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Reseña de Prácticas sociales y control territorial en el Caribe colombiano, 1750-1800.

El
caso del contrabando en la península de la Guajira

Es un artículo escrito por Ruth Esther Gutiérrez Meza en la revista Historelo en el año 2011. Ruth
es historiadora y magister en Historia de la Universidad de Cartagena. En su artículo se centra “en
la manera como el control territorial y la disputa por el poder sobre la circulación mercantil
dinamizaron las relaciones sociales de los individuos que habitaron la Guajira colombiana en la
segunda mitad del siglo XVIII”. La hipótesis que sostiene consiste en que “los pobladores de esta
península se favorecieron de la geografía de su territorio para vincularse a las dinámicas de la
circulación mercantil mediante la ejecución de prácticas como el contrabando (42)”

La autora parte de la premisa donde las dinámicas de intercambio que se generaron en el Caribe
durante el siglo XVIII florecieron debido al régimen prohibitivo que sostenía España y que impedía
el libre comercio en el Mar Caribe. Diferentes actores empezaron a crear formas particulares de
asumir el orden impuesto por el Estado Colonial con el fin apropiarse de prácticas de interacción
mercantil y vincularse libremente a los negocios asociados al contrabando (42). Por lo tanto, “ el
anhelado “orden” que las autoridades de la corona intentaban imponer en el Caribe debió
enfrentar la existencia de unos sistemas socioculturales alternos que determinaban las prácticas
cotidianas de la población (…) En ese sentido, se hace referencia al hecho de que la ocupación
española en contacto con la población del Caribe, originó relaciones económicas, políticas y
socioculturales que no obedecieron directamente a la normatividad establecida por la Corona
española sobre los territorios americanos, sino a la construcción de unos entramados cuya
funcionalidad pedagógica serviría de eje a las relaciones entre blancos e indígenas (43) Por lo
tanto, según la autora, España intentó imponer unas lógicas de orden que fueron trasgredidas en las
prácticas de los habitantes. Sin embargo, las leyes Españolas fueron el telón de fondo para que se
desarrollaran nuevas dinámicas de intercambio empeñadas en contrarrestar la desigualdad que
determinó el comercio internacional durante el periodo colonial. Por lo tanto, el contrabando
favorecía “la interacción económica, social y cultural entre los nativos y los extranjeros franceses,
ingleses y holandeses que circundaban esa frontera ofreciéndoles productos que la norma
comercial española no les permitía”(43)

Por otro lado, la autora sostiene que los intereses de la corona se enfocaban en la recolección del
oro y como la guajira no poseía las características para esas actividades, de les dejó en olvido y por
tanto, desde los primeros años de la colonia, contaba con poca o ninguna presencia del Estado
Colonial. Lo cual pudo catapultar el contrabando en esa zona, pues eran intercambios aislados a los
territorios que controlaban los hispanos. “A nuestro juicio, la condición geográfica de la Guajira
ha sido considerada como una característica fundamental para explicar la práctica del
contrabando”(44). Y en geografía se entiende tanto las características de producción económica
como sus coordenadas tropicales frente al mar. El contrabando no es por tanto una práctica que
violentara directamente la vida, pero socava los ingresos y el poderío simbólico de la corona
española. Por lo tanto, la autora está de acuerdo con que el contrabando fue “una práctica social
que respondió a las necesidades de la vida cotidiana y no a la racionalidad económica del sistema
colonialista (Barrera 2000)” (44) Y que sólo fue posible gracias a la superficie geográfica de la
guajira; “la existencia de puntos geográficos a lo largo de su litoral propiciaron el frecuente arribo
de embarcaciones de diferentes tipos, y en consecuencia, dificultaron y desafiaron la labor de los
guardacostas. El mismo efecto fue producido por la existencia del gran corredor de playas, la
presencia de algunas áreas montañas y las extensas zonas desérticas que también dificultaban el
control de las autoridades sobre el espacio y los nativos” (45) En consecuencia, la autora sostiene
que dos cosas propiciaron la prosperidad del contrabando en la Guajira: El alto régimen
prohibicionista Español contra los intercambios entre nativos con extranjeros y simultáneamente,
las condiciones geográficas peninsulares que hacían inoperable el régimen Español. Y como
resultado, el contrabando surge como práctica sobre-determinada y se hizo ilegal para la estrategia
colonialista de la Corona.

“La geografía de la Guajira es percibida por sus habitantes como dos zonas diferenciadas, la Alta
y la Baja (Vásquez 1993)” (45) La siguiente sección del texto analiza las ralciones que se presentan
en La Alta Guajira, pues tiene diferencias con la Baja Guajira. La primera “comprende la parte
oriental y nororiental de la península, que se extiende desde el cabo de la Vela hasta el Cerro de
Epits (teta). Esta parte del territorio respondió durante el periodo colonial a un foco de resistencia
que dificultó y preocupó a las campañas de “pacificación” que buscaban reducir a los nativos que
abiertamente hacían el contrabando con los extranjeros en los puertos de esta zona” (46) Parte de
las hipótesis que persigo y que la autora alcanza a pincelar, es que esa resistencia se fecundó por la
interacción entre el Guajiro y el Corsario, que intercambiaron armas, pólvora y ganado. Es que los
habitantes “asumieron la posesión de su territorio como parte inherente a su autonomía frente al
orden español, y como base para desarrollar una economía alterna mediante el contrabando y eso
posibilitó que los nativos fortalecieron la resistencia al control de las autoridades, así como su
independencia social, política y económica del orden hispano” (47) Los puertos de contrabando
frecuente que relata la autora con fuente en Antonio de Arévalo son “de la Cruz, Bahía Honda,
Cabo de la Vela (…) Uno de los puertos de mayor importancia para el ejercicio del contrabando
fue Bahía Honda, situada “a treinta leguas marítimas al Nordeste del puerto de Riohacha con unas
dimensiones de quince kilómetros de este a oeste y diez de norte a sur”, según la descripción de
Francisco Pichón. A esta bahía llegaban los tratantes ingleses y holandeses, quienes comerciaban
con los guajiros ganado vacuno, mular, cueros y palo de tinte, a cambio de cuchillos, fusiles,
pólvora, lienzo, aguardiente y tabaco (Pichón 1947) (48)” Por el lado español, crecía la
preocupación, quizá empezaban a situarse en una condición vulnerable (Rodrigo), por ejemplo, en
una propuesta de pacificación enviada al virrey en 1723, Miguel de Villanueva pidió que se
armaran balandras con el fin de controlar el comercio “ilícito” realizado en esta parte del litoral
guajiro” (48).

En Bahía Honda la práctica contrabandista y abierta resistencia la encabezaba Juan Jacinto y su


parcialidad (49). Otro bloque de resistencia “el control de los nativos sobre este puerto frecuentado
por extranjeros que les facilitaban armas de fuego. Juan Jacinto fue el jefe nativo que logró
controlar la zona entre el Puerto de Bahía Honda y el estrecho de Parauje”. No obstante, Juan
Jacinto es sospechosamente un nombre más mestizo que indígena, por tanto queda la duda sobre la
identidad de los colectivos que ejercían el contrabando y su relación con los indígenas. Si bien la
autora afirma que “El grado de resistencia de los indígenas de Bahía Honda desafió abiertamente
cualquier forma de control hispano sobre la circulación mercantil, de modo que pese a los
frecuentes intentos de “pacificación” y erradicación de la “práctica ilícita”, los nativos de Bahía
Honda antepusieron su interés por el contrabando a las intenciones de las autoridades reales”(50)
Pero no queda clara una evidencia certera sobre las acciones que hacían los indígenas. Habría que
buscar testimonios en narraciones orales. Porque defender el contrabando como acción de
resistencia indígena pero donde el mandatario es mestizo y el indígena esclavo del primero, no
hablamos de resitencia, sino de otra colonización, en pugna con España para el control del territorio.
Más autores citados por Esther defienden la idea de la resistencia indígena: Durante el siglo XVIII,
este tipo de relieve dificultó la accesibilidad y los intentos de dominación por parte de las
autoridades locales, mientras que contrariamente facilitó la resistencia y autonomía de los nativos
que habitaban estos parajes y que practicaban el contrabando con las balandras extranjeras
provenientes de las islas del Caribe (Fidalgo 1999) (…) Dado que en este puerto los extranjeros
habían establecido un sólido intercambio con los nativos proporcionándoles aguardiente, pólvora
y balas, las autoridades buscaban la manera de poder evitar el avance de esta práctica
responsable, en gran medida, de la abierta resistencia de los nativos de esta zona (Polo 2009) (51).
Sin embargo, los líderes de las “resistencias” son siempre jefes de parcialidades, adinerados,
propietarios de haciendas y ganado, poderosos entre los Guajiros (52), lo cual exalta la sospecha
sobre la autenticidad de la “resistencia indígena”. No obstante, había por parte de los jefes,
iniciativas de resistencia. “Paredes se negó a la formación de un pueblo y a la construcción de una
iglesia en la zona de su dominio, lo que reflejó su desinterés por el cumplimiento del orden
hispano, siempre y cuando este no le proporcionara algún beneficio” (52) En conclusión, para la
autora, hay “conexión de los puertos de la Alta Guajira con tratantes ingleses provenientes de
Jamaica, los cuales fortalecían la resistencia nativa por medio de la provisión de municiones y
armas” (49). Pero esos nativos estaban liderados por jefes con nombres mestizos, propietarios de
haciendas opulentas. El contrabando por tanto fortaleció que los indígenas conservaran su espacio y
territorio, pero es posible que no hayan recibido directamente los beneficios del contrabando,
aunque hayan participado de él en sus prácticas cotidianas… Es de interpretar que la corona
española buscó hacer control del territorio Americano en cuanto a comercio, esclavos y productos.
Por cual decidió que cualquier actividad que evadiera la ley de la corona sería ilegal, así quedó el
contrabando…

Finalmente, la autora trata el contrabando de la Baja Guajira, “que se encuentra enmarcada en una
línea imaginaria al occidente entre el Cabo de la Vela y el Cerro de La Teta” (53). Allí, “la
parcialidad de Gamez se impuso como fuerza fundamental del trato de perlas, en la medida en que
fueron los nativos de esta comunidad quienes determinaban la cantidad de perlas que salían desde
este puerto hacia el resto de la península, así como las dinámicas que dirigían los intercambios
con criollos y extranjeros interesados en adquirirla” (54). Por tanto, se infiere que también en esta
zona los indígenas se permitían cierta independencia del régimen Español, gracias a sus habilidades
con la búsqueda de perlas. En Papillon hay unas escenas muy bellas sobre la práctica de canotaje
con perlas. La autora sugiere que “Por Perlas reciben estos indios las armas de fuego, los
aguardientes, vinos, y aun esclavos; de todo lo cual se van proveyendo para hacerse más
insolentes, y menos conquistables”. Pero además, las perlas estaban dando poder económico a
Gámez, “La “desmedida” venta y despreocupación en la extracción de perlas para el comercio
“legal”,12 por parte de Gámez, empezó a generar entre los criollos recelo y desconfianza” (56),
Por tanto, el manejo de las perlas le daba a estos indígenas una relación más abierta con los criollos
(56). En esta zona con los indígenas perleros de Carrizal, la reducción y pacificación de la
población no tuvo éxito, pues las autoridades coloniales se beneficiabna del trato ilícito que
desarrollaban los nativos; “es más, la autoridad local prefería la vía de la negociación y los
contactos con los jefes de las parcialidades, antes que entrar en confrontaciones económicamente
poco rentables (…) No obstante, cabe señalar que el contrabando que se practicaba en este puerto
entre nativos y las balandras francesas y holandesas fue a lo largo del siglo XVIII una de las
preocupaciones de las autoridades, de manera que éstas en repetidas ocasiones trataron de
erradicar dicha práctica manteniendo vigilada la costa de este poblado (60) Y esa presión iba a
garantizar el imperio simbólico de España frente a sus vecinos Europeos y también sobre los
nativos. El miedo, según Rodrigo, estaba presente entre los Hispanos desde el siglo XVI y por ello
la preocupación de “las autoridades locales controlar el contrabando en este punto, pues
significaba la posibilidad de controlar la resistencia de los nativos de esta zona, ya que a través del
trato “ilícito” obtenían géneros (armas y pólvora) que les permitían enfrentarse a las formas de
dominación colonial” (60) Pero las pautas de la legalidad impuesta por la Corona española sobre el
comercio, no tuvieron éxito en la península (62) al igual que los del Estado por acabar el
contrabando o el narcotráfico.

En conclusión la autora trabaja tres temas específicos. La relación entre extranjeros e indígenas de
la Alta Guajira que intercambiaban tabaco por pólvora y armas que auspiciaron la resistencia de los
nativos ante las leyes prohibicionistas de la Corona. En la Baja Guajira, en cambio, los indígenas
intercambiaron perlas por armas y eso los mantenía con autonomía frente a las autoridades
coloniales y simultáneamente, con la posibilidad de intercambian con ellos en relación favorables
para ambas bandos. No obstante quedan algunos vacios en el artículo. Por un lado, la sospecha
sobre la autenticidad de los nativos que intercambiaban con los extranjeros, pues la cultura del
matriarcado permite que muchos mestizos sean también indígenas (Santiago), y puede que esa
relación que describe Esther sea más de mestizos que indígenas. Por otro lado, que definitivamente
la corona española en su afán de poseer las tierras, negó el intercambió legal e intentó forzar su
imperio sin tener la operatividad de controlar. La otra situación es que las únicas referencias y
fuentes utiliza la autora son respecto a las versiones Españolas, por lo tanto, se puede dudar del
intercambio entre los indígenas para armamento, pues podría ser escusa de los Españoles como
evidencia de sus miedos y su vulnerabilidad (Rodrigo).

bibliografías.

Orsini, Giangina. 2007. Poligamia y contrabando: nociones de legalidad y legitimidad en la frontera


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Betancourt, D. y García, M. (1994). Contrabandistas, marimberos y mafiosos: historia social de la


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Matute Campusano, M. (2003). De matutes, corsarios y bajales… ¡a pesar del Estado, La Guajira
vive! [trabajo de grado], Medellín, Universidad de Antioquia, carrera de Antropóloga.
Polo Acuña, J. (2000). Contrabando y pacificación indígena en una frontera del caribe colombiano:
La Guajira (1750 – 1800), Cartagena, Observatorio del Caribe.

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