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Fall 2019

Stony Brook University


Department of Hispanic Languages and Literature
College of Arts and Sciences
SPN 622 - 19th-Century Spanish-American Literature
Topic: Imagining Amazonia: bodies, labor, nature

El fracaso del hombre (macho). La hombría como obstáculo para la


transformación en Canaima de Rómulo Gallegos

Por Mario Henao

La llegada de los europeos a lo que hoy en día se conoce como América produjo
una sorpresa impactante en estos porque daba cuenta de una situación que parecía
imposible o ya superada en un sentido evolucionista. Los europeos llegaron a un lugar en
donde se encontraba una naturaleza potente en la que tanto seres humanos como naturaleza
eran indistinguibles. La clásica separación entre sujeto y objeto o entre ser humano y
naturaleza parecía no haberse dado en ese nuevo continente.

No se trataba solo de lo exótico del lugar o de las comunidades que ahí habitaban,
pues los europeos ya sabían de lugares lejanos y maravillosos en África y Asia. Lo que
realmente no encajaba en el espacio recientemente descubierto para ellos era una
indiferenciación que les mostraba de frente que ese sistema tan familiar para ellos(al punto
de parecer, paradójicamente, natural) no era el único.

La respuesta ante esa sorpresa fue la de intentar imponer el orden del mundo que
ellos conocían lo que convirtió al nuevo continente en un escenario en donde se podía
demostrar su universalidad. El sujeto encargado de lograr esto fue el hombre, el
representante de esa forma de concebir la realidad como sometida al pensamiento y acción
de una conciencia que sabe aprovechar los recursos del entorno para su satisfacción. De
esta forma, el llamado descubrimiento de América se convirtió en una de las
consagraciones de la masculinidad como forma adecuada de estar en el mundo. Por
extensión, la conquista y su violencia fueron el suelo en el que se sustentó la colonización e
importación de formas sociales de Europa.
De esto dan clara cuenta las Crónicas de Indias en donde la descripción inicial del
territorio es requisito fundamental, porque de esa forma se justifica su intervención. La
monstruosa naturaleza debía ser organizada en los esquemas europeos para que, además de
ser comprendida, pudiera ser integrada a la historia, a la humanidad y al provecho de esta.
Los conquistadores primero y luego los encomenderos utilizarán todo su arsenal simbólico
y militar para lograr ese objetivo. No fue mediante la educación intelectual que el nuevo
territorio cedió ante sus invasores; fue la fuerza y violencia de estos las herramientas que se
usaron para imponer una nueva forma de pensar.

Esa forma de pensar era necesaria para poder convertir el estado pre-cultural (pre-
humano desde esa perspectiva) de ese nuevo territorio en uno comprensible, es decir,
convertirlo en sociedad. Esto significa que se impuso de forma violenta una cultura
construida hecha por hombres europeos. En esa perspectiva las comunidades indígenas que
habitaban el territorio no fueron consideradas como humanas, de ahí la necesidad de
eliminarlas para dar paso a los verdaderos hombres.

Este tipo de pensamiento se puede encontrar a lo largo de la historia del continente


(y en particular de América latina). Uno de los periodos en los que aparece nuevamente esta
relación problemática del hombre con la naturaleza fue lo que se llamó novelas de la selva.
Un grupo de novelas que tienen como escenario ese espacio natural y en donde,
particularmente, se desarrolla la influencia que la selva como escenario misterioso tiene
sobre el hombre. A esto se suma la importancia que la selva adquiere a causa de la
extracción minera y de caucho.

Una de las novelas que participa de esa exposición es Canaima, del venezolano
Rómulo Gallegos y publicada en 1935. La novela pone en escena una situación similar a la
del descubrimiento, conquista y colonización del continente, pues trata del intento de un
hombre por imponerse sobre la naturaleza a la que se enfrenta. Gallegos fue un autor que
concibió un proyecto político que se evidenció, en parte, en su producción literaria. Tenía la
convicción de que era necesario educar al ser humano, darle herramientas de comprensión,
para sacarlo de una especie de barbarismo salvaje que le impedía enfocar sus impulsos en
objetivos colectivos. No obstante, esta novela no parece coincidir de manera tan clara con
ese ideario y pone en duda las posibilidades de éxito de un sistema sustentado en la
educación y en el intelecto.

La novela narra la historia de Marcos Vargas, un personaje que intenta con mucha
insistencia demostrar que es un hombre de verdad. El escenario ideal para esto es la selva
por ser el lugar de la aventura y en donde constantemente se pone a prueba la valentía y
fuerza del hombre. Una de las características que define a las novelas de la selva es la
humanización de esta. María Helena Rueda, en su artículo “La selva en las novelas de la
selva” (2003), menciona esa característica. Esta autora recoge algunas impresiones sobre la
obra del autor brasileño Euclides Da Cunha según las cuales este, al personificar la
naturaleza, convierte en una lucha la relación del sujeto con es espacio. La lucha se
convierte entre la naturaleza y la humanidad (36). En principio, la selva en Canaima
también se vuelve un contrincante, pero en este caso, la humanización no se reduce solo a
la comprensión del espacio como a un sujeto a quien a que vencer.

No obstante, Gallegos ubica el inicio de la acción de Canaima en la selva. Para esto,


el autor venezolano no cambia la estructura tradicional. Los dos primeros capítulos de la
novela “están concebidos y realizados como una vía progresiva de acercamiento,
penetración y valoración de un medio natural específico: la selva” (Almoina, 327). Se trata
de un escenario fuera del tiempo, en donde todo parece hecho recientemente o todavía
terminando de hacerse. Los manglares parecen “la primera vegetación de la tierra al surgir
del océano de las aguas totales; verdes y nuevos y tiernos, como lo más verde de la porción
más tierna del retoño más nuevo, aquellos islotes de manglares y borales componían, sin
embargo, un paisaje inquietante, sobre el cual reinara todavía el primaveral espanto de la
primera mañana del mundo” (4). El mundo de la naturaleza se concibe como totalmente
nuevo, porque es así de nuevo para la mirada externa. Además de esto, la selva es el lugar
más adecuado para la aventura, lo que también la convierte en espacio ideal para la
obtención de reconocimiento.

En ese mundo no hay humanidad, a pesar de haber indígenas. Esta exclusión la


justifica Gallegos, de manera sutil, al mencionar, muy superficialmente, qué debe tener
cualquier grupo humano para ser considerado parte de la especia. En el segundo capítulo el
narrado afirma que ese escenario que describe es el de “las inmensas regiones misteriosas
donde aún no ha penetrado el hombre, la del aborigen abandonado a su condición
primitiva, que languidece y se extingue como raza sin haber existido como pueblo para la
vida del país” (6. La cursiva es mía). La selva no tiene hombres, porque para ser un hombre
se necesita pertenecer a un pueblo y a la vida de un país. Lo que Gallegos afirma en la
introducción de la novela, es lo mismo que los cronistas afirmaban cuando decían que las
Indias eran un lugar inhabitado por ser irracional y necesitado de organización. Los
indígenas no han construido esas instituciones sociales que ordenen a los sujetos, están,
para los europeos y para Gallegos, en un estado natural o pre-cultural. Es por eso que en
estos dos capítulos lo que se ve es, como lo afirma Pilar Almoina de Carrera, la
“transmisión de otro texto general, más abarcante (sic) y totalizador: el modelo de un
sistema cultural” (327). La aventura va a ser la forma en que se realiza la acción sobre la
selva, una acción que solo puede ser ejercida por un hombre. Ese hombre es Marcos
Vargas.

El deseo de Marcos Vargas es ser un Hombre Macho, para ello debe demostrar su
hombría y es en la selva donde podrá hacer eso. Marcos se construye como un personaje
con la intención de experimentar. No es seducido por el conocimiento intelectual, él
prefiere vivir la geografía que verla en los mapas. Este gusto por la vivencia es el que lo
lleva a salir de su hogar paterno cuando cumple la mayoría de edad y se hace dueño de sus
actos (Gallegos, 14). Con esa seguridad da inicio al camino de la vida que, si bien no es
todavía el de la aventura peligrosa, sí es ya un enfrentamiento a lo desconocido. Para
Marcos, salir del seno familiar es ir “a encararse con la vida, […], a luchar entre los
hombres y contra ellos” (Gallegos, 14). De esta forma, aunque al parecer de manera
ingenua e inocente, Marcos define lo que considera él su camino vital y su identidad: todo
es una lucha y alrededor hay contrincantes a los que hay que vencer. Esos contrincantes
aparecen constantemente en la novela, en ocasiones como enemigos mortales y en otras
como posiciones opuestas o distantes de la de Marcos. La novela, en parte, es una especie
de galería de las posibilidades que un hombre tiene para realizarse. En la lucha entre
hombre y contra ellos hay diferentes flancos, pero todos apunta a un mismo objetivo, ser el
vencedor, el que tenía la razón y, por lo tanto, el verdadero Hombre. Marcos elige,
inicialmente, como ideal, el del Hombre Macho, pero se le ofrecen otras opciones.
Hablaremos en este texto solo de tres de esas opciones: Manuel Ladera, Gabriel Ureña y
Juan Francisco Ardavín.

El primero de ellos es Manuel Ladera, un hombre con experiencia que está


retirándose de la actividad comercial a la que pertenece y que encuentra en Marcos un
posible sucesor y un joven a quien aconsejar. Este hombre experimentado conoce la vida de
la selva y entiende que Marcos considera que en la selva encontrará emociones intensas
valiosas. Marcos no busca entrar en el negocio de la extracción, pero se siente seducido por
la posibilidad que esa labor ofrece de experimentar la selva. Ladera entiende que la
aventura que ofrece ese tipo de actividad no es nada más que una apariencia que en nada
beneficia a quien la realiza. La promesa de riqueza a causa de la extracción ha sido, para
Manuel Ladera, una forma de entorpecer y degenerar el destino de los hombres
campesinos. “Al purguo y al oro los llaman la bendición de esta tierra, pero yo creo que son
la maldición. Despueblan los campos y no civilizan la selva, dejan las tierras sin brazos y
las familias sin apoyo y corrompen al hombre, desacostumbrándolo del trabajo metódico,
pues todos nuestros campesinos ambicionan hacerse ricos en tres meses de montaña
purgüera y ya no quieren ocuparse en la agricultura. Lo desmoralizan profundamente […].
Eso de la riqueza que producen el oro y el caucho sólo es verdad para los privilegiados”
(Gallegos, 17-18).

Desde la perspectiva de Ladera, las empresas caucheras o mineras han corrompido a


los pobladores y han convertido a esas tierras en lugares de perdición. Lo campesinos ya no
cultivan y están acostumbrados a tener una deuda que les permite seguir consumiendo al
tiempo que los esclaviza a un trabajo del que nunca van a salir. Para Ladera eso no es una
aventura, sino una forma de explotación. No obstante, Marcos cree que internarse en la
selva en busca de oro, caucho u otros recursos es una forma de ponerse en riesgo y, por lo
tanto, de probar la masculinidad. Además, Vargas ve en el gesto de consumo infinito de los
trabajadores una forma de desprecio al dinero y al ahorro. Marcos cree que un hombre es
alguien que se arriesga, en cualquier ámbito, aunque eso pueda significar la muerte.

La posibilidad de demostrar su hombría llega antes de que Marcos se interne en la


selva. José Francisco Ardavín pertenece a una familia de caudillos tradicionales de la
región, de donde viene su poder, el que usa para imponerse en su pueblo. Marcos Vargas ha
llegado como el sustituto de Ladera en el transporte de mercancías, pero al ser nuevo los
compradores antiguos son amenazados por Ardavín y deciden usar el transporte que este les
ofrece. Gallegos narra en un capítulo el encuentro entre Marcos Vargas y José Francisco
Ardavín.

Aparentemente, Ardavín es un Hombre Macho que no le teme a nada, pero el


narrador deja claro que se trata todo de una fachada, pues José Francisco en un cobarde que
actúa de valiente: “[…] en él la diversidad se complicaba con un caso singular aunque muy
propio del medio. Carente del valor tradicional de la familia hasta los extremos de la
cobardía, pero doblado de impulso hasta los límites de lo patológico, esto hubo de suplir
con aquello, […], llegando a ser tan perfecta la simulación, o, mejor dicho, tan aparatosa,
que muy pronto logró su propósito de hacerse temible” (Gallegos, 33). Este personaje pone
en evidencia una cuestión que atraviesa toda la novela: ¿se es o no se es? Esta es la forma
en que Marcos Vargas saluda, pero es también lo que se intenta responder en el texto. ¿Hay
alguna manera para identificar quién es un verdadero Hombre Macho? La única, parece ser,
es la acción, pero la acción es una representación, cualquiera puede realizarla, incluso los
que no son hombres. De ahí se desprende lo que Judith Butler nombró como la
performatividad del género. No es posible establecer de manera directa una relación entre
un sujeto y sus actos, pues estos últimos son más bien el origen del primero. De esta forma,
no hay manera de reconocer cuáles son los actos que corresponden a un sujeto sin antes
haber visto los actos.

No obstante, esos actos sí están atravesados por un discurso, todos sabemos cómo
debe comportarse un hombre de verdad. En el caso de Ardavín, su actuación de género le
resulta suficiente para lograr su objetivo, pues de tanto repetir el ritual de actos masculinos
se convirtió en uno de los hombres más temidos de la zona. Sin embargo, esta noción de
imitación o de apariencia es fundamental para la comprensión de la masculinidad que
sustenta la novela de Gallegos, pues pone a Ardavín como un hombre falso, que no es
valiente y que ante el riesgo verdadero no será capaz de actuar masculinamente. Es en esa
duda sobre la actuación de Ardavín que se puede evidenciar lo violento de la actuación de
género, como lo explica Butler, ya que obliga a sus agentes a estar sometidos a los actos
que representan un género y a no poder desviarse de ellos si no quieren ser castigados
(Butler, 272).

Luego del encuentro con Ardavín, luego de enfrentarse a él y ganarle una partida de
dados en frente de todos, Marcos se siente más hombre, porque ha vencido a uno que se
mostraba más fuerte que él. Una de las ideas que sustentan la masculinidad es la de la
valentía en oposición a la cobardía. Gail Bederman, en Manliness and Civilization, explica
esta noción al analizar el concepto de hombre blanco que se deduce de las ideas de Theodor
Roosevelt. Para Roosevelt, “Manliness meant helping the weak”, lo que hace que todos los
que ataquen a los débiles son “the opposite of manly” (181). Ardavín deja de ser un hombre
porque su fortaleza está sustentada en la capacidad de producir terror a quienes son más
débiles que él. Un Hombre Macho solo ataca a los fuertes. Esta idea ayuda a sostener la
creencia en que la vida está llena de enemigos que deben ser superados si se quiere
sobrevivir. Se trata de una filosofía que niega la solidaridad por considerarla una forma de
feminidad.

El último ejemplo que se tratará en este texto es el de Gabriel Ureña. Este personaje
parece ser una opción paralela que se le ofrece a Marcos. Se trata de un hombre que en un
momento sintió el deseo de ir a la selva en busca de la aventura pero que prefirió aprenderla
por medio de los mapas y de la educación formal. Es decir, Gabriel es un estudioso y, sobre
todo, un sedentario. Esta es la diferencia más importante entre los dos personajes, pues es la
que determina todas sus otras acciones. Gabriel es un telegrafista que se mantiene siempre
en un lugar desde el que interpreta y comprende la realidad; Marcos es un hombre que
necesita la confrontación con otros para saber quién es y qué lugar ocupa en el mundo.
Gabriel no es un cobarde, pues un falta de acción no se debe al temor, parece más bien el
tipo de personaje que ha encontrado un nivel de conciencia que lo lleva a concluir que toda
acción es inútil y, peor, potencialmente destructiva. Ser un Hombre Macho, desde esta
perspectiva, es alejarse de la civilización, pues ese tipo de masculinidad es una forma de
barbarie. Según la concepción de Roosevelt, Gabriel Ureña ha sucumbido a la feminización
que produce un mundo altamente civilizado que reprime y vuelve inútiles los impulsos
irracionales del ser humano. Roosevelt lamentaba cómo los hombres adquirían
refinamientos que los alejaban de su hombría esencial. A esta tendencia oponía la vida
vigorosa, la del hombre capaz de mantener un impulso vital que linda con la barbarie
(Bederman, 196). En definitiva, Roosevelt habría estado de acuerdo con la noción de
Hombre Macho que persigue Marcos, y que este último tampoco podrá abandonar.

El episodio en donde se comprueba que Marcos se somete a esa vida vigorosa en


Marcos cuando se enfrenta en una cantina al asesino de su hermano, Cholo Parima. El
encuentro con este hombre le ofrece a Marcos la oportunidad de realizar la acción que
considera es la más importante para ser un Hombre Macho: matar al que mató a un
familiar. Él siente que está obligado a cumplirla y quiere hacerlo, pero cuando lo hace el
resultado no es el que esperaba. Luego de asesinar a Parima, Marcos no experimenta la
plenitud de realización, no se siente dueño de sí mismo, por el contrario, “el acto
consumado momentos antes, la tremenda experiencia de sí mismo recién adquirida, parecía
haberlo desplazado fuera de todo contacto con las cosas que hasta allí lo hubiesen
interesado, tanto las materiales como las del orden afectivo o moral” (Gallegos, 116). De
esta manera, el proyecto masculino fracasa y Marcos es ahora un asesino, no un hombre. O
tal vez, lo que puede concluirse de esto es que para ser un Hombre Macho hay que ser un
asesino y eso genera una cadena de acciones criminales que no tiene fin. Para ser un
verdadero Hombre Macho no puede haber otro hombre que ponga a prueba la
masculinidad, al final solo puede quedar un hombre. El resultado de eso es el extermino, y
Marcos parece haberse hecho consciente de eso.

El acto que debía demostrar su masculinidad lo ha dejado sin una base en donde
sostenerse. Butler explica que si el género es el producto de una serie de actuaciones (en el
sentido dramático de la palabra, pero también como acciones realizadas por un sujeto) es
imposible deducir de esto la existencia de una identidad fija o constante. “Si los atributos y
actos de género, las distintas formas en las que un cuerpo revela o crea su significación
cultural, son performativos, entonces no hay una identidad preexistente con la que pueda
medirse un acto o un atributo; no habría actos de género verdaderos o falsos, ni reales o
distorsionados, y la demanda de una identidad de género verdadera se revelaría como una
ficción reguladora” (275). Marcos reconoce que su acto no dio cuenta de su género y que,
al contrario, parece que ser un Hombre Macho es una actuación que no le produce
satisfacción. El texto es repetitivo en decir que después de esa acción Marcos se encuentra
consigo mismo, y que ese encuentro le produce terror, ver la imagen que tanto había
esperado de sí mismo no lo satisface. Marcos se da cuenta de que ser un hombre es ser y
actuar de una forma despreciable.

Además de esa conciencia, Marcos sufre otra experiencia que le hace darse cuenta
de que la lucha vital que había concebido como entre hombres, en lugar de ser la
posibilidad de grandeza, se convierte en una forma de perversión humana de la que es
imposible escapar. En lo individual, ser un hombre es ser un asesino; socialmente, la
hombría se demuestra en la explotación de otros hombres (y en la utilización de las mujeres
como objetos de intercambio) y con la mayor acumulación de capital. Sumido en una
decepción causada por su acto criminal, Marcos acepta ser el supervisor de una de las
empresas de extracción que hay en el pueblo. Marcos va con la intención de recuperar esa
aventura que después de haber asesinado a Parima parece haberse desvanecido. Finalmente,
Marcos va a la selva y su experiencia allá es tan decepcionante como lo fue ser hombre. No
obstante, la selva produce una experiencia de transformación mucho más intensa que la de
la acción asesina. Gallegos al inicio de la novela afirma que nadie se libra de la selva, ni
siquiera el Hombre Macho (7).

Marcos se enfrenta entonces a esa experiencia que comienza con la monotonía de la


repetición que la selva vista desde los ojos del extraño provoca. Como casi todos los
exploradores iniciales, Marcos es incapaz de ver la selva como una variedad y solo
encuentra allí una repetición. Esto se debe a que Marcos ve desde otra perspectiva, la del
descubridor-conquistador-colonizador, que ve en la selva un objeto para ser estudiado y
explotado. Desde ese punto de vista no hay posibilidad de distinción, por eso Marcos solo
ve “¡Árboles! ¡Árboles! ¡Árboles!... La exasperante monotonía de la variedad infinita, lo
abrumador de lo múltiple y uno hasta el embrutecimiento”, pero es esa misma repetición la
que lo pone en contacto con una forma diferente de ver el mundo, “luego empezó a sentir
que la grandeza estaba, en la repetición obsesionante de un motivo único al parecer”
(Gallegos, 119). De la misma forma en que el pensamiento místico ve en la repetición no la
monotonía sino la posibilidad de variación y de contacto con una trascendencia, Marcos
encuentra en la selva monótona una posibilidad de transformación. “He aquí la selva
fascinante de cuyo influjo ya más no se libraría Marcos Vargas. El mundo abismal donde
reposan las claves milenarias. La selva antihumana. Quienes trasponen sus lindes ya
empiezan a ser algo más o algo menos que hombres. La deshumanización por la temeridad”
(Gallegos, 119). Marcos va a ser más o menos hombre, pero ya no podrá ser el mismo
sujeto que pensó que matando al asesino de su hermano sería por fin hombre. En la selva
puede empezar a dejar de ser hombre (sobre todo el Hombre Macho).

El momento en el que esa conciencia llega es cuando uno de sus empleados muere
en frente de él debido a una infección causada por una herida que el mismo empleado se
hizo al ser mordido por una serpiente, en su intento por no permitir que el veneno se
expandiera, el empleado decidió cortarse la parte del cuerpo afectada. Este hombre,
Encarnación Damesano, era uno de esos trabajadores descritos por Ladera en el inicio de la
novela. Estaba sometido a la deuda y no podía dejar de trabajar porque debía sostener a su
familia. Marcos ve en ese hombre el símbolo de todos los hombres que trabajan con él: no
hay posibilidad de salvación para ellos, porque nunca podrán dejar de estar sometidos a
otro, a un patrón que los explota y que se aprovecha de ellos.

Marcos ha sido un gran supervisor, su empresa es más exitosa que la de otros y esto
se debe a su buen trato con los empleados. El buen gesto de Marcos parece convertirlo en
un líder ideal. Pero ante la muerte de Encarnación y la realidad material que indica que los
hijos de este último y su esposa ya no tendrán sustento material, Marcos reconoce que su
buena actitud no tiene valor. Al final sigue repitiendo un modelo perverso. En definitiva,
toda acción realizada resulta en una destrucción y el interés de Marcos por la aventura, por
la hombría, interés que parecía tener un destino positivo, es finalmente siempre una
perversión y un daño. Marcos reconoce que tal vez Ardavín o Parima no “eran todo el mal,
que todo aquel mundo estaba podrido de iniquidad, incluso él mismo […]” (Gallegos, 135).
De esta forma, se da cuenta no solo de que ser un hombre es ser un asesino, sino que
participar en las empresas de los hombres (por más buenas intenciones que se tengan) es
siempre forma de realizar la iniquidad y que todas sus acciones contribuyen al crecimiento
de esta última.

Lo que Marcos reconoce es que hasta ahora no se ha internado en la selva, pues su


trabajo como supervisor en realidad era una extensión de lo urbano a lo selvático. Marcos
necesita de la experiencia intensa de la naturaleza para poner a prueba su propia
subjetividad y concepción del mundo. Esta experiencia se da cuando decide internarse en la
selva a pesar del riesgo que la inminente tormenta que se acerca significa. Es en el mundo
selvático, ya no visto desde afuera, sino experimentado desde adentro, en toda su
multiplicidad diferenciada, donde Marcos inicia esa transformación. Primero Marcos se
enfrenta a la potencia de la naturaleza, encuentra en ella un poder creador inicial, capaz de
hacer vida como por primera vez.

Algo extraño flotaba, en efecto, dentro del bosque mudo. Una claridad inusitada, fosforescente casi y
al mismo tiempo sombría, que hacía brillar de una manera singular el verde tierno de los matojos que
bordeaban la vereda, y ésta se abismaba a lo lejos en perspectivas alucinantes. Era absoluta la
ausencia de vida animal por todo aquello y de tal circunstancia provenía la impresión, habitual en
Marcos Vargas, que ya se había apoderado de su espíritu: la impresión de que por momentos iba a
aparecerse ante su vista, brotado de la soledad misma, en la sugestiva lejanía, algún ser inédito, algo
menos o algo más que hombre, espíritu de la selva encarnado en forma inimaginable, obra de las
formidables potencias que aún no habían agotado la serie de las criaturas posibles (Gallegos, 148).

Se trata de algo más allá de lo humano, una potencia que se encuentra en el universo.
La experiencia del asesinato y de la extracción dejó a Marcos más cerca de la idea de
inacción de Gabriel Ureña, pues parece ser imposible no ser destructivo al actuar. El miedo,
entonces, que era una motivación (el deseo de vencerlo) ya no se produce en Marcos, hasta que
se enfrenta a la selva, cuando vuelve a experimentarlo. Pero este temor que reaparece está
dotado de un nuevo significado, Marcos se reconoce en la selva, porque esta también teme a la
tormenta. “Y advirtió que la selva tenía miedo. Los troncos de los árboles se habían cubierto de
palidez espectral ante la tiniebla diurna que avanzaba por entre ellos y las hojas temblaban en las
ramas sin que el aire se moviese. Se sintió superior a ella, libre ya de su influencia maléfica, ganosa
de descomunal pelea la interna fiera recién desatada en su alma” (Gallegos, 150). Pero a pesar del
reconocimiento, Marcos interpreta, nuevamente, de forma masculina ese temor de la selva. En
lugar de encontrarse con ese sentimiento, se siente superior, porque ya no es un enemigo al que
vencer, es una criatura temerosa y vulnerable contra la que el hombre Macho no debe pelear si no
quiere ser un cobarde, siguiendo la concepción de Roosevelt de masculinidad.

Pero la selva no se ha hecho inferior a Marcos; Marcos teme tanto como la selva, solo que
al igualarse a esta, Marcos siente que puede obtener ventaja. No obstante, se apoya en ese
reconocimiento en ella para entablar una relación íntima con la naturaleza. “Las raíces más
profundas de su ser se hundían en suelo tempestuoso, era todavía una tormenta el choque de sus
sangres en sus venas, la más íntima esencia de su espíritu participaba de la naturaleza de los
elementos irascibles y en el espectáculo imponente que ahora le ofrecía la tierra satánica se
hallaba a sí mismo, hombre cósmico, desnudo de historia, reintegrado al paso inicial al borde del
abismo creador” (Gallegos, 151). De esta forma, Marcos recupera una unidad e intimidad con la
naturaleza, lo que hace imposible la diferenciación tradicional de objeto y sujeto o entorno.
Marcos participa de la cualidad creadora y potente de la naturaleza, puede crear mundos, como el
cosmos, o destruirlos también.

El problema es que Marcos interpreta esta potencia como una herramienta que puede
utilizar para imponerse sobre otros. Su objetivo es eliminar la inequidad, pero nuevamente cae en
la idea de que debe hacer uso de su fuerza para alcanzar un objetivo. Él siente que vuelve a nacer
con una nueva potencia “Era el morador señero de un mundo sacudido por las convulsiones del
parto de los abismos creadores y un robusto orgullo de pleno hallazgo propio lo hacía lanzar su voz
ingenua entre el clamor grandioso: — ¡Aquí va Marcos Vargas!” (Gallegos, 151).

El error acá es creer que este nuevo nacimiento significa una reafirmación de su identidad
dada por el nombre. Marcos Vargas ya no es Marcos, es ahora esa potencia que está en relación
con la naturaleza. Esa relación se ve ejemplificada en el momento más intenso de la tormenta,
cuando Marcos tiene que buscar refugio bajo el ramaje de un árbol gigante, y se encuentra con un
animal, un mono araguato bebé. Es ahí cuando ocurre la experiencia trascendental que transforma
al personaje. Al ver la necesidad de protección del animal, Marcos lo socorre y se da cuenta de que
aunque él también haga parte de la fuerza creadora de la naturaleza, está también sometido a ella
y puede morir como el animalito que ahora carga en sus brazos. Él está tan abandonado como ese
mono. Pero en lugar de convertir eso en un motivo de lamento, ese abandono es lo que los
conecta a ambos, lo que los hace una especie emparentada y, de esta forma, Marcos descubre
que la ternura puede ser lo que significa ser un hombre. “Marcos Vargas experimentó que era
bueno, después de haberse hallado a sí mismo, fuerte en la tempestad de las iras satánicas,
encontrarse también protector de la bondad sencilla, en la ternura generosa” (Gallegos, 153).

El descubrimiento de que no es la humanidad lo que debería usarse como elemento de


puesta en común, sino de que hay una conexión más profunda que pone en contacto a
naturalezas diversas, es el gran éxito de Marcos, pero este no se ve reflejado totalmente en su
actitud. Cuando vuelve de su experiencia en la tormenta, Marcos reconoce que no puede
describirla ni narrarla. Es decir, la experiencia es incomunicable, lo que lo deja en un problema
político. Al no poder transmitir esa experiencia no hay posibilidad de hacerla extensiva y, por lo
tanto, no es posible generar la transformación social, porque la vivencia queda atrapada en la
experiencia personal e individual, lo que al final sirve para reafirmar la identidad y la distinción
hegemónica. Beatriz Sarlo, en su libro Tiempo pasado: cultura de la memoria y giro subjetivo,
afirma que “no hay testimonio sin experiencia, pero tampoco hay experiencia sin narración: el
lenguaje libera lo mudo de la experiencia, lo redime de su inmediatez y de su olvido y lo convierte
en lo comunicable” (29). Como Marcos no puede comunicar esa experiencia entonces no es
posible crear lazos comunes que permitan una nueva forma de comunidad.

Casi al final de la novela, Gabriel Ureña se encuentra con Marcos, quien ya no es el mismo
pretendiente de Hombre Macho que antes. Ureña le hace una recomendación a Marcos:

La vida te ha dotado de condiciones quizá extraordinarias y es menester que las emplees bien.
[…].pero no [las] malgastes en aventuras de finalidad mezquina y en afirmaciones de hombría sin
trascendencia. En esta tierra hay para ti un camino trillado y una gran obra por emprender. Más
de una vez te he oído decir que aspiras a construirte tu vida a tu medida propia. ¿No la conoces
ya? ¿No la sientes tal cual es? Por unas cuantas palabras que de regreso del Guarampín me dijiste
en Upata comprendí que habías encontrado la plena medida de ti mismo y vislumbrado la obra a
que debías dedicarte. Presenciaste la iniquidad y hasta la has sufrido en ti mismo, tienes el
impulso generoso que se necesita para consagrarte a combatirla, puedes –déjame decirlo así–
recoger el mensaje de la voz que clama en el desierto y sólo te falta prepararte intelectualmente.
Lee un poco, cultívate, civiliza esa fuerza bárbara que hay en ti, estudia los problemas de esta
tierra y asume la actitud a que estás obligado. Cuando la vida da facultades –y tú las posees,
repito– da junto con ellas responsabilidades. Este pueblo todo lo espera de un hombre –del
Hombre Macho se dice ahora– y tú – ¿por qué no?– puedes ser ese mesías (Gallegos, 170).

Ureña le indica que el camino es el de la educación y aprendizaje intelectual, como parecía


ser el proyecto de Rómulo Gallegos. Pero ese camino es imposible, porque no hay manera
de traducir su experiencia en formas comunes que permitan esa comprensión. Y tal vez es
por eso que Marcos no logra convertirse en ese sujeto transformador de la sociedad y cae
constantemente en la necesidad de volver a demostrar su hombría. A pesar de la
experiencia intensa, Marcos no puede deshacerse de una forma concreta de masculinidad
que le da seguridad. El Hombre Macho es un ideal que le permite saber cuál es su objetivo;
la experiencia humana y no humana, por el contrario, deshace los límites y eso lo aterra. El
fracaso del Hombre Macho no resulta en una nueva manera de concebir la masculinidad,
sino en la claudicación frente a esta, se sabe que ser un hombre es una máscara, pero por lo
menos esa máscara cubre el vacío del género, de la sexualidad y, por consiguiente, de la
identidad. Parece que el ejemplo de Marcos Vargas lleva a decir que es mejor una máscara
que enfrentarse a la nada, previa condición de cualquier creación.

Bibliografía:
 Almoina de Carrera, Pilar. “Canaima: arquetipos ideológicos y culturales” en
Canaima/Rómulo Gallegos. Edición Crítica, Charles Minguet, coordinador. España:
Archivos, (Colección Archivos, n° 20), 1991. 325-340.
 Bederman, Gail. Manliness & Civilization: A Cultural History of Gender and Race
in the United States, 1880-1917. Chicago and London: The University Chicago
Press, 1995.
 Butler, Judith. El género en disputa: el feminismo y la subversión de la identidad.
Barcelona: Ediciones Paidós, 2007.
 Gallegos, Rómulo. Canaima/Rómulo Gallegos. Edición Crítica, Charles Minguet,
coordinador. España: Archivos, (Colección Archivos, n° 20), 1991.
 Miliani, Domingo. Introducción en Gallegos, Rómulo. Doña Bárbara. Madrid:
Cátedra. 1997.
 Rueda, María Helena. “La Selva En Las Novelas De La Selva.” Revista De Crítica
Literaria Latinoamericana, vol. 29, no. 57, 2003, 31–43. JSTOR,
www.jstor.org/stable/4531250.
 Sarlo, Beatriz. Tiempo pasado: cultura de la memoria y giro subjetivo. Una
discusión. Buenos Aires: Siglo XXI, 2005. Impreso.
La masculinidad está matando a los hombres: la construcción del hombre y su desarraigo
Por: Kali Holloway

Todos coinciden en que “en el momento del nacimiento, a las criaturas asignadas hombre se les
habla menos que a las asignadas mujer, se les reconforta menos, se les alimenta menos”
Muy a pesar de esta realidad carente de lógica, nuestra sociedad ha abrazado completamente el
concepto de que la relación entre virilidad y masculinidad es, de algún modo, fortuita y precaria, y
se ha tatuado a fuego el mito de que “los chicos habrán de convertirse en hombres… que los
chicos, en oposición a las chicas, deben alcanzar la sagrada masculinidad”.
“la narración, por otra parte, ha llevado a cabo una importante labor ideológica apoyando de
manera constante a personajes masculinos construidos desde el heroísmo o la admiración,
denostando al resto. De esta manera, aunque las series de televisión han ampliado su muestra de
tipos de hombre y masculinidades, han conservado su “preferencia” o “predilección” por un tipo
de masculinidad cuyos atributos se idealizan constantemente”.
“La voluntad masculina para minimizar la debilidad y el dolor es tal que ha pasado a ser un factor
de disminución de esperanza de vida. Los diez años de diferencia entre la esperanza de mujeres y
hombres poco tiene que ver con la genética. Los hombres morimos antes porque nos
descuidamos: tardamos más en reconocer que estamos enfermos, tardamos más en pedir ayuda y
una vez que nos ha sido asignado un tratamiento, somos menos consecuentes con él que las
mujeres”.
La masculinidad es difícil de conseguir e imposible de mantener, un hecho que Real incluye y que
queda de manifiesto en la frase “frágil ego masculino”. Como la autoestima masculina descansa
temblorosamente sobre el frágil suelo de la construcción social, el esfuerzo para mantenerla es
agotador. Intentar evitar la humillación que queda una vez esta se ha desvanecido puede llevar a
muchos hombres a finales peligrosos.
En una entrevista en 2013 para MenAlive, un blog de salud masculina, Giligan habló de sus
conclusiones: “aún no he descubierto una sola muestra de violencia que no haya sido provocada
por una experiencia de humillación, falta de respeto y ridiculización y que no representara un
intento para prevenir o deshacer esa “caída de máscara”, independientemente de lo severo de su
castigo, incluyendo la muerte”.

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