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2009. “Vida urbana en Santiago del Estero.

Finales del Siglo XVIII y comienzos del XIX”,


En: Claves para comprender la historia. Horizonte Bicentenario Mayo 2010-Julio 2016,
Revista Digital sobre historia de Santiago del Estero, Año II, N° 9, ISSN 1852-4125.

VIDA URBANA EN SANTIAGO DEL ESTERO,


1
FINALES DEL SIGLO XVIII Y COMIENZOS DEL XIX

Legname, Rodolfo Oscar (h)


Rossi, María Cecilia
Reyes, María de las Mercedes

Con la fundación de Santiago del Estero se abrió un proceso de reconfiguración


espacial, económico y social del territorio a conquistar centralizado en las cercanías
del río del Estero, hoy río Dulce. Una vida extremadamente difícil durante los largos
primeros años de existencia urbana que la trasladó consecutivamente, se complicó
con la misión fundacional de la precaria ciudad ubicada en las “tierras bajas” y
orientada a asegurar las llamadas “tierras altas”.2 Nuestra hipótesis plantea que, una
vez cumplido su destino fundacional, Santiago del Estero habría sido abandonada a su
propia suerte y sobrevivió por la voluntad manifiesta de sus habitantes.
Estudios recientes3 señalan que el cambio del paisaje de un vergel, tal como lo relata
el Padre Barzana al territorio desolado del que dan cuenta posteriores descripciones
tiene que ver con el rol fundacional, el drenaje permanente de recursos y la
consiguiente destrucción de los mismos, que son de dos tipos: poblacionales y
económicos.
Los RECURSOS POBLACIONALES resultan de la mayor importancia en un territorio sin
metales preciosos. Pucci (1998) ha mostrado recientemente cómo la conquista
sumergió a las poblaciones originarias en una “catástrofe demográfica” que en la
práctica se convirtió en falta de mitayos en las ciudades. Las implicancias de la

1
Trabajo presentado para discusión en el VI° Congreso de Antropología Social, realizado en la ciudad de Salta, 2006.
2
Palomeque, 2005.
3
Palomeque, 2005; Pärssinen, 1992; Pucci, 1998 y otros.

1
destrucción de la población conlleva la destrucción de las “relaciones sociales de las
antiguas sociedades indígenas”.
Los recursos poblacionales estaban asentados sobre espacios ecológicos que fueron
modificados, de modo que en este punto deben considerarse dos cuestiones
relacionadas con los cambios ambientales: la primera, el ASENTAMIENTO PERMANENTE de
la ciudad de Santiago del Estero y la segunda, el MONOPOLIO DEL AGUA.4 Hay
permanentemente en la comprensión de los españoles una sensación de que sobre la
ciudad pesa un castigo divino.
En cuanto al ASENTAMIENTO DE LA CIUDAD, debemos recordar que en el Tucumán los
españoles abandonaron la política de superposición de asentamientos coloniales y
comenzaron a hacerlo en espacios “cálidos y llanos, no deseados e imprevistos”. El
espacio donde se asentó Santiago del Estero, caracterizado por ciclos climáticos
agudos con grandes inundaciones seguidas de etapas de sequías prolongadas
acompañadas por plagas de langostas, tuvo durante el período prehispánico una
forma de habitabilidad cuyo “asentamiento típico [se realizó] sobre montículos
artificiales para proteger las viviendas de inundaciones y del lodo que estas
depositaban en las orillas…”. Este asentamiento, de tipo inestable, que marchaba
detrás de los móviles bañados cultivables y en los que se producían zapallos, porotos
y maíz, combinado con una forma de manejo de los drenajes que permitían eliminar
la sal que afloraba después de la inundación, fue altamente funcional para los grupos
originarios y no modificaba sus vidas, pero se desestructuró cuando los españoles
consolidaron su asentamiento.5
Estas breves referencias nos permiten considerar las inconveniencias de asentar la
ciudad de Santiago del Estero en una zona de inundación y arenosa. Pero, a una
acción estratégica errónea, o por lo menos motivada por imperio de las
circunstancias, le siguió una discursividad velada de unos grupos dominantes que
consideraron que cada inundación era un “castigo de Dios” que dejaba a la población
indefensa, rezando e instalando cada vez más santos protectores: San Pedro, San
Pablo, Santa Bárbara, San Gregorio Taumaturgo, sin descontar al Apóstol Santiago y a
la Virgen del Carmen son constantemente citados. A partir de allí, la lucha contra las
inundaciones y los agobios por las sequías,6 -referencias permanentes en la escritura
santiagueña- conllevará los mayores esfuerzos materiales y humanos y será
determinante en la movilidad permanente de la ciudad que llegará a su asentamiento
definitivo en 1702, tras un largo proceso de treinta años, cuando se abre la plaza
principal y se construyan las últimas Casas Capitulares.7
Las crecientes y las inundaciones son constantes, pero como por su intensidad

4
Palomeque, 2005.
5
Palomeque, 2005.
6
Palomeque, 2005.
7
Actas Capitulares de Santiago del Estero. Tomo V. 1948.

2
algunas resultaron más problemáticas que otras, fueron registradas sus
consecuencias con mayor detenimiento. La inundación de 1627, por ejemplo, fue una
gran crecida8 que rompió las defensas antiguas de la ciudad y una nueva que había
mandado a construir el gobernador, destruyó las Casas Capitulares y se perdió parte
de la documentación que guardaban, la iglesia de La Merced y su convento, la Matriz
estuvo a punto de ser destechada pero los vecinos alcanzaron a sacar parte del altar y
lo llevaron al Hospital, 34 viviendas urbanas (que en realidad eran la mitad de las
existentes) quedaron inutilizadas y el resto quedó destruido, obligando al gobernador
a realizar Cabildos Abiertos ante la necesidad de lograr decisiones consensuadas para
mudar el asentamiento a un lugar más seguro hacia el oeste.
¿Eran tan extrañas estas mudanzas en la historia colonial? Claro que no, registro de
ellas existen en otras ciudades relativamente cercanas a Santiago del Estero; la
diferencia entre ellas y Santiago estaba en los consensos necesarios para realizar los
traslados, consensos que se vinculaban con la consolidación de grupos con intereses
económicos bastante definidos y la determinación de un terreno de mejores
características. En este sentido está claro lo ocurrido con el traslado de Santa Fe,
Mendoza o el propio San Miguel de Tucumán, lo que no parece haber ocurrido en
Santiago del Estero, a juzgar por los relatos del gobernador, quien confiesa que
solamente tres o cuatro vecinos aceptaron de buena gana el traslado, que implicaba,
por cierto, un rediseño de la planta, la pérdida de ubicaciones principales y
negociaciones con los antiguos vecinos por las nuevas localizaciones.9 Esto estaría
indicando que no había en el Santiago de entonces, grupos económicos con intereses
afianzados salvo sus viviendas, lo que no aparece como dato novedoso, pero sí
confirmando lo que deducimos de la economía local. Lo que se percibe a lo largo de
los documentos analizados es que los grupos con intereses económicos tienen sus
tierras productivas en otro sitio, usando la ciudad como espacio de referencia, pero
no de habitación.
Pensar en el MONOPOLIO DEL AGUA nos lleva directamente a la mítica “acequia
principal”.
En tanto las ciudades estaban en las cercanías de ríos, la construcción de acequias
que derivaran el agua de los cauces hacia espacios de regadíos con fines cultivables,
fue un recurso muy utilizado por los españoles. De este modo proveían agua a las
chacras peri-urbanas donde se criaba y se cultivaba para abastecer a la población
circundante. Abastos que se comercializaban en la plaza principal, la que oficiaba -
hasta pasada la primera mitad del siglo XIX- de gran mercado, o en una habitación del
Cabildo que daba hacia un lateral (hoy peatonal Tucumán) constituida en una suerte
de proveeduría urbana que permitía en épocas de sequía prolongada regular los

8
Tasso A. 1984.
9
Areces, 2000.

3
precios de los productos comestibles.10
En el espacio santiagueño se construyeron dos acequias muy importantes: una fue la
de Santiago del Estero que intentaba aprovechar las aguas del río Dulce y la otra en la
ciudad de Esteco, ubicada en los márgenes superiores del río Salado.11 La acequia
santiagueña era un canal de 8 Km. de extensión cuya construcción parece haber sido
obra del gobernador Gonzalo de Abreu, o al menos él se atribuye la apertura según
un documento de 1577 en el que se siente orgulloso de “haber podido controlar el
curso superior de las aguas en beneficio de los vecinos”. Esta acequia principal o
“real” daba paso a otras más pequeñas, o “hijuelitas”, que permitían el ingreso del
agua a las chacras de españoles que utilizaban recursos manuales.12
Así las cosas, pudiera pensarse que la acequia funcionaba, el agua corría, las chacras
se regaban, las tierras producían y los animales bebían. Pero un juicio ventilado en la
ciudad de Salta en 1750 pone en cuestión tal supuesta normalidad.13 El Cabildo
santiagueño acusó al Maestre de Campo Roque López de Velazco, encargado de la
acequia principal, de no haber invertido el dinero recaudado en su mantenimiento
aún disponiendo de los indios mitayos asignados para realizarlo. También se dijo que
desde que López estaba a cargo, solamente había corrido agua unos pocos días del
año 1748. Roque López admite que esta situación es real y ofrece corregirla en
adelante. De donde, si la acequia no se mantenía, y por tanto el agua no corría, las
chacras no podían regarse. Habría que considerar si el dinero alcanzaba, dado que no
tenemos todavía registros que permitan evaluar la cantidad de carretas que pasaban
anualmente por la ciudad. Por lo demás, no es seguro que los indios estuvieran en la
ciudad: sería dado pensar que por esa época del año, febrero, es posible que éstos
estuvieran en la cosecha de la algarroba. Por otra parte, si relacionamos este dato con
el derrumbe demográfico, cabría preguntarse si realmente habría indios para
trabajar.
Los documentos que consultamos dan cuenta de la escasez de indios para trabajar en
obras públicas y cómo nadie podía imaginar las obras públicas sin mano de obra
nativa. Un ejemplo notable era el caso de la cárcel pública, cuyos presos se escapaban
por los agujeros del techo porque no había quien pueda repararlos. Es altamente
probable que fuera necesario mucho trabajo –y por lo mismo una disponibilidad de
trabajadores de modo permanente- para mantener funcionando la acequia, en una
época de catástrofe demográfica y que comenzaba a traccionar la migración hacia el
litoral, aunque no todavía en la medida que verá el siglo XIX.
El proceso de empobrecimiento y de decaimiento de la antigua “madre de ciudades”
parece haber entrado en una recta final a partir de la inundación de 1670, en que se

10
Actas Capitulares de Santiago del Estero. Tomo V. 1948
11
Palomeque, 2005.
12
Palomeque, 2005.
13
Figueroa, 1926.

4
plantea el traslado definitivo de la ciudad y que concluirán con el traslado de la silla
episcopal a Córdoba y la sede de la gobernación a Salta a finales del siglo XVII en1699.
Tras la inundación, que se lleva nuevamente la Matriz, los vecinos deciden correr otra
vez el pueblo, esta vez hasta su última y definitiva localización. El único edificio que
permanece en su sitio es el convento de los franciscanos, que pasa a quedar al este de
la ciudad. Se forma así una ciudad extendida entre ese territorio de San Francisco y la
Acequia, y los mercedarios construyen su templo y convento en las tierras que tienen
sobre la Acequia. Es posiblemente ésta la razón que configura una estructura urbana
extraña, con la plaza exenta en la cuadrícula. Asimismo, es quizás esta precariedad del
trazado lo que finalmente termina configurando una traza torcida, desviada, en
algunas calles con una sensible desviación en el sentido este-oeste. Sería también
dado suponer que el hospital hubiera quedado en el mismo lugar en que estaba, a
cargo de los dominicos. Y el templo de la Compañía sería la que vendría a ocupar un
espacio de particular centralidad en la traza ocupada del pueblo: equidistante entre
La Merced y San Francisco, y notablemente alejada de la nueva Plaza. Una centralidad
que hace que los vecinos notables se ubiquen en sus cercanías, dejando la Plaza y la
Matriz como un territorio alejado, un desplazamiento que casi pone un borde muy
poblado sobre las actuales calles 25 de Mayo y Urquiza.
El traslado de la ciudad en 1670 es un proceso lento, que demora treinta y dos años y
concluye con la instalación definitiva de la plaza en 1702 y la construcción de las Casas
Capitulares. Un lapso extendido, en el que debemos entrar a pensar en un ir y venir
de los vecinos entre la ciudad nueva y la vieja. Así, cuando se traslada la ciudad, ésta
queda conformando un nuevo territorio, la planta urbana que conocemos hoy: la
base ideal de una cuadrícula de 5 x 5 manzanas, de la que podríamos inferir una
ocupación efectiva de 3 x 4 manzanas en una trama poco densa. La misma
localización de los templos estaría planteando otro modo de ocupar el territorio
urbano, usándolos no como centro de un territorio circundante –parroquia-, sino por
el contrario, marcando los límites de lo urbano. Norte, sur, este y oeste; arriba, abajo,
derecha e izquierda parecen ser los modos de ubicarse los templos en el plano,
marcando los vértices del rectángulo de 3 x 4 manzanas dejando dentro a la ciudad y
sus habitantes. Unos templos como límites, como protecciones, como presencia
divina que detiene, protege y recibe al que viene de afuera; el territorio de la ciudad
como una “ciudad de Dios”, mostrando al viajero sus pequeñas torres desde
dondequiera que éste llegue.
La plaza, lejos de ser centralidad, está exenta, en un extremo del rectángulo,
oponiendo sus tensiones a los otros tres templos. Si además consideramos el uso de
la plaza como sitio de tiendas y de mercado, habría que entrar a pensar en que quizás
este descentramiento haya tenido que ver con alguna resistencia de los habitantes a
abandonar el viejo pueblo, lo que habría influido en la determinación de un
asentamiento más hacia el este –más próximo al río y al antiguo pueblo- que

5
rodeando la plaza; a lo que habría que agregar el fuerte carácter de borde urbano de
la acequia, que aún en el siglo XXI y a treinta años de desaparecida, sigue siendo un
obstáculo para el desarrollo urbano del centro comercial de la ciudad: una conciencia
de infranqueabilidad derivada de los pocos cruces de la misma en el siglo XVIII.
Los cien vecinos que habitaban la ciudad raída por el salitre decidieron casi en su
mayoría radicarse en sus propiedades interiores escapando de los estragos de las
inundaciones del río Dulce. La ruina era económica y social. ¿Qué queda de la “muy
noble y leal ciudad”? Solo la imagen de un posible destino de grandezas…
El funcionario de Correos Concolocorvo, que supo recorrer estos territorios, nos deja
una imagen demoledora del año 1772: “no conoce esta miserable gente, en tierra tan
abundante, más regalo que la yerba del Paraguay, y tabaco, azúcar y aguardiente, y
así piden estos, especie de limosna, como para socorrer enfermos, no rehusando dar
por ellos sus gallinas, pollos y terneros, mejor que por plata sellada”. Bazán acota que
salvo yerba y azúcar que se importaban, tanto el tabaco como el aguardiente eran
producciones regionales.14
En 1776, al crearse el Virreinato del Río de la Plata, se instala la capital en Buenos
Aires y se profundiza el proceso de reorientación atlántica de la economía. La
manifiesta bipolaridad de la economía virreinal comenzaba a mostrar también el
corrimiento mientras la producción de minerales altoperuanos mermaba
progresivamente y la ciudad-puerto incrementaba sus actividades. Por su parte, el
interior se dedicaba a actividades tradicionales de artesanía, agricultura y cría de
animales de transporte, pero tan delicado equilibrio económico se quebró al
desarrollarse como polo hegemónico el puerto.15
Estamos, entonces, ante un cuadro de alta complejidad socioeconómica y étnica
profundamente modificado con la incorporación de población negra que se sumaba a
un mestizaje creciente y bolsones indígenas importantes en el extremo norte.16 Esta
reorientación debiera ser pensada como los tramos iniciales de lo que será la
construcción de la Argentina agro-exportadora, esquema en el cual Santiago interesa
sólo por las maderas de sus bosques y su mano de obra que migra. En ese marco es
posible pensar en un abandono de la producción en pos del comercio, de un
empobrecimiento generalizado de la población.
La visión centralista y fiscalista de la Real Ordenanza de Intendentes de 1782, cambió
la organización que se mantenía en el Tucumán desde 1563.17 La división de la
gobernación, que ataría la historia santiagueña en relación de subalternidad total a la
Gobernación Intendencia de Salta del Tucumán, fue sostenida por los virreyes Pedro

14
Bazán, 1998.
15
Cardoso y Pérez Brignoli, 1979
16
Halperin Donghi, 1998
17
Bazán, 1988

6
de Ceballos y Juan José de Vértiz y Salcedo. La Ordenanza instaló en San Miguel de
Tucumán la capital de la Intendencia, situación que rápidamente fue advertida por
Vértiz y el intendente Manuel Ignacio Fernández al rey de España como poco
ventajosa, sugiriendo que fuese Salta y desde allí se extendiera su jurisdicción a
Santiago del Estero, Catamarca, San Miguel y Jujuy, un proceso de tres siglos que pasa
de la centralidad santiagueña a su marginalidad en un territorio desarmado.
Una de las primeras resoluciones del gobernador-intendente, liberó el tráfico de
mercancías en la ruta Buenos Aires-Potosí, con lo que Santiago perdió su condición de
puerto seco, perdiendo en consecuencia los ingresos por cobro de peaje. No
obstante, ante la noticia del paso del Virrey por Santiago para tomar funciones en
Buenos Aires, los santiagueños invierten los fondos que no tienen en el destronque
de los caminos, la limpieza de las calles, el blanqueo de algunos frentes, etc: una
preocupación por la mirada displicente del poder que pasa, en la que parece importar
“la imagen” brindada. En 1789 la voracidad fiscal borbónica aumentó todos los
impuestos.18 Las inquietudes sociales agitaban temerariamente a las sociedades
americanas. Santiago entraría desde el lugar del control, en la problemática que
desembocará en Mayo de 1810.
Pero todavía una sociedad donde los blancos pobres se reconocían con nombre y
apellido y se los convida a gozar de las dádivas del poder real. Dice el documento
consultado: “… se haga la nómina de los “pobres vergonzantes”, -los que en algún
momento de su vida tuvieron dinero, lo que da a entender que eran blancos,-
enfermos y mendigos a los que se distribuían limosnas con motivo del cumpleaños
del Rey. Es importante considerar la publicidad y espectacularidad de la limosna dada
“en nombre del Rey”: una puesta en escena de la benignidad del monarca, una
acentuación de su presencia, y la limosna como dádiva. Los pobres y mendigos
ingresan en el circuito de la fiesta como parte del espectáculo de una sociedad que se
muestra a sí misma en sus roles, representando cada actor el rol que le corresponde:
unos dar, otros recibir; unos ser “la parte mejor del vecindario” y los otros los pobres
y excluidos. El hecho previo del besamanos –sumisión y agradecimiento por los
favores recibidos o por recibir- va inscribiendo formatos de acatamiento y
clientelismo que han persistido en Santiago hasta los finales del siglo XX.
Otro dato aportado es que el Cabildo no tiene Libro para escribir las actas y “el
presente se halla por concluir las fojas…ser tanta la escasez de papel que en la
actualidad hay en ésta República que con verdad se puede asegurar no hay
ninguno…el Alcalde de segundo voto ofreció la franquicia por ahora no obstante la
falta que le hacía un libro en blanco y encuadernado que tenía para que el Cavildo
supla la urgente necesidad aunque no tendría más que 146 fojas y admitiéndose la
oferta aceptamos que por la Junta de Propios se satisfaga el cargo de tres pesos

18
Alen Lascano, 1998.

7
acreditándose con recibo.” De donde se deduce que el papel es un elemento extraño,
foráneo, que se debe traer de afuera. Por tanto, bien preciado.
“En esta ciudad de Santiago del Estero, Capital de la Provincia del Tucumán, en trece
días del mes de mayo de mil setecientos sesenta y un años, el Cabildo, Justicia y
Regimiento de ella que al presente nos hallamos y de uso firmamos, es a saber: el
general don Juan José de la Paz Figueroa, Regidor Decano, Alférez Real propietario,
Justicia Mayor y Capitán a Guerra de esta ciudad, sus términos y jurisdicción y
fronteras por Su Majestad (que Dios guarde), el Maestre de Campo don Agustín de
Salvatierra, Teniente Tesorero, Juez Oficial Real y Alcalde Ordinario de Primer Voto
de ella, estando ausente de la ciudad el Maestre de Campo don Antonio Arias,
nuestro Alcalde de Segundo Voto en depósito de Vara , por no haberse recibido el
electo, y últimamente obligado por Su Señoría, y no haber más vocales, habiéndonos
juntado en nuestra Sala Capitular, a son de campana tañida, a tratar y conferenciar
cosas tocantes al pro y útil de esta República y su vecindad, que es el todo de
nuestra Junta, y no habiéndose reconocido cosa alguna sobre qué tratar, cerramos
este Acuerdo, y lo firmamos ante Nos por falta de escribano”.19 No sólo no existe
asunto, sino que no hay autoridades presentes: un vacío de cargos, ya sea porque el
titular está ausente o porque no se han cubierto. Habría que ver además qué sucede
con la venta de cargos en el Cabildo. Y por otra parte: ¿por qué no tienen escribano?.
Una sociedad vacía, un vacío institucional que de algún modo se rellena: se nombran
los cargos ausentes, pero ese nombrar es un traer a presencia lo ausente: del mismo
modo que se trae a presencia la figura del Rey con las representaciones y los
cuadros, se trae a presencia, se le da entidad al cargo vacante. Es posible leer en este
texto una voluntad de persistencia institucional, esa voluntad que desafía al poder
metropolitano que ya ha perdido interés en esa ciudad ya inútil a los fines de su
proyecto conquistador/colonizador.
Un espacio particular de la vida urbana parecen ser las pulperías. El intercambio
comercial se centralizaba en las pulperías, verdaderos centros proveedores de todos
los menesteres para la alimentación y el vestido. Eran continuamente fiscalizados por
el Cabildo, única institución que podía autorizar su funcionamiento, evitando una
superposición competitiva.
En 1779 estaban habilitadas las de Fernando Bravo de Zamora, Gregorio García Pérez,
Tomás Lizárraga, José Souza Lima. En 1784 se aumentó su número a 8 con las de
Manuel Santillán, Basilio Campos, Valentín Astorga, y José Calvo Merino que pagaban
cada una 30$ anuales. En el año 1789 se establece que en la ciudad no podría haber
más de 10 pulperías y cada una pagaría $16 de impuesto anual.20 Se agregan en ese
mismo año las de Sebastián Romero, Antonio Neiroto, Pedro Navarro, José Talavera,
Francisco Petisco, Eduardo Gramajo. En distintos períodos tuvieron pulperías Ignacio

19
Actas Capitulares de Santiago del Estero. Tomo IV. 1948.
20
Actas Capitulares de Santiago del Estero. Tomo IV. 1948.

8
Arias, cabildante, Martín Herrera, Juan Vicente Cisneros, y Bárbara Manso. Estamos
hablando de unas 15 pulperías hacia 1790, en el mismo año de la limitación a 10 de
las pulperías. ¿Qué sucede en ellas?
Tras el terremoto de 1817, que deja la ciudad en ruinas, “...del que rige los más
espantosos estragos en la jurisdicción, así al norte de esta ciudad hasta desplomarse
las iglesias, destruirse los edificios de los particulares, abrirse en grietas la tierra
haciendo explosión de piedras y agua en más de veinticinco leguas, habiendo dejado
todo este pueblo ruinoso en lo material, seguida del quebranto que han padecido los
templos y conventos, sin poderse registrar una casa particular que no haya sufrido
algo, y en lo formal quebrantados de dolor y abatimiento los ánimos más fuertes, sin
haber aún descansado, ya por la presencia de las ruinas que tan triste como
vivamente recuerdan aquellos días aciagos en que la ira vengadora del Señor se
manifestó con repetidos espantosos temblores precedidos siempre de un pavoroso
trueno que parece amenazaba una completa desolación...”.21 La Matriz en ruinas, las
Casas Capitulares por el suelo, es difícil imaginar ese espacio de la plaza y de la
ciudad. Así, en 1818, una ordenanza convoca a mejorar el aspecto de la ciudad:
“...todo individuo que posea un solar descubierto en las calles principales del pueblo
procederá inmediatamente a edificarlo o cerrarlo con pared...”.
Esto nos está hablando de una trama discontinua, de unas calles con aperturas a lo
largo de su recorrido, no de una compacidad urbana. Es posible que no hubiera
cierres perimetrales por los fondos de las casas, que esos centros de manzana fueran
yuyal, tierra de nadie, por donde se podía pasar de una casa a la otra sin el protocolo
de vestirse de visita, de salir de la casa, dar vuelta a la manzana para entrar por el
portal principal del vecino en un acto de representación y auto representación social.
No parece descabellado pensar una familiaridad entre vecinos que comparten fondos,
o entre criados de unos y otros; redes jamás sacadas a la luz, y de las que aún
persisten testimonios orales de prácticas similares en el primer tercio del siglo xx.
Un elemento a considerar en el paisaje urbano son las veredas: no todos los lotes las
tienen, y es de imaginar lo que puede haber sido el paso –difícilmente paseo- por las
calles de la ciudad –por lo demás todas de tierra hasta muy avanzado el siglo xix-
después de un día de lluvia.
Otra cuestión es la concurrencia de los vecinos con sus bienes al fin común: el que
tuviere carretillas (¿qué son estas carretillas? ¿carros pequeños como los que hoy
llamamos “zorras”?) las franqueará por turno cada vecino que las tuviese para
acarrear las basuras fuera del pueblo. Dado el carácter general de la disposición,
pareciera que son varios los vecinos propietarios de las dichas carretillas. Cabría
preguntarse qué basuras habrán sido esas, y cómo las habrán dejado en medio de la
calle, ya sea en bolsas o apiladas, o vaya Dios a saberlo; y cómo las habrán recogido, y

21
Tasso. 1984

9
quiénes. ¿Habrá que pensar en un atisbo de peones municipales, o serán los presos,
realizando algún tipo de trabajo forzado? Tampoco aparece una estructura
administrativa de empleados en el Cabildo, y lo único que se puede deducir del
documento es que se nombrará a alguien a cargo no para que haga el trabajo, sino
para verificar que se haga, es decir, un jefe, que a todas luces será español o, cuando
más, un criollo. De la escritura del documento se puede deducir que los dos reales de
multas se destinarán al pago de las carretillas, de donde surge ya una incipiente forma
de trabajo en servicios públicos, mientras que los cuatro pesos de los que no hacen
las veredas irá a la cuenta o tesoro del Gobierno.
En 1825, al visitar Andrews la ciudad, encuentra casas que tienen frentes adornados
con pilares de cedro y caoba ricamente labrados. Podemos pensar en portales
labrados en torno a la puerta principal de alguna de las casas principales, las que
pudieran semejarse al tratamiento de las columnas que se conservan en el Museo
Histórico de la Provincia: columnas de madera de pie cuadrado trabajados en los
capiteles, o troncos redondos tallados en una especie de salomónica, en verdad aros
superpuestos uno sobre otro. Pero, dice Andrews, todo en mal estado,
deteriorándose: “...todo habla de un rico estado floreciente que fue...”.22

RACIALIDAD, GÉNERO Y SEXUALIDAD EN LOS SECTORES SUBALTERNOS DE LA COLONIA


La historia de la colonia inscribe en una historia de disciplinamiento de las diferencias
nunca bien combatidas, que refundó un orden con base en la domesticación y la
amenaza. Desconocimiento, no-reconocimiento de la sociedad preexistente que bajo
el uso de la violencia simbólica23 impulsó la creación de nuevas identidades y con ello
de nuevas diferencias.
La imposición de un patrón único europeo-español, católico y masculino se realizó en
medio de un desconocimiento y negación de lo propio: una organización social
compleja, heterogénea y diferenciada, escenario intercultural donde la hegemonía se
ramifica e introduce en todos los órdenes de la vida cotidiana. Se adopta el concepto
de “interculturalidad” en tanto nombra el profuso campo de las “diferencias” antes
que la hibridación que recrea el de multiculturalidad.24 Dicho proceso, generó una
heterogénea trama sociocultural, marcada por la negación, ocultamiento y borradura
de las diferencias, más que un triunfo de valores occidentales. Como así también, más
allá de las políticas oficiales, una producción cultural de mestizajes o de sincretismos,
entendidos éstos como formaciones y prácticas culturales que yuxtaponen elementos
de diversas tradiciones en la conformación de una forma de vida. No sólo de la
cultura aborigen / española, sino de la africana con las mestiza y blanca. La riqueza

22
Tasso. 1984
23
Bourdieu, P. y Löic Wacquant. 1995.
24
Grosso J. L. 2003 /2004

10
étnica superó la idea de una cultura indígena paralela a la mestiza, produciendo una
rica y compleja mezcla racial, étnica y de castas, reflejadas en la vida socio, política y
cultural. 25
La introducción del catolicismo dejó su impronta en todos los órdenes de la vida
cotidiana, sea del orden público y privado, como así también en la vida íntima de los
habitantes. Impregnó a toda la sociedad civil y al Estado, borroneando sus límites
como los existentes entre lo público y privado.
España fue el intérprete más dogmático del Concilio de Trento (1563), al introducir
sus reformas en América y la proyección que tuvieron sobre el matrimonio, la familia
y de hecho, sobre la condición de género y la sexualidad. No pocas fueron las
implicancias que se manifestaron en el papel del hombre y la mujer en el nuevo orden
social. La inclinación por el culto mariano, especialmente bajo la figura del dogma de
la Pura y Limpia Concepción, promovió a la Virgen María como el modelo de mujer a
seguir: sumisa, dulce, abnegada y virgen. La pureza y la maternidad fueron las
virtudes más valoradas. El honor de una mujer pertenecía a la esfera de lo no privado
y se extendió a la familia. Una mujer sin honor estaba destinada a la sanción moral y
social, según códigos de la época y según el estrato social de pertenencia. Trato ilícito,
o amistades ilícitas, indicaban relaciones ambiguas, convivencia de hecho, sin
institución matrimonial y muchas veces entre sujetos de distintas etnias o castas.
Las mujeres de sectores subalternos, gozaban de una vida cotidiana más libre que la
mujer de la elite encomendera o mercantil. La soledad pública podía indicar su
extrema pobreza o peor aun ejercicio de prostitución. La necesidad de salir a buscar el
sustento, fuera viuda o soltera, indicaba su condición. La ausencia del hombre
debilitaba moralmente los hogares de estos sectores conducidos por mujeres, que las
obligaba a vivir en la indigencia y penurias cotidianas.
Los propios Jesuitas, en el afán de transmitir los valores religiosos, tuvieron
dificultades para obtener comportamientos sexuales acordes a dichos preceptos, así
como la aceptación del matrimonio. Más aún, que este conectara con la idea de un
dios y del diablo y mucho menos que los nativos vincularan las relaciones sexuales,
con la idea de pecado.
El catolicismo controló en toda América ibérica las conciencias (indígenas y no
indígenas) a través de la confesión de los pecados. Fuerte mecanismo de control
sobre todos los aspectos de la vida cotidiana de todos los habitantes y
particularmente de los indígenas y su sexualidad, llegando a construir espacios
claramente diferenciados según el estado civil en los pueblos de indios y en las
misiones.
La Iglesia llevó registros de nacimientos, defunciones y matrimonios. El acto

25
Moreno. 2004

11
matrimonial, entre los blancos, se consagró como un hecho público y estuvo normado
con requisitos como el bautismo previo, las amonestaciones y el informe de soltura.
Ambos tenían la función de dar a publicidad si los contrayentes tuvieron un
matrimonio anterior o existían obstáculos sociales o espirituales para tal efecto.
Debían realizarse con cierta antelación y durante el oficio religioso de la misa. El
Derecho Canónico, como la propia tradición cristiana, determinó dos obstáculos para
su realización: los vinculados con la consanguinidad, los relacionados con el
incumplimiento de las amonestaciones y el informe de soltura o cuando la ceremonia
se realizara en período de penitencia o abstinencia.
En el período tardo colonial, la institución matrimonial se extendió hacia los demás
estamentos: indios y mestizos y más tarde, a los negros africanos, introducidos en la
región a raíz de la baja demográfica de la población autóctona. Ello formó parte de la
política evangelizadora de los españoles, que pretendió borrar todo rastro de
sistemas poligámicos y aún monogámicos, que no estuvieran regidos por los
preceptos católicos. Ello no significó que los aspectos normativos o legales,
impidieran uniones de hecho.
En este período, es posible afirmar la existencia de una baja proporción de
matrimonios exogámicos, pero al mismo tiempo una numerosa cantidad de
relaciones de hecho, sobre todo entre individuos de diversos orígenes étnicos. Dichos
criterios étnicos, no tenían entonces la claridad que tienen en el presente, ya que la
movilidad social, producto entre otras razones, de la expansión económica de la
frontera, produjo un blanqueamiento progresivo de la población. Blancos, indios y
negros con todos los tipos de estas primeras combinaciones, produjeron mestizos,
zambos, mulatos, etc. que a su vez entre ellos serían la gran base de situaciones
consideradas de ilegitimidad.
En un esfuerzo por mantener el orden, las autoridades coloniales establecieron en la
ciudad áreas separadas para las poblaciones: en el centro, la traza para los españoles
con sus esclavos, y en los alrededores los barrios para los indígenas Pero pronto, esta
divisoria se hizo imperceptible debido a las circunstancias económicas y el
crecimiento de una población racialmente mixta. Este desorden, que rápidamente no
sólo se limitó a lo habitacional, fue denunciado para poner de manifiesto el peligro
que representaba el creciente número de personas que se salían de los patrones
sociales, creados como estamentos en la sociedad colonial.
La aparición de un documento solicitando que se ordene el cegado de pozos de agua
parada próximos al río, permite deducir que algunas idas y venidas entre criados
ocurren a orillas del río... ¿Qué “ofensa a Dios” puede ser la que cita el documento
realizada en esas márgenes entre unos criados y criadas que van a traer agua si no es
la de una liviandad, una jarana, risas y bromas, cruces sexuales entre los matorrales,
lejos de un poder blanco que controla y mira? El río se torna así tierra permisiva, lugar
donde los sectores subalternos articulan por fuera del espacio de poder blanco de la

12
plaza con su rollo. Allí donde el límite duro de la arquitectura se diluye, aparecen esos
contactos que pudiéramos pensar que suceden también en el interior de las
manzanas: lo limitado, lo rígido, lo construido, pareciera tener que ver con la
representación del poder: sucede en la plaza, en las salas, sobre las fachadas. Y se
borra en las orillas del río, en los fondos de las casas, donde otra familiaridad aparece:
la de una cercanía hacia el interior de unos grupos que hacia fuera –y aún en su
interior- aparecen separados.
Este ir y venir del río vuelve a aparecer en un acta de 1807, treinta años después, en
que se habla de la necesidad de traer el río más cerca, para poder tomar baños, y
donde nuevamente se plantea el tema de los pozos de agua parada. ¿Qué es lo que se
muestra aquí? Por un lado, un riesgo de escándalo y cruce, un espacio inmediato a la
ciudad en el que las costumbres se aflojan, un espacio oscuro de la ciudad en tanto
que indios y mulatos parecen mezclarse allí.
Finalmente, queda claro que el mal de coto, que manifestándose en las mujeres de
clase alta se atribuye al beber agua estancada, es una enfermedad patricia, motivada
por la holgazanería de los criados que no van hasta el lejano río a buscarla, sino que la
recogen de los más cercanos pozos de agua. Formas de resistencia silenciosa, táctica,
hacer del débil que termina “haciendo mal”, no cumpliendo con el cometido final que
se le ha encomendado: trae el agua, pero no la del río, sino la de los pozos; va hasta el
río, pero no vuelve cargado con agua buena; va al río a jugar, a escapar del control, a
permitirse un deslizarse fuera de la estructura que lo vigila y lo constriñe.
También se hace presente una margen habitada del río y de una gente que habita por
arriba y por debajo de la ciudad: unos territorios no civilizados, un territorio de los
otros. Y más aún, tampoco podemos olvidar que, cuando en 1902 Antenor Álvarez
planta el Parque Aguirre sobre un brazo muerto del río, éste está demasiado próximo
a la ciudad, casi bordeando la iglesia de San Francisco, lo que de algún modo
explicaría este traer agua del río y no de la Acequia, que casi estaría a la misma
distancia, sobre todo si se piensa a la ciudad como un territorio habitado entre San
Francisco y La Merced, y más aún si consideramos que posiblemente por esas fechas
la Acequia no tiene agua.
Los mestizos no fueron una comunidad homogénea, pues el origen étnico, la
condición social y la ocupación determinaron el estatus particular de cada uno. Los
llamados mestizos o cholos, producto de la unión entre blanco e indígena, los
denominados mulatos o pardos, producto de la unión entre blanco y negro y los
conocidos como zambos, zambaigos o chinos, producto de la unión entre indígena y
negro, más allá de diferir entre sí notoriamente en virtud del origen, no fueron las
únicas resultantes posibles del mestizaje.26
El intercambio sexual entre varones y mujeres de diferentes etnias operó dentro y

26
Braccio y Tudisco, 2001

13
fuera de los márgenes institucionales, generando un importante abanico de
situaciones de hecho como; el amancebamiento, la bigamia y el adulterio.
Las mujeres fueron las mayores damnificadas respecto de las situaciones
anteriormente mencionadas y peor aún si los casos eran llevados a juicio. Malos
tratos y abusos, junto a otras causas, eran elevados frecuentemente a los tribunales.
A pesar de que la corona y la doctrina trataron de resguardar e impedir contactos
entre las castas, abunda documentación acerca de que ocurrió lo contrario,
particularmente entre españoles y mujeres de los sectores subalternos.
Gran parte de las mujeres de los sectores pobres que no lograron formar una familia
estable, llegaron a crear parejas casi de modo contractual en su afán de obtener
ciertas garantías en el orden de lo material. Sin embargo, ello no siempre les aseguró
la manutención o la de su prole, debido al abandono frecuente de del que eran objeto
por parte de sus parejas.
Debido a las migraciones, los hombres pasaban considerable tiempo fuera de sus
lugares de origen, situación que generó un escenario de paradojales relaciones entre
el varón y la mujer. Fuentes documentales consultadas indican de una alta proporción
de mujeres y niños/as solos a causa de dicha movilidad.27 Este fenómeno tuvo sus
implicancias en el tipo de relaciones entre ambos sexos, tanto para los que se iban,
como para las mujeres que quedaban en el hogar.
El alejamiento de los hombres facilitó con frecuencia múltiples uniones, casos de
bigamia, adulterio y amancebamiento. La segunda mujer, la ilegítima, tenía mucho
que perder en este tipo de relaciones, en caso que no prosperara. No solo podía
ocurrir que no recibiera alimentos u atención, sino que su reputación y honor fueran
ventilados en los estrados de un modo hasta impiadoso.
Puede afirmarse la existencia de una importante cantidad de hijos ilegítimos en estos
sectores, situación que pudiera vincularse no sólo con la permanente movilidad
anteriormente citada, sino con una emancipación en las relaciones sexuales por fuera
del matrimonio o aún sin el.28
Considerando el patrón masculino vigente, las mujeres fueron las que con mayor
frecuencia se vieron perjudicadas en cuanto juicio se iniciara contra ellas.
“Hechicería”, “amor libre”, “delitos de liviandad”, fueron causas duramente juzgadas
y castigadas, que tomaron relevancia pública. El depósito en una casa de blancos
constituyó uno de los castigos mas insignificantes y de uso corriente.29
Las prácticas del curanderismo como las actividades de las celestinas formaron parte

27
Farberman J. 2005. Moreno J. L. 2004
28
1806. Un señor se niega a devolver bienes a su amante, por lo demás mulata libre. (Revista del Archivo, Tomo 1,
Nº1; 1924).
29
Santamaría y Cruz, (2000).

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de las “actividades mágicas” en Santiago del Estero, sean terapéuticas, dañinas o
amorosas. Es posible vincular ello a la ausencia de médicos, como a la escasez de
varones por la tendencia migratoria que se describe más arriba. Ejercicio
desempeñado básicamente por mujeres, indias principalmente y en segundo lugar
por negras y mulatas. Este denominador común: subalternidad, género y raza
compone la alteridad cultural respecto de quienes las juzgaban en el cabildo. El dato
empírico por la que llegaban al estrado eran la enfermedad o muerte de personas
objeto de rituales o de las artes que utilizaban.
El predominio femenino, la asociación mujer / hechicera, no es novedoso y cuenta
con un acervo histórico tanto en Europa, como por los sucesos ocurridos con la
Inquisición. A la mujer se le adjudicaban poderes maléficos, inclinación al mal
inherente a su sexo y por ende poderes sobrenaturales, o mágicos que excedía la
lógica y la racionalidad esperada desde el patrón masculino, cristiano y europeo. No
debe desestimarse el hecho de que éstas mujeres indias formaron parte de una
población minoritaria respecto de las negras y de otras castas, que pertenecieron a
pueblos de indios.
Casi todas las mujeres estuvieron bajo el régimen de encomienda o algún vinculo con
la esclavitud, como el caso de las negras y mulatas. A pesar de ello, ejercieron una
relativa autonomía en sus actividades, ya que se mantenían por su cuenta gracias a la
textilería, pastoreo, alfarería y otras actividades subsidiarias (incluso las mencionadas
más arriba). Salvo en el caso de la esclavitud y de la servidumbre, la dependencia
hacia el encomendero no era irreversible. “Prueba de ello es que el mundo de las
hechiceras y de los curanderos supone una amplia movilidad espacial y con ella el
cambio frecuente de patrones y protectores”.30
Los autores consultados coinciden respecto de la preeminencia de la figura femenina
sola (viudas y solteras) y que se mantiene por sus propios medios, lo cual en Santiago,
no es la excepción, sino la regla. Esto tendría relación con la ausencia de sujeción, sea
por los procesos migratorios (envíos a la frontera, cosechas, etc.), ausencia de amos o
maridos.

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30
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15
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