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JOSÉ LUIS LÓPEZ

luislopez103@hotmail.com

Esta reflexión nace de la corta, pero significativa, experiencia


del autor en la educación sobre derechos humanos y dere-
chos indígenas dirigida a participantes indígenas tanto
de tierras altas como de tierras bajas y a otros partici-
pantes no indígenas1. La intención es rescatar algunas
motivaciones y sueños de los participantes indígenas al
momento de aprender y enseñar sobre el derecho
indígena. Obviamente, esta reflexión también refleja
las propias motivaciones y sueños del autor.

La Memoria Histórica como Punto de Partida


En un curso de derecho indígena y con participantes indíge-
nas no es posible referirnos al presente sin recordar el pasa-
do. Tienen la misma esencia. Se hace memoria del pasado
no porque haya resentimientos acumulados, sino porque para
caminar hacia el futuro dependemos de lo que hayamos
aprendido del pasado. Para los participantes indígenas no
podemos aprender sin referencia a “nuestros abuelos”,
“nuestros mayores”, “nuestros sabios”. En este caso, el pro-
ceso de aprendizaje no supone el conocimiento de algo
nuevo o desconocido, sino la actualización de algo ya sentido
y vivido. Muchas veces son esos sentimientos y vivencias que
afloran en el diálogo sobre el derecho indígena. Es la memo-
ria que se sitúa como primer instrumento pedagógico de
enseñanza.

1 El Centro de Culturas Originarias Kawsay desarrolla cursos anuales, en la


modalidad semipresencial, sobre derechos humanos y derechos indígenas
desde 1999. Es en el marco del trabajo con Kawsay y, a través de la insti-
tución, del trabajo con distintos participantes indígenas de comunidades y
organizaciones que tiene lugar esta reflexión. Doy gracias a todo el equipo
de Kawsay y a los participantes de los cursos por permitirme colaborar con
ellos y aprender de ellos.
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Intentaré, con todas las limitaciones que pueda tener, refle-
jar con algún esquema los contenidos de aquella memoria a
que nos referimos.
En un primer momento salta el hecho de que los pueblos
indígenas somos distintos de la sociedad dominante en
Bolivia. Ya sea por los rasgos físicos, por las diferencias cul-
turales o por quien tiene la posibilidad de hablar más (por
su educación escolarizada y en castellano), nos vemos y
sentimos diferentes. Esta realidad se percibe en el mismo
curso de derecho indígena. La diferencia no sería “chocan-
te” si en lo profundo se trataría de una diferencia entre
iguales, pero no es así. Hay una historia que nos persigue y
hay otra historia que los pueblos indígenas perseguimos.
Me explico:

Es en este proceso que se van formando las


distinciones raciales entre los indígenas y los
no indígenas que hasta ahora subsisten. Era
común en el tiempo de la Colonia considerar
a los indígenas como bárbaros, miserables,
rústicos, ignorantes, sin religión y poco socia-
bles. Se enfatizaba2 la naturaleza “precaria”3
de los indígenas. Esa naturaleza les ganó a
los indígenas el apelativo de “miserables”
(entre los que se encuentran los pobres, las
viudas, los huérfanos, los rústicos y simples).
El considerar a los indígenas como “incapaces
relativos” o “menores” significaba que reque-
rían de una particular protección. Es por ello

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que el indígena común necesitaba de un representante para
sus actuaciones judiciales, y esa tarea se la delegaba al
protector de naturales. Entre los privilegios otorgados a los
indígenas podemos citar: liberarlos de la presunción del
conocimiento de la ley, presunción de libertad, un privilegio
procesal fue el que podían exponer sus pruebas aún
habiendo fenecido el término probatorio, los delitos cometi-
dos por indígenas eran tratados con mayor benignidad, y
otros más4.
El tiempo posterior, la República, no es sino una continua-
ción de lo que la colonia representaba para los pueblos
indígenas. Los pequeños grupos de blancos, criollos e inte-
lectuales, ubicados en los principales centros urbanos, fue-
ron los únicos que pudieron recepcionar las ideas revolucio-
narias de la época republicana. Se conoce que a finales del
siglo XVIII de los casi diez y nueve millones de habitantes
que tenía el continente sólo algo más de tres millones eran
blancos. El resto de la población era iletrada y no participó
activamente de la recepción y discusión de las ideas eman-
cipatorias de la época5.
Sin embargo, hay otra historia que los pueblos indígenas
perseguimos. A esta historia se la puede llamar de “resis-

2 Cfr. ALONSO DE LA PEÑA MONTENEGRO, Itinerario para párrocos de Indios (1668);


edición crítica por C. Baciero, M. Corrales, J.M. García y F. Maseda, CSIC,
Madrid 1995.
3 Se refiere a las condiciones de “miseria” en la que viven los indios: “su comi-
da son unos mal tostados granos de maíz, unas hierbas tan mal cocinadas,
que el mas común condimento que es la sal, les falta; su bebida es un poco
de chicha; su vestido una sola camiseta de jerga; tan menguada, que no les
llega a cubrir las rodillas, ni alcanza a tapar los codos; su cama el duro suelo
aforrado en un áspero cuero de vaca, sin mesa, sin banco, sin manteles, sin
plato, ni escudilla, ni alhaja alguna, con que no necesitan de poner guardas
en su casa, ni aun tener puertas cerradas en ella” (MONTENEGRO p. 385).

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tencia e imaginación”. Se puede suponer que, ya por la
influencia de la Colonia o la República, los sistemas de
organización de los pueblos indígenas habrían desapareci-
do. No es así. De lo contrario no tendría sentido estudiar y
conocer el derecho indígena como tal, porque no existiría.
Vemos y sabemos de la subsistencia de los modos de orga-
nización de los pueblos indígenas, y entre esos modos está
el sistema jurídico indígena o el derecho indígena6. Para los
participantes indígenas es importante reconocer en el pre-
sente la vigencia de sus propios modos de administración
de justicia. Es vital, no sólo para el estudio del derecho
indígena, sino para la construcción de propuestas de cara al
futuro.
En este sentido, la memoria que perseguimos en el curso
de derecho indígena tiene que ver con la cosmovisión que
aún prevalece. Hacer memoria significa también actualizar
lo que aprendimos, lo que nos es transmitido. Significa no
olvidar la visión que tenemos del cosmos. Y, aunque usa-
mos el término de “derecho” que es un concepto
occidental7, lo hacemos

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Cuando se trata el nivel local del derecho indígena los parti-
cipantes, normalmente, no aprenden, sino enseñan. Es
donde afloran las vivencias y experiencias que tienen sobre
las formas de administración del derecho en sus comunida-
des y pueblos9. Es cuando reconocen la capacidad que tie-
nen en sus comunidades para organizarse y para transmitir
valores normativos10. Es, además, el momento en que bus-
can definir con más precisión la identidad que tienen.

un enfoque diatópico y dialogal en el estudio y la enseñanza del pluralismo


jurídico, en Etnicidad y derecho: un diálogo postergado entre los científicos
sociales, UNAM, México 1996, pp. 271-272.
8 No se trata de traducir el concepto de una cultura al lenguaje de otra cul-
tura, sino de guardar la función que un concepto realiza en una cultura para
significar la misma función en otra cultura. A esto Panikkar llama homeo-
morfismo. Cfr. R. PANIKKAR, The Intra-Religius Dialogue, New York, Paulist
Press, 1978.
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En el momento en que se entra a analizar, el
nivel nacional, la Constitución y las leyes
referidas a los derechos de los pueblos indí-
genas, afloran otros sentimientos. Es aquí
donde la identidad de los participantes indí-
genas encuentra su antagónico: el Estado, el
Poder, los blancos, los opresores, los coloni-
zadores o los ricos. Sea para criticar fuerte-
mente al Estado o para cambiarlo, los partici-
pantes indígenas manifiestan su deseo de
aprender el derecho del Estado. Cuando se
profundiza sobre la lógica del funcionamiento
del derecho estatal, aquella lógica individua-
lista y patrimonialista, se generan fuertes
autocríticas. Parece que, de todos modos, hemos sido afec-
tados en las comunidades indígenas y no indígenas por esa
lógica de funcionamiento del derecho estatal.

En ese sentido, el derecho indígena surge y se consolida


como una alternativa de cambio dentro del Estado. Ese es
el presente inflexivo del derecho indígena. Porque es asumi-
do, es aprehendido como argumento de cambios y sueños

9 La Constitución Política del Estado, en el artículo 171, inciso 3, reconoce la


capacidad de las autoridades indígenas para poder administrar justicia según
las “costumbres” tradicionales de los pueblos, siempre que el ejercicio de esa
administración no sea contraria a la Constitución y las leyes. En lo último se
encuentra el gran límite que pone la Constitución a las funciones de las auto-
ridades indígenas y a la libertad de las comunidades para administrar justi-
cia.
10 El artículo 28 del código de procedimiento penal reconoce la capacidad de la
administración de justicia de los pueblos indígenas, denominada justicia
comunitaria, sólo como una forma de extinción de la acción penal. Es decir,
como una forma de resolver un conflicto previo al “juicio”. Entonces, las
autoridades indígenas nunca hacen justicia, simplemente evitan el juicio.

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del futuro. Ahora podemos entrar a lo que consideramos las
perspectivas de la enseñanza del derecho indígena respecto
de la coyuntura en Bolivia.

Ya es Otro el Tiempo Futuro


Estando entre los participantes del curso de dere-
cho indígena hay una sensación de que las cosas
ya son distintas, de que el futuro ya está aquí.
Muchos hablan del futuro, de lo que va ha pasar
en sus comunidades, como si ya lo vivieran. Esta
sensación es una forma de actualizar el futuro.
No es extraño escuchar a los participantes hablar
con fervor sobre los cambios que deben ocurrir
en el país.
En este sentido el estudio del derecho indígena se
convierte en el estudio de una propuesta. Los
participantes afloran aquí sus visiones de derecho, de
Estado, de democracia, de desarrollo, etc. Aunque el punto
de partida de muchas propuestas sea reivindicativo, no eli-
mina el principio de “equilibrio” indígena. Los participantes
indígenas no se conciben solos en este espacio, se conciben
con los demás. En esta lógica del derecho, puesto que no
se puede concebir al derecho indígena como algo aislado
porque prácticamente no lo es, sino es una forma de orga-
nización jurídica que ya ha entrado en relación con la forma
de organización jurídica del Estado, es que encuentra uno
de los argumentos la posibilidad de construir una nueva
estructura de Estado.
Pensar en las formas específicas, concretas de cómo coordi-
nar el derecho indígena con el derecho estatal sin que el
primero esté subordinado y menospreciado por el segundo,
es todavía un camino que recorrer. Sin embargo, a partir
del aprendizaje del derecho indígena se sientan ciertas
bases, no sólo analíticas sino prácticas, que conducen a la
construcción de ese Estado al que podemos llamar intercul-
tural.
Esto ya es una sonsacada mía. Pensar que a partir de la
enseñanza del derecho indígena, tal como lo habíamos con-
tado arriba, se estarían sentando las bases de una reflexión
y de una práctica de la estructura jurídica de lo que pode-
mos llamar un Estado intercultural. Si así fuera, entonces
vale la pena que en todas las carreras de Derecho de las
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Universidades se enseñe el derecho indígena. Y que entre
los participantes de ese proceso siempre estén los indíge-
nas para enseñar y aprender. Que los que no somos indíge-
nas, aprendamos que el derecho no es una ley, una norma,
sino una forma de organizar nuestra sociedad. En este sen-
tido, ya no tiene cabida la frase “la ley no se discute ni se
negocia, se obedece, se acata”, porque, en definitiva, la ley
se construye.

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