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Razones para dejar de decir odio y otras palabras negativas

Párate a pensar un minuto. ¿Cuántas cosas odias a lo largo del día? ¿Odias que
suene el despertador todas las mañanas? ¿Odias el invierno? ¿Odias cuando te
llaman por teléfono mientras ves una película? ¿Odias que te comparen con su
madre?

Si has asentido ante alguna de estas preguntas y además se te han ocurrido por el
camino otra lista alternativa con momentos que odias, es hora de que sepas que
no vas por el buen camino. Lo estás haciendo mal.

Odiar es un sentimiento profundamente negativo y utilizar esta palabra (como


otras en la misma línea) tiene efectos sobre nuestro estado anímico y también
sobre nuestra manera de relacionarnos con los demás. Justo lo contrario de lo que
ocurre con el optimismo, que nos ayuda a alcanzar nuestras metas así como la
felicidad.
Para eliminar esa actitud negativa, lo primero que debemos hacer es borrar esas
palabras de nuestro vocabulario. Y una buena fórmula para ponernos manos a la
obra es conocer las consecuencias que tiene tras de sí tanto 'odio' y tanta 'tengo
que'.

1. Odiar no tiene ningún efecto positivo


Es verdad que el odio es una condición humana. Es un sentimiento más, pero es
mejor mantenernos alejados. "Es una emoción violenta, que nos roba la paz y la
capacidad de disfrutar de nada más. Sentir odio es como sufrir una úlcera",
escribe el psicólogo Manuel Vitutia. Cuando sentimos un dolor así, sólo podemos
centrarnos en él mientras obviamos todo lo que nos rodea. En el caso del odio, lo
que hacemos es ignorar los otros momentos positivos del día. Dedicamos
demasiado tiempo a odiar el sonido del despertador y nos olvidamos de prestarle
atención al amanecer que se presenta tras la ventana.

2. Odiar complica la tarea de ser feliz


"Ir por la vida cargado de odio y rencor es como tener que llevar siempre un
pesado fardo a nuestra espalda que no nos deja ser del todo felices”. Es una de
las ideas que defiende la psicóloga Jennifer Delgado.
"Las personas que utilizan por sistema las palabras negativas en su día a día
("no", "no puedo", "imposible", "quizás", "nunca") suelen tener problemas de
superarse en la vida", afirman Joost Scharrenberg, Digital Media Strategist, en su
artículo La magia de las palabras.
3. Las palabras negativas nos retroalimentan
Cuando utilizamos palabras negativas por sistema, entran en una especie de
bucle o espiral. Las palabras negativas vienen acompañadas de pensamientos
negativos. Pensar en clave de NO, conduce a hablar en clave de NO y
viceversa. Estos patrones tienden a aumentar nuestros niveles de depresión. Un
estudio de la Universidad de Miami llevado a cabo entre individuos deprimidos y
no deprimidos comprobó cómo las palabras negativas pueden arrastrar
literalmente el estado emocional de una persona hacia abajo.

4. Hablando en negativo proyectamos una mala imagen de nosotros


Tanta palabra negativa puede tener consecuencias sobre nuestra imagen y
nuestro círculo de amistades. A la gente no le gusta estar cerca de las personas
que les arrastran hacia abajo en vez de construir hacia arriba y de ahí que
tendamos a separarnos de aquellos que proyecten negatividad.
"Las palabras negativas no solamente funcionan como obstáculo autolimitadores,
sino que a la vez llegan a nuestros interlocutores (aunque sea de manera
inconsciente) e influyen de manera negativa en sus decisiones y su percepción
hacia nosotros", escribe Joost Scharrenberg. "Un buen vendedor sabe esto muy
bien. Le entrenan para evitar las palabras negativas".

5. Entregarse a palabras negativas puede dañar a las personas de alrededor


"Las personas habitualmente negativas también pueden drenar la energía positiva
de la gente en sus círculos sociales". En su libro Cómo tratar con gente negativa,
Catherine Pratt, asegura que las personas negativas pueden provocar que otros
se sienten agotados o incluso deprimidos.
La psicóloga Blanca Fernández Tobar lo explica a la inversa: "Con las palabras
podemos crear un cambio en las actitudes de los demás. Así, utilizando
expresiones del tipo 'lo has hecho muy bien', aunque el trabajo no sea satisfactorio
del todo y haya que hacer algunos cambios, aumenta la motivación de las
personas a la hora de seguir trabajando". En otras palabras, "si con nuestras
palabras generamos una emoción positiva en los demás, podemos aumentar y
reforzar su autoestima, creando un clima a nuestro alrededor mucho más
saludable".
Fernández Tobar explica que esto no significa que no haya que hacer críticas,
pero hay que utilizar cuidadosamente las palabras que usamos. "El resultado
puede ser muy diferente: no es lo mismo decir ‘debes presentarme el informe el
viernes para que lo corrija’ que ‘me gustaría que este informe estuviera para el
viernes y poder verlo juntos con calma’. En la primera fase te impongo una
obligación y queda claro que tú trabajas para mí y tengo yo el control, mientras
que, en la segunda, queriendo decir exactamente lo mismo, no lo planteo como
una obligación y el trabajo es conjunto, somos un equipo", añade.
6. Las palabras negativas funcionan como barreras
Entre un 'lo voy a conseguir' y un 'no creo que lo consiga' hay una enorme
diferencia. "Las palabras negativas no dejan de ser barreras que vamos poniendo
a la obtención de nuestros objetivos", asegura Fernández Tobar. La psicóloga
defiende que cada vez que alguien dice frases como "no puedo conseguir una
medalla de oro en el campeonato" se está dando por seguro que no lo vas a
conseguir. "Tú has sido el primero en poner esos límites, pero si cambias esa
afirmación por 'si me esfuerzo y entreno mucho, sé que puedo conseguirlo', a lo
mejor no lo consigues, pero el camino es menos duro y lo más importante, lo has
disfrutado", concluye.

7. El lenguaje positivo nos alegra el día y nos hace el trabajo más llevadero
Si cada vez que tu jefe te encarga una tarea, piensas '¡qué rollo!' y cada vez que
tienes una tarea pendiente dices 'tengo que...', lo más probable es que se te quiten
las ganas de hacer cualquiera de esas cosas. Cambiar los 'debería' (que hace
referencia a una obligación) por 'me gustaría' (que refleja un deseo), las tareas y
momentos cotidianos se vuelven menos duros. Viéndolo así parece que lo
hacemos porque queremos y no porque nadie nos mande.

Además, añade Fernández Tobar, "si cuando salgo de la ducha por la mañana me
digo, 'hoy estoy estupenda', o 'me siento guapa', es bastante probable que nos
salga una gran sonrisa y elijamos un vestuario que nos favorece un poquito más
que esos vaqueros viejos y ese jersey enorme". Mucho mejor esa actitud que
mirarse al espero y exclamar: '¡Qué mala cara tengo!'.

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