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Interseccionalidad

El término ‘interseccionalidad’ fue acuñado en 1995 por la abogada afronorteamericana


Kimberlé Williams Crenshaw, definiéndolo como la expresión de un “sistema complejo de
estructuras de opresión que son múltiples y simultáneas”. La subordinación interseccional es, a
menudo, la “consecuencia de un factor de discriminación que, al interactuar con otros
mecanismos de opresión ya existentes crean, en conjunto, una nueva dimensión de
desempoderamiento” (1995, 359). La interseccionalidad indica que los sistemas de opresión
racial, sexual, heterosexual y de clase están interrelacionados de tal forma que es difícil
distinguirlos en la experiencia concreta de los sujetos.
Crenshaw retoma el concepto para analizar la experiencia de aislamiento de mujeres
afroestadounidenses golpeadas, en donde la invisibilidad e ininteligibilidad de esta experiencia
es el resultado del entrecruzamiento del sexismo y del racismo ejercido contra ellas (Viveros,
2008). Elsa Dorlin señala que el aislamiento descrito por Crenshaw es a la vez el efecto de una
ausencia de conceptos que permitan teorizar su posición en la intersección de diversas relaciones
de poder, y la falta de recursos políticos para luchar conjuntamente contra la articulación del
sexismo y del racismo sin anihilarse (citada en Viveros 2008).
Ahora bien, los antecedentes de este concepto hay que situarlos en el llamado
Pensamiento Negro Feminista o Black Feminist, desarrollado por mujeres afroamericanas a
partir de la década del setenta. Fueron estas mujeres, situadas en posiciones periféricas (mujeres,
negras, de clase trabajadora, lesbianas), quienes denunciaron la articulación de los sistemas de
opresión sexista, racista, heteronormativo y clasista, encarnados en sus propios cuerpos; desde
sus experiencias situadas impulsaron nuevos discursos y prácticas políticas. Posiblemente este
feminismo acudió a una postura que puede ser leída como esencialista al reivindicar una realidad
femenina negra, pero esta identificación operó como una estrategia política contrahegemónica
desde los márgenes. El pensamiento feminista negro está desarrollado por teóricas que transitan
por mundos fronterizos en los que articulan varias posiciones, ninguna de ellas privilegiada; es
una respuesta al discurso feminista dominante.
Patricia Hill Collins (1998), anota que la teoría feminista ha suprimido las ideas de las
mujeres negras. Las intelectuales afronorteamericanas han venido insistiendo en que se corrijan
tanto el prejuicio masculinista del pensamiento social y político negro como el prejuicio racista
de la teoría feminista. Para estas mujeres el conocimiento ganado en la intersección de raza,
género y opresión de clase proporciona el estímulo para diseñar y transmitir el conocimiento
subyugado de una cultura de resistencia de las mujeres negras. Collins aclara que esta cultura de
resistencia no es, en absoluto, monolítica, contiene elementos contradictorios que alimentan
tanto la aceptación de la opresión como la resistencia a la misma.
Para Collins el resultado del pensamiento feminista negro ha sido una “extraña postura
de afuera/desde adentro, una marginalidad peculiar que estimula una perspectiva especial en las
mujeres negras” (Collins, 1998: 265). Ellas se encontraban adentro y afuera, o, en parte adentro
y en parte afuera, tanto del pensamiento feminista como del pensamiento social y político negro,
no cumpliendo a cabalidad con las membresías exigidas en cada uno de ellos: ser blancas en el
caso del primero y ser hombres en el segundo. De esta manera se ven impulsadas a teorizar a
partir de sus propias experiencias concretas como conocedoras situadas.
El pensamiento feminista negro ha sido una teoría y una práctica que denuncia cómo un
sujeto particular asume la representación universal del sujeto Mujer; una universalidad
contaminada de particularidad. Ese sujeto universal Mujer, era un significante vacío pero lleno,
hegemonizado por el contenido particular de la mujer blanca de clase media. Así se pone en
evidencia que ese sujeto universal deviene en campo de batalla de una serie de contenidos
particulares que luchan por la hegemonía.
Uno de los trabajos pioneros del llamado Black Feminist es el de Ángela Davis (1981),
titulado “Mujeres, raza y clase”, el cual elabora la intersección de los diversos sistemas de
opresión en la experiencia de las mujeres negras estadounidenses, aunque ella nunca acudió al
concepto explícito de interseccionalidad. Davis denuncia el sesgo racista y clasista del
feminismo, así como el sesgo sexista en el movimiento por los derechos civiles. Devela la
invisibilización sistemática de las reivindicaciones de las mujeres negras, a pesar de su potencial
revolucionario.
Su trabajo es bastante riguroso al poner en evidencia los sistemas de opresión sexual,
racista y clasista en las luchas por los derechos de las mujeres, particularmente en los
movimientos a favor del sufragio femenino y el control de la natalidad, así como en las luchas en
contra de las violaciones.
Davis muestra cómo a comienzos del siglo XX el movimiento sufragista negó la
participación a mujeres negras que querían formar una rama de la asociación, con la excusa de
“no avivar la hostilidad que despertaban las mujeres negras en las mujeres blancas”, era una
actitud de “conveniencia” para no perder apoyo cuantitativo a la causa femenina. Según anota la
autora, durante los primeros años del siglo XX la influencia de las ideas racistas cobró más
fuerza que nunca. La intensificación progresiva de la propaganda racista estuvo acompañada de
una creciente intensificación análoga de ideas que implicaban la inferioridad femenina y la
reivindicación de la maternidad en mujeres blancas como estrategia de conservación de la
especie. Las mujeres blancas estaban aprendiendo que como madres cargaban con una
responsabilidad muy especial en la lucha por salvaguardar la supremacía blanca. De esta manera
el movimiento sufragista empezó a incorporar un discurso eugenésico.
La mujer negra era prácticamente invisible en la campaña a favor del sufragio femenino.
Su líder (Susan B. Anthony) llegó a afirmar que “las urnas contenían un auténtico secreto de
emancipación femenina y que el sexismo, en sí mismo, era mucho más opresor que la
desigualdad de clase y que el racismo, que la oligarquía más odiosa jamás establecida sobre este
planeta era el dominio de los hombres sobre las mujeres” (Davis, 1981: 145). Davis señala que
es posiblemente por este sesgo racista y clasista que un sector de feministas negras reaccionaba
con desinterés frente al sufragio. Así mismo, en su momento las mujeres obreras –no
necesariamente negras- tampoco se mostraban interesadas en el voto, actitud cuestionada por el
movimiento sufragista quienes las acusaban de atender solo sus necesidades inmediatas. Las
mujeres de clase trabajadora solo se vinculan a la lucha por el sufragio cuando empiezan a
considerar el voto como una estrategia para hacer demandas laborales, sobre todo después de que
el trágico incendio de la fábrica textil Triangle Shirtwaist de Nueva York hubiera cobrado la vida
de 146 mujeres.
Davis muestra además la ideología racista presente en el movimiento por el control de la
natalidad, que había recibido acusaciones de suicidio de la raza blanca. Frente a esto, las
mujeres blancas militantes empezaron a defender el control de la natalidad como vía para evitar
la proliferación de la clase baja y como antídoto al suicidio de la raza. Éste último podría evitarse
mediante la introducción del control de la natalidad entre las personas negras, los inmigrantes y
los pobres en general. De este modo, los blancos acomodados de pura estirpe yanqui podrían
conservar su superioridad numérica dentro de la población.
El trabajo de Davis refuerza la necesidad de pensar desde los márgenes, en tanto que la
mujer negra ocupa una posición realmente periférica: no hombre y no blanca y, en muchos
casos, no heterosexual y trabajadora. De manera que el pensamiento Feminista negro, viene a
cuestionar la idea homogénea y universal de “mujer”, mejor dicho, hace evidente las
contradicciones de la categoría. Se desafía el concepto mismo de mujer, exponiéndolo,
excediéndolo y sometiéndolo a deconstrucción.
bell hooks1, otra figura clave del feminismo negro, cuestiona la dominación hegemónica
del pensamiento feminista norteamericano que hizo de la situación de las mujeres blancas un
sinónimo de la condición de todas las mujeres estadounidenses, clausurando las opresiones de
raza y clase. hooks señala que si bien resulta evidente que muchas mujeres sufren la tiranía
sexista, hay pocos indicios de que este hecho forje «un vínculo común entre todas las mujeres».
Un principio central del pensamiento feminista moderno, anota, es el de que «todas las mujeres
están oprimidas». Esta afirmación implica que las mujeres comparten una suerte común, que

1
En minúscula por decisión de la autora.
factores como los de clase, raza, religión, preferencia sexual, etc., no crean una diversidad de
experiencias que determina el alcance en el que el sexismo será una fuerza opresiva en la vida de
las mujeres individuales (hooks 2004). Para hooks el sexismo como sistema de dominación
institucionalizado nunca ha determinado de forma absoluta el destino de todas las mujeres de
esta sociedad. El énfasis que se ha hecho en la «opresión común» ha sido más un vocabulario
político que enmascara intereses de clase. Lo común ha sido una retórica, y, justamente, aislarse
de mujeres de otra clase y raza impidió tener una base comparativa inmediata para socavar esos
presupuestos.
Ahora bien, a su juicio, esa posición absolutamente periférica y marginal, de casi exilio,
les otorga un punto de especial ventaja para plantear una verdadera contrahegemonía. Las
mujeres negras sin «otro» institucionalizado al que puedan discriminar, explotar u oprimir tienen
una experiencia vivida que reta directamente la estructura social hegemónica de la clase
dominante racista, clasista y sexista, y su ideología concomitante.
En esto coincide La Colectiva de Rio Combahee (Combahee River Collective) 2, una de
las expresiones organizativas más importantes del Black Feminist, un grupo feminista negro
ubicado en la ciudad de Boston conformado en 1974. Hacia el año 1977, el colectivo plantea la
llamada “Declaración Feminista Negra”, documento pionero en el cual hacen referencia a la
simultaneidad de sistemas de opresión. En su declaración se afirman “como negras vemos el
feminismo negro como el lógico movimiento político para combatir las opresiones simultáneas
y múltiples a las que se enfrentan todas las mujeres de color” (1988, 173).
La política de este colectivo tuvo conexión evidente con los movimientos para la
liberación negra, en particular los de las décadas de los 60 y 70. Muchas de ellas participaron en
los movimientos por los derechos civiles, el nacionalismo negro, las Pateras Negras. Sin
embargo, manifiestan su desilusión con estos movimientos de liberación al no tener ellas un
lugar propio de enunciación.
Con una postura similar a la hooks afirman que si las mujeres negras fueran libres, esto
significaría que todas las demás también tendrían que serlo ya que su libertad exigiría la
destrucción de todos los sistemas de opresión.
El Black Feminist ha permitido el pensamiento interseccional en mujeres
tercermundistas, siendo Gloria Anzaldua otra de las mujeres que desde su escritura y desde su
propia experiencia corporal se ha situado en mundos fronterizos. En su concepto de la frontera
(borderlands), cuestiona el nacionalismo chicano y el racismo norteamericano, a la vez que el
racismo y el etnocentrismo del feminismo anglosajón, y el heterosexismo de ambos tomando
como marco el contexto global del capitalismo. Anzaldua ha sido pionera de lo que hoy se
denomina pensamiento fronterizo, que expresa las limitaciones de identidades esencialistas y
auténticas (Curiel 2011).
En el ochenta Anzaldua participa del libro clave Esta Puente, Mi Espalda” en el que se
recogen las voces de mujeres tercermundistas en Estados Unidos. En su artículo, La Prieta,
propone el mundo zurdo, en donde se expresa la interseccionalidad como apuesta política. Este
mundo zurdo está relacionado con ese afuera/desde adentro, del que habla Collins; es una
llamado a las periferias:
Mujeres tercermundistas, lesbianas, feministas y hombres orientados al feminismo de
todos los colores se unen y se juntan para rectificar el balance. Solamente juntos podemos
ser una fuerza. Nos veo como una red de espíritus emparentados, un tipo de familia.
Somos los grupos raros, la gente que no pertenece a ningún sitio, ni al mundo dominante
ni completamente a nuestra propia cultura. Todos juntos abarcamos tantas opresiones. Pero
la opresión abrumadora es el hecho colectivo que no cuadramos y porque no cuadramos
somos una amenaza. No todos tenemos las mismas opresiones, pero tenemos empatía y
nos identificamos con las opresiones de cada uno […] en el mundo zurdo, yo con mis

2
Su nombre viene de la acción guerrillera inventada y dirigida por Harriet Tubman el 2 de junio 1863 en el
estado de Carolina del Sur. Esta acción liberó a más de 750 esclavos y es la única campaña militar en la historia
norteamericana planeada y dirigida por una mujer (La Colectiva del Rio Combahee 1988).
propias afinidades, y mi gente con las suyas, podemos vivir juntos y transformar el planeta
(Anzaldua 1988, 169).
Es bueno anotar que en el contexto latinoamericano, es reciente el interés de las
ciencias sociales por trabajar articuladamente las categorías sexo, clase, sexualidad y raza.
Según anota Viveros los trabajos de este tipo en la Región se han realizado desde dos
perspectivas: una foucaultiana y otra feminista, particularmente anclada en los aportes del
llamado Black Feminist y las teorías de la interseccionalidad (Viveros 2009, 2). Las
investigaciones desarrolladas desde el primer enfoque suelen destacar la construcción de
un proyecto de modernidad de las burguesías nacionales europeas desde finales del siglo
XVII, a partir del cual se interviene la sexualidad para regular la pureza racial de
población, amenazada por matrimonios y relaciones sexuales interraciales (Wade, Urrea y
Viveros, 2008; Viveros, 2009). Las desarrolladas desde el segundo enfoque (Black
Feminist), se sustentan en todos los planteamientos abordados anteriormente.
A partir dl texto clave “Raza, etnicidad y sexualidades. Ciudadanía y
multiculturalismo en América Latina” (Wade, Urrea y Viveros 2008), se concluye que los
estudios en América Latina que han trabajado la intersección de categorías y sistemas de
opresión han abordado, principalmente, tres asuntos: 1. Mestizaje, nación, raza y
sexualidad. 2. Sexualidad y deseo en contextos racializados 3. Multiculturalismo y
sexualidad racializada (Viveros 2009).
En los Estudios Culturales propiamente dichos el concepto de interseccionalidad ha
estado muy cercano a la categoría de “articulación” (Laclau y Hall) fundamentalmente soportada
por el concepto de “sobredeterminación” desarrollado por Althusser. Las categorías de
articulación y sobredeterminación han permitido elaborar un planteo de la totalidad social sin
considerar lo económico, y por tanto la clase, como el determinante último. Acudir a estas
categorías –que nos permiten entender la totalidad social como totalidades abiertas- ha sido una
forma de tomar distancia de los reduccionismos económicos y los esencialismos. Estas
categorías ofrecen una forma abordar las prácticas sin recurrir a ontologías estáticas, y permiten
pensar en contradicciones y diferencias que habían sido desatendidas.
Laclau y Mouffe, son de los primeros en hablar de articulación cuya noción solo es
posible entenderla en relación a la reflexión sobre el concepto de hegemonía gramsciano y su
propuesta de democracia radical. Según arguyen en su texto “Hegemonía y estrategia socialista”
(1985), el pensamiento de Gramsci es sólo un momento transicional en la deconstrucción del
paradigma político esencialista del marxismo clásico. A juicio de los autores, para Gramsci el
núcleo de toda articulación hegemónica continúa siendo una clase social fundamental. Para
Laclau y Mouffe la realidad de las sociedades postindustriales exige deconstruir la noción misma
de clase social, en tanto que implica un riesgo esencialista al suponer la existencia de un sujeto
colectivo previo, y porque la clase aparece como una totalidad explicativa que no da lugar a otras
disidencias. Agregan:
Este es el punto en el que, en nuestro texto, intentamos ligar la problemática teórica de la
crítica al esencialismo y a la concepción del sujeto unitario y fundante, con el conjunto de
problemas vinculados a la emergencia de nuevos antagonismos y a la transformación de la
política en el mundo contemporáneo. Esto nos ha conducido a redefinir el proyecto
socialista en términos de una radicalización de la democracia; es decir, como articulación
de las luchas contra las diferentes formas de subordinación —de clase, de sexo, de raza,
así como de aquellas otras a las que se oponen los movimientos ecológicos, antinucleares y
antiinstitucionales (Laclau y Mouffe, 1987).
Para estos autores, la imposibilidad de una fijación durable es lo que posibilita la
“apertura de lo social”, como espacio siempre incompleto y del que no se puede garantizar un
cierre. No habría, por tanto, cierre alguno que asegurara una determinada identidad de manera
estable, sino un proceso de sobredeterminaciones y sobreidentificaciones que nunca puede llegar
a completarse, que siempre produciría desidentificaciones y différance y que, en definitiva,
constituiría un hacer siempre por hacer –inevitablemente diferido y diferente (García y Romero,
2002).
Desde su perspectiva, ninguna de las identidades de los elementos articulados puede
cerrarse o suturarse, porque el carácter relacional de las articulaciones supone la presencia de
unos “objetos sobre otros”. La articulación se configura, de este modo, como una práctica de
fijaciones parciales que estabiliza ciertos puntos nodales tan sólo por un cierto tiempo. Así, “una
articulación es por tanto la forma de la conexión que puede producir una unidad de dos
elementos diferentes, bajo determinadas condiciones. Es una unión que no es necesaria,
determinada, absoluta y esencial para siempre jamás” (Laclau y Mauffe, citado en García y
Romero, 2002).
Hall (2010) quien también ha planteado abiertamente la articulación, toma algunas
distancias con la postura de los autores anteriores. En primera instancia tendría que decirse que
Hall hace las traducciones, necesarias, de Gramsci, entendiendo que su noción de clase aplica a
diferentes grupos sociales –no determinados solo por lo económico- que persiguen un proyecto
histórico.
Plantea la articulación, a partir del concepto de sobredeterminación de Althusser, que
empieza a pensar precisamente sobre tipos complejos de determinación sin un reduccionismo a
una unidad simple. Retomar el concepto de sobredeterminación y acudir a la articulación le
permite a Hall pensar la diferencia, bajo el reconocimiento de que hay “diferentes
contradicciones sociales con orígenes diferentes; que las contradicciones que mueven el proceso
histórico no siempre aparecen en el mismo lugar, y no siempre tendrán los mismos efectos
históricos”.
Hall entiende la articulación como “una conexión o un vínculo que no se da
necesariamente en todos los casos como una ley o un hecho de la vida, sino que requiere
condiciones particulares de existencia para aparecer, que tiene que ser sostenido positivamente
por procesos específicos, que no es “eterno” sino que tiene que ser renovado constantemente,
que puede bajo algunas circunstancias desaparecer o ser desplazado, llevando a los antiguos
vínculos a ser disueltos y a las nuevas conexiones —rearticulaciones— a forjarse” (2010, 195).
Anota además, que una articulación entre diferentes prácticas no significa que se vuelvan
idénticas o que una se disuelva en la otra. Cada una retiene sus determinaciones distintivas y las
condiciones de su existencia. Sin embargo, para él, una vez que se forma una articulación, las
dos prácticas pueden funcionar juntas; será clave en Hall pensar distinciones dentro de una
unidad.
Insiste en que la sobredeterminación de Althusser no debe caracterizarse en términos de
su insistencia en la “diferencia” por sí sola, sino en términos de la necesidad de pensar la unidad
y la diferencia; la diferencia en la unidad compleja, sin que esto se vea atrapado por el privilegio
de la diferencia como tal. Según Hall (2010), al desarrollar prácticas que articulan diferencias en
una voluntad colectiva, o al generar discursos que condensan el espectro de diferentes
connotaciones, las condiciones dispersas de prácticas de diferentes grupos sociales pueden ser
efectivamente reunidas de maneras que vuelvan esas fuerzas sociales no solamente una clase “en
sí misma”, puesta en posición por alguna otra relación sobre la cual no ejerce control alguno,
sino también capaz de intervenir como fuerza histórica, una clase “para sí misma”, capaz de
establecer nuevos proyectos colectivos.
De conformidad con lo anterior, y para finalizar, tenemos que el concepto de
interseccionalidad supone no solo cuestionar cualquier noción esencial y universalista de sujeto,
sino que también supone cierres indefinidos, imposibilidades de clausura, límites de
representación. Como modelo teórico y práctica política hace problemático pensar en un sujeto
que pueda ser anticipado. Si bien se ha insistido en los sistemas de opresión racista, sexista,
clasista, heteronormativo, este no es el límite, otra categoría de opresión puede emerger, y con
ella sujetos que reclaman una experiencia particular; las diferencias nunca podrán ser
anticipadas. La interseccionalidad –las articulaciones y sobredeterminaciones- siempre tendrán
carácter incompleto o abierto. No se sabe quién pueda denunciar una opresión y desde qué lugar.

[Leidy Laura Perneth Pareja]


Referencias bibliográficas

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