga-
ción, en forma de encuesta, que se dividió en dos grandes apartados: el
primero integraba las cuestiones que permitirían identificar a la población
analizada -sexo, edad, lugar de residencia, escolaridad, religión, ocupa-
ción, datos socioeconómicos-, así como la autoidentificación de los encues-
tados -sector social en que se ubican, sentido de pertenencia a una
comunidad, grado de información sobre el país y el mundo.
El segundo apartado abarca cuestiones referentes a la concepción y
conocimiento de la historia, y para integrarlo se elaboraron preguntas
de conocimientos generales sobre la historia de México, algunas en su
relación con el mundo, y otras en las que se indagaban opiniones sobre
procesos, sucesos o personajes históricos.
La encuesta se realizó en la zona metropolitana de la capital mexicana,
es decir, las dieciséis delegaciones del Distrito Federal y catorce municipios
conurbados del Estado de México. Se procuró que la proporción de las
personas encuestadas fuera similar: en las zonas de más densa población
se aplicó la encuesta a 40 personas, y en las menos densamente pobladas se
aplicó a 20, para dar un total de 800 personas.

12 E. O'Gorman, qp. cit., p. XI.

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222 HISTORIA DE LA EDUCACIÓN

Se trató de abarcar todas las edades, desde los 15 años hasta individuos
mayores de 60 años; un tercio de la población encuestada comprende a
jóvenes de 20 a 29 años (33.7%), y en segundo y tercer lugares, muy
cercanos en número y proporción, se encuentran los más jóvenes de 15 a
19 años (20%) y los que tienen entre 35 y 44 años (24%). En mucha menor
proporción se interrogó a personas de edad madura, de entre 45 y 59 años
(10.7%), y de entre 30 y 34 años (8.7%), y sólo en mínima proporción (3%)
se interrogó a personas mayores de 60 años.
Una cantidad muy amplia de los encuestados (77.6%) inició la prima-
ria entre 1958 y 1987; es decir, todos los que de entre ellos cursaron la
primaria, lo hicieron ya con los libros de texto gratuitos, si bien muchos de
ellos -puede suponerse que la mitad- utilizaron los libros de texto elabo-
rados a partir de las reformas educativas de los años setenta.
Una pequeña proporción de los encuestados no tiene ningún estudio
(2% ). Sería necesario considerar también entre los de mínima escolaridad
a quienes cursaron sólo hasta el tercer grado de primaria (4% ), que sumado
al anterior forman, de hecho, 6%, que es ya una proporción significativa.
Me parece también importante señalar que una alta proporción de los
encuestados realizó estudios secundarios (27% ). Quizá puede decirse que
se ha elevado el nivel educativo en el área metropolitana, aunque también
puedo suponer que sólo las personas con un mejor nivel educativo acepta-
ron contestar una encuesta que implicaba demostrar conocimientos adqui-
ridos en la escuela.
Se intentó que la investigación cubriera diferentes estratos sociales, por
lo que se consideró en principio el nivel de ingresos de los encuestados, la
ubicación social en que ellos mismos se colocaron, e incluso su ocupación.
Uno de los problemas que de manera más importante se me presenta-
ron para la instrumentación de la encuesta fue la forma de elaborar
preguntas que me permitieran indagar sobre el grado y el modo en que se
manifiesta la conciencia histórica, en la manera en que la concibo, expre-
sada en otra parte de este trabajo. En cierto modo, todas las preguntas que
integran la encuesta permiten una interpretación que intente precisar tal
forma de conciencia. Sin embargo, sólo ahora, al revisar, analizar y tratar
de evaluar los resultados de la encuesta, se me ocurren otros aspectos que
permitirían integrar una investigación más completa: así, una idea de la
nación y del nacionalismo, de relación con el presente, algunos temas
políticos y otras más.
Para indagar el interés que frente a los problemas sociales de México y
del mundo en general pudieran tener los encuestados, se diseñaron tres
preguntas relativas a la forma en que se enteran de lo que pasa en México,
los periódicos que acostumbran leer y la frecuencia con que se enteran de
las noticias.

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ENSEÑAR A PENSAR HISTÓRICAMENI'E 223

Resulta apabullante, aunque en cierta forma obvio, el porcentaje de


quienes se enteran de las noticias nacionales a través de la televisión: 65%.
Llama la atención, en cambio, el número de los que leen los periódicos
-que yo hubiera pensado que serían menos-: son casi 18%. Por lo contra-
rio, el número de quienes oyen las noticias por la radio -sólo 14. 7% del
total- resulta escaso, pues una de mis hipótesis secundarias era la gran
influencia que ejerce la radio en la población nacional. Será necesario a
futuro, quizá, investigar en la provincia o el medio rural, donde me parece
que la influencia de la radio será mayor.
Finalmente, es un dato curioso el consignar que 2.5% de los encuesta-
dos menciona enterarse de las noticias a través de familiares o amigos.
También es extraño constatar que hay 13 que no mencionan nada.
Entre la población encuestada, ninguno menciona la utilización de
Internet/ computadora para el conocimiento de noticias. No es raro, si se
consideran los índices socioeconómicos y culturales.
El rubro siguiente indica la frecuencia con que las personas se enteran
de las noticias. Parece existir un alto grado de interés por el acontecer
nacional e internacional, en la medida en que más de la mitad de la
población capitalina (57.5%) se entera de las noticias a diario, mientras que
17.6% dicen hacerlo cinco o seis días a la semana, y sólo una proporción
menor (entre 1O y 7 .5%) dicen hacerlo tres o cuatro días a la semana, uno
o dos días a la semana, o induso ocasionalmente.
En el área de datos socioeconómicos se incluyó una pregunta para
explorar el sentido de pertenencia de los interrogados; tiene cierta relación
con las formas de conciencia histórica dada la manera en que se formula la
interrogante. El resultado es curioso: 35% de los encuestados se siente parte
de su familia/barrio/ ciudad/país; en cambio, 31.5% de ellos sólo se sien-
te parte de su familia. Por otro lado, la quinta parte del total se siente parte
de su familia/ ciudad/país, mientras que 12.5% sólo se siente parte de su
familia y su país.
Se confirma, en lo referente a la religión, la profesión de fe católica
que asume la gran mayoría de la población capitalina (81.5%), mientras que
sólo una minoría declara no profesar ninguna religión ( 11.6%), ser protes-
tante (2.4%) o pertenecer a otra religión -sin especificar- (4.5 por ciento).
Una segunda parte de la encuesta -la más importante o significativa-
consistió en la formulación de un conjunto de preguntas con las que intenté
averiguar las características del conocimiento y la conciencia histórica
en esta porción de la población mexicana, con el fin de confirmar algunas
hipótesis sobre las formas de enseñar historia, para proponer algunas alter-
nativas en el mismo sentido, que puedan orientar, en principio, la forma-
ción de los futuros historiadores en los niveles de licenciatura, en la
educación superior de México, y aun más allá, una forma distinta de

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224 HISTORIA DE LA EDUCACIÓN

enseñanza-difusión de la historia, que la convierta en el conocimiento vital


que he propuesto como indispensable para una vida justa, digna y verda-
deramente humana.
Quizá las preguntas con las que se construyó esta parte de la encuesta
no fueron lo suficientemente penetrantes para descubrir el sentido profun-
do de la conciencia histórica de los interrogados, pero intentaré analizarlas
para llegar a algunas conclusiones.
En primer lugar, existe una considerable certeza en pensar la historia
como "todos los hechos humanos del pasado" (40%), aunque es también
importante el número de quienes piensan, de manera más selectiva, que la
historia está constituida sólo por "los hechos humanos pasados que afectan
a las sociedades" (35%). En mucha menor proporción se encuentran
quienes tienen una idea más vaga, o más institucional o "tradicional" y
afirman que la historia es el conjunto de "los hechos humanos más impor-
tantes", sin que se llegue a definir con precisión lo que esto significa (23.4
por ciento). ·
Más de la mitad de los entrevistados afirma que les gusta la historia
-poco más de seis de cada diez-, pero dice que le gusta mucho uno de
cada cuatro, en tanto que les gusta "algo" a 2 de cada diez, y le gusta "poco"
a otra cuarta parte. De este total, la media ponderada es de 63% que se
ubica ligeramente abajo de "les gusta algo".
En este promedio puede observarse una aceptación general de la
historia, puesto que si bien la mayoría de la población no denota un gran
gusto por el conocimiento del pasado, sino sólo mediano, puede afirmarse
que es una parte de la cultura que gusta, y no se rechaza como desagrada-
ble, puesto que quienes de manera más rotunda afirman que "no les gusta"
la historia, son sólo uno de cada quince de los encuestados.
En este último caso, más que el número de las respuestas, es significa-
tiva la proporción que divide su desagrado por la historia entre dos
razones: que es muy aburrida (31%) o que tiene muchas fechas y nombres
(34%), lo que, por otra parte, permite percibir una determinada forma de
concebir la historia -erudita, muerta, alejada de todo interés vital-, segu-
ramente inducida por la manera en que les fue enseñada o mostrada.
El hecho de que la historia se conciba como un conocimiento que
incluye demasiados datos fácticos (de Jactum=hecho) -podría afirmarse,
incluso, que son las fechas las que más desagradan- corresponde a una
forma de enseñanza enquistada en la educación escolar, que recarga su
importancia en la estructura formal, fáctica de la historia.
No hay que desdeñar, así sean escasas, las respuestas que indican que
no les gusta la historia porque "no tiene nada que ver conmigo" (10%) o
porque se refiere a "un pasado que ya murió" (6%). Esto significa que la
gran mayoría de los encuestados sabe que el pasado sí tiene alguna relación

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ENSEÑAR A PENSAR HISTÓRICAMENTE 225

con el presente, y que no está muerto del todo, y sólo una pequeña
proporción no lo concibe así.
También es posible percibir la forma de concebir la historia en las
respuestas de los proclives a su estudio: en proporción similar afirman que
les gusta porque "adquieren cultura" (31 %); porque les "permite conocer
su país" (31 %) y porque les "ayuda a comprender el presente" (35%). En el
primer caso parecería que el conocimiento histórico es sólo un complemen-
to informativo de lo que se suele llamar "cultura general", que permite a
quien la posee alternar socialmente, sin desmerecer en cuanto una forma-
ción académica que se considere aceptable. En cuanto a la segunda y
tercera respuestas, parecen complementarse, en la medida en que, por una
parte, se tiene conciencia plena de que el conocimiento del pasado posi-
bilita la comprensión del presente, en el cual se encuentra inmerso el
propio país.
Por último, la tercera respuesta refleja una noción más profunda y
consciente de la historia, en la que de algún modo se percibe el pasado
como antecedente y causa del presente, por lo cual el conocimiento de lo
que sucedió anteriormente permite entender lo que sucede hoy.
Sólo una muy pequeña parte de los encuestados asegura que le gusta
la historia porque es divertida (2% ), lo cual refleja formas diversas de
percibirla: es claro que en ocasiones la enseñanza o difusión de la historia
se realiza con amenidad, independientemente de la seriedad con que pueda
abordarse su conocimiento objetivo. Parece obvio decir que el carácter
científico o causal de la historia no tiene por qué hacerla aburrida. Quizá
el proponer una respuesta como ésta produce cierta duda o contradicción
en quien responde, pues se pide una sola opción como respuesta.
Se interrogó en seguida por la forma en que se adquiere el conocimien-
to histórico, con dos opciones posibles como respuesta. El resultado es que
la escuela es el lugar donde se adquiere el conocimiento histórico de ma-
nera principal (54%), seguida de los libros (26.5%). Según los datos de
carácter socioeconómico que se registraron al inicio de esta investigación,
encontr;¡mos que casi la mitad de la población tiene entre O y 12 años de
escolaridad, lo que me hace pensar que en los niveles medios de educación
sí se practica la lectura, aunque quizá pueda pensarse también en la lectura
que realizan quienes, sin tener un nivel medio de educación, leen por su
cuenta, sólo por gusto.
Después de estas primeras opciones, las siguientes decrecen consider<f!
blemente, pero la televisión se considera como una posibilidad para saber
de la historia en 7.75% de las respuestas, y los museos con 5.53%, mientras
que las pláticas (informales, con amigos o familiares) y los periódicos,
presentan 2.3%. En cambio, sólo 1% afirma haber oído de la historia en
conferencias, y 0.5% en el cine. Es decir, es escasa la población que asiste a

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226 HISTORIA DE LA EDUCACIÓN

actos culturales, por una parte, y por otra, casi nadie considera que el cine
pueda ser una forma de "aprender" historia, a pesar de la incidencia con
que los temas históricos han permeado el medio cinematográfico actual,
con más o menos buen éxito.
Una de las hipótesis que yo había formulado giraba en torno a la
creciente pérdida de la conciencia histórica de la población mexicana, o a
su decreciente -casi desaparecida- manifestación. Sin embargo, con la
aplicación de esta encuesta parece que debo revocar, al menos en parte, tal
afirmación: 48% de la población encuestada acepta que la historia "ayuda
a entender el mundo en que vivimos", mientras que 36% señala que la
historia "sirve para tener nuevas ideas". Por otra parte, un número menor
afirma que la historia "sólo tiene importancia para el profesor o el historia-
dor" (8% ); que falsea la realidad (6%) o que resulta inútil (casi 2 por ciento).
En el cultivo de la historia se producen diferentes modificaciones en
sus elaboraciones conceptuales, que a lo largo del tiempo se difunden lenta-
mente a través de los avances historiográficos elaborados por los cultivado-
res de la ciencia básica, los historiadores propiamente dichos. Y sólo después de
un largo proceso, tales modificaciones conceptuales permean diversas
formas de mostración del conocimiento histórico.
En esto consiste, sin duda, el proceso de difusión de toda ciencia, que
implica también, irremediablemente, su popularización, al menos en parte.
A ello se debe, también, el proceso de avance en el conocimiento que toda
sociedad experimenta, independientemente de la profundidad con que lo
perciba, la emoción con que lo sienta y la certeza con que lo aplique. Todo
ello depende de otras condiciones -psicológicas, sociológicas, jurídicas,
políticas- que np ~s el caso, por lo pronto, analizar aquí.
En esta condición reside, también, la particular importancia de los pro-
cesos educativos: su función como vehículo de transmisión entre los culti-
vadores de la ciencia básica -sea la física nuclear, la biotecnología o la
historia- y los más amplios grupos de la población, incluso los más
marginados -o quizá éstos de manera especial-, con el propósito de lograr
el objetivo fundamental de toda ciencia: su utilidad para la socie<l#d, en el
sentido más democrático del término.
Esta explicación precede al análisis de la fase siguiente del instrumento
que apliqué, según el cual la gran mayoría de la población encuestada
reconoce que el objeto de estudio de la historia es "el desarrollo de las
sociedades humanas" (73% ), mientras que sólo 11 % piensa que es "la iden-
tificación de los hechos políticos". Uno de cada diez piensa que la historia
trata de averiguar "la evolución biológica del hombre", y sólo 6% elige
como objeto de estudio de la historia "la antigüedad de los restos fósiles".
De cualquier manera, es notable que 27.3%, casi la tercera parte de la

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ENSEÑAR A PENSAR HISTÓRICAMENTE 227

población encuestada, no pueda distinguir con claridad el auténtico objeto


de estudio de la historia.
Con el propósito de ratificar el conocimiento anterior, otra pregunta
intenta mayor precisión sobre la definición del hecho histórico, con el
resultado de una mayor diversificación de las respuestas: la mitad de la
población entiende que los hechos históricos son los que "afectaron la vida
de uno o más pueblos", en tanto que 18% considera que son los que
"investigan el origen de la vida". Se percibe aquí cierta confusión entre el
sentido de la historia y el conocimiento de la historia natural. En orden
menor, 13% responde que los hechos históricos son los que "hacen los
grandes personajes'', lo que no es extraño, y confirma en cierto modo mi
suposición de una enseñanza de la historia individualista y exaltadora de
los héroes.
En cambio, uno de cada diez concibe que los hechos históricos son los
que "se recuerdan", o los que "investigan el origen de la tierra" (8.7%), lo
que incide quizá de nuevo en la confusión con la historia natural, en tanto
no me parece que pueda tenerse conocimiento suficiente como para
distinguirla de la geología.
Dado que, según las respuestas anteriores, no encontramos en la
población encuestada un conocimiento profundo o sistemático de los mé-
todos y las nociones teóricas de la historia, no debe extrañar que en las
preguntas de carácter teórico o metodológico, las respuestas se orienten en
un sentido más bien "tradicional" o de enseñanza institucional. Así, por tjem-
plo, al preguntar qué debe ser tomado en cuenta principalmente al estudiar
historia, más de la mitad (55%) se inclina por "los documentos, testimonios
o libros", en tanto que sólo 22% elige "el tiempo y el espacio" como puntos
focales para el estudio histórico. De manera también tradicional, y quizá
menos consciente aún, casi 12% concibe los hechos políticos y militares
como aspecto principal para tomar en cuenta en el conocimiento histórico,
mientras que 9% prefiere los fósiles y restos arqueológicos, e incluso una
pequeña proporción (1.6%) elige "el clima y los suelos" como respuesta.
Hay un conocimiento parcial de los aspectos teóricos y metodológicos
de la historia, pero también parece haber una falta de precisión en cuanto
a la definición del conocimiento científico. Así, al preguntar por el tipo de
estudio que es la historia, la mitad de la población se inclina a decir que es
"narrativo", mientras que sólo la cuarta parte de los encuestados afirma
que es un estudio científico, y veinte de cada cien lo conciben como un
estudio heroico. No deja de extrañar que 4% de los encuestados conciba la
historia como un estudio "imaginario", y que 1.4% piense que se trata de
un estudio "poético".
Tres puntos concomitantes en la noción de la historia se refieren a su
inicio, su término y el carácter de importancia del hecho histórico. En

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228 HISTORIA DE LA EDUCACIÓN

cuanto al principio y el fin, hay una proporción equivalente entre una


mentalidad de carácter religioso y una conciencia real: así, casi la mitad de
la población sabe que la historia se inicia con la presencia de los hombres
sobre la Tierra, pero una tercera parte considera que tal comienzo se
produjo "desde que Dios creó al mundo"; un número menor ( 13.4%) coloca
el inicio de la historia "cuando se descubrió la escritura", y algunos
conciben el inicio de la historia "desde el descubrimiento y la conquista"
(4.3%), "cuando los hombres descubrieron la agricultura" (2%), e incluso
"a partir de la Independencia" ( 1.3 por ciento).
En lo que se refiere al fin de la historia, nuevamente encontramos que
la mitad de la población encuestada está bien consciente de que sólo llegará
con el fin del ser humano, pero un importante 41 % ignora cuándo se
producirá tal término, lo que hace pensar, si no en una conceptuación
religiosa, o azarosa, al menos en una mentalidad no científica. En este
mismo aspecto, casi a cinco de cada cien no les interesa cuándo llegará el
fin de la historia, y otros tantos consideran que "ya pasó, hoy sólo se vive el
presente".
En lo que se refiere a los hechos históricos más importantes, las
respuestas variaron de manera bastante cercana, una vez deducida la
primera y mayoritaria que considera a "todos en conjunto" como hechos
históricos importantes (55%). Después, la elección se diversifica entre "los
hechos sociales, como las revoluciones" (10%); "los problemas económicos,
como el trabajo" (9%); "los acontecimientos políticos, como cambios de
gobierno" (8%); "los sucesos militares, como las guerras" (5.6%); "la vida
cotidiana de hombres, mujeres, ancianos y niños" (5%) y, finalmente, la
vida de los grandes hombres (4 por ciento).
Me parece significativo que una amplia mayoría de los interrogados
considere que todos los hechos de la vida social son importantes para la
historia, pues ello indica, contra lo que se expresó en cuestiones anteriores,
que se ha superado en parte la noción de "la historia de bronce", que
mencionaba Luis González, la historia heroica, o de carácter exclusivamen-
te político o militar que se acostumbraba concebir en las formas tradicio-
nales de enseñanza, algunas de las cuales aún prevalecen, en cantidad
mayor a lo deseable.
En un sentido similar se propuso, a la elección de los encuestados, un
hecho histórico de entre seis de la historia de México, que se considerara
el más importante, sin precisar en qué sentido. Del total, 50% optó por
elegir la Independencia de México; en segundo lugar, bastante disminuido
(22%), se eligió la conquista de México, y en tercer sitio (14%) la Constitu-
ción de 1917. De este modo, los tres hechos restantei¡, a saber, el movimien-
to estudiantil de 1968 (9% ), la crisis de 1929 (2.4%) y la expropiación
petrolera (2%), no se consideraron como significativos, si bien la preferen-

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ENSEÑAR A PENSAR HISTÓRICAMENTE 229

cia relativa que tiene el movimiento del 68 puede atribuirse, quizá, al mayor
número de jóvenes que respondieron la encuesta.
Cabe comentar la importancia mayor que reviste la Independencia
como fenómeno histórico significativo para los mexicanos; parece anunciar
cierta conciencia de unidad nacional, en forma de liberación de un domi-
nio extranjero, lo que podría corroborarse al encontrar en segundo lugar
la conquista, que parece indicar la noción de un fenómeno unificador y
significativo para la historia nacional.
A pesar de lo expresado por Federico Reyes Heroles en su interesante
antología Sondear a México, 13 concibo que sí existe, pese a las abismales
diferencias regionales, una conciencia de nación, de nacionalidad y de
nacionalismo, que justamente ha sido forjada por cierta forma de enseñan-
za de la historia, especialmente la que se realiza en los ámbitos escolares,
desde mediados del siglo XIX -por lo menos-, y después de la revolución,
al menos hasta la década de los setenta del presente siglo.
Estrechamente vinculado con los conceptos anteriores se encuentra el
de patria, patriotismo, e incluso patrioterismo -entendido en sentido
peyorativo. Por ello se incluyó una pregunta sobre este tema; no se diseña-
ron más con el fin de no hacer la encuesta demasiado larga y engorrosa.
Las respuestas indican una clara orientación por la respuesta institucional
o tradicional; la aprendida en la escuela y reiterada cotidianamente por las
campañas oficiales de comunicación, a través de los medios masivos de
difusión: al preguntar ¿qué es para usted la patria?, 49% respondió que "el
territorio nacional y el gobierno"; la cuarta parte la concibe como "el lugar
donde nació"; 14% considera que es "la herencia de las tradiciones indíge-
nas", y sólo 8.3% elige como respuesta "el pasado común del pueblo". Aún
hay 3.7% que elige "otros elementos", que habrá que precisar, a partir de
las respuestas que se dieron, específicamente.
Dentro del mismo concepto, y relacionado también con la idea ante-
riormente mencionada -en cuanto al hecho histórico más importante-, un
tercio de los encuestados (36.6%) piensa que México empieza a ser su patria
"cuando conquista su independencia de España" mostrando, a mi parecer,
una idea que se forja con una de las variables de la enseñanza liberal
decimonónica de la historia nacional: la que en aras de superar la pugna
entre indigenistas e hispanistas, coloca el inicio de México como nación
moderna -y por lo tanto como patria-, en la liberación política de la tutela
extranjera.
Por eso precisamente incorporé este elemento al análisis de los concep-
tos teóricos de la historia y de la percepción sobre la identidad nacional y
lo formulé como una pregunta referente a los elementos que constituyen la

13 Federico Reyes Heroles, Sondear a México, México, Océano, 1995.

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230 HISTORIA DE LA EDUCACIÓN

nacionalidad mexicana. En las respuestas poco más de la tercera parte de


los entrevistados (38.6%) optó por definir la nacionalidad mexicana a
partir de elementos tradicionales o institucionales: la bandera, el himno
nacional y la campana de Dolores. Un número ligeramente menor (37%)
eligió el territorio, el gobierno y el pueblo como partes de la nación
mexicana, mientras que 22% concebía que el pasado común, el idioma y la
religión conforman tal concepto. Sólo 2% de los encuestados percibió al
mariachi, el sombrero charro y el folklore como partes fundamentales de
su nación.
La noción de una historia que se inicia con el hombre aflora, sin
embargo, cuando 21.5% de las respuestas dice que la patria empieza a serlo
"cuando llegan sus primeros pobladores, hace 40 mil años", lo cual coincide
con aquel porcentaje mayoritario (casi 50%) que sitúa el origen de la
historia con la presencia de los hombres sobre la Tierra. Es más extraño
encontrar que 18% de las respuestas sitúa el inicio de la patria al término
de la Revolución mexicana, "al constituirse el nuevo Estado'', o 13.5% que
concibe este inicio "al desarrollarse el señorío mexica". Tales preferencias
parecerían indicar una especial atención en los programas y libros de texto
de historia, así como en la forma de su enseñanza-difusión que destaca tales
procesos de la historia nacional como relevantes.
Incluyo en las formas de enseñanza-difusión de la historia no sólo a los
escolares, sino a aquellos que la política educativa -o la ausencia de ella-
coloca en plano destacado: los museos, el discurso político en todas sus
manifestaciones -incluso las campañas propagandísticas de procesos espe-
cíficos-, la propaganda turística, el cine, las telenovelas históricas, etc. A
reserva de realizar una revisión más cuidadosa, me parece que puede
notarse una especial preferencia por los temas de la historia prehispánica
y los referidos a la Revolución mexicana.
De importancia menor, por su número, son las respuestas que eligen
la liberación de la tutela de la Iglesia, en 1857, o el fusilamiento de Maxi-
miliano, como los acontecimientos que marcan el inicio de la patria, 4.5 y
4%, respectivamente. A pesar de ser menores en número, es indicativa la
proporción de una orientación liberal jacobina inserta, seguramente, en los
mismos procedimientos de enseñanza que mencioné anteriormente.
A partir de aquí se inicia otro sector de la encuesta que intenta incidir
más en el conocimiento de temas, sucesos y procesos históricos, más
concretos si puede decirse, aunque también se orienta a indagar la imagen
que de algunos hechos y personajes se tiene entre la población investigada.
Un concepto que constituye una constante en el aprendizaje de la
historia es el de "héroe". No hay duda de que se identifica con él a un
personaje destacado por sobre el resto de la sociedad, si bien los motivos
de su relevancia no siempre son claros. Así, se pueden identificar dos

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ENSEÑAR A PENSAR HISTÓRICAMENTE 231

características que la gente concibe como propias de los héroes: son


individuos que "destacaron porque sus cualidades eran adecuadas al mo-
mento que les tocó vivir" (41%), o bien "individuos que destacaron por su
valor en las batallas" (29% ). Es importante también el número de quienes
piensan que se trata de "personajes de enorme inteligencia, que aportaron
grandes ideas a la humanidad" (20.7%). En mucha menor proporción se
piensa también que los héroes pueden ser "gobernantes con gran poder y
autoridad, que controlaron a los pueblos que gobernaban" (8%) o incluso
'~científicos que produjeron algún invento importante" (1.7 por ciento).
Si bien encontramos en estas respuestas una alta proporción del con-
cepto tradicional, individualista, político y militar, al concebir al héroe
como guerrero, es más notable la conciencia de una ubicación histórica
concreta que destaca cualidades especiales de un individuo que le permiten
una actuación que pueda considerarse heroica.
No deja de ser representativa,· también, la proporción en que se
manifiesta la idea del héroe como "intelectual" (que puede catalogarse
como estadista, artista, filósofo o incluso científico, a pesar de que hay otra
opción para este último, al que puede concebirse como pensador o inven-
tor [1.7%] en una ligera variante), lo que indica quizá un cambio y una
ampliación en los conceptos de promoción individual dentro de la sociedad.
Entre los elementos de conocimiento histórico, que no necesariamente
están vinculados de manera consciente con el conocimiento que se adquie-
re en la escuela, se encuentran los lugares de interés histórico que son cono-
cidos por la población encuestada. Así, los museos por una parte, y los
sitios de importancia histórica por otra, pueden ser conocidos por diversas
razones: el "arsenal" histórico que incorporan; la curiosidad que despier-
tan; la opción que presentan como lugares de recreación para fin de se-
mana o vacaciones; el escaso o nulo costo que implica su visita, y otros más.
A partir de aquí las preguntas que conforman el resto de la encuesta se
refieren a datos del conocimiento histórico, y también a las imágenes que
los encuestados tienen de ciertos personajes y hechos históricos. En reali-
dad, en todas las preguntas se combinan ambos aspectos.
Por ejemplo, al preguntar por las culturas que florecieron en Me-
soamérica, la respuesta mayoritaria (90%) opta por "la olmeca, maya y
teotihuacana" -lo cual muestra un conocimiento preciso del asunto-,
mientras que muy pocos responden en forma errónea: "inca, chibcha y
araucana" (6.3%); "fenicia, egipcia y china" (3.6%); y "germana y visigoda"
( 1 por ciento).
Tal parece que el conocimiento de la historia prehispánica es mayor
que el de algunas otras épocas de la historia de México. Por ejemplo, al
interrogar sobre las funciones de la Inquisición en la Nueva España, dos
son las respuestas que comparten la mayoría: "vigilar la correcta práctica

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232 HISTORIA DE LA EDUCACIÓN

de la religión católica" (47%) y "torturar a los herejes para hacerlos


confesar" (30%). Sorprende sin embargo el amplio número de respuestas
que aseveran que la Inquisición se dedicaba a "perseguir a los indios por
sus prácticas paganas" (16%), sin saber que las Leyes de Indias protegieron
a los indios contra la acción de la Inquisición. Por último, si bien es muy
pequeño el número, llama la atención que haya quien concibe que la
Inquisición tenía como funciones "procurar y administrar justicia" ( 1%),
con total desconocimiento de los órganos de gobierno novohispanos.
De este mismo grupo de preguntas podemos derivar que sí existe un
conocimiento firme de los acontecimientos que la historia oficial marca
como definitivos para el pasado mexicano, a partir de la evaluación de la
interrogante que indaga por el proceso más importante de la historia de
México, en el que la mayoría elige "los movimientos de Independencia,
de Reforma y la Revolución mexicana" (43% ), en tanto que opciones menos
formalmente conducidas e imbuidas pueden tener preferencia, pero en
menor proporción. Así, casi la tercera parte opta por "la lucha del pueblo
mexicano por su libertad".
En todo caso, se puede pensar que la población encuestada orienta su
conciencia histórica en un sentido esencialista, colectivo, genérico y prede-
terminado, que concibe que todo el pueblo mexicano actúa en conjunto en
pos de una meta común, abstracta e indefinida: la libertad. Esta forma de
concebir la historia nacional en cierta forma fue conducida por la histo-
ria oficial, al menos hasta antes de las reformas educativas de los setenta,
tal como se percibe en los libros de texto, y se define en el propio nombre
del llamado Museo del Caracol: "La lucha del pueblo mexicano por su
libertad."
En menor proporción ( 17%) se elige como respuesta "la lucha por
constituir una nación justa y soberana" que, aunque también esencialista,
colectiva y predeterminada, propone una interpretación un tanto más
autónoma y reflexiva sobre el sentido del curso histórico mexicano. En
núinero más reducido, las tres opciones siguientes muestran, sin embargo,
una preferencia que se puede considerar subjetiva, decidida quizá por las
condiciones de vida personal o la forma de aprendizaje escolar de la
historia; así, por "la conquista y colonización de México" opta 7.6%; por
"las rebeliones indígenas durante la colonia", 1.5% y por "las huelgas
obreras de fines de siglo", 1.4 por ciento.
Con el propósito de identificar el conocimiento y la imagen que la
población capitalina podría tener de algunas figuras relevantes de la historia
de México, elegí dos personajes que consideré representativos, particular-
mente para el momento actual: Benito Juárez -en función de su actuación.
en defensa de la soberanía nacional, así como su honestidad en la adminis-
tración pública- y Emiliano Zapata -por su representatividad como diri-

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ENSEÑAR A PENSAR HISTÓRICAMENTE 233

gente de luchas populares, particularmente campesinas e indígenas. La


imagen que ambos personajes tienen entre la población encuestada respon-
de a una interpretación afectuosa, respetuosa y admirativa, si bien no dejan
de ser considerables las respuestas que reflejan una imagen negativa de
ambos personajes.
En este caso, la figura de Benito Juárez es importante porque: "simbo-
liza la honestidad política y la coherencia con sus ideales" (43%). No es de
extrañar que se consideren de manera preferente ambas cualidades como
muy importantes en un gobernante, particularmente en el momento por el
que atraviesa hoy día la política mexicana. No se requiere demasiada
perspicacia, ni tampoco un elevado nivel de escolaridad para percibir la
pertinencia de tales cualidades en un estadista. Por otra parte, en segundo
lugar, poco más de la tercera parte de los encuestados (34.4%) piensa que
la importancia deJuárez radica en que "defendió la soberanía nacional de la
intervención extranjera", consideración que requiere de un mayor conoci-
miento de la historia y de la situación nacional e internacional actual.
En cambio una respuesta capciosa concentró 12%: "protegió a los
indios, a los que consideraba inferiores", mientras que otra, totalmente
negativa, captó 11 % de las respuestas: "combatió ferozmente a la Iglesia y
a la religión".
Esta última opción en la respuesta indica que la enseñanza religiosa,
furiosamente antiliberal, conducida desde los medios eclesiásticos, aún
tiene peso importante en la población mexicana, aunque quizá menos que
en épocas anteriores, previas a los años treinta de este siglo, o bien dentro
del periodo porfiriano.
Por su parte, la figura de Emiliano Zapata tiene mayor y mejor defini-
ción en el conocimiento y en la conciencia histórica de los encuestados, en
tanto que sus respuestas se orientan mayoritariamente, en cuanto a su
importancia, a decir que "luchó por las demandas campesinas en la Revo-
lución" (82%), mientras que sólo 7% sabe que "fue asesinado en Chinameca
por el traidor Guajardo", y a ello atribuyen su importancia. Una proporción
menor de las respuestas (5.6%) supone que derrotó a Obregón en la batalla
de Celaya, mientras que sólo 5% considera que Zapata es importante
porque fue "el caudillo de maleantes y asesinos en el Sur".
Para identificar el grado de conciencia histórica con que los encuesta-
dos relacionan el pasado con el presente, diseñé otras preguntas en las que
se inquiere sobre las razones por las cuales la conquista, la Independencia
y la Revolución mexicana tienen relación con el encuestado; Las respuestas
se orientan mayoritariamente en el sentido de que "la historia forma el
presente y forma parte de nosotros" (72% ), en tanto que 17% opina que
"son grandes sucesos que se conocen en todo el mundo'', mientras que sólo

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234 HISTORIA DE LA EDUCACIÓN

10.8% considera que tales hechos se relacionan con nosotros porque "son
hechos que aprendimos en la escuela".
Lo anterior parece desmentir el supuesto del que partí, sobre que son
cada vez menos los ciudadanos mexicanos que tienen conciencia de que el
pasado constituye el presente, y de que los hechos de la historia forman
parte de nuestra realidad actual.
Con el mismo propósito se interroga acerca de la función de la historia
en el momento actual. Así, la mayor parte de las respuestas se orienta en el
sentido de que el estudio de la historia "es indispensable para construir un
futuro mejor para todos" (64%), pese a que el enunciado de la respuesta es
ambiguo e indefinido. La respuesta siguiente (27%) considera que la
historia "es una materia que sólo sirve para ampliar nuestra cultura gene-
ral", en tanto que se equipara el número de opciones que consideran que
"los problemas actuales se pueden resolver sin necesidad de estudiar sus
antecedentes históricos" (4% ), o que "la historia es una materia menos
importante que las matemáticas" (2.6% ), e incluso que "como se ocupa sólo
del pasado, la historia no tiene ninguna utilidad" (2 por ciento).
En la misma tónica, se interroga sobre la influencia que algunos fenó-
menos del pasado tienen en el momento actual, con el siguiente resultado:
poco más de la tercera parte de las respuestas (39%) admite que en el
México actual "podemos encontrar aún la presencia viva de las antiguas
civilizaciones prehispánicas'', lo que a mi juicio expresa el peso que la
educación escolar, particularmente la primaria, otorga a la enseñanza y
aprendizaje del conocimiento del México antiguo. No me parece muy clara
-dada la forma de la pregunta y la respuesta cuantitativa- la medida en que
los encuestados perciben que se habla de la presencia "viva" de tales
culturas, y es posible que se piense en la existencia de las "ruinas" que se
conocen en todo el territorio nacional.
En segundo lugar (21.4%) se expresa que en el presente de México sólo
es fuerte la influencia cultural de Estados Unidos, lo que no es de extrañar,
dada la evidencia cotidiana de tal influencia en todos los aspectos de la vida
social. Nuevamente me parece difícil percibir si las personas encuestadas
eligen esta opción sólo en la medida de lo que la realidad presenta como
obvio, sin establecer una clara relación con el pasado mexicano -que no se
menciona en esta respuesta.
Casi en la misma proporción (21 %) se piensa que en el México actual
"se observa que la Revolución mexicana no trajo ningún beneficio para el
pueblo", lo cual -es pertinente decirlo- constituye un planteamiento
capcioso, pues al no tener fundamento histórico real, es una visión que
puede compartir gran parte de la población mexicana, en la medida en que
la crisis económica y sus consecuencias se aúnan a la carencia de un
conocimiento preciso y analítico de la historia contemporánea.

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ENSEÑAR A PENSAR HISTÓRICAMENTE 235

"La herencia cultural de los colonizadores españoles casi ha desapare-


cido" es la respuesta que sigue en número (11%), mientras que 8% piensa
que en la actualidad mexicana "no se reconoce la huella de las luchas entre
conservadores y liberales". Ambas respuestas sí demuestran claramente
una falta de conocimiento del pasado tanto como del presente.
Con la misma orientación teórica se formula la siguiente pregunta:
"Los grandes cambios históricos son determinados por..." y se postulan
cinco opciones, a saber:

• El azar y el destino (3.4 por ciento).


• Las fuerzas económicas de la subestructura (8.3 por ciento).
• La acción de las masas populares (25.2 por ciento).
• Los grandes hombres que gobiernan los pueblos (31 por ciento).
• Todos los factores que coinciden en un momento dado (32.3 por ciento).

Me sorprenden en este caso la amplitud y variedad de las respuestas,


que indican, en el último caso, la seriedad de la conciencia histórica, de
quienes saben que el acontecer histórico no está determinado por un solo
factor, pero que está superado por una noción individualista, altamente
determinista de la historia, de quienes conciben que el devenir histórico
está movido por la voluntad de un solo individuo -o varios, pero a final de
cuentas aislados-, como son los gobernantes -y quizá en última instancia
pudiera decirse que "los héroes", a la manera de Carlyle.
De todos modos, también sorprende la alta proporción de quienes
tienen una conciencia más "comunitaria" o de acción colectiva de los
procesos históricos, puesto que llega a ser una cuarta parte de la población
encuestada la que afirma que el cambio histórico está determinado por la
acción colectiva de grandes grupos, "las masas populares", cualquiera que
sea el significado de este enunciado. Y, al mismo tiempo, se encuentra
presente un alto grado de conciencia determinista de la historia, bien sea
en el sentido de poder controlar los procesos, cuando se piensa que el
cambio histórico está determinado por "las fuerzas económicas", o incluso
cuando resulta incontrolable, como debe serlo para quienes piensan que
son "el azar y el destino" los que rigen los cambios.
Una más de las cuestiones que establecen una relación pasado-presente
es la que se refiere al régimen que actualmente gobierna nuestro país, para
cuyo inicio se proponen cuatro opciones para elegir: la mayoría opta por
la que indica que este proceso se inicia "después de la Revolución, con la
Constitución de 1917" (54%). En segundo lugar se colocan quienes eligen
"al terminar el gobierno de Lázaro Cárdenas, en 1940" (20%), en tanto
que la proporción decrece, no demasiado, al escoger "con la conquista de
la Independencia, eri 1821" (14%), y un poco menos cuando la opción

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236 HISTORIA DE LA EDUCACIÓN

elegida es "con la Reforma, por la separación de Estado e Iglesia" (12 por


ciento).
Tengo la impresión de que cuando las preguntas y sus correspondien-
tes respuestas se encuentran más orientadas a una percepción más institu-
cional, escolar u "oficial", el resultado en la selección de la respuesta
"preenseñada" es más ampliamente mayoritario. En cambio, cuando existe
una posibilidad de elegir en función de una aseveración que puede ser
válida, pero no está predeterminada, el ámbito de selección se amplía y se
diversifica, seguramente en función de otras condicionantes de conoci-
miento y conciencia que tenga cada uno de los individuos interrogados
(familiar, diversos niveles escolares, relaciones de trabajo, influencia de los
medios).
El espacio destinado a este trabajo no debe extenderse más. La investi-
gación habrá de ~ontinuar y sus resultados se procesarán en su momento,
para cumplir con el propósito de profundizar sobre las características de
las formas de mostración de la historia, y la elaboración de propuestas para
incrementarlas y lograr su óptima realización, en el sentido ya mencionado.
Por lo pronto, ¿qué puedo deducir de lo aquí expuesto? En principio, el
fortalecimiento de mi convicción en el sentido de que la investigación sobre
las formas y contenidos de la mostración o enseñanza de la historia
constituye una tarea fundamental del quehacer de los historiadores de
todos los lugares y todos los tiempos, como parte de su compromiso con la
consolidación del ser humano. Podemos enunciar tal compromiso parafra-
seando a Pierre Vilar, como la obligación que tiene el historiador de enseñar
a pensar históricamente a quienes no son profesionales del trabajo histórico,
en un mundo tan lleno de interrogantes, dudas y problemas como en el que
vivimos hoy.
La elaboración histórica que he presentado, como señalé anteriormen-
te, forma parte de una investigación mucho más amplia que espero dar a
conocer en breve tiempo y cuyas primicias entrego aquí, como la muestra
más rendida de mi reconocimiento a quien me enseñó el destino más
profundamente humano del quehacer histórico: Josefina Zoraida Vázquez
Vera, a quien honramos ahora, porque honor merece, en un homenaje al
que me uno con gran afecto.

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