La seguridad de no volver a escuchar el sonido de su voz
se difuminó hasta desaparecer. Sin esperarlo un viento rodeó su interior antes de que un par de alas atraparan su cuerpo. Totalmente absorto por la situación prefirió creerse enloquecido antes de enterarse de la fatídica realidad que desgarrara su ilusión. En efecto, ahí estaba ella. Deslumbrante, admirable, excelsa, extraordinaria, encantadora… ahí estaba ella en su más tierna expresión provocando las más terribles erupciones volcánicas. Removiendo todas las desesperanzas y volviéndolas a construir. Destruyendo todas las raíces que estabilizan el ser para crear con la fuerza de su energía inmensos agujeros negros donde sólo hay nada. Así es ella. Tan inocente, tan dañina. Así eres tú, mi querida amiga. Tan azul como el ruiseñor azul, como el cielo azul, como el mar azul, como la tormenta azul, como el maremoto azul, como mi alma azul. Así eres tú que insistes, sin saber, en infiltrarte por los poros de mi piel, de mi ser. Para vivificarme o destruirme. Para levantarme o enterrarme. Para… no sé para qué. Sólo sé que ahora arde la sangre que se desplaza por mis venas despertando la tierna pasión que muchos llaman amor.