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HISTORIA DE LA CALCULADORA

Desde hace unos cuarenta años, unas calculadoras electrónicas minúsculas, que reciben el nombre de
calculadoras de bolsillo, debido a su reducido tamaño, han invadido el mercado internacional. Sin cometer
nunca el más mínimo error y con una precisión absolutamente extraordinaria, son capaces de efectuar
cálculos referidos a cientos de cifras y de resolver problemas muy complejos.

Para comprender lo que ha permitido dotar a estas pequeñas máquinas de su asombrosa capacidad, de su
eficiencia, de su velocidad y de su potencia, conviene revisar los progresos recientes de la tecnología
electrónica, a los cuales deben una gran parte de su expansión y de su desarrollo.

Este cuadro constituirá, pues, de alguna manera, la continuación y la conclusión de la historia de las
calculadoras clásicas y permitirá, al mismo tiempo, hacerse una pequeña idea de la evolución tecnológica de
los ordenadores electrónicos, que no hemos abordado en el marco de la presente obra.

Las calculadoras electrónicas de la primera generación

Esta historia empezó, de hecho, a comienzos de los años cuarenta, cuando fueron construidas las primeras
calculadoras electrónicas de tipo clásico.

Una de ellas fue la calculadora experimental electrónica «cuatro operaciones», puesta a punto en 1942 por J.
Desch, H. E. Kniess y H. Mumma, en los laboratorios de NCR en Dayton, Ohio, en Estados Unidos. Sin
embargo, hubo que esperar una docena de años para que se elaborara un producto realmente comercial: las
famosas National Computronic y National Multitronic.

Basadas en el empleo de los tubos de vacío (cuya función esencial era conmutar señales eléctricas para
permitir efectuar las operaciones aritméticas elementales), eran miles de veces más rápidas que las máquinas
de calcular electromecánicas de los años treinta y cuarenta.

Pero esta tecnología todavía era insuficiente y poco fiable: las lámparas eran frágiles, voluminosas,
consumidoras de energía eléctrica, disipadoras de calor de evacuación y, además, muy caras.

Las calculadoras electrónicas de la segunda generación

El paso siguiente se dio en Estados Unidos, al final de los años cincuenta, gracias a un descubrimiento
realizado en diciembre de 1947, en los laboratorios de la Bell Te- lephone, en Nueva Jersey: el transistor,
semiconductor que permitió disminuir muy notablemente la duración del trayecto recorrido por los impulsos
eléctricos en un circuito y disipar, por consiguiente, mucho menos calor.

Utilizando la técnica de los circuitos «impresos» (que combina varios transistores con diversos
condensadores, resistencias y otros elementos eléctricos discretos), las calculadoras electrónicas «cuatro
operaciones» de esta segunda generación pasaron, así, del tamaño de un armario al de una maleta. Y fueron
más rápidas, mucho más fiables y con costes de producción menores que las anteriores.

La primera calculadora basada en esta tecnología fue la Anita, fabricada en 1959 por la firma inglesa Bell
Punch and Co., e introducida en el mercado internacional a partir de 1963. Provista de un teclado completo y
de un visor único que servía sucesivamente para la lectura de los datos y de los resultados, poseía además
doce tubos de neón, colocados uno al lado del otro, en los cuales aparecían las cifras luminosas de esos
datos o de esos resultados.

En 1961 apareció la Friden 130, que poseía un teclado reducido, con un tubo catódico del mismo tipo que el
de los televisores, en cuya pantalla aparecían simultáneamente los datos y los resultados.

La construcción y comercialización de varias máquinas de este tipo configuró una etapa feliz de la industria de
las calculadoras de oficina hasta el final de los años sesenta.

Caracterizadas por un silencio total (y eso era mucho en un momento en que lo normal era tener que aguantar
todo el día el ruido infernal de las antiguas máquinas mecánicas o electromecánicas) y por un funcionamiento
instantáneo, estas máquinas constituyeron casi el ideal que deseaban aquellos que necesariamente las
utilizaban.

Pero seguían siendo bastante caras y grandes; su tamaño equivalía, aproximadamente, al de las cajas
registradoras de los comercios.

Las calculadoras electrónicas de la tercera generación

Mientras tanto, en 1958 se llevó a cabo un importante avance en el campo de los semiconductores, gracias al
descubrimiento del circuito integrado por Jack Kilby, ingeniero americano contratado a partir de ese año por
Texas Instruments (que figuraba entonces entre las firmas electrónicas empeñadas en conseguir una
reducción del tamaño de las máquinas, y que había obtenido un éxito importante al convertirse en la primera
empresa del mundo en fabricar transistores de silicio a gran escala).

Eliminando el empleo de transistores discretos y de conectores mecánicos en los circuitos electrónicos, la


innovación tuvo consecuencias muy importantes, porque permitió que cupieran cientos, incluso miles de
transistores y de condensadores en un cárter que ocupaba un espacio extremadamente limitado.

Es más, cabe señalar que los programas espaciales Mercury, Gemini y Apollo, que se consumaron con el
envío de los primeros hombres a la Luna, probablemente no habrían sido posibles sin esta contribución
fundamental, que por cierto supuso para su autor la National Medal of Sciences.

El circuito integrado es un sólido formado por un metal semiconductor que comprende zonas de tipo diferente,
cada una de ellas con una función determinada (amplificación, operación lógica, conmutación), en un montaje
eléctrico.

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