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Es bien sabido la recepción que ha tenido las ideas libertarias impuestas en el Code Civil en

nuestro querido Código Civil, tal es el ejemplo, del artículo 1545 de nuestro presente
código, el cual es una “adaptación” o fiel copia del artículo 1134 del primer código
mencionado. El artículo 1545 indica que todo contrato es ley para las partes contratantes, es
decir, habla de la fuerza obligatoria de los contratos. Esta fuerza obligatoria fue relacionada
con la lógica filosófica kantiana, precisamente con el término autonomía de la voluntad.
Pero, ¿qué tan real es tal relación?

Al hacer una revisión exhaustiva a las fuentes históricas del artículo 1134 del Code Civil,
llegamos a que los comentaristas del siglo XIX, precisamente, Gény quien fue el primero
en utilizar el término autonomía de la voluntad, y Gounot quien hizo la primera
sistematización del concepto. Pero, en la revisión histórica de los autores Pizarro y Jiménez
se percataron de un fallo histórico. Para Kant la autonomía de la voluntad es la capacidad
del individuo para dictarse sus propias normas morales, pero Kant jamás lo relacionó con el
ámbito de la jurídica. Entonces, ¿qué pasó?, pues resulta que es sencillo, simplemente fue
una malinterpretación que, al igual que el efecto bola de nieve, fue creciendo y asentándose
en la jurídica francesa, y, asimismo, llegó a Chile sin revisiones ni comentarios de nuestro
civilista estrella, Andrés Bello.

Como dice Coco Legrand es típico chileno copiar todo lo que funciona en otros países, y
nuestro Código Civil no fue la excepción, ojo que no criticamos a la figura de don Andrés
Bello, porque si no fuese por él, quizás hubieran pasado muchísimos años más sin codificar
nuestras normas o siguiendo el modelo indiano importado desde España. La crítica que
realizamos es a copiar todo sin siquiera revisar las fuentes históricas o sin adaptarlas a
nuestra cultura. Sabemos perfectamente que quizás el nombre del concepto es el que
realmente está mal puesto, porque si relacionamos la fuerza obligatoria de los contratos con
el principio de la autonomía privada o individual, la cual, según Díez-Picazo y Gullón, es el
poder de dictarse uno a sí mismo la ley o el precepto, el poder de gobernarse uno a sí
mismo. Con tal definición, nos damos cuenta claramente que difiere de la supuesta
“autonomía de la voluntad”.

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