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Nonglar REMO BODEI LA VIDA DE LAS COSAS Las cosas representan nudos de relaciones con la vide de los demas, circulos de continuidad entre las generaciones, puentes que conectan historias individuales y colectivas, enlaces entre la civilizacién humana ya naturaleza. Nos instan a prestaraten- cidn a la realidad, 2 hacerla ent nosotros para ox .genar una interioridad de otro mado asfixiante. Muestran, asi mismo, al sujeto en su envés, en su lado més oculto y menos explorado: el del mundo que afluye a él En un viaje sorprendente que incluye, con litida coherencia, la vision de fos clésicos del pensamiento y el andlisis de las obras de arte, este libro aborda temas como el fetichismo, Ia memoria de las cosas, el surgimiento de las grandes tiendas, fa nostalgia del pasado y las «naturalezas muertas» hola desas del siglo XVI nse ee Tee ne ec ce pon eee a a eS eee eee eee ee eee ee eee esperanza, felicidad. Filosofia y uso politico, La forma de fo ae ee et ee ae Amorrortujeditore: a oansaa ee 2 a 8 8 ia a 4 5 a a a 8 a ° 2 a @ ING alee editor Coleccién Némadas Pierre Alri, Bosca wa rae “Alain faioe, Dew dss oscuro, Sobre fn del verdad de Esado ‘iain Bacon, bien Tab, Lala ye acontccmionto ego dena ‘Breve inroduscia se filosolia de Asin Badion Alain Badion Slavoj Zit, Fosotnyacusidnd El debate ‘Al don’ Born Ey Hedger ln, ks ee los Alain Badion y Barbara Casin, No ny relacién sexual. Dos leciones sobre “Uétourdir de Lacan Jean Bailar, El compos del ate. Hos y dessin esas fem Bode ta vids te bs coms Georges Chabon, Eoteistas con Claude Lévi-Strauss Hiatte Cc, La legac a To exc Jacques Derrida, Aprender poe fin a vive (ateevita con Jean Beboun) Jacqes Derrida, Carneros ldiloge iintcrumpids entre dos nit st ‘oc Jacques Deride, Otobiogratas. La enehanaa de Nietsche y la poltic dl ‘tombre propio Jacques Dede, khéra Jactnes Deri, Pasones Jacques Derrida, Salvo el nombre Roberto Eaposto, El dspostve dela persona ‘Alain Finkieliranty Peter Soterdi Los ides dl nundo, Diloga Martin Hetdegger, La pobreza More fmeneasLa'quetel el vce coneroporinco Mauricio Laiarai a fibrica del hombre endeudado. Ensayo sbre fa con- ‘icon noliberal Pere Legente, Donsniam Munch El Imperio del Management Pere Legendre Eitaj. Disceto a ovene atacanes sobre la clea aig ar eg, La is thom oxide Seid de lhe bo Perr Legendre, Lo que Oscidente no ye de Occidene, Conferencas en J pon Jevdic Nancy, ha escacha Jeanie Nancy, neso Jeanie Naney, La nied del etrato Jeanie Naney, La representation probibida Seguio de La Shoah Un sopio Joon Line Nancy, Laverdad dels democracia 7 JeanLire Ney, Tama de edo. ‘Mario Peritn, Contra a conunicaion Mario Penita a sociedad de los snlscros ‘Mario Penta Milsgrosy raumas del comuniacién Jacques Rance, El odo lnsdemocraca Myriam Rent Allnnes, El howe compasional ad Rui Elna. Un desato la osoiay a eoogia ‘Aldo Scbivane, Historia y dest Teter Soret, Derrida, egpco.E problema de la pied ua Duccio Trombador, Convecsiiones Son Fount, Fnsaniontoy Oba, ‘ominiones de ine naira: penor aul Vr, E scent og La vida de las cosas Remo Bodei Amorrortu editores Buenos Aires - Madrid oleccién Némadas La vita delle cose, Remo Bodei (© Gius. Laterza & Figli, 2009. Todos los derechos reservados. Publicado por acuerdo con Marco Vigevani Agenzia Letteraria “Teaducciém: Heber Cardoso {© Todos los derechos de la edicién en castellano reservados por Amorrortu editores Espatia S.L., C/Loper de Hoyos 15, 3° izquierda 28006 Madeid “Amorrortu editores S.A, Paraguay 1225, 7° piso - C1OS7AAS Buenos Ales ‘wwwamorrortueditores.com La reprodeccin total o parcial de este libro en forma idéntiea 0 modi- ficada por cualquier medio mecinico,electrénico 0 informstico, incha- yyendo forocopia, grabacin,digitalizacin o cualquier sistema de alma- ‘Senamiento y recuperscién de informacion, no autorkzada por los edi- rores, viola derechos reservados. Queda hecho el depésivo que previene la ley n? 11.723, Industria argentina. Made in Argentina ISBN 978-950-518-355-5 (Argentina) ISBN 978-84-610-9044-0 (Espaia) ISBN 978-88-420-8998-8, Roma, edici6n original Bodei, Remo Lavida de las cosas. -1® ed - Buenos Aites : Amorrortu, 2013. 192 ps 20x12 em. (Coleccién Némadas) “Traduecién de: Heber Cardoso ISBN 978-950-518-355-5 (Argentina) ISBN 978-84-610-9044-0 (Espafa) 1, Ciencias Sociales. I. Cardoso, Hieber, trad. 1. Titulo. cop 301 Impreso en los Talleres Grificos Color Efe, Paso 192, Avellaneda, pro- vincia de Buenos Aites, en marzo de 2013, Tirada de esta edicin: 2.000 ejemplares. A Lisa, nilanesa y holandesa, | | indice general i 1 17 21 22 32 3s 43 46 50 5S 62 73 73 80 88 94 98 101 1. Objetos y cosas Preludio, Casi una fantasia Orientarse en el mundo Aprender a distinguir La cosa Entre objeto y sujeto Odjetos huérfanos La madera y la piedra La memoria de las cosas De la obviedad al descubrimiento 1a intencionalidad y la cosa En forma de céntaro 2. Abrirse al mundo Descifrar lo inerte La duracién de las cosas Para cubrir un vacio? La época de las cosas banales Sensaciones de culpa Los lares domésticos 107 114 124 129 129 139 145 153 157 165 187 10 La inflaci6n de la belleza Elarte que salva El dorso de las cosas 3. Naturaleza viva Amar las cosas Entre lo eterno y lo caduco Todos los rostros de Rembrandt Res singulares Hacer hablar a las cosas Bibliograffa Indice de nombres 1. Objetos y cosas Preludio. Casi una fantasia Con saludable efecto de extrafiamiento, presento al comienzo algunos textos de cardcter literario, vo- luntariamente ambientados en épocas lejanas, que nos ayudardn a comprender la génesis de nuestras habituales relaciones con las cosas. Lo hardn al rea- vivar el recuerdo de la sensaci6n que se experimenta cada ver que, al despertarnos, percibimos los objetos de manera atin no focalizada, cuando las cosas, aun- que parezcan desprovistas de sus atributos norma- les, se rmestran disponibles para revestirse de los miltiples estratos de sentido de los que son sucesi- vamenite despojadas cuando se las trata como enti- dades conocidas o simples valores de uso y cambio. Me tefiero en primer término a un breve poema del siglo 1 d.C., largamente atribuido a Virgilio, que describe con eficacia la atmésfera que rodea a las co- sas en su inicial indeterminaci6n, apenas ingresan en la escena del cotidiano espectaculo producido por la irradiacién de la luz, que las sustrae de la ausencia nocturra y las refiere a nosotros. i Remo Bover Se trata del Moretum (La focaccia 0 La pizza riis- tica), en el que un pobre campesino, Simulo, se des- pierta en la oscuridad, «yergue el cuerpo, deja que se deslice poco a poco fuera del misero camastro», y «con mano experta explora las tinieblas inertes y busca el fogén» para reavivar, soplando sobre las ce~ nizas, el tizon ardiente, Una vez atizada la brasa y en- cendida la kimpara de aceite, Simulo pasa de la ex- periencia téctil, que puede prescindir de la luz para reconocer los objetos, a fa vista, que al encuadraslos ¢ identificarlos le permite preparar el frugal desayu- no, la focaccia que da titulo a la obra. Luego del intervalo del sueiio, la vida préctica re~ toma sus derechos y sus ritmos: recomienza la lucha sin fin contra el hambre y la mise a. En el resplan- dor kicteo del alba, junto a la casa, el huerto también recupera su consabida apariencia. La luz ordena en- tonces las cosas y permite distinguir los diversos cul- tivos: «Aqué las coles, ai prosperan lozanas las acel- gas que extienden a lo largo sus hojas [.. .] y ms alla crece el rébano redondo de punta blanca, y la cala- baza que cae pesadamente por efecto de su amplio vientre> [(Virgilio) 1983, 5-8, 71-75).* * Elexto es completamente aut6nomo de ls remisiones ala nu- ‘rida bibliografa inchuia al final det volumen, que esti orientada a sugerir posibles lineas de investigaci6n y de encuadramiento de los problemas. Quien no tenga interés en eventuales profandizaciones ‘ono disponga de tiempo para efectuarlas, pode dejarla a un lado. Incluso renunciando a valorar los instrumentos y las premisas det 12 La vipa De Las cosas Renéce la maravilla ante el surgimiento del sol, ante su victoriosa reaparicién, ante el gradual pasaje desde la oscuridad de la noche hasta el fulgor de la uz nateral, que revela y pinta al mundo en fa multi- plicidad de sus formas y colores. Cuando las tiltimas estrellas palidecen y las fantasmagorfas del suefio se disuelven, la determinacién del dia viene a desenma- rafiar Io que la noche habia confundido. Si antes las estrellas brillaban palpitando en la os- curidad—«In obscura nocte sidera micant» se lee so- bre una jamba del monasterio benedictino de Subia- co—, ahora han desaparecido, y quien dormfa pasa de la disolucién de la habitual solidez del mundo a su recomposicién en un conocido y resistente orden, de la légica alucinatoria del deseo a la prevalencia del éspero principio de realidad. En cada cual, la ela- boracién de los més intimos temores, intereses, es- peranzas, fantasfas (a los cuales, como en una segun- da vida, el suefio les abre paso en historias paralelas Jango tra>ajo que ha evado al libro, no perders el sentido del discurso. Distrutard, més bien, de la ventaja de una lectura mis Aluida, El frecaente empleo de las citas responde a la opeién de hacer hhablae can sa distinguible voz a todos aquellos que partici esa empresa comin representada por cada libro, Las remisiones a Is fuentes (Ineluidas aqui entre corchetes) envian a ln bibliografia medianteel apellide del autor, con el ageegado de las iniciales del nombre en los casos de homoninia, el nfimero de pi rece citado més de un ensayo del mismo autor, el allo de publica ay si apa ign de ls eventual traduceién al italiano. 13 Reno Bovsr alas de la vigilia), cede el paso a la prepotente univo- cidad de la conciencia diurna. El suefio es un fenémeno absolutamente comin ¢ impresionante, que nos deja perplejos hasta el punto de hacernos suponer que algin poder extrafio nos transfiere a otta dimensi6n. Como atraidos por una especial fuerza de gravedad, de manera ciclica so- mos devueltos de otro espacio y otro tiempo al or- den y la continuidad de la vida cotidiana, y de la pér- dida de nosotros mismos, a nuestra propia recupera- cién, Para designar esta reunificacién con nosotros mismos Inego del retorno de cada uno desde el mun- do nocturno, Proust emple6 una imagen que recuet- da a los soldaditos de los juegos infantiles: «Se dice entonces: un suefio de plomo. Y pareceria que du- rante los breves instantes que siguen a dicho sueio nos volviéramos tan s6lo juiciosos nifios de plomo. ‘Ya no se es nadie. ¢Y¥ cémo es posible, en tal caso, al buscar nuestro pensamiento, nuestra personalidad, del mismo modo en que se busca un objeto perdido, que terminemos por hallar precisamente nuestro yo, antes que el de otro? Por qué, cuando nos ponemos a pensar, nunca sucede que otra personalidad distin- ta de la primera se encarne en nosotros? [Proust, Il, 89-90]. Después del paréntesis nocturno, todas las cosas retoman gradualmente la posicién de siempre en el espacio y regresan a un predispuesto casillero mental. Renace el orden de las palabras y de las co- sas: reingresamos a la cotidiana routine, y volvemios La vipa DE LAS cosas a conectarnos con anteriores experiencias, atizando inquietudes amodorradas, mientras las cosas recu- peran su aparente impasibilidad. Asistir cotidianamente al fendmeno por el cual el cielo nozturno se va aclarando, al momento en que la mayorfa de los seres vivos salen de su propio ador- milado recogimiento en si mismos para retomar contactc con el mundo, es para nosotros un aconte- cimiento excepcional. En las sociedades preindus- triales de preponderancia campesina, cuando la no- che atin no habfa sido colonizada por la difusién de Ja iluminaci6n eléctrica, por los turnos de trabajo en las fAbricas, por la prolongacién de las diversiones, nos despertabamos, a lo sumo, con el canto de la «alada centinela» de la mafiana. Los clasicos de la literatura nos ayudan una vez més a reconstruir la atmésfera que envolvia a la mi lenaria experiencia de innumerables individuos que asistian a la transicién de la oscuridad a la luz, luego de la cotidiana resurreccién dela pequefta muerte delsuefio, Veamos primero el modo en que Virgilio y luego Ovidio describen el reposo de todos los seres en la naturaleza aquietada. Dice Virgilio: «Era la no- che, y er la tierra los cuerpos cansados / gozaban del plicido suefto, y se habian calmado los bosques/y el mar tempestuoso, cuando las estrellas giraban / a mi- tad de su decurso, y enmudecfan los campos, los re- bafios y los multicolores / pajaros, y los seres conte- nidos pcr las Iiquidas, / amplias superficies y por las Rego Bovet tierras erizadas de zarzas: entregados al suefio bajo a noche silenciosa / se mitigan las penas y los cora~ zones olvidan las preocupaciones» [Virgilio, Eeida, IV, 522-528]. Ovidio retoma asf este topos: «Una profunda quietud habfa entregado el suefio a hom- bres, pajaros y fieras [...] sin murmullo alguno, in- miéviles estaban las sierpes y kas frondas; htimedo ca~ Haba el aire: solitarias brillaban las estrellas» [Ovi- dio, Metamorfosis, VII, 185-187]. Mucho después, en la poesia de Nicolas Lenau [musicalizada por Fe- lix Mendelssohn Bartholdy, en los Lieder, con el tulo Schilflied op. 71, n. 4] retorna el motivo refe do a los pajaros que palpitan y se agitan en el sucio, inmersos en la profundidad de un cafiaveral, en un inmévil charco nocturno iluminado por la luna. Para la evocacién del despertar en las sociedades premodernas, valga al menos este intenso pasaje to- mado de La muerte de Virgilio, de Hermann Broch, donde la inminente llegada del dfa es anunciada por el tradicional resonar de las cosas del pasado, por la respiracién de los animales y por las ocupaciones y preocupaciones de los hombres que se ditigen al mercado: «La hilera de carros avanzaba con adormi- Jada lentituds se escuchaba el estruendo de las rue~ das sobre el pavimento de la calzada, el crujido de los ejes, el rechinar de las lantas contra el empedra- do del borde, el chitrido de las cadenas y de los arreos; a veces resonaba el resuello jadeante de un buey, a veces retumbaba un somnoliento reclamo 16 La vipa ne Las cosas (.. 4. Larespiracién de las criaturas vi ba la respiracin de la noche y con ellas respiraban Jos campos, los huertos y los frutos, y la respiracién del universo se abria para acoger a las criaturas» [Broch, 267]. jentes surca- Orientarse en el mundo El iltimo texto literario al que acudo, como in- troduccién a cuestiones que demostrardn contar con mayor expesor te6rico, es relativamente més conoci do. Se trata de algunas péginas iniciales de A la bris- queda del tienspo perdido, de Proust, donde el stibito despertar del protagonista en plena noche le produ- ce una completa desorientacién: no sabe dénde se ha- Hla y apenas esta en condiciones de recomponer la unidad y la conciencia de su propio yo. Procura en- ronces situarse de nuevo en el espacio y en el tiempo, recordar la posicién de los muebles y de las paredes, con el propésito de que «las paredes invisibles, al cambiar de posicién segiin la forma de la habitacién imaginada», preparen el reconocimiento del lugar en que se halla, que se presenta al comienzo confuso y recortado por los fluctuantes contornos de los lu- gares recordados. Sucede en un instante; Inego, la conciencia ya despierta recupera el control de la si- tuaci6n,y el pensamiento y la costumbre fijan los es- pacios y los tiempos. 17 Remo Bovet Sin embargo, como residuo apenas perceptible, queda la sospecha, generada por la no inmediata re- construccién de las coordenadas, de que la presunta fijeza de las cosas no es espontinea, sino que refleja esencialmente nuestra rigida organizacién mental: «Quizé la inmovilidad de las cosas que nos rodean sea impuesta por nuestra certeza de que son esas y no otras, por la inmovilidad de nuestro pensamiento frente a ellas» (Proust, I, 8-9]. Con propésito peda- g6gico, para identificarlas, las hemos descarnado, encerrado en su polisemia y clasificado. Al aislarlas de su fondo y de nuestra actividad, al pensarlas, les hemos quitado toda referencia a nosotros, reducién- dolas a entidades materiales que simplemente se nos presentan segin una elemental tipologia predefini- da: «Las palabras nos entregan de las cosas una pe- quefia imagen, nitida y consabida, imagen semejante a las figuras que se cuelgan en las paredes de las es- cuelas para darles a los nifios el ejemplo de lo que es un banco, un pajaro, un hormiguero, cosas concebi- das como iguales a todas las de la misma especie» libid., 468). Al crecer nombramos las cosas, las fijamos en la memoria, las reconocemos, las hacemos actuar en un escenario de rasgos difuminados, y sélo la fami- liaridad lograda a través de estos procesos permite orientarnos y darles un significado. Aprendemos asi a situarlas en un mapa espacial y temporal, a usarlas © renunciar a ellas, a comprarlas o venderlas, a dar- 18 LA vipa DE-LAS cosas Jes valor o desdefiarlas, a amarlas, odiarlas o hacer que resuiten indiferentes. Allllevar a cabo todas estas operaciones, olvida- mos quela percepcién revela ya en las cosas innume- rables diferencias y matices. Por ejemplo, la descrip- ci6n de una simple hoja de papel sobre la mesa po- dria ser infinita: «Cuanto més la miramos, més nos revela sus particularidades. Cada nueva orientacién de mi atencién, de mi andlisis, me hace descubrir una pectliaridad nueva: el borde superior de la hoja se halla ligeramente levantados a la altura de la ter- cera Ifnea, el trazo continuo termina discontinuo.., .» Sartre, 21]. Gracias a esquemas culturales y a inte- reses personales, examinamos s6lo lo que tiene sen- tido e interés para nosotros. Recortamos las cosas del inagotable tel6n de fondo del campo perceptivo y las circunscribimos por medio de las formas suge- ridas por los nombres de nuestra lengua, por las no- ciones incorporadas y por nuestras personales pro- yecciones (circula entre los antropélogos la anécdo- ta del indigena al cual, llevado a una gran ciudad, no le Haman la atencién los palacios, los autobuses ni Jos automéviles, sino un cacho de bananas transpor- tado sobre un carrito, porque tan sélo este episodio se inserta coherentemente en la trama de su expe- riencia). Si se tiene en cuenta la condescendencia de los objetos con respecto a la percepcién, trazar los con- tornos de las cosas significa a menudo —en origen— 19 Remo Boost realizar opciones: «la linea no imita lo visible, sino que “hace visible», dice Klee [eft. Merleau-Ponty, 1989, 32]. En las diversas culturas, la atribucién de nombres a las cosas y la estructura de las clasificacio- nes conceptuales siguen, de hecho, trayectorias es- pecificas sobre la base de los intereses dominantes y los criterios que sirven de guia: para nosotros, la nie~ ve es nieve, mientras que los esquimales tienen dece- nas de nombres para designarla (para ellos resulta vital distinguir sus variadas tipologfas). Por lo tanto, s6lo el acostumbramiento a la obviedad nos hace ol- vidar los procesos que llevan al nombre y a la identi- ficacién de Ja cosa. ‘Asignamos a las cosas un significado de sentido unfyoco con el fin de orientarnos en el mundo, para favorecer el conocimiento tedrico y prictico, pero raspamos de ellas sus miltiples significados y olvida- mos sus valores simbélicos y afectivos. Pensamos en. las cosas del fog6n (en torno al cual tribus o familias se reunieron durante milenios para comentar los acontecimientos del dia y para contar leyendas y f4- bulas) 0, en otras culturas, en las de la estufa, que en Ja China del siglo XIX fue directamente divinizada, convirtiéndose en la «Diosa Estufa», simbolo de la tunidad familiar y del rango social de quien la posefa {cfr, Molotch, 13-14]. A diferencia del radiador, que no produce ning placer a la vista ni recuerda fan- tasfa alguna, [a llama no se reduce a simple fenéme- no de combustida, ni la estufa, en China, a mera fuen- 20 LA VIDA DE LAS COSAS ze de calor. Llamay calor obedecen, por cierto, a pre- cisas leyes fisicas, pero estas no agotan su sentido. Aprencer a distinguir Es ilusorio imaginar que en estos intersticios tempordles entre el suefio y la vigilia es mAs fécil captar, casi por sorpresa, el envés dle las cosas, antes de que adopten su preciso desplazamiento mental y real? ¢O se trata, en cambio, de un lance ingenuo, semejante al de los nifios que se vuelven de pronto para ver si el dngel de la guarda verdaderamente existe? En todos los casos, équé estrategia tedrica es necesario emplear para devolverle al mundo un sentido més pleno, menos aplanado sobre la routine de la cotidianidad 0 menos interesado en el dominio sobre los objetos? La referencia musical a «casi una fantasfa», que he utilizado al comienzo de este libro, sirve no s6lo para denotar Ia presencia de un vago excedente de sentido atin por asignar —que trasluce, ante todo, que las cosas queden normalizadas en el pasaje de la l6gica del suefio a la de la vigilia, de la oscurided a la luz—, sino también para demostrar que Ia fantasia constituye un factor imprescindible en nuestra relacién con las cosas. Acompaia a la in- cesante variacién de nuestras proyecciones sobre el mundo y vuelve a claborar miltiples significados que nuestra especie ha sembrado sobre las cosas. 21 Reno Boost Esta advertencia es necesaria, mas no para urdir el elogio del reencantamiento del mundo o para invi- tar a una regresién al animismo, sino para adherir a Ja propia naturaleza de las cosas. He puesto de relieve el momento del despertar —en apariencia tan insignificante—, precisamente, para favorecer la comprensién del sentido de las co- sas antes de que la costumbre y la funcién tomen la delantera. Sin embargo, recurrir a esta experiencia sélo basta para hacer plausible la idea de que atafe a las cosas una virtual e indefinida multiplicidad de significados, pero no explica como ocurre esto. Para comprenderlo, en primer lugar, cabe reconstruir analiticamente un vocabulario apropiado, orientado a mostrar no sdlo el modo en que los significados simbélicos, cognitivos y afectivos se cristalizan sobre las cosas, sino también por qué —como bien lo sabia a gran tradicién filos6fica, en tanto que nosotros lo hemos olvidado— estas no forman un agregado im- propio y extrinseco. La cosa Luego de disponer de un minimo de paciencia para afrontar algunas insoslayables cuestiones filo- logicas, relativas a la restauraci6n lingiiistica y con- ceptual del significado de los términos a emplear, se- 14 posible aclarar mejor atin la expresi6n «vida de las 22 La VIDA DE LAS COsAS ‘cosas, para dar asf respuesta al legitimo interrogan- te acerca de cémio 16s objets inanimados pueden te- ner una vida auténoma, moverse, sentir 0 directa- mente pensar y actuar, Dicha paradoja se resuelve no bien queda disipado el equivoco que, escondido en el lenguaje cotidiano, suele infiltrarse también en los conceptos mas sofisticados. El malentendido de- pende dela errénea distincién entre «cosa» y «obje- to», palabras que el tiempo ha confundido, con lo ial se ha producido una serie de malentendidos en, cascada que enturbian tanto el pensamiento filos6fi- co como al sentido comin. Dada la costumbre, de la que resulta dificil apartarse, de interpretar estos dos términos como sinénimos, es licito ceder al uso (al- guna que otra ver lo haré yo mismo) cuando no se corre el riesgo de abrir el paso a los equivocos. El término italiano «cosa» (y sus correlativos en fas lenguas romances) es la contraccién del latin scauusa», 0 sea, aquello que consideramos tan impor- tante’y atrayente como para movilizarnos en su de- fensa (asflo demuestra la expresién «combatir por la cati8a>), Por eso, «res publica» no denota una simple propiedad comin, sino, mas bien, lo esencial de lo que concierne a todos, lo que merece ser discutido ent pablige ¥, én consecuencia, funda el sentido de pertenencia de los ciudadanos a su propia comuni- dad: El adjetivo «publica», de «res publica», parece relacionarse con «pubes», que en latin designa la ple- na madurez de los jévenes/hombres en condiciones 23 Remo Bover de portar las armas, de formar parte del ejército (po: pulus), y, por sucesivas atipliaciones, de todos los ciudadanos empeiiados en la defensa y el incremen- to del bien comin [cfr. Guess, 54-56]. En determinados aspectos, «cosa» es el equiva- lente conceptual del griego «pragma», del latin «res» o del aleman «Sache» (del verbo «suchen», «buscar»), palabras que nada tienen que ver con el objeto fisico en cuanto tal, y ni siquiera con el uso corriente del aleman «Ding» o del inglés «thing» (en contraste con su etimologia, que remite al acto de reunirse para negociar, para tratar determinado asunto o para en- frentar una cuestin decisiva); todas ellas tienen un nexo imprescindible no s6lo con las personas, sino también con la dimensién colectiva de debatir y deli- berar. «Pragina», «Sache», «reso (y, s6lo en su origen, «Ding» y «thing>) remiten a la esencia de lo que se habla o de lo que se piensa y se siente en cuanto nos interesa, «Res» —que conserva el mismo radical del griego «eiro», chablar», como del latin «rhetor»— re mite en su rafz.a lo que se discute porque nos con- cierne. El término «pragma tiene en griego un abanico de significados, que incluye la cuestién, la cosa que me concierne, aquello en lo que me siento implicado en la vida cotidiana, la argumentacion a discutir y a decidir especialmente en tribunales 0 en asamblea, el velar por algo, por el asunto [affare] (en el sentido de algo por hacer). Sus derivados mas relevantes son, 24 La vibA DE LAS COSAS en el campo politico, Ia apragmosyne, la abstenci6n de la vide politica (una actitud no s6lo reprobada, si- no, en ciertos periodos y Estados, sancionada con la pena de muerte), y la polypragmosyne (que en las ciudades democraticas designaba, por el contrario, Ja inclinacién a hacer mucho, a ocuparse de dema- siadas cosas, a inmiscuirse en los asuntos de los otros a instancia de los intrigantes). En el lenguaje filos6fico, «pragma» es incluido pot'Aristételes en tuna expresion, , animal esencial para la supervivencia de la faiilia campesina (ya desde tiempos de Hesiodo, el oikos, casa y familia al mis- mo tiempo, estaba constituido por el «patron que manda», la «mujer» y el «buey para arat») (Los traba- jos y los dfas, 405). Auto to pragma y Sache selbst se dlistinguen de pragma y Sache (ademés, de res y causa), precisa- mente, porque insisten en el proceso de desarrollo automitizo de una verdad entonces alcanzada, que habla en primera persona, mientras que las demés expresiones se refieren, sobre todo, al momento de la discusién y de la bisqueda en curso, a aquel en que la cosa incorpora sus atributos y cobra forma progresivamente en la teorfa y en la praxis. En Hegel, el sentido de Sache y de Sache selbst adquiere una ulterior curvatura, que conserva, sin embargo, el niicleo de los significados presentes en otros contextos y autores. Demuestra que el indivi- duo se realiza al actuar, y también que, armado con li’presuncidn de ser ef tinico que escapa a la mala fe ya la corcupcién ajenas, pretende representar la ‘causa comin» (Sache selbst), cuando en realidad no representa mas que su limitado interés, su causa pri vada (Sache). La Sache selbst, consecuencia del ope- rarde todos y de cada uno, es precisamente aquel re- sultado anénimo del cual todos quisieran aptopiarse 29 Remo Bovet en unaespecie de guerra hobbesiana de todos contra todos, que se desarrolla en el terreno del «reino ani- mal del espfritu», donde el individuo no advierte que est condicionado por el mundo hist6rico y ac- ttia como si estuviera en un mero ambiente natural A diferencia de las sociedades animales, de las abejas o de las hormigas, en las que reina un orden colecti- vo de cooperacién espontanea, los hombres (y esta es su grandeza y su miseria) no anteponen espon- téneamente el interés de la sociedad. Como lo demuestran los modelos que Hegel tie- ne en mente —Ia transfiguracién de los vicios priva- dos en piiblicos, de Mandeville; la concordia discors, de Kant, y la «mano invisible», de Adam Smith—, de la busqueda de la propia ventaja surgen efectos inesperados, porque la hostilidad y la competencia reciproca provocan la movilizacién de las energias individuales y el crecimiento y la maduracién del in- dividuo. Asediado desde todos lados por sus seme- jantes —que aspiran a apropiarse de los mismos bie nes escasos que también tenemos en mira—, cada uno de nosotros esta obligado a elevarse, a orientar- se hacia lo alto como una planta a la que le es negado el espacio para extenderse horizontalmente. En las modernas sociedades basadas en el individualismo y en la competencia, los hombres se sitéan, por lo tanto, entre la animalidad de las necesidades y las su- periores exigencias de colaboracién en la sociedad. No bien la Sache selbst conquista su autonomia 30 “4 LA wpa Dé LAS Cosas —volviéndose objetiva «compenetracién» de la indi- vidualidad y de la realidad concreta—, evapora el autoengafio de quien pretenda personificar la causa comin. En su confluencia, las miiltiples causas pri- vadas trescienden su particularidad y se alzan hasta el nivel colectivo del Geist (wespiritu», entendido como «trabajo universal del género humano», civili- zaci6n). Esto surge de la Sache selbst como su pro- longacién y, en un proceso sin fin hacia el bien co- mitin, stipera las contradicciones en que se enreda la accién de los individuos (cfr. Hegel, 1963, I, 328- 348 (en particular, 345-347), y, desde diversas pers- pectivas: Bloch, 1975, 88-89; Agnoli, y, sobre todo, Balibar}, En la Fenomenologia, el obrar de todos y de cada uno desemboca en la formacién de la «sus- tancia ética», espacio ptiblico, mental y afectivo que se halla en la base de una determinada civilizaci6n, Dicha sustancia est4 en condiciones de dirigir la accién de los individuos porque, al separarse de sus intenciones privadas y transformarse en objetiva, se carga de valor, de una ejemplaridad que la trascien- de (es el caso de las eleyes no escritas» de Antigona y de las promulgadas por la polis de Creonte). ‘Mas en general, fuera de la dimensién ética, la denominada «metafisica clasica» reducia la cosa a los elementos légicamente esenciales, a su concepto «Lo verdadero, para esta metafisica, no eran por en- de las cosas en su inmediatez, sino slo aquellas ele- vadas a la forma del pensamiento, Por eso, tal meta- 31 Remo Boper fisica consideraba que el pensamiento y las determi naciones del pensamiento no eran algo ajeno a los objetos; es més: pensaba que eran su esencia, 0 sea, gue las cosas y el pensar las cosas coincidian en si'y por sf, que el pensamiento en sus determinaciones inmanentes y la naturaleza de las cosas eran un solo y mismo contenido» [Hegel, 1968, I, 26, y cfr. I, 18]. En Hegel, dicha metafisica se transforma fundamen- talmente en ontologia, en sistema capaz de unificar elser y el pensamiento, Por lo tanto, no se conforma con conocer, como en Kant, los fenémenos que se manifiestan a los sentidos y al intelecto por obra de una misteriosa «cosa en sf» («Ding an sich»); quiere conocer la realidad concreta, hacerla hablar con el lenguaje de la Sache selbst. En el plano légico, la on- tologia se articula en categorfas que (con conceptos como «transformarse», «igual» o «diferente>) susten- tan no s6lo toda nuestra representacién, sino tam- bign todo contenido y toda orientacién de nuestra mente, porque son «la red resplandeciente —si se quiere— en la cual llevamos todo el material y me- diante la cual, precisamente, lo volvemos compren- sible» [Hegel, 2007, § 246 Z}. Entre objeto y sujeto «Objeto», en cambio, es un término més reciente, que corresponde a la escoléstica medieval'y parece 32 La VibA DE LAS Cosas recalcar tedricamente el griego «problema», «pro- blema» entendido, ante todo, como el obstéculo que se antepone para la defensa, un impecimento que, al interponerse y obstruir el camino, lo cierra y provo- ca una detencién. En latin, mas exactamente, el tér- mino «obiceren quiere decir «arrojar hacia», «poner por delaates. La necién de objectum (0, en aleman, de Gegen- stand, aquello que esté delante de mf o en contra de mi) implica por lo tanto un desafio, una contraposi- cién con todo cuanto le impide al sujeto sa inmedia- ta afirmacién, con cuanto, precisamente, sus pretensiones de dominio. Presupone una con- frontacién que concluye con una definitiva derrota del objeto, el cual, nego de esta contienda, se halla disponible para la,posesi6n y In manipulacién por el sujeto. La cosa no es el objeto, el obstécullo indeter- minado que tengo frente a mi y que debo abatir 0 eludis, sino un nudo de relaciones en que me siento y estoy implicado, y del que no quiero tener el control exclusivo. Ninguna de estas expresiones —pragma, res, causa 0 Sache—se refiere a los objetos ce mane- ra especifica y exclusiva, sino que cada una remite a la légica, ala investigacioa, ala praxis 0 alas relacio- nes humanas. Como es sabido, la palabra «sujeto» tenfa en su origen un sentido diametralmente opuesto a aquel que hoy acostumbramos atribuirle: designaba preci- samente Jo que en Ia actualidad llamamos «objeto». 33 ‘Reno Bovet El latin «subjectum, que traduce al griego «bypokei- ‘menon», alude a la base que sustenta las cualidades 0 los accidentes de la materia (0, en sentido légico, los predicados de un sujeto). Desde Aristéreles hasta la escolistica, «sujetos» son aquellos a los cuales se les atribuye determinaciones o a quienes ataften estas iiltimas. Para decirlo técnicamente con mayor preci- si6n atin, es el objeto real al que se refieren las deter- minaciones predicables (como ocurre en La metafi- sica de Aristételes, donde «el sujeto es aquello de lo que se puede decir cualquier cosa, pero que, a su vez, no puede ser expresado por ninguna» [VI 3, 1028b36]), o la sustancia, en cuanto a ella atafien cualidades 0 determinaciones (cfr. Tomas de Aqui- no, Suma teoldgica, I, q. 29, a. 2}. Incluso en Locke [H, 23, 1-2], «sujeto» sigue designando al substra- tum o sustento. Aun cuando emplea todavia los términos «suje- to» y «objeto» en sentido escolistico (y lo que mas se asemeja a la subjetividad es aquello que designa sola ‘mens en la tercera de las Meditaciones), se considera a Descartes el iniciador de la subjetividad moderna. En realidad, cuando se le atribuye el gesto inaugural de la modernidad, se tiene en mente el cogito como el lugar de la evidencia incontrovertible que funda todo saber. A partir de su admisién de recitar con mascara en el gran teatro del mundo («larvatus pro- deo», dice), Descartes es presentado frecuentemente como un astuto Prometeo que les regala a los hom- 34 La vipa DE LAs cosas bres la racionalidad y Ia libertad de elegir segiin evi- dencias racionales. Se trata, en realidad, de un objetivo que él consi- deraba demasiado ambicioso. Sélo con Kant, y sobre todo después de Kant, la «subjetividad» se convierte en sinénimo de conciencia y autonomfa individual. Sin embergo, pese a que la distincién entre los dos polos dela subjetividad y de la objetividad se ha es- tabilizado actualmente, atin puede ocurrir que el sig- nificado de los términos «subjetivo» y «objetivor se invierta, Esto vale, sobre todo, cuando nos referi- mos a las sociedades de masas contempordneas y a su conformismo: «Objetivo es el aspecto no contro- vertido del fenémeno, el clisé aceptado sin discu- si6n, la fachada compleja de datos clasificados: es decir, lo subjetivo; pero subjetivo es lo que rompe aquella fachada, lo que penetra en la especifica ex- periencia del objeto, se libera de los prejuicios con- vencionzles y coloca la relacin con el objeto en el lugar de la resolucién de la mayorfa de aquellos que, mas que pensarlo, ni siquiera lo ven: es decir, lo objetivor [Adorno, 1954, 64]. Objetos huérfanos El significado de «cosa» es mas amplio que el de sobjeto», ya que comprende también a personas 0 ideales y, més en general, a todo lo que importa 02 35 ‘Remo Bopet aquello por lo que se tiene mucho interés (0 que se puede discutir en piblico porque concierne al bien comiin, del que conflictivamente también depende el de los individuos). Mientras mantengo a las perso- nas necesariamente en el trasfondo, elijo hablar slo de los objetos «materiales», aquellos elaborados, construidos o inventados por los hombres al trabajar elementos en bruto proporcionados por la natura- Jeza, segin especificos modelos, técnicas y tradicio- nes culturales. Privilegiar la cosa con respecto al su- jeto humano sirve, por otra parte, para mostrar al propio sujeto en su envés, en su lado més oculto y menos frecuentado. Investidos de afectos, conceptos y simbolos que individuos, sociedad e historia pro- yectan, los objetos se convierten en cosas, y se dis- tinguen de las mercaderfas en cuanto simples valores de uso y de intercambio, o expresiones de status symbol (de todos modos, tendré ampliamente en cuenta a las mercaderias, y no s6lo como medio de contraste). £Cémo realizar, empero, una clasificacién de la multiplicidad virtualmente infinita de los objetos, las mercaderias y las cosas que nos rodean, sobre to- do hoy, cuando «los objetos cotidianos [. . .] prolife- ran, las necesidades se multiplican, la produccién acelera el nacimiento y la muerte de los objetos [y] parece que el vocabulario no alcanzara ya para nom- brarlos» [Baudrillard, 1972, 51]? ¢Cémo se produce la transustanciacién de los objetos en cosas? {Como 36 LA VIDA DE LAS COSAS se pasa de la indiferencia o la ignorancia acerca de algo a pensarlo, percibirlo o imaginarlo como dota- do de unz pluralidad de sentidos, capaz de hacer ema- nar de sf sus propios significados? De manera andloga a la técnica diagnéstica lla- mada Quantitative Magnetic Color Imaging (QMC1) para el cerebro u otros érganos, seria magnifico dis- poner idealmente, para cada individuo, de mapas vireuales capaces de resefiar los aspectos de la reali- dad que mas le interesan en cada momento. Se po- fan trazar en rojo sus zonas de mayor participacién cognitivay emotiva, y en diversas graduaciones y pa- rimetros del gris, las dotadas de menor 0 ninguna importancia. Se obtendria una especie de documen- to de ideatidad expandido y se podria asistir al pro- ceso que transforma los objetos en cajas de resonan- cia de nuestras ideas, actividades, pasiones y fantastas. ‘Al igual que fa ramita seca descripta por Stendhal en Del amor (la cual, abandonada durante algdn tiempo en las minas de sal gema de Salzburgo, se cu- bre de espléndidos cristales, como alegorfa de las cualidades que la imaginacién proyecta en la perso- na amada), cualquier objeto es susceptible de recibir investiduras y «desinvestiduras» de sentido, positi- vvas y negativas; de rodearse de un aura o de ser pri vado de ella; de cubrirse de cristales de pensamiento yde afecto o de volver a ser una ramita seca; de enti- quecer o empobrecer nuestro mundo, agregandoles 0 sustrayéndoles valor y significado a las cosas. 37 ‘Remo Bovet Investimos intelectual y afectivamente los obje- tos, les damos sentido y cualidades sentimentales, los envolvemos en modelos de deseos 0 en envolto- rios repugnantes, los enmarcamos en sistemas de re- laciones, los incluimos en historias que podemos re- construir y que se refieren a nosotros 0 a otros: «Las cosas no son s6lo cosas; llevan huellas humanas, son nuestra prolongacién. Los objetos que nos acompa- fian desde hace tiempo son fieles, en su modalidad modesta y leal, como los animales o las plantas que nos rodean. Cada uno tiene una historia y un signi- ficado mezclado con los de las personas que los han utilizado y amado. Juntos, objetos y personas for- man una especie de unidad que sélo se puede des- membrar a duras penas» [Flem, 42]. Pero, éc6mo funcionan y de qué derivan la pro- yecci6n y la distorsién de nuestras investiduras afec- tivas en los objetos? La respuesta, con resultados en gran parte convincentes atin hoy, fue esbozada por Sigmund Freud en Duelo y melancolia. Investimos cargas de libido (cantidad de energia afectiva) de di- versa intensidad en personas, animales, ideales u ob- jetos, cargas que se adhicren estrechamente a su ob- jeto. En caso de que este desaparezca de nuestro ho- rizonte vital (por la muerte de una persona querida, la disolucién de un ideal o la desaparicién de una co- sa que aprecidbamos mucho), dicha carga, ya no an- clada en lo que antes la mantenia y magnetizaba, va- ga sin meta a la biisqueda de una nueva ubicaci6n y, 38 LA VIDA DE Las Cosas al no encontrarla, retroactia impetuosamente tra- tando de forzar a la psique, incapaz de acogerls ¢ in- vestirla de nuevo en otra parte. La aversi6n a desconectarse del vinculo anterior (porque constituiria un acto de infidelidad que trai- ciona a la memoria) puede impedirle largamente a esta eneigia fluctuante encontrar otto objeto de amor sobre el cual volver a volcarse. Se instaura entonces un estado de animo luctuoso, que provoca un vacfo interior e induce a una dolorosa pérdida de interés por el mando, y que en el caso de la melancolfa se re- orienta contra sf mismo a través de procesos de au- toculpabilizacion (cfr. Freud, 103-108]. Este sentido de la caducidad de todo es enfitica- mente expresado por Fernando Pessoa: «Siento al tiempo como si fuera un enorme dolor. Siempre aban- dono todas las cosas con exagerada conmocién. La pobre habitacién alquilada donde he pasado algunos meses, la mesa del albergue de provincia donde es- tuve seis dias, incluso la triste sala de espera de la es- tacién conde pasé dos horas esperando el tren: sf, las cosas buenas de la vida me hacen mal de modo metaffsico cuando las abandono y pienso, con toda la sensibilidad de mis nervios, que no las veré ni las tendré munca més, al menos en aquel preciso y exac- to momento. Se me abre un abismo en el alma y el soplo frio de la hora de Dios me roza el rostro livido. iB] tiempo! iEI pasado! Lo que fue y ya nunca més volverda ser. iLo que tuve y no volveré a tener! iLos 39 Remo Bovst Muertos! Los muertos que me amaron en mi infan- cia, Cuando los recuerdo, mi alma se enfrfa y me siento exiliado de los corazones, solo en la noche de mi mismo, llorando como un mendigo el cerrado silencio de todas las puertas» (Pessoa, 161}. No obstante, a menudo se sale finalmente de las situaciones luctuosas a través de una sobreinvestidu- ra de la libido en un objeto sustitutivo, muevo o antes carente de alguna importancia, como cuando una anciana viuda compensa en forma desmedida la muerte del marido volcando un afecto «excesivo» en un pertito, o como cuando quien ha perdido la fe politica o religiosa abraza con ardor otra y se rebela contra la anterior, con un exceso de celo que ¢s el signo incuestionable de la hucha que ha Ilevado a cabo y que contimia entablando contra su propio pasado. Toda persona administra una cierta cantidad de libido: en términos financieros, es como si gestiona- ra una cartera de inversiones (diferenciada en dep6- sitos bancarios, acciones 0 propiedades inmobilia- rias) que le da seguridad y cuya composicién cambia poco, por lo menos mientras los negocios marchan bien, Fuera de la metéfora, el conjunto de inversio~ nes libidinales refleja las coordenadas de las relacio- nes de cada uno con el mundo, el nexo intencional de inseparabilidad entre él y las cosas. Dichos vincu- los anticipan la formacién de la conciencia critica, como sucede siempre en la relaci6n inicial entre el 40 LA vipa DE Las cosas 10 pequeiio y la madre, 0 como les ocurre a veces a los mayorcitos, que se apegan a la frazada o a la mufeca. Los afectos preceden a los conceptos, para luego entrelazarse con ellos. Cuando el vinculo entre la persona y la cosa se rompe —por muerte de la primera o por pérdida de Ja segunéa—, la aversion a aceptar la desaparicién de cuante amamos revela nuestra initil pero heroica protesta contra el cardcter irreversible del tiempo. Al no poder conservar las cosas, una vez perdidas, nos procuramos en su momento otras que las reem- placen, colocando en otro lugar nuestras investidu- ras afectivas y cognitivas. Esto explica, al menos en parte, el agotamiento o el incremento de sentido 0 de valor que experimentan las cosas gracias a la in- cesante ya menudo inconsciente incorporacién de significados, o a laextincién de estos: los objetos son transformados en cosas, o son degradados de cosas a entidades indiferentes. EI misno fendmeno de investidura afectiva e in- telectual se presenta cuando, a través de una desvia- ci6n, el afecto se orienta a un objeto transaccional, que hace de intermediario y determina que el afecto mismo cambie de rumbo hacia otros objetivos. Suce- de, por ejemplo, que los sufrimientos se atentian gra- cias a los rituales y a la construccién de monumentos funerarios, que si bien tienen la intencién de recor- dar a Jos difuntos, en realidad, contribuyen a que sean olvidados: «con la expresién del dolor, en las 41 ReMo Bovet varias formas de celebracién y de culto a los muer~ tos, se supera el suftimiento al volverlo objetivo. Ast, al procurar que los muertos no estén muertos, co- menzamos efectivamente a hacerlos morit en noso- tos» [Croce, 23-24]. No obstante ello, la muerte de lo que se ama es y seré terrible. No siempre la elabo- racién del duelo consigue compensarla: toda pérdi- da es un tafido anticipado de la iiltima campanada, imita en forma atenuada el momento en que debere- mos abandonarlo todo. Una especifica forma de elaboracién del duelo, que comprende también a las cosas, es aquella en que se hace el inventario de lo que queda en fa casa de nuestros padres luego de la desaparicin de estos. Perduran alli las huellas de su conchuida existencia y de su pasada investidura afectiva, encarnada en objetos que para ellos tenfan significado y no (o atin no) para nosotros: «éCual era el valor de aquel bibe~ lot, de aquel fular, de aquellas acuarelas que mis pa dres no me habfan regalado, de aquel diccionario que les habria sido sil a mis hijos y que no habfan considerado stil ceder, de aquel jartén que habrfan podido alcanzarme sonriendo y que ahora tomaba sin su sontisa?» [Flem, 33-34 y cfr. 97 y sigs.]. En términos generales, es enorme la cantidad de «objetos huérfanos», abandonados por sus anterio- res propietarios, que estamos Hlamados a adoptar, rechazar o ignorar. Se trata de una especie de trans- latio imperii o de metempsicosis que determina gue 42 LA Vis DE LAS cosas pasen de mano y que su vida pueda continuar aun después de la muerte o el alejamiento de quien los custodiaba, A través de los testamentos, las compras o Ja simple recuperacién, se convierten en eslabones de continuidad entre las generaciones, algo de lo que se puede gozar por turno: «Los objetos viven al- ternativas semejantes, Al trasladarse a nuevos pro- pietarios, éconservaran algtin rastro de su vida ante- rior? Imaginarlos en otra parte, en otras manos, para uusos que se superpondrin a los que ya han experi- mentado, no nos deja indiferentes [. ..]. Las cosas no son mauy distintas de las personas o los animales. Los objetos tienen un a Ima, y yo sentia que tenfa el deber de protegerlos de un destino demasiado fu- nesto» [did., 105). La madera y la piedra La descarga de energia libidinal en los objetos puede, en determinadas circunstancias, transfor- marse en fetichismo. Con una especie de sinécdoque (ars pre toto), una prenda de vestir 0 una fotografia se cargan entonces de significado exético omnicom- prensivo, de un excedente de sentido, o—~en el caso de los idolos africanos que le han dado nombre al propio fenémeno del fetichismo [cft. De Brosses; Iacono, 1985; Augé]— de significados vinculados con los cultos y lo religioso en general. 43 Remo Boost El interrogante que inquietaba a los misioneros catélicos en Africa Occidental —cual era la razén de que se adorasen objetos de madera o de piedra (a ve- ces, cubiertos de incrustaciones con aceites vegeta- les, huevos o sangre)— ha sido reformulado por la antropologia contemporanea. En las poblaciones que viven en torno al golfo de Benin, el fetiche es el lugar en el que los espiritus tienen su morada, donde la materia en bruto se con- vierte en sustento de simbolos: «Lo impensable y, en cierto modo, el poder estén del lado de la inercia ruta, de la pura materialidad. Lo natural es, pues, la vida, y esto lleva a pensar que lo sobrenatural est del lado de lo inerte». Si, segtin pensaba Pascal, «el hombre es una cafia que piensa», «qué es una caiia que no piensa? En todos los casos resulta impensa- ble, y para la conciencia, espantoso, escandaloso 0 imposible». En apariencia, el animismo, lo diame~ tralmente opuesto a la materia en bruto, es en parte complementario de ella. Si tiene raz6n Lévi-Strauss al sostener que, desde ek momento en que surgié el lenguaje, el universo debe cargarse de significado, articularse y diversificarse, entonces, por qué «la in- teligencia necesita un minimo de diferencia y de dis- tincién, por qué es necesario [atribuirle] un poco de vida al objeto de la inteligencia». De donde se dedu- ce que si «lo impensable es la materia pura, la homo- geneidad mineral», es obligatorio, pues, «animarlas para comprenderlas, para comenzar a pensarlas. Los 44 La vipa DE Las cosAs “fetichistas”, se decia con estupor, adoran “Ia made- ray la piedra”. No tienen opcidn: piensan» [Augé, 28, 29, 132]. El fetichismo africano evoca In admiraci6n y el sobrecogimiento que deberfamos experimentar ante lo inanimado, ante la materia de la que estan com- puestos los objetos. Estos pertenecen a otro mundo con respecto al de los seres vives, un mundo en si mistericso ¢ impresionante para la imaginacién co- mo lo esel pasaje del cuerpo vivo al cadaver, un mun- do con el que es posible comunicarse, en ka esfera re- ligiosa, s6lo mediante el lenguaje de lo sagrado. Del fetichismo también aprendemos que «en su esfuerzo por conocer el mundo, ef hombre dispone [. . .] siem- pre de un excedente de significacién (que reparte entre las cosas segiin leyes del pensamiento simbdli- co que kes corresponde analizar a los etndlogos y a os lingitistas)» [Lévi-Strauss, LXIX]. Ese «exceden- te de significacidn» —agrego— se distribuye entre las cosas de manera diversa y en desigual medida, dejando en cada una de ellas un residuo no analiza- ble, un haz de vinculos insaturados y de alusiones inefables (no porque no se puedan expresar, sino porque nunca se acabaria de expresarlas) con lo que atin puede ser pensado. 45 Remo Boost La memoria de las cosas Desde los utensilios prehistéricos de piedra, hue- so o madera hasta las primeras producciones en ce- ramica, desde las maquinas hasta los actuales robots, las cosas han recorrido un largo camino junto a nnestra especie, Han cambiado segiin los tiempos, los lugares y las modalidades de claboraci6n; han dependido de historias y tradiciones diversas, y ya sea en forma lenta o brusca, han estado siempre in- vestidas de nuevos valores y cubiertas de nuevos ha- los de sentido. ‘Con mayor 0 menor conciencia, todos conferi- mos significado a las cosas, pero s6lo los artistas lo hacen metédicamente y segiin técnicas o lineamien- tos de investigacién personales. Bllos dan su propia yor a las cosas mudas, ¥ en ocasiones, como sucede frecuentemente con los nifios, incluso simulan que las hacen hablar. Es el caso de los «cipresales» de Carducci en Frente a San Guido, 0 el de aquel en que Cavalcanti les hace decir a sus instrumentos de escri- biry borrar: «Somos las ttistes plumas asustadas las pequefias tijeras y el raspador doliente / y hemos es- crito con dolor / las palabras que habéis escuchado. / / Shora os decimos por qué hemos partido / y hemos Hlegado a vos que aqui estais: la mano que nos diri- gia dice que siente / dudas que en el coraz6n han aparecido» [Cavalcanti, Rimas, XVIL, 1-8, y cfr. Ri gorti, 2004, 45). 46 Sl LA MibA DE LAS Cosas Toda generacién esta rodeada por un’ particular paisaje de objetos que definen una época gracias a las patinas, a los signos y al aroma del tiempo de su nacimiento y de sus modificaciones. A su modo, los objetos crecen y se deterioran, como los vegetales y los animales; se cargan de aftos o de siglos; son cui- dados, atendidos, asistidos, 0 descuidados, olvida- dos y destruidos. Ya en desuso, terminan en los desvanes, en los s6- tanos, en . Sin embargo, en nuestra €poca, la propensién a suprimir las distan- cias en el tiempo y en el espacio no nos distancia de las cosas: «Alli donde hace tiempo se podia llegar sélo luego de semanas y meses de viaje, el hombre llega hoy en una noche de vuelo. Noticias que al- guna vez se recibfan transcurridos unos afios, 0 que simplemente quedaban sin conocer, hoy Hlegan al hombre en un instante, hora tras hora, a través de la radio [. . J. Pero esta prisa por suprimir cualquier distancia no se traduce en una cercania; en efecto, la cercania no consiste en reducir la medida de la dis- tancia, Aquello que, en términos de medicién, re- sulta menos distante de nosotros gracias a las imé- gones del filme 0 a la voz de la radio, puede resultac- nos lejano. Aquello que en términos de distancia nos resulta inmensamente remoto, puede resultarnos cercano. Una pequefia distancia aiin no es cercanta» {Heidegger, 1976, 109-1 10). Con Ja eliminacién: de las grandes distancias (y hoy, se podria agregar, con ared de conexiones establecida por los teléfonos sa- telitales o por Internet, que vuelve indiferente el lu- gar desde el que parte o al que llega el mensaje), todo se vuelve igual y cadticamente cercano y lejano, porque la falsa cercania no consigue reconstruir un orden de las cosas. No sin énfasis, Heidegger llega a parangonar la mezcla de todo, ante Ia falta de distancia, directa- 70 ene LA VIDA DE LAS cosas mente con la explosion de una bomba atémica, que pulverizay funde todas las cosas, atribuyéndole ala ciencia la culpa de esta aniquilacién (u ocultamiento de la «cesicad de la cosa»): «éEste confundirse de to- do en ausencia de distancia no es, acaso, aun més in- quietante que una explosi6n que reduzca todo, en minutos, a fragmentos?> (Heidegger, 1976, 118). Con mayor sobriedad, Walter Benjamin ve en la cancelaci6n del hic et nunc de la obra de arte la desa- Pai a de su autenticidad: «La autenticidad de una cosa integra todo lo que esta implica de transmisible debido asu origen, tanto su duraci6n material como su testimonio hist6rico. Este testimonio, basado en Ja materialidad, es puesto en tela de juicio por la re- produccién, de la que toda materialidad se ha retira- do, Sin duda, s6to el testimonio es afectado, pero en a también la autoridad de la cosa y su peso tradicio- nal» [Benjamin, 1966, 23]. Desdela perspectiva que he elegido, el aura es, en cambio, h percepcidn de la «inasibilidads y del exce- dente de sentido de la cosa, que despliega sus conte- nidos, entregindolos en creciente medida a quien la considera, pero permaneciendo inagotable en su profundidad. 71

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