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Calidad, formación docente y contextos educativos

En una primera acepción, la RAE (2020) se refiere a calidad como “propiedad o conjunto
de propiedades inherentes a algo, que permiten juzgar su valor”. Así, entendemos que la
calidad de la formación universitaria (y en nuestro caso docente) está en estricta relación
con un conjunto de saberes que de manera sistemática generan un producto final llamado
profesores. ¿Cuáles son, entonces, aquellas “propiedades inherentes” a las que se refiere
la definición en nuestra formación docente? ¿Qué elementos son los que nos configuran
en el espacio universitario como futuros maestros y guías en la formación de nuestros
alumnos y alumnas? En primer lugar, y desde una perspectiva curricular, entendemos la
importancia de una formación constante en nuestra disciplina, indiferente de nuestra
especialidad, desde Matemáticas hasta Música. Una formación que esté actualizada y en
consonancia con las exigencias curriculares ministeriales y del establecimiento de turno. Y
he aquí uno de los principales problemas de nuestro rubro, cuando muchos asumen que
“formación” es el equivalente a “saber”. Pero, ¿qué sucede con aquellos saberes que
parecen anquilosados y difíciles de remover por el peso de la tradición? ¿Podemos
negarnos a renovar nuestros métodos de enseñanza? Difícil resulta, pues, aceptar una
formación universitaria estática que rija nuestro futuro quehacer docente, una formación
que no esté en sintonía con los desafíos que nos propone el acelerado presente en el que
vivimos.

Una formación universitaria que presuma, además, de altos estándares de calidad no


debe desconocer las diversos canales y modo de comunicación que actualmente
utilizamos, tanto estudiantes como profesores. Hace mucho que el saber está en el aire y
basta un par de clicks para acceder a la información. Esto último nos demuestra que la
labor docente hace mucho que dejó de estar centrada en la transmisión de conocimientos.
Por ello, es fundamental que seamos capaces de entender la importancia de nuestro rol
de guías del saber, tarea que, sin lugar a dudas, debemos comprender y desarrollar en
nuestra etapa formativa, en la universidad. Esto último tiene relación con lo que menciona
Erazo (2001) cuando nos habla de la concepción del docente como un “profesional
reflexivo (…) que en vez de limitarse a replicar mecánicamente soluciones ensayadas por
otros para resolver las situaciones que se plantean en la práctica pedagógica, indaga
constantemente soluciones creativas y pertinente a la realidad de los alumnos” (pg. 247).
Finalmente, y muy ligado con lo anterior, es fundamental entender que si bien es cierto
curricularmente poseemos una información clara respecto de nuestra especialidad y las
exigencias mínimas con las que debemos cumplir, no podemos creer que tal currículum
es aplicable de manera unánime en cualquier contexto educacional. Por lo mismo, es
fundamental que nuestra etapa formativa se desarrolle pensando en la existencia de un
sinfín de contextos educativos (favorables o no) y en las particularidades de cada uno de
ellos, sociocultural y económicamente hablando. Desconocer esto último es aceptar la
existencia de una uniformidad en el proceso de enseñanza-aprendizaje, realidad,
naturalmente, inexistente en nuestro contexto escolar como en el resto del mundo.
Bibliografía

 Erazo, M. (2001). Innovación de las prácticas de planificación curricular en la


escuela y en el liceo: una estrategia para la apropiación, contextualización y
complementación de los planes y programas propuestos por el Mineduc.
Pensamiento educativo, 29, 245-275.

 REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Diccionario de la lengua española, 23.ª ed.,


[versión 23.3 en línea]. <https://dle.rae.es> [01 de abril de 2020].

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