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EL ABRAZO

Lygia Bojunga Nunes


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s imposible seguir ocultando todo esto, tengo


que desahogarme con alguien.Aunque hace tiempo que
tomé la determinación de no hablar jamás de este tema,
no puedo cruzarme de brazos después de lo que suce-
dió ayer por la noche.
Deja que piense por dónde empiezo...
Bien, creo que es mejor que te cuente, antes de
nada, que, cuando tenía ocho años, fui vio... no, espera,
no. Dejaremos esto para luego. Estoy aún tan impre-

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sionada con lo que sucedió ayer por la noche, que es


mejor que te explique primero lo de la fiesta. A ver si
se me enfrían las ideas, a ver si me calmo. Después te
contaré el resto.
Ayer cumplí diecinueve años. Como últimamente
he estado bastante deprimida, cuando Jorge –Jorge es
un amigo mío–me llamó para invitarme a una fiesta,
me costó aceptar su oferta; pero insistió en que sería
divertido. Me comentó que se trataba de una fiesta di-
ferente. Cada grupo de invitados debía disfrazarse
como los personajes de algún cuento de la literatura
brasileña. La anfitriona era una mujer que se dedica
a divulgar el arte y todas sus fiestas incluyen una
actividad de ese tipo. Cada uno de los grupos que lle-
gaba a la fiesta representaba o simplemente contaba
al resto de los invitados el cuento que había elegido.
Jorge escogió ese relato tuyo, El abrazo, y ni si-
quiera se echó atrás cuando le advertí que yo era ne-
gada para ese tipo de cosas. Me dijo que me encerraba

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LYGIA BOJUNGA

demasiado en mí misma y que tenía que acabar de


una vez por todas con mi aislamiento y acudir a la
fiesta.
Es cierto. Me aíslo, sí, y estoy terriblemente con-
fusa. Acabé por aceptar la invitación, pensando que
con aquella fiesta me distraería.
La pandilla se reunió en casa de Jorge para leer
El abrazo, distribuir los papeles y decidir el vestuario.
Tu cuento es un poco extraño, ¿no? Quizá por esa
mezcla que haces de personas que hablan con ani-
males y de animales que hablan con plantas, como si
no existieran diferencias entre unos y otros. A mí me
tocó el papel de Helecho, el personaje que contempla
desde el patio lo que sucede en la casa. Me agradó te-
ner que inventar un atuendo de helecho... bueno, eso
no importa ahora, lo que importa es que llegamos a la
fiesta, representamos El abrazo y, cuando estábamos
a punto de terminar, de pronto se levantó una mujer
y dijo:

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–Disculpad la intromisión, pero en vuestra histo-


ria falta un personaje. Conozco muy bien la obra de
esa escritora y sé que en el cuento titulado El abrazo
hay un personaje que no está aquí presente: la Muerte.
Nos quedamos sorprendidos. A nadie se le había
pasado por la cabeza que alguno de los invitados a
aquella fiesta conociera el cuento y, mucho menos,
que notaría la ausencia de un personaje. Pero nuestra
sorpresa fue en aumento al reparar en el aspecto de
aquella mujer. Llevaba un disfraz típico del Carna-
val de Venecia: con una extraña máscara blanca, un
sombrero negro de tres picos y un velo de encaje. A pe-
sar de su asombro, Jorge decidió tomarse su comen-
tario a broma y contestó:
–La Muerte pasa tan deprisa por este cuento que
no nos ha dado tiempo a atraparla.
Nadie le rió la gracia y la mujer respondió:
–Por más rápido que sea su paso, la Muerte es la ver-
dadera protagonista del cuento. ¿No os habéis fijado?

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Nos miramos unos a otros. ¿Aquella mujer nos es-


taba llamando ignorantes? Ella continuó:
–No estoy relacionada con ningún libro ni con
ningún cuento. He venido a la fiesta sola, pero como
conozco ese cuento como la palma de mi mano,
puedo unirme a vuestro grupo y representar el papel
de la Muerte. Hasta puedo hacer la escena en la que
ella entra en la casa y Helecho la ve. ¿Os parece bien?
Enseguida me di cuenta de que a Jorge no le había
gustado la idea.
–¿Interpretar a la Muerte así –preguntó–, con esas
ropas venecianas?
La mujer no se alteró:
–El vestuario de la Muerte es muy diverso. Usa las
ropas más inesperadas, se disfraza de cualquier cosa
que uno pueda imaginar –y, sin esperar más res-
puesta, se acercó a nosotros, anunció que iba a ha-
cer la escena que nos habíamos saltado y empezó a
actuar.

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En ese instante comenzó todo: cuando representó


la escena de la Muerte (nuestro grupo se había limitado
a recitar las escenas, pero ella no, ella las representó),
empecé a sentir una enorme atracción por aquella
mujer.
–Espera, espera. ¿Os habíais saltado la escena de
la Muerte a propósito?
–Sí.
–Pero ¿por qué?
–Porque el cuento tiene siete personajes y nosotros
éramos seis.
–Bueno, pero...
–Aunque no solo fue por eso.
–¿Por qué más?
–No te lo vas a creer.
–Puede que sí.
–Ninguno de nosotros quería ser la Muerte.
–¡No me lo creo!

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–Pues sí, te lo juro.


–Y entonces decidisteis eliminar el personaje.
–Sí.
–¡Qué falta de respeto!
–Perdona.
–¡No, no es cuestión de pedir perdón!
–Bueno...
–Es igual, sigue.
Nuestro cuento terminó y continuó la fiesta. Em-
pezó la música y el grupo se desperdigó. Pero yo no
le quitaba ojo a aquella mujer. La seguía a todas
partes.
No hablaba con nadie. Oculta tras aquella más-
cara, se deslizaba de sala en sala, siempre sola. Y yo
tras ella. En un momento dado, cuando se dirigió al
jardín, me armé de valor, me acerqué a ella y le dije:
–Me ha dado mucho miedo tu escena.
–¿Por qué?

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