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En el segundo día, una descarga de luz blanca y cegadora devolvió el pulso a la semana

de la alta costura de París. Karl Lagerfeld escenificó ayer, con su estremecedora


colección de primavera-verano 2009 para Chanel, la necesidad que la industria de la
moda tiene de redimirse de sus pecados. Y le iluminó el camino. Para sacar a relucir lo
mejor de su oficio no necesitó más que un papel limpio. "Hemos cometido muchos
errores, pero podemos empezar de nuevo", explicaba. "Necesitamos una hoja en blanco
para reescribir nuestra historia". El papel, tan cuestionado por el imparable avance de la
cultura digital, se ha convertido en un bien precioso, tan exquisito como la seda. Es el
mensaje de Lagerfeld, costurero septuagenario, pero también comprador compulsivo de
libros, editor y fotógrafo. Aunque detesta la nostalgia, ayer se permitió un hermoso y
épico alegato a favor de ese elemento que a ratos parece estar en peligro de extinción.
"Es mi material favorito, donde todo empieza. No puedo recordar un momento de mi
vida en que no estuviera haciendo un boceto de algo. Necesito el contacto físico con el
papel, es mi verdadera forma de expresarme. Sin papel, estoy perdido", zanjaba.

Vestido con su habitual uniforme, la confesión parecía cerrar un círculo vital y creativo.
"Soy un loco de las camisas. Es casi una obsesión". El diseñador alemán hablaba
rodeado de papel, pero ¡qué papel! La gran escalinata, las más de treinta columnas y las
pequeñas mesas redondas en las que sentó a los invitados estaban adornadas por un
estallido de pétalos, hojas y margaritas hechas con inmaculado papel blanco. Como si el
interior de un libro animado hubiera escapado de la biblioteca para trepar por las
paredes del pabellón de cristal Cambon-Capuchines. Un entorno barroco, y puro, para
un desfile absolutamente riguroso, gráfico y minimalista.

El desfile de Chanel fue una hermosa sucesión de siluetas en blanco, flexibles como un
junco, puntuadas por destellos de negro y rematadas por increíbles tocados de flores,
mariposas y lazos de organza y seda. La intimidad de la puesta en escena, con las
modelos pasando entre las mesas como en un café, favorecía a creaciones sutiles y
asombrosas en las que la delicada ornamentación, más sugerida que exhibida, estaba
siempre al servicio de una milimétrica y rotunda arquitectura asentada en hombros muy
marcados. Había que estar cerca para apreciar las 800 horas empleadas en el taller de
Lesage en el bordado de perlas de un vestido rematado por minúsculos elementos
botánicos.

Según se podía leer en el programa de mano, Coco Chanel y Misia Sert se vistieron de
blanco en 1929 en el funeral de Sergéi Diaghilev, fundador de los Ballets Rusos, para
honrar sus últimas palabras ("Eran tan jóvenes, ¡todos de blanco! ¡Eran tan blancos!") y
Lagerfeld ofició ayer, a la vez y en blanco, un funeral, por la era que termina, y un
bautismo por otra que empieza. Él lo llama el tiempo de la nueva modestia: "Menos
espectacular, pero más refinado. Ha pasado el momento de la exhibición, de lo sexy y
de la cultura bling bling. Empezamos un viaje más reservado y elegante".

No todos están convencidos de que la senda de la nueva austeridad sea el camino


adecuado. Christian Lacroix, por ejemplo, se embarcó en un exuberante paseo por los
fondos marinos en una cerrada defensa de la alta costura como vía de escape de la
realidad y pasaporte a la fantasía. El diseñador francés, de 58 años, se entregó a sus
habituales y preciosistas devaneos con lo colorista y lo exótico, pero desde la distancia
coincidió con Lagefeld en dos significativos detalles. Por un lado, abrió su presentación
con rígidas chaquetas de potentes hombros (también lo hizo Armani: junto con los
drapeados, tendencia de la semana). Por el otro, terminó su viaje al centro de sus
obsesiones con una gran falda de atípicos adornos: cartas y sobres de papel. Gracias a
tan improbables guardianes, la galaxia Gutenberg se convirtió en la extraña protagonista
de la jornada en el país de las hadas de lo textil.

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