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ca r á c t e r: textos de artistas. HOY: Leticia Obeid
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En esta sección publicamos el texto enviado por un artista. Un texto de su autoría. El
texto puede ser atravesado por una imagen, una obra del propio artista o de otro, una
foto, una publicidad, un tema musical, un video, un film, o simplemente el texto del
artista.

Los “textos de artista” son textos como los otros, pero producidos por alguien que se
reivindica o presenta como un artista, en general versan sobre temas de arte, y
pueden traficarse en cualquier medio y soporte (no necesariamente “libros de
artista”).

Fuentes por Leticia Obeid


Soné que estaba en Venecia, recorriendo la Bienal. Pero, en vez de caminar, iba por el agua, sentada en un
gomón. Recorría salas que más bien eran graneros inundados, y me cruzaba con otros visitantes, en
vehículos parecidos al mío. En seguida me dieron un aparato que consistía, extrañamente, en un acordeón de
plástico amarillo, con una pantallita de las que se usan para ver microfilms y que además proyectaba
diapositivas. Supuestamente el objeto completaba las obras expuestas con información suplementaria. El
problema era que pesaba mucho así que en un momento, acercándome a una especie de palenque acuático,
confesé que me estaba hundiendo y que de ahí en más prefería directamente nadar en vez de acarrear el
bandoneón. Todos me miraron algo ceñudos, como si estuviera interrumpiendo una película que miraban
juntos, pero me indicaron un mostrador (también en el agua) donde se podían devolver estos instrumentos.
Fui pedaleando trabajosamente y expliqué mis razones a dos hombres bronceados, que atendían con laxitud
y buen humor. Les dije que temía por la seguridad de mi acordeón, que se estaba mojando, y pensé que con
eso me disculparía, pero uno de ellos me contestó: el punto en realidad es ése, que las máquinas se arruinen
un poco, que sean usadas, y acompañen a la gente.

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Soñé que tenía que llegar al cumpleaños de quince de una amiga de la adolescencia. Iba con mi prima y
como teníamos muchas tareas previas llegábamos tarde. Estaba mi familia yéndose y había platos con una
comida riquísima que los mozos iban retirando. Yo miraba con hambre. Luego empezaba a recorrer unas
galerías para mirar qué cosas había colgadas en las paredes y me encontraba con una serie de libros de X
(un curador!). Eran unos libros muy gruesos pero al abrirlos me daba cuenta de que eran de fieltro relleno,
como pequeños colchoncitos doblados al medio, y forrados en distintos tonos de verde. La superficie para
escribir entonces era muy poca, unas seis páginas en total. Y los párrafos parecían copias de textos ajenos,
hechas con tinta y plumín.
Los mozos me daban algo de comer y después seguía y me encontraba con un salón de peluquería para las
invitadas más íntimas. Ahí todas se podían hacer el peinado que quisieran y había algunos muy locos, con
formas de cubos o conos, montañas y cascadas, parecían tallados en telgopor.
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Soñé que volvía a estar en Donaueschingen, una aldea alemana. En el sueño era una pequeña ciudad con
unas acantilados muy altos que daban al agua, que era y no era un mar, era una mezcla de Río de la Plata
con Mediterráneo, pero frío. Yo andaba de bufanda, al menos. Estando ahí me daba cuenta de que ya tenía
que volverme y no quería, me daba cuenta de que la distancia de vuelta era tan enorme que no podía repetir
ese viaje de un día para otro, tenía que extender esa estadía lo más posible, así que entre una cosa y otra,
lograba perder el barco. Pero una vez allí, me daba cuenta de que era invierno y el paisaje estaba todo
congelado. Parecía un invierno de los cuadros de Brueghel.

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Soñé una historia que era como una película apocalíptica clásica: el mundo se iba a acabar y estaba atrapada
con un grupo de gente en un espacio un poco claustrofóbico, tratando de encontrar la causa y la solución. En
otros dos cuartos estaban además los malos de la película, que no sé si eran humanos pero sí sabía que esos
entes debían quedar encerrados.
Los que estábamos, tras un montón de esfuerzos por ordenar, pensar y decidir, sacábamos la conclusión de
que la solución era llamar a una especie de policía galáctica. Hacíamos todos los preparativos y, cuando el
reloj ya marcaba unos 20 minutos de cuenta regresiva, descubríamos que el micrófono del teléfono no
andaba! Se lo comunicábamos a uno de nosotros que tenía una especie de jerarquía más alta y que, lejos de
desesperarse, decidía ir a dar una vuelta por el barrio. Abría la puerta y bajaba por una escalerita, como si
fuera una casa construida en una barranca. Calle abajo la gente caminaba despreocupada, era un día
hermoso de sol, celeste y naranja. Entonces yo recordaba que tenía un celular, aunque nos fuera a salir más
cara la llamada (¿qué importaba?!), y empezaba a escarbar en mi bolso, y sacaba una manta de avión, latas
de comida, galletas, de todo menos el celular, que no hallaba. Yo veía mi propia cara de preocupación, de
perfil, y después me decía, en un razonamiento claramente estético, pienso ahora, que había que decidir
urgentemente dónde ponerle el fin a esta historia, y si iba a terminar con un fundido a negro o con un corte
seco. Esa -me decía en el sueño- era toda la cuestión.

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Volví a soñar con una ciudad rodeada de agua, pero esta vez paseaba por los techos de los edificios. Iba con
un amigo del secundario, que me agarraba de la mano cada vez que iba a caerme, y además me mostraba
cómo pisar. Parecíamos un par de kingkones, grandotes y desproporcionados para la delicada arquitectura
medieval, que se desgranaba bajo alguna pisada demasiado fuerte. Cuando por fin llegábamos al piso, era
verano y los tilos estaban muy verdes y cargados.

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Soñé que miraba el cielo del anochecer y veía aparecer sellos blancos hechos por un avión a chorro. Primero
veía uno, luego dos y al ratito era todo un estampado de estos círculos blancos con palabras escritas en
árabe, adentro. Era difícil imaginar cómo el avión había hecho todo tan rápido, sobre todo teniendo en cuenta
lo efímero de esas escrituras, que ahora se veían firmes como encajes de un hilo blanco muy definido.

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Soñé que estaba en una casa que tenía muchas fuentes de agua y el baño era el lugar más encantador:
había una bañera cuadrada excavada como en el hielo, pero en realidad era un objeto de metal blanco
enlozado, con las puntas romas, era muy parecido al NBP de Ricardo Basbaum; también había lavamanos y
palanganas, fuentes y vasitos, cada uno de un material y color diferentes y todos interconectados por tubos
finos. El agua pasaba de un lado al otro, sin volcarse; a veces salpicaba apenas unas gotitas que le
agregaban un poco de sonido al aire que no era húmedo.

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Soñé que estaba en Venecia (otra vez! ya se había cortado esta saga, qué pasó?). La primera parte del sueño
era fabulosa porque me subía a un barco enorme donde ya me tenían preparado un trabajo muy importante,
que era ser Jefa de Dibujos. El capitán, que era parecido a Juan Carlos Romero pero vestido de marinero,
miraba para arriba mientras me explicaba mi rol. Entonces yo veía unas siluetas de paisaje, pintadas en azul,
sobre la chapa del barco. Indicaban acantilados, llanuras, o el tipo de costa que podíamos encontrar en el
camino y en base a eso yo tenía que ir avisando lo que veía. El me decía, orgulloso, que ya había habido una
mujer en mi lugar y que se había ganado el premio. Yo pensaba que tenía mucho por aprender, incluso el
vocabulario, con palabras como Proa, Babor, etc. Pero no me achicaba, estaba contenta con mi suerte. Así
que empezábamos navegando en una parte de la ciudad que era medio anfibia; el barco subía y bajaba
puentecitos, después se metía al agua y así. Era lindo ver el agua celeste, y la arquitectura de piedra gris y
rosa; el sol brillaba mucho, en un momento ví dos soles, incluso. Después, ya no sé por qué, no estaba más
ahí si no en casa de Flavia, la veneciana que me alojó cuando estuve en 2011. Una mujer limpiaba la casa y
venían de repente Mariana y Sol y yo me sentía una visita un poco desubicada, que traía gente a la casa en
ausencia de su dueña. Además se agregaba al grupo la mamá de las chicas. Yo las quería llevar a pasear
cuanto antes pero en eso aparecía la misma Flavia, rejuvenecida, muy pintada, con el pelo planchado y las
pestañas cargadas de rimmel y los brazos de joyas. Se alegraba de vernos, especialmente a Sol, le decía que
había estado preocupada por su felicidad. Yo estaba aliviada de que no se enojara conmigo y ella nos
indicaba un lugar lindo para ir a comer, así que hacia allá íbamos. Los colores de la ciudad, el agua turquesa
serpenteando, las flores… yo misma me decía: esto parece soñado.

Leticia Obeid está dictando un taller de ANÁLISIS de OBRA


para más información hacé CLICK ACÁ (http://www.ramona.org.ar/node/47336)

Ya escribieron en c a r a c t e r
Leopoldo Estol: http://www.ramona.org.ar/node/47328 (http://www.ramona.org.ar/node/47328)
Gabriela Bejerman: www.ramona.org.ar/node/47002 (http://www.ramona.org.ar/node/47002)
Jorge Macchi: http://ramona.org.ar/node/47123 (http://ramona.org.ar/node/47123)
Liv Schulman: http://www.ramona.org.ar/node/46897 (http://www.ramona.org.ar/node/46897)
Alejandro López: http://www.ramona.org.ar/node/46823 (http://www.ramona.org.ar/node/46823)

por Leticia Obeid, 8 de Abril de 2013

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27 de Marzo de 2020, semana #684

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