Imaginemos que a la Tierra llega un ser de un planeta lejanísimo al nuestro. Se detiene y
observa que somos seres de costumbres, creencias y comportamientos, así que decide documentarlo. Supongamos que se propone en particular explicar lo que para nosotros es algo muy normal: la resolución de conflictos en tribunales del Estado. Este ser en realidad no sabe mucho, de hecho no sabe casi nada; sólo alcanza a entender que hay un idioma común y que para ciertas acciones hay ciertas consecuencias. Pero no entiende el idioma, no entiende qué clases de acciones se sancionan, no entiende por qué las sanciones son como son, no entiende por qué determinados seres vestidos de forma singular deciden las sanciones de los otros seres. Pues bien, como dijimos, decide documentarlo y llevarlo a su mundo. Habría que preguntarnos: ¿ese ser tiene legitimidad epistemológica para hablar de nosotros? En el mismo tenor, cuando nosotros/as, personas de esta Tierra decidimos estudiar a una comunidad ajena a la nuestra, una comunidad otra –v.g. una comunidad indígena– ¿tenemos legitimidad epistemológica? Y lo llevo al terreno que personalmente me interesa: ¿cómo podemos justificar, desde la epistemología antropológica, si una persona que no pertenece a una comunidad indígena puede hablar sobre el derecho interno de esa comunidad? Es más, ¿por qué nos atrevemos a llamar que algo es derecho para esa comunidad, basándonos en lo que nosotros entendemos como derecho en nuestra comunidad? ¿Es legítimo hablar en nombre de otros? Las preguntas anteriores no son, como podría pensarse, ingenuas. Son preguntas antropológicas que parten de un hecho muy bien identificado por diversos autores como Esteban Krotz: el oficio antropológico se da ahí donde se reconoce la otredad/alteridad. La otredad no significa, como banalmente se ha pensado, que es la capacidad de reconocer al otro en su singularidad. Es una cosa mucho más profunda. Otredad significa la experiencia de la extrañeza, del asombro respecto de lo desconocido, o lo nuevo. Así, reconociendo esta otredad: ¿con qué autoridad epistémica podemos legitimarnos para hablar en nombre de esa comunidad extraña nuestros ojos? En realidad se trata de un problema de autoridad epistémica: ¿en qué momento le confiamos la autoridad intelectual a una persona que no es indígena y habla sobre los problemas indígenas? ¿Qué validez pueden tener sus afirmaciones? ¿Sus afirmaciones, como fuente de conocimiento, deben tener un grado de confiabilidad? ¿Qué significa decir que una persona está justificado para decir algo sobre alguien? Se trata de cuestionamientos que atienden a consideraciones metacientíficas que parten de que el conocimiento es un fenómeno cultural que tiene cierta validez, en ciertos momentos y por ciertas personas –una comunidad–. Así, mi principal interés en esta participación es intentar explicitar el contacto cultural, de volverlo consciente, de reflexionar sobre él, de resolverlo simbólicamente. Las respuestas que me interesan ofrecer al respecto no están encaminadas a elevar el racionalismo occidental científico, sino de hecho, reconocer que existen muchas formas de reflexión: los rituales, los mitos, la poesía; y que son necesarias si lo que queremos en ser genuinos en nuestra explicación. Estoy muy consciente que una forma de legitimar el conocimiento es hacerlo a través de medios rigurosos que garanticen que una afirmación puede sostenerse ya sea a través de premisas lógicas –contexto de justificación–, o ya sea a través del método científico. Pero esa no es la legitimidad que a mí me interesa abordar. En particular me interesa explorar posibles justificaciones a cómo legitimar a la autoridad que ofrece conocimiento que se genera en la antropología jurídica. Eso significa que mi interés radica en ofrecer razones a cómo –desde el contexto de descubrimiento– una persona que no es parte una comunidad puede hablar en nombre de esa comunidad o miembros de ella.