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XVIII

 Dom.  Ord.  (C)                                                                                                                                                      Prelatura   de   Juli  


(31.07.19)                                                                                                                                                        Mons.  Ciro  Quispe  

CUÍDENSE DE TODA CODICIA


(Lc 12,13-21)

En aquel tiempo, 13 uno de la gente le dijo a Jesús: «Maestro, di a mi


hermano que reparta la herencia conmigo». 14 Él le respondió: «¡Hombre!
¿Quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?». 15 Y les dijo:
«Miren y cuídense de toda codicia, porque, aunque alguien posea abundantes
riquezas, éstas no le garantizan la vida». 16 Les dijo una parábola: «Los campos
de cierto hombre rico dieron mucho fruto; 17 y pensaba entre sí, diciendo:
“¿Qué haré, pues no tengo dónde almacenar mi cosecha?” 18 Y dijo: “Voy a
hacer esto: Voy a demoler mis graneros, edificaré otros más grandes, reuniré
allí todo mi trigo y mis bienes 19 y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes
en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea”. 20 Pero Dios
le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que
preparaste, ¿para quién serán?”. 21 Así es el que atesora riquezas para sí y no
se enriquece en orden a Dios.»

De la oración, pasamos este domingo en la Liturgia, a la economía. El domingo


pasado, siempre en la liturgia, un discípulo le pedía al Nazareno aprender a rezar:
«Señor, enseñanos a orar» (Lc 11,1); este domingo, otro discípulo le pide, en cambio,
resolver su problema de dinero: «Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia
conmigo» (13b). El domingo pasado, el Maestro nos educaba sobre el modo de pedir al
Señor, con dos parábolas. Este domingo, en cambio, nos educa sobre la codicia y la
petición de «abundantes riquezas», con una parábola. Y la parábola, que podríamos
llamarla, la parábola del «hombre rico» (16b), va dirigida curiosamente a este hermano
(¿“pobre”?); sin embargo, toca también de cerca al otro hermano implícito (¿“rico”?)
pero presente en la narración. Como es una parábola “sin nombre”, debemos – así
manda la leyes semíticas y retóricas de las parábolas hebreas – identificar al personaje
que anda escondido y darle un nombre. ¿Quizás ya le pusiste el nombre, del pariente
interesado? O ¿Quizás encaja bien tu propio nombre?

La herencia
Cuántas familias partidas a causa de la bendita herencia, en los tiempos de Jesús y en
nuestros días. ¿Qué herencia dejarás a tus hijos? ¿Ya pensate? ¿Ya decidiste? ¿Ya
distribuiste? Mejor si lo haces antes, porque nunca se sabe… Puede pasar lo que le pasó
a aquel personaje del Evangelio de hoy. ¿Qué herencia dejarás a tus hijos? Sucede que
las peleas de herencia son por la vajilla, los vasos, no importa sin son de plástico o de
cristal, las sillas, el bendito televisor, el dinero acumulado; y peor si se trata del auto o
del departamento. A veces, ¡muchas veces!, los hijos se pelean, dejan de hablarse, se
odian e incluso inician pleitos judiciales interminables. ¿Valdrá la pena todo lo que vas
acumulando? ¿Cuál será tu mejor herencia? ¿Una familia dividida o una familia unida?
Pero aquel hombre insistió, quizás pensando, «no me importa si estamos unidos o
no», lo que quiero es mi parte: «Señor, di a mi hermano que reparta la herencia
conmigo» (13b). Tal vez sus padres no dejaron nada dispuesto; tal vez murieron en un
imprevisto; tal vez aquel fue más astuto; tal vez éste recién apareció; tal vez aquel, los
asistió hasta el último momento; tal vez éste nunca tuvo tiempo para los suyos; tal vez

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XVIII  Dom.  Ord.  (C)                                                                                                                                                      Prelatura   de   Juli  
(31.07.19)                                                                                                                                                        Mons.  Ciro  Quispe  

aquel es un ambicioso; tal vez éste es un codicioso; tal vez aquel lo necesita; tal vez éste
es más pobre; tal vez, igual que sus padres, ellos nunca piensan en la muerte.

Cuídense de vuestra codicia


A la petición de aquel hermano, Jesús respondió con un sorprendete: «No me metas
en esas riñas», «no estoy para eso», «no gracias» (14b). El Nazareno no quiere meterse
en problemas de herencia, de dinero o de economía. Curioso. Como dice Paolo Curtaz,
«Las leyes de la economía no fueron dictadas por Dios a Moisés en el monte Sinaí.
Nosotros las hemos creado». Y como nosotros las hemos creado, ¿Por qué tenemos que
nombrarle al Nazareno el repartidor de bienes? A Jesús no le interesa los bienes en sí,
sino la «vida», aquello que «garantice la vida» (15c). Ciertamente las «abundantes
riquezas» (15b) no garantizan la vida del hombre, tampoco «la codicia» (15a; 13b; 19),
ni mucho menos el «descansar, comer, beber y banquetear» (19c) y peor «el que solo
atesora riquezas para sí» (21). Ojo, dice el Maestro, «el que solo atesora riquezas para
sí…». Jesús no está en contra de la riqueza, sino contra del egoísmo y la codicia; en
contra de aquello que no te hace «vivir» (19); en contra aquello que no te permite vivir a
ti y al otro, a ti y a tu hermano. Ambos deben aprender. Pues el problema de la
economía siempre es un problema de dos.
Sucede lo mismo con el mundo. Si unos pocos acaparan los bienes, y los otros, que
son muchos, ¿de qué vivirán? Se dice que el 1% de la población mundial tiene mayor
riqueza que el resto; y en el Perú, 32 familias poseen el 14% de la riqueza del país. No
podemos ser indiferentes ante eso. Lo dijo varias veces Papa Francisco, y lo repitió en la
Evangelii Gaudium (54). No seas indiferente cuanto tus «graneros» andan repletos
(18c). No puedes banquetear danto las espaldas al otro. «Para poder sostener un estilo
de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha
desarrollado una globalización de la indiferencia». El Nazareno no está en contra la
riqueza. Lo dice Jesús con la parábola. Para el judío, la riqueza es una bendición. Que
levante la mano aquel que no quiere ser rico. O que alce la mano el que quiere ser pobre.
El problema no es la herencia. El problema es la indiferencia de aquel hermano o la
codicia de éste. El problema es que ambos no se hablan; y éste tuvo que recurrir al
Maestro.

Otra parábola
No critica el Maestro la riqueza de aquel trabajador de la parábola. Es más, debería
provocarnos augurios, cosa que no sucede normalmente en nuestra patria. Quizás es un
buen trabajador. No dice que sea deshonesto, usurero o corrupto, que son las
características de la mayoría de los ricos actuales que pululan en las ciudades. Es más,
debería admirarnos su audacia, su afán de progreso, su decisión de construir graneros
enormes y su espíritu de ahorro. Pero de lo que no deberíamos admirarnos es de su
indiferencia hacia el otro, su confianza excesiva en sí mismo, su diálogo egoísta, su
motivación pancista de la vida, su seguridad en los bienes materiales y su
despreocupación de la presencia y de la palabra de Dios. Como he leído en alguna parte:
«¿Quieres hacer reír a Dios? Háblale de tus proyectos».

Necio
El necio no piensa nunca en la «muerte». La muerte, para el que tiene fe, sabe que
sucederá en cualquier momento. La muerte no es sino un evento posible, debes
considerarlo. No es el castigo al hombre rico. Hoy lo acelera el stress acumulado,

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(31.07.19)                                                                                                                                                        Mons.  Ciro  Quispe  

excesivas horas trabajando, demasiados cigarros, descuidos de salud, alimentos


chatarra. No es el pasatiempo divino que busca su próxima víctima. La realidad de la
muerte debería ayudarnos a pensar, no solo en la herencia, sino también en el otro y
paradójicamente en la «vida» misma y sus excesos (19). «Porque prácticamente todo –
reconoció Steve Jobs – las expectativas de los demás, el orgullo, el miedo al ridículo o
al fracaso se desvanecen frente a la muerte». Y él mismo ponía en práctica este
pensamiento. «Cada día me miro al espejo – lo dijo frente a miles de universitarios – y
me pregunto: “si hoy fuese el último día de mi vida ¿querría hacer lo que voy a hacer
hoy? Si la respuesta es un “no”… sé que necesito cambiar algo». Y la mejor manera de
cambiar, nos dice el Nazareno, es pensar en el otro dejando a lado la indiferencia en el
último día de tu vida, pensar en la vida misma y en enriquecerte del conocimiento de
Dios (21). Si no piensas en eso, eres «¡Necio!».

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