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La primera generación literaria que se dio en el siglo XX fue la de "La alborada" (1909), y
Rómulo Gallegos es su figura central. Coetáneo con ellos se desarrolló el trabajo novelístico
de José Rafael Pocaterra (1889-1955), cuyas narraciones están más cercanas al naturalismo.
Se le considera la figura esencial de la narración corta venezolana por sus Cuentos grotescos
(1922); sus novelas Vidas oscuras (1916) y La casa de los Abila (1946) se encuentran entre
las mejores que escribió. Contemporánea suya fue Teresa de la Parra, quien noveló en sus
dos únicos libros, Ifigenia (1924) y Memorias de Mamá Blanca (1929), el carácter marginal
en que vivía la mujer venezolana y memoró el fin de un universo vivencial. Durante este
mismo periodo, finales de la década de 1920, Rómulo Gallegos llevó a la madurez la novela
venezolana a través de Doña Bárbara (1929), Cantaclaro (1934) y Canaima (1935).
La poesía del mismo periodo la encabezaron los miembros de la generación de 1918. Entre
ellos se destacan las obras de Fernando Paz Castillo (1893-1981), José Ramos Sucre y Andrés
Eloy Blanco. Como una isla quedó uno de los fundadores de la modernidad poética: Salustio
González Rincones. Durante este periodo la mujer insurgió en el dominio de la literatura. La
lección de Teresa de la Parra fue seguida por singulares poetas como Enriqueta Arvelo
Larriva (1886-1963), Luisa del Valle Silva (1902-1962), Mercedes Bermúdez de Belloso
(1915- ) y una pléyade de narradoras cuya principal figura es Antonia Palacios. Rafael
Angarita Arvelo (1898-1971), sistematizador del sendero de la novela, y Julio Planchart
(1885-1948) se contaron entre los más hondos intérpretes del fenómeno literario en esos
días.
La vanguardia se impuso en Venezuela en torno a 1928 con la publicación del número uno y
único de la revista Válvula. Pese a ello, ya Antonio Arraíz (1903-1962) había abierto el
sendero con su poemario Áspero (1924). Miguel Otero Silva (1908-1985) y Pablo Rojas
Guardia (1909-1978) se contaron entre sus poetas más influyentes.
En la ficción narrativa Julio Garmendia había abierto el sendero del tratamiento fantástico
de la narración corta con La tienda de muñecos (1927). Al año siguiente Arturo Uslar Pietri
ofreció otro modelo de renovación a través de Barrabás y otros relatos (1928) con el cual
inició una de las obras centrales del cuento venezolano.
Poco después, Uslar Pietri enriqueció la novela con Las lanzas coloradas (1931). A él
siguieron novelistas que dejaron su impronta en la narrativa mayor, como Enrique Bernardo
Núñez con Cubagua (1931), Guillermo Meneses con El falso cuaderno de Narciso Espejo
(1953), Miguel Otero Silva con Casas muertas (1954) o La piedra que era Cristo (1984) o
Ramón Díaz Sánchez con Mene (1936) y Cumboto (1950). Durante este mismo periodo
pudieron leerse los primeros ensayos de Mario Briceño Iragorry, Augusto Mijares, Mariano
Picón Salas y del propio Uslar Pietri.
Durante este mismo tiempo se hizo sentir el magisterio crítico del profesor Eduardo Crema
(1892-1974) e inició su labor de intérprete de las letras venezolanas Luis Beltrán Guerrero.
También a finales de la década de 1930 hizo su aparición el poeta y crítico Juan Liscano. Su
obra poética es de las más singulares de la aventura creadora venezolana. Gran animador
del debate cultural a partir de 1936, ha sido el poeta y comentarista Pascual Venegas Filardo
(1911- ). El periodismo literario tuvo su gran iniciador en José Ratto Ciarlo (1904- ), creador
en 1945 de la página de arte de El Nacional.
En 1942 surgió el grupo de poetas que fue bautizado con el nombre de ese año. Aedas
significativos como Juan Beroes, Ana Enriqueta (1918- ), Ida Gramcko, Luz Machado y Luis
Pastori forman parte de esta promoción.
En 1946 apareció el grupo Contrapunto, el cual, si bien tuvo poetas como José Ramón
Medina o Rafael Pineda (1926), contribuyó a la mayoría de edad del cuento. Entre sus
cultores se cuentan verdaderos maestros, como Gustavo Díaz Solís o Héctor Mújica (1927- ).
En esta promoción quien pugnó por innovar la novela fue Andrés Mariño Palacio a través de
Los alegres desahuciados (1948). Sus Ensayos (1967) deben considerarse como la exposición
de aquello que se propuso hacer a través de la prosa de ficción, ya que él fue el crítico de
esta generación. Durante este mismo periodo hay que destacar la obra ensayística de J.L.
Salcedo-Bastardo (1926- ), Guillermo Morón y los críticos Óscar Sambrano Urdaneta, Alexis
Márquez Rodríguez, Efraín Subero (1931- ), Domingo Miliani y Orlando Araujo, cuyas obras
se conocieron a partir de las décadas de 1950 y 1960.
El gran cambio dentro del decir poético se realizó en la década de 1950 a través del libro
Elena y los elementos (1951), del poeta Juan Sánchez Peláez. En esa misma década los
nombres de Rafael José Muñoz y Alfredo Silva (1933) constituyen otros hitos de la poesía, la
cual se eslabonará luego con la de los poetas de la década de 1960.
CONCLUSIÓN
Bibliografías
www.google.com
www.altavista.com
www.monografias.com
http://www.logoscorp.com/oci/cultura8.htm