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En el texto ´´En este pueblo no hay ladrones´´ del escritor Colombiano Gabriel García Márquez, se cuenta la historia de
Dámaso, quien por necesidad tuvo que ir a robar una noche y se termina encontrando con un problema que lo lleva al
arrepentimiento y asumir consecuencias inimaginables.
Dámaso sale una noche de su casa a robar un bar, ya que no cuenta con una buena estabilidad económica, situación que
lo lleva a tener la idea de escabullirse en el bar del pueblo en el que vive para robar algo que le sirva para sostenerse y
solo se encuentra con unas bolas de billar a las que él ve de suficiente valor como para llevarlas a casa.
En la vida real nos encontramos con muchos casos similares en los que las personas de muy escasos recursos se ven en
la obligación de robar para poder llevar algo de comer a su hogar. Esta decisión que luego los lleva a un arrepentimiento
ya que no lo hacen por placer, sino que por necesidad. Teniendo en cuenta estas cosas, las personas suelen comerte el
error nuevamente lo que los lleva más allá de un simple arrepentimiento a tener que a asumir consecuencias terribles
por sus actos, como ir a la cárcel y o incluso la muerte.
Para estos casos existen muchas otras alternativas en las que no tengamos que cometer delitos, como buscar un trabajo
digno, pedir ayuda a algún familiar o conocido, e incluso acudir a las autoridades del pueblo para contar su caso y
acceder a una ayuda adicional.
También llama la atención la proliferación de avivatos y oportunistas que ante la desgracia de otros, haciéndose pasar
por víctimas, buscan aprovecharse de la situación y obtener algún beneficio como es el caso de Don Roque que se
aprovechó de Dámaso al decir que le habían robado un dinero que no existía, este hombre pide justicia por algo que no
es completamente cierto y aprovecha lo sucedido en su contra para aumentar el botín de lo robado y dar más
dramatismo y urgencia para atrapar al ladrón y conseguir dinero sin haberlo perdido.
Por otra parte, también se evidencia una fuerte inclinación de la muchedumbre por alimentar rumores y desfigurar la
realidad en versiones extraordinarias y fantásticas, el chisme poner de boca en boca los sucesos del día a día pero los
cuenta como si se tratase de una telenovela amarillista y superficial.
EL CANTINERO INFELIZ
Don Roque, un hombre viejo, o más bien un viejo zorro, vio en los juegos de salón, el licor y las
mujerzuelas, la oportunidad de ganarse la vida sin mayor esfuerzo. Su establecimiento un billar de
medio pelo, un lugar de mala muerte, era su tesoro más preciado. Una mesa de billar, unos naipes
desgastados y unas cuantas botellas en un anaquel lleno de polvo era todo lo que tenía.
Pero a pesar de no tener muchas cosas de valor, una de las más preciadas para él eran unas bolas
de billar ya que le fueron muy difíciles de conseguir, le costaron mucho dinero y tiempo en llegar a
sus manos, así que las cuidaba mucho a pesar de que ya estaban viejas, desgastadas y no tenían
brillo; para un hombre como Don Roque eran de gran valor monetario.
Había clientes habituales, de entre muchos que lo frecuentaban, desde viejos verdes, jóvenes
vaciados, mujeres desesperadas y forasteros incautos. Don Roque no es una santa paloma, desde
sus años mozos ha creído que es más inteligente y sagas que la mayoría de las personas y no
desaprovecha oportunidad para sacar ventaja y beneficio de la ebriedad e inocencia de otros.
Como sucedió en el caso del hurto del billar, no desaprovecharía esa mala noticia, pues vio una gran
oportunidad de conseguir dinero fácil algo que no era nada raro en la personalidad de Don Roque,
que con mentiras sacaría provecho de un robo para robar él también.
Una mañana como cualquier otra al llegar a su billar, vio con asombro cómplice, como la puerta
había sido forzada y de su establecimiento se llevaron tres de los objetos más valiosos e importantes
para sus clientes y para él, las bolas de billar. Al contrario de entristecerlo, vio en este suceso una
más de las oportunidades para sacar ventaja entre los habitantes del pueblo. Usando su momento
de victimización y atención del pueblo hacia él y su terrible situación para sacar provecho de la
lastima que generaba en ese momento.
Esta es una característica compartida entre las personas más perversas, pues suelen aparentar una
posición de desventaja para victimizarse y lograr un beneficio desde la lastima, calculando cada
movimiento y exagerando la situación.
Se le ocurrió que como nadie estaba viendo y nadie sabia lo que realmente tenía en su billar,
inventar que en la caja había doscientos pesos que el ladrón también robó, esperando que su idea
despertara la compasión de la gente y le ayudaran a obtener dinero fácil. Su plan empezó con la
denuncia ante la policía y regando la noticia lo mejor que pudo en todo el pueblo, mostrándose como
victima desamparada.
Lo que sin duda generó consternación y empatía entre los demás habitantes del pueblo, quienes por
solidaridad decidieron acompañarlo en su pena y hacer alarde de sus habilidades como mediocres
investigadores, papel que duro poco pues el sensacionalismo es efímero.
Pasaron meses y hasta ahora, después de la captura de un negro inocente, solo había conseguido
treinta pesos de los doscientos que quería. Su plan no estaba funcionando como él lo pensaba, pero
por vueltas de la vida el ladrón autentico de sus bolas de billar, apareció en la penumbra de la noche
trayendo consigo lo robado, pero también una oportunidad que Don Roque no iba a desaprovechar
para conseguir más dinero fácil.
Aunque le pareció una idiotez por parte del ladrón y un chiste negro por parte del destino, veía como
su suerte cambiaba a su favor, pues días y meses de despertar compasión, surtieron efecto incluso
en el ladrón que sabía que no había nada de dinero en el cajón, pero aun así la culpa lo carcomió.
La hazaña de Don Roque dio como resultado un hombre ahorcado en la plaza a manos del pueblo,
una mujer viuda y despojada de todas sus miserias que para satisfacción de Don Roque tenia bajo el
colchón cien pesos que él atribuyó a su dinero perdido. Al final de todo recuperó sus bolar de billar y
consiguió ciento treinta pesos moviendo únicamente su ingenio malévolo y su lengua viperina.
Conseguía así, salirse con la suya, y en una práctica más de su mórbida astucia, ponía a su favor
una situación que para cualquier otra persona sería una pena sin beneficio alguno. Don Roque no
era un hombre común, era un hombre sagaz con una vida ordinaria.