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Prólogo1

El padre Carlos Miguel Buela, superior general del Instituto del Verbo Encarnado, ha publicado
dos artículos intentado refutar la posición de los católicos tradicionalistas con una serie de
argumentos poco sustentables, quizás, con ciertas animosidades, desarticulados, infundados y
contradictorios. Dichos artículos datan del año 1993 aproximadamente y, en consecuencia a que
siguen publicados en internet2, hemos decidido publicar sus respuestas, que datan del mismo año.
No obstante, consideramos importante, la serie de argumentaciones que han formulado
quiénes se han defendido del ataque respondiendo punto por punto las objeciones del padre Buela.
También hemos visto que el padre Buela no ha respondido a las preguntas que se les ha formulado.

La discusión prosiguió, pero ya sin respuestas de parte de quiénes, en un principio, habían sido
atacados.

El padre Miguel Ángel Fuentes, miembro del I.V.E., hará algunos artículos más, defendiendo la
posición del padre Buela ante la “iglesia cismática lefebvrista”, como él mismo catalogará. El primer
artículo: “¿Es lícito asistir a las Misas de los Lefebvristas? ¿Cuál es su situación actual?”, publicado, en
forma de respuesta a los interrogantes de sus lectores, en la página web “Teólogo responde”. Vemos
que el artículo está enfocado desde una visión absolutamente legalista omitiendo rotundamente el
problema profundo de fe que atañe a quienes, hoy día, defienden la fe en su integridad y denuncian el
problema de la crisis del post Concilio que azota hoy a la Nave de Pedro. Igualmente, se ha respondido,
de manera indirecta, en el estudio canónico “Una excomunión inválida, un cisma inexistente”, publicado
por la revista “Si Si No No”3.
El segundo artículo se titula “La Gracia del ecumenismo”, actualmente publicado en la página
del I.V.E “Diálogo Religioso”4. Sólo notamos algo en su argumentación, en la cual dice “con el presente
artículo intento responder las principales objeciones -si así pueden llamarse- que, sobre el problema
ecuménico, han planteado los PP. Xavier Beauvais y Dominique Lagneaeu”. Es de notar que la única
autoridad que cita para “defender” el nuevo ecumenismo y la posición sustentada por el padre Buela,
es la de utilizar los textos posconciliares, sin utilizar aquellos textos que “infundadamente” usan “los
lefebvristas” como autoridad. La carta con motivo de los 25 años de la elección de Juan Pablo II,
enviada al Santo Padre y a todos los Cardenales de la Iglesia católica, responde y argumenta
positivamente la doctrina del ecumenismo titulándose: “Del ecumenismo a la apostasía silenciosa.
Análisis documentado sobre el ecumenismo”.5
Más allá de las disputas y de algunos tonos empleados algo fuertes, esto nos trae a colación,
algunas acusaciones, quizás algo apresuradas, que hemos escuchado, con respecto a la persona de este
gran Arzobispo que fue Monseñor Marcel Lefebvre, quién ha tenido la agudeza, la gracia de ver lo que
ocurría en el interior de la Iglesia, quién ha defendido la Tradición católica con su vida, como mártir
moral, juzgándoselo injustamente de poseer, frente a las autoridades vaticanas, una actitud de
“soberbia” y “desobediencia”, para quiénes imponían las reformas desacralizantes y protestantizadas
en la liturgia y en la doctrina pastoral bajo documentos de farragoso lenguaje. Y, como la Caridad está
unida enteramente a la Verdad, podemos responder junto al dulce santo Francisco de Sales que “es un
acto de caridad gritar contra el lobo, dondequiera que sea, cuando se encuentre entre las ovejas.” 6

Terminamos este pequeño prólogo con una interesante reflexión de San Agustín:

1
De la versión digital publicada por www.statveritas.com.ar
2 Se encuentran en la dirección: http://www.padrebuela.com.ar/pbuelaotrosescritos.htm
3
Trabajo original publicado en italiano en la Revista italiana “SI SI NO NO”, en los números 3-9 de Febrero/ Mayo de 1999
(y traducción hecha desde el texto de su versión francesa publicada en “Courrier de Rome” n. 214 y ss). Actualmente
publicado, de manera digital, en: http://www.statveritas.com.ar/Varios/APOLOGETICA.htm
4 http://www.ive.org/mediooriente01.org/pag_res.asp?id=21
5 “Del ecumenismo a la apostasía silenciosa”. Carta con motivo de los 25 años de la elección de Juan Pablo II. Análisis documentado sobre

el ecumenismo. Publicado en: http://www.statveritas.com.ar/Varios/APOLOGETICA.htm


6 “Introducción a la vida devota” San Francisco de Sales.

2
“Permite también la divina Providencia que aun hombres buenos sean expulsados de la
congregación cristiana a consecuencia de algún alboroto sedicioso promovido por gente carnal. Si esta
afrenta o injuria suya la soportaren pacientemente por la paz de la Iglesia, y no tramaren novedades,
cismas, ni herejías, darán una lección a los hombres, enseñándoles con que afecto verdadero y con
cuánta sinceridad y caridad hay que servir a Dios. La intención de estos hombres es la de volver al
seno de la Iglesia en cuanto calme la tormenta, o (si no se les permite porque dura la tempestad, o en
previsión de que con su vuelta se originen mayores disturbios) mantener en su desgracia el propósito
de atender a los mismos que les perjudicaron con sus agitaciones y turbulencia. Defienden la fe hasta
la muerte sin divisiones ni conventículos; corroboran con su testimonio aquella fe que saben es la que
predica la Iglesia Católica. A estos los corona el Padre, que ve en lo escondido. Parece un caso raro;
pero no faltan ejemplos; y aún son más de lo que se puede creer. La divina Providencia usa de todas
las especies de hombres y ejemplos para curar las almas y educar el pueblo espiritual” (De vera
religione, liber unus)

“¿Cuántos extraños parece que están dentro y cuántos de los nuestros parece que están fuera
hoy? “Sabe el Señor quienes son de Él”. Los extraños que están dentro, cuando hallaren ocasión, se
saldrán; en cambio los nuestros, cuando hallaren ocasión, volverán a nosotros.” (Enarrationes in
Psalmos)

3
DE MARITAIN A VATICANO II…
DE VATICANO II A SAN RAFAEL DE MENDOZA

Respuesta, aclaración y refutación a un artículo del padre Buela

INTRODUCCIÓN

Los sacerdotes del Distrito de América del Sur y del Seminario Nuestra Señora Corredentora de la
Fraternidad Sacerdotal San Pío X, presididos por el Superior del Distrito, padre Xavier Beauvais, y por el
Director del Seminario, padre Dominíque Lagneau, respondemos por medio del presente fascículo al
artículo firmado por el padre Carlos Miguel Buela, Superior General del Instituto del Verbo Encarnado,
publicado con el nombre INTEGRISMO CONSERVADOR ¿UNA OPCIÓN VALIDA? por la Revista
DIALOGO, AÑO 1 - Segunda época – Nº 6, 15 de setiembre de 1993, páginas 9 a 49 (de ahora en más
citamos “Integrismo”).
Destacamos bien que respondemos a dicho artículo y no al autor en particular, puesto que él mismo
habla en primera persona del plural y en cuanto Superior General de un Instituto, y porque queremos que
nuestra respuesta alcance a todas aquellas personas, clérigos o laicos, que de una u otra manera están
vinculadas con los sacerdotes de San Rafael de Mendoza, pertenezcan o no al Instituto regido por el padre
Carlos Miguel Buela.

Luego de una corta Introducción, el artículo se desarrolla en tres partes:

- I. ALGUNOS JUICIOS (páginas 10-15)


- II. PROBLEMAS PUNTUALES (páginas 15-36)
- III. PROBLEMAS DE BASE (Páginas 36-46)

Una Conclusión cierra el trabajo.

Respondemos siguiendo el mismo esquema, deteniéndonos especialmente en las partes II y III.

En cuanto a la Introducción y a la Primera Parte sólo hacemos notar que, si bien se declara que el
artículo tiene por finalidad “expresar nuestras convicciones” y “poder dar nuestras razones por escrito a
los que lo piden”, luego confunde a sus destinatarios puesto que, sin pretender “indigitar en la misma
forma y en el mismo sentido a todos los que se suele llamar «los integristas», «conservadores», etc.”
(“Integrismo”, pág. 9), sin embargo:
- en las primeras siete páginas se utiliza 4 veces el nombre propio “Lefebvre”, 1 vez el sustantivo
“lefebvrianismo” y 2 veces el de “lefebvrismo”, 10 veces el adjetivo “lefebvristas” y 2 el de “lefebvriano”,
1 vez la expresión “Fraternidad San Pío X” y 1 la de “Ecône”.
- en el resto del artículo se hace referencia por lo menos 10 veces, directa o indirectamente, a
monseñor Lefebvre y a la Fraternidad San Pío X, cuyas convicciones y razones son públicas, bien conocidas
por aquellos a quienes dirigimos esta res-puesta y al alcance de cualquiera que las quiera conocer.
- en las páginas 15, 19, 36, 39, 40, 41, 42 y 44 se hace referencia, descubierta o solapada, a posturas
más o menos diferentes a las de monseñor Lefebvre que, o no habría que haber citado o hubiese sido
necesario “un examen exhaustivo de las posiciones” [y] “hacer notar las diferenciaciones que existen en la
amplia gama de lo que se suele llamar «los integristas», «conservadores», etc; gama que incluye a los
lefebvristas, los metalefebvristas, los deponentistas, los sedevacantistas, etc.»” (“Integrismo”, pág. 9).
No sólo confunde a los destinatarios, sino que ni siquiera refuta a lo que etiqueta como “integrismo
conservador”. No era esa su finalidad, la cual está bien expresada: “poder dar nuestras razones por escrito
a los que lo piden” (“Integrisrno”, pág. 9), que ciertamente no es la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, ni
4
ninguno de los otros Institutos, Asociaciones, grupos o personas que combaten el modernismo conciliar,
sino aquellos que poseen el poder en la Iglesia, que no quieren saber nada con estos sacerdotes, y con los
cuales ellos tampoco quieren tener mayor relación, salvo un “entendimiento pacífico”, “un DIALOGO
condescendiente” para disputarles un espacio en el gran sincretismo de (utilizando la fórmula acuñada por
monseñor Benelli) la Iglesia Conciliar. Era la única alternativa para seguir subsistiendo, con la esperanza de
ser vistos con mejores ojos por las autoridades romanas y diocesanas y poder llevar a cabo una “renovación
en la fidelidad” (“Integrismo”, pág. 47).
Es cierto que durante años han callado sus razones (“Integrismo”, pág. 9). De ahora en más no
podrá haber equívocos ni ambigüedades sobre sus convicciones, que ciertamente confunden a los fieles,
seminaristas y sacerdotes que con sinceridad quieren pertenecer y servir, en medio de la confusión actual, a
la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, tal como la instituyó Nuestro Señor Jesucristo.
Respecto a “las posiciones que no comparten”, sean o no las de monseñor Lefebvre, como hemos
dicho, no las refuta; lo único que hace es evitar la cuestión, salvo en el enunciado de la misma, en la página
15. Luego, a lo largo de 21 páginas no hace más que -permítasenos utilizar una expresión popular pero muy
esclarecedora- “tirar la pelota afuera”. Luego, al tratar los Problemas de Base, presenta un interesante
combate... pero sólo en apariencias, como ya veremos.
Vayamos a los problemas puntuales.

PRIMERA PARTE
PROBLEMAS PUNTUALES
El artículo plantea la cuestión de este modo:
“A nuestro parecer cuatro son los problemas fundamentales que esgrimen los sectores
conservadores contra la Iglesia de Cristo fundada sobre Pedro, a saber:

1. La reforma del Misal Romano por mandato del Concilio Vaticano II y promulgada por S.S.
el Papa Pablo VI;
2. la colegialidad;
3. el ecumenismo;
4. la libertad religiosa.

Efectivamente, esos son los cuatro puntos fundamentales en los que la Fraternidad Sacerdotal San
Pío X (no sólo ella, por cierto) comprueba enormes diferencias entre lo que enseñó y practicó siempre la
Iglesia Católica, Apostólica y Romana, fundada por Jesucristo sobre San Pedro, y lo que enseñan y hacen
practicar desde hace 30 años los que gozan de autoridad en la Iglesia.

1. LA NUEVA MISA

A.- Establecido el principio: “Ante todo, lo «nuevo», o lo reformado, es el rito, no la sustancia de la


Misa”, el artículo, fundamentado especialmente en Santo Tomás, se aplica en 6 páginas (“Integrismo”,
págs. 16-21) a probar la validez de la Nueva Misa a pesar de los cambios: de lengua (pág. 16), de las
oraciones que rodean a la consagración (pág. 17), del rito ceremonial (pág. 17), y de las palabras de la
consagración (págs. 17-21).
Aquí tenemos la primera ocasión en que se evita la cuestión. En efecto, es pública la posición de
monseñor Lefebvre y de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X sobre la Nueva Misa, aunque
sistemáticamente, como en este caso, se la oculte.
Particularmente importante es la Declaración de monseñor Lefebvre del 9 de noviembre de 1979. En
ella leemos:

“Respecto a la Nueva Misa, destruyamos de inmediato esta idea absurda: si la Nueva Misa
es válida, luego se puede participar. La Iglesia siempre ha prohibido a los fieles asistir a las Misas
de los cismáticos y de los herejes, aun si ellas fueran válidas.

5
Es evidente que no se puede participar de Misas sacrílegas, ni de Misas que pongan nuestra
fe en peligro.
Es fácil demostrar que la Nueva Misa, tal como ha sido formulada por la Comisión de la
Liturgia, con todas las autorizaciones dadas por el Concilio de una manera oficial, y con todas las
explicaciones de monseñor Bugnini, presenta un acercamiento inexplicable a la teología y al culto
de los protestantes (...)
Se puede decir sin ninguna exageración que la mayoría de estas Misas son sacrílegas y que
disminuyen la fe, pervirtiéndola. La desacralización es tal que la Misa se expone a perder su
carácter sobrenatural, su «misterio de fe», para convertirse nada más que en un acto de religión
natural (...)
¿Se debe decir entonces que todas esas Misas son inválidas? Desde que existen las
condiciones esenciales para la validez, es decir, la materia, la forma, la intención y el sacerdote
válidamente ordenado, no se puede afirmar lo contrario.
Las oraciones del Ofertorio, del Canon y de la Comunión del Sacerdote que rodean la
Consagración son necesarias a la integridad del Sacrificio y del Sacramento, pero no a su validez”.

Queda claro, pues, que monseñor Lefebvre no critica al nuevo rito desde el punto de vista de su
validez. Ya el 15 de febrero de 1975, en la conferencia De la Misa de Lutero al Novus Ordo Missae, había
dicho:
“No se puede menos que sacar como conclusión que, por estar íntimamente unidos los
principios con la práctica según el adagio «lex orandi, lex credendi», el hecho de imitar en la
liturgia de la Misa la Re-forma de Lutero lleva infaliblemente a adoptar poco a poco las propias
ideas de Lutero. Resulta imposible, desde el punto de vista psicológico, pastoral y teológico, que los
católicos abandonen una liturgia que constituye verdaderamente la expresión y el sostén de su fe
para adoptar nuevos ritos que fueron concebidos por herejes, sin someter con ello su fe a un enorme
peligro. No se puede imitar constantemente a los protestantes sin convertirse en uno de ellos”.

Preguntamos a los sacerdotes de San Rafael de Mendoza: ¿se puede asistir a una Misa que, si bien es
válida, pone en peligro la fe o es sacrílega?
Monseñor Lefebvre no ha sido el único en la
Iglesia en advertir el peligro. Invoquemos otra
autoridad, también metódicamente silenciada, la de
los cardenales Alfredo Ottaviani y Antonio Bacci,
que en la presentación al Papa Pablo VI del “Breve
examen crítico del Novus Ordo Missae” se expre-
saron de esta manera:

“Como lo prueba suficientemente el examen


crítico adjunto, por breve que sea, obra de un
grupo escogido de teólogos, liturgistas y pastores
de almas, el Nuevo Ordo Missae, si se consideran
los elementos nuevos, susceptibles de apreciaciones
muy diversas, que aparecen subentendidos o
Aquí contemplamos un típico ―abuso litúrgico‖ que no es otra
cosa que un acto sacrílego. Éste es un ejemplo del colmo de implicados, se aleja de manera impresionante, en
quiénes han innovado la liturgia gracias al relativismo en las conjunto como en detalle, de la teología católica de
rúbricas del Novus Ordo. la Santa Misa tal como fuera formulada en la XXIIª
Sesión del Concilio de Trento, el cual, al fijar
definitivamente los «cánones» del rito, levantó una barrera infranqueable contra toda herejía que
pudiera menoscabar la integridad del misterio”.

Recordemos que el cardenal Ottaviani era el Prefecto de la Congregación del Santo Oficio, que ha
sido transformada en la Congregación para la Doctrina de la Fe, cuyo Prefecto actual es el cardenal
Ratzinger.

6
Desde la festividad de Corpus Christi de 1969 los católicos esperan una respuesta perentoria a este
documento tan importante. El padre Buela tampoco ha respondido. Insistimos: ¿se puede asistir a una Misa
que, si bien es válida, ―se aleja de manera impresionante, en conjunto como en detalle, de la teología
católica de la Santa Misa‖? Esperamos una respuesta clara y sin escapatorias.
Señalemos ahora algunos puntos interesantes contenidos en estas 6 páginas (16-21) del artículo que
nos ocupa:

1) El autor dice:

“También es evidente que no pueden alterar la esencia del sacrificio de la Misa las ora-
ciones anteriores y posteriores de la consagración que no nos constan por los evangelios ni por los
Apóstoles -así, por ejemplo, enim «no pertenece a la forma, como tampoco las que se dicen antes de
la forma»-...”, y da como referencia S. Th., 111, 78, 2, ad 5 (“Integrismo”, pág. 17).
Sin embargo, en el lugar citado también leemos:

“Esta conjunción «enim» se añade en esta forma según la costumbre de la Iglesia Romana
derivada del Apóstol San Pedro. Y esto para continuación de las palabras precedentes. Y por tanto no
pertenece a la forma, como tampoco las palabras precedentes a la forma" (destacamos nosotros).

Y el Concilio de Trento enseñó:

“Y puesto que las cosas santas santamente conviene que sean administradas, y este sacrificio
es la más santa de todas; a fin de que digna y reverentemente fuera ofrecido y recibido, la Iglesia
Católica instituyó muchos siglos antes el sagrado Canon, de tal suerte puro de todo error, que nada
se contiene en él que no sepa sobremanera a cierta santidad y piedad y no levante a Dios la mente
de los que lo ofrecen. Consta él, en efecto, ora de las palabras mismas del Señor, ora de tradiciones
de los Apóstoles, y también de piadosas instituciones de santos Pontífices‖ (el destacado es nuestro).

Hablando justamente de este tema el padre Roger-Thomas Calmel, O.P., dice:

“Se trata de saber si en el ministerio de los sacramentos hay palabras que sin ser
absolutamente requeridas para la validez, se hallan sin embargo demasiado cerca de ella como para
pretender proporcionar versiones múltiples e indefinidamente variables de ellas. La respuesta es sí”.

2) El autor dice:

“Para la transustanciación no afecta el número de genuflexiones, ni de cruces, ni de velas, ni


la tipografía de los misales, ni la ablución de los dedos sobre el Cáliz, ni la purificación del mismo,
ni la palia, ni el dorado de los vasos, etc.” (“Integrismo”, pág. 17).

Ya hemos dicho que no es sobre la validez de la transubstanciación que hay que responder al Breve
examen crítico, en general, y a monseñor Lefebvre, en particular. Ese documento presentado al Papa Pablo
VI dice: “Todas estas cosas juntas [la abolición de aquello a lo cual hace referencia el artículo], con su
repetición, manifiestan y confirman injuriosamente la implícita negación de la Fe en el augustísimo dogma
de la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía”.

No sin razón los cardenales Ottaviani y Bacci escribieron:

“Tantas novedades aparecen en el Novus Ordo Missae, y, en cambio, tantas cosas de siempre
se encuentran relegadas a un sitio menor o a otro sitio -por si acaso encuentran todavía lugar-, que
podría resultar reforzada y cambiada en certidumbre la duda -que desgraciadamente se insinúa en
numerosos ambientes- según la cual verdades siempre creídas por el pueblo cristiano podrían
cambiar o silenciarse sin que haya infidelidad al depósito sagrado de la Doctrina al que la fe
católica está ligada para la eternidad”.

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Parecería ser que, a pesar de que el padre Buela hace gala de conocer bien a Santo Tomás, los
sacerdotes formados en el Seminario de San Rafael y los que pertenecen al Instituto del Verbo Encarnado
nunca han leído y menos meditado la cuestión 83 de la Tercera Parte de la Suma Teológica, especialmente
los artículos 4 y 5. La cuestión en general trata Del Rito de este Sacramento; y los artículos dichos sobre “Si
están convenientemente ordenadas las cosas que se dicen en la celebración de este sacramento” y sobre “Si
son convenientes los actos que se hacen en la celebración de este sacramento”.

Lo único que parece importarles es la validez, salvo cuando se trata de la Misa Tradicional,
válidamente rezada por los sacerdotes de la Fraternidad San Pío X.

3) Respecto al “pro multis”7 el artículo dice:

“Es totalmente disparatada la afirmación de algunos que niegan que haya sacrificio en la
Misa por el hecho de traducir «pro multis» (por muchos) como «por todos»”, y da tres motivos:
“1º. Ciertamente «por muchos» o «por todos» no pertenece a la esencia de la forma. 2°.
Muchas veces en la Sagrada Escritura se pone «muchos» por «todos». Es el caso del polloi griego y
del rab hebreo (...). 3º. Tampoco hay mayor dificultad en que se traduzca por todos «porque,
considerando su eficacísima virtud, debemos admitir que Cristo derramó su sangre por la salud de
todos. Si atendemos al fruto que de ella (de la Pasión de Cristo) consiguen los hombres, habremos
de admitir que no todos la participan efectivamente, sino sólo muchos»,

y cita al Catecismo Romano, interpretándolo:

“Ni decir «por todos» incluye que el fruto lo alcancen todos; ni decir «por muchos» incluye
que la sangre de Cristo haya sido derramada solo por algunos, o dicho de otra manera, «por todos»
no excluye que la redención subjetiva sólo la alcancen «muchos»; «por muchos» no excluye que la
redención objetiva se hizo por todos” (“Integrismo”, págs. 19-21).

Aquí se ve la importancia del latín y de tener un texto único inmutable. Causa espanto que un
sacerdote no se preocupe cuando le cambian el significado de las palabras, y ni siquiera cuando le cambian
las palabras mismas. De este modo el padre Buela y los sacerdotes formados por él dicen que es lo mismo
rezar el Credo diciendo «de la misma naturaleza que el Padre» en lugar de decir «consubstancial», o rezar
el Padrenuestro diciendo «perdona nuestras ofensas» en lugar de decir «perdona nuestras deudas».

Vengamos al «pro multis» y hagamos algunas aclaraciones:

a) Tanto San Mateo como San Marcos hacen claramente la distinción entre «todos» y «muchos» en el
mismo relato de la institución de la Eucaristía: “... Bibite ex hoc omnes. Hic est enim sanguis meus novi
testamenti, qui pro multis effundetur in remissionem peccatorum” (Mt. 26: 27-28); “Et accepto calice,
gratias agens dedit eis, et biberunt ex illo omnes. Et ait illis: hic est sanguis meus noui testamenti, qui pro
multis effundetur” (Mc. 14: 23-24).

b) Estas palabras de San Mateo y San Marcos se escriben, castellanizando el griego: pantés y pollon.
Salvo que el espíritu ecumenicista de Asís haya trastornado demasiado las cabezas, pensamos que nadie
confundirá panteísmo con politeísmo, cuyas raíces griegas no dejan lugar a dudas.

Haciendo lo mismo con el hebreo, esto nos da: kolla o kolbasar = todos; y rabbim = muchos.
Y en arameo: kol o kolbisra = todos; y saggi'im = muchos.
Cabe señalar aquí lo que narra el mismo monseñor Aníbal Bugnini, en su libro La Reforma Litúrgica: la
Congregación para la Doctrina de la Fe hizo una Declaración diciendo que en caso de duda, en que las

7
Respecto al “pro multis”: otra vez más, el Papa Benedicto XVI les da la razón a la objeción de los católicos ―tradicionalistas‖
corrigiendo dicha partícula, la cual, como vemos, tiene implicancias teológicas importantes. La corrección fue dada en la carta del
Cardenal Francis Arinze, prefecto de la Congregación para el Culto Divino, fechada el 17 de junio de 2006. (Nota de Stat Veritas)
8
traducciones, por exigencias lingüísticas, parezcan apartarse del texto latino, “el texto vulgar debe ser
interpretado según el sentido del texto latino”. Esta Declaración no tuvo buena acogida en el campo
litúrgico; pareció una descalificación de los textos litúrgicos en lengua vernácula, como si no fueran capaces
de expresar adecuadamente los conceptos teológicos con la exactitud e integridad de la lengua latina.

a) Leamos algunas definiciones doctrinales al respecto:

Concilio de Quiersy (año 853):

“Cap. 3. Dios omnipotente quiere que todos los hombres sin excepción se salven [1 Tim. 2,
4], aunque no todos se salvan. Ahora bien, que algunos se salven, es don del que salva; pero que
algunos se pierdan, es merecimiento de los que se pierden. Cap. 4. Como no hay, hubo o habrá
hombre alguno cuya naturaleza no fuera asumida en él; así no hay, hubo o habrá hombre alguno
por quien no haya padecido Cristo Jesús Señor nuestro, aunque no todos sean redimidos por el
misterio de su pasión. Ahora bien, que no todos sean redimidos por el misterio de su pasión, no mira
a la magnitud y copiosidad del precio, sino a la parte de los infieles y de los que no creen con
aquella fe que obra por la caridad [Gal. 5, 6]; porque la bebida de la humana salud, que está
compuesta de nuestra flaqueza y de la virtud divina, tiene, ciertamente, en sí misma, virtud para
aprovechar a todos, pero si no se bebe, no cura” (Dz. 318-319).

Concilio de Valence (año 855):

“Can. 4. Igualmente sobre la redención por la sangre de Cristo, en razón del excesivo error
que acerca de esta materia ha surgido, hasta el punto de que algunos, como sus escritos lo indican,
definen haber sido derramada aun por aquellos impíos que desde el principio del mundo hasta la
pasión del Señor han muerto en su impiedad y han sido castigados con condenación eterna, contra
el dicho del profeta: Seré muerte tuya, oh muerte; tu mordedura seré, oh infierno [Os. 13, 14]; nos
place que debe sencilla y fielmente mantenerse y enseñarse, según la verdad evangélica y apostólica,
que por aquellos fue dado este precio, de quienes nuestro Señor mismo dice: Como Moisés levantó
la serpiente en el desierto, así es menester que sea levantado el Hijo del Hombre, a fin de que todo el
que crea en El, no perezca, sino que tenga la vida eterna. Porque de tal manera amó Dios al mundo,
que le dio a su Hijo unigénito, a fin de que todo el que crea en El, no perezca, sino que tenga la vida
eterna. [loh., 3, 14ss]; y el Apóstol: Cristo -dice- se ha ofrecido una sola vez para cargar con los
pecados de muchos [Hebr. 9, 28]” (Dz. 323).

Concilio de Trento (Sesión VI, 13/1/1547):

“Cap. 3. Más, aun cuando El murió por todos [2 Cor. 5, 15], no todos, sin embargo, reciben
el beneficio de su muerte, sino sólo aquellos a quienes se comunica el mérito de su pasión. En efecto,
al modo que realmente si los hombres no nacieran propagados de la semilla de Adán, no nacerían
injustos, como quiera que por esa propagación por aquél contraen, al ser concebidos, su propia
injusticia; así, si no renacieran en Cristo, nunca serían justificados, como quiera que, con ese
renacer se les da, por el mérito de la pasión de Aquél, la gracia que los hace justos” (Dz. 795).

Catecismo Romano (citado en el artículo fuera de contexto e interpretado personalmente por el padre
Buela):

“Las palabras por vosotros y por muchos, tomadas separadamente de San Mateo y de San
Lucas, fueron unidas por la Iglesia, por divina inspiración, para significar el fruto y la fecundidad
de la Pasión de Nuestro Señor. Porque considerando su eficacísima virtud, debemos admitir que
Cristo derramó su sangre por la salud de todos; mas si atendemos al fruto que en ella consiguen los
hombres, habremos de admitir que no todos participan efectiva-mente, sino sólo muchos. Por
consiguiente, al decir Cristo por vosotros, significó a los Apóstoles, con quienes hablaba, excepto
Judas, y a los elegidos entre los judíos como discípulos suyos. Y al añadir por muchos, quiso

9
referirse a todos los demás elegidos, tanto judíos como gentiles. Con razón no dijo por todos,
tratándose de los frutos de su pasión, que sólo los elegidos perciben. En este sentido deben
entenderse las palabras de San Pablo: Cristo que se ofreció una vez para soportar los pecados de
muchos, por segunda vez aparecerá, sin pecado, a los que le esperan para recibir la salud [Heb. 9,
28]. Y aquellas otras del mismo Señor: Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que
tú mediste, porque son tuyos [Jn. 17, 9]” (B.A.C., págs. 459-460).

Las fórmulas consagratorias greco-bizantinas (tanto de católicos como de disidentes) greco-melkitas


de católicos, coptas (de católicos y disidentes) y armenias, tanto en las lenguas y caracteres propios, como en
su transcripción en caracteres latinos y su traducción al francés, nos proporcionan pro multis.
Para concluir con este punto, digamos que el padre Leonardo Castellani, en el Catecismo para
Adultos, página 71, presenta como prueba de la tesis de la redención por Cristo el Sacrificio de la Misa, y
sobre las palabras de la Consagración dice:

“Hay una palabra cambiada en la traducción castellana que dice «que por vosotros y por
todos» y Cristo dijo: «Que por vosotros y por muchos». No se anula con esto la validez de la
fórmula, pero no es muy agradable que cambien la fórmula del Sacramento. Es decir que Cristo dijo
o dio a entender que no todos se iban a aprovechar de Su Sangre para la remisión de los pecados.
Pero su intención en cuanto a El tocaba era que todos se salvaran”.

Por lo tanto, la intención de Jesucristo al consagrar fue la de expresar la voluntad de su Padre, que si
bien antecedentemente quiere la salvación de todos los hombres, consecuentemente sólo quiere la salvación
de muchos.
Esa es la intención de la Iglesia Católica y, como veremos más abajo, la que debe tener todo sa-
cerdote para consagrar válidamente.

B.- En las páginas 22 y 23 el padre Buela hace referencia a otros tres temas dignos de consideración:
el tono con que han de ser pronunciadas las palabras de la consagración, la intención necesaria por parte del
ministro y la promulgación del nuevo rito.

1) En cuanto al tono, el artículo dice:

“Tampoco si el celebrante dijera las palabras consacrativas como meramente narrativas -


cosa que lleva a algunos nada menos que ¡a dudar de la validez de la Misa!- se dejaría de hacer el
sacramento sacrificial. Así «no es obstáculo que el sacerdote las diga narrando, como dichas por
Cristo, porque el infinito poder de Cristo hace que, así como por el contacto de su carne llegó una
virtud regeneradora a las aguas de todas las partes de la tierra por todos los siglos futuros y no solo
a las que le tocaron, así por la pronunciación del mismo Cristo estas palabras consiguieron una
virtud consecrativa dichas por cualquier sacerdote, como si Cristo presente las pronunciase»”
(“Integrismo”, pág. 22)

Aquí, no sólo se trata de “enfriar el partido, tirando la pelota afuera”, sino que el artículo, dando la
impresión de presentar combate, viola “las reglas del juego”, lo cual es más grave.
En efecto, ¿quiénes son esos ―algunos‖ que dudan de la validez de la Misa cuando las palabras
consagratorias son dichas como “meramente narrativas”? Sin lugar a dudas el autor se refiere a los que él
llama “integristas conservadores”.

Sabemos que el Breve examen crítico dice:

“La forma narrativa se pone ahora de relieve de hecho con las mismas palabras en la
Instrucción oficial: «Narración de la Institución» (n° 55 d); y ella se confirma en la definición de la
anamnesis donde se dice: «La Iglesia celebra la memoria de Cristo mismo». En síntesis, la teoría
que se propone sobre la epiclesis y la misma innovación en cuanto a las palabras de la
Consagración y de la anamnesis implican que también se ha realizado un cambio en el modo de

10
significar; pues las fórmulas consagratorias son ahora pronunciadas por el sacerdote como parte de
alguna narración histórica y no son enunciadas en cambio como expresando un juicio categórico y
operativo, proferido por Aquél en cuya representación el sacerdote mismo obra, diciendo: «Esto es
mi Cuerpo», pero no: «Esto es el Cuerpo de Cristo». Las palabras de la Consagración, por el modo
como se insertan en el contexto del Novus Ordo pueden ser válidas por la eficacia subjetiva de la
intención del ministro. Pero pueden no ser válidas, en cuanto que ya no son toles por la fuerza
misma de las palabras, o más exactamente, por la virtud objetiva del modo de significar que tenían
hasta ahora en la Misa”.

Hasta aquí quedarían señalados aquellos que, ―si el celebrante dijera las palabras consacrativas
como meramente narrativas”, dudan de la validez de la Misa. Sin embargo, en el artículo de
Santo Tomás citado por nuestro articulista (S, Th., III, 78, 5), el santo doctor, respondiendo a la
cuestión de si las locuciones de la forma son verdaderas dice:

“Acerca de este punto hubo muchas opiniones. Pues algunos dijeron que en es-ta locución:
Hoc est corpus meum, esta dicción hoc implica la mostración como concebida, y no como aplicada,
porque toda esta locución se toma materialmente (materialiter), como que se profiere reci-
tativamente (recitative); el sacerdote, en efecto, recita (recitat) que Cristo dijo: Hoc est corpus
meum. Más esto no puede sostenerse. Porque en tal caso estas palabras no se aplicarían a la
materia corporal presente, y así no se perfeccionaría el sacramento (non perficeretur
sacramentum), pues dice San Agustín: Añade la palabra al elemento y se hace el sacramento. Y
además por esto no se evita totalmente la dificultad de esta cuestión, puesto que las mismas razones
subsisten acerca de la primera vez que Cristo pronunció estas palabras. Por lo cual es evidente que
no eran tomadas materialmente sino significativamente (non materialiter, sed significative). Y por
esto debe decirse que también cuando son proferidas por el sacerdote son tomadas
significativamente, y no sólo materialmente (significative, et non tantum materialiter)”.

Aquí siguen las palabras citadas por el autor:

“Así «no es obstáculo que el sacerdote las diga narrando, como dichas por Cristo....»”.

Pero no traduce el adverbio ―etiam‖ (además, también [“Nec obstat quod sacerdos etiam recitative
profert...”]); lo cual, sumado a la omisión anterior, nos impide discernir si se trata de ignorancia teológica o
de deshonestidad intelectual.
En efecto, no es lo mismo que las palabras de la consagración sean dichas como “meramente
narrativas” (materialiter tantum, recitative tantum o narrative tantum), a que sean dichas “también
recitativamente”, “también materialmente” o “también narrando” (etiam recitative).

Esta distinción no la traen ―algunos‖, sino que, además de encontarse en Santo Tomás, en el mismo
artículo citado por el padre Buela, la explicitan, entre otros, el cardenal Cayetano, el cardenal Billot,
Garrigou-Lagrange, Billuart, Merkelbach y Alastruey...

Ahora bien, los cuatro primeros, incluido Santo Tomás, dicen explícitamente que, si las palabras de
la consagración fueran pronunciadas en forma meramente narrativa (narrative tantum), no se produciría la
transubstanciación. Los tres últimos afirman lo mismo, pero sólo de modo implícito. Veamos los textos de
algunos de los comentadores de Santo Tomás y demos las referencias de donde se toman las citas:

Cardenal Cayetano:

“Comparando entre sí estos dos modos de pronunciar, el segundo (el significativo) prevalece
sobre el primero (el recitativo) por dos razones: ya porque en el modo recitativo se toman las

11
palabras materialmente; ya porque con el modo narrativo el sacerdote no obra en la persona de
Cristo, sino que relata a Cristo obrando”8.

Cardenal Billot:

“Justamente acontece que entre nosotros la palabra effundetur es de futuro; por lo tanto no
se profiere asertivamente, sino tan sólo narrativamente; por lo mismo, todo el inciso no pertenece a
la esencia de la forma, puesto que es necesario que la forma signifique lo que aquí y ahora se
realiza en el momento presente. Sobre lo cual debes observar que las palabras consagratorias
pueden ser proferidas, al mismo tiempo, histórica y asertivamente; las demás, sin embargo, en forma
mera-mente histórica. Digo que las palabras en las cuales reside la eficacia de la consagración, son
proferidas históricamente, como consta por el contexto del canon de la misa en todas las liturgias, y,
al mismo tiempo, asertivamente, puesto que de otro modo no serían prácticas, ni se aplicarían a la
materia presente, y, por consiguiente, no realizarían el sacramento”9.

Garrigou-Lagrange:

“En la primera parte del cuerpo del artículo santo Tomás excluye en primer lugar tres
opiniones. La primera opinión es: Estas palabras se dicen sólo recitativamente, no
significativamente. Se responde: De este modo no se realizaría ahora el sacramento, sino que se
recitaría solamente la conversión realizada por Cristo, como en la predicación de la institución de
la Eucaristía. Además, esta opinión no resuelve las dificultades propuestas. Estas palabras dichas
ahora por el sacerdote, son dichas no sólo recitativamente, refiriéndose solamente al pasado, sino
significativamente, significando, en efecto, que algo se realiza aquí y ahora”10.

Billuart: Tractatus de almo Eucharistiae sacramento, Dissertatio V, De forma sacramenti


Eucharistiae, Obj. 3, pág. 143.
Merkelbach: Summa Theologiae Moralis, III De Sacramentis, Parisiis, Desclée de Brouwer, 1933,
Quaestio Tertia, De Forma Eucharistiae , n. 225, pág. 183.
Alastruey: Tratado de la Santísima Eucaristía, B.A.C., Madrid, MCMLII, Parte I, Capítulo I, artículo
lll, § II, Cuestión VI, págs. 64-65.
Monseñor Aníbal Bugnini refiere que el Papa Pablo VI hizo que se añadiera una rúbrica en el Misal
indicando que no debían decirse las palabras en tono narrativo:

“El mismo día, 22 de enero (1968), el P.Bugnini escribió al relator del grupo de estudio 10,
reunido en Orselina, comunicando el pensamiento del Papa y rogando introducir los cambios
requeridos. Hubo una segunda carta el 10 de febrero y una tercera el 26 del mismo mes. Se pedían
en sustancia seis cosas: (...) 4. Palabras de la consagración. En todas las plegarias eucarísticas,
antes de la consagración que haya una rúbrica que recuerde al sacerdote que las palabras de la
consagración no deben ser proferidas ad modum narrationis, sino clara y distintamente como es
requerido por su naturaleza. (...) Pero los peritos de-mostraron pronto una cierta dificultad en

8
“Comparando hos duos modos proferendi ad invicem, secundus praeponderat primo propter duo. Tum quia recitative verba
tenentur materialiter. Tum quia recitative sacerdos non conficit in persona Christi, sed recitat Christum conficientem”; in 111, q.
78, a. 1, ad.4, ed. leonina, Romae, 1906.
9
“Accedit demum quod apud nos verbum effundetur est de futuro; ergo non assertive profertur, sed narrative tantum; ergo totum
incisum non pertinet ad essentiam formae. quia oportet formam esse significativam eius quod hic et nunc de praesenti perficitur.
Qua in re animadvertes, verba consecratoria historice simul et assertive proferri, aetera vero historice tantum. Dico quod verba
in quibus consecrationes residet virtus, historice proferuntur sicut constat ex contextu canonis missae in omnibus liturgiis, et
simul assertive, quia alias non essent practica, nec applicarentur ad materiam praesentem, ac per consequens. non perficerent
sacramentum”; De Ecclesia Sacramentis, Tomus Prior, Editio sexta, Romae MCMXXIV, Quaest. 78, Thesis XLIX, § 2, pág. 540.
10
“In prima parte corporis articuli sanctus Thomas prius excludit tres opiniones: 1ª opinio est: Haec verba dicuntur solum
recitative, non significative. Respondetur: Sic non perfíceretur sacramentum nunc, sed recitaretur solum conversio facta a
Christo, sicut in praedicatione de institutione Eucaristiae. Insuper haec opinio non solvit difficultates propositas. Ergo haec verba
nunc dicta a sacerdote dicuntur non solum recitative, agendo solum de praterito, sed significative, significant enim aliquid hic et
nunc efficiendum”; De Eucharistia, Pontificum Institutum Internationale Angelicum, R. Berruti, Augustae Taurinorum, Desclée de
Brouwer, Paris, 1943, Q. LXXVIII, a. 5, pág, 185.
12
aceptar las sugerencias. El asunto creó cierto embarazo, como si fuera limitada la libertad de
investigación del Consilium con una imposición autoritaria” (La Reforma Litúrgica, págs. 363-363).

Los sacerdotes que utilizan el Nuevo Misal saben bien cuál fue la voluntad que prevaleció en las
rúbricas... El pensamiento del Papa (¿o simples su-gerencias?) no aparece allí.
El padre Buela parece ignorar la historia del Concilio y de la Reforma postconciliar, así como las
maniobras de la mafia que gobierna en el Vaticano.
Por lo tanto, queda suficientemente demostrado que, si el sacerdote pronunciase las palabras de la
consagración de un modo meramente recitativo o histórico, no consagraría.

Esto es lo que el Breve examen crítico señalaba y que el artículo que analizamos ocultó, cuando dice:

“Tampoco si el celebrante dijera las palabras consacrativas como meramente narrativas -


cosa que lleva a algunos nada menos que ¡a dudar de la validez de la Misa!- se dejaría de hacer el
sacramento sacrificial. Así «no es obstáculo que el sacerdote las diga narrando, como dichas por
Cristo...»”.

En efecto, esto es un burdo sofisma, pues se intenta probar la validez de la forma meramente
narrativa, y se alega como prueba el que sería válida si el sacerdote la pronunciase narrando.
Agreguemos que lo correcto hubiese sido decir: sería válida si el sacerdote la pronunciase significa-
tivamente, aun cuando las dijese también narrando. Pero hacemos notar que, como el mismo Papa
Pablo VI lo pidió, la rúbrica exige que no se digan ad modum narrationis.
Intentemos recoger el balón y entrar en juego..., es decir en cuestión.

2) En lo referente a la necesidad de la intención que debe tener el sacerdote para consagrar, el


artículo cita a monseñor Lefebvre:

“Todos esos cambios del nuevo rito son verdaderamente peligrosos porque poco a poco, sobre todo
los sacerdotes jóvenes, que ya no tienen idea del Sacrificio, de la presencia real, de la transubstanciación y
para los cuales todo eso ya no significa nada, repito, los sacerdotes jóvenes pierden la intención de hacer lo
que la Iglesia y ya no dicen misas válidas” (“Integrismo”, pág. 22).

Nuestro articulista prosigue con una burla de mal gusto:

“Solamente poseyendo el don de la cardiognosis se podría conocer que alguien no tiene


intención da hacer lo que hace la Iglesia”.

No sólo es de mal gusto, sino totalmente inconsistente, dado que el mismo autor la descalifica,
basado en Santo Tomás (III, q. 64, a. 8).

Como broma es pobre, pero era necesaria para salir de la cuestión sin llamar la atención.

El pensamiento de monseñor Lefebvre es claro: la pérdida de la fe (debida a la mala formación en


los seminarios y a la celebración habitual de un rito que entraña una intención contraria a la de la Iglesia)
lleva a la pérdida de la intención necesaria, y esta falta de intención conduce a misas inválidas.

No sabemos si León XIII gozaba del don de la cardiognosis, pero en la Carta Apostolicae Curae, por
la cual declaró solemnemente la invalidez de las ordenaciones sacerdotales y episcopales de los anglicanos,
luego de demostrar la invalidez de la forma utilizada, agrega:

“Con este íntimo defecto de forma está unida la falta de intención, que se requiere
igualmente de necesidad para que haya sacramento”.

13
El Concilio de Trento definió solemnemente que se requiere por parte del ministro la intención de
hacer lo que hace la Iglesia:

“Si alguno dijere que al realizar y conferir los sacramentos no se requiere en los ministros
intención por lo menos de hacer lo que hace la Iglesia, sea anatema” (Dz. 854).

La razón es porque el rito sacramental sólo tiene valor de verdadero sacramento cuando se le da el
sentido que como tal quiso darle el mismo Cristo al instituir el sacramento, o sea, haciéndolo tal y como lo
hace la Iglesia.
Por eso, cuando hay mutaciones en el rito, Santo Tomás enseña:

“Acerca de todas estas mudanzas que pueden tener lugar en las formas de los sacramentos,
parece que deben considerarse dos cosas. Una por parte del que profiere las palabras, cuya
intención se requiere para el sacramento. Y por esto, si intenta por semejante adición o disminución
introducir otro rito, que no está admitido por la Iglesia, no parece consumarse el sacramento,
puesto que no parece intenta hacer lo que hace la Iglesia…” (III, q. 60, a. 8).

La expresión “no parece” indica que Santo Tomás es prudente en su afirmación. No dice: ―no se
consuma el sacramento‖. Esto confirma la prudencia con que monseñor Lefebvre juzgó al Novus Ordo
Missae en este punto:

“Todos esos cambios del nuevo rito son verdaderamente peligrosos porque poco a poco (...)
los sacerdotes jóvenes pierden la intención de hacer lo que la Iglesia y ya no dicen misas válidas”.

Hasta aquí todo es claro como el mediodía: es necesaria la intención en el ministro, monseñor
Lefebvre dice que los cambios del nuevo rito llevarán a una pérdida de intención en los jóvenes sacerdotes y
Santo Tomás nos enseña que si se intenta introducir un rito no admitido por la Iglesia, no se intentaría hacer
lo que Ella hace. Aquí está la controversia.

Pero el padre Buela “hace un clinch”... y sale de la cuestión:

“Y aunque los sacerdotes jóvenes -y no tan jóvenes- ignorasen lo que es sacrificio, presencia
real, transustanciación, en una palabra, si no tuviesen fe en la Eucaristía, enseña Santo Tomás que
la fe no se requiere en el ministro para realizar el sacramento” (“Integrismo”, pág. 22; aquí cita S.
Th. lll, q. 64, a.9).

Tanto salió del tema que pasó del artículo 8 al artículo 9 de la cuestión 64, de la necesidad de la
intención a la no necesidad de la fe en el ministro para que realice el sacramento.

Pero la argumentación de Santo Tomás está tan bien estructurada que impide ese escape:

“Si sucede que la falta de fe versa precisamente acerca de la verdad del sacramento que
administra, aunque se figure que el rito exterior no surte ningún efecto interior, sin embargo no
ignora que la Iglesia Católica intenta producir el sacramento realizando esta acción exterior, en tal
hipótesis, a pesar de su falta de fe, puede tener intención de hacer lo que hace la Iglesia, aun cuando
se figure que aquello no sirve para nada. Tal intención basta para el sacramento, ya que, según
hemos dicho antes, el ministro del sacramento actúa como representante de toda la Iglesia, cuya fe
suple lo que le falta a él”.

Santo Tomás exige 2 condiciones para que el ministro con falta de fe realice válidamente el sa-
cramento:
- que no ignore que la Iglesia Católica intenta producir el sacramento realizando esta acción exterior;

- que tenga intención de hacer lo que hace la Iglesia.

14
Por supuesto que el articulista da esta cita de Santo Tomás (“Integrismo”, pág. 23; hubiese sido
demasiado grave pasarla por alto), pero la transcribe luego de distraer la atención del lector sobre la
necesidad de la intención y volcarla sobre la no necesidad de la fe en el ministro. El efecto producido por
esta lectura guiada de esta manera será: monseñor Lefebvre se equivoca al dudar de la validez de las Misas
celebradas por “los sacerdotes jóvenes [que] pierden la intención de hacer lo que la Iglesia”. Como táctica
es buena, pero como argumentación teológica es pésima.

En resumen, en la actual situación de autodestrucción de la Iglesia debida al modernismo, que desde


fines del siglo pasado la invade y desde el Concilio Vaticano II la capitanea, existen por lo menos dos modos
por los que puede faltar en los sacerdotes la intención necesaria para la validez de la Misa:

a) El caso del modernista activo, que conoce y se opone a la afirmación católica del poder consagratorio
de la fórmula, y pone una contra-intención (v. gr. queriendo simplemente hacer una conmemoración de la
Cena).
b) El caso del modernista pasivo, que recibió una formación deletérea de la doctrina católica y, además,
acepta pasivamente un rito que no manifiesta la intención querida por la Iglesia, antes bien proporciona una
intención contraria a la necesaria.
Pero en esta hora de crisis debemos también hacer una distinción entre los sacerdotes que han recibido una
formación conforme a la doctrina católica tradicional (como suponíamos en los sacerdotes de San Rafael
antes de leer el artículo del padre Buela) y, sin embargo, celebran la Nueva Misa:
c) aquellos que reciben pasivamente el rito nuevo con la contra-intención inserta en lo más arcano del
mismo. ¿Consagran? ¿Qué sucederá al cabo de los años, luego de ser verdaderamente envenenados en el
momento mismo de consagrar por un rito que oculta una doctrina modernista?
d) aquellos que no permanecen pasivos ante el rito de la Iglesia Conciliar. Estos, para tener la intención
de la Iglesia, deben suplir con su voluntad personal poniendo una contra-intención a la que le proporciona el
ceremonial del nuevo rito. En esos casos la Misa será válida.

Pero no basta esto. Salvo que los que asisten a sus celebraciones eucarísticas posean el don de la
cardiognosis, deben manifestar exteriormente esa contra-intención, porque Santo Tomás enseña que “en las
palabras que profiere se expresa la intención de la Iglesia (...) a no ser que lo contrario sea expresado
exteriormente por parte del ministro”.

3) Como todos los argumentos teológicos esgrimidos hasta aquí son totalmente ineficaces para
sostener sus convicciones, el articulista se ve forzado a recurrir al argumento tan trillado y único capaz de
adormecer las conciencias de feligreses y sacerdotes: la obediencia ciega. Así llegamos a la
“promulgación” de la Nueva Misa.

El padre Buela dice:

“Por último, como Papa tuvo tanta autoridad San Pío V como Pablo VI, y tanto valor tuvo la
Constitución Apostólica Quo Primum, del 14/7/1570, como la Constitución Apostólica Mis-sale
Romanum, del 3/4/1969, en la que dice: «Queremos, además, que cuanto hemos establecido y prescrito
tenga fuerza y eficacia ahora y en el futuro, no obstante, si fuere el caso, las Constituciones y
Ordenaciones Apostólicas de nuestros Predecesores y cualquiera otra prescripción, incluso las dignas
de especial mención y con poder de derogar la ley». Es reiterada la doctrina que enseña la obligación
de observar las Constituciones y Decretos del Romano Pontífice y del Colegio Episcopal”
(“Integrismo”; pág. 23).

Analizadas ya las razones doctrinales, que son las esenciales, estudiaremos ahora las razones lega-les,
canónicas o de derecho que justifican el rechazo de la Nueva Misa y acreditan la fidelidad al rito de siempre.

15
Ante todo asentemos que los argumentos esenciales sobre esta Nueva Misa son morales, no lega-les.
Además, no deben ser examinados aisladamente, sino en el contexto de la revolución doctrinal y
disciplinaria que ha tenido lugar en la Iglesia desde el Concilio.
Cuando apareció el nuevo rito no aclaró los dogmas fundamentales del Sacramento de la Eucaristía y
del Sacrificio de la Misa, a pesar de haber sido tomado esto como pretexto, sino que, por el contrario,
oscureció lo que antes estaba claro, hasta tal punto que algunos Protestantes han declarado que hallan
aceptable la Nueva Misa en la medida que se han quitado oraciones que consideraban objetables en el Misal
de siempre.
Este cambio sobrevino cuando las mismas doctrinas que forman el corazón de la Misa eran atacadas,
no desde fuera de la Iglesia, sino de parte de teólogos Modernistas de gran prestigio, que siguen siendo, al
menos nominalmente, Católicos.
Enfrentados con una reforma tan espúrea, en el contexto de una general confusión en la Iglesia que
llega al caos, los católicos tienen el derecho, y más aun el deber de aferrarse a lo que la Iglesia siempre ha
enseñado y hecho. Esta es toda la cuestión; no es cosa de espíritus independientes que siguen sus propias
preferencias; el criterio con que se juzga no es una versión católica del libre examen protestante, sino la
Tradición de la Iglesia Católica divinamente garantizada.
Planteemos la cuestión con toda su crudeza: ¿Abrogó el Papa Paulo VI, el Rito Romano, la Misa de
siempre? Si es así, ¿cómo, cuándo? ¿La Misa de siempre es aún lícita?, ¿pueden los laicos asistir a ella?

Demos, ante todo, una cronología de la Reforma, que va mucho más allá de la simple fecha dada por
el padre Buela:

3 de abril de 1969: primera edición de la Constitución Apostólica Missale Romanum, en la cual


falta la fecha de entrada en vigencia. Cualquier estudiante de derecho sabe que la determinación del tiempo
de entrada en vigor de la ley es una condición esencial de la validez de su promulgación. Este documento
aprueba, por anticipado, el Novus Ordo Missæ y el Misal Romano.
6 de abril de 1969: Decreto Ordine Miss, de la Sagrada Congregación de Ritos. Fija la fecha de
entrada en vigencia de la Constitución Missale Romanum (adjuntando una simple notificación a la
Constitución ya aprobada) y ―promulga‖ la Editio typica del Novus Ordo Missæ y la Institutio Generalis
(introducción doctrinal al Misal reformado y elenco de rúbricas y ritos que deben observarse en la
celebración de la Misa Nueva).
6 de abril de 1969: primera edición de la Institutio Generalis, dada por la Sagrada Congregación de
Ritos.
18 de noviembre de 1969: Declaración de la Sagrada Congregación de Ritos Institutio Generalis,
con ocasión de la segunda impresión del Ordo Missae, para clarificar la Institutio.
26 de marzo de 1970: segunda edición de la Institutio Generalis, acompañando la editio typica del
Misal Romano. Es un documento de la Sagrada Congregación para el Culto Divino. En esta segunda edición
se incluye por primera vez la fecha de entrada en vigencia en la Constitución Missale Romanum,
determinada por la Sagrada Congregación de Ritos el 6 de abril de 1969.
11 de mayo de 1970: presentación por la Sagrada Congregación para el Culto Divino de la llamada
Edita Instructione, acerca de los cambios en la Institutio Generalis.
23 de diciembre de 1972: tercera edición de la Institutio Generalis (segunda corrección). Do-
cumento de la Sagrada Congregación para el Culto Divino.
23 de diciembre de 1972: presentación Cum diæ primo januarii, acerca de los últimos cambios en la
Institutio Generalis. Documento de la Sagrada Congregación para el Culto Divino.
27 de marzo de 1975: cuarta edición de la Institutio Generalis (tercera corrección). Publicada por la
Congregación para el Culto Divino, junto con la Editio typica altera.
27 de marzo de 1975: Decreto Cum Missale Romanum, acerca de la segunda Editio typica.
Documento de la Sagrada Congregación para el Culto Divino.

Resumiendo, hasta aquí tenemos:

- 4 Editiones typicae de la Institutio: 6/4/69, 26/3/70, 23/12/72 y 27/3/75.


- 3 Editiones typic del Ordo Missae: 6/4/69, 18/11/69 y 26/3/70.

16
- 2 Edítiones typicae del Misal Romano: 26/3/70 y 27/3/75.
- 2 versiones de la Constitución Missale Romanum: 3/4/69 y 26/3/70.
- 3 correcciones de la Institutio Generalis: 26/3/70, 23/12/72 y 27/3/75.
- 1 corrección de la Constitución Missale Romanum: 6/4/69 y 26/3/70.
- 1 corrección del Missale Romanum: 27/3/75.

Es difícil encontrarse dentro de esta maraña. Para intentar salir del laberinto, detengámonos so-
lamente en la Constitución Missale Romanum. Para el padre Buela, desde el 3 de abril de 1969 rige un
nuevo Misal Romano, que reemplaza al Misal Romano11 restaurado por la Bula Quo Primum Tempore. Sin
embargo:

En cuanto a la promulgación:

1) Cabe señalar de inmediato que el Novus Ordo Missæ será promulgado tres días más tarde por la
Sagrada Congregación de Ritos, y que el Misal Romano será presentado al Papa el 11 de mayo de 1970, más
de un año después de su Constitución. ¿Cómo se puede promulgar por anticipación un texto que todavía no
existe sin atentar contra las normas del derecho? Jurídicamente esto es inadmisible.

La Sala de Prensa de la Santa Sede distribuyó un comunicado que decía:

“Por la Constitución Apostólica Missale Romanum fechada el 3 de abril de 1969, en la fiesta


del Jueves Santo, el Santo Padre aprobó y ordenó la promulgación del nuevo misal”.

El texto no dice que el Papa Pablo VI aprobó el nuevo misal y ordenó su promulgación, sino que
aprobó y ordenó la promulgación. ¿Y el contenido en sí? ¿También la herejía del artículo 7 de la Institutio
(“La Cena del Señor o la Misa es una congregación o asamblea del pueblo de Dios que se reúne bajo la
presidencia del sacerdote para celebrar la recordación del Señor”) fue aprobado? ¿Y lo relativo al tono en
que han de ser pronunciadas las palabras de la consagración, que ya hemos visto más arriba?

2) Además, el título de la Constitución es: “Constitución Apostólica con la que se promulga el Misal
Romano restaurado según los decretos del Concilio Ecuménico Vaticano II”.

Pero al frente de la edición típica del Novus Ordo Missæ, un decreto del 6 de abril, firmado por el
cardenal Gut, Prefecto de la Sagrada Congregación de Ritos, y por monseñor Antonelli, Secretario de la
misma Congregación, promulga el Nuevo Ordo “aprobado por el Sumo Pontífice Pablo VI por la
Constitución Missale Romanum, dada el día 3 de abril”.

Y en la edición típica del Misal Romano, un decreto de 26 de marzo de 1970, firmado por el cardenal
Gut y por el padre Aníbal Bugnini dice:

“Habiendo sido establecido el Orden de la celebración eucarística y aprobados los textos del
Misal Romano por la Constitución Apostólica «Missale Romanum», dada el día 3 de abril de 1969
por el Sumo Pontífice Pablo VI, esta Sagrada Congregación para el Culto Divino por especial
mandato del Sumo Pontífice promulga y declara que debe usarse esta nueva edición típica del Misal
Romano preparada de acuerdo a los decretos del Concilio Vaticano II”.

En esta edición figura el texto corregido de la Institutio Generalis, diferente al texto original de las
tres primeras ediciones típicas del Ordo Miss, ya promulgado por otro documento.

11
Otro argumento que podemos esgrimir al respecto es que: el Romano Pontífice actual, Benedicto XVI, en su Motu Proprio del 7
de julio de 2007 Summorum Pontificum, ha rectificado que el Rito Romano nunca fue abrogado por ley alguna: “Por eso es lícito
celebrar el Sacrificio de la Misa según la edición típica del Misal Romano promulgado por el bienaventurado Juan XXIII en
1962, que no se ha abrogado nunca…‖ Art. 1. (Nota de Stat Veritas)
17
Curiosamente, en el nuevo Misal Romano la Constitución Apostólica figura en el índice de materias
bajo el título “Litterae Apostolicae Pauli VI, quibus novum Missale Romanum approbatur”, mientras que
en el índice de materias de la edición típica del Ordo Missae ella figura bajo el título de
“Constitutio Apostolica qua Missale Romanum (...) promulgatur”.

Más aún, la Constitución no es mencionada como tal sino en el título; el término Constitución no
aparece al interior del documento sino en el parágrafo subrepticiamente agregado en la segunda edición
típica del Novus Ordo Missæ.

3) Todas estas fastidiosas indicaciones (así como muchas más que omitimos por consideración a los
lectores, pero que se pueden encontrar en las obras dedicadas a este tema) demuestran que el Nuevo Misal
Romano no ha sido regularmente promulgado.

En cuanto a lo promulgado:

Dejando de lado el tema de la promulgación, podemos preguntarnos, ¿qué prescribe en concreto la


Constitución Missale Romanum? Preguntamos esto puesto que se trata de textos que varían de una edición a
otra, incluyendo una de ellas una verdadera herejía: el famoso artículo 7 de la Institutio Generalis, del 6 de
abril de 1969. ¿Promulgó el Papa Pablo VI la primera versión, protestante, o la segunda, débilmente
ortodoxa?
En concreto, ¿qué valor tiene ese documento? Para los que aceptan sin más todas estas deficiencias
doctrinales y jurídicas la respuesta es simple: la Constitución del Papa Pablo VI, regularmente promulgada,
hace obligatorio el uso del Nuevo Misal y abroga la Bula de San Pío V, así como el Misal restaurado por
ella.
Sin embargo, en ningún lugar la Constitución Missale Romanum ―establece y prescribe‖ que la Bula
Quo Primum haya sido abrogada, menos aun la Misa que San Pío V restauró con esta Bula.
El problema de los que piensan que sí es que no conocen el significado de “abrogado”.

El Código de Derecho Canónico promulgado en 1917 y con el cual debemos interpretar estos
cambios establece que:

“La ley posterior abroga la anterior cuando así lo declara de manera expresa, o es
directamente contraria a la misma, o reorganiza por completo toda la materia de la ley precedente”
(can. 22).

Hay tres maneras según las cuales la legislación puede dejar de ser aplicada: las leyes cesan de existir
por la voluntad del legislador, sea expresa, sea tácita; en el primer caso se trata de la abrogación, en el
segundo de la obrogación; puede darse también la abrogación parcial o derogación.

1) La ley puede ser abrogada, es decir abolida completamente.


Ahora bien, no hay una sola palabra en la Constitución Missale Romanum que establezca que la Bula Quo
Primum o el Rito Romano hayan sido abolidos. No se encuentra en este documento la voluntad expresa del
legislador. En el párrafo citado por el padre Buela, donde debería hallarse esta voluntad legislativa, ésta no
existe. Los términos “establecido y prescrito” expresarían la voluntad de obligar, pero falta lo esencial: el
legislador no detalla precisamente cuáles son las leyes y prescripciones que desea tengan “fuerza y
eficacia”.
El “Nostra hæc” (―cuanto hemos‖), que supone demostrarlas o designarlas, se refiere a todo lo que
precede, en lo cual se hallan solamente dos prescripciones claramente indicadas: los tres nuevos cánones y el
inciso “quod pro vobis tradetur” agregado a las palabras de la consagración del pan. Pero el uso de los tres
nuevos cánones se presenta como puramente facultativo, y la adición de las palabras es presentada por
motivos tan dudosos (razones pastorales, comodidad de la celebración) que la duda recae sobre toda la
prescripción, en el caso de que lo fuera realmente.

18
2) La ley puede ser obrogada, es decir por la puesta en vigencia de una nueva legislación que
automáticamente reemplaza la legislación anterior sin ninguna palabra específica de abrogación: sea porque
contiene disposiciones contrarias a aquellas de la ley existente; sea porque contiene disposiciones que
substituyen las de la ley anterior.
El examen del texto revelará si el legislador quiso suprimir todas las disposiciones anteriores o si
quiso dejar subsistir algunas. En caso de duda hay que aplicar el canon 23:

“no se presume la revocación de la ley precedente, sino que las leyes posteriores se han de
cotejar con las anteriores y, en cuanto sea posible, han de armonizarse con ellas”.

Si la Bula Quo Primum ha sido revocada, este sería el único modo como podría haber sucedido.
Pero bien leído, el documento del Papa Pablo VI no es más que la presentación de un nuevo Misal, que
todavía no existía en el momento de estampar su firma.
Dejando de lado el sentido totalmente ambiguo que los términos “firma et eficacia” tienen en de-
recho canónico, lo que el Papa Pablo VI estableció y prescribió no es más que una presentación del Novus
Ordo Missæ.

3) La ley puede ser derogada, es decir que la legislación todavía permanece en vigencia, pero es
modificada de algún modo.

Aun concediendo por hipótesis que la Bula Quo Primum haya sido derogada, el privilegio perpetuo
que da a todo sacerdote para decir la Misa de siempre es aún válido:

“Por autoridad Apostólica y a tenor de la presente, damos concesión e indulto, también a


perpetuidad, de que en el futuro sigan por completo este Misal y de que puedan, con validez, usarlo
libre y lícitamente en todas las iglesias sin ningún escrúpulo de conciencia y sin incurrir en castigos,
condenas, ni censuras de ninguna especie”.

San Pío V, a la obligación que impone de utilizar el Misal Romano restaurado, agrega la concesión
de un indulto que favorece su utilización para todos los casos y para todos los tiempos; otorga un derecho,
un poder estable, adquirido definitivamente. Y lo hace con una enumeración exhaustiva que toca
sucesivamente el fuero interno (la conciencia) y el fuero externo (los superiores).
Pero en la hipótesis de que la Bula Quo Primum haya sido abrogada, derogada u obrogada, ¿significa
esto que ningún sacerdote puede rezar legalmente la Misa de siempre sin autorización del Vaticano?
En absoluto, no sólo por mantenerse el privilegio que acabamos de citar, sino también porque la
abrogación, derogación u obrogación de la Bula Quo Primum puede ser considerada independientemente de
la abrogación de la Misa de siempre, puesto que ella no es el resultado de la Bula Quo Primum.
El término Misa Tridentina, o Misa de San Pío V, como se la conoce, es un poco engañoso y da la impresión
de que la Misa del Rito Romano es un rito elaborado a mediados del siglo XVI. Nada puede estar más
alejado de la verdad. El Rito Romano remonta en sus partes más importantes por lo menos al siglo V, y más
precisamente al Papa San Dámaso (366-384). El Canon, aparte de algunos retoques efectuados por San
Gregorio Magno (590-604), había alcanzado con San Gelasio I (492-496) la forma que ha conservado hasta
hoy. La única cosa sobre la cual los Romanos Pontífices no cesaron de insistir desde el siglo V en adelante,
fue la importancia para todos de adoptar el Canon Missae Romanae, dado que dicho canon se remonta nada
menos que al mismo Apóstol San Pedro.
El Misal de 1570 fue en verdad el resultado de instrucciones dadas en Trento, pero en realidad, en lo
que concierne al Ordinario, el Canon y el Propio del tiempo y en muchos otros aspectos, fue una réplica del
Misal Romano de 1474, que a su vez repetía, en todos sus aspectos esenciales, la práctica del Iglesia
Romana de la época de Inocencio III, la cual a su vez derivaba del uso de Gregorio el Grande y sus
sucesores en el siglo VII, el cual se remonta a los Apóstoles.
El rito de la Misa promulgado por San Pío V no fue, en consecuencia, un nuevo orden de la Misa
(Novus Ordo Misae) sino simplemente la codificación de la inmemorial Misa Romana existente, que se
extendió por todo el Rito Romano, con algunas excepciones claramente especificadas en la Bula Quo
Primum.

19
Como el rito de la Misa codificado por San Pío V es lo que se conoce en Derecho Canónico como
una “costumbre inmemorial”, ya estaba protegido y reglamentado por el derecho consuetudinario antes de
la publicación de la Bula Quo Primum.
El respeto a tradiciones y a costumbres duraderas ha sido siempre una característica primordial del
catolicismo, tanto que esas costumbres tienen frecuentemente el status de una ley.
La actitud legítimamente católica se expresa perfectamente en una sentencia retomada por Santo Tomás:

“Es una ignominia ridícula y detestable en demasía que nosotros soportemos que se quebranten esas
tradiciones que han sido recibidas desde antiguo de nuestros padres” (S. Th., 1-II, q. 97, a. 2, sed
contra).

Como la Misa de siempre es una costumbre inmemorial, si fuera a ser legalmente prohibida, se-ría
necesario que el Papa mismo la abrogara por medio de una mención especial. El Papa Paulo VI podría
haberlo hecho fácilmente. Pero no lo hizo.

La situación, pues, puede resumirse de la siguiente manera:

1) En contra de lo sugerido en forma totalmente gratuita por el padre Buela, la Misa de siempre
nunca ha sido abrogada.
Si el persiste en esa alegación, que nombre al Papa que lo hizo, además que de la fecha, el título del
documento y las palabras específicas de la abrogación; palabras que deben decir claramente que la Misa de
siempre ha sido abrogada y no puede usarse más.
2) No sólo no ha sido abrogada la Misa de siempre; tampoco lo ha sido la Bula Quo Primum.
3) Aunque concediendo por hipótesis que la Bula Quo Primum haya sido sujeta a derogación, existen
fundamentos sólidos para sostener que sigue en vigencia el privilegio perpetuo, que otorga a cualquier
sacerdote el derecho para rezar la Misa de siempre.
4) Pero incluso si la Bula Quo Primum, incluído el privilegio perpetuo, ha sido totalmente obrogada,
cualquier sacerdote del Rito Romano tiene todavía el derecho de rezar la Misa de siempre, debido al status
de una ley inmemorial no abrogada, y todos los fieles tienen el derecho de participar en ella.

El único juicio objetivo acerca de la reforma litúrgica del post-Vaticano II, incluso desde el punto de
vista jurídico, es que ella “se apartó completamente de la evolución histórica”. De allí que sea correcto
describirla no como una evolución, no como una reforma, sino como una revolución.
Si el padre Buela o algún otro apologista de la Nueva Misa, desea disputar esto, que cite en la historia
de la Iglesia otra revisión tan drástica que se pueda comparar con ésta. No podrá hacerlo porque no hay
ninguna.
Sólo son revisiones comparables las que efectuaron varios reformadores protestantes. La reforma del
padre Bugnini es sorprendentemente semejante a la de Cranmer. Examínense las oraciones suprimidas o
modificadas por ambos en los ritos que ―reformaron‖, y se verá que es obra de una misma mano: la de la
herejía.
Habiendo examinado lo sugerido por el padre Buela, nos referiremos ahora brevemente a una
cuestión más relevante. Pero ¿qué pasaría si el Papa presente12 o un papa futuro lo hiciera específica-mente,
haciendo mención especial de la abrogación de su status como costumbre inmemorial? ¿Significaría esto que
los católicos tendrían la obligación de adoptar la Nueva Misa? En absoluto.
Aunque los poderes del Papa son supremos, no son arbitrarios. Cuando legisla sobre cuestiones
disciplinarias tiene el deber de observar los principios del Derecho Eclesiástico, resumidos y enunciados por
Santo Tomás de Aquino, que incumben a todo legislador.
Un legislador no debe solamente abstenerse de exigir algo imposible de ser cumplido por sus
súbditos; sino que sus leyes no deben ser excesivamente difíciles o perturbadoras para quienes están
sometidas a ellas.
Santo Tomás explica que para que una ley sea justa debe conformarse con las exigencias de la razón
y tener un efecto bueno y beneficioso para las personas a quienes se destina.

12
Juan Pablo II (nota de Stat Veritas)
20
Constituiría ciertamente un abuso de autoridad si un papa prohibiera la celebración de un rito tan
sagrado, venerable y católico como la Misa de siempre. Si esto se hiciera, hay causa sana para justificar la
resistencia de los fíeles, basándose sobre las normas aceptadas dentro de la teología Católica.
Los católicos tienen derecho a plantearse la cuestión de si el Papa Paulo VI debía introducir un nuevo
rito de la Misa; si al hacerlo no era solamente imprudente sino culpable de un serio abuso de autoridad.
La mayoría de las personas tienden a igualar la rectitud legal con la rectitud moral; pero podemos
ver que muchas cosas que son legales, son claramente inmorales: el aborto es el ejemplo más obvio.
El Papa Juan Pablo II tiene autoridad legal para demoler la Basílica de San Pedro, y de vender el sitio
para un estacionamiento de autos y emplear las ganancias en lo que quiera. Pero puesto que es el custodio
del patrimonio de la Iglesia, éste sería claramente un acto inmoral, aun cuando no violara ninguna ley
eclesiástica. Ahora bien, comparada con la destrucción del Rito Romano, permitida y aun animada por el
Papa Paulo VI, la destrucción de la Basílica de San Pedro sería casi juego de niños.
De este modo volvemos a lo que habíamos afirmado al comenzar este punto: los argumentos
esenciales sobre esta Nueva Misa son morales, no legales; y no deben ser examinados aisladamente, sino en
el contexto de la revolución doctrinal y disciplinaria que ha tenido lugar en la Iglesia desde el Concilio.

2. LA COLEGIALIDAD

La expresión colegialidad, empleada para designar la naturaleza del gobierno de la Iglesia, fue
prácticamente desconocida en el lenguaje católico hasta 1959. Pero desde los primeros días del Con-cilio la
palabra colegialidad aparece con un sentido impreciso e incierto, que aún conserva en su uso.
Sobre este tema hay que hacer una distinción fundamental. Basados en los padres Victor-Louis-
Marie Berto (Pour la Sainte Eglise Romaine) y Raymond Dulac (La colegialidad episcopal en el Concilio
Vaticano II) la establecemos de este modo:
1) colegialidad en un sentido amplio: se entiende por tal al cuerpo que forman los obispos, de
derecho divino, es decir, una pluralidad de personas que tienen entre ellas y con la autoridad papal un
vínculo orgánico particular, del cual resulta una comunidad o solidaridad más menos estrecha en la acción.
La fórmula «la colegialidad del episcopado» significaría, en este sentido, la santa cooperación de
todos los Obispos del mundo trabajando, en la comunión de la fe, de la caridad y de la subordinación
jerárquica, para hacer avanzar el Reino de Dios, mediante el ejercicio de la autoridad episcopal, que los hace
solidarios de la misma carga.
2) colegialidad en un sentido estricto: se llama así a la pluralidad de personas legítimamente erigida
y habilitada para determinar y decidir, de modo tal que la determinación y la decisión tengan por sujeto de
atribución esta misma pluralidad y no cada uno de sus miembros distributivamente, ni su mayoría, sino la
persona moral que ellos forman.
La fórmula «la colegialidad episcopal» significaría, en este sentido, que así como el Cuerpo de los
doce Apóstoles fue instituido por Nuestro Señor a la manera de un «colegio», así el Cuerpo de todos los
Obispos no existe y no actúa sino colegialmente. El Papa, por una parte, quien es la Cabeza de ese Colegio,
no puede actuar sino en esa calidad. Cada obispo, por otra parte, por efecto de su consagración, está
incorporado al Colegio, dedicado a la misión de éste y compartiendo con todo el Colegio la plenitud de la
potestad apostólica sobre la Iglesia universal.
¿Cuál de las dos colegialidades episcopales consideradas es la correcta? El padre Buela ni siquiera
hizo la distinción. Analicemos los conceptos:
1) Según la colegialidad en sentido amplio, los obispos forman un cuerpo unido, tienen relaciones
entre ellos y con el Sumo Pontífice. Esta colegialidad siempre existió en la Iglesia.
Para fomentar esta unión entre los obispos existen conferencias (reuniones) episcopales. El mismo
monseñor Lefebvre, en África, antes del Concilio, fundó varias de esas conferencias episcopales locales; y
sobre las mismas se expresa en estos términos:

“Ciertas condiciones sociales de la actualidad exigen, indudablemente, que los obispos de


una región o de un país se reúnan, intercambien sus preocupaciones en función de ciertas
dificultades que pueden ser similares; establezcan juntos ciertos servicios de información, de prensa
y aun de apostolado. Hay que decir, primeramente, que es peligroso crear Direcciones, pero es útil
21
establecer Servicios a los cuales los obispos puedan dirigirse; y luego, que es deseable que pueda
existir cierta unanimidad con respecto a algunos problemas graves, como el de la enseñanza, por
ejemplo, pero que todo obispo tenga siempre libertad y autoridad para decidir la aplicación en su
diócesis, a no ser que la cuestión se someta a la Santa Sede para que ella juzgue qué se debe hacer.
Resulta inconcebible que una gran mayoría se imponga a una minoría por el simple juego de
la votación. Eso daría por el suelo con la autoridad episcopal.
Es de primordial importancia que el obispo sea considerado en su diócesis único responsable
del apostolado después del Papa y por debajo de El. Toda autoridad intermediaria sería intolerable
y arruinaría cualquier iniciativa episcopal. Sería manifiestamente contraria a toda la historia de la
Iglesia.
Sin embargo, nadie negará que esos encuentros fraternales de obispos y ciertos servicios
comunes pueden ser útiles y beneficiosos: piénsese en el Socorro Católico, en Misereor, en las
Obras Misionales Pontificias, en la Mutual Sacerdotal. ¡Cuántos servicios pueden prestarse de esa
forma! Pero cualquier organización que tenga repercusión sobre el apostolado no puede ser más
que «un servicio», nunca «una directiva». El obispo en su diócesis debe quedar totalmente libre, so
pena de, en caso contrario, convertirse nada más que en un funcionario y, peor aún, en un menor de
edad” (Un obispo habla, pág. 53).

2) En cambio, el cuerpo episcopal disperso no es esencialmente y siempre un colegio en sentido


estricto. Sin embargo, el cuerpo episcopal es a veces y bajo ciertas condiciones un colegio en sentido
estricto.
La pertenencia al cuerpo episcopal confiere, de derecho divino, una aptitud para gobernar y enseñar
colegialmente a toda la Iglesia; aptitud que sólo el Sumo Pontífice puede dar lugar a ejercer. El Papa, y sólo
el Papa, puede erigir actualmente en colegio al cuerpo episcopal convocando un Concilio ecuménico.
Incluso en este caso es un colegio sui generis, único en su género; porque el Concilio Ecuménico, además de
ser de derecho meramente eclesiástico (como veremos más abajo), tiene una cabeza necesaria y soberana, de
la cual depende en su ser y en su obrar.
Ahora bien, después de esta distinción funda-mental, hay que aclarar un segundo punto, y aquí se
plantea la cuestión: ¿Qué dice el Concilio Vaticano II? Sugiere un error, hay ambigüedad, lo que ya es muy
grave: la colegialidad en sentido estricto, según la cual el cuerpo episcopal es esencialmente y siempre un
colegio, está insinuada en el Concilio Vaticano II y retomada explícitamente por el Nuevo Código de
Derecho Canónico (cn. 336).

Sobre esta colegialidad conciliar, he aquí el pensamiento de monseñor Lefebvre y de monseñor de


Castro Mayer, eco de la Tradición de la Iglesia:

“Después de haber quebrantado la unidad de la fe, los modernistas de hoy se esfuerzan por
quebrantar la unidad de gobierno y la estructura jerárquica de la Iglesia.
La doctrina ya sugerida por el documento LUMEN GENTIUM del Concilio Vaticano II, será
retomada explícitamente por el Nuevo Derecho Canónico (can. 336); doctrina según la cual el
colegio de Obispos unido al Papa, ejerce igualmente el poder supremo en la Iglesia y ello de manera
igualmente habitual y constante.
Esa doctrina del doble poder supremo es contraria a la enseñanza y a la práctica del
Magisterio de la Iglesia, especialmente en el Concilio Vaticano 1 (Dz. 1822-1823) y en la encíclica
de León XIII SATIS COGNITUM. Solo el Papa tiene ese poder supremo, que él comunica en la
medida en que lo juzga oportuno y en circunstancias extraordinarias.
A ese grave error se remonta la orientación democrática de la Iglesia, los pode res que
residen en el «Pueblo de Dios» tales como se definen en el Nuevo Derecho. Este error jansenista
está condenado por la Bula AUCTOREM FIDEI del Papa Pío VI (Dz. 1502-1503).
Esta tendencia a hacer participar las «bases» en el ejercicio del poder, vuelve a encontrarse
en la institución del Sínodo y de Conferencias Episcopales, en los Consejos presbiterales, pastorales
y en la multiplicación de Comisiones Romanas y Comisiones Nacionales, así como en el seno de las
Congregaciones religiosas. En relación con esto ver Concilio Vaticano 1 (Dz. 1826-1830; Nuevo
Derecho Canónico, can. 447).

22
La degradación de la autoridad en la Iglesia es la fuente de la anarquía y el desorden que
hoy reinan en ella por todas partes” (Manifiesto Episcopal, monseñor Lefebvre y monseñor de
Castro Mayer, Carta Abierta al Papa Juan Pablo II, 9 de diciembre de 1983).

La lucha por la colegialidad del ala liberal fue más importante que la suscitada por la cuestión de la
libertad religiosa. Los cabecillas liberales lograron hacer penetrar sus tesis en el capítulo III de la
Constitución Lumen Gentium con el propósito de afirmar más claramente luego del Concilio que el esquema
privaba al Sumo Pontífice de su poder supremo y limitaba su primado a la función de un moderador respecto
de los obispos.
Entonces era necesaria una interpretación. ¿Cuál? La Nota explicativa previa; que también es
ambigua.
Cuando el Papa Pablo VI comprendió que se estaba yendo demasiado lejos, pidió, algunos días antes
de la adopción del esquema, el agregado de una Nota explicativa, que disipó algunos equívocos pero que, si
bien la autoridad del papa queda más o menos a salvo, deja bosquejados en perspectiva dos poderes
supremos: el del papa y el del colegio de los obispos.
En caso de duda, ¿cuál será el mejor intérprete? El mismo autor del texto, es decir aquellos que lo
realizaron. En resumen, esto es lo que debemos analizar en este punto. Pero el artículo del padre Buela nos
obliga previamente a hacer algunas aclaraciones.
El padre trata este tema en las páginas 24-29. Al comenzar la exposición esboza una triple distinción
que lamentablemente no lleva a cabo. Aquí también, respecto a ―las posiciones que no comparten‖, sean o
no las de monseñor Lefebvre, no las refuta; lo único que hace es evitar la cuestión.

Dice así:

“No aceptan estos grupos la colegialidad porque, con las numerosísimas variantes que van
de unos a otros, atentaría contra el Primado de Pedro, solemnemente definido por el Concilio
Vaticano 1. La colegialidad, al igual que la «communio», de ninguna manera es una doctrina nueva,
sino que desde muy antiguo era tenida en gran honor. Y rectamente entendida, no como hacen
algunos «colegialistas», expresa una verdad de fe, exalta el Primado del Papa y manifiesta
adecuadamente la relación de los obispos entre sí y con el Papa” (“integrismo”, pág. 24).

Hasta aquí, pues, tendríamos, según el padre Buela:

- grupos que no aceptan la colegialidad.


- los que la entienden rectamente.
- algunos “colegialistas” que no la entienden rectamente.

No sabemos qué pensarán las autoridades romanas y diocesanas sobre esta división. Nosotros no
quedamos conformes con estas distinciones. Puesto que se hace referencia a nosotros por lo menos 31 veces
tenemos derecho a exigir que se denuncie claramente, con nombre y apellido, a los “colegialistas que no
entienden rectamente la colegialidad”, particularmente en la Argentina. Es una obligación del padre Buela y
del Instituto que preside denunciar este error, precisar si se trata de una herejía (porque él dice que es "una
verdad de fe") y desenmascarar a los herejes que la sustentarían.
No estaría de más que definiese lo que entiende por “colegialistas, y nos aclarase si entre ellos hay
quienes entienden rectamente la colegialidad.
Dado que “durante muchos años han callado sus razones” (“Integrismo”, pág. 9), ahora que se
deciden a hablar, que lo hagan claramente.

El padre Buela dice:

“Los antiguos, tanto en Oriente como en Occidente, tuvieron conciencia de la importancia del
Colegio Episcopal, y esta colegialidad se manifestaba, y esta es la base de la argumentación de la
Constitución Dogmática Lumen Gentium en este punto, en cuatro cosas:

23
a. la comunión de los obispos entre sí y con el Romano Pontífice en el vínculo de la unidad, de la
caridad y de la paz;

b. los sínodos particulares;

c. los Concilios Ecuménicos;

d. el rito de la Consagración Episcopal” (“Integrismo”, pág. 24).

Es cierto que estos cuatro hechos “manifiestan la colegialidad”; pero no la colegialidad conciliar, la
del Nuevo Código de Derecho Canónico, sino la colegialidad en sentido amplio. Tomados como pruebas o
simplemente como señales de la colegialidad en sentido estricto, estos argumentos no son válidos.
Por lo tanto, el articulista pasa a fundamentar la colegialidad, sin aclarar si es la amplia o la estricta,
sobre cuatro puntos, que considera brevemente. La brevedad le llevó, además, a graves ambigüedades y
errores. Nos excusamos ante el lector de tener que alargarnos para precisar la doctrina de la Iglesia y refutar
lo que se quiere hacer pasar como tal.

a. “La comunión de los obispos entre sí y con el Romano Pontífice en el vínculo de la unidad, de la
caridad y de la paz”.

Evidentemente es una frase ambigua y teológicamente errónea, porque falta el vínculo más im-
portante, que es el de la fe, y no el de cualquier fe, sino la Fe Católica.

El Concilio Vaticano I enseña claramente que:

“El Pastor eterno y guardián de nuestras almas, para convertir en perenne la obra saludable
de la redención, decretó edificar la Santa Iglesia en la que, como en casa del Dios vivo, todos los
fieles estuvieran unidos por el vínculo de una sola fe y caridad (...) Ahora bien, a la manera que
envió a los Apóstoles como El mismo había sido enviado por el Padre; así quiso que en su Iglesia
hubiera pastores y docto-res hasta la consumación de los siglos. Mas para que el episcopado mismo
fuera uno e indiviso y la universal muchedumbre de los creyentes se conservara en la unidad de la fe
y de la comunión por medio de los sacerdotes coherentes entre sí; al anteponer al bienaventurado
Pedro a los demás Apóstoles, en él instituyó un principio perpetuo de una y otra unidad y un
fundamento visible, sobre cuya fortaleza se construyera un templo eterno, y la altura de la Iglesia,
que había de alcanzar el cielo, se levantara sobre la firmeza de esta fe” (Dz. 1821).

Más adelante el Santo Concilio afirma:

“Por tanto, apoyados en los claros testimonios de las Sagradas Letras y siguiendo los
decretos elocuentes y evidentes, ora de nuestros predecesores los Romanos Pontífices, ora de los
Concilios universales, renovamos le definición del Concilio de Florencia, por la que todos los fieles
de Cristo deben creer que «la Santa Sede Apostólica y el Romano Pontífice poseen el primado sobre
todo el orbe, y que el mismo Romano Pontífice es sucesor del bienaventurado Pedro, príncipe de los
Apóstoles, y verdadero vicario de Jesucristo y cabeza de toda la Iglesia, y padre y maestro de todos
los cristianos; y que a él le fue entregada por nuestro Señor Jesucristo, en la persona del
bienaventurado Pedro, plena potestad de apacentar, regir y gobernar a la Iglesia universal, tal
como aun en las actas de los Concilios Ecuménicos y en los sagrados Cánones se contiene».
Enseñamos, por ende, y declaramos, que la Iglesia Romana, por disposición del Señor, posee
el principado de potestad ordinaria sobre todas las otras, y que esta potestad de jurisdicción del
Romano Pontífice, que es verdaderamente episcopal, es inmediata. A esta potestad están obligados
por el deber de subordinación jerárquica y de verdadera obediencia los pastores y fieles de
cualquier rito y dignidad, ora cada uno separadamente, ora todos juntamente, no sólo en las
materias que atañen a la fe y a las costumbres, sino también en lo referente a la disciplina y régimen
de la Iglesia difundida por todo el orbe; de suerte que, guardada con el Romano Pontífice esta

24
unidad tanto de comunión como de profesión de la misma fe, la Iglesia de Cristo sea un solo rebaño
bajo un solo pastor supremo. Tal es la doctrina de la verdad católica, de la que nadie puede
desviarse sin menoscabo de su fe y salvación” (Dz. 1826-1827).

León XIII, en la Encíclica Satis Cognitum, dedicada a la Unidad de la Iglesia y al Primado de Pedro,
tiene páginas admirables sobre este tema, cuya lectura es indispensable para comprenderlo, pero que no
podemos transcribir in extenso. Nos limitamos a resumir los principios fundamentales (remitimos a la
numeración marginal de la edición de Guadalupe)

―La Iglesia de Cristo es única‖ (...) ―Pero Aquel que ha instituido la Iglesia única, la ha instituido una; es decir,
de tal naturaleza, que todos los que debían ser sus miembros habían de estar unidos por los vínculos de una sociedad
estrechísima, hasta el punto de formar un solo pueblo, un solo reino, un solo cuerpo‖ [13] (...) ―Una tan grande y
absoluta concordia entre los hombres debe tener por fundamento necesario la armonía y la unión de la que seguirá
naturalmente la armonía de las voluntades y el concierto en las acciones. Por esto, según su plan divino, Jesús quiso
que la unidad de la fe existiese en su Iglesia; pues la fe es el primero de todos los vínculos que unen al hombre con
Dios, y a ella es a la que debemos el nombre de fieles. «Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo», es decir, del
mismo modo que no tienen más que un solo Señor y un solo bautismo, así todos los cristianos del mundo no deben
tener sino una sola fe‖ [14] (...)
―El punto más importante y absolutamente indispensable, aquel en que yerran muchos, consiste en discernir de
qué naturaleza es, de qué especie es esta unidad. Pues aquí en semejante asunto no hay que juzgar por opinión o
conjeturas, sino según la ciencia de los hechos hay que buscar y comprobar cuál es la unidad de la fe que Jesucristo ha
impuesto a su Iglesia‖ [15] (...) ―Es pues, preciso buscar, entre todos los medios de que disponía Jesucristo, cuál es el
principio de unidad en la fe que quiso establecer‖ [16] (...) ―Jesucristo exige absolutamente que se preste entera fe a
sus enseñanzas‖ [17] (...) ―Además, ordenó aceptar religiosamente y observar santamente la doctrina de los Apóstoles
como la suya propia‖ [18] (...) ―La Providencia divina había determinado que el magisterio instituido por Jesucristo no
quedaría restringido a los límites de la vida de los Apóstoles, sino que duraría siempre‖ [19] (...) ―Es, pues, verdad
que, así como Jesucristo fue enviado por Dios y los Apóstoles por Jesucristo, del mismo modo los Obispos y todos los
que sucedieron a los Apóstoles son enviados por los Apóstoles‖ [20] (...)
―Tal ha sido constantemente la costumbre de la Iglesia, apoyada por el juicio unánime de los Santos Padres,
que siempre han mirado como excluido de la comunión católica y fuera de la Iglesia a cualquiera que se separe en lo
más mínimo de la doctrina enseñada por el magisterio auténtico‖ [22] (...)
―Pero este plan tan grande y tan excelente, no puede realizarse por la fe sola; es preciso añadir a ella el culto
dado a Dios en espíritu de justicia y de piedad, y que comprende, sobre todo, el sacrificio divino y la participación de
los sacramentos y, por añadidura, la santidad de las leyes morales y de la disciplina‖ [32] (...) ―Pero así como la
doctrina celestial no ha estado nunca abandonada al capricho o al juicio individual de los hombres (...), tampoco al
primero que llega de entre el pueblo cristiano, sino a ciertos hombres escogidos ha dado Dios la facultad de cumplir y
administrar los divinos misterios y el poder de mandar y de gobernar. Sólo a los Apóstoles y a sus legítimos sucesores
se refieren estas palabras de Jesucristo: Id por todo el mundo y predicar el Evangelio... bautizad a los hombres... haced
esto en memoria mía‖ [33] (...) ―Ahora bien, es imposible imaginarse una sociedad humana verdadera y perfecta que
no esté gobernada por un poder soberano cualquiera. Jesucristo debe haber puesto a la cabeza de la Iglesia un jefe
supremo, a quien toda la multitud de los cristianos es sometida y obediente. Por esto también, del mismo modo que la
Iglesia, para ser una en su calidad de reunión de los fieles, requiere necesariamente la unidad de la fe, también para ser
una en cuanto a su condición de sociedad divinamente constituida, ha de tener, por derecho divino, la unidad de
gobierno, que produce y comprende la unidad de comunión‖ [36] (...) ―Jesucristo, pues, dio Pedro a la Iglesia por jefe
soberano, y estableció que este poder instituido hasta el fin de los siglos para la salvación de todos, pasase como
herencia a los sucesores de Pedro, en quienes el mismo Pedro sobreviviría perpetuamente mediante su autoridad.
Cierto es que al bienaventurado Pedro, y fuera de él a ningún otro se hizo esta insigne promesa: Tú eres Pedro, y sobre
esta piedra edificaré mi Iglesia. Es a Pedro a quien el Señor habló; a uno solo a fin de fundar la unidad por uno solo‖
[39] (...) ―Según este oráculo, es evidente que por voluntad y orden de Dios, la Iglesia está establecida sobre el
bienaventurado Pedro; como el edificio sobre los cimientos. Y como la naturaleza y la virtud propia de los cimientos
es dar solidez y cohesión al edificio por la conexión íntima de sus diferentes partes y servir de vínculo necesario para
la seguridad de toda la obra, si el cimiento desaparece, todo el edificio se derrumba. El papel de Pedro es, pues, el de
soportar a la Iglesia y mantener en ella la conexión y la solidez de una cohesión indisoluble. Pero, ¿cómo podría
desempeñar ese papel si no tuviera el poder de mandar, defender y juzgar; en una palabra, un poder de jurisdicción
propio y verdadero?‖ [40] (...)
―Cuando Jesús promete dar a Pedro las llaves del reino de los cielos, promete darle el poder y la autoridad de
la Iglesia (...) Y Jesucristo afirma que ese poder tendrá tanta extensión y tal eficacia, que todos los decretos dados por
Pedro serán ratificados por Dios. Este poder es, pues, soberano y de todo punto independiente, porque no hay sobre la
tierra otro poder superior al suyo que abrace a toda la Iglesia y a todo lo que está confiado a la Iglesia‖ [42] (...) ―Y
25
porque es necesario que todos los cristianos estén unidos entre sí por la comunidad de una fe inmutable, nuestro Señor
Jesucristo, por la virtud de sus oraciones, obtuvo para Pedro que en el ejercicio de su poder no desfalleciera jamás su
fe (...) Aquel, pues, a quien designó como fundamento de la Iglesia, quiere que sea columna de la fe‖ [44] (...) ―Y dado
que esta autoridad, al formar parte de la constitución y de la organización de la Iglesia, como su elemento principal, es
el principio de la unidad, el fundamento de la seguridad y de la duración perpetua, se sigue que de ninguna manera
podía desaparecer con el bienaventurado Pedro, sino que debía necesariamente pasar a sus sucesores y ser transmitida
de uno a otro (...) Por esto los Pontífices que suceden a Pedro en el episcopado romano poseen de derecho divino el
poder supremo de la Iglesia‖ [46] (...) ―De que el poder de Pedro y de sus sucesores es pleno y soberano, no se ha de
deducir, sin embargo, que no existen otros en la Iglesia. Quien ha establecido a Pedro como fundamento de la Iglesia,
también ha escogido doce de sus discípulos, a los que dio el nombre de Apóstoles. Así del mismo modo que la
autoridad de Pedro es necesariamente permanente y perpetua en el Pontificado romano, también los Obispos, en su
calidad de sucesores de los Apóstoles, son los herederos del poder ordinario de los Apóstoles, de tal suerte que el
orden episcopal forma necesariamente parte de la constitución íntima de la Iglesia. Y aunque la autoridad de los
Obispos no sea ni plena, ni universal, ni soberana, no debe mirárselos como a simples Vicarios de los Pontífices
romanos, pues poseen una autoridad que les es propia, y llevan con toda verdad el nombre de Prelados ordinarios de
los pueblos que gobiernan. Pero como el sucesor de Pedro es único mientras que los de los Apóstoles son muy
numerosos, conviene estudiar qué vínculos, según la constitución divina, unen a estos últimos al Pontífice Romano. Y
desde luego la unión de los Obispos con el sucesor de Pedro es de una necesidad evidente, y que no puede ofrecer la
menor duda; pues si este vínculo de desata, el pueblo cristiano mismo no es más que una multitud que se disuelve y se
disgrega, y no puede ya en modo alguno formar un solo cuerpo y un solo rebaño" [52] (...)
―Por esto hay necesidad de hacer aquí una advertencia importante. Nada ha sido conferido a los Apóstoles
independientemente de Pedro; muchas cosas han sido conferidas a Pedro aislada e independientemente de los
Apóstoles (...) Sólo él, en efecto, fue designado por Cristo para fundamento de la Iglesia. A él le fue dado todo el
poder de atar y de desatar; a él solo confió el poder de apacentar el rebaño. Al contrario, todo lo que los Apóstoles han
recibido en lo que se refiere al ejercicio de funciones y autoridad, lo han recibido conjuntamente con Pedro (...) Por
donde se ve claramente que los Obispos perderían el derecho y el poder de gobernar si se separasen de Pedro o de sus
sucesores. Por esta separación se arrancan ellos mismos del fundamento sobre el que debe sustentarse todo el edificio
y se colocan fuera del mismo edificio‖ [53] (...) ―Estas consideraciones hacen que se comprenda el plan y el designio
de Dios en la constitución de la sociedad cristiana. Este plan es el siguiente: el Autor divino de la Iglesia al decretar
dar a ésta la unidad de la fe, de gobierno y de comunión, ha escogido a Pedro y a sus sucesores para establecer en ellos
el principio y como el centro de la unidad. Por esto escribe San Cipriano: hay, para llegar a la fe, una demostración
fácil que resume la verdad. El Señor se dirige a Pedro en estos términos «Te digo que eres Pedro...» Es, pues, sobre
uno sobre quien edifica la Iglesia. Y aunque después de su Resurrección confiere a todos los Apóstoles un poder igual,
y les dice «Como mi Padre me envió...», no obstante, para poner a la unidad en plena luz, coloca en uno solo, por su
autoridad, el origen y el punto de partida de esta misma unidad‖ [54] (...) ―Nadie, pues, puede tener parte en la
autoridad, si no está unido a Pedro, pues sería absurdo pretender que un hombre excluido de la Iglesia, tuviese
autoridad en la Iglesia‖ [55] (...) ―Pero el orden de los Obispos no puede ser mirado como verdaderamente unido a
Pedro, de la manera que Cristo lo ha querido, sino en cuanto está sometido y obedece a Pedro; sin esto, se dispersa
necesariamente en una multitud en la que reinan la confusión y el desorden. Para conservar la unidad de fe y
comunión, no bastan ni una primacía de honor ni un poder de orientación; es necesaria una autoridad verdadera y al
mismo tiempo soberana, a la que debe obedecer toda la comunidad‖ [56] (...) ―Sería apartarse de la verdad y
contradecir abiertamente a la constitución divina de la Iglesia, pretender que cada uno de los Obispos, considerados
aisladamente debe estar sometido a la jurisdicción de los Pontífices Romanos; pe ro que todos los Obispos,
considerados en conjunto, no deben estarlo (...) El que ha sido puesto a la cabeza de todo el rebaño, debe tener
necesariamente la autoridad, no solamente sobre las ovejas dispersas, sino sobre todo el conjunto de las ovejas
reunidas‖. ¿Es acaso el conjunto de las ovejas el que gobierna y conduce al pastor? Los sucesores de los Apóstoles,
reunidos, ¿serán el fundamento sobre el que el sucesor de Pedro debería apoyarse para encontrar solidez?‖ [58] (...)
―Este poder de que hablarnos sobre el colegio mismo de los Obispos no ha cesado la Iglesia de reconocerlo y
atestiguarlo (...) Las Sagradas Escrituras dan testimonio de que las llaves confiadas a Pedro solamente, y también que
el poder de atar y desatar fue conferido a los Apóstoles conjuntamente con Pedro; ¿pero dónde consta que los
Apóstoles hayan recibido el soberano poder sin Pedro y contra Pedro? Ningún testimonio lo dice. Seguramente no es
de Cristo de quien lo ha recibido‖ [59] (...) ―No hay que creer que la sumisión de los mismos súbditos a dos
autoridades implique confusión en la administración (...) Es preciso notar que lo que turbaría el orden y las relaciones
mutuas, sería la coexistencia, en una sociedad, de dos autoridades del mismo grado y no se sometería la una a la otra.
Pero la autoridad del Pontífice es soberana, universal y de todo independiente; la de los Obispos está limitada de una
manera precisa y no es plenamente independiente‖ [60]

Por lo tanto, como lo demuestra el Magisterio constante de la Iglesia, el fundamento primero de la


unidad y comunión de los obispos entre sí y con el Romano Pontífice es la Fe. Por lo mismo es ambiguo
26
y teológicamente erróneo decir, como lo hace el padre Suela que se basa en “la comunión de los obispos
entre sí y con el Romano Pontífice en el vínculo de la unidad, de la caridad y de la paz”. Que este sea uno
de los puntos en que se basa la argumentación de la Constitución Lumen Gentium y, por lo mismo la
colegialidad conciliar, no lo dudamos. Pero ya sabemos qué debemos pensar de ambas.

b. “Los Sínodos Particulares”.

El artículo dice:

“Frente a los problemas nuevos que se sus-citan contra la fe urge la necesidad de poder dis-
cernir la verdad del error. Para ello los obispos buscan ponerse de acuerdo reuniéndose en un
mismo lugar. Se originan así los Sínodos regionales. Eusebio constata la existencia de estas
reuniones desde la segunda mitad del siglo II. También hacia finales del mismo siglo, con motivo de
las controversias sobre la fecha de la Pascua, ya que algunas iglesias orientales tenían una práctica
diferente al respecto. Los Obispos emiten un decreto aceptado unánimemente, y esto obliga al Papa
Víctor a excomulgar a las comunidades de la Provincia de Asia que no quieren abandonar su
práctica, y esta acción papal se inscribe en un marco colegial, lo cual manifiesta que la decisión
unánime de los obispos del mundo entero reviste, a los ojos del Papa Víctor, un carácter
apremiante” (“integrismo”, pág. 27-28).
La práctica de los Sínodos o Concilios Provinciales, es un argumento en realidad contrario a la
colegialidad, pues es sabido que muchos sínodos no fueron confirmados por la autoridad pontificia.

León XIII, en la Encíclica Satis Cognitum, dice:

“Gelasio habla así de los decretos de los concilios: «del mismo modo que lo que la Sede
primera no ha aprobado, no puede estar en vigor, así, por el contrario, lo que ha confirmado por su
juicio, ha sido recibido por toda la Iglesia». En efecto, ratificar o invalidar la sentencia y los
decretos de los Concilios ha sido siempre propio de los Pontífices romanos. León Magno anuló los
actos del conciliábulo de Efeso; Dámaso rechazó el de Rimini; Adriano I el de Constantinopla; y el
vigésimo octavo canon del Concilio de Calcedonia, desprovisto de la aprobación y de la autoridad
de la Sede Apostólica, ha quedado, como todos saben, sin vigor ni efecto” [59].

Todos saben que el sínodo de Pistoya fue condenado por el Papa Pío VI mediante la Constitución
Auctorem Fidei (Dz. 1501-1599).

Por lo dicho, la frase del padre Buela: “Los Obispos emiten un decreto aceptado unánimemente, y
esto obliga al Papa Víctor a excomulgar a las comunidades de la Provincia de Asia que no quieren
abandonar su práctica, y esta acción papal se inscribe en un marco colegial, lo cual manifiesta que la
decisión unánime de los obispos del mundo entero reviste, a los ojos del Papa Víctor, un carácter
apremiante”, es sorprendente y, lo menos que puede decirse es que en oídos católicos suena “agudamente y
con ruido e inquietud, como cuando la gota de agua cae sobre la piedra” (Ejercicios Espirituales de San
Ignacio, n. 335).

c. “Los Concilios Ecuménicos”.

Respecto de este punto el artículo sólo dice textualmente:

“Ya es explícita la noción de Colegio. Baste para mostrar esto citar la carta del Papa Celes-
tino dirigida al Concilio de Efeso: «Es, pues, santo y merece la debida veneración, el colegio en que
ciertamente ahora debe verse reverencia de aquella, que leemos, frecuentísima congregación de los
Apóstoles... Haya una sola alma con un solo corazón para todos. Cuando es herida la fe que es una,
duélase, mejor aún, llore esto con nosotros todo el colegio” (“Integrismo”, pág. 26-27).

El Código de Derecho Canónico es claro y conciso:

27
“No puede haber Concilio Ecuménico si no ha sido convocado por el Romano Pontífice.
Pertenece al mismo Romano Pontífice presidir por sí o por otros el Con-cilio Ecuménico, determinar
y señalar las cosas que en él han de tratarse y el orden a seguir, así como trasladar, suspender, di-
solver el Concilio y confirmar sus decretos” (cn. 222; N.C., cn. 338).
“Los decretos del Concilio no tienen fuerza definitiva de obligar si no son con-firmados por
el Romano Pontífice y promulgados por mandato de él” (cn. 227; N.C., cn. 341)

No teniendo las resoluciones conciliares fuerza definitiva sino en cuanto son confirmadas por el
Romano Pontífice, se sigue que el Concilio Ecuménico no es sujeto de potestad adecuadamente distinto del
Sumo Pontífice.

A aquellos que, como el padre Buela, fundamentan la colegialidad en los concilios, el padre Victor-
Louis-Marie Berto, teólogo privado de monseñor Lefebvre durante el Concilio Vaticano II y uno de los
promotores y Secretario del Coetus Internationalis Patrum (del cual formaron parte, entre otros obispos
sudamericanos monseñor Tortolo y monseñor Bollati), responde:

“Otro paralogismo, e incluso una muy grosera petición de principio. Estamos hablando de la
constitución divina de la Iglesia. Por lo tanto, sería necesario establecer que los Concilios
pertenecen a la constitución divina de la Iglesia; ahora bien, para ello no hay otro medio que
suponer la naturaleza colegial del Episcopado, ¡la cual se quiere probar a partir de la celebración
de los Concilios! Los Concilios no pueden servir para probar la naturaleza colegial del Episcopado
si no es probando que los Concilios pertenecen a la constitución divina de la Iglesia sobre la base de
la naturaleza colegial del Episcopado. Es razonar en falso.
Si se reconoce, corno la historia lo dice absolutamente, que los Concilios son de institución
eclesiástica, es evidente que ellos no pueden servir para probar que por institución divina el
Episcopado es de naturaleza colegial.
Los Concilios son accidentales, contingentes al Episcopado. Son circunstanciales. No
pertenecen al «ser» de la Iglesia, sino solamente a su «mejor ser». La condición normal de los
Obispos es la de estar dispersos, pastores propios cada uno de su propio rebaño sin ninguna
autoridad superior de institución divina a la suya, salvo la de Pedro” (Pour la Sainte Eglise
Romaine, pág. 263).

Este razonamiento de profunda teología derriba el planteo simplista y superficial del padre Buela.

d. “Rito de la Consagración episcopal”.

Al respecto el artículo dice:

“Ya San Cipriano alude a esta costumbre, que se remonta a la época de los Apóstoles: «...
deben reunirse todos los obispos próximos de la provincia». Esto mismo fue establecido
solemnemente por el Concilio de Nicea, en su cuarto canon, y comentado por el IV Concilio
Constantinopolitano: «Este Santo y universal Sínodo de-fine y establece, en consonancia con los
anteriores concilios, que las promociones y consagraciones de los obispos se hagan por elección y
decreto del colegio de los obispos»” (“Integrismo”, pág. 27)

La historia de la Iglesia prueba que las promociones y consagraciones de los obispos han variado
mucho a lo largo de los siglos. Incluso hoy en día esta prescripción meramente disciplinar ya no está en
vigencia.
La prueba la proporciona el mismo canon 4 del Concilio de Nicea alegado por el padre Buela. Su
texto íntegro dice:

“Conviene sobremanera que el obispo sea establecido por todos los obispos de la provincia.
Mas si esto fuera difícil, ora por la apremiante necesidad o por lo largo del camino, reúnanse

28
necesariamente tres y todos los ausentes den su aquiescencia por medio de cartas y entonces se le
impongan las manos; mas la validez de todo lo hecho ha de atribuirse en cada provincia al
metropolitano”.

La elección por los obispos del que había de ser elevado al episcopado era necesaria para evitar la
intromisión de las autoridades seculares; pero el consentimiento de todos los obispos de la provincia no
significaba el ingreso a un colegio tomado como una persona moral.
Además el colegio episcopal no ha sucedido al Colegio Apostólico. La primera condición para que
esto fuese así sería que los primeros obispos hubiesen sido colegialmente instituidos, incorporados al
Colegio Apostólico por un acto colegial de los Apóstoles. Ahora bien, no sólo esto no aparece por ninguna
parte, antes bien es lo contrario lo que ha sucedido.

El padre Berto, en su libro ya citado, dice:

“Los primeros obispos de los que conocemos su nombre no han sido instituidos por un
Colegio, sino por un Apóstol, San Pablo.
Los primeros obispos, pues, no han sido colegialmente instituidos. Tampoco han sido
constituidos colegialmente, es decir para ser constitucional mente un colegio. No hay rastros de ello
y los textos prueban lo contrario. Tito y Timoteo no fueron invitados a formar parte de una persona
moral que sería el verdadero y propio sujeto de las decisiones tomadas, sino que ellos fueron
invitados formalmente a tomar sus responsabilidades. Más allá de cada uno de ellos no hay un
colegio del cual formaban parte; sólo está San Pablo.
Igualmente, los siete ángeles de las iglesias de Asia no son considerados como un colegio,
sino que cada uno de ellos es tomado, en su persona física, por el único pastor de la Iglesia a la cual
es propuesto.
Es inútil descender más, hasta Papías de Hiérapolis, Policarpo de Esmirna, Ignacio de
Antioquía, Ireneo de Lyon, es demasiado evidente que encontramos obispos que jamás han pensado,
ni siquiera soñado que el episcopado fuera de naturaleza colegial... como tampoco ni uno de los
miles de obispos que murieron antes del Concilio.
Ciertamente que los obispos son, de derecho divino un Cuerpo constituido en la Iglesia. Pero
es totalmente gratuito dar a entender que el episcopado católico es no solamente un cuerpo sino
también por institución divina, una persona moral colegial, permanente distinta de las personas que
la componen, y sujeto ella misma de operaciones que le son propias. Esto contradice a las
Escrituras, a la Tradición y a la Historia” (págs. 261-264).

El articulista concluye este punto recurriendo a la autoridad de la famosa Nota explicativa previa:

“Por los textos del Concilio Vaticano II, y los contextos, no solo no. hay contradicción con
los documentos del Concilio Vaticano 1, sino que hay un complemento que lejos de disminuir, exalta
aún más la singular y única figura del Papa. Para muestra basta un botón: la «Nota explicativa
previa» al capítulo 111 de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium que,
ciertamente es un documento conciliar (aunque no considerado materialmente), votado y aprobado
en la congregación general 123, el día 16 de noviembre de 1964, y en la congregación pública final
ante el Papa. Esta célebre «Nota» será todo lo insólita y grave que se quiera, pero los Padres
Conciliares votaron el texto del capítulo III según la interpretación de la «Nota», que es «fuente
auténtica de interpretación del gran documento conciliar»” (“Integrismo”, pág. 27).

“Por los textos del Concilio Vaticano II, y los contextos (...) Para muestra basta un botón: la «Nota
explicativa previa» (…) que, ciertamente es un documento conciliar...”.

Luego, según el padre Buela, la nota explicativa no es contexto.

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Llegamos ahora a los ejemplos de la verdadera interpretación del texto conciliar, de la Constitución
Lumen Gentium y de la Nota explicativa previa.

Proporcionemos algunos contextos que arrojan mucha luz y dan a entender el verdadero valor de esta
“célebre, insólita y grave «Nota»”.

El padre Schillebeeckx, teólogo del episcopado holandés, escribió lo siguiente en la revista De


Bazuin, Nº 16, 23/1/1965:

“Ya un mes antes de la «última semana» (de la tercera sesión), en una conferencia de prensa
con dos periodistas, en Roma, dije que no debían hacerse ilusiones acerca de la colegialidad
episcopal «según el Concilio Vaticano Segundo»; que habría que esperar un tercer Concilio para
que se aprobara la colegialidad papal. No obstante los Obispos y los teólogos continuaron hablando
de la colegialidad en un sentido que no aparecía expresado en ningún lugar del Esquema. Pero la
minoría, que ciertamente no era tonta, comprendía bien que esa forma vaga de hablar del Esquema,
sería interpretada, después del Concilio, en un sentido maximalista, aun si la Comisión Doctrinal no
lo había querido así explícitamente, ni lo hubiese formulado como tal en el texto.
La minoría no estaba contra la colegialidad tal como está literalmente formulada en el texto,
pero sí contra la orientación plena de esperanza que la mayoría de la Comisión Doctrinal, por
medio de una manera da hablar deliberadamente vaga y, además, demasiado diplomática, quería
que se sobreentendiera en el texto, aun si los términos de éste no lo expresaban directamente. El
mismo Congar, hace ya mucho tiempo, señaló las dificultades contra un texto conciliar que,
conscientemente, sería equívoco. Un teólogo de la Comisión Doctrinal, al cual, ya durante la Se-
gunda Sesión, yo le había expresado mi decepción frente al minimalismo acerca de la colegialidad
papal, me respondió, con la intención de tranquilizarme: «Nosotros lo expresamos en forma
diplomática, pero después del Concilio sacaremos las conclusiones implícitas)).
Estimé que esto era deshonesto y, además, yo no creía en una interpretación conciliar en la
que una categoría de votantes hubiese negado la colegialidad papal, y la otra sólo la reconociese
implícitamente. Debía haber un texto claro, en el cual el maximalismo de la colegialidad fuera for-
mulado sin equívocos, o bien, al contrario, un texto en el cual la concepción minimista (la que,
explícitamente, está formulada en el texto) quedara liberada de la equivocada obscuridad que
resulta del silencio observado con respeto al verdadero problema.
Ahora bien, la Nota Previa deja el texto intacto en su orientación propia, pero lo libera de
sus «tácitas implicancias». Eso es todo. Y por eso la minoría podía aceptar sin más el texto de la
Constitución: sus sostenedores no eran contrarios al Esquema como tal, pero sí a sus virtualidades
tácitas.
Yo digo, en suma, esto: si el tercer capítulo hubiera sido aprobado sin la Nota Previa, se
habría aprobado un texto equívoco.
Entre tanto, queda en pie que todo aquello se jugó de una manera «extraña» y misteriosa, y
por eso es tan difícil hacer comprender a los fieles la verdadera significación de la Nota Previa.
Ellos ven, en efecto, en la Nota, más de lo que ella contiene, que es la eliminación de un equívoco
poco recomendable que, además -si se me permite ahora expresarme en forma clara y enérgica- fue,
en cierto sentido, querido”.

Ahora bien, y como muestra basta un botón, el texto del canon 336 del Nuevo Código de Derecho
Canónico está tomado directamente de la Constitución Lumen Gentium y no de la Nota Previa. Se sigue
jugando de una manera extraña y misteriosa y el equívoco poco recomendable y querido es el que tiene
vigor.
El padre Congar, O.P., nombrado por el Papa Juan Pablo II miembro de la Comisión Teológica
Internacional, dijo:

“La Nota previa no cambia absolutamente el contenido del capítulo III de la Lumen Gentium.
Consideren el testimonio del principal redactor de ambos documentos, monseñor Philips. Otros
piensan que la Nota anexa contiene efectivamente restricciones al texto. Así, por ejemplo, el car-

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denal Journet y el padre Schillebeeckx. Esta última opinión no tiene fundamento; basta para darse
cuenta comparar las ex-presiones de la Nota con aquellas que se encuentran en las célebres
cuestiones interlocutorias del 30 de octubre de 1963. Entre los dos documentos no se nota ninguna
diferencia” (L'Eglise et son mystére au deuxième Concile du Vatican, Desclée, 1967, T. I, pág. 283).

Dejemos a los padres Schillebeeckx y Congar y veamos otro contexto de mayor interés y autoridad:

“No existen formas jurídicas reguladas de cómo el Papa puede hacer jugar su opinión en el
Concilio. Esta brecha en la obra legislativa se ha manifestado con peligrosas desventajas en la
semana del 15 al 21 de noviembre de 1964.
Los cambios introducidos por el Papa en el texto del Concilio (inclusive los diferentes
matices deducibles de la reafirmación de la «Nota previa explicativa» en el asunto de la
colegialidad) no exceden, en principio, la medida de modificaciones que pudo lograr ya durante la
votación un grupo relativamente reducido de Padres por los así llamados «modi» (propuestas
formuladas de modificación). Por tanto debería usarse con cautela esa afirmación que habla de un
Concilio susceptible de ser comandado. Puede muy bien comprendérsela habida cuenta de la
emoción del momento, más no resiste a un paciente examen de los hechos. Lo que al fin fue sancio-
nado fueron sustancialmente esos mismos textos del Concilio, que fueron todo menos mandados de
arriba, más aún: que sin esta asamblea jamás hubieran sido redacta-dos y que, pese a haber
quedado atenuados en varios puntos, representan entera y realmente la auténtica voluntad y opinión
del gremio.
Por lo demás consideradas las modificaciones papales en su conjunto, no se les podrá negar
que obedecen a una. idea-madre coherente. Parecen todas ellas nacidas de la idea e que al obispo
de Roma le corresponde la tarea de ser el reconciliador de los contrarios y, ese sentido el
árbitro de las tendencias opuestas, que vela paz y concordia del colegio episcopal. Incluso quien
dude de que las medidas adoptadas sirvieron efectivamente a tal fin, tendrá, al menos, que respetar
este pensamiento como una aplicación coherente de la idea del primado.
Todo eso no quita, por otra parte, que nadie puede desear una repetición de los sucesos de la
mencionada semana de noviembre. Pues ellos han revelado sin lugar a dudas que no ha sido hallada
todavía una forma de realización del primado (y formulación de la doctrina del primado) apta, por
ejemplo, para demostrara las iglesias orientales que una unión con Roma no sería equivalente a un
sometimiento a una monarquía papal, sino el restablecimiento e la comunión con la sede de San
Pedro, quien preside fraternalmente la múltiple unidad de las iglesias de Dios, las que no conocen
un dominio calcado sobre modelos mundanos, sino que, por hablar con palabras de la Constitución
sobre la Iglesia, mantienen su comunidad con el vínculo de la unión, el amor y la paz. Si los días de
noviembre del año 1964 aportaron alguna conclusión desilusionante, ésta no fue otra sino que los
procesos históricos necesitan su tiempo. Las nuevas concepciones a las que la lucha por la idea de
la colegialidad de los obispos ha conducido, no podrán tomar cuerpo en la vida cotidiana de la
Iglesia sino poco a poco, para desarrollar toda su potencialidad. En otras palabras: los acon-
tecimientos a que aludimos han demostrado que se requiere paciencia. Pero de ningún modo han
destruido aquella esperanza sin la cual la paciencia perdería su razón de ser. El Concilio, y con él
la Iglesia, están en camino: no hay motivo para escepticismo ni resignación. Por el contrario,
tenemos muchos motivos de esperanza, buen ánimo y paciencia. Podemos seguir por nuestro camino
sin temor, confiando en el Señor qué está con su Iglesia todos los días hasta la consumación del
mundo (...)
No cabe duda de que la lucha por la doctrina de la colegialidad de los obispos ocupó el
primer plano de los últimos dos períodos de sesiones del Concilio, desde un principio, en sentido
puramente cuantitativo. Ninguna otra cuestión ha podido recabar para sí tantas horas de sesiones;
ninguna otra, desencadenar tanta actividad delante y detrás de las bambalinas; ninguna tampoco
fue sometida a un procedimiento de votación tan esmerado y diferenciado como ésta. Vayan algunas
cifras a guisa de prueba. En todo el proyecto del texto sobre la Iglesia, que contenía ocho capítulos,
se destinaron en el primer proceso de votaciones diez de las mismas a los capítulos 1-2 y 4-8; en
cambio, al solo capítulo 3, que contiene la doctrina de la colegialidad de los obispos, se dedicaron
41 votaciones, durante las cuales las partes más importantes fueron sometidas frase por frase al

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voto de los Padres. Por extrínsecas que tales cifras puedan parecer, revelan, sin embargo, algo de la
trascendencia que todos atribuían al asunto. Frente a un acento tan pronunciado puesto sobre este
tema por el Concilio, parece oportuno e, incluso, necesario para formarse un juicio sobre la
orientación tomada, considerar esta doctrina con el criterio de aquellas ideas normativas que Juan
XXIII legó al Concilio a manera de testamento y que, en efecto, reconoció este último en todo
momento a manera de principios adoptados como propios, a saber: la idea ecuménica y la pastoral.
Dicho en otras palabras, se impone la pregunta de si la doctrina de la colegialidad de los obispos,
colocada así en primer plano, debe calificarse de ecuménicamente positiva, y si puede llamársela
pastoral, esto es, fecunda para la vida de la Iglesia. Una disquisición a fondo no tardará en
demostrar que ambas preguntas en el caso presente vienen a ser una sola, de suerte que podemos
tratarlas como la única pregunta por el rango ecuménico de la doctrina mencionada (...)
[Siguiendo simplemente los enunciados del texto] agréganse a continuación las arduamente
discutidas definiciones sobre la función del colegio episcopal en la Iglesia las cuales, sin embargo,
debido a la constante dialéctica entre plenos poderes del Papa y plenos poderes del colegio, no se
distinguen precisamente por su transparencia. Muy claramente trasunta el texto aquí la lucha
interior del Concilio y la dificultad inherente a un aserto que abarque la historia en toda su
complejidad. Tan pronto como se hace mención de uno de los polos, le sigue pisándole los talones el
contrapeso compensatorio de una consideración hecha desde el polo opuesto. Sería imposible
reproducir aquí con la necesaria brevedad ese conjunto adecuadamente. Trataré, por lo tanto, de
insinuar solo sumariamente los asertos básicos resumidos en cinco tesis.
a) El colegio de los obispos incluye al Papa como su cabeza. No se puede, pues, construir
aquél en contraposición a éste, sino entenderlo solamente en unión con el Papa. Cada vez que se
habla del colegio, se implica y alude también al Papa que al mismo pertenece, el obispo de Roma.
b) Como sucesor de Pedro tiene el Papa la plena, suprema y universal potestad sobre la
Iglesia que en todo momento puede ejercer libremente.
c) En la comunidad de los obispos tiene la comunidad de los apóstoles su forma de presencia
que permanece a través del tiempo de la Iglesia. Esta comunidad de los obispos tiene, por lo tanto,
(incluyendo al obispo de Roma) asimismo la suprema y plena potestad sobre la Iglesia y el mismo
poder de atar y desatar que aquél.
d) En su pluralidad y plenitud representa el colegio de los obispos la pluralidad del pueblo
de Dios. Más por cuanto tiene una cabeza común, expresa asimismo la unidad del rebaño de Cristo.
e) La plenitud de potestad que posee este colegio, es decir, la comunidad de los obispos, se
ejerce de manera solemne en el Concilio el cual, por esto, para ser ecuménico, debe, cuando menos,
contar con la recepción por parte del obispo de Roma. La plenitud de la potestad puede, empero, ser
ejercida también de una manera apropiada por los obispos dispersos por la tierra, en lo cual, como
forma mínima de cooperación papal, se menciona nuevamente la recepción (...)
La llamada «Nota previa explicativa», como es sabido, contribuyó a agregar un sabor un
tanto amargo a los días finales de un período conciliar que había estado lleno de sublimes
esperanzas. Nos llevaría demasiado lejos analizar aquí con exactitud su texto bastante complicado.
El resultado, y a él debemos limitarnos aquí, sería, de todos modos, que no crea ninguna situación
esencialmente nueva, persistiendo, en principio, en la misma dialéctica, y la ambigüedad de ella
resultante, acerca de las facultades reales del colegio de los obispos que ya presenta el texto
conciliar mismo. No cabe duda de que se le agrega a esta dialéctica otra tara más a favor del polo
del primado. Sin embargo, a cada enunciado avanzado en tal sentido le opone el texto siempre otro
para restablecer el equilibrio, que permite interpretar el conjunto más en sentido «primacialista» o
más conforme al principio de la colegialidad. Por lo tanto, cabe admitir una cierta ambigüedad
intrínseca del texto de la nota, reflejo de la ambigüedad de quienes intervinieron en su redacción
intentando una conciliación entre las tendencias en pugna. El que el texto así originado haga una
impresión ambigua es señal de que una completa armonización ni se logró ni era posible en manera
alguna.
La tarea que el Concilio deja abierta se perfila a la luz ambigua de la Nota previa explicativa
con sorprendente nitidez (...)
Así como sus asertos no crean una situación esencialmente nueva respecto al texto conciliar
mismo, igual resultado se obtiene al contrapesar la especie de su validez jurídica. Por una parte, se

32
la presenta como el criterio válido interpretativo, pero, por otra parte, no ha sido incluida en el
texto mismo del Concilio ni menos elevada a ser objeto de una votación conciliar, por lo cual no fue
tampoco firmada por el Papa ni los Padres del Concilio, sino solamente por el secretario general
Felici. Así, pues, tendrá que afirmarse que lo que sabía tan amargo en esta nota no fue, propiamente
su contenido (aunque éste no está exento de unilateralidad), sino más bien las circunstancias de su
aparición (...)
Llegados al fin de nuestras reflexiones, se impone aún una palabra conclusiva sobre el tercer
período de sesiones del Concilio, en general, que mereciera juicios tan ambiguos.
No cabe duda: no maduró todo lo que cabía esperar. Muchas cosas permanecen incompletas,
fragmentarias, e incluso lo logrado, como la colegialidad de los obispos, más bien debe llamarse un
comienzo que un término: una tarea que implica más de una dificultad y también peligros, todo
menos una ganancia que pueda tranquila-mente depositarse en la cuenta. Pero debemos dar un paso
más aún: todo cuanto resuelva un Concilio no puede ser sino un comienzo que solo adquiere su
verdadera significación al ser traducido en la realidad de la vida cotidiana de la Iglesia. Resta,
pues, de todos modos, la cuestión de hasta qué punto se logrará esta traducción.”

Palabras de peso y de capital importancia son estas; contexto grave en consecuencias y eficacísimo
para despertar de la más profunda somnolencia a los espíritus afectados por el poder hipnótico de la mal
entendida virtud de la obediencia. Ciertamente merece ser leído nuevamente y meditado con atención.
Alguno podrá preguntarse: ¿a quién pertenecen, quién escribió estas líneas?
Con la autoridad propia de quien fue uno de los más ―conspicuos‖ teólogos del Concilio y consejero
personal del cardenal de Colonia, el autor, que no es otro que el actual Prefecto de la Congregación para la
Fe, el cardenal Joseph Ratzinger, revela la situación y el futuro de la intrincada cuestión sobre la
colegialidad (Resultados y Perspectivas en la Iglesia Conciliar, Ediciones Paulinas, agosto de 1965, páginas
65-86, 115-116). De estos conceptos el cardenal Ratzinger, hasta la fecha, no se ha retractado. Lo dicho en
su libro Informe sobre la Fe, B.A.C., Madrid, 1985, págs. 67-68, en lugar de aclarar oscurece aún más este
punto.
¿Hay acaso una personalidad más autorizada que la suya para exponernos la doctrina del texto de la
Constitución Lumen Gentium y de la Nota explicativa previa? Que los sacerdotes del Instituto del Verbo
Encarnado respondan a los interrogantes que las palabras del entonces padre Ratzinger plantean.
No basta la prolija exposición que el padre Buela hace en las páginas 28-29, que, si bien falta el
entrecomillado, no es otra cosa que el texto de la ambigua y discutida Nota previa.
Por otra parte, y sobre todo, el mejor intérprete del Concilio Vaticano II y su mejor expresión en los
hechos, es el Nuevo Código de Derecho Canónico. Sabemos lo que dice su canon 336:

“El Colegio Episcopal, cuya cabeza es el Sumo Pontífice y del cual son miembros los
Obispos en virtud de la consagración sacramental y de la comunión jerárquica con la cabeza y
miembros del Colegio, y en el que continuamente persevera el cuerpo apostólico, es también, en
unión con su cabeza y nunca sin esa cabeza, sujeto de la potestad suprema y plena sobre toda la
Iglesia”.

Mantenemos, entonces, nuestra afirmación: desde hace casi treinta años la colegialidad enseñada y
practicada en la Iglesia es errónea.

3. EL ECUMENISMO

El padre Buela trata este punto en apenas cuatro cortas páginas (“Integrismo”, págs. 29-32).

Procede aquí de la misma manera que en los otros temas en disputa: no presenta los argumentos de
aquellos que supuestamente quiere refutar y elude la cuestión.
En el Manifiesto Episcopal, del 9 de diciembre de 1983, al cual ya hemos hecho referencia, los dos
obispos apologetas de nuestro siglo expresaron respecto al ecumenismo:

33
“Uno los errores principales que originan esta situación trágica es la concepción
«latitudinarista» y ecuménica de la Iglesia, dividida en su Fe, condenada particularmente por el
Syllabus, Nº 15-18.
La concepción de la Iglesia como «Pueblo de Dios» se encuentra en numerosos documentos
oficiales: las actas del Concilio Unitatis Redintegratio y Lumen Gentium, el Nuevo Código de
Derecho Canónico, la Encíclica Catechesi Tradendae, el Directorio Ecuménico Ad Totam Eccle-
siam.
Esta concepción destila un sentido latitudinarista y un falso ecumenismo.
Los hechos evidencian esa concepción heterodoxa: las autorizaciones para la construcción
de salones destinados al pluralismo religioso, le edición de biblias ecuménicas, las ceremonias
ecuménicas.
Esa unidad ecuménica contradice las Encíclicas Satis Cognitum de León XIII, Mortalium
Ánimos del Papa Pío XI, Humani Generis y Mystici Corporis del Papa Pío XII.
Este ecumenismo, condenado por la Moral y el Derecho católicos, llega a permitir recibir los
Sacramentos de Penitencia, Eucaristía y Extremaunción de manos de ministros no católicos (canon
844) y favorece «la hospitalidad ecuménica», al autorizar a los ministros católicos a administrar
esos Sacramentos a los no católicos.
Todas estas cosas están en abierta oposición con la Revelación divina, que prescribe la
«separación» y rechaza la unión entre la luz y las tinieblas, entre el fiel y el infiel, entre el templo de
Dios y el de las sectas”.

El articulista, por su parte, comienza por una definición:

“Se ha dado en llamar ecumenismo a la tarea de restaurar la unidad entre todos los cris-
tianos. La Iglesia católica está implicada en esta tarea por vocación, no por táctica. Vocación que le
viene de su Señor. De por medio hay una promesa-profecía y una oración. La profecía-promesa es
que habrá un solo rebaño y un solo pastor (Jn. 10, 16). Hay que hacer notar que como el rebaño es
visible, visible también debe ser el pastor: el Papa; más de cien testimonios del magisterio eclesial
lo testifican. Y la oración, por proceder del mismo Cristo, es infalible: Que todos sean uno (Jn. 17,
21)” (“Integrismo”, pág. 29-30).

Esta definición de ecumenismo y su fundamento en una promesa-profecía y una oración responde


perfectamente a la enseñanza del Decreto Unitatis Redintegratio del Concilio Vaticano II, pero no
corresponde a lo enseñado por la Encíclica Mortalium Animos del Papa Pío XI:

“La Iglesia de Cristo no sólo ha de existir necesariamente hoy, mañana y siempre, sino
también ha de ser exactamente la misma que fue en los tiempos apostólicos (...) Y aquí se Nos ofrece
ocasión de exponer y refutar una falsa opinión de la cual parece depender toda esta cuestión, y en la
cual tiene su origen la múltiple acción y confabulación de los católicos que trabajan por la unión de
las iglesias cristianas. Los autores de este proyecto no dejan de repetir casi infinitas veces las
palabras de Cristo: «Sean todos una misma cosa... Habrá un solo rebaño, y un solo pastor», mas de
tal manera las entienden, que, según ellos, sólo significan un deseo y una aspiración de Jesucristo,
deseo que todavía no se ha realizado (...) La unión de los cristianos no se puede fomentar de otro
modo que procurando el retorno de los disidentes a la única y verdadera Iglesia de Cristo, de la cual
un día desdichadamente se alejaron; a aquella única y verdadera Iglesia que todos ciertamente
conocen, y que por la voluntad de su Fundador debe permanecer siempre tal cual El mismo la fundó
para la salvación de todos. Nunca, en el transcurso de los siglos, se contaminó esta mística Esposa
de Cristo, ni podrá contaminarse jamás, como dijo bien San Cipriano: «No puede adulterar la
Esposa de Cristo; es incorruptible y fiel. Conoce una sola casa y custodia con casto pudor la
santidad de una sola estancia». Por eso se maravillaba con razón el santo Mártir de que alguien
pudiese creer que «esta unidad, fundada en la divina estabilidad y robustecida por me-dio de
celestiales sacramentos, pudiese desgarrarse en la Iglesia, y dividirse por el disentimiento de las
voluntades discordes». Porque siendo «el cuerpo místico de Cristo, esto es Id Iglesia, uno, compacto
y conexo», o mismo que su cuerpo físico, necedad es decir qué él cuerpo místico puede constar de

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miembros divididos y separados; «quien, pues, no está unido con él no es miembro suyo, ni está
unido con su cabeza, que es Cristo»”.

El padre Buela dice:

—“Se ha dado en llamar ecumenismo a la tarea de restaurar la unidad entre todos los cristianos”...

... y el Papa Pío XI le responde:

— “Siendo «el cuerpo místico de Cristo, esto es la Iglesia, uno, compacto y conexo», necedad es decir que
el cuerpo místico puede constar de miembros divididos y separados”.

El padre Buela expresa:

— “De por medio hay una promesa-profecía y una oración. La profecía-promesa es que habrá un solo
rebaño y un solo pastor (...) Y la oración, por proceder del mismo Cristo, es infalible: Que todos sean
uno”...

... y el Papa Pío XI le contesta:

—“Los autores de este proyecto no dejan de repetir casi infinitas veces las palabras de Cristo: «Sean todos
una misma cosa... Habrá un solo rebaño, y un solo pastor», mas de tal manera las entienden, que, según
ellos, sólo significan un deseo y una aspiración de Jesucristo, deseo que todavía no se ha realizado”.

A continuación el padre Buela dice:

“Ciertamente que hay un falso ecumenismo, o ecumenismo masónico, o ecumenismo político,


o ecumenismo sin conversión, etc. cuya propuesta fundamental es que todas las religiones son
iguales (sincretismo, irenismo, etc.), por tanto los hombres se salvan indistintamente en cualquiera.
Y este «ecumenismo» es abominable” (“Integrismo”; pág. 30).

En nota el padre nos asegura que dicho ecumenismo abominable ha sido denunciado por el cardenal
Ratzinger en la Revista 30 Giorni de febrero de 1993. Ante todo debemos decir que para un Prefecto de la
Congregación de la Fe una revista no es el lugar adecuado para condenar un error; en ese caso no hay
condenación alguna. ¿Quiénes son los cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y teólogos
condenados? ¿Con qué penas se los ha castigado? Ya estamos acostumbrados a este jueguito del gendarme
de la fe y a la credulidad de páparo de ciertos sectores eclesiásticos.
No les admitimos a los sacerdotes del Instituto del Verbo Encarnado esta pseudo-condenación. Les
exigimos que denuncien a los defensores del ecumenismo masónico, comenzando por los organizadores y
patrocinantes de los encuentros interreligiosos que, desde Asís 1986 hasta Milán 1993, no han cesado de
humillar a la Iglesia Católica y de regocijar a los masones de mayor peso en el mundo entero.
Además, como lo indica la encuesta realizada por el Instituto LINK en la región del Valais, que se
cuenta entre las de mayor índice de observancia católica, y que hemos publicado en el N° 16 de nuestra
revista Iesus Christus, los ―católicos‖ están impregnados de estas ideas ecumenicistas masónicas. En efecto,
ante la proposición: “La religión no tiene importancia, todas pueden conducirnos a la salvación”, el 81,3%
de los ―católicos‖ encuestados dijo estar de acuerdo, el 13,8% no estarlo, y el 4,9% no saber. ¿Qué pasaría si
proyectásemos los valores al resto del mundo? Ciertamente que encontraríamos índices similares o mucho
peores. Esos son los frutos del ecumenismo conciliar.

El articulista agrega:

“Pero el verdadero ecumenismo pertenece a la naturaleza misma de la única y verdadera


Iglesia fundada por Cristo. La doctrina de la Iglesia Católica está bellamente resumida en el Ca-

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tecismo Universal de reciente publicación. Sin necesidad de acudir a otras fuentes se refutan con él
las sentencias de los antiecumenistas” (“integrismo”, pág. 30).

Como hemos dicho, el artículo no responde a los que etiqueta de “antiecumenistas”; sólo se limita a
citar el Nuevo Catecismo con la pretensión de demostrar que el ecumenismo del Concilio Vaticano II es
genuino.
Queda, por lo tanto, dar respuesta a lo que siempre hemos denunciado. Particularmente exigimos que
los sacerdotes del Instituto del Verbo Encarnado manifiesten públicamente su posición sobre: 1) la
posibilidad de administrar los Sacramentos de la Penitencia, Eucaristía y Extremaunción a los no católicos, y
la posibilidad de que un católico los reciba de manos de un ministro no católico; 2) la visita del Papa Juan
Pablo II a la sinagoga de Roma en abril de 1986 y su discurso; 3) el encuentro de Asís, en octubre de 1986, y
todos los que le siguieron; 4) la jornada de oración en la catedral primada de Buenos Aires en junio de 1992,
con la presencia del Dalai Lama.
Ahora contestemos al Catecismo de la Iglesia Conciliar, que propaga el falso ecumenismo; pero lo
hace al mejor estilo de los modernistas, con “una táctica insidiosísima, que consiste en no exponer jamás
sus doctrinas de un modo metódico y en su conjunto, sino dándolas en cierto modo por fragmentos y
esparcidas acá y allá. De aquí que tropecemos en sus libros con cosas que los católicos aprueban
completamente; mientras que en la página siguiente hay otras que se dirían dictadas por un racionalista”
(Encíclica Pascendi, de San Pío X).

De este modo, el padre Buela, dice:

―a. Sólo es una y única la Iglesia fundada por Cristo (Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 811-
816).
b. «En esta una y única Iglesia de Dios desde los comienzos surgieron escisiones» (Unitatis
Redintegratio, n. 3).
c. «Fuera de la Iglesia no hay salvación» (Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 846 ss.)”
(“integrismo”; págs, 30-31).

Bajo estos tres ítems, que remiten al Nuevo Catecismo y al Concilio Vaticano II (especialmente los
documentos Unitatis Redintegratio y Lumen Gentium), el padre Buela condensa la doctrina sobre el
ecumenismo, que supone totalmente ortodoxa.
Es evidente que, conforme a la “táctica insidiosísima” denunciada por San Pío X, encontramos, aquí
y allá, en esas citaciones expresiones perfectamente católicas; pero también hallamos el veneno del error.
Así, por ejemplo, el padre Buela envía a los números 811-816 del Nuevo Catecismo. Allí, bajo el
título de “LA IGLESIA ES UNA, SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA”, nos encontramos con el Párrafo 3
del Artículo 9 “CREO EN LA SANTA IGLESIA CATÓLICA” n. 748), que en el Párrafo 2 nos es presentada
ante todo como PUEBLO DE DIOS (n. 781).
Ahora bien, ese Pueblo de Dios, en el capítulo II de la Constitución Lumen Gentium unas veces es
identificado con la Iglesia Católica y otras veces queda esfuminado en una indefinida paz universal:

“Todos los hombres son llamados a esta unidad católica del Pueblo de Dios, que simboliza y
promueve la paz universal, y a ella pertenecen o se ordenan de diversos modos, sea los fieles
católicos, sea los demás creyentes en Cristo, sea también todos los hombres en general, por la
gracia de Dios llamados a la salvación” (L.G., 13)

A esta “Iglesia” presta su adhesión el mismo Gorbachov...

De la misma manera, el padre Buela dice:

“El vínculo de unidad es, ante todo, la caridad, que es el vínculo de perfección (Col. 3, 14).
Pero hay también vínculos visibles: la profesión de una misma fe recibida de los Apóstoles; la
celebración común del culto divino, sobre todo de los sacramentos; la sucesión apostólica por el
sacramento del orden...” (“integrismo”, pág. 30).

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Ahora bien, el Papa Pío XI en la Encíclica Mortalium Animos, que ya hemos citado, enseñó:

“Podrá parecer que dichos «pancristianos» tan atentos a unir las iglesias, persiguen el fin
nobilísimo de fomentar la caridad entre todos los cristianos. Pero, ¿cómo es posible que la caridad
redunde en daño de la fe? Nadie, ciertamente, ignora que San Juan, el Apóstol mismo de la caridad,
el cual en su Evangelio parece descubrirnos los secretos del Corazón Santísimo de Jesús, y que solía
inculcar continuamente a sus discípulos el nuevo precepto «amaos los unos a los otros», prohibió
absolutamente todo trato y comunicación con aquellos que no profesasen, íntegra y pura, la doctrina
de Jesucristo: «Si alguno viene a vosotros y no trae esta doctrina, no le recibáis en casa, y ni
siquiera le saludéis». Siendo, pues la fe íntegra y sincera, como fundamento y raíz de la caridad,
necesario es que los discípulos de Cristo estén unidos principalmente con el vínculo de la unidad
de fe (...) Entre tan grande diversidad de opiniones, no sabemos cómo se podrá abrir ca-mino para
conseguir la unidad de la Iglesia, unidad que no puede nacer más que de un solo magisterio, de
una sola ley de creer y de una sola fe de los cristianos. En cambio, sabemos, ciertamente, que de
esa diversidad de opiniones es fácil el paso al menosprecio de toda religión o «indiferentismo», o el
llamado «modernismo»”.

Las palabras que hemos destacado se oponen a lo enseñado por el Nuevo Catecismo, que para ello
utiliza mal la Carta de San Pablo a los Colosenses.
Ya hemos citado más arriba, a propósito de la colegialidad, las palabras de León XIII, en la Encíclica
Satis Cognitum:

“Según su plan divino, Jesús quiso que la unidad de la fe existiese en su Iglesia; pues la fe es
el primero de todos los vínculos que unen al hombre con Dios, y a ella es a la que debemos el nom-
bre de fieles. «Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo», es decir, del mismo modo que no
tienen más que un solo Señor y un solo bautismo, así todos los cristianos del mundo no deben tener
si-no una sola fe”.

A continuación el artículo dice:

“«En esta una y única Iglesia de Dios desde los comienzos surgieron escisiones». Pero es
preciso trabajar para que quienes se han separado de la Iglesia vuelvan a ella, ya que la unidad
«que Cristo concedió desde el principio a la Iglesia... creemos que subsiste indefectiblemente en la
Iglesia Católica y esperamos que crezca hasta la consumación de los tiempos»” (“Integrismo”, pág.
31).

Este texto está tomado del Decreto Unitatis Redintegratio, n. 4, que dice:

“...para que por este camino, poco a poco, superados los obstáculos que impiden la perfecta
comunión eclesiástica, todos los cristianos se congreguen, en la única celebración de la Eucaristía,
para aquella unidad de una y única Iglesia que Cristo concedió desde el principio a su Iglesia, y que
creemos que subsiste indefectible en la Iglesia católica y esperamos que crezca cada día hasta la
consumación de los siglos”.

Este texto tiene otros dos paralelos:

- uno en la Constitución Lumen Gentium, n.8 (retomado por el canon 204):

“Cristo, el único Mediador, instituyó y mantiene continuamente en la tierra a su Iglesia santa


(..) Esta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos como una, santa, católica y
apostólica (..) Esta Iglesia, establecida y organizada en este mundo como una sociedad, subsiste en
la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y los Obispos en comunión con él, si bien

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fuera de su estructura se encuentren muchos elementos de santidad y verdad que, como bienes
propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad católica”.

- otro en la Declaración Dignitatis Humanae, n. 1:

“Así, pues profesa en primer término el sagrado Concilio que Dios mismo manifestó al
género humano el camino por el cual los hombres, sirviéndole a El, pueden salvarse y llegar a ser
bienaventurados en Cristo. Creemos que esta única religión verdadera subsiste en la Iglesia católica
y apostólica...”.

Igualmente, leemos en el número 816 del Nuevo Catecismo:

“La única Iglesia de Cristo..., Nuestro Señor, después de su resurrección, la entregó a Pedro
para que la pastoreara. Le encargó a él y a los demás apóstoles que la extendieran y la
gobernaran... Esta Iglesia, constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, subsiste en
[«subsistí in»] la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión
con él” (los puntos suspensivos y el corchete están en el texto).

Volvamos a leer estas frases:

“Aquella unidad de una y única Iglesia que Cristo concedió desde el principio a su Iglesia, y
que creemos que subsiste indefectible en la Iglesia católica”. “Esta es la única Iglesia de Cristo (...)
Esta Iglesia (...) subsiste en la Iglesia católica”. “Creemos que esta única religión verdadera
subsiste en la Iglesia católica y apostólica”.

Lo menos que se puede decir es que estos textos juegan con términos ambiguos: unidad de los
cristianos - unidad de la Iglesia; Iglesia de Dios (o de Cristo) - Iglesia Católica.
¿Por qué esa equivocidaión? ¿Por qué no utilizar el lenguaje católico, que es claro e inequívoco?
¿Por qué no decir que la única religión verdadera es la religión Católica; o que la única Iglesia verdadera es
la Católica?
El Papa Pío XII, que en 1943 en la Encíclica Mystici Corporis ya había expuesto la cuestión, tuvo
que volver sobre ella en 1950:

“Algunos no se creen obligados por la doctrina hace pocos años expuesta en nuestra Carta
Encíclica y apoyada en las fuentes de la revelación, según la cual el Cuerpo místico de Cristo y la
Iglesia Católica Romana son una y misma cosa” (Encíclica Humani Generis).

Por su equivocación, el Nuevo Catecismo culmina su Nº 816 con esta frase del documento Unitatis
Redintegratio, n. 3:

“Solamente por medio de la Iglesia católica de Cristo, que es auxilio general de salvación,
puede alcanzarse la plenitud de los medios de salvación. Creemos que el Señor confió todos los
bienes de la Nueva Alianza a un único colegio apostólico presidido por Pedro, para constituir un
solo Cuerpo de Cristo en la tierra, al cual deben incorporarse plenamente los que de algún modo
pertenecen ya al Pueblo de Dios”.

¿En qué quedamos? Los que ya pertenecen de algún modo al Pueblo de Dios, deben incorporarse
plenamente al Cuerpo de Cristo para alcanzar la plenitud de los medios de salvación. Pero en los números
781-782 el Nuevo Catecismo nos presenta a la Iglesia como Pueblo de Dios, del cual “se llega a ser
miembro por el «nacimiento de arriba», «del agua y del Espíritu», es decir, por la fe en Cristo y el
Bautismo”, cuya identidad es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el
Espíritu Santo como en un templo‖, cuya “misión es ser la sal de la tierra y la luz del mundo (…) germen
muy seguro de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano”...

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¿Dónde haya, entonces, la salvación y los medios que a ella conducen?

Bajo el subtítulo “Fuera de la Iglesia no hay salvación”, el padre Buela dice:

“El Concilio Vaticano II reafirma toda la tradición al respecto, es decir, que toda la
salvación viene de Cristo-Cabeza por la Iglesia, que es su Cuerpo” (“Integrismo”, pág. 31).

Sin embargo, el Decreto Unitatis Redintegratio dice:

“Los hermanos separados de nosotros practican también no pocas acciones sagradas de la


religión cristiana, las cuales, de distintos modos, según la diversa condición de cada Iglesia o
Comunidad, pueden, sin duda, producir realmente la vida de la gracia, y hay que considerarlas
aptas para abrir el acceso a la comunión de la salvación. Por ello, las Iglesias y Comunidades
separadas, aunque creemos que padecen deficiencias, de ninguna manera están desprovistas de
sentido y valor en el misterio de la salvación. Porque el Espíritu de Cristo no rehúsa servirse de
ellas como medios de salvación, cuya virtud deriva de la misma plenitud de gracia y de verdad que
fue confiada a la Iglesia católica. Sin embargo, los hermanos separados de nosotros, ya
individualmente, ya sus Comunidades e Iglesias, no disfrutan de aquella unidad que Jesucristo quiso
dar a todos aquellos que regeneró y con vivificó para un solo cuerpo y una vida nueva, y que la
Sagrada Escritura y la venerable Tradición de la Iglesia confiesan. Porque únicamente por medio de
la Iglesia católica de Cristo, que es el auxilio general de salvación, puede alcanzarse la total
plenitud de los medios de salvación” (U.R., n. 3).

¿Qué significa esta confusión abominable?

Hay una gran diferencia entre decir: “La Iglesia Católica es la única arca de salvación y
fuera de Ella no hay salvación”, y afirmar que: “La Iglesia católica de Cristo es el auxilio general
de salvación y fuera de Ella no puede alcanzarse la total plenitud de los medios de salvación”.
¿Hace falta venir a los discursos del Papa Juan Pablo II y a los hechos concretos de
ecumenismo aberrante? Pensamos que no es necesario; si alguno necesita información sobre estos
puntos, nos la puede solicitar.
Resumiendo, el ecumenismo irenista y sincretista que promueve la Iglesia Conciliar, si bien
no niega explícitamente ninguna de las verdades católicas y afirma explícitamente muchas de ellas,
sin embargo atenta contra la pureza y la integridad de la fe, y, por lo mismo, contra la unidad de
comunión de la Iglesia.
El 20 de noviembre de 1949 el Santo Oficio emitió la Instrucción Ecclesia Catholica, acerca
del movimiento ecuménico. La Santa Sede establece los principios inmutables del verdadero
ecumenismo y da a los obispos las directivas para conducirlo.
Entre los deberes que deben cumplir los obispos figura la sumisión a las directivas de la Santa
Sede, especialmente a las Encíclicas Satis Cognitum, Mortalium Animos y Mystici Corporis. Entre
los errores a evitar se señalan: la ambigüedad de expresión y silenciar o usar palabras ambiguas al
exponer los puntos centrales de disidencia (justificación, constitución de la Iglesia, primado del
Romano Pontífice, única unión verdadera).
Los deberes están olvidados y los errores se divulgan libremente después del Concilio,
incluso entre los sacerdotes que aparecen como mejor formados y más serios, como son los del
Instituto del Verbo Encarnado.
Después de tanta mezcolanza, para respirar un poco el aire puro de la doctrina católica,
volvamos al Catecismo de San Pío X, que en su capítulo X trata del Noveno Artículo del Credo y,
entre otras muchas cosas importantes que deben conocerse y meditarse, dice:

“La Iglesia Católica es la sociedad o congregación de todos los bautizados que,


viviendo en la tierra, profesan la misma fe y ley de Cristo, participan de los mismos
Sacramentos y obedecen a los legítimos Pastores, principalmente al Romano Pontífice”
[151].

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“Para ser miembro de la Iglesia es necesario estar bautizado, creer y profesar la
doctrina de Jesucristo, participar de los mismos sacramentos, reconocer al Papa y a los
otros Pastores legítimos de la Iglesia” [152].
“No pertenecen, pues, a la Iglesia de Jesucristo tantas sociedades de hombres
bautizados que no reconocen al Romano Pontífice por cabeza” [155].
“Entre tantas sociedades o sectas fundadas por los hombres, que se dicen cristianas,
puédese fácilmente distinguir la verdadera Iglesia de Jesucristo por cuatro notas, porque
sólo ella es UNA, SANTA, CATÓLICA y APOSTÓLICA” [156].
“La Iglesia verdadera es Una porque sus hijos, de cualquier tiempo y lugar, están
unidos entre sí en una misma fe, un mismo culto, una misma ley y en la participación de unos
mismos sacramentos bajo una misma cabeza visible, el Romano Pontífice” [157].
“No puede haber más Iglesias, porque así como no hay más que un solo Dios, una Fe
y un solo Bautismo, así no hay ni puede haber más que una sola y verdadera Iglesia” [158].
“La Iglesia verdadera se llama, asimismo, Romana porque los cuatro caracteres de
unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad se hallan sólo en la Iglesia que reconoce por
cabeza al Obispo de Roma, sucesor de San Pedro” [163].
“Fuera de la Iglesia Católica, Apostólica, Romana, nadie puede salvarse, como nadie
pudo salvarse del diluvio fuera del Arca de Noé, que era figura de esta Iglesia” [170].
“Están fuera de la verdadera Iglesia los infieles, los judíos, los herejes, los apóstatas,
los cismáticos y los excomulgados” [226].

Al tratar este tema el padre Buela no sólo esquiva la cuestión, sino que hace algo peor: la tergiversa.
Comienza por plantear un interrogante desgarrador:

“Según las estadísticas publicadas en La Enciclopedia Cristiana Mundial publicada en Ox-


ford en 1984 (...) 605 millones de cristianos, o sea el 42%, soportaban restricciones a la libertad
religiosa. ¿Se puede ignorar esta terrible realidad mirando a otro lado?” (“Integrismo”, pág. 32).

Destaquemos de paso los estragos que puede hacer el falso ecumenismo en un sacerdote católico. El
Derecho Canónico, impregnado de ese espíritu, dice que ―Son fieles cristianos quienes, incorporados a
Cristo por el bautismo, se integran en el pueblo de Dios‖ (cn. 204).
Al padre Buela le preocupan hoy 605 millones de miembros del Pueblo de Dios. ¿Cuántos de ellos
son católicos, y cuántos cismáticos y/o herejes? Eso no le interesa tanto.
En unos años, cuando el ecumenismo haya hecho más daño, la preocupación serán aquellos millones
de hombres que, en contra de la dignidad de su persona humana, soporten restricciones a la libertad
religiosa. ¡La terrible realidad del abominable ecumenismo, y no otra, es lo que hay que mirar bien de
frente!
Como al 42% de los miembros del Pueblo de Dios (sean católicos, o cismáticos o herejes) no se le
permite practicar con plena libertad su religión (sea verdadera o falsa), la solución es que “se reconozca y
respete a todos los ciudadanos y comunidades religiosas el derecho a la libertad en materia religiosa”
(D.H., n. 6).

El articulista ahora plantea bien la cuestión:

“Aquí los que condenan las enseñanzas del Concilio Vaticano II sobre la libertad religiosa suelen
afirmar dos cosas:
a. se contradice con el Magisterio anterior, v. gr. con la Encíclica Quanta cura de Pío IX;
b. da pie para que se promueva el laicismo en todos los órdenes, en contra de la Encíclica Quas
primas de Pío XI”.

Esto fue precisamente lo que denunciaron monseñor Lefebvre y monseñor de Castro Mayer:

“La declaración Dignitatis Humanae del Concilio Vaticano II afirma la existencia de un falso
derecho natural del hombre en materia religiosa, en oposición con las enseñanzas pontificias que

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niegan formalmente semejante blasfemia (...) Las consecuencias del reconocimiento por el Concilio
de ese falso derecho destruyen los fundamentos del Reinado Social de Nuestro Señor y quebrantan la
autoridad y el poder de la Iglesia en su misión de hacer reinar a Nuestro Señor en los espíritus y en
los corazones (...) la neutralidad de los estados en materia religiosa es injuriosa para Nuestro Señor y
su Iglesia, cuando se trata de Estados de mayoría católica” (Manifiesto Episcopal).

El Magisterio anterior

Lamentablemente, una vez bien establecido el debate, el padre Buela ―hace un clinch”, y deforma la
cuestión. Dice:

“a. A lo primero hay que decir que no se advierte las diferentes acepciones del término
«libertad religiosa». Cuando Pío IX y otros Papas del siglo pasado condenan la libertad religiosa
condenan la teoría liberal que considera que los hombres no tienen obligación de buscar la ver-dad
religiosa, mientras que cuando el Vaticano II y el Magisterio posterior promueven la libertad
religiosa trabajan para que los hombres no sean coaccionados por los poderes públicos en su con-
ciencia para practicar la religión. En el primer caso tenemos libertad de eximirse de los deberes re-
ligiosos (libertas a religione), en el segundo, libertad para cumplir los deberes religiosos (libertas
ad religionem). Se trata de dos realidades distintas y, por lo tanto, el término suple de diferente
modo en cada caso. Es lo que los lógicos llaman «valor de suplencia» (suppositio). Entre otros, han
tratado científicamente este tema los Padres Julio Meinvielle y Victorino Rodrígues, O.P., a ninguno
de los cuales se los puede tildar de progresistas” (“Integrismo”; págs. 32-33).

Doctrina del Padre Meinvielle

Ya que el padre Buela ostenta la autoridad del padre Julio Meinvielle en su trabajo La declaración
conciliar sobre la libertad religiosa y la doctrina tradicional (apéndice de su libro De Lamennais a
Maritain, Ed. Theoria, Bs. As., 1967), consideremos cómo plantea la cuestión el padre Julio y cómo
desmiente al padre Buela.
En efecto, el padre Buela contrapone “libertad de eximirse de los deberes religiosos” contra "li-
bertad para cumplir los deberes religiosos”. En cambio, el padre Julio dice:

“Es fácil exhibir casi un centenar de documentos eclesiásticos que, unánimemente, desde la
condenación de la Enciclopedia en el Decreto Ut Primum de Clemente XIII, 3/9/1759, hasta la
memorable alocución Ci riesce de 6/12/1953, de Pío XII,
establecen la doctrina tradicional que niega el derecho a la
profesión pública de los cultos falsos y que acuerda al Estado la
obligación y el derecho de reprimirlos. Este es precisa-mente el
punto donde se hace más sensible la discrepancia entre esa
doctrina tradicional y la ahora enunciada por la Declaración
conciliar, que habla explícitamente de un derecho y de un
derecho fundado en la dignidad de la persona humana a la
profesión de cultos falsos. Siendo la persona humana un valor
permanente e inmutable que subsiste a través de los siglos
cristianos, ¿no habrá habido violación del mismo en los siglos
pasados por parte de la Iglesia si aceptamos los términos de la
Declaración conciliar? Porque si es cierto que la Iglesia jamás
aceptó que nadie fuera forzado a abrazar contra su voluntad la
religión católica, como enseña León XIII en la Immortale Dei,
también es cierto que negó el derecho a la profesión pública de
cultos falsos y errores religiosos y sostuvo la obligación y el
derecho de la autoridad pública a reprimirlos siempre que no
El Padre Julio Meinvielle (1905-1973) mediaran razones superiores que prescribieran la tolerancia.
Estamos, pues, aparentemente al menos, ante dos

41
enseñanzas que discrepan” (págs. 355-356).

Hemos resaltado aquellas partes en que el padre Julio, si bien responderá que “no hay cambio de
doctrina, sino de formulación”, presenta un planteo totalmente distinto al que el padre Buela expone, a pesar
de decir basarse en este trabajo.

Más adelante al padre Julio dice:

“Fácil es advertir que en la doctrina tradicional no se habla de derecho sino únicamente


para la verdad y el bien. Respecto de la falsedad y del mal se habla de tolerancia, la cual pertenece
a la esfera civil, en la que el Estado o Poder público ha de permitir, según lo aconseje la prudencia
política en las diversas circunstancias, una circulación mayor o menor de la falsedad y del mal, en
vista del mayor bien común.
La Declaración conciliar sobre Libertad Religiosa habla, en cambio, de derecho de la
persona humana y de las comunidades a la libertad social y civil en materia religiosa y niega el
derecho de intervención del Estado a forzar la profesión de un culto, aunque sea el verdadero, o de
reprimir la de otros, aunque sean falsos (...)
En consecuencia, la Declaración conciliar sostiene el derecho civil de la persona humana a
la profesión, incluso de mala fe, de cultos falsos, y niega el derecho civil del Estado de reprimirlos o
el de forzar la profesión pública del culto verdadero.
Por aquí aparece claro en qué concuerdan y en qué se diferencian una y otra formulación.
Colocada una y otra en una situación histórica en que el bien público hace imposible la represión
de los cultos falsos, la una, la tradicional, habla tan sólo de tolerancia; la otra, la de la Declaración
conciliar, habla de derechos de la persona humana” (págs. 361-362, los subrayados son del autor).

Estas palabras del padre Julio no sólo contradicen el falso planteo hecho por el padre Buela, sino
también y sobre todo la conclusión que da a este primer punto:

“Esto está en perfecta consonancia con los principios formulados por Pío Xll en el discurso
Ci riesce del 6/12/1953: «Primero: lo que no responde a la verdad y a la norma moral no tiene
objetivamente derecho alguno, ni a la existencia, ni a la propaganda ni a la acción. Segundo: el no
impedirlo por medio de leyes estatales y de disposiciones coercitivas puede, sin embargo, hallarse
justificado por el interés de un bien superior y más universal». Por eso, apunta muy bien el R. P.
Rodríguez, se trata del bien de la debida tolerancia, que no puede confundirse con el mal indebido
tolerado” (“integrismo”, pág. 34, los subrayados son del autor).

Para comprobar la contradicción, basta leer sin pasión los textos: el padre Buela, apoyado en el Papa
Pío XII dice que ―lo que no responde a la verdad y a la norma moral no tiene objetivamente derecho alguno,
ni a la existencia, ni a la propaganda ni a la acción‖; y el padre Julio dice que “la Declaración conciliar
sostiene el derecho civil de la persona humana a la profesión, incluso de mala fe, de cultos falsos, y niega el
derecho civil del Estado de reprimirlos”. El padre Buela dice que se “trata del bien de la debida tolerancia,
que no puede confundirse con el mal indebido tolerado”; y el padre Julio dice que “la tradicional, habla
tan sólo de tolerancia; la otra, la de la Declaración conciliar, habla de derechos de la persona humana”.

Para terminar con esta comparación, citemos una vez más al padre Julio:

“Al haber aumentado la significación del derecho a la libertad religiosa, aún para los
errores y cultos falsos, se ha amenguado la función del Estado en su protección de la verdad
religiosa. Uno y otro derecho andan, en cierto modo, en proporción inversa. El hecho histórico
registra la marcha en proporción inversa de una libertad de los cultos falsos que aumenta y un
poder de protección del Estado sobre la verdad religiosa que disminuye. La Declaración conciliar
señala ambos hechos y establece una norma práctica para la presente situación histórica, que limita
los debe-res y derechos del Estado en esta materia.

42
La prescripción de la Iglesia, respecto a los nuevos deberes y derechos del Estado en materia
religiosa para la situación presente, exigiría una larga explicación sobre la atribución que compete
a la Iglesia por disposición de Cristo para legislar en esta materia, de suerte que sus sanciones obli-
gan al poder civil. Pero baste consignar el hecho. Todo Estado que de alguna manera rinde
homenaje al carácter sobrenatural de la Iglesia está obligado, de aquí en adelante, a conformar su
legislación con el nuevo dictado de la Declaración conciliar. El pretendido derecho de patronato de
nuestra Constitución se halla directamente afectado.
Para justificar el rebajamiento que se le consigna al Estado en la nueva situación histórica,
enuncia la Declaración conciliar conceptos que en rigor son incompatibles con los que enunciaban
los documentos eclesiásticos de las épocas en que se reclamaba el servicio del Poder Público a los
fines de la Iglesia. Se dice que los actos religiosos por los cuales los hombres se di-rigen a Dios en
privado y en público trascienden el orden terrestre y temporal, que constituye propiamente la esfera
del poder temporal. Pareciera que se sometieran a censura los conceptos y el lenguaje de los
Documentos eclesiásticos en que se exigía la obligación de profesión religiosa del Poder público y
que se diera razón a la argumentación de los liberales y laicistas que negaban esta obligación de
profesión religiosa, invocando precisamente el carácter terrestre y temporal del Estado.
Pero no sería lícita tal interpretación porque tornaría falsa la afirmación de la Declaración
conciliar cuando en su párrafo primero dice que la libertad religiosa, en su nueva formulación, deja
«intacta la entera doctrina católica tradicional sobre el deber moral de los hombres y de las so-
ciedades para con la religión verdadera y la única Iglesia de Cristo».
La única interpretación correcta que cabe debe darse dentro de los términos de nuestro
comentario. La Declaración conciliar reconoce la verdad y la validez de la enseñanza tradicional
que, al levantar al Estado a las funciones espirituales y religiosas al servicio de lo sobrenatural, le
dignificaba. El Estado y el Poder civil no se salía de su misión ni de su esfera sino que se empleaba
en el cometido más alto que le puede competir sirviendo, en la medida en que era capaz, a los fines
más altos de todos los valores. Pero, al haberse hecho imposible esta condición del Estado al
servicio de lo religioso, al haberse hecho inca-paz el Poder civil para la dignidad de servir a lo
sobrenatural, se le condena en cierto modo y se le reduce a una función inferior que no rebase el
plano de lo terrestre y temporal” (págs. 375-376).

Podremos estar o no de acuerdo con las fundamentaciones del padre Julio para sostener que no hay
cambio de doctrina, sino tan sólo de formulación de la misma; pero en lo que no hay, ni puede haber duda,
es en que plantea las cosas con claridad y franqueza.
En cambio, con el padre Buela ni siquiera se trata de estar o no de acuerdo con la argumentación,
porque el mismo planteo del problema elude la cuestión.
Con el padre Julio tenemos que jugar el partido o disputar la contienda..., con el padre Buela ni
siquiera hay posibilidad de esto porque ―tira la pelota afuera, o hace un clinch”...
Con todo respeto pensamos que el Padre Julio se equivoca. Es sabido que el padre David Nuñez,
autor de dos libros sobre la Libertad Religiosa, refutó públicamente al padre Meinvielle en un debate que
sostuvieron sobre este tema en el salón del Colegio Champagnat.
Pero la persona del padre Julio, lo que él re-presenta, todo lo que le debemos, la seriedad y sinceridad
con que siempre ha abordado las dificultades, exigen que su artículo sea examinado en otro trabajo, que
prometemos publicar en breve.
Solamente queremos aquí presentar el planteo central de su artículo y, a 27 años de su redacción,
sacar la conclusión que, de vivir, casi seguro el mismo padre Julio hubiese extraído, y que creemos que de
hecho sacó, al menos implícitamente, en dos de sus obras posteriores. Dice así:

“¿Es conveniente o puede dejar de ser-lo este cambio en la formulación de la doctrina?


Entendemos que esta pregunta puede merecer varias respuestas, según sea el punto de vista desde
donde se miren las cosas. Primeramente, hay un punto de vista de Dios, que desde toda la eternidad
ha fijado el plan de la historia. Y en este sentido, aunque lo que acaezca no tiene que ser
absolutamente lo mejor, pues Dios es libre en sus determinaciones y no está obligado a elegir lo
mejor, sin embargo, ha de considerarse lo mejor, en cuanto ha de ser, en definitiva, el cumplimiento
de su voluntad, al menos permisiva y consecuente.

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Bajo este aspecto, hemos de decir que, estando la Iglesia de Jesucristo bajo la dirección
especial del Espíritu Santo, un cambio en la formulación de una doctrina tan vital que hace a la
esencia misma del acto religioso, y un cambio en una tradición dos veces milenaria, pareciera
significar singulares designios de Dios para los tiempos que vivimos y para los que se aproximan.
Estos designios singulares pudieran estar vinculados con acontecimientos apocalípticos, que lo
mismo pueden culminar en lo que San Pablo llama Plenitudo Gentium (Ron]. 11, 25) la entrada en
plenitud de los pueblos en el seno de la Iglesia, entrada libre y amorosa; o también en el
acercamiento a lo que el mismo Apóstol llama la apostasía universal (2 Tes. 2, 3)” (págs. 364-365,
los subrayados son del autor).

Ahora bien,

“La Declaración conciliar implica como una sanción contra el laicismo y el agnosticismo del
Estado moderno. Este Estado, al haber abandonado sus funciones altas que ejercía en épocas
pasadas de mantener en la vida pública normas de religiosidad y de moralidad, ha ido cayendo cada
vez más en un puro ene material y mecánico, ocupado en asegurar necesidades puramente
materiales del hombre. El Estado moderno ha ido perdiendo su autoridad para convertirse en una
fuerza ciega de puro poder. El Estado moderno ha dejado de ser humano y se ha embrutecido. Se ha
hecho una máquina, en la cual se va convirtiendo la misma sociedad. El rebajamiento del Estado
moderno por la Declaración conciliar no es sino la sanción jurídica que la Iglesia, en su carácter de
Sacramento de Salud Sobrenatural con poder sobre el Universo, pronuncia sobre un hecho ya
consumado. La Iglesia pareciera considerar al Estado moderno como irremediablemente perdido
para el cumplimiento de la misión que le compete de ser con su autoridad representante de Dios.
Prefiere entonces que se reduzca en su autoridad para que no pueda emplearla en la perdición y
ruina del hombre” (pág. 376, los subrayados son del autor).

Todo lo cual significa que está a punto de caer el «Katéjoos», el que obstaculiza la venida del
Anticristo con la gran apostasía previa.
Luego, estos designios singulares pudieran estar vinculados con acontecimientos apocalípticos, que
pueden culminar en el acercamiento a lo que San Pablo llama la apostasía universal.

Resumamos las dos proposiciones que extraemos del mismo artículo del padre Julio:

La Mayor:

Un cambio en la formulación de una doctrina tan vital que hace a la esencia misma del acto re-
ligioso, y un cambio en una tradición dos veces milenaria, pareciera significar singulares designios de Dios
vinculados con acontecimientos apocalípticos, que lo mismo pueden culminar en la Plenitudo Gentium, o
en el acercamiento a la apostasía universal.

La Menor:

Ahora bien, la Iglesia pareciera considerar al Estado moderno como irremediablemente perdido para
el cumplimiento de la misión que le compete de ser con su autoridad representante de Dios, lo cual significa
que está a punto de caer el «Katéjoos», el que obstaculiza la venida del Anticristo con la gran apostasía
previa.

Debemos probar nuestra interpretación de la Menor:

a) Según el padre Castellani:

“La exégesis patrística rectificó su punto de mira sin abandonarlo: el Imperio Romano es el
Obstáculo; pero no propiamente su Emperador personal, sino su estructura formal, el Orden
Romano, que se conserva y aún se completa en la inmensa creación político cultural llamada la

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Cristiandad europea. El orden más o menos imperfecto pero vigente de esta que llaman hoy la
Civilización Occidental atajó hasta hoy la inundación de la Iniquidad. Hoy vemos dos fuerzas
universales poderosísimas, Capitalismo y Comunismo, en la tarea de destruirla; aunque el
Capitalismo diga que su intención es defenderla; pues tiene la insensata pretensión de conservar sus
frutos destruyendo su raíz. Hoy día es un fin político lícito y muy vigente por cierto, la organización
y unificación de las comarcas del mundo en un solo Reino, que por ende se parecerá al Imperio Ro-
mano. Esta empresa pertenece a Cristo; y es en el fondo la secular aspiración de la Humanidad;
pero será anticipada mala-mente y abortada por el Contracristo, ayudado del poder de Satán.
Podemos ver el poder que tienen actualmente (1963), en EE.UU. e Inglaterra sobre todo, los One-
Worlders o partidarios de la unificación del mundo bajo un solo Imperio. Propician la amalgama
del Capitalismo y el Comunismo, que será justamente la hazaña del Anticristo” (El Apocalipsis de
San Juan, Biblioteca DICTIO, 1977, págs. 152-155).

b) El padre Castellani dice:

“El Misterio de Iniquidad es el odio a Dios y la adoración del hombre. Las Dos Bestias son el poder
político y el instinto religioso del hombre vueltos contra Dios y dominados por el Pseudo Cristo y el Pseo-
doprofeta. El Obstáculo es la vigencia del Orden Romano. La Gran Ramera es la religión descompuesta y
entregada a los poderes temporales.
La adoración del hombre con el odio a Dios ha existido siempre. «Ya funciona el Misterio de
Iniquidad; solamente está sujetado, y vosotros sabéis cuál es el Obstáculo».
La Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, obstaculiza esa manifestación y la reduce, apoyada en el
orden humano que el Imperio Romano organizó en cuerpo jurídico y político; pero llegará un día, que será
el fin de esta edad, en que desaparecerá el Obstáculo. El Espíritu Santo abandonará quizá este cuerpo
social histórico, llamado Cristiandad, arrebatando consigo a la soledad más total a los suyos, dándoles dos
alas de águila para volar al desierto. Y entonces la estructura temporal de la Iglesia existente será presa del
Anticristo, fornicará con los reyes de la tierra -al menos una parte ostensible de ella, como pasó ya en su
historia-, y la abominación de la desolación entrará en el lugar santo.
¿Será el reinado de un Antipapa, o Papa falso? ¿Será la destrucción material de Roma? ¿Será la
entronización en ella de un culto sacrílego? No lo sabemos. Sabemos que el Apocalipsis, al describir la
Gran Prostituta, señala con toda precisión la ciudad de las siete colinas” (Cristo ¿vuelve o no vuelve?,
Biblioteca DICTIO, 1976, págs, 28-29).

c) El padre Meinvielle completó su libro Los tres pueblos bíblicos en su lucha por la dominación del
mundo con un capítulo escrito en 1973, año de su lamentable fallecimiento. Allí vuelve sobre lo dicho en
1937 respecto de la lucha entre los tres actuales pueblos bíblicos, y dice:

“Mejores esperanzas prometía la Cruzada anticomunista de la España del 36, donde


requetés y falangistas, oponiéndose con la bravura de leones al avance judeocomunista, detuvieron
por entonces este peligro en la Europa occidental. Pero allí, el pueblo judío aprendió tan sólo una
lección: la raza hispánica es imbatible de frente, pero sólo de frente. Puede ser traicionada si se
acierta en proporcionarle un tratamiento debidamente dosificado de «cristianismo y mundo
moderno», con el que, bajo la apariencia de apostolado, se le inoculen los virus de la anti-religión y
de la anti-patria. Tal iba a ser la misión en la España franquista del «Opus Dei». La heroica España
del 36 ha sido totalmente emputecida y envilecida y, hoy en la dé-cada del 70, ha quedado
totalmente gana-da para el mundo judío. Al menos por ahora y, al parecer, en cierto modo de ma-
nera definitiva, los pueblos cristianos, como poder de fuerza política, han sido erradicados de la
tierra. Todo ello coincide con el eclipse de la Cristiandad. Decía antes, al hablar del Anticristo, que
la manifestación de este personaje misterioso está detenida mientras haya en la tierra un poder que
se le oponga; y que este poder es el Imperio Romano, que de temporal se había trocado en
espiritual. Ahora bien, si la Cristiandad ha desaparecido de la tierra, y todo parece así indicarlo,
quiere ello decir que entramos en el reinado del Anticristo y en su preparación próxima, en la cual
no tendrán actuación relevante sino los pueblos paganos y el pueblo judío” (Los tres pueblos
bíblicos en su lucha por la dominación del mundo, Ediciones DICTIO, 1974, págs. 291-292)

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Por lo tanto, queda demostrado que “la prescripción de la Iglesia respecto a los nuevos deberes y
derechos del Estado en materia religiosa” está vinculada “con acontecimientos apocalípticos, que pueden
culminar en el acercamiento a lo que San Pablo llama la apostasía universal”.
Esto mismo es lo que muy probablemente, según conjeturas serías y ciertas, ha querido advertir-nos
la Santísima Virgen María y que pidió fuese dado a conocer a más tardar en 1960.

Doctrina del Padre Rodríguez

El segundo autor sobre el cual fundamenta su posición el padre Buela es el R.P. Victorino Rodríguez,
O.P., del cual cita un trabajo (en la Revista Mikael, 24 (1980) p. 111-124). El padre Rodríguez publicó
también otro trabajo en La Ciencia Tomista, 93 (1966).

El padre Buela dice así:

[Nos referiremos a la interpretación del segundo], “publicada en la revista Mikael Allí


expone claramente que el derecho a la libertad religiosa no se funda en las disposiciones subjetivas
de la persona, como la conciencia invenciblemente errónea, ya que es un derecho natural, y por lo
tanto común, universal, inalterable e in-violable, no puede fundarse en una apreciación puramente
subjetiva, personal y mudable. Por eso el texto de la Declaración Dignitatis Humanae dice: «El
derecho a la libertad religiosa no se funda en la disposición subjetiva de la persona, sino en su
misma naturaleza». Es decir, lo que se admite es un derecho natural a la libertad religiosa, pero
entendiendo esta libertad en el ámbito social y civil, y entendiendo el derecho en sentido negativo:
derecho de inmunidad, a que nadie sea coaccionado ni impedido civilmente en su vida religiosa
personal o social. El fundamento de este derecho es la dignidad de la persona de cara al poder civil:
«su ejercicio no puede ser impedido con tal que se guarde el justo orden público». Pero al lado de
este especial derecho negativo de ámbito exterior la Declaración Dignitatis Humanae proclama
insistentemente el deber y el consiguiente derecho del individuo y de la sociedad de buscar y abrazar
la religión verdadera, que es la Católica, y de formarse una conciencia religiosa perfecta al
respecto, recta y verdadera: «Todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser personas... tienen
la obligación moral de buscar la verdad sobre todo lo que se refiere a la religión. Están obligados,
asimismo, a adherirse a la verdad conocida y a ordenar toda su vida según las exigencias de la
verdad»; «Cada cual tiene la obligación, y por consiguiente también el derecho, de buscar la verdad
en materia religiosa a fin de que, utilizando los medios adecuados, llegue a formarse rectos y
verdaderos juicios de conciencia»; «Todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre
todo en lo que se refiere a Dios y a su Iglesia, y, una vez conocida, abrazarla y practicar-la». Y
como este derecho «se refiere a la inmunidad de coerción en la sociedad civil, deja íntegra la
doctrina tradicional católica acerca del deber moral de los hombres y de las sociedades para con la
verdadera religión y única Iglesia». Esto está en perfecta consonancia con los principios
formulados por Pío XI/ en el discurso Cí riesce del 6/12/1953: «Primero: lo que no responde a la
verdad y a la norma moral no tiene objetivamente derecho alguno, ni a la existencia, ni a la
propaganda ni a la acción. Segundo: el no impedirlo por medio de leyes estatales y de disposiciones
coercitivas puede, sin embargo, hallarse justificado por el interés de un bien superior y más
universal». Por eso, apunta muy bien el R. P. Rodríguez, se trata del bien de la debida tolerancia,
que no puede confundirse con el mal indebido tolerado” (“Intetegrismo”, pág. 33-34, los
subrayados y puntos suspensivos son del autor).

Como el padre Buela utilizó el entrecomillado solamente para los textos de la Declaración conciliar,
no sabemos a ciencia cierta qué partes +corresponden al padre Rodríguez y qué fragmentos son de cosecha
propia.

Esto explica la aparente oposición que existe entre el párrafo que expresa:

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“Es decir, lo que se admite es un derecho natural a la libertad religiosa, pero entendiendo
esta libertad en el ámbito social y civil, y entendiendo el derecho en sentido negativo: derecho de
inmunidad, a que nadie sea coaccionado ni impedido civilmente en su vida religiosa personal o
social. El fundamento de este derecho es la dignidad de la persona de cara al poder civil: «su
ejercicio no puede ser impedido con tal que se guarde el justo orden público»”.

y el primer principio del Papa Pío XII:

“«Primero: lo que no responde a la verdad y a la norma moral no tiene objetivamente


derecho alguno, ni a la existencia, ni a la propaganda ni a la acción”.

¿Cómo puede ser que exista un derecho por el cual nadie (incluso el que practica una falsa
religión) puede ser impedido civilmente en su vida religiosa social y que, al mismo tiempo se diga que “lo
que no responde a la verdad y a la norma moral no tiene objetivamente derecho alguno, ni a la existencia,
ni a la propaganda ni a la acción”?
¿Cómo explicar esta desarmonía cuando el padre Buela dice que los textos están “en perfecta
consonancia”? ¿A quién le falla el diapasón?
Alguien dirá: son ustedes, que han agregado un paréntesis, que crea la aparente oposición.
Lo que sucede es que el padre Victorino Rodríguez no justifica científicamente lo que afirma el padre
Buela. En el artículo Función mediadora de la Conciencia, publicado en la Revista Mikael N° 24, leemos:

“No cabía fundar un derecho natural en un error, en una torcedura, aunque fue-se de buena
fe. Estaba, además, en contra de todo el Magisterio anterior. Se terminó admitiendo un especial
derecho natural a la libertad religiosa, sea cual fuera su con-tenido (religión verdadera o religión
falsa, con diligencia por buscar la verdad religiosa o sin ella), pero entendiendo el derecho en
sentido negativo: derecho de inmunidad, a que nadie sea coaccionado ni impedido civilmente en su
vida religiosa personal o social. Al querer señalar el fundamento de ese especial derecho, a lo largo
de la discusión se fue renunciando al valor de la conciencia (verdadera o invencible-mente errónea),
apelando a la dignidad de la persona y a su inmunidad religiosa de cara al poder civil: «El derecho
a la libertad religiosa no se funda en la disposición subjetiva de la persona, sino en su misma
naturaleza, por lo cual el derecho a esta inmunidad permanece en aquellos que no cumplen la
obligación de buscar la verdad y de adherirse a ella, y su ejercicio no puede ser impedido con tal de
que se guarde el justo orden público».
Al lado de este especial derecho negativo de ámbito exterior, la Declaración Dignitatis
humana proclama insistentemente el deber y consiguiente derecho del individuo y de la sociedad de
buscar y abrazar la religión verdadera, que es la Católica, y de formarse una conciencia religiosa
perfecta al respecto, recta y verdadera.
En la Dignitatis humanae, al hablar de la conciencia se conjugan los dos adjetivos recta y
verdadera, pero no como fundamento del derecho de inmunidad religiosa, sino como término del
deber moral y del derecho a tener un criterio verdadero de conducta, conforme a la verdad”.

El padre Buela no citó lo que a continuación resaltamos en negrita:

“Se terminó admitiendo un especial derecho natural a la libertad religiosa, sea cual fuera su
contenido (religión verdadera o religión falsa, con diligencía por buscar la verdad religiosa o sin
ella), pero entendiendo el derecho en sentido negativo: derecho de inmunidad”.

Tampoco citó en el texto del Concilio dado por el padre Rodríguez, lo que subrayamos:

“inmunidad religiosa de cara al poder civil: «El derecho a la libertad religiosa no se funda
en la disposición subjetiva de la persona, sino en su misma naturaleza, por lo cual el derecho a esta
inmunidad permanece en aquellos que no cumplen la obligación de buscar la verdad y de

47
adherirse a ella, y su ejercicio no puede ser impedido con tal de que se guarde el justo orden
público”.

Curiosas estas supresiones, ¿no? Pero hay más:

¿Qué tienen que ver los dos principios dados por Pío XII con lo que va dicho? Absolutamente nada...
Lo que pasa es que el padre Buela suprime un párrafo íntegro, que al terminar envía a una nota (46) en la
cual el padre Rodríguez expone los dos principios del último papa Pío. ¿Y qué dice ese pasaje vetado?

“En definitiva, el Concilio no dio paso a la fundamentación del derecho de inmunidad civil
en materia religiosa en la conciencia invenciblemente errónea. Se buscó fundamentarlo en la
dignidad de la persona, sin que se llegase a una explicación sistemática coherente de cómo la
dignidad de la persona, en razón de su responsabilidad razonable, puede fundamentar un derecho
natural de inmunidad de coerción respecto del error religioso, al que no se puede considerar como
natural ni como correcto, ni, por lo tanto, dignificante, por más que excuse de culpa cuando es
invencible subjetivamente. Ni el error manifestado es socialmente dignificante (es más bien
degradante), ni la dignidad de la persona de los conciudadanos inducibles al error, ni la dignidad
de la persona errante puede fundar un derecho natural de inmunidad coercitiva” (págs. 123-124).

Y en la nota el padre Rodríguez agrega:

“Sobre este problema y otros muchos en los que se vio envuelta la redacción de la Dignitatis
humanae me he ocupado ampliamente en el Estudio Histórico Doctrinal en la Ciencia Tomista, 93 (1966).
Sigo pensando que a este respecto los principios básicos más consistentes son los formulados por Pío XII en
el discurso Ci riesce del 6 de diciembre de 1953: «Primero: (...) Se trata del bien de la debida tolerancia,
que no puede confundirse con el mal indebido tolerado”.

Hasta aquí el padre Victorino Rodríguez...

Por el interés de un bien superior y en virtud del bien de la debida tolerancia, podemos soportar que
el padre Buela escamotee la verdad. Pero el mal de la falacia no sólo no tiene objetivamente derecho alguno
(ni a la existencia, ni a la propaganda ni a la acción), sino que ni siquiera se lo puede considerar como
correcto, ni, por lo tanto, dignificante; es más bien degradante...
Por lo tanto, el padre Suela partió del 42% de cristianos que soportaban restricciones a la libertad
religiosa y, pasando por la libertad para cumplir los deberes religiosos, llegó al derecho natural de no ser
impedido civilmente en su vida religiosa social, incluso si no se cumple con la obligación de buscar la
verdad y adherirse a ella y si se practica una falsa religión.
La última frase que hemos subrayado es enseñada por la Declaración conciliar. Los padres
Meinvielle y Rodríguez lo reconocen; pero el padre Buela lo oculta.
Pero hay otra cosa que el padre Buela escondió (cabe aclarar que se oculta lo que no queremos que se vea, y
se esconde lo que no queremos que se encuentre). Cuando planteó la cuestión, como hemos visto, dijo:

“Cuando Pío IX y otros Papas del siglo pasado condenan la libertad religiosa condenan la
teoría liberal que considera que los hombres no tienen obligación de buscar la verdad religiosa (...)
tenemos libertad de eximirse de los deberes religiosos (libertas a religione)”.

Pero el texto del padre Julio desbarata por completo el andamiaje intelectual que con ingenio y
perspicacia erigió el padre Buela:

“Es fácil exhibir casi un centenar de documentos eclesiásticos que, unánime-mente, desde la
condenación de la Enciclopedia en el Decreto Ut Primum de Clemente XIII, 3/9/1759, hasta la
memorable alocución Ci riesce de 6/12/1953, de Pío XII, establecen la doctrina tradicional que
niega el derecho a la profesión pública de los cultos falsos y que acuerda al Estado la obligación y
el derecho de reprimirlos. Este es precisamente el punto donde se hace más sensible la discrepancia

48
entre esa doctrina tradicional y la ahora enunciada por la Declaración conciliar, que habla
explícitamente de un derecho y de un derecho fundado en la dignidad de la persona humana a la
profesión de cultos falsos”.

Consideremos, pues, si existe una legítima libertad religiosa como derecho natural al error fundada
en la dignidad de la persona humana. Estos son los tres puntos principales que están en juego.

1. La libertad

La libertad humana puede ser considerada en tres sentidos:

a) la libertad psicológica o libre albedrío: es la capacidad de obrar según sus propias determinaciones,
sin ser determinado a un bien particular. Esta libertad pertenece a todo hombre que goza del uso de razón.
b) la libertad moral: es la facultad de moverse en el bien. Esta libertad tiene por dominio único la verdad
y el bien. Fuera de ellos se corrompe y se convierte en licencia. No hay libertad moral para el error o para el
mal moral.
c) la libertad de acción o la libertad de coacción: es la capacidad de obrar sin ser coaccionado contra su
conciencia, o sin ser impedido de obrar según su conciencia. Esta libertad es legítima dentro de los justos
límites del bien común de la sociedad. Ella no es un absoluto. La libertad de toda coacción, concebida como
el bien principal del hombre, es el máximo absurdo del liberalismo.

II. Derechos de la persona

A la libertad moral corresponden, en el orden social, derechos: la facultad moral de exigir. El hombre tiene
derechos por lo mismo que tiene deberes correspondientes.
Solamente la verdad y el bien tienen derechos; el error y el mal moral jamás tienen derechos: “lo que
no responde a la verdad y a la norma moral no tiene objetivamente derecho alguno, ni a la existencia, ni a
la propaganda ni a la acción” (S.S. Pío XII, ya citado).
Para refutar la sutil objeción que dice que “ni la verdad ni el error tienen derechos, sino que los
derechos son de la persona”, conviene distinguir entre “derecho subjetivo” y “derecho objetivo”.
El “derecho subjetivo” es la facultad de exigir, hecha abstracción de su ejercicio: por ejemplo, el
derecho de dar culto a Dios, hecha abstracción del culto concreto.
El “derecho objetivo”, al contrario, es el objeto concreto del derecho: este culto.
Por lo tanto, el "derecho objetivo" es alienable, mientras que el "derecho subjetivo" es inalienable.
El “derecho subjetivo” esta fundado sobre el deber a cumplir, sobre la relación trascendental de la
facultad con su objeto. Ese deber y esa relación permanecen, pase lo que pase.
Al contrario, el “derecho objetivo” está fundado sobre el orden objetivo de la realidad y de los fines;
por lo tanto se pierde cuando la persona, en su accionar, se separa de este orden.
En el error o en el mal moral el hombre conserva su “derecho subjetivo”, pero pierde su “derecho
objetivo”, lo cual corresponde a lo dicho por el Papa Pío XII.
La práctica y la enseñanza de las falsas religiones no tienen un derecho natural objetivo; sólo son
objeto de tolerancia negativa o de no represión práctica en determinadas circunstancias.
En cambio, los adeptos a una religión que, sin supersticiones e ignorando invenciblemente la ver-
dadera religión, rinden culto natural a Dios, tal como se lo puede conocer por la razón natural, gozarían de
un derecho natural objetivo a practicar su religión. Pero la existencia de una tal religión es puramente
hipotética.
Si la cuestión es reaccionar contra los gobiernos perseguidores de todas las religiones
indistintamente, la Iglesia puede, a justo título, recordar el derecho fundamental del hombre de rendir culto a
Dios ―in abstracto”, porque esos regímenes atacan la raíz misma de ese derecho, es decir, el derecho
subjetivo. Pero no es esto, a pesar de que el padre Buela lo quiere, lo que la Declaración conciliar ha hecho;
el padre Meínvielle lo ha probado suficientemente.
Queda claro, pues, que la persona no tiene ningún “derecho natural objetivo positivo” para hacer lo
que es falso o moralmente malo. Pero, ¿no puede gozar de un "derecho objetivo negativo" para hacer lo que

49
es contrario a la verdad o al bien moral?, ¿no puede gozar de un derecho a no ser impedida de obrar, incluso
cuando su acción se aparta de la verdad o del bien?, en definitiva ¿no puede tener derecho a ser tolerada?
La respuesta tiene dos palabras: tal derecho es absurdo y condenado por la Iglesia.
El sentido común rechaza el absurdo de un derecho negativo para el error y el mal. ¿Puede un padre
de familia decir a su hijo “tú no tienes derecho de hacer tal o cual cosa mala, pero tienes el derecho a que
yo no te lo impida”, sin destruir su autoridad? ¿Puede decir la Iglesia a sus hijos “ustedes no tienen el
derecho a renegar de la fe y hacerse protestantes o musulmanes, pero tienen el derecho a que la Iglesia no
lo impida”, sin destruir su potestad de régimen?
El Magisterio de la Iglesia ha condenado el “derecho negativo de propagar el error o el mal”. El
Papa Pío XII resumió en la frase ya citada varias veces el principio católico: “lo que no responde a la
verdad y a la norma moral no tiene objetivamente derecho alguno, ni a la existencia, ni a la propaganda ni
a la acción”.
Subrayamos propaganda, que por definición significa aquello que ha de ser propagado, difundido,
divulgado sin trabas.
El “derecho a la propaganda” es, pues, un derecho al mismo tiempo e inseparablemente afirmativo
y negativo: derecho de propagar y derecho de no ser impedido. Por lo tanto, el Papa Pío XII ha condenado
no sólo el derecho afirmativo, sino también el derecho negativo a difundir el error o el mal moral.
En conclusión: querer proclamar un derecho negativo para el error o para el mal moral, en cualquier
dominio que sea, en particular en lo religioso, sería incurrir en un sofisma grave.

III. Dignidad de la persona

Es necesario distinguir entre la dignidad ontológica de la persona humana y su dignidad operativa,


es decir, entre aquello que el hombre es por naturaleza y aquello que llega a ser por sus actos.
La dignidad ontológica de la persona humana consiste en la nobleza de una naturaleza dotada de
inteligencia y voluntad.
La dignidad operativa del hombre resulta del ejercicio de sus potencias, esencialmente su inteligencia
y su voluntad, cuyos fines son la verdad y el bien respectivamente.
De allí se sigue que la dignidad operativa del hombre consiste en adherir a la verdad y al bien; pero
también que si el hombre falla y escoge el error y el mal, se degrada.
En conclusión: no hay dignidad de la persona humana fuera de la verdad y del bien; la dignidad de la
persona humana no consiste en la libertad, al margen de la verdad. Exaltar la libertad de acción a punto tal
de hacer consistir en ella la esencia misma de la dignidad operativa del hombre es un error condenado.

IV. La dignidad humana, ¿fundamento de la libertad religiosa?

La nueva tesis de la libertad religiosa funda la libertad de acción en materia religiosa (no ser im-
pedido de practicar) sobre la dignidad ontológica de la persona.
Es un error: la dignidad ontológica del hombre significa su libre albedrío, y de ninguna manera su
libertad moral o su libertad de acción, que son relativas al obrar del hombre y, por lo mismo, tienen por
fundamento la dignidad operativa del hombre, es decir la adhesión a la verdad y al bien.
Cuando el hombre adhiere al error o al mal moral, pierde su dignidad operativa y no se puede
fundamentar nada sobre ella.
En consecuencia, si se quiere fundar un derecho de la persona a la libertad religiosa sobre la dignidad
de la persona humana, será solamente el derecho a la libertad religiosa relativo a la verdadera religión, y de
ninguna manera un derecho relativo a falsas religiones o relativo a todas las religiones sin distinción.

V. La libertad religiosa como derecho negativo

Ya hemos visto que el derecho de no ser impedido de profesar el error o el mal (derecho negativo) es
tan absurdo como el derecho de abrazar el error o el mal (derecho afirmativo).
Hay que afirmar que es absurdo este derecho al error, incluso si el error es un error religioso.
La Iglesia siempre ha sostenido, con las precisiones correspondientes, que nadie debe ser coac-
cionado a abrazar la religión católica contra su voluntad.

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Pero es falsa y está condenada la proposición que sostiene que nadie debe ser impedido de abra-zar o
de profesar una falsa religión.

En efecto, los Sumos Pontífices al condenar la ―libertad de conciencia y de cultos” en más de un


centenar de documentos han condenado:

la libertad de acción en materia religiosa como derecho negativo (no ser impedido).
esta libertad reconocida a cada hombre en el fuero externo público y garantizada por la ley civil.
que esta libertad debe ser considerada como un derecho natural y civil, en virtud de la dignidad de la
persona humana.
Esta libertad religiosa así entendida ha sido condenada incluso si su ejercicio permanece dentro de
los límites de la tranquilidad y del orden público.

En efecto el Papa Pío IX, por ejemplo, en la Encíclica Quanta Cura condenó las tres proposiciones
siguientes:

“El mejor gobierno es aquel en el que no se reconoce al poder la obligación de reprimir por
la sanción de las penas a los violadores de la Religión católica, a no ser que la tranquilidad pública
lo exija”.
“La libertad de conciencia y de cultos es un derecho libre de cada hombre”.
“Ese derecho debe ser proclamado y garantizado legalmente en toda sociedad constituida”.

Por lo tanto, queda en pie el primer fundamento de los que condenan las enseñanzas del
Concilio Vaticano II sobre la libertad religiosa: se contradice con el Magisterio anterior, u. gr. con
la Encíclica Quanta cura de Pío IX” (“Integrismo”, pág. 32).

Pasemos el segundo fundamento.

La Realeza social

Hemos dicho más arriba que el padre Buela lo plantea bien: ―b. da pie para que se promueva el
laicismo en todos los órdenes, en contra de la Encíclica Quas Primas de Pío XI‖ (“Integrismo”. pág. 32), y
que eso corresponde a lo expresado por los obispos monseñor Lefebvre y monseñor de Castro Mayer.

Pero luego, lamentablemente, una vez más, tampoco presenta combate en este punto, ni siquiera cita
una palabra de aquellos a quienes supuestamente quiere refutar. Simplemente dice:

“b. La segunda dificultad, sobre la supuesta promoción del laicismo, queda refutada con el
argumento anterior, Para ilustrar esto baste recordar el pensamiento incisivo y admirable, la
expresión actual más hermosa y fuerte de la realidad de la necesidad del Reinado Social de Cristo
Rey, escuchada en ese día por millones y millones de personas por televisión: «¡No temáis! ¡Abrid,
más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de
los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la
civilización y del desarrollo! Cristo conoce lo que hay dentro del hombre. ¡Sólo El lo conoce!»”
(“integrismo”, pág. 34-35).

Con la misma sencillez respondemos que por lo mismo que el ―argumento anterior‖ ha sido com-
pletamente desbaratado por los padres Meinvielle y Rodríguez, queda firme que:

“las consecuencias del reconocimiento por el Concilio de ese falso derecho destruyen los
fundamentos del Reinado Social de Nuestro Señor y quebrantan la autoridad y el poder de la Iglesia
en su misión de hacer reinar a Nuestro Señor en los espíritus y en los corazones” (Manifiesto Epis-
copal).

51
Respecto al texto del Papa Juan Pablo II, alegado para ilustrar la supuesta refutación, debemos decir
que ciertamente, en el Magisterio conciliar y postconciliar, hay pasajes que afirman los principios católicos
sobre los mismos puntos sospechosos de ruptura con el Magisterio tradicional.
Los sacerdotes como el padre Suela afirman que los textos confusos, ambiguos, malsonantes,
blasfemos, favorecedores de la herejía e incluso netamente heterodoxos y heréticos que hormiguean en los
documentos, homilías, alocuciones papales, cardenalicias y episcopales deben ser interpretados con la ayuda
de los textos claros y ortodoxos.
Según una regla elemental de hermenéutica, los textos sospechosos y heterodoxos no pueden ser
interpretados por los netamente católicos sin admitir algunas restricciones:
a) esta regla puede aplicarse con la condición de que los pasajes malsonantes aparezcan una que otra
vez y como por lapsus.
b) esta regla no tiene lugar cuando los textos injuriosos a la doctrina católica son numerosos, porque lo
que se produce por error es, por naturaleza poco frecuente.
c) cuando estos textos no sólo son numerosos, sino que, considerados en su conjunto, constituyen como
un sistema de pensamiento y de doctrina, la regla de hermenéutica se invierte: son los textos ortodoxos los
que deben ser interpretados a la luz de los pasajes sospechosos de heterodoxia.
Para ilustrar esto baste recordar el pensamiento más incisivo y sorprendente, la expresión actual más
atroz y monstruosa de la destrucción de los fundamentos del Reinado Social de Nuestro Señor Jesucristo,
repetida por millares y millares de clérigos y religiosos, y recibida pasivamente por millones de laicos todos
los años cuando llega la Fiesta de Cristo Rey, desplazada al último domingo del año litúrgico, lo cual, al
igual que la lección de Maitines (tomada del Apocalipsis, ―visión del Hijo del Hombre en su majestad‖),
evoca el reino escatológico de Cristo, regresando como juez al fin de los tiempos, y no el Reinado Social ya
en esta tierra.
Las consecuencias de la libertad religiosa introducida por el Concilio, se ponen de manifiesto muy
claramente en el Oficio Divino de la fiesta de Cristo Rey.

* Himno de Vísperas: 2ª estrofa:

“Scelesta turba clamitat at Regnare “Una turba impía vocifera


Christum nolumus, Te nos ovantes omnium No queremos que Cristo reine,
Regem supremum dicimus”. Pero nuestras ovaciones te proclaman
Supremo Rey de todos”.
Corregida en parte:
“...Quem prona adorant agmina Laudant “Los ejércitos celestiales te adoran
coelitum, Te nos ovantes...etc.”. prosternados Y te alaban los habitantes de
los cielos, Mas nuestras oraciones
6ª estrofa: Estrofa suprimida por completo. proclaman... etc.”

“ Te nationum praesides Honore tollant


publico, Colant magistri, judices, Leges et “Que a Ti, los jefes de las naciones
artes exprimant”. Ofrezcan público homenaje,
Que te respeten los maestros y los jueces,
7ª estrofa: Estrofa suprimida por completo. Que leyes y artes te proclamen”

“Submissa regum fulgeant Tibi dicata


insignia: “Que brillen por su acatamiento
Mitique sceptro patriam Domosque subde Los estandartes de los reyes a Ti
civium”. consagrados Y somete a tu suave cetro la
patria,
Doxología (última estrofa): Y los hogares de los ciudadanos”.

“Jesu tibi sit gloria


Qui sceptra mundi temperas, Cum Patre et “A ti, Jesús, sea la gloria,
almo Spiritu, In sempiterna saecula. Que riges los cetros del mundo Con el

52
Amen”. Padre y el Espíritu Santo Por sempiternos
siglos. Amén”.
Corregida en parte:

“Jesu tibi sit gloria “A ti, Jesús, sea la gloria,


Que cuncta amore temperas Cum Patre et Que riges todo con tu amor
almo Spiritu, In sempiterna saecula. Con el Padre y el Espíritu Santo Por
Amen”. sempiternos siglos. Amén”.

Ya no se quiere saber nada con:

“Una turba impía vocifera no queremos que Cristo reine”... “Que a Ti, los jefes de las
naciones ofrezcan público homenaje, que te respeten los maestros y los jueces, que leyes y artes te
proclamen”... “Que brillen por su acatamiento los estandartes de los reyes a Ti consagrados, y
somete a tu suave cetro la patria y los hogares de los ciudadanos”... “A ti, Jesús, sea la gloria, que
riges los cetros del mundo”.

Por lo tanto, todo tiende a apartar la idea del reinado social y actual de Cristo que, sin embargo debe
ser el objeto de nuestro combate y de nuestra oración litúrgica.
¡Qué limitada y mezquina queda la supuesta expresión actual más hermosa y fuerte de la necesidad
del Reinado Social de Cristo Rey comparada con la verdadera negación de su Realeza significada por esta
reforma litúrgica!
El 31 de marzo de 1976, monseñor Lefebvre se entrevistó con el Nuncio Apostólico en Suiza, S.E.
monseñor Ambrogio Marchioni. Ante los conceptos de monseñor Lefebvre, que expresaba que en la
Declaración sobre la libertad religiosa hay cosas contrarias a lo que los papas enseñaron, y que está decidido
que no puede haber más Estados católicos, el Nuncio respondió:
— ―Pero claro, es evidente‖.
Estupefacto, monseñor Lefebvre preguntó si creía que esto iba a ser favorable para la Iglesia. El
Nuncio contestó:
— “Comprenda, si hacemos eso, no obtendremos una mayor libertad religiosa en los Soviets”.
¿Y qué hacéis del Reino Social de Nuestro Señor?, preguntó monseñor Lefebvre. La respuesta dada
por el Nuncio fue evasiva:
— “Usted sabe, es imposible por ahora; tal vez en un futuro lejano... Actualmente ese Reino está en los
individuos, hay que abrirse a la masa”.
Entonces, ¿qué hacéis con la Encíclica Quas Primas?, preguntó monseñor Lefebvre. La contestación
es verdaderamente asombrosa:
— “¡Oh!..., el Papa no la escribiría más ahora”...
Con ocasión de su entrevista con el Papa Juan Pablo II, en 1978, monseñor Lefebvre comentó este
episodio al Pontífice. Su respuesta no fue menos sorprendente:
— “No digamos que no la escribiría más ahora... Digamos que no la escribiría de la misma manera”...
Todo un símbolo, ¿no? Y estábamos en los albores de su Pontificado, a escasos días de “la expresión
actual más hermosa y fuerte de la realidad de la necesidad del Reinado Social de Cristo Rey”... Apliquemos
la regla de hermenéutica ya vista.

Sería interesante saber cómo la escribiría. Los actos, los documentos y los discursos pontificales del
Papa Juan Pablo II nos dan una somera idea de la nueva versión de la Quas Primas.
Podríamos dar lugar ahora a los textos de los nuevos Concordatos entre la Santa Sede y los gobiernos
de Colombia, de Portugal, de España, de Perú, del Valais (Suiza)..., por los cuales se ha suprimido la
confesionalidad de esos Estados en virtud de los principios sobre la libertad religiosa enunciados por el
Concilio Vaticano II.
Baste citar algunos párrafos de los discursos relacionados con el Concordato italiano, considerado
por el Papa Juan Pablo II de “importancia significativa en cuanto base jurídica de las relaciones bilaterales
pacíficas y en cuanto inspiración ideal”.

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El artículo 1° del nuevo Concordato entre el Vaticano e Italia comienza así:

“La República italiana y la Santa Sede reafirman que el Estado y la Iglesia son, cada uno en
su orden respectivo, independientes y soberanos, comprometiéndose al pleno respeto de este
principio en sus relaciones y a la colaboración recíproca para la promoción del hombre y el bien del
país”.

Un pasaje del Protocolo adicional destaca:

“Se considera que no rige más el principio que se seguía de los acuerdos de Letrán, según el
cual la religión católica es la única religión del Estado italiano”.

El 19 de febrero de 1984, en su alocución del Angelus, el Papa Juan Pablo II dijo:

“Quiero evocar, como un acontecimiento de repercusión histórica, la firma del acuerdo de


revisión del Concordato de Letrán que tuvo lugar ayer. Es un acuerdo que Pablo VI previó y
favoreció como un signo de concordia renovada entre la Iglesia y el Estado italiano, y que yo
considero de una importancia significativa en cuanto base jurídica de las relaciones bilaterales
pacíficas y en cuanto inspiración ideal para la contribución generosa y creadora que la comunidad
eclesíal está llamada a dar al bien moral y al progreso civil de la nación” (Documentation
Catholique, 15/4/1984 y L'Osservatore Romano 19/2/1984).

El 21 de mayo de 1984, al recibir en el Vaticano a Sandro Pertini, presidente de la República italiana,


el Papa Juan Pablo II declaró:

“Dadas las motivaciones elevadas que lo inspiran, deseo que este nuevo acuerdo -que da un
valor especial, sobre puntos importantes, al papel de la Conferencia episcopal italiana- marque,
para los años futuros, un progreso en las buenas relaciones entre las instituciones religiosas y
civiles que tienen todas por objetivo favorecer el bien del país por la promoción del hombre (..)
Señor Presidente, el hombre, la persona humana, es en realidad el camino real de la Iglesia (...) La
persona humana es también el camino real que un Estado democrático y abierto no puede no seguir
si quiere verdaderamente servir al hombre” (Documentation Catholique, 5/8/1984).

Analicemos ahora el discurso del Papa Juan Pablo II al Parlamento Europeo, el martes 11 de
octubre de 1988 (L'Osservatore Romano, edición semanal castellana, 27/11/1988) Esta disertación
pontifical tiene capital importancia, no sólo por las circunstancias en que fue pronunciada, sino también
porque fue considerada por los parlamentarios europeos como el mejor discurso político del pontificado
del Papa Juan Pablo II (A continuación de cada párrafo relevante del discurso papal, intercalamos
nuestros comentarios).

“Desde que, sobre el suelo europeo, se han desarrollado en la época moderna, las corrientes de
pensamiento que poco a poco han apartado a Dios de la comprensión del mundo y del hombre, dos visiones
opuestas alimentan una constante tensión entre el punto de vista de los creyentes y el de los que mantienen
un humanismo agnóstico y a veces incluso «ateo».
Los primeros consideran que la obediencia a Dios es la fuente de la verdadera libertad, que no es
nunca libertad arbitraria y sin fin, sino libertad para la verdad y el bien, estas dos grandezas se sitúan
siempre más allá de la capacidad de los hombres de apropiárselas completamente. En el plano ético, esta
actitud fundamental se traduce en la aceptación de principios y de normas de comportamiento que se
imponen a la razón o manan de la autoridad de la Palabra de Dios, de las cuales el hombre, individual o
colectivamente, no puede disponer a su gusto, al son de las modas o de los intereses cambiantes.
La segunda actitud es aquella que, habiendo suprimido toda subordinación de la criatura a Dios, o
a un orden trascendente de la verdad y del bien, considera al hombre en sí mismo como el principio y el fin
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de todas las cosas, y la sociedad, con sus leyes, sus normas, sus relaciones, como su obra absolutamente
soberana. La ética no tiene entonces otro fundamento que el consenso social, y la libertad individual otro
freno que aquel que la sociedad estima tener que imponer para la salvaguardia de la del otro”.

Hasta aquí, salvo dos detalles, el problema está bien planteado. El primer pormenor es que, si bien
antes dijo: “¿Cómo podría la Iglesia desinteresarse de la reconstrucción de Europa, ella que está
implantada desde hace siglos en los pueblos que la componen y los ha llevado un día a las fuentes
bautismales, pueblos para los cuales la fe cristiana es y continúa siendo uno de los elementos de su
identidad cultural?”, ahora sólo hace referencia a “los creyentes” y al “humanismo agnóstico y a veces
incluso ateo” en general, sin referencia explícita a la Iglesia Católica y a Jesucristo, sin mención especial a
la apostasía y al deísmo.
El segundo detalle es cuando, refiriéndose a la verdad y al bien, dice que “se sitúan siempre más allá
de la capacidad de los hombres de apropiárselas completamente”, lo cual si bien es cierto desde el punto de
vista de las facultades del alma humana, limitadas esencialmente y heridas por el pecado original; sin
embargo da a entender la noción moderna de “búsqueda” y de que ninguna institución, ni ningún individuo
posee la verdad y el bien. Nuestro Señor dijo claramente: “Si permanecéis en mi palabra, sois
verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn. 8: 31-32).
Continuemos:

“Para algunos, la libertad civil y política, en su día conquistada por el derrocamiento del antiguo
orden fundado sobre la fe religiosa, se concibe aún unida a la marginación, es decir, a la supresión de la
religión, en la cual se tiende a ver un sistema de alienación. Para ciertos creyentes, en sentido inverso, una
vida conforme a la fe no sería posible más que por un retorno a este antiguo orden, además a menudo
idealizado. Estas dos actitudes antagónicas no aportan una solución compatible con el mensaje cristiano y
el genio de Europa”.

Juzgar que el pensamiento según el cual “una vida conforme a la fe no sería posible más que por un
retorno a este antiguo orden (fundado sobre la fe religiosa) no aporta una solución compatible con el
mensaje cristiano”... constituye una triste negación de la doctrina de la Realeza Social de Jesucristo. Las
Encíclicas Quanta Cura, lmmortale Dei, Sapientiae Christianae y Quas Primas claman al cielo. Prosigamos
con el motivo de esa incompatibilidad:

“Puesto que, cuando reina la libertad civil y se encuentra plenamente garantizada la libertad
religiosa, le fe no puede más que ganar en vigor superando el desafío que le dirige la no creencia, y el
ateísmo no puede más que medir sus límites ante el desafío que le dirige la fe”.

No seamos ingenuos. La fe necesita la protección de las leyes. La propaganda de las sectas en


nuestros países “occidentales y cristianos” y la propaganda antirrreligiosa en las naciones dominadas por la
dialéctica atea destruyen la fe. Precisamente el antiguo orden, con todas sus limitaciones y fallas, era el
defensor de la religión católica. Pero leamos lo que sigue:

El mensaje cristiano condena al liberalismo, y es combativo, militante; por eso es totalmente


compatible con esa actitud que está en contra de todo lo que se opone a la Doctrina, a la Tradición, a la
Disciplina, al sentimiento del catolicismo íntegramente romano; y a favor de todo lo que le es conforme.

“Otros continentes conocen hoy una simbiosis más o menos profunda entre la fe cristiana y la
cultura, que está llena de promesa. Pero, desde hace ya cerca de dos milenios, Europa ofrece un ejemplo
muy significativo de la fecundidad cultural del cristianismo que, por su naturaleza, no puede ser relegado a
la esfera privada. El cristianismo, en efecto, tiene vocación de profesión pública y de presencia activa en
todos los dominios de la vida. También es mi deber destacar con fuerza que si el substrato religioso y
cristiano de este continente tuviese que llegar a ser marginado en su papel de inspirador de la ética y en su
eficacia social, no solamente toda la herencia del pasado europeo sería negada, sino que además un futuro
digno del hombre europeo -digo de todo hombre europeo, creyente o no creyente- sería gravemente
comprometido”.

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Leído rápida y superficialmente este pasaje, especialemente sacado del contexto del discurso y de las
circunstancias en que fue pronunciado, daría lugar a juicios parecidos a este: “es un pensamiento incisivo y
admirable, una expresión actual, hermosa y fuerte de la necesidad del Reinado Social de Cristo Rey”.
Pero leamos con calma y en profundidad. ¿Cómo hemos llegado a este pasaje? Luego de descartar
“una vida conforme al antiguo orden, fundado sobre la fe”, y de reclamar para todos los ciudadanos “el
derecho de vivir de acuerdo con su conciencia y de no contradecir las normas del orden moral natural
reconocidas por la razón”: Luego de separar la sociedad civil de la sociedad religiosa. Luego de reclamar
solamente el deísmo.
Entonces, con tal que el “substrato religioso y cristiano” inspire la moral y la vida social, poco
importa que la Europa unida de mañana reconozca o no la divinidad de Jesucristo y la necesidad de
pertenecer a su Iglesia para salvarse.
Lo que se nos promete es una Europa pluralista, regida por una ética de inspiración cristiana. Eso es
todo.
A condición de que se quiera, no cuesta mucho reconocer la utopía de Jacques Maritain: la de una
“société pluraliste vitalement chrétienne”.
Vale la pena releer, al menos el capítulo III del libro del padre Meinvielle De Lamennais a Maritain:
La Nueva Cristiandad, Ciudad Naturalista.

Allí el padre Julio analiza los siguientes puntos:

1.- la cristiandad de Maritain no adora al Dios de la Iglesia Católica;


2.- un Estado neutro benévolo con la Iglesia;
3.- la Iglesia en el derecho común;
4.- separación de la Iglesia y del Estado;
5.- valoración de la cristiandad medieval;
6.- el mito de la fuerza al servicio de Dios.
Solamente el enunciado de estos temas manifiestan la influencia de Maritain en el pensamiento de
los últimos Papas y en la doctrina conciliar.

Resumamos brevemente cada uno (todo lo citado está allí, salvo lo que figura entre [ ]):

1.- La cristiandad de Maritain no adora al Dios de la Iglesia Católica.

Para que se diga cristiana no basta que una sociedad confiese a Dios; debe adorar al Dios conocido
por la Divina Revelación; debe creer y profesar con fe divina que el Verbo de Dios se ha hecho carne y
habitó en medio de nosotros.
Maritain pareciera querer convencernos de que la sociedad por él inventada es cristiana porque al
reposar sobre principios naturales de vida (como la persona humana, la libertad, la igualdad) abiertos y
vivificados por el Evangelio, nos podría llevar, por el reconocimiento de esos principios, al reconocimiento
de la verdad divina del Evangelio.

2.- Un estado neutro benévolo con la Iglesia.

Maritain hace la distinción entre “tolerancia civil” y “tolerancia dogmática”: ¿Qué entiende por
ello? Que estos derechos los tiene la persona humana no frente a Dios sino frente al Estado [el padre Buela
dice, recordémoslo: “El fundamento de este derecho es la dignidad de la persona de cara al poder civil”].
Frente al Estado es libre de escoger su camino religioso a sus riesgos y peligros, su libertad de conciencia es
un derecho natural inviolable.
Ahora bien, este Estado en el cual los ciudadanos reclaman como derecho y derecho natural el
profesar privada y públicamente cualquier creencia o descreencia, mientras ella no perturbe la tranquilidad
pública, es un Estado neutro.

3.- La Iglesia en el derecho común.

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Maritain pretende que en su Nueva Cristiandad familias espirituales o religiosas estén en pie de
igualdad con la Iglesia católica, y alega para este tratamiento parejo el hecho de que la sociedad política ha
diferenciado más perfectamente su esfera propia.
Pero, ¿qué nueva cristiandad es ésta? ¿Qué cosa más absurda, en los mismos términos, hablar de una
sociedad cristiana, una Cristiandad, que otorgue iguales derechos a cristianos y a no cristianos? ¿Qué iguales
derechos? ¿Votar, comerciar, divertirse? ¿Y eso qué interesa? Lo fundamental, que es el derecho a imponer
la forma de vida que debe prevalecer en la ciudad, ¿a quién va a corresponder? ¿Qué forma de vida va a
prevalecer? ¿Cristiana, socialista, calvinista o judaica? ¿Cómo va a ser la legislación, la enseñanza, la
familia, las costumbres? ¿Católica, socialista, atea? Y si prevalece la católica, como lo exige la esencia de la
Cristiandad, ¿cómo puede hablarse de igualdad de derechos? ¿A quién se pretende engañar con lenguaje tan
equívoco? ¿A los católicos o a los anticatólicos?

4.- Separación de la Iglesia y el Estado.

Maritain nunca usa la expresión “separación de la Iglesia y el Estado” [el Concilio y el Papa Juan
Pablo II tampoco]. Esta tesis -así tal cual- está contenida, en cuanto a la ―cosa‖ en Maritain [también así en
el Concilio y en el Papa Juan Pablo II]. Porque una ciudad que no adora en su vida pública al Dios de la
Iglesia católica, que reconoce como derecho natural el respeto de las conciencias o sea que no admite que su
vida pública encamine al ciudadano hacia la Verdad católica, que no reconoce a la Iglesia sino un régimen
parejo al de las otras familias espirituales, que no admite que el Estado en lo que tiene de esencial que es la
fuerza pública se ponga al servicio de los fines de la Iglesia, es un Estado separado de la Iglesia.

5.- Valoración de la cristiandad medieval.

El naturalismo que preside el pensamiento de Maritain en la elaboración de su nueva cristiandad va a


aparecer más nítidamente si cabe en la valoración que formula de la concepción cristiana sacra de lo
temporal del Sacro Imperio.
La ciudad temporal cristiana debe ser ―sobrenatural‖ en contraposición a naturalista; ―sobrenatural‖
por el fin supremo al cual indirectamente se ordena, que es Jesucristo, Dios-Hombre; ―sobrenatural‖ por su
fin próximo, que es promover la vida virtuosa en relación
al fin sobrenatural, de la muchedumbre congregada en su seno; ―sobrenatural‖ por la causa formal, es
decir, por la conformación que ha de imponer a las actividades humanas, las cuales han de ser sobre-
elevadas y sobrenaturalizadas de acuerdo al fin supremo; ―sobrenatural‖ porque ha de surgir por el común
es-fuerzo de agentes humanos, económicos, culturales y políticos bajo la dirección suprema del sacerdocio
sobrenatural.

6.- El mito de la fuerza al servicio de Dios.

Maritain ha querido caracterizar el ideal medieval de vida con el ―mito de la fuerza al servicio de
Dios‖ en contraposición al ideal de la nueva cristiandad resumido en el ―mito de la realización de la
libertad‖.
No deja de sorprender la adopción de expresión tan poco benévola. ¿Se pretende acaso suscitar en el
lector moderno la imagen del poder policial -las drago-nadas- al servicio del clero para coaccionar
voluntades en el cumplimiento de fines religiosos?

Concluyamos, pues, con el padre Julio:

“El naturalismo de la «nueva cristiandad» de Maritain no puede ser disimulado. Una ciudad
que no adora al Dios Uno-Trino de la Revelación Cristiana; que establece como norma suprema de
su actuación el res-peto de las conciencias y el reconocimiento del derecho natural inviolable de
toda persona humana de adorar a Dios en su propia forma en cualquier parte del mundo; que
reduce a la Iglesia, Arca de Salud del género humano, al derecho común a la Sinagoga, a los cultos
heréticos, infieles y a la descreencia atea; que separa a la misma Iglesia de la vida temporal de los

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individuos, familias y pueblos; que repudia el carácter sacro de la vida pública y rehúsa la
ministerialidad de la fuerza del Estado al servicio de los fines espirituales de la Iglesia, es un Estado
naturalista y por consiguiente ateo en abierta oposición con la enseñanza magistral de León Xlll que
en Libertas dice: «Veda, pues, la justicia y védalo también la razón que el Estado sea ateo, o lo que
viene a parar en el ateísmo, que se halle de igual modo con respecto a las varias que llaman
religiones y conceda a todas promiscuamente iguales derechos».

El naturalismo de la impiedad se ha infiltrado y ha corrompido la ciudad maritainiana (pág. 152).

“El naturalismo de la impiedad se ha infiltrado y ha corrompido” el Concilio Vaticano II a las


reformas que le siguieron. A quien le parezca excesivo este juicio, que lea la conclusión del discurso del
Papa Juan Pablo II ante el Parlamento Europeo, que dice así:

“Finalizando, recordaría tres campos donde me parece que la Europa integrada del mañana,
abierta hacia el Este del continente, generosa hacia el otro hemisferio, tendría que retomar un papel de faro
en la civilización mundial:
Primero, reconciliar al hombre con la creación, cuidando de preservar la integridad de la
naturaleza, su fauna y su flora, su aire y sus aguas, sus sutiles equilibrios, sus recursos limitados, su belleza
que alaba la gloria del Creador.
Seguidamente, reconciliar al hombre con sus semejantes, aceptándose los unos a los otros entre
europeos de diversas tradiciones culturales o escuelas de pensamiento, siendo acogedores para con el
extranjero y el refugiado, abriéndose a las riquezas espirituales de los pueblos de los otros continentes.
Finalmente, reconciliar al hombre consigo mismo: sí, trabajar por reconstruir una visión integrada
y completa del hombre y del mundo, frente a las culturas de la desconfianza y de la deshumanización, una
visión en la cual la ciencia, la capacidad técnica y el arte no excluyan, sino que reclamen la fe en Dios”.

Aquí termina el discurso del Papa: Ecologismo - Fraternidad - Humanismo... todo bajo el signo
del Deísmo. En definitiva, una Europa sin alma y sin Jesucristo. He aquí la Quas Primas en su versión
Vaticano II.

Primera pregunta del padre Buela

Con lo expuesto hasta aquí queda respondida la primera pregunta que formula en este momento el
padre Buela:

“¿Por qué no quiere entenderse que «la doctrina social o enseñanza social de la Iglesia» (cf.
Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 38) no es otra cosa que lo que Pío XI en Quas Primas llamaba
Reinado Social de Cristo?
Con distintos nombres conoce el católico su compromiso para ordenar lo temporal según
Cristo, que abarca, a veces, aspectos parciales, y que algunos mal interpretan, como decíamos hace
tiempo. Esos nombres son: consagración del mundo; desarrollo integral; promoción humana;
inculturación del Evangelio; promoción de la justicia; recta concepción cristiana de la liberación;
defensa de los derechos humanos; defensa de la dignidad de la persona humana, etc.
Todas estas cosas, rectamente entendidas, no son otra cosa que trabajar por la: ciudad de
Dios, ciudad católica, civilización cristiana, cristiandad, civilización del amor.

¿Acaso no podemos decir con Santo Tomas que esta «diversidad esta mas en las palabras que en la
realidad»? De hecho hace pocos días Juan Pablo II dijo: «Estamos aquí para hacer realidad, inicial pero
objetiva, este gran proyecto de la civilización del amor. Esta es la civilización de Jesús; esta es la
civilización de la Iglesia; esta es la verdadera civilización cristiana...» (Discurso a los jóvenes en el estadio
Esseneto, Agrigento, 9/5/93)‖ (“Integrismo”, págs. 35-36).

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La diversidad esta en la realidad, no en las palabras. Se trata de dos cosas distintas, incluso cuan-do
se utilizan las mismas palabras, como en el caso del discurso papal citado: bajo el título de ―civilización
cristiana‖ se presenta la ―civilización del amor‖, que aún no es una realidad, que está construyéndose...
Conocemos lo que los jóvenes piensan de la ―civilización del amor‖; podemos imaginar lo que desde
hoy pensarán de la ―civilización cristiana‖.
Sabemos bien que San Pío X ha definido la Civilización Cristiana y condenado, indirectamente al
menos, la indefinida Civilización del Amor:

“Facilísima es la contestación a estos subterfugios (...) se proclaman idealistas irreductibles;


que tienen doctrina social propia y principios filosóficos y religiosos propios para reorganizar la
Sociedad con un plan nuevo: que se han formado un concepto especial de la dignidad humana, de la
libertad, de la justicia y de la fraternidad, y que, para justificar sus sueños sociales apelan al
Evangelio interpretado a su modo, y lo que es más grave todavía, a un Cristo desfigurado y
disminuido (...) Su sueño consiste en cambiar sus cimientos naturales y tradicionales y en prometer
una ciudad futura edificada sobre otros principios que se atreven a declarar más fecundos, más
beneficiosos que aquellos sobre los que descansa la actual sociedad cristiana. No, -preciso es
recordarlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan pla-
za de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no
se edificará la sociedad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización
no está por inventarse ni la «ciudad» nueva por edificarse en la nubes. Ha existido y existe; es la
civilización cristiana, es la «ciudad» católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin
cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía
malsana, de la rebeldía y dé la impiedad: Omnia instaurare in Christo (...) Le Sillon tiene la noble
preocupación de la dignidad humana. Pero esta dignidad la entiende a la manera de ciertos
filósofos, de quienes la Iglesia dista mucho de poder alabar (...) No hay verdadera fraternidad fuera
de la caridad cristiana, que por amor de Dios y de su Hijo Jesucristo, nuestro Salvador, abraza a
todos los hombres para consolarlos y llevarlos a todos a una misma fe y a una misma
bienaventuranza del cielo. Al separar la fraternidad de la caridad cristiana así entendida, la
democracia, lejos de ser un progreso constituiría un retroceso desastroso para la civilización (...)
Pero más extrañas todavía, espantosas y aflictivas a la vez, son la audacia y levedad de hombres
que, llamándose católicos, sueñan con refundir la sociedad en las condiciones dichas y establecer
sobre la tierra, por en-cima de la Iglesia católica, «el reinado de la justicia y del amor», con obreros
venidos de todas partes, de todas las religiones o faltos de religión, con creencias o sin ellas, a
condición de que olviden lo que los di-vide, es a saber, sus convicciones religiosas y filosóficas, y de
que pongan en común lo que los une, esto es, un generoso idealismo y fuerzas tomadas de donde
puedan (..) Asusta ver a los nuevos apóstoles obstinados en hacer cosa mejor con un vago idealismo
y las virtudes cívicas. ¿Qué van a producir? ¿Qué es lo que va a salir de esa colaboración? Una
construcción puramente verbalista y quimérica, donde espejearán revueltas y en confusión
seductora, las palabras de libertad, justicia, fraternidad y amor, de igualdad y exaltación del hom-
bre, todo ello fundado en la dignidad humana mal entendida; una agitación tumultuosa, estéril para
el fin propuesto, provechosa para los agitadores de masas menos utopistas” (Notre Charge
Apostolique, Editorial Guadalupe [7, 10, 11, 12, 22, 34]).

Segunda pregunta del padre Buela

Con lo que llevamos dicho también queda asentada la contestación a la segunda pregunta del padre
Buela:

“Por qué no quieren ver el predicamento que tiene la Iglesia Católica hoy día en el mundo,
en especial, el prestigio del Papado, el liderazgo mundial de Juan Pablo II, el hecho de que de los
pocos Embajadores ante el Vaticano principios de siglo, en la actualidad hay cerca de 140? ¿No es
ésta una manera concreta de que Cristo sea escuchado en los foros nacionales e internacionales?”
(“Integrismo”; pág. 36).

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Sería muy grave que estos sacerdotes creyeran verdaderamente en lo que escribe su Superior; por-
que el predicamento, el prestigio, el liderazgo mundial (¡si es tal!), lo es ante los enemigos declarados de
Nuestro Señor, de la Iglesia Católica y del Papado.
Ante la raposa Herodes, Cristo Rey guardó silencio. Ante el liberal Pilatos, que no quiso conocer la
verdad, Jesús calló. No mendigó una libertad para que sus discípulos y los de todas las falsas religiones
pudiesen cumplir con sus deberes religiosos. Antes bien, anunció a sus apóstoles que serían perseguidos y
martirizados por causa de su Nombre.
Con discursos como el pronunciado ante el Parlamento Europeo (considerado el mejor de su
pontificado) ¡como para no tener prestigio! Pero esa no es ―una manera concreta de que Cristo sea
escuchado en los foros nacionales e internacionales‖. Cambiando dos o tres palabras Gorbachov puede decir
lo mismo.
Con embajadores como el de México, ¡mejor no tenerlos! En efecto, el restablecimiento de las
relaciones diplomáticas entre el Estado mexicano y el Vaticano ha favorecido el nombramiento como
embajador de Enrique Olivares Santana, masón activo de la Gran Logia del Valle de México y miembro de
honor de la masonería del Rito Escocés y del Rito Nacional Mexicano. Los huesos de los cristeros claman
justicia, y sus hijos sienten vergüenza y dolor frente a la traición que significa negociar con los enemigos de
Cristo Rey, de la Iglesia Católica y de México católico y mariano.
Visitas como la los miembros de la Trilateral (el 18 de abril de 1983), como la de la Liga B'naï B'rith
(el 22 de marzo de 1984), como la del Papa a la sinagoga de Roma (el 13 de abril de 1986) son muy distintas
a la audiencia concedida por San Pío X a Teodoro Herlz el 26 de enero de 1904. Ellas marcan las distancias
que separan al Vaticano del Papa Juan Pablo II del Vaticano de San Pío X. Los lugares e incluso los
pensamientos de los interlocutores papales podrán ser los mismos..., pero la actitud papal y su consecuente
prestigio o descrédito no son iguales. Algo ha cambiado.

¡Cómo no pensar en las palabras de Nuestro Señor!:

“Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a Mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el
mundo amaría lo suyo; pero como vosotros no sois del mundo -porque Yo os he entresacado del mundo- el
mundo os odia” (Jn. 15: 18-19)

Cabe recordar aquí las palabras del padre Julio Meinvielle, el segundo texto al que habíamos hecho
referencia más arriba y hemos dejado para esta oportunidad:

“La Historia se ha de acomodar a la tradición cabalística o a la tradición católica. No hace


falta mucha sagacidad para ver que desde hace cinco siglos el mundo se está conformando a la
tradición cabalística. El mundo del Anticristo se adelanta velozmente. Todo concurre a la unifica-
ción totalitaria del hijo de la perdición. De aquí también el éxito del progresismo. El cristianismo se
seculariza o se ateíza.
Cómo se hayan de cumplir, en esta edad cabalística, las promesas de asistencia del Divino
Espíritu a la Iglesia y cómo se haya de verificar el portae inferi non prevalebunt, las puertas del
infierno no han de prevalecer, no cabe en la mente humana. Pero así como la Iglesia comenzó
siendo una semilla pequeñísima, y se hizo árbol y árbol frondoso, así puede reducirse en su
frondosidad y tener una realidad mucho más modesta. Sabemos que el mysterium iniquitatis ya está
obrando; pero no sabemos los límites de su poder. Sin embargo, no hay dificultad en admitir que la
Iglesia de la publicidad pueda ser ganada por el enemigo y convertirse de Iglesia Católica en
Iglesia gnóstica. Puede haber dos Iglesias, la una la de la publicidad, Iglesia magnificada en la
propaganda, con obispos, sacerdotes y teólogos publicitados, y aun con un Pontífice de actitudes
ambiguas; y otra, Iglesia del silencio, con un Papa fiel a Jesucristo en su enseñanza y con algunos
sacerdotes, obispos y fieles que le sean adictos, esparcidos como «pusillus grex» por toda la tierra.
Esta segunda sería la Iglesia de las promesas, y no aquella primera, que pudiera defeccionar. Un
mismo Papa presidiría ambas Iglesias, que aparente y exteriormente no serían sino una. El Papa,
con sus actitudes ambiguas, daría pie para mantener el equívoco. Porque, por una parte, profesando
una doctrina intachable sería cabeza de la Iglesia de las Promesas. Por otra parte, produciendo
hechos equívocos y aun reprochables, aparecería como alentando la subversión y manteniendo la

60
Iglesia gnóstica de la Publicidad” (De la Cábala al Progresismo, Editora Calchaquí, 1970, págs.
461-462; los subrayados son del autor).

Por lo tanto, queda firme que la libertad religiosa enseñada por el Concilio Vaticano II y puesta en
práctica por los pontificados de Pablo VI y Juan Pablo II promueve el laicismo en todos los órdenes, en
contra de lo que enseña la Encíclica Quas Primas.

Pasemos ya a los problemas de base.

SEGUNDA PARTE
PROBLEMAS DE BASE
Como hemos dicho al principio, aquí el padre Buela presenta un interesante combate... pero sólo en
apariencias.

Plantea la cuestión en estos términos:

“Estimamos que existen otros problemas que son los que llevan a incurrir en las dificultades
que hemos visto”.

Con la pretensión de desautorizar la legitimidad del enfrentamiento a la Reforma Conciliar, el padre


Buela va exponiendo una serie de objeciones que analizaremos una por una. La numeración es nuestra.
Como varias de ellas constituyen un verdadero círculo vicioso, damos aquí la noción de aquello que
en filosofía se denomina, más precisamente, petición de principio: razonamiento que se funda en una
premisa que supone la conclusión que hay que demostrar; consiste, en otras palabras, en dar como cierto lo
que se trata de probar.
La refutación de las objeciones presentadas confirma que nuestro combate es genuino y necesario,
así como también que la escaramuza final del padre Buela forma parte de la táctica de no plantear la
cuestión frontalmente.
Vayamos a las objeciones. Nos excusamos de no citar in extenso al padre Buela; pero no omitimos
voluntariamente nada esencial.

1. “El perder de vista la indefectibilidad de la Iglesia católica por la que no sólo perdurará
hasta el fin del mundo, sino que, además, no sufrirá ningún cambio sustancial ni en su doctrina, ni
en su constitución ni en su culto” (“Integrismo”, pág. 36).

R: Creemos y confesamos la indefectibilidad de la Iglesia. Pero que la Iglesia sea indefectible no


quiere decir que los hombres de la Iglesia no puedan pervertir sustancialmente su doctrina, su constitución o
su culto. De otro modo, no hubiese sido posible la existencia de las herejías.
Nuestro Señor Jesucristo, que ha prometido su asistencia a su Iglesia hasta el fin de los tiempos,
planteó un interrogante que obliga a una detenida meditación: “Pero el Hijo del hombre, cuándo vuelva,
¿hallará la fe sobre la tierra?” (Lc. 18:8). He aquí el misterio de iniquidad y de apostasía.
La Historia de la Iglesia prueba que una parte de la Iglesia puede defeccionar. Tal vez esta expresión
resulte extraña para algunos, pero no es nuestra. Ya que el padre Buela cita a San Vicente de Lerins y su
Conmonitorio, leamos lo que dice en los números 3 y 4:

“¿Cuál deberá ser la conducta de un cristiano católico, si alguna pequeña parte de la Iglesia
se separa de la comunión en la fe universal? No cabe duda de que deberá anteponer la salud del
cuerpo entero a un miembro podrido y contagioso.

61
Pero, ¿y si se trata de una novedad herética que no está limitada a un pequeño grupo, sino
que amenaza con contagiar a la Iglesia entera? En tal caso, el cristiano deberá hacer todo lo
posible para adherirse a la antigüedad, la cual no puede evidentemente ser alterada por ninguna
nueva mentira (...).
Para poner más de relieve cuanto he dicho, documentaré con ejemplos mis aserciones (...)
Un caso análogo sucedió cuando el veneno de la herejía arriana contaminó no ya una pequeña
región, sino el mundo entero, hasta el punto de que casi todos los obispos latinos cedieron ante la
herejía, algunos obligados con violencia, otros sacerdotes reducidos y engañados. Una especie de
neblina ofuscó entonces sus mentes, y ya no podían distinguir, en medio de tanta confusión de ideas,
cuál era el camino seguro que debían seguir. Solamente el verdadero y fiel discípulo de Cristo, que
prefirió la antigua fe a la nueva perfidia no fue contaminado por aquella peste contagiosa”.

Por lo tanto, una cosa es la indefectibilidad de la Iglesia, y otra muy distinta la indefectibilidad de
todos y cada uno de los miembros de la Iglesia tomados separadamente o por grupos más o menos
numerosos.
La Santa Iglesia, cual Madre sabia, nos hace rezar en la Letanía de los Santos:

“Que te dignes conservar en tu santa religión al Sumo Pontífice y a todos los órdenes de la
jerarquía eclesiástica, te rogamos, óyenos”13.

¿Supondrá acaso la Santa Madre Iglesia que no goza de la indefectibilidad? Ciertamente que no, y
sin embargo... nos hace rezar de esta manera.
¿Qué hacer si el Sumo Pontífice se aparta de la verdadera fe? Sobre este tema volveremos al ver la 4ª
objeción.

2. “Tienen como norma remota a la «sola Traditio», y como norma próxima al libre examen,
o sea, lo que ellos mismos dicen que pertenece o no a la Tradición, aplicando el mismo principio
protestante del «libre examen» también a la Biblia y al Magisterio” (“Integrismo” pág. 37).

R: El gran teólogo de este siglo, el cardenal Luis Billot, S.J., en su obra De Immutabilitate
Traditionis Contra Modernam Haeresim Evolutionismi, ha establecido de manera clara y demostrada que
“La tradición aceptada en su sentido verdadero y católico es regla de fe”.

Para ello distingue entre objeto y regla de fe, y dice:

“El objeto es la verdad que debe ser creída. Regla formalmente en cuanto tal es lo que
contiene la verdad que debe creerse y a la cual es necesario que nosotros al creer nos adecuemos,
en la medida en que creamos lo que dentro de ella se nos propone para creer.
De donde las verdades predicadas por tradición -que podemos denominar tradición en
sentido objetivo- son un cierto objeto de fe. Por otra parte, la predicación eclesiástica misma, o su
tradición aceptada en sentido formal, es regla de fe.
No pareciera que deba admitirse lo que algunos dicen: que la tradición en sentido objetivo es
regla remota de la fe, pero próxima en sentido formal. Pues si se trata de la regla en cuanto es
formalmente regla, no conviene considerar lo que debe ser creído sino lo que dirige hacia lo que
debe creerse por medio de la proposición del objeto a creer. Y ésta es siempre la palabra misma
proferida oralmente o por escrito, sea en la Escritura o en la Tradición, entendida no en sentido
objetivo sino siempre en sentido formal”.

Más adelante se pregunta:

“¿Es regla remota o próxima? Pues digo: remota y próxima bajo una y otra consideración.
Y en verdad, incesantemente y perseverando a través del decurso de los siglos hasta
nosotros, esta predicación de la Iglesia es recibida de dos modos. Primero, en los anillos
13
―Ut domnum Apostolicum et omnes ecclesiasticos ordines in sancta religione conservare digneris, te rogamos, audi nos‖
62
intermedios de las edades precedentes, de quienes depende y mediante los cuales siempre se
continúa con la predicación de los primeros e inmediatos promulgadores del verbo revelado.
Después, de modo absoluto en cuanto tal, en cualquier lapso designado separadamente.
Así, pues, del primer modo la predicación eclesiástica es tradición bajo la estricta razón de
transmisión doctrinal revelada casi de mano en mano desde los apóstoles, o tradición que desciende
de la fuente repetidamente como por un continuo canal desde siglos, y así considerada no es más
que regla remota de la fe católica (...) Por lo cual hay que llegar a la predicación eclesiástica,
considerada no con la mayor amplitud en la coherente sucesión desde la revelación inicial sino
absolutamente en la práctica de su tiempo señalada antes. En este caso, por cierto, siempre existe la
tradición, en la medida en que transmite lo que explícita o implícitamente recibe de los mayores,
pero entonces ya es tradición bajo la precisa formalidad del magisterio autorizado que expone y
explica claramente lo que es necesario creer según la revelación que desciende de los apóstoles. Y
así también es regla de fe próxima e inmediata, que coincide con el magisterio infalible y siempre
vivo de la Iglesia Católica, en cuanto formalmente magisterio” (cap. 1).

Queda claro que no somos nosotros quienes decimos qué pertenece a la Tradición y qué no, sino el
Magisterio infalible y siempre vivo de la Iglesia, en cuanto formalmente magisterio.

San Pablo escribe con gran severidad a los Gálatas:

“Me maravillo de que tan pronto os apartéis del que os llamó por la gracia de Cristo, y os
paséis a otro Evangelio. Y no es que haya otro Evangelio, sino es que hay quienes os perturban y
pretenden pervertir el Evangelio de Cristo. Pero, aun cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo
os predicase un Evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema. Lo dijimos ya, y ahora
vuelvo a decirlo: Si alguno os predica un Evangelio distinto del que recibisteis, sea anatema” (Gál.
1: 6-9).

San Pablo les exige a los gálatas, y en ellos a todo católico, un discernimiento. Nadie culpará a San
Pablo de inducir a los fieles a practicar «el libre examen». Nadie culpará a San Pablo de pretender,
indebidamente, que la Tradición, activamente considerada, es norma próxima de la fe.

San Vicente de Lerins, comenta así este pasaje de la epístola a los Gálatas:

“¿Y por qué dice San Pablo «aun cuan-do nosotros mismos», y no dice «aunque yo mismo»?
Porque quiere decir que incluso si Pedro, o Andrés, o Juan, o el Colegio entero de los Apóstoles
anunciasen un Evangelio diferente del que os hemos anuncia-do, sea anatema. Tremendo rigor, con
el que, para afirmar la fidelidad a la fe primitiva, no se excluye ni a sí mismo ni a los otros Apóstoles
(...) Por consiguiente, anunciar a los cristianos alguna cosa diferente de la doctrina tradicional no
era, no es, no será nunca lícito; y siempre fue obligatorio y necesario, como lo es todavía ahora y lo
será siempre en el futuro, re-probar a quienes hacen bandera de una doctrina diferente de la
recibida.
Así las cosas, ¿habrá alguien tan osado que anuncie una doctrina diferente de la que es
anunciada por la Iglesia, o será tan frívolo que abrace otra fe diferente de la que ha recibido de la
Iglesia?” (Conmonitorio, 8 y 9).

3. “Están en conflicto con lo que desde siempre ha sido el corazón mismo de la Tradición,
que es el Primado del Papa” (“Integrismo”; págs. 37-38)

R: El Papa, al ser Vicario de Nuestro Señor Jesucristo, tiene como misión ser enteramente fiel a la
doctrina revelada por el Redentor, transmitir el depósito de la Fe.
Ciertamente el poder del Papa en la Iglesia es un poder supremo, mas no puede ser absoluto y sin
límites, por estar subordinado al poder divino, que se expresa en la Revelación (escrita u oral) y en las
definiciones ya promulgadas por el Magisterio eclesiástico.

63
El Papa Pío IX explicó esto:

“La opinión según la cual el Papa «en virtud de su infalibilidad es príncipe absolutísimo»,
supone un concepto totalmente erróneo sobre el dogma de la infalibilidad papal. Según lo ha
enunciado el Concilio Vaticano, con palabras nítidas y expresas, y es evidente por la misma
naturaleza de las cosas, dicha infalibilidad se restringe a la propiedad del supremo magisterio pa-
pal: este mismo coincide con el ámbito del magisterio infalible de la misma Iglesia, y está ligado a la
doctrina contenida en la Sagrada Escritura y en la Tradición, así como a las definiciones ya
emitidas por el magisterio eclesiástico” (Respuesta al canciller Otto Bismarck, Denzinger-
Schönmetzer 3116).

Así han de entenderse los adagios o sentencias que el padre Buela acumula en esta objeción. Por
ejemplo consideremos dos:
―Roma locuta causa finita‖. Justamente porque Roma habló, porque existen “definiciones ya
emitidas por el magisterio eclesiástico” es que no puede haber innovación respecto de la doctrina o del
culto. Roma ya se expidió sobre la libertad religiosa, el ecumenismo y la constitución monárquica de la
Iglesia. Roma ya condenó la herejía protestante sobre el Santo Sacrificio de la Misa y ya codificó el rito que
conserva invulnerable el sacrificio de nuestros altares.
El Papa San Gelasio I, en su carta Licet inter varias, del 28 de julio del 493, a Honorio, obispo de
Dalmacia, dice:

“Se nos ha, efectivamente, anunciado que en las regiones de Dalmacia han sembrado
algunos la cizaña, siempre renaciente, de la peste pelagiana y que tiene allí tanta fuerza su
blasfemia, que engañan a los más sencillos con la insinuación de su mortífera locura... [Pero], por
la gracia del Señor, ahí está la pura verdad de la fe católica, formada de las sentencias concordes
de todos los Padres... ¿Acaso nos es a nosotros lícito desatar lo que fue condenado por los
venerables Padres y volver a tratar los criminales dogmas por ellos arranca-dos? ¿Qué sentido
tiene, pues, que tomemos toda precaución porque ninguna perniciosa herejía, una vez que fue
rechazada, pretenda venir nuevamente a examen, si lo que de antiguo fue por nuestros mayores
conocido, discutido, refutado, nosotros nos empeñamos en restablecerlo? ¿No es así como nosotros
mismos -lo que Dios no quiera y lo que jamás sufrirá la Iglesia-proponemos a todos los enemigos de
la verdad el ejemplo para que se levanten contra nosotros? ¿Dónde está lo que está escrito: «No
traspases los términos de tus padres», y «Pregunta a tus padres y te lo anunciarán, a tus ancianos y
te lo contarán»? ¿Por qué, pues, vamos más allá de lo definido por los mayores o por qué no nos
bastan? (...) ¿Acaso somos más sabios que ellos o podremos mantenernos en sólida estabilidad, si
echamos por tierra lo que por ellos fue constituído?” (Dz. 161).

Si Roma hablase ahora haciendo uso del Magisterio infalible y siempre vivo de la Iglesia, en cuanto
formalmente magisterio, no seríamos nosotros los que estaríamos en conflicto con lo que desde siempre ha
sido el corazón mismo de la Tradición.
“Donde está Pedro, allí está la Iglesia”, nos dice el padre Buela, para dar a entender que, como
supuestamente no estamos con Pedro, tampoco estamos con la Iglesia.
Respondemos diciendo que este adagio ha de ser entendido de modo tal que: “allí está la Iglesia,
donde Pedro está en cuanto tal”.
En Antioquía, San Pablo estaba con San Pedro en cuanto Vicario de Jesucristo, puesto que adhería a
lo que San Pedro había definido respecto de la justificación en y por Jesucristo, y no por las prácticas
mosaicas. Mientras tanto, San Pedro se apartaba de lo que él mismo había definido.
¿Quién estaba con Pedro y con la Iglesia? ¿Quién andaba rectamente, conforme a la verdad del
Evangelio, y quién torcido? ¿Quién estaba en conflicto con el corazón de la Tradición?

Hace quince años, Monseñor Lefebvre respondió a esta objeción de la siguiente manera:

“Somos incriminados porque hemos elegido la supuesta vía de la desobediencia. Pero se


trataría de que nos entendamos precisamente sobre lo que es la vía de la desobediencia. Pienso que

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podemos en verdad decir que si hemos elegido la vía de la desobediencia aparente, hemos elegido la
vía de la obediencia real.
Entonces pienso que aquéllos que nos acusan han elegido, quizás, la vía de la obediencia
aparente, pero de la desobediencia real. Porque los que siguen la nueva vía, los que siguen las
novedades, los que se adhieren a unos principios nuevos, contrarios a los que nos fueran enseñados
en nuestro catecismo, contrarios a los que nos fueran enseñados por la Tradición, por todos los
Papas y por todos los Concilios, esos tales han elegido la vía de la desobediencia real.
Porque no se puede decir que se obedece hoy a la autoridad desobedeciendo a toda la
Tradición. La señal de nuestra obediencia es precisamente seguir la Tradición, ésa es la señal de
nuestra obediencia: «lesus Christus heri, hodie et in saecula»: Jesucristo ayer, hoy y por todos los
siglos.
No se puede separar a Nuestro Señor Jesucristo. No se puede decir que se obedece a
Jesucristo de hoy y que no se obedece a Jesucristo de ayer, porque entonces no se obedece a
Jesucristo de mañana. Esto es muy importante. Por ello no podemos decir: nosotros desobedecemos
al Papa de hoy y por ello mismo desobedecemos también a los de ayer. Nosotros obedecemos a los
de ayer, por consiguiente, obedecemos al de hoy y, por consiguiente, obedecemos a los de mañana.
Porque no es posible que los Papas no enseñen la misma cosa, no es posible que los Papas se
desdigan, que los Papas se contradigan.
Y es por ello que estamos persuadidos de que siendo fieles a todos los Papas de ayer, a todos
los Concilios de ayer, somos fieles al Papa de hoy, al Concilio de hoy y al Concilio de mañana y al
Papa de mañana. Una vez más: «lesus Christus heri, hodie et in saecula».
Y si hoy, por un misterio de la Providencia, un misterio que para nosotros es insondable,
incomprensible, estamos en una aparente desobediencia, realmente no estamos en la desobediencia,
estamos en la obediencia.
¿Por qué estamos en la obediencia? Porque creemos en nuestro Catecismo, porque tenemos
siempre el mismo Credo, el mismo Decálogo, la misma Misa, los mismos Sacramentos, la misma
oración: el Padrenuestro de ayer, de hoy y de mañana. He aquí por qué estamos en la obediencia y
no en la desobediencia.
Por el contrario, si estudiamos lo que se enseña hoy en la nueva religión, advertimos que
ellos ya no tienen la misma Fe, el mismo Credo, el mismo Decálogo, la misma Misa, los mismos
Sacramentos, ya no tienen el mismo Padrenuestro. Basta abrir los Catecismos de hoy para darse
cuenta de ello, basta leer los discursos que se pronuncian en nuestra época para dar-nos cuenta de
que aquéllos que nos acusan de estar en la desobediencia, son ellos quienes no siguen a los Papas,
son ellos quienes no siguen a los Concilios, son ellos quienes están en la desobediencia. Porque no
se tiene el derecho a cambiar nuestro Credo...” (Homilía en Poitiers, 2/9/1977).

4. “La fe de siempre solo se defiende con la fe de siempre. Que en una ocasión San Pablo
haya reprendido a San Pedro (Gál 2,11 ss.), no significa que todos se crean San Pablo, ni que se
viva en un estado permanente de reprensión y crítica a quien hace las veces de Pedro. «La primera
Sede no es juzgada por nadie» (...) El carácter iluminista de la sistemática crítica y actitud
contestataria al Papa se palpa por el recurso sistemático al llamado «incidente de Antioquía», pero
nunca se recuerda que en la misma carta San Pablo dice que subió a Jerusalén videre Petrum (Gal
1,18), y luego lo hizo por segunda vez para saber si no había corrido en vano (Gál 2,2)”
(“integrismo”; pág. 38).

R: Se nota bien que este incidente de Antioquía molesta. Que el mismo Papa, en la persona de San
Pedro, haya tenido que ser amonestado, ¡vaya dificultad! ¿Por qué habrá permitido Dios esta debilidad nada
menos que en el primer Papa? ¿Por qué habrá querido el Espíritu Santo que este incidente fuese referido en
la Sagrada Escritura? Si al menos fuese tradición...
Ciertamente hay que evitar el error de vivir en un estado permanente de reprensión y crítica a quien
hace las veces de Pedro. Pero también es necesario no caer en el error opuesto, es decir, no reprender nunca.

Santo Tomás comenta este pasaje y, entre otras cosas muy interesantes dice:

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“Habiendo peligro próximo para la fe, los prelados deben ser argüidos, inclusive
públicamente, por los súbditos. Así San Pablo, que era súbdito de San Pedro, le arguyó
públicamente” (S. Th., II-II, q. 33, a.4, ad 2; Comentario sobre la Epístola a los Gálatas, cap. II, lec.
III).

Por lo tanto, cada vez que Pedro se aparte de la verdad del Evangelio habrá que amonestarlo. Así
sucedió a lo largo de la Historia de la Iglesia: San Bruno se opuso al Papa Pascual II; San Hugo de Grenoble
y San Godofredo de Amiens enfrentaron al Papa Pascual II; San Norberto de Magdeburgo advirtió al Papa
Inocencio II... y la lista no termina aquí.

Recordemos la Bula Cum ex Apostolatus Officio del Papa Pablo IV. En su párrafo primero leemos:

“Nos, considerando tan grave y peligrosa esta realidad, al punto que el Roma-no Pontífice -
que en la tierra es Vicario de Dios y de Nuestro Señor Jesucristo y mantiene sobre pueblos y reinos
la plena potestad y a todos juzga, sin que nadie pueda juzgarlo en este mundo- si fuera sorprendido
en una desviación de la fe podría a su vez ser impugnado”14.
Este párrafo sobre el Papa es el que más sufre la rapiña de los intérpretes: cada uno se aferra al jirón
que le interesa y en general todos descuidan la comprensión de su totalidad.
Los papólatras detienen la lectura al enterarse de que “nadie puede juzgarlo en este mundo” y pasan
como sobre ascuas por el resto de la frase.
En cambio, quienes pretenden incluir al Papa electo entre los depuestos por la Bula de Pablo IV
subrayan la proposición consecutiva y subordinada condicional (“al punto que si el Sumo Pontífice (...] si
fuera sorprendido en una desviación de la fe podría a su vez ser impugnado”), dándole un valor absoluto,
sin precisar el significado de las palabras ni estudiar su relación con la proposición relativa intercalada, que
traducimos entre guiones.
El aspecto más importante para la interpretación de este pasaje es su obligada referencia a la
antiquísima tradición de los textos sobre la inmunidad judicial del Sumo Pontífice, que, partiendo de la
epístola de San Pablo a los Gálatas, culmina en el Código de Derecho Canónico con la sucinta fórmula del
canon 1556: “La Primera Sede no puede ser juzgada por nadie”, lo cual no quita que el Sumo Pontífice,
como lo fue San Pedro por San Pablo, “podría ser impugnado, si fuera sorprendido en una desviación de la
fe”.
En cuanto a la parte final de la objeción (“nunca se recuerda que en la misma carta San Pablo dice
que subió a Jerusalén videre Petrum (Gol 1,18), y luego lo hizo por segunda vez para saber si no había
corrido en vano (Gál 2,2)”) el padre Buela demuestra ―no conocer‖ la carta de San Pablo a los Gálatas.

En efecto, allí leemos:

“Porque os hago saber, hermanos, que el Evangelio predicado por mí no es de hombre. Pues
yo no lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo (...) Cuando plugo
al que me eligió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, para revelar en mí a su Hijo, a
fin de que yo le predicase entre los gentiles, desde aquel instante no consulté más con carne y
sangre; ni subí a Jerusalén, a los que eran apóstoles antes que yo; sino que me fui a Arabia, de
donde volví otra vez a Damasco. Después, al cabo de tres años, subí a Jerusalén para conversar con
Cejas, (videre Petrum) y estuve con 'él quince días (...) Más tarde, transcurridos catorce años, subí
otra vez a Jerusalén, con Bernabé, y llenando conmigo a Tito. Más subí a raíz de una revelación, y
les expuse, pero privadamente a los más autorizados, el Evangelio que predico entre los gentiles,
por no correr quizá o haber corrido en vano” (1: 11-24; 2: 1-2).

Como comentan San Jerónimo y Santo Tomás, San Pablo subió primero, no para instruirse, pues
tenía consigo al mismo Autor de la predicación, sino para cambiar ideas con el primero de los Apóstoles
(cfr. comentario de Santo Tomás a esta epístola).

14
―Nos considerantes rem huiusmodi adeo gravem et periculosse, ut Romanus Pontifex, qui Dei et Domini Nostri Iesu Christi
vices gerit in terris, et super gentes et regna plenitudinem obtinet potestatis, omnesque iudicat, a nemine in hoc saeculo
iudicandus, possit, si deprehendatur a fide devius, redargui‖.
66
La segunda vez se entrevista con los más autorizados, es decir San Pedro, Santiago y San Juan, por
no correr en vano. Fillion comenta:

“No es que San Pablo, instruido directamente por Nuestro Señor Jesucristo, sintiese la
menor duda acerca de lo que él llama su Evangelio. Pero los judaizantes le discutían su legitimidad,
y por eso él que-ría hacer zanjar la cuestión por los Apóstoles, a fin de mostrar que no había estado
en error, y de no comprometer el fruto de su predicación futura”.

5. “Cosa curiosa, ¿por qué no advierten que el derrumbe del comunismo en Europa Central
y del Este se debe en gran parte a Juan Pablo II?, ¿por qué ni una palabra de la gracia que le hizo
la Virgen de Fátima salvándole la vida el 13 de mayo de 1981?, ¿la Tradición no honró siempre a
los confesores de la fe?” (“integrismo”, pág. 38-39).

R: ¿También a esto debemos responder? ¿Acaso tendrán algo que ver el ecumenismo y la libertad
religiosa con esto? Veamos.
Respecto a la caída del comunismo lo primero que se debe decir es que no se puede atribuir
unívocamente un hecho político, existen causas concurrentes.
El padre Buela no sólo parece ignorar o des-conocer las causas segundas más altas e importantes que
están detrás de esta unificación del mundo (permitidas por la causa primera y última, ciertamente), sino que
también parece suponer que el nuevo orden mundial, al cual se ordena sin duda alguna el derrumbe del
comunismo, es bueno. Por lo tanto, atribuírselo al Papa en gran parte, equivale a hacer de él el campeón de
la fe en el siglo XX.

Recordemos lo dicho por el padre Castellani, citado más arriba:

“El orden más o menos imperfecto pero vigente de esta que llaman hoy la Civilización
Occidental atajó hasta hoy la inundación de la Iniquidad. Hoy vemos dos fuerzas universales
poderosísimas, Capitalismo y Comunismo, en la tarea de destruirla; aunque el Capitalismo diga que
su intención es defenderla; pues tiene la insensata pretensión de conservar sus frutos destruyendo su
raíz. Hoy día es un fin político lícito y muy vigente por cierto, la organización y unificación de las
comarcas del mundo en un solo Reino, que por ende se parecerá al Imperio Romano. Esta empresa
pertenece a Cristo; y es en el fondo la secular aspiración de la Humanidad; pero será anticipada
malamente y abortada por el Contracristo, ayudado del poder de Satán. Podemos ver el poder que
tienen actualmente (1963), en EE.UU. e Inglaterra sobre todo, los One-Worlders o partidarios de la
unificación del mundo bajo un solo Imperio. Propician la amalgama del Capitalismo y el
Comunismo, que será justamente la hazaña del Anticristo”.

Solamente dos citas más:

“Un mesianismo terrestre se ha derrumbado y la sed de una nueva justicia brota en el mundo. Se ha
levantado una gran esperanza, de libertad, de solidaridad, de responsabilidad, de espiritualidad. Todos
llaman a una nueva civilización, plena-mente humana, en esta hora privilegiada en que vivimos. Esta
inmensa esperanza de la humanidad no debe ser defraudada, todos debemos responder a las llamadas de
una nueva cultura humana” (palabras del Papa Juan Pablo II, L'Osservatore Romano, 13/1/1990).
“En la construcción del nuevo orden europeo y mundial, el diálogo entre las di-versas religiones es
muy importante, pero en primer lugar con nuestros «hermanos mayores» los judíos, cuya fe y cultura son un
elemento constitutivo del desarrollo y de la civilización europea” (Sínodo. Documento final. Declaración,
8. relaciones con lo judíos; L'Osservatore Romano, 16/12/1991).

Al cabo de una conferencia sobre el Nuevo Orden Mundial y su relación con la religión, nuestro
Superior de Distrito, el padre Xavier Beauvais, interrogó al conferenciante, el padre Alfredo Sáenz, S. J.,
respecto del hecho de omitir y silenciar la relación del ecumenismo y la libertad religiosa con este tema,
citándole precisamente estos textos. La respuesta pública (ante un grupo de unas quince personas, puesto

67
que no se permitieron preguntas al cabo de la disertación) fue muy jesuítica: se escabulló, perdiéndose entre
otros grupos más condescendientes.
En cuanto al atentado del 13 de mayo de 1981 y las circunstancias supuestamente milagrosas que lo
rodearon, no consta que el deseo de eliminar al Papa tenga por causa una razón de fe o de religión. Y aunque
así fuese, ¿legitima eso proseguir con la autodemolición de la Iglesia?
Ciertamente que la Tradición honró siempre a los confesores de la fe, aunque no siempre en vida de
ellos. ¿Qué dirá la Tradición sobre los últimos pontificados? Esperamos el juicio de la Tradición activa, del
Magisterio, y no nos adelantamos, como sí hace el padre Buela aplicando el principio protestante del «libre
examen».

6. “La prédica en contra del cumplimiento del precepto dominical, que manda la asistencia a
Misa los días domingos, lo cual es punto de contacto con los progresistas” (“Integrismo”, pág. 39-
40).

R: El Catecismo de San Pío X nos enseña que “el tercer mandamiento nos manda honrar a Dios con
obras de culto en los días de fiesta” [390]: “los domingos y otras festividades establecidas por la Iglesia”
[391]. Además nos dice que “el primer mandamiento de la Iglesia nos manda asistir con devoción a la
Santa Misa todos los domingos y fiestas de precepto, oyéndola desde el principio al fin” [477].

El Nuevo Catecismo [2180], citando al Nuevo Código de Derecho Canónico [cns. 1247-1248],
retoma esta doctrina.

El número 2183 transcribe el canon 1248 § 2:

“Cuando falta el ministro sagrado u otra causa grave hace imposible la participación en la
celebración eucarística, se recomienda vivamente que los fieles participen en la liturgia de la
palabra, si ésta se celebra en la iglesia parroquial o en otro lugar sagrado conforme a lo prescrito
por el Obispo diocesano, o permanezcan en oración durante el tiempo debido personal-mente, en
familia, o, si es oportuno, en grupos familiares”.

Por lo tanto, siempre hay obligación de santificar el domingo (porque es un mandamiento divino),
pero no siempre se puede cumplir con el precepto eclesiástico, que, como ley humana, tiene sus
excepciones.
Además, y que quede bien claro, el precepto eclesiástico nos manda “asistir con devoción a la Santa
Misa”. ¿Cuál Misa? Pues lógicamente, la Misa católica: “cumple el precepto de participar en la Misa quien
asiste a ella, dondequiera que se celebre en un rito católico” [canon 1248, § 1].

Aquí vemos la petición de principio del padre Buela:

“este problema [la prédica en contra del cumplimiento del precepto dominical] los lleva a
incurrir en la dificultad que hemos visto [la Re-forma del Misal Romano]”.

No, padre; usted comete un grave error de lógica. Son precisamente las serias dificultades doctri-
narias y canónicas respecto de la promulgación de la Nueva Misa, las que nos llevan a aconsejar a los fieles
a no asistir a esa Misa, incluso en domingo. Les decimos que deben cumplir con el precepto dominical, y
que para ello deben asistir a un culto católico. Ahora bien, la Nueva Misa, como ya hemos visto, no cumple
con esos requisitos. Esto es lo que ustedes no quieren ver.

Por eso monseñor Lefebvre ha dicho, y ustedes nunca lo citan:

“Se puede decir sin ninguna exageración que la mayoría de estas Misas son sacrílegas y que
disminuyen la fe, pervirtiéndola. La desacralización es tal que la Misa se expone a perder su
carácter sobrenatural, «su misterio de fe», para convertirse nada más que en un acto de religión
natural. Estas Misas nuevas no sólo no pueden ser motivo de una obligación para el precepto

68
dominical, sino que además con relación a ellas hay que seguir las reglas de la Teología Moral y del
Derecho Canónico, que son las de la prudencia sobrenatural con relación a la participación o a la
asistencia a una acción peligrosa para nuestra fe o eventualmente sacrílega” (Posición sobre la
Nueva Misa y el Papa, 8/11/1979).

¿Esto es progresismo?

Para ilustrar la respuesta obvia, vale la pena referir aquí un hecho concreto: el señor González y su
señora, padres de 10 hijos que van de los 2 a los 27 años, debían trasladarse a Neuquén. En un almuerzo de
familia, en presencia de sus hijos, consultó al padre Alberto Ezcurra sobre las dificultades que encontrarían
para asistir a la Santa Misa en una diócesis ideologizada y famosa por la orientación progresista de su clero.
El padre Ezcurra, que si bien no compartió nuestra postura siempre lo hizo con caballerosidad y honestidad
intelectual y mereció nuestro respeto, contestó: “Si no encuentran una Misa más o menos católica adonde
puedan asistir, vayan a la Misa de los «lefebvristas», que es válida”.
Una vez instalada en Neuquén, la familia González buscó sin resultados la Misa “más o menos
católica”. De visita al padre Ezcurra en Buenos Aires, durante la enfermedad que le llevó a su lamentada
desaparición, el señor González consultó nuevamente al padre y le expresó que él y su familia no podían
asistir a esas Misas. La respuesta dada fue esta: “No cabe ninguna duda. No pueden asistir a esas Misas,
porque es un atentado contra la fe. Pueden ir a la Misa de los «lefebvristas», que es válida”.
Estas respuestas tienen “mucha miga”; máxime cuando se sabe que los padres de la Fraternidad
Sacerdotal San Pío X visitan la zona del sur solamente una vez por mes.
¿Acaso el padre Ezcurra predicó en contra del cumplimiento del precepto dominical? ¿Acaso el
padre Ezcurra tenía puntos de contacto con los progresistas?
Ahora se comprende mejor por qué hemos dicho que el artículo incurre en un círculo vicioso: el
problema está en la Misa, no en el cumplimiento del precepto dominical.
Alguien podrá dudar de la veracidad de este hecho. La familia González, uno de cuyos hijos es en
estos momentos seminarista en el Seminario Nuestra Señora Corredentora de La Reja, está dispuesta a
testimoniar ante quien lo exija. Pero consideramos innecesario molestar a esta familia, puesto que del
almuerzo familiar tomaron parte también los padres Alfredo Sáenz y Carlos Biestro..., que en ningún
momento contradijeron al padre Ezcurra.
Ahora formulamos las mismas preguntas realizadas por la familia González al padre Buela y a los
sacerdotes del Instituto del Verbo Encamado. ¿Qué responden a esos padres de diez hijos?
¿Se puede asistir a una Misa que compromete nuestra fe? Sus seminaristas, cuando están de vaca-
ciones, ¿asisten a cualquier Misa, o tienen capillas escogidas? ¿Tienen autorización sus seminaristas para
asistir a las Misas Carismáticas?
Preguntamos: ¿pueden asistir sus seminaristas y los fieles que dependen de ustedes a una Misa
rezada por un sacerdote de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X? ¿Sí o no? ¿Por qué?
Padre Buela, esperamos una respuesta pública y sin rodeos.
Para terminar con este tema, podemos plantear una objeción legítima que se nos puede hacer: En una
Misa válida, pero que conduce poco a poco al protestantismo (como ustedes dicen), sin embargo se inmola
verdaderamente Nuestro Señor, renovando su Sacrificio. Por lo tanto esta inmolación es infinitamente
agradable al Padre. Luego, es algo bueno y se puede asistir y participar de esta Misa.
Respondemos distinguiendo. En primer lugar hay que repetir que no podemos participar de una
acción que compromete nuestra fe. El padre Ezcurra, que fue Profesor de Moral, conocía la doctrina y en
base a ella aconsejó a esta familia.
En segundo lugar debemos decir que: de parte de Nuestro Señor esa acción es un verdadero sacrificio
ofrecido voluntariamente y por su inmensa caridad. En ese sentido es agradable al Padre.
Pero de parte del rito en sí mismo, que viene de la herejía protestante y conduce a la herejía
protestante, es un pecado gravísimo.
Esta distinción la trae Santo Tomás al responder a una objeción sobre si fue conveniente que Jesús
padeciera de parte de los gentiles (S.Th., III, q. 47, a. 4, ad 2). Así como a nadie se le hubiese ocurrido
participar de la Crucifixión de Nuestro Señor para agradar al Padre con su Sacrificio; de la misma manera
hay que responder respecto de un rito que no agrada en sí al Padre, aunque el valor del Sacrificio de su Hijo
sea infinito. En una «misa negra» válida también hay sacrificio...

69
7. “El divisionismo reinante entre sus adherentes, ya que la Misa que celebra el Papa con el
99,9 % de los obispos del mundo es calificada con muy distinta valoración, y así dicen que es:
ilícita, o ambigua, o de dudosa validez, o inválida, o herética (protestante o semi-protestante), o
cismática, o sacrílega” (“Integrismo”, pág. 39-40).

R: Ante todo una aclaración de orden lógico: las proposiciones disyuntivas constituyen períodos
coordinados de dos o más oraciones, una de las cuales excluye a las demás. Por lo tanto, la Nueva Misa
puede ser sacrílega y, por lo mismo, ilícita; puede ser herética y de dudosa validez, o incluso válida sin dejar
de ser herética; etc.
Una segunda aclaración: no existe “la Misa que celebra el Papa con el 99,9 % de los obispos del
mundo”. Hay tantas Misas como obispos y sacerdotes. En una misma capilla, la Misa de 10 es distinta de la
de 11. Y esto los padres de San Rafael lo saben, pero lo callan.
Pero aquí no está el problema, y nos enfrentamos con otra petición de principio. Por un lado, el padre
Buela y los sacerdotes de San Rafael de Mendoza conocen muy bien cuál es la posición oficial de la
Fraternidad Sacerdotal San Pío X, incluso si se trata de la Misa papal dicha exactamente como lo manda el
Nuevo Misal Romano; pero, por otra parte, nunca refutan las objeciones que plantea (como lo hemos visto
en este trabajo); y, además, dicen que el problema que fundamenta esas objeciones es “el divisionismo
reinante entre sus adgerentes”.
Este divisionismo no “los lleva a incurrir en las dificultades que hemos visto”, sino que esas
dificultades, esas modificaciones doctrinales y litúrgicas son tantas y tan graves que inducen a los fieles a
calificar a esas Misas de muy diferente manera, porque, como es lógico, hay tantas calificaciones como
Misas. Y bien sabemos que hay Misas y Misas hoy en día en la Iglesia de Dios.
Cuando el cardenal Ratzinger habló en Chile, en julio de 1988, ¿se refirió a Misas rezadas por quién?
No dio nombres, no condenó a nadie, no suspendió a ningún obispo ni sacerdote.
En las Normas Generales del Misal Romano, que figura al principio de todos los misales reforma-
dos, en su capítulo II, bajo el título “Oraciones y otras partes que competen al sacerdote”, en los números
12 y 13, leemos:

“Las partes presidenciales, por su misma naturaleza, exigen ser pronunciadas en voz alta y
clara, y ser escuchadas con atención por todos (...) El sacerdote no sólo pronuncia oraciones como
presidente, en nombre de toda la comunidad, sino que también, algunas veces, lo hace en nombre
propio, a fin de desempeñar su ministerio con mayor atención y piedad. Estas oraciones se dicen en
secreto”.

Ahora bien, en la rúbrica que antecede a la fórmula de la “Narración de la institución y con-


sagración” [n. 55. d)] se dice que “las palabras de Nuestro Señor deben ser pronunciadas en voz alta y con
claridad (clara et aperte), como lo requiere la naturaleza de las misma palabras”.
Luego, no cabe duda que las palabras narratorias y consagratorias: son presidenciales; el sacerdote no
las dice en nombre propio; ni las pronuncia desempeñando su ministerio con mayor atención y piedad.
Padre Buela, usted y sus sacerdotes, ¿cómo pronuncian las palabras de la “narración de la
institución y consagración”?; ¿ustedes celebran la Misa exactamente como lo hace monseñor JL, o
monseñor CN, o monseñor AQ? ¿Cómo califican sus Misas? Pongan ustedes los nombres y respondan; pero
escojan bien los nombres y no nos obliguen a sustituir las iniciales y tengan que responder en serio, sin
escapatorias ni círculos viciosos.

8. “Nos parece también que hay error acerca de lo que es el Magisterio ordinario y su
interpretación, porque si el Papa se equivocó en la Constitución Apostólica Missale Romanum, en la
Constitución pastoral Gaudium et Spes, en la Declaración Dignitatis humanae, en la Nostrae
aetatis, etc., ¿por qué no pudo equivocarse Pío V en la Constitución Apostólica Quo primum, Pío IX
en la encíclica Quanta cura y en el Syllabus, Pío X en la Pascendi, Pío Xl en la Mortalium animos y
en la Quas Primas?” ("lntegrismo"; pág. 40).

70
R: El Concilio Vaticano II, como se sabe, quiso ser un Concilio Pastoral; no se propuso definir
verdad alguna como dogmática. Tenemos de ello varios testimonios:

- Discurso del Papa Pablo VI, 7/12/1965: “El Concilio no ha querido pronunciarse sobre
formas de sentencias dogmáticas extraordinarias”.
- Discurso del Papa Pablo VI, 12/1/1966: “El Concilio ha evitado dar solemnes definiciones
dogmáticas comprometiendo la infalibilidad del magisterio eclesiástico”.
- Discurso del Papa Pablo VI, 8/3/1967: “No ha querido dar nuevas definiciones
dogmáticas”.
La calificación teológica de la doctrina del Concilio fue dada por la misma Secretaría General
del Concilio en el curso de la 123ª congregación general, del 16 de noviembre de 1964, al exponer la
calificación de la Constitución Lumen Gentium. Dice así:
“Como salta a la vista, el texto del Concilio debe interpretarse siempre de acuerdo con las
normas generales de todos conocidas”.

En esta ocasión, la Comisión Doctrinal remitió a su Declaración del 6 de marzo de 1964, cuyo texto
expresa:

“Teniendo en cuenta la práctica conciliar y el fin pastoral del presente Concilio, este santo
Sínodo precisa que en la Iglesia solamente han de mantenerse como materias de fe o costumbres
aquellas cosas que él declare manifiestamente como tales.
Todo lo demás que el santo Sínodo propone, por ser doctrina del Magisterio supremo de la
Iglesia, debe ser recibido y aceptado por todos y cada uno de los fieles de acuerdo con la mente del
santo Sínodo, la cual se conoce bien por el tema tratado, bien por el tenor de la expresión verbal, de
acuerdo con las reglas de la interpretación teológica”.
Alocución del Papa Pablo VI, 19/11/1969: “Este rito, en sí mismo, no es una definición dogmática”

De este modo, debemos regresar a las objeciones 2ª y 3ª.

A modo de ejemplo, recordemos que el Papa Pablo VI debió modificar el famoso número 7 de la
Institutio Generalis, que contenía una verdadera herejía. Ya hemos hecho referencia a esto al tratar el tema
de la Nueva Misa. Se modificó el plano, pero el edificio fue construido conforme al plano original, es decir
herético.
Las medidas tomadas por los documentos del Magisterio anterior al Concilio Vaticano II no son
meramente disciplinarias, constituyen un cuerpo de doctrina que goza de la infalibilidad del Magisterio
Ordinario Universal, sin descartar que alguno de esos documentos (Quanta Cura, por ejemplo), muy
probablemente, goce de la infalibilidad ex cathedra.
Oponer a ese Magisterio infalible lo que San Pablo denomina “otro Evangelio” (y no es que haya
otro Evangelio, sino es que hay quienes os perturban y pretenden pervertir el Evangelio de Cristo) merece
la respuesta dada por el Apóstol.
Pero no se trata de “otro Evangelio”, sino del mismo que ha evolucionado..., dice la siguiente ob-
jeción:

9. “Pareciera también que se teme a la sana y homogénea evolución del dogma, como si le fe
y la Iglesia no fuesen un organismo vivo -y de vida sobrenatural- que, de suyo, tiende al desarrollo.
Se preguntaba San Vicente de Lerins: «Pero tal vez diga alguno: ¿luego no habrá en la Iglesia de
Cristo progreso alguno en la religión? Ciertamente que existe ese progreso y muy gran progreso...
Pero tiene que ser verdadero progreso en la fe, no alteración de la misma. Pues es propio del
progreso que algo crezca en sí mismo, mientras lo propio de la alteración es transformar una cosa
en otra» (Conmonitorium 23)” (“Integrismo” pág. 40).

R: Tenemos aquí otra flagrante petición de principio. Detrás de esta objeción subyace un razo-
namiento que, expresado en forma de silogismo, más o menos dice así:

71
Mayor: La sana y homogénea evolución es que una cosa crezca y progrese permaneciendo siempre
idéntica a sí misma, y no debe ser temida.
Menor: Ahora bien, la libertad religiosa, la colegialidad y el ecumenismo del Concilio son el re-
sultado de una evolución sana y homogénea.
Conclusión: Luego, la doctrina conciliar sobre esos temas es algo bueno y no debe ser temida.
Concedemos la Mayor; pero, basados en todo lo que hemos visto en la segunda parte de este trabajo,
negamos la Menor y, por lo mismo, negamos también la Conclusión.
El padre Buela acepta la menor sin refutar nuestras objeciones y dice que las mismas se fundan en
que tememos la sana y homogénea evolución del dogma.
Que pruebe primero que se trata de una verdadera evolución homogénea. Este tendría que haber sido
su trabajo; pero, como hemos visto, no estudió la cuestión y se pasó el partido “tirando la pelota afuera”, y
ahora, una vez terminado, sigue con la misma costumbre.

El Concilio Vaticano I declaró:

“La doctrina de la fe que Dios ha revelado, no ha sido propuesta como un hallazgo filosófico
que deba ser perfeccionado por los ingenios humanos, sino entregada a la Esposa de Cristo como un
de-pósito divino, para ser fielmente guardada e infaliblemente declarada. De ahí que también hay
que mantener perpetuamente aquel sentido de los sagrados dogmas que una vez declaró la santa
madre Iglesia y jamás hay que apartarse de ese sentido so pretexto y nombre de una más alta inteli-
gencia. «Crezca, pues, y mucho y poderosamente se adelante en quilates, la inteligencia, ciencia y
sabiduría de todos y de cada uno, ora de cada hombre particular, ora de toda la Iglesia universal,
de las edades y de los siglos; pero solamente en su propio género, es decir, en el mismo dogma, en el
mismo sentido, en la misma sentencia»” (Dz. 1800).

10. “¿Quién tiene autoridad, dada por Cristo, para decir que algo es o no de fe? ¿los que se
arrogan tal derecho o los sucesores de Pedro? Los que han estudiado el tema prueban que es el
Magisterio de la Iglesia el que hace explícito lo que estaba implícito” (“Integrismo”, págs. 40-41).

R: Otra petición de principio. Al analizar las dificultades, en la Parte II del artículo, en ningún
momento hemos visto que el padre Buela presentase la doctrina de la colegialidad, de la libertad religiosa y
del ecumenismo enseñada por el Concilio Vaticano II como un pasaje de lo implícito a lo explícito con
autoridad magisterial. ¿Por qué da a entender ahora que se trata de esto?
Además, respecto de la pregunta que formula, la respuesta es evidente: tiene autoridad, dada por
Cristo, para decir que algo es o no de fe el Romano Pontífice. Pero tampoco está aquí el problema, puesto
que una ininterrumpida serie de actos del Magisterio, extraordinario u ordinario universal, ha establecido lo
que se ha de creer con fe divino-católica respecto de estos temas.
Roma ya habló. ¿Es necesario volver a citar al cardenal Billot (obj. 2 ª), a San Pablo (obj. 2ª), a San
Vicente de Lerins (obj. 2ª), al Papa Pío IX (obj. 3s), al Papa San Gelasio I (obj. 3ª), al Concilio Vaticano I
(obj. 9ª)?

11. “La evolución accidental es imparable, ya que es obra del Espíritu Santo. Nos parece que
no es ninguna propuesta sabia considerar que todo se arreglaría volviendo al rito codificado en
época de San Pío V, que la Biblia sólo se leyera en latín, que el último catecismo católico fuera el
«Catecismo Romano»” (“Integrismo”, pág. 41).

R: Otra vez el círculo vicioso. Prueben primero que se trata de evolución accidental y no de verda-
dera transformación de los dogmas.
Mediten, al menos en lo dicho por los cardenales Ottaviani y Bacci:

“Como lo prueba suficientemente el examen crítico adjunto, el Nuevo Ordo Missae, si se


consideran los elementos nuevos, susceptibles de apreciaciones muy diversas, que aparecen
subentendidos o implicados, se aleja de manera impresionante, en conjunto como en detalle, de la

72
teología católica de la Santa Misa tal como fuera formulada en la XXIIª Sesión del Concilio de
Trento”.

Por supuesto que “no es sabio considerar que todo se arreglaría”:

- “volviendo al rito codificado en época de San Pío V”. No nos hemos opuesto a la verdadera
evolución homogénea operada en ese venerable Rito Romano: basta considerar las fiestas, prefacios, etc.
que los Sumos Pontífices han introducido como joyas preciosas en el cofre del Misal Romano y que pasaron
a formar parte del tesoro litúrgico de la Iglesia Romana.
“que la Biblia sólo se leyera en latín”. ¿Qué historias o fábulas le habrán contado a estos sacerdotes
sobre lo que ellos llaman "integrismo conservador"? ¿Realmente creen esto de nosotros, o simplemente son
bombas de humo para evitar que se den cuenta que están “tirando la pelota lejos para no jugar el partido”?
¡Ojalá que todos los jóvenes, y los no tan jóvenes también, que frecuentan nuestros Prioratos en
Hispanoamérica supieran bien el latín! También esto forma parte de la restauración de la Civilización
Cristiana. Pero no somos lo que el padre Buela cree o quiere hacer creer.

- “que el último catecismo católico fuera el «Catecismo Romano»”. ¡Por favor!, padre, no falte el
respeto a sus lectores tomándolos por mentecatos.
Si es necesario aclaramos que aceptamos el Catecismo de la Doctrina Cristiana del padre Astete, los
dos Catecismos (Mayor y Menor) de San Pío X, el Catecismo del Episcopado Argentino de los años treinta,
etc.... y, si nos apuran un poco... hasta el Catecismo para jóvenes del padre Buela...
Pero rechazamos la Biblia Latinoamericana, el Catecismo Holandés, el Catecismo del Episcopado
Canadiense, el Catecismo del Episcopado Francés y el Nuevo Catecismo Universal.
¿Recuerdan la famosa reunión de la Conferencia Episcopal Argentina, presidida por monseñor
Tortolo, en que se debatió sobre la Biblia adulterada de Fidel? ¿Cuál fue el resultado? ¿Qué dicen de ella?
¿Recuerdan el caso del famoso Catecismo de los herejes obispos holandeses? ¿Qué dijo Roma y en
qué quedó la cosa?
Evolución accidental... accidentes de la evolución...

12. “Subyacen, también algunos problemas de orden filosófico, como el considerar que post
hoc, ergo propter hoc (después de esto, luego es causado por esto). Y así la culpa de todos los males
que se puedan ver en la Iglesia y en el mundo se atribuyen al Concilio Vaticano II, de manera
parecida a como los «viejos católicos» se lo atribuían al Concilio Vaticano 1” (“Integrismo”, pág.
41).

R: Se puede caer en dos errores: - atribuirle todos los males al Concilio Vaticano II; - no atribuirle
ninguno.
Es cierto que no todo lo malo que pasa tiene su causa en 1963. Basta leer un par de libros para saber
que los enemigos declarados de la Civilización Cristiana están trabajando desde..., desde siempre, pero
especialmente desde el Humanismo, y muy particularmente desde la Revolución Francesa.
A mediados del siglo pasado forjaron un plan a largo plazo, cien años, para lograr tener un papa
formado según sus principios. Sus documentos secretos fueron descubiertos y el Papa Pío IX los mandó
publicar. Hubo iluministas que llegaron a soñar una revolución en capa y tiara y que todo cambiaría con
ocasión de un Concilio.
No, todos los males no son debidos al Concilio; en esto el padre Buela tiene razón. Nosotros hemos
denunciado y combatimos algunos. ¿Podría él señalar cuáles son debidos al Concilio? ¿O es que para ellos
no hay ninguno?
Es necesario decir que monseñor Lefebvre enfrenta los males del Concilio incluso antes de que
comiencen a producir sus efectos deletéreos de la fe católica. No es post hoc, como pretende el padre Buela,
que si ha leído los libros de monseñor Lefebvre, o no los entendió, o ha olvidado lo que leyó.
Uno de esos libros se llama, precisamente Acuso al Concilio, y contiene 17 textos de la época misma
del Concilio, en los que aborda ya los problemas que hoy vivimos. Monseñor Lefebvre previó estos efectos
in causa. ¿Quién le hizo caso?

73
Y no fue el único Padre conciliar que vio esto. En el Aula Conciliar, 450 obispos previeron estos
efectos. Entre los cuales había obispos argentinos, monseñor Tortolo uno de ellos.
Pero después, solamente dos obispos continua-ron decididamente el combate, juzgando al Con-cilio
en los efectos. La Historia de la Iglesia mencionará esto, para honor de ellos y vergüenza de los que los
censuraron y despreciaron.

13. “Asimismo toman pars pro toto (la parte por el todo) y así acumulan ejemplos individuales -que
si son reales son deplorables- y sacan, luego, leyes universales. La inducción tiene sus leyes”
(“Integrismo”, pág. 41).

R: Negamos simplemente esto. Es otro círculo vicioso. Hemos demostrado que nos referimos a los
textos mismos del Concilio y a la reforma en sí misma del Misal. No son hechos aislados, ni ejemplos
individuales.
Además, ¿qué significa “si son reales son deplorables”, sino justamente que para ellos no hay
ninguno real? Todo es invento de la pobre cabecita de esos integristas enfermizos.
Pero el que toma la parte por el todo es el padre Buela, pues parcializa y selecciona los textos que
cita para obtener un resultado que no corresponde a la realidad.

14. “Llama la atención que, al igual que los progresistas, caigan en flagrantes
incoherencias:

a) “En el folleto ¿Por qué la Misa tradicional en latín? ¿por qué no la nueva? afirman que
hay una profecía de San Alfonso María de Ligorio que dice que, debido a que la Santa Misa es la
mejor cosa de la Iglesia sobre la tierra, el demonio siempre ha tratado de privarnos de ella. Y todo
ese folleto se escribe, precisamente, para dar las «razones» por las cuales «en conciencia no
podemos asistir a la Nueva Misa»” (“Integrismo”, pág. 42).

R: Suponemos que el lector descubrió ya la táctica del padre Buela. Preferimos hablar de táctica (lo
cual implica detrás una inteligencia bien pensante), y no hablar de sofisma sustentado en una nueva petición
de principio (lo cual supone mal uso de la razón). En efecto, este razonamiento presupone que la Nueva
Misa, a la cual no se debe asistir, equivale a la mejor cosa de la Iglesia sobre la tierra.
Ya que el padre Buela no encuentra diferencia entre una y otra, ¿cuándo él y sus sacerdotes rezarán
una Misa según el Rito Romano íntegro?
Sobre lo de «razones», entre comillas, volveremos en la objeción d).

b) “Afirmar que son de dudosa validez las Misas del Papa, de los casi 4.000 obispos y de los
más de 400.000 sacerdotes, ¿quién habrá sobre la tierra que no se dé cuenta que es un enorme
disparate?” (“Integrismo”; pág. 42).

R: Se podría narrar la historia de la pérdida de la fe y posterior «conversión» al anglicanismo de


millones de ingleses sobre la base de esta misma pregunta: ¿quién habrá sobre la tierra que no se dé cuenta
que es un enorme disparate?

Cuando comprobaban sorprendidos que les cambiaban, paso a paso, poco a poco, la lengua litúrgica,
los altares por mesas, las oraciones de la Misa, los ritos de comunión y de los Sacramentos... se adormecían
con la preguntita: ¿quién habrá sobre la tierra que no se dé cuenta que es un enorme disparate pensar que
los sacerdotes, obispos y arzobispos del Reino nos estén cambiando la religión? Hoy son anglicanos...

¡Pero está el Papa y los casi 4.000 obispos de por medio!, ¿no ven que es un disparate?

Reconocemos que el hecho de estar el Papa de por medio complica las cosas..., pero, ¿dónde hubiese
ido a parar el pobre San Bernabé si no hubiese sido por San Pablo?: “Y los otros judíos incurrieron con él en
la misma hipocresía, tanto que hasta Bernabé se dejó arrastrar por la simulación de ellos” (Gál. 2: 13)
¡Otra vez con Antioquía!

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¿Qué hubiese sido de los Gálatas sin la admonición de San Pablo?:

“Pero, aun cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo os predicase un Evangelio distinto
del que os hemos anunciado, sea anatema”. “Quiere decir que incluso si Pedro, o Andrés, o Juan, o
el Colegio entero de los Apóstoles anunciasen un Evangelio diferente del que os hemos anunciado,
sea anatema” (San Vicente de Lerins).

Pero volvamos al texto del artículo: “Afirmar que son de dudosa validez las Misas del Papa, de los
casi 4.000 obispos y de los más de 400.000 sacerdotes”. ¿Usted está seguro, padre, de que monseñor
Lefebvre y los miembros de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X afirman esto?
Monseñor Lefebvre ha dicho: “Respecto a la Nueva Misa, destruyamos de inmediato esta idea
absurda: si la Nueva Misa es válida, luego se puede participar” (cf. cuando tratamos el tema de la Nueva
Misa).

c) ―«Nada más necesario para la supervivencia de la Iglesia Católica que el Santo Sacrificio
de la Misa; echar sombras sobre él equivale a sacudir los cimientos de la Iglesia» (Mons. Marcel
Lefebvre), pero él mismo, inconscientemente, echa sombras sobre la Misa y algunos que se declaran
sus discípulos hacen propaganda para apartar a la gente de la Misa‖ (“Integrismo”, pág. 42).

R: Otra vez el mismo sofisma: gato por liebre. ¿No se dan cuenta que hablamos de dos cosas
completamente distintas?

Ellos mismos aplican la distinción con las Misas que rezamos nosotros.

Pero, además, salvo que el padre Buela goce del don de la cardiognosis o no sepa interpretar un libro,
no se puede atribuir a monseñor Lefebvre el “echar sombras sobre la Misa [Nueva] inconscientemente”.
¡No!, monseñor Lefebvre era bien consciente de lo que decía y hacía.

d) “Estos tales no aman la Santa Misa, porque si la amasen, no ya 62 «razones» triviales,


pero ni 1.000 dudas bastarían para trabajar en alejar a los hombres de la Misa” (“Integrismo”,
pág. 42).

R: Círculo vicioso, ¿«“razones” triviales» las 62? Concedemos que algunas, aisladamente
consideradas, no tienen suficiente peso como para convencer a ciertos espíritus; pero su conjunto impone, al
menos, una seria reflexión; además, el padre Buela no refutó una sola, y entre esas 62 razones figuran:
Nº 18. Porque fueron seis ministros Protestantes los que colaboraron en la elaboración de la Nueva
Misa.
Nº 26. Porque la Nueva Misa fue elaborada de acuerdo con la definición Protestante de la Misa: ―La
Cena del Señor o la Misa es una congregación o asamblea del pueblo de Dios que se reúne bajo la
presidencia del sacerdote para celebrar la recordación del Señor‖.
Nº 4. Porque la Nueva Misa representa ―un alejamiento impresionante de la Teología Católica de la
Misa según fue formulada en la sesión XXIII del Concilio de Trento‖.
Nº 13. Porque la Nueva Misa presenta con vaguedad (al igual que los Protestantes) lo que debe ser
una diferencia precisa, nítida, entre el sacerdocio jerárquico y el sacerdocio común del pueblo.
Nº 21. Porque del estilo narrativo de la Consagración de la Nueva Misa se saca en consecuencia que
es solamente una recordación (según la tesis Protestante) y no lo que es, un verdadero sacrificio.
Nº 11. Porque la Nueva Misa no manifiesta fe en la Presencia Real de Nuestro Señor. La Misa
tradicional la manifiesta inequívocamente.
Nº 1. Porque la Nueva Misa, al no ser una Profesión de Fe Católica inequívoca, es ambigua y
Protestante.
Nº 20. Porque en la Nueva Misa se ha eliminado la suficiente teología Católica como para que los
Protestantes puedan, aun manteniendo su antipatía por la verdadera Iglesia Católica Romana, usar el texto de
la Nueva Misa sin dificultad. El Ministro Protestante Thurian declaró que uno de los frutos de la Nueva

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Misa ―...sería que las comunidades NO Católicas podrían celebrar la Cena del Señor usando las mismas
oraciones que la Iglesia Católica‖. (Si algún lector desea otros testimonios de protestantes sobre el Nuevo
Rito, podemos proporcionarle diez más). Lo que resulta baladí es calificar de triviales a estas razones, por
demás perentorias como para no aceptar esta Reforma.

e) “Un autor, criticando la «nueva» Misa, dice: «Mencionemos también la adopción de


fórmulas tomadas de Lutero: el agregado de que fue entregado por vosotros, la fórmula haced esto
en memoria mía». Supongamos que Lutero haya usado esas fórmulas, pero antes de él las usó Santo
Tomás (III, 78, 2, ad 9), y antes que Santo Tomás las usaron San Lucas (Lc. 22, 19) y San Pablo (1
Cor. 11, 24-25), y antes que San Pablo y San Lucas las usó Nuestro Señor Jesucristo, como consta
por los mismos San Lucas y San Pablo. O sea que según de Brienne el mismísimo Jesucristo usó
«fórmulas tomadas de Lutero»” (“Integrismo”; págs. 42-43).

R: Cualquiera que lea el artículo del señor de Brienne con atención comprenderá que “las fórmulas
tomadas de Lutero” no son las dos frases de Nuestro Señor, sino precisamente las nuevas fórmulas que
resultan del agregado de esas frases. Una cosa son las palabras y las frases que utilizó Jesucristo para
consagrar; otra cosa son las palabras y las frases que nos transmitieron los evangelistas y el Apóstol San
Pablo; otra cosa son las fórmulas de la Consagración del Rito Romano; y otra cosa, muy distinta a todas las
anteriores, son “las fórmulas de Lutero”.
Esto es lo que no quieren ver el padre Buela y sus sacerdotes. Recordemos que durante muchos años
(¿9?, ¿10?, poco importa) los Apóstoles y los primeros obispos y sacerdotes rezaron la Santa
Misa sin que existiera todavía por escrito ninguno de los cuatro Evangelios.
En el agregado de fórmulas evangélicas consiste lo que se denomina «biblismo», constituyente
importante de la «herejía antilitúrgica», y que, como enseña Don Guéranger, se compone de dos tiempos:
- en un primer movimiento reemplaza las fórmulas tradicionales, de estilo eclesiástico por textos de
la Sagrada Escritura.
Con esto alcanza dos objetivos: hacer callar la voz de la Tradición, y propagar y sustentar sus
―dogmas‖, poniendo de relieve los textos entresacados, que expresan parte de la verdad y ocultan la otra a
los ojos de los simples fieles.

Todos los herejes han preferido las Sagradas Escrituras a las definiciones y fórmulas eclesiásticas. Al
igual que la Liturgia, la Biblia es una espada de doble filo, que en manos de la Iglesia salva a los pueblos, y
en manos de la herejía los inmola sin piedad
- en un segundo movimiento, después de haber proclamado la necesidad de usar la Sagrada Escritura
y de haber cambiado los textos de la Tradición, fabrica e introduce fórmulas diversas, llenas de perfidia que
inducen al pueblo al error.
Vengamos ahora a los dos agregados (¡evangélicos, por cierto!) que hizo Lutero, a pesar de que el
padre Buela lo supone solamente; le cuesta admitir que celebra una Misa con viruela luterana.
El primer agregado es “que fue entregado por vosotros”, en la consagración del pan. Esto es inútil,
podría inducir a confusión sobre el momento en que se consuma el Sacrificio (como enseña Santo Tomás) y,
además, puro biblismo, a pesar de que el padre Alfredo Sáenz diga, retomando la razón dada por monseñor
Bugnini, que:

“Felizmente la reciente reforma litúrgica ha agregado estas últimas palabras que destacan el
valor sacrificial de la presencia real. Es una vuelta a la fórmula más antigua de San Hipólito y San
Ambrosio: «que es -o que será- destrozado por vosotros», en dependencia de la tradición eucarística
representada por Lucas 22,19: «que se entrega por vosotros» y el Apóstol: «que se da por vosotros»
(1 Cor. 11,24)” (El Santo Sacrificio de la Misa, Ediciones del Cruzamante, pág. 194).

Es necesario saber que el canon de San Hipólito (¿más antiguo que el Canon Romano?: en lo
esencial, no), es en realidad el canon del antipapa Hipólito en tiempos de su rebelión (217-235, durante los
Pontificados de San Calixto I y San Urbano 1), antes de su retractación y morir mártir. Ese canon jamás tuvo
cabida en la iglesia pontifical de Roma; en el Misal Romano reformado ha sido modelo para la plegaria
eucarística II, la más corta de todas.

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En cuanto a las Catequesis de San Ambrosio, son perfectamente católicas, pero como la fórmula se
presta a confusión sobre el momento en que se consuma el Sacrificio, la tradición de la iglesia de Roma, no
la conservó, si es que en algún tiempo la incluyó en el Canon.
Por eso, y desde el punto de vista más teológico, Santo Tomás S.Th., III, q. 78, a. 3, ad 2 et ad 7)
dice:
“La sangre consagrada por separado representa expresamente la pasión de Cristo, por eso
más bien se hace en la consagración de la sangre mención del efecto de la pasión, que en la
consagración del cuerpo, que es el sujeto de la pasión. Lo que también se designa en esto que dice el
Señor que será entregado por vosotros, como si dijese que por vosotros será sometido a la pasión”.

El segundo agregado, “haced esto en memoria mía”, tiene otras connotaciones, además de ser
biblismo.
Ante todo demos el texto latino de ambos mi-sales. En el Misal Romano codificado por San Pío V se
lee:
“Haec quotiescumque feceritis, in mei memoriam facietis”.

Esta fórmula, recogida por la Tradición, debe decirla el sacerdote separadamente de la fórmula
consagratoria, mientras deposita el cáliz y hace la primera genuflexión.

En el Misal Romano del Papa Pablo VI leemos: “Hoc facite in meam commemorationem”.

Esta fórmula la encontramos en San Lucas y San Pablo. En este Misal está incluida en la fórmula que
encierra las palabras consagratorias, y el sacerdote debe decirla antes de elevar el cáliz.
¿Es el mismo el sentido de ambas fórmulas? En caso de que fuera el mismo, el cambio luterano
implicaría solamente biblismo.

¿Cómo entendía la Iglesia la fórmula tradicional?

Don Guéranger, en su precioso librito Explication des prières et des cérémonies de la Messe
(Association Saint Jérôme, págs. 131-132), nos enseña:

“A las palabras de la consagración el sacerdote, deponiendo el cáliz sobre el corporal,


agrega estas palabras Haec quotiescumque feceritis, in mei memoriam facietis. Nuestro Señor, al
decir estas últimas palabras a sus apóstoles, les daba, y en su persona a todos los sacerdotes, el
poder de hacer eso que El mismo acababa de hacer, es decir, de inmolar”.

Y el autor anónimo del libro La Santa Misa (Neblí, Ediciones Rialp, págs. 293-294), explica así:

“He aquí el poder que da Jesucristo para perpetuar esta oblación del sacrificio único de la
cruz. Cuantas veces hiciereis esto, cuantas veces sea conveniente ejercer el poder inmenso que os he
confiado de hacer lo que he hecho, de bendecir como he bendecido, de dar gracias como las he
dado, lo haréis, hacedlo, haced esto; no hagáis la memoria, el recuerdo de esta Cena, sino como yo,
tomad el pan y el cáliz en mi potestad y en mi nombre, consagrad la substancia de estos elementos
materiales en la de mi cuerpo y sangre; dadla como yo os la he dado, distribuidla como yo os la he
distribuido: lo haréis, cuantas veces lo hiciereis, en memoria mía para renovar el recuerdo del amor
inmenso que me ha hecho dar mi vida por los hombres y para solemnizar todos los misterios que la
divina Eucaristía encierra”.

El padre Alfredo Sáenz sólo dice:

“El relato termina con la frase que ordena reiterar el acto eucarístico y está tomada de San Pablo
(cf. 1 Cor. 11,25), incluyéndose, con esta o parecida forma, en casi todos los formularios litúrgicos” (pág.
198).

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Ahora bien, ¿es puro biblismo o hay algo más? Los cardenales Ottaviani y Bacci han visto en este
cambio “un alejamiento de modo impresionante, en el detalle, de la teología católica de la Santa Misa, cual
fue formulada en la XXIIª Sesión del Concilio de Trento”.

¿Por qué? El Breve examen crítico, que ellos presentaron al Papa Pablo VI, dice:

“La anamnesis («Cuantas veces hiciereis estas cosas, las haréis en memoria mía»), que en
griego se dice así: «eis tén emoú anámnesin». La anamnesis en el Canon Romano se refería a Cristo
operante en acto, pero no a la mera memoria de Cristo o de un mero acontecimiento; se nos
mandaba recordar lo que El mismo hizo («... estas cosas,... haréis en memoria mía») y el modo
cómo El las hizo, pero no únicamente su persona o su cena.
En cambio, la fórmula paulina («Haced esto en conmemoración mía»), que en el Novus Ordo
reemplaza a la fórmula antigua -repetida todos los días en las lenguas vernáculas- cambiará
irreparablemente la fuerza misma del significado en las mentes de los oyentes, de modo tal que la
memoria de Cristo, que debe ser el principio de la acción eucarística, parezca convertirse en el
término único de esta acción o rito. O sea, la «conmemoración», que cierra la fórmula de la
consagración, ocupará poco a poco el lugar de la «acción sacramental».
La «acción sacramental» instituida por Cristo es presentada en este Novus Ordo como
producida cuando Cristo dio a sus Apóstoles su Cuerpo y Sangre bajo las especies del pan y del
vino, «para que comieran»; y no en la acción misma de la doble consagración y en la separación
mística del Cuerpo y Sangre, que se produce por esa misma consagración: en lo cual se tiene la
esencia del Sacrificio Eucarístico”.

Así entendido el artículo del señor de Brienne, se comprende también la respuesta de Santo Tomás.
La objeción 9ª del artículo 3º, dice:

“Las palabras por las cuales se consagra este sacramento reciben su eficacia de la
institución de Cristo. Pero ningún Evangelista refiere que Cristo hubiese dicho todas estas palabras.
Luego, ésta no es la forma conveniente de la consagración del vino”.

Y Santo Tomás responde:

“Los evangelistas no pretendían indicar las formas de los sacramentos que en la primitiva
Iglesia convenía que estuvieran ocultas. Sino que pretendían referir la historia de Cristo. Y sin
embargo casi todas estas palabras pueden hallarse en diversos pasajes de la Escritura (...) Y en
cuanto a las que se añaden «eterna» y además «misterio de fe», se tienen por la tradición del Señor,
que ha llegado a la Iglesia por medio de los Apóstoles, según aquello: «yo recibí del Señor lo que
también os enseñé a vosotros»”.

Interesante, ¿no? Por un lado no se puede inferir de lo afirmado por el señor de Brienne que “el
mismísimo Jesucristo usó «fórmulas tomadas de Lutero»”, porque él se refiere a las fórmulas de la
consagración (la forma del Sacramento) y no a los pasajes evangélicos, que ciertamente están, y permiten a
Lutero y a monseñor Bugnini introducirlos en el Canon, creando nuevas fórmulas.
Por otro lado, aquello que ciertamente dijo Nuestro Señor y llegó a la Iglesia por Tradición...
desapareció de la fórmula luterana. Qué cosa rara, ¿no? Vayamos a la próxima objeción, que nos aclarará un
poco más este misterio... de iniquidad:

f) “El mismo autor critica una supuesta «ambigüedad»: el que los fieles aclamen
Anunciamos tu muerte, Señor... hasta que vengas en el preciso momento en que Cristo viene al
altar y está sustancialmente presente. Si esto es así, el mismo San Pablo cayó en esta «ambigüedad»,
ya que es él quien, luego del relato de la institución de la Eucaristía, recuerda a los cristianos de
Corinto que cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor hasta
que venga (1 Cor. 11, 26)” (“lntegrismo”, pág. 43).

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R: Primero hay que decir que la aclamación asignada al pueblo es una respuesta al mysterium fidei,
que han suprimido de la fórmula de consagración y que, según Santo Tomás, “se tiene por la tradición del
Señor, que ha llegado a la Iglesia por medio de los Apóstoles”.
Por otra parte, esto es señalado por el artículo del señor de Brienne y el padre Buela lo ha silenciado.
En efecto, en el lugar señalado leemos:

“Las palabras «mysterium fidei» han sido desplazadas y ya no se refieren a la Consagración


sino a la Pasión. La aclamación atribuida a los fieles agrega una ambigüedad: ¿cuál es el
significado de la fórmula «Anunciamos tu muerte, Señor... hasta que vengas», en el preciso momento
en que Cristo viene al altar y está sustancialmente presente?”

Para reforzar el argumento del señor de Brienne, señalemos que la primera fórmula proporcionada
por el Nuevo Misal para la respuesta de los fieles dice:

“Anunciamos tu Muerte, proclamamos tu Resurreción. ¡Ven, Señor Jesús!”.

Suponemos que el padre Buela dirá que esta exclamación está en el Apocalipsis (22: 20), pero no
creemos que pretenda darle otro significado que el escatológico.
Además, si el padre Buela hubiese leído atentamente, al menos una vez en su vida, el Breve examen
crítico, hubiese reparado en la nota número 16:

“No se diga, según el modo de proceder de los protestantes -como nadie ignora- en su
método crítico, que estas palabras pertenecen al mismo texto de la Sagrada Escritura. Pues la
Iglesia siempre evitó el yuxtaponer estos textos, de manera de disipar toda confusión entre las
diversas cosas y verdades que estos textos expresan”.

Expliquemos un poco esto. No hay que pensar que cuando San Pablo escribía a los Corintios (I Cor.
11: 23 ss.) tenía ante sí pan y vino y pronunciaba, con intención de consagrar, las fórmulas que transmitía y
enseñaba a sus discípulos. Solamente estaba explicando que, al pronunciar esas fórmulas de la Institución de
la Eucaristía, tal como las recibió del Señor, se anuncia la muerte del Señor, es decir, se renueva su
Sacrificio hasta que El venga por segunda vez, esto es, durante todo el tiempo que falta hasta la
consumación de los siglos (cf. el comentario de Santo Tomás a este pasaje).
San Pablo no tiene ante sí el Santísimo Sacramento, pero sí los fieles cuando asisten a la Santa Misa.
Por lo tanto, la exclamación “Anunciamos tu Muerte, proclamamos tu Resurreción. ¡Ven, Señor Jesús!”
(menos evidente, concedemos, si se adopta la versión inspirada en San Pablo: “Cada vez que comemos de
este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu Muerte, Señor, hasta que vuelvas”), justo en el momento en
que Jesús acaba de hacerse presente sobre el altar, es un evidente atentado, y no el menor, contra la fe en la
Presencia Verdadera, Real y Substancial de Nuestro Señor bajo las especies eucarísticas.

Esto es, precisamente lo que señala el artículo del señor de Brienne:

“Las palabras «mysterium fidei» han sido desplazadas y ya no se refieren a la Consagración


sino a la Pasión. La aclamación atribuida a los fieles agrega una ambigüedad”.

Esto es lo que el padre Buela ocultó de ese artículo (y no es lo único) y a lo cual debe responder.
Ahora dos preguntas: ¿cuál de las dos fórmulas más conocidas (porque son tres) utilizan los fieles que
asisten a las Misas de los padres del Instituto del Verbo Encarnado, la primera o la segunda? ¿Qué piensan
estos sacerdotes de la exclamación: "Anunciamos tu Muerte, proclamamos tu Resurrección. ¡Ven, Señor
Jesús!"?

g) “¿No es incoherencia afirmar que se debe tener siempre como punto de referencia a Santo
Tomás, diciendo que «Santo Tomás no será jamás sobrepuesto por ninguna ciencia... (nuestros
seminaristas) consolidan su fe a la luz del tomismo» (Mons. Lefebvre) y dudar de la validez de la

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Misa con el nuevo rito por falta de fe de los ministros, en contra de la clarísima sentencia de Santo
Tomás?” (“Integrismo”, pág. 43).

R: “Dudar de la validez de la Misa con el nuevo rito por falta de fe de los ministros”. Atribuir a
monseñor Lefebvre esta frase es faltar a la verdad.
Exigimos al padre Buela que se retracte y que, conforme a lo que hemos aclarado en PRIMERA
PARTE, 1., B.-, 2), aclare él a su vez a sus lectores.

Recordamos que el texto de monseñor Lefebvre en cuestión dice así:

“Todos esos cambios del nuevo rito son verdaderamente peligrosos porque poco a poco,
sobre todo los sacerdotes jóvenes, que ya no tienen idea del Sacrificio, de la presencia real, de la
transubstanciación y para los cuales todo eso ya no significa nada, repito, los sacerdotes jóvenes
pierden la intención de hacer lo que la Iglesia y ya no dicen misas válidas”.

Monseñor Lefebvre no habla de la necesidad de la fe en el ministro, sino de la falta de intención en


los jóvenes sacerdotes como consecuencia de una, si se quiere, pérdida de la fe debida a los cambios.
¿Por qué decir “dudar de la validez de la Misa”, cuando monseñor Lefebvre habla de “misas”? ¿Por
qué se quiere pervertir la posición de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X sobre la Nueva Misa? ¿No es esto
tomar la parte por el todo?

h) “Por defender el primado del Papa se ponen contra la colegialidad, pero al mismo tiempo
rebajan la autoridad del Papa reduciendo su Magisterio no sólo al nivel de las meras opiniones,
sino no teniéndolas en cuenta. Así dice el P. Franz Schmidberger, Superior General de la
Fraternidad Sacerdotal San Pío X, en carta del 6 de enero de 1992: «Usted sabe mejor que nadie
que todos los miembros de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X confiesan no solamente la fe
católica en toda su integridad, sino que también mantienen una adhesión sin fallas a la Sede
Apostólica», pero párrafos más abajo: «Que las autoridades romanas y episcopales confiesen
nuevamente los principios contenidos en los actos del Magisterio mencionados más arriba, y
reprueben los errores que esos documentos condenan, entonces la aparente ruptura cesará por sí
misma». La «adhesión sin fallas» es si «las autoridades romanas» hacen lo que ellos quieren”
(“Integrismo”, pág. 43-44).

R: No pretendemos que las autoridades romanas hagan lo que nosotros queremos, sino simplemente
que cumplan con su misión.
Nuestra adhesión es sin fallas a San Pedro, a San Juan, a Santiago, a San Pablo, a un Ángel del cielo,
si ellos nos predican un Evangelio conforme al que hemos recibido.
En la medida en que la autoridad, sea quien sea, usa del poder que recibió para predicamos un
Evangelio distinto al que nos fue predicado, en esa misma medida resistimos legítimamente.
San Roberto Bellarmino enseña que “Así como es lícito resistir al Pontífice que agrede al cuerpo,
así también es lícito resistir al que agrede las almas, o que perturba el orden civil, o, sobre todo, a aquél
que tratase de destruir a la Iglesia” (De Rom. Pont., lib II, c. 29). De la misma manera, monseñor Lefebvre
pudo expresar:
“Estoy dispuesto a hacer, decir y admitir todo lo que quieran las autoridades ro-manas,
desde el Papa hasta el último secretario de congregación, a condición que ellos no nos quiten la fe.
No me hagáis cambiar aquello que el Concilio de Trento definió. No me hagáis cambiar mi Credo.
No me hagáis cambiar lo que es esencial en los sacramentos” (Un obispo habla, pág. 162).

i) ¿No es incoherencia afirmar. «Pensamos que cuando el Apóstol Pablo dirigió reproches a
San Pedro, lo hizo guardando y aún manifestando hacia el jefe de la Iglesia el afecto y el respeto
debidos... ello no nos autoriza a despreciar al sucesor de Pedro», y luego concebir y alentar bajo su
inspiración dibujos irrespetuosos y caricaturescas del Papa? (cf. Credidimus caritati, n. 11/12)”
(“integrismo”, pág. 44).

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R: Realmente habría incoherencia si los dibujos del Papa no guardasen el afecto y el respeto debidos,
o si ellos despreciasen al sucesor de Pedro; en una palabra, si los dibujos fuesen realmente irrespetuosos y
caricaturescos.
Ahora bien, esos dibujos no son caricaturescos. Basta conocer la definición de caricatura y contem-
plar los dibujos (a simple vista o detenidamente) para darse cuenta que no hay tal cosa.
El diccionario define la caricatura como «figura ridícula en que se deforman las facciones y el
aspecto de una persona. Obra de arte en que se ridiculiza a una persona o cosa».
Le solicitamos al padre Buela que en el próximo número de su revista publique los dibujos, se-
ñalando cuáles son las facciones del Papa que han sido deformadas.
Ni siquiera es ridiculizado el acto mismo de la detestable reunión de Asís. Todo guarda una gran
proporción y responde perfectamente a la realidad espiritual del acontecimiento.
Tampoco esos dibujos son irrespetuosos. Los mismos fueron entregados en mano al Nuncio
Apostólico para que fuesen remitidos al Papa, acompañados de esta corta carta:

“Santísimo Padre, tenga la bondad de meditar estas imágenes, puesto que está sordo a los
llamados angustiados que le hemos dirigido filialmente.
Dígnese, al menos, no faltar pública y gravemente al primer mandamiento de Dios; ¡la
salvación de su alma está en juego!
Predique a Jesucristo, como los Apóstoles, incluso al precio de sus vidas. Es el deseo
ferviente y filial de aquellos que siguen siendo católicos”.

Desde San Pablo a monseñor Lefebvre, podríamos dar una larga lista de santos canonizados y de
varones y mujeres de coraje católico que, en términos mucho más duros, se han dirigido a San Pedro o sus
sucesores para recordarles con amor y dolor filial sus deberes y advertirles con angustia sobre el peligro de
su condenación eterna.
Lo que duele a sacerdotes como el padre Buela no es la supuesta falta de respeto al Sumo Pontífice,
sino la realidad que los dibujos gritan: en Asís no hubo lugar para Nuestro Señor Jesucristo y su Santísima
Madre; pues bien, en el cielo no habrá lugar para los que violan el primer mandamiento de la ley de Dios.
Como dijo monseñor Lefebvre: “Es un pequeño catecismo en imágenes, destinado a ser meditado”. En
cuanto a los sacerdotes de San Rafael de Mendoza y los fieles que se benefician de su apostolado: ¿cuándo
han escrito una palabra en contra de los actos abominables como los de Asís, Bruselas, Milán? ¿Qué dicen,
en particular, del hecho que la imagen de buda haya sido colocada sobre el Sagrario de la iglesia de San
Pedro de Asís, mientras la lamparilla roja indicaba que, aparentemente, el Santísimo Sacramento estaba pre-
sente? ¿Qué han hecho en junio de 1992, cuando la catedral de Buenos Aires fue profanada por la visita del
Dalai Lama y una ceremonia execrable se desarrolló en su interior? Este silencio vuestro, al menos, es
coherente...

j) “¿No es incoherencia culpar al Card. Ratzinger por considerar la Gaudium et Spes como
el anti-Syllabus, o sea contraponer un documento del Magisterio reciente a uno antiguo, pero al
mismo tiempo contraponen documentos del Magisterio antiguo a documentos del Magisterio
reciente? ¿No es lo mismo?” (“lntegrismo”, pág. 44).

R: Nos alegramos de que el padre Buela no oculte este texto del cardenal Ratzinger. Es más nos
sorprende que lo ponga al descubierto.
Pero nos asombra (aunque a esta altura ya nada debería asombramos) que con toda naturalidad de a
entender que es perfectamente normal contraponer un documento del Magisterio reciente a uno antiguo. Si
se tratase de un documento disciplinar contra otro disciplinar, lo entenderíamos; e incluso en esto la Iglesia
en su Derecho es muy precisa sobre la revocación de las leyes anteriores.
Nuestro asombro crece cuando consideramos en su integridad el pensamiento cardenalicio respecto
del documento Gaudium et Spes, tal como aparece en su libro Los principios de la teología católica (Téqui,
París, 1985):

“A partir de él [Hegel], ser y tiempo se compenetran de más en más en el pensamiento filosófico. El


ser responde de ahora en más a la noción de tiempo (...) la verdad llega a ser función del tiempo; lo

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verdadero no lo es pura y simplemente, y lo es por un tiempo, puesto que el tiempo pertenece al devenir de
la verdad, la cual es en cuanto deviene” [pág, 14] “Si se busca un diagnóstico global del texto [Gaudium et
Spes], se puede decir que es (junto con los textos sobre la libertad religiosa y sobre las religiones del
mundo) una revisión del Syllabus de Pío IX, una especie de contra-Syllabus” [pág. 426] “Es suficiente que
nos contentemos con comprobar que el texto juega el papel de un contra-Syllabus en la medida que
representa una tentativa para la reconciliación oficial de la Iglesia con el mundo tal como ha llegado a ser
después de 1789” [pág. 427] “El deber, entonces, no es la supresión del Concilio, sino el descubrimiento
del Concilio real y la profundización de su verdadera voluntad. Esto implica que no puede haber retorno al
Syllabus, el cual bien pudo ser un primer jalón en la confrontación con el liberalismo y el marxismo
naciente, pero no puede ser la última palabra” [pág. 437].

Estas palabras manifiestan con claridad meridiana que, como dijo monseñor Lefebvre:

“Es falso que el Concilio Vaticano II ha desarrollado y no alterado la doctrina de la Iglesia; es falso
que desarrolla una doctrina en la continuidad”.

León XIII, en la Encíclica Immortale Dei, refiriéndose al Syllabus de su antecesor Pío IX escribió:

“Pío IX, siempre que se le presentó la oportunidad, condenó muchos de los errores que
mayor influjo comenzaban a ejercer, mandando más tarde reunir en un catálogo (el Syllabus), a fin
de que, en tal diluvio de errores, los católicos tuviesen a qué atenerse sin peligro de equivocarse”.

Por lo tanto, releyendo y meditando el Syllabus, respondemos a la pregunta final del padre Buela,
¿No es lo mismo?, con un ¡NO! rotundo.

k) “Están contra el ecumenismo porque reconocería a todas las religiones como verdaderas,
pero ellos, en distintos niveles y grados, hacen su propia religión. Algunos con la no obediencia al
Papa «conciliarista» o «ecumenista», otros diciendo que ha perdido el pontificado, otros afirman
que aunque es hereje sigue siendo Papa, otros que debe ser declarado depuesto, otros que se depone
al hacerse manifiesta su herejía, etc.” (“Integrismo”, págs. 44-45).

R: Por favor, padre Buela, de a conocer públicamente la posición oficial de la Fraternidad Sacerdotal
San Pío X, que, en cuanto a doctrina y culto, enseña y practica lo que la Iglesia siempre, en todas partes y
por todos ha enseñado y practicado.
Y esto no es hacer su propia religión. Hay aquí otro círculo vicioso. Ya que nos ha mencionado por
lo menos 31 veces, diga claramente cuál es nuestra posición y no confunda a sus lectores.

l) “Asimismo están contra la libertad religiosa, pero se toman toda la libertad que quieren en
materia religiosa” (“Integrismo”; pág. 45).

R: “La libertad, no sólo de los particulares, sino de la comunidad y sociedad humana, no tiene
absolutamente otra norma y regla que la ley eterna de Dios; y, si ha de tener nombre verdadero de libertad
en la sociedad misma, no ha de consistir en hacer lo que a cada uno se le antoja, de donde resultaría
grandísima confusión y turbulencias, opresoras al cabo de la sociedad; sino en que, por medio de las leyes
civiles, pueda cada uno fácilmente vivir según los mandamientos de la ley eterna.
Y la libertad, en los que gobiernan, no está en que puedan mandar temeraria y antojadizamente,
cosa no menos perversa que dañosa en sumo grado a la sociedad, antes bien, toda la fuerza de las leyes hu-
manas ha de estar en que se las vea dimanar de la eterna, y no sancionar cosa alguna que no se contenga
en ésta como en principio universal de todo derecho.
Sapientísimamente dijo San Agustín: «Creo, al mismo tiempo, que tú conoces que no se encuentra en
aquella ley temporal nada justo y legítimo que no lo hayan tomado los hombres de esta ley eterna». De
modo que, si por cualquiera autoridad se estableciera algo que se aparta de la recta razón y sea pernicioso
a la sociedad, ninguna fuerza de ley tendría, puesto que no sería norma de justicia, y apartaría a los
hombres del bien para que está ordenada la sociedad”.

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Estas palabras de León XIII en su Encíclica Libertas sirvan como respuesta para cuando lo que está
en juego no es ya la sociedad civil, sino la eclesiástica, y para cuando la ley no aparta de la recta razón, sino
de la fe.

15. “Por último, creo que es de señalar que no es la actitud meramente conservadora la que
se opone frontalmente al progresismo. Siempre la actitud meramente reaccionaria es de poco vuelo,
y, por caer en falsa dialéctica, finalmente, desarrolla al que dice combatir, cayendo muchas veces en
sus mismos planteos. La actitud conservadora se opone al progresismo como lo contrario, que
«están en el mismo género». Lo que se opone al progresismo como lo contradictorio es la actitud
misionera; es contradictoria la misión «en razón de la remoción, porque quita al otro», al
progresismo en este caso, su característica propia que es la pérdida de la identidad católica”
(“Integrismo”; pág. 45).

R: Hace falta no haber leído una sola página de monseñor Lefebvre (o no haberla entendido) para
decir que su vida y su obra es meramente conservadora. Misionero de África hasta los albores del Concilio;
misionero del mundo entero después del Concilio, monseñor Lefebvre, providencialmente, fundó una obra
misionera que, hoy en día, está trabajando en los cinco continentes, por contrario y por contradictorio, por el
restablecimiento de la Realeza Social de Jesucristo y por el honor de la Iglesia Católica, Apostólica y
Romana.
Esta respuesta, que es también aclaración de varios temas para muchos seminaristas, sacerdotes y
fieles, tiene también carácter misionero.

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CONCLUSIÓN
Al terminar su artículo el padre Buela dice:

“En primer lugar, creo que es necesario de parte de cada uno de nosotros un examen de
conciencia sobre el tema” (“Integrismo”; pág. 46).

Para ello propone la conferencia del cardenal Ratzinger ante los Episcopados chileno y colombiano,
en julio de 1988.
De esa conferencia del Prefecto de la Congregación de la Fe transcribe lo siguiente:

“Si conseguimos mostrar y vivir de nuevo la totalidad de lo católico en estos puntos,


entonces podemos esperar que el cisma de Lefebvre no será de larga duración” (“integrismo”, pág.
47).

La definición de cisma que en esa oportunidad dio el cardenal Ratzinger es inaceptable. Eso le llevó
a expresarse respecto de la solución del supuesto cisma en la forma dicha.
Sin pretender aquí tratar ese punto, comprobamos que, a cinco años del llamado al examen de
conciencia, las cosas siguen igual, o peor: por una parte, los etiquetados como "integristas" siguen con su
labor de restauración de todo lo católico en el mundo entero; por otro lado, las doctrinas con-ciliares han
sido sistematizadas y vulgarizadas en el Nuevo Catecismo; y las consecuencias de esta doctrina, sumadas a
la práctica de la Nueva Misa, se manifiestan incluso en aquellos sacerdotes y fieles en los que teníamos la
esperanza de que reaccionaran contra la autodemolición de la Iglesia.
El examen de conciencia al que invitan el cardenal Ratzinger y el padre Buela es una utopía puesto
que, si bien hacen un buen diagnóstico de la enfermedad que ataca a la Iglesia, el remedio que le
proporcionan es el mismo virus que la carcome: el Concilio Vaticano II.

En efecto, el padre Buela dice:

“Creemos que el Concilio Vaticano II puede y debe interpretarse a la luz del Magisterio
anterior” (“Integrismo”, pág. 47).

¿Cómo puede interpretarse, por ejemplo la Gaudium et Spes, la Dignitatis Humanae y la Unitatis
Redintegratio, a la luz del Magisterio anterior,
si esos documentos constituyen, como dice el cardenal Ratzinger “un contra-Syllabus en la medida
que representa una tentativa para la reconciliación oficial de la Iglesia con el mundo tal como ha llegado a
ser después de 1789”?

Del resto del artículo, lo único que puede rescatarse es su frase final: “La Virgen nos proteja”.

Nosotros, a modo de conclusión, queremos citar otro texto del padre Calmel:

“Lo que yo espero de los sacerdotes, dice la Iglesia, es que ofrezcan el Santo Sacrificio lo
menos indignamente que se pueda. Es ante todo para este oficio que los he ordenado. La
predicación de la sana doctrina, el estudio sagrado, los diversos ministerios en una parroquia o en
otras partes, no los espero de su celo apostólico sino ligados a su función específicamente
sacerdotal y en su íntima dependencia. Antes de ser encargados del cuerpo místico han sido
consagrados para el cuerpo eucarístico.
Que mediten las oraciones del ofertorio y sobre todo las oraciones del Canon romano, latino,
anterior a las recientes manipulaciones. Que, habiendo meditado esas oraciones, las reciten en la fe,
recordando que he mantenido intacto ese formulario desde hace al menos catorce o quince siglos.
Dejarán de lado la concepción aberrante, tan difundida entre el clero, que admite una relatividad
casi total de las fórmulas, con tal de que sean pronunciadas las palabras de la consagración. Como
si yo hubiera hecho a los apurones las oraciones y los ritos de la Misa, como si los hubiera
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compuesto para otra cosa que para explicitar con toda franqueza y con toda piedad el contenido y
los efectos de las fórmulas sacramentales; como si esas mismas fórmulas, que recibí de mi Esposo y
Señor, el Verbo de Dios nacido de la Virgen, no estuvieran expuestas a volverse nulas, por falta de
un contexto apropiado. Y de hecho se han vuelto inoperantes y vacías, sin dejar de seguir siendo
materialmente idénticas, cuando los protestantes las han intercalado en un contexto que pervierte su
significado. El relato de la institución no basta para garantizar la validez de la Misa si el contexto lo
hace deslizarse hacia un cambio de sentido. El relato de la institución mantenido invariable, pero
pronunciado por pastores herejes, no deja de ser enteramente ineficaz.
Que mis sacerdotes mediten el Canon y, guiados por mí, sabrán volver a honrarlo, no se
abandonarán más al sueño de un rubricismo sin alma.
Que mis hijos admitan la existencia y la actividad del demonio de la herejía. Si los demonios
de las pasiones mortales, el miedo, la lujuria, la avaricia son los más visibles y más movedizos, los
demonios de la perversión herética no son ni más débiles, ni menos activos. Non est nobis colluctatio
adversus carnero et sanguinem, sed adversus principes et potestates.
Que mis hijos, aprovechando a la luz del Espíritu Santo las lecciones que se des-prenden de
mi larga historia, reflexionen sobre una de las causas más ciertas del éxito de los herejes. Estos no
habrían ido muy lejos, de no haber encontrado la complicidad de los obispos; a veces incluso, no se
puede negar, una cierta connivencia, indecisa pero vertiginosa, de aquel que es el padre común de
los pastores y de los fieles, el Vicario en este mundo de mi Cabeza invisible que reina en los cielos y
no cesa de defenderme.
Que la obediencia de mis hijos sea siempre iluminada y con los ojos bien abiertos; filial y
alimentada con la oración, pero no rebajándose nunca hasta volverse incondicional y servil; porque
todo aquel que goza de autoridad puede pecar; si el Papa, en ciertas condiciones, no puede
equivocarse, hay igualmente circunstancias en que puede servirse de su poder o des-cuidarse de
usarlo de tal suerte que se oponga a la ley de Dios; en ese caso, no hay que seguirlo; más vale
obedecer a Dios que a los hombres.
Pido a mis hijos ser los testigos de la fe, que yo les he trasmitido, y de los siete sacramentos,
que conservo por medio de ritos apropiados; en particular, ser los testigos de la Misa de siempre, la
que se mantiene desde hace siglos, gracias al Ofertorio y al Canon romano.
No pactar; ser testigos de la fe y de la Misa; no cesar de rezar; sobre todo invocar a Nuestra
Señora, porque Ella es Mediadora de todas las gracias; y porque extermina las herejías.
Ella defenderá victoriosamente, contra los inventores de una Misa ecuménica, que cada uno
cambiaría a su manera e interpretaría como le pareciera, a la Misa católica, la Misa indestructible,
la Misa Romana de antes, la Misa romana con el Canon romano”.

PADRE XAVIER BEAUVAIS


Superior del Distrito América del Sur

PADRE DOMINIQUE LAGNEAU


Director del Seminario Nuestra Señora Corredentora

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