Está en la página 1de 15

Ranno Carlos s/rec. de casacion.

Buenos Aires, octubre 3 de 2005.- Considerando: 1) Que el Tribunal Oral en lo Criminal 14 condenó
a Carlos A. Ranno por considerarlo autor penalmente responsable del delito de homicidio
agravado por el uso de arma de fuego (arts. 12 , 29 inc. 3, 41 bis , 45 y 79 CPen.), a la pena de diez
años y ocho meses de prisión y costas.
Contra esa decisión interpuso la defensa recurso de casación; concedido, fue mantenido en esta
instancia (fs. 1294/1319; 1320/1322 vta. y 1333). 2) Que el recurrente encauzó sus agravios con
arreglo a ambas causales de casación previstas por el art. 456 CPPN. (1). Sostuvo en primer lugar
que la sentencia cuestionada incurrió en una extensión indebida del tipo penal y de la pena, y que
no se respetaron las pautas de valoración de los arts. 40 y 41 CPen. pues el monto seleccionado
carece de fundamentación. Incluyó, dentro del motivo del inc. 2 del citado artículo, una crítica al
examen que hizo el tribunal a quo para concluir en la condena de su asistido pues ésta tampoco
-dijo- tiene ninguna fundamentación. Postuló que los precedentes "López", de la sala 4ª de esta
Cámara, y "Herrera Ulloa v. Costa Rica", de la Corte Interamericana, habilitan un control amplio de
toda la sentencia a fin de salvaguardar la garantía constitucional de la doble instancia.

En parágrafo aparte el recurrente expresó los siguientes agravios:

a) Resumida la base fáctica tal como debió determinarse según las constancias incorporadas al
expediente, resaltó que el a quo omitió el tratamiento de extremos conducentes para la solución
del conflicto, lo que tiñe de arbitrariedad su pronunciamiento y habilita la vía intentada según lo
tiene definido la Corte Suprema de Justicia de la Nación en los fallos que citó.

b) Dentro del subtítulo "aspecto subjetivo", reiteró que la conducta de su defendido encuadraría
en el art. 34 inc. 6 CPen. y que en la causa están acreditados todos los recaudos que esta figura
exige. Criticó la decisión de la mayoría en cuanto se apartó de esta solución y de la propuesta por
el fiscal -que calificó el hecho como un exceso en la legítima defensa- en tanto que no se hizo
cargo de refutar las diligencias de reconstrucción del hecho que obligaban a esa conclusión. Por tal
motivo adujo que la sentencia es autocontradictoria; además, sostuvo que los dichos del testigo
Juan C. Re fueron interpretados teniéndose en cuenta una transcripción de su declaración en la
que se agregaron circunstancias que no refirió. Todos estos errores desembocaron, a su criterio,
en la equivocada conclusión de que Ranno tuvo la voluntad de herir o matar cuando es claro que
sólo tuvo intención de detener la fuga de los delincuentes y de frustrar la consumación del robo.
Defendió la acción de Ranno, la que juzgó presidida por la convicción de defender sus derechos y
los de terceros, habiendo procurado el no perfeccionamiento de la acción de los agresores de la
manera menos nociva para ellos.

Además, la afirmación de su asistido respecto de que uno de los malvivientes le disparó en primer
lugar no fue suficientemente desacreditada, por lo que criticó la calificación de mendaces de los
dichos de Ranno y la seguridad puesta de resalto por la juez de primer voto de que él efectuó
todos los disparos.

Refirió que, desde la imputación objetiva, fueron Segall y Basualdo quienes se sometieron a una
situación de riesgo y que "quienes se colocan en tal situación son conscientes de que las víctimas
de sus atracos van a defender su propiedad con todo lo que tengan a su alcance". Argumentó que
en la actualidad cualquier ciudadano teme por su vida y su seguridad y que en tal situación era
lógico que Ranno se sintiera amenazado no sólo en su propiedad. A ello habría que sumarle -dijo-
el hecho de que los agresores lo superaban en número, y respecto de las circunstancia de modo y
tiempo, la nocturnidad y desolación propia de la hora en la que ocurrió el suceso. Con estos datos
y teniendo en cuenta que Ranno no provocó la agresión y que los medios utilizados eran
proporcionales para evitar el resultado lesivo -robo con efracción- la acción del aquí condenado se
encontraría justificada.

c) Finalmente, dentro del último de los agravios expresados y bajo la denominación de "ausencia
de dolo homicida", la defensa sostuvo que la calificación de la conducta como homicidio con dolo
eventual no tiene ningún fundamento y que se apartó indebidamente del dictamen pericial que
determinó que Ranno apuntó siempre su arma en línea descendente, lo que demostraría su falta
de intención de herir o matar, y más aún, sería una circunstancia demostrativa de su "actitud de
evitabilidad del resultado". De haber tenido un designio distinto, incluso, los disparos los habría
producido mucho antes y directamente sobre la humanidad de Segall y Basualdo. Por ello,
concluyó, el resultado no fue previsto por el autor, ni pudo haberlo sido; antes bien fue producto
del azar, lo que de ninguna manera puede ser atribuido a título de homicidio doloso.

En definitiva, solicitó que se tenga por justificada la acción de Carlos A. Ranno o, cuanto menos y
tal como lo sostuvo la disidencia, que la duda en el desarrollo de los acontecimientos opere en
favor del imputado.

3) Que, en la oportunidad prevista por los arts. 465 y 466 CPPN., el fiscal general presentó el
dictamen de fs. 1338/vta. en el que requirió que se declare mal concedido el recurso de casación
interpuesto pues, a su criterio, el recurrente sólo pretende el reexamen de cuestiones fácticas y
probatorias ajenas a la instancia casatoria y, además, delimitadas adecuadamente por el tribunal
de juicio.

A su turno, la querella acompañó el memorial que obra a fs. 1340/1353 en el que también postuló
el rechazo del remedio intentado por fundamentos análogos a los vertidos por el Ministerio
Público. Rechazó la hipótesis de la legítima defensa invocada por la parte recurrente y mantuvo su
postura de que se trató de un caso en el que se obró con dolo eventual, de conformidad con lo
decidido en el voto que conformó la mayoría y con la doctrina emanada de distintos precedentes
jurisprudenciales.

4) Que sin otros aportes de interés en el trámite previsto por el art. 468 CPPN., y celebrada la
deliberación que determina el art. 469 ídem en presencia del imputado, se fijaron y votaron las
siguientes cuestiones:
1ª.- ¿Hubo inobservancia de normas procesales sancionadas con nulidad absoluta o error en la
aplicación de la ley sustantiva?

2ª.- ¿Qué decisión corresponde adoptar?

1ª cuestión.- El Tribunal Oral en lo Criminal 14, por mayoría, tuvo por probado que el 21/5/2003, a
las 2 hs. aproximadamente, Carlos A. Ranno ingresó al hall del edificio en el que vivía y al notar la
presencia de dos extraños -Mariano D. Basualdo y Néstor E. M. Segall- subió hasta su
departamento de donde extrajo un arma de fuego calibre 9 mm, y salió en la persecución de los
nombrados quienes en un primer momento trataron de esconderse; luego, abandonando su
propósito de robo, salieron del edificio en dirección a la calle Báez. Mientras caminaban por la
calle Newbery, Ranno les impartió la voz de alto y ante la indiferencia de los perseguidos disparó
en dos oportunidades. A partir de allí corrieron hasta un vehículo en el que abandonaron un bolso
con herramientas, y se fugaron en un automóvil marca Fiat Uno. Durante ese lapso, en el que los
fugitivos se subieron al auto y escaparon, Ranno disparó en cinco oportunidades más; uno de los
tiros ocasionó la muerte de Basualdo. Finalmente, Segall fue aprehendido por personal policial en
la estación de servicio de la Av. Juan B. Justo y El Salvador, en la que se había detenido con el
neumático delantero izquierdo del automóvil pinchado, por un tiro, un orificio en la tapa del baúl y
otro en el zócalo de la puerta delantera izquierda.

De inicio, habrá de rechazarse la protesta descripta en el pto. a) del consid. 2, por infundada. En
efecto, el recurrente sólo intentó probar la pretendida arbitrariedad en la determinación de la
base fáctica con frases dogmáticas y afirmaciones insustanciales, ofreciendo una versión distinta
de los hechos, carente de toda apoyatura. El agravio se limita, pues, a discrepar con la conclusión a
la que arribó el tribunal a quo sin aportar argumentos suficientes que habiliten la revisión
intentada (conf., esta sala, causa 1468, "Salvatierra Vázquez, José s/recurso de queja", reg. 1683,
rta. el 18/7/1997).
Ahora bien, el planteo sintetizado en el ap. b) del consid. 2 tampoco habrá de estimarse en esta
instancia. En primer lugar y en lo atinente al alegado ejercicio de legítima defensa habrá de
convalidarse la postura del a quo, también sostenida por la querella en su escrito de ampliación de
fundamentos, en cuanto a que, al momento en que se realizaron los últimos disparos -incluso si se
aceptara que el primer disparo lo efectuó alguno de los dos fugitivos- la agresión había concluido,
motivo por el cual no puede afirmarse error en la exclusión de la causal de justificación o en la no
aplicación del art. 35 CPen.

Tampoco asiste razón al recurrente en cuanto a que, según la teoría de la imputación objetiva,
quienes deben asumir el riesgo -por haberlo creado con su conducta delictiva- fueron Segall y
Basualdo y, por tanto, que ello eximiría de responsabilidad a su defendido. Lo riesgoso en este
caso fue disparar -como lo hizo el imputado- con un arma calibre 9 mm; mal puede conjeturarse
que quien intentó una sustracción asumió el riesgo de perder la vida a manos de cualquier
ciudadano que intentase detener su fuga; y tampoco que concurra la eximente conocida como
"competencia de la víctima" pues no existe obligación de autoprotección frente a un tercero que
está disparando, aun cuando la conducta precedente no haya sido conforme a derecho (sobre el
particular, conf. Günter Jakobs, "La imputación objetiva en el Derecho Penal", traducción de
Manuel Cancio Meliá, Ed. Ad-Hoc, ps. 34/38; y Yesid Reyes Alvarado, "El concepto de imputación
objetiva" en El Derecho Penal Contemporáneo n. 1, Ed. Legis, p. 22). Precisamente, y como ya se
ha dicho, la única causal de exclusión del injusto que podría haberse configurado es la de legítima
defensa, la que fue descartada por el a quo con argumentos que se entendieron adecuados en el
párrafo anterior. El dato relevante que fue tenido en cuenta en este caso es el conocimiento del
manejo que el encausado tiene de armas de fuego -según sus propias manifestaciones y la
autorización para tenerlas y portarlas de la que gozaba al momento del hecho- que permitieron
que advirtiera el peligro y la posibilidad del resultado (conf. fs. 1280).

Cabe recordar, también, que esta sala tiene dicho que el instituto favor rei es, en principio, de
índole procesal y, por lo tanto, funciona en el marco de la valoración de la prueba, es de exclusiva
incumbencia del tribunal de mérito y está fuera del alcance del control de la casación. En el mismo
sentido ha dicho la Corte Suprema de Justicia de la Nación que el principio in dubio pro reo no
significa atribuir al alto tribunal facultades de revisar las consideraciones por las cuales los jueces
de la causa estiman probada, y no solamente dudosa, la comisión de los hechos que motivan la
condena (Fallos 217:792 ; 241:352 [2]; 252:361 ; 298:212 [3]) y que la tacha de arbitrariedad no
sustenta el recurso extraordinario si la pretendida aplicación de lo dispuesto en el art. 13 CPMP.
-análogo al actual art. 3 CPPN.- sólo importa una discrepancia con la valoración hecha por los
jueces respecto de los elementos de juicio incorporados al proceso (Fallos 287:327 ; 303:1898 ,
entre muchos otros; esta sala, causa 631, reg. 767, "Aguilar Ureta, César H. y otro s/rec. de
casación", rta. el 12/10/1995; causa 1966, reg. 2431, "Ibarra, José M. s/recurso de casación", rta.
el 16/10/1998; causa 2263, reg. 2624, "Leguizamón, Jorge A. y otro s/recurso de queja", rta. el
26/2/1999; causa 2682, reg. 3228, "Rivero, Nilda G. s/rec. de casación", rta. el 13/12/1999; causa
3110, reg. 3781, "Quiroz, Ángel N. s/rec. de casación e inconstitucionalidad", rta. el 22/9/2000).
Por ello, este argumento subsidiario también habrá de desoírse.

Con relación al agravio introducido por supuesta arbitrariedad en la valoración de los dichos del
testigo Re, el recurrente ha soslayado detallar cuál es el yerro en el que habría incurrido el
tribunal, en qué lo perjudicó y de qué manera otra interpretación podría haber alterado el
resultado alcanzado. En efecto, la sentencia no arribó a la conclusión condenatoria únicamente
con el aporte testimonial de Re sino sobre la base de otras constancias probatorias coincidentes -a
juicio del a quo- con lo percibido por aquél.

Con carácter previo al tratamiento del agravio resumido en el pto. c) del resultando 2), cabe
mencionar que si bien la acreditación del elemento subjetivo del delito es ajena, como principio y
por reposar en cuestiones de hecho y prueba, a la inspección casacional (conf. esta sala in re:
causa 787, "Blanco, Liliana M. s/recurso de casación" , reg. 953, rta. el 20/3/1996; c. 1599, "Parada
Denis, Walter E. s/recurso de casación" , reg. 2090, rta. el 12/3/1998, entre muchas otras), es
doctrina de esta Cámara, así como también de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, que
dicho control es procedente si se verifica un supuesto de arbitrariedad o absurdo.
En el caso, el tribunal a quo atribuyó a Carlos A. Ranno la conducta homicida a título de dolo
eventual por entender que "poco importa si `aceptó', `consintió', `se conformó', `le fue
indiferente' o si `no deseó' la muerte de Basualdo, pues la irracionalidad de su plan salta a la vista
ante la magnitud del peligro creado y esto debería haber bastado para que desistiera de él,
procurando la actuación de la autoridad policial para la detención de los fugitivos" (conf. fs. 1281).
Esta afirmación fue precedida de un detallado análisis de la evolución doctrinaria acerca de las
distintas teorías sobre configuración del dolo eventual, tras de lo cual se adhirió a la tesis más
restrictiva que postula una concepción del dolo eventual con reducción considerable de las
exigencias de acreditación del elemento volitivo. También tuvo en cuenta la confesada intención
del imputado de evitar la fuga, descartando la culpa con representación puesto que "para que esa
`confianza', que es un estado subjetivo, tenga entidad excluyente del dolo debe corresponderse
objetivamente con las circunstancias del hecho, es decir que se tenga el completo `dominio de la
situación', lo que no se observa en la especie si se tiene en consideración la complejidad de las
circunstancias por la actividad de quienes huían, primero a pie, luego el movimiento del rodado, la
rapidez con que se sucedieron los hechos y el tiempo necesario para conjurar el peligro" (conf. fs.
1280 vta.).

De los párrafos interpolados se desprende que el tribunal de mérito, si bien excluyó del caso la
culpa consciente y afirmó la presencia de dolo eventual en la conducta atribuida -en cualquiera de
sus interpretaciones citadas, esto es como aceptación, conformación, resignación, asunción o
indiferencia del resultado-, lo hizo con argumentos que merecen serios reparos. En efecto, no
pudo desconocerse en la elaboración del juicio adoptado que el aquí condenado tenía un hábil
manejo de las armas -admitido por el tribunal según consta a fs. 1280- así como también el hecho
de que las peritaciones balísticas -conf. fs. 899/905 y 1093/1096- determinaron el movimiento
descendente del recorrido de los proyectiles, con dirección a las ruedas del automotor y no
directamente hacia los ocupantes; más aun cuando el disparo letal, según dicho peritaje, también
había tenido esa dirección, aunque el lugar de impacto fue distinto -a mayor altura- en virtud del
desplazamiento hacia atrás del vehículo, maniobra que describen concordantemente el acusado y
el sobreviviente imputado de robo. Estas circunstancias permiten deducir que la "confianza" del
imputado en la no producción del resultado lesivo no se basaba en una mera subjetividad, sino en
factores objetivos que sustentaban racionalmente su suposición; ello debió otorgar credibilidad al
descargo en cuanto a que su verdadera intención era evitar la fuga de los delincuentes y no
provocarles la muerte, aun cuando ello sea, en puridad, indicativo de la ausencia de dolo directo y
no siempre de dolo eventual. Incluso en los casos de las teorías más extremas, citadas en el
pormenorizado fallo, en que la construcción del dolo eventual se conforma con la concurrencia del
elemento cognitivo casi con total independencia del volitivo, se exige que la posibilidad de
concreción del resultado -en el caso, la muerte de uno de los delincuentes- sea seria y así se lo
haya representado el autor, circunstancia esta última que no puede afirmarse en el presente. Se
ha dicho que "habrá dolo eventual cuando, según el plan concreto del agente, la realización de un
tipo es reconocida como posible, sin que esa conclusión sea tomada como referencia para la
renuncia al proyecto de acción, dejando a salvo, claro está, que esa posibilidad se corresponda con
los datos de la realidad. Se trata de una resolución en la que se acepta seriamente la posibilidad de
producción del resultado. Como sostiene Kühl, este evaporado elemento del conocimiento se
compensa con el fuerte elemento de la voluntad que es el seguro vínculo entre el fin perseguido y
el resultado producido, e incluso quienes postulan un dolo meramente cognoscitivo, por esta
razón deben introducir de contrabando un elemento de voluntad en el concepto... Si el agente
toma conciencia del posible curso lesivo de su acción porque lo advierte o le informa un tercero,
no habrá dolo eventual si confía en que lo puede evitar. Sin embargo, la mera apelación al azar no
lo excluye; es decir, la confianza en la evitación debe ser confirmada por datos objetivos"
(Zaffaroni, Eugenio R., "Derecho Penal. Parte General", 2000, Ediar, p. 500). También Claus Roxin
afirma, en una posición crítica, que "una interpretación que reduce el dolo exclusivamente al
componente de saber es demasiado intelectualista" pues "en una situación igual en cuanto al
saber puede haber que apreciar en un caso dolus eventualis y en el otro imprudencia consciente"
("Derecho Penal", Parte general, t. I, "Fundamentos. La Estructura de la Teoría del Delito", 1997,
Ed. Civitas, p. 434). Asimismo, concluye que "los empeños en suprimir el elemento volitivo-
emocional están condenados al fracaso... La magnitud del peligro conocido y la circunstancia de si
el sujeto tenía, desde su posición, algún motivo para conformarse con el resultado desempeñarán
el papel más importante al respecto; otros criterios como la habituación al riesgo -(propuesta de
Jakobs)-, los esfuerzos de evitación -(según Kaufmann)- y la cobertura o aseguramiento -(postura
de Herzberg)- poseen una trascendencia más indiciaria para la valoración del peligro. Mediante la
ponderación general y racionalmente controlada de los indicios que apuntan en favor del tomar
en serio el peligro o de la confianza en la no producción de la lesión del bien jurídico se sustrae
esta doctrina a la arbitrariedad de la que recelan sus críticos, mientras que las concepciones
pretendidamente puramente objetivistas, que se limitan a un saber (de la índole que sea), caen
con demasiada facilidad en un esquematismo rígido" (ob. cit. p. 447; conf. también, en lo
concordante, Jiménez de Asúa, Luis, "Tratado de Derecho Penal", t. V, 1992, Ed. Losada, ps. 586 y
ss.).

El hecho bajo examen no permite inferir que Ranno se representó seriamente -con el grado de
exigencia que esta característica requiere- la posibilidad de muerte de Basualdo o que no pudo
confiar en su habilidad en el manejo de armas para la evitación de ella, si sus disparos se dirigieron
a las ruedas del rodado. Más aún cuando el impacto de bala en el occiso se produjo -cabe
reiterarlo- como consecuencia del retroceso del automóvil que provocó el ingreso del proyectil por
el baúl, atravesando ambos asientos hasta dar en la espalda de Basualdo; que ello hubiera
ocurrido de esa forma debido a un cambio en el objetivo que el condenado pretendía alcanzar, es
una conjetura carente de respaldo fáctico. Por ello, se aprecia que el a quo tuvo por configurado el
dolo eventual sin demostrar fehacientemente la mendacidad de la versión de Ranno, corroborada
por las peritaciones balísticas (conf. fs. 1271/1272), y descartó que éste pudiera confiar en la
posibilidad de evitación del resultado ya que, a su criterio y tal como se transcribió ut supra, nunca
existió "dominio de la situación" en atención a la complejidad de las circunstancias, las que calificó
de tales por la actividad de los perseguidos que huyeron, primero a pie, luego en auto, por la
rapidez con que se sucedieron los hechos y por el tiempo necesario para conjurar el peligro. Esta
última afirmación descansa en un razonamiento aparente, pues tanto en el dolo eventual como en
la culpa con representación nunca existe dominio de la situación. Precisamente, es la errónea
conciencia de ese dominio lo que justifica la confianza en la evitación del resultado. Y ese genuino
convencimiento en la evitación del resultado, basado en fundamentos racionales -en las presentes
actuaciones, la experiencia como tirador y la dirección de los disparos-, es lo que distingue, en el
caso, el dolo eventual de la culpa con representación. Así lo ilustran los profesores españoles para
quienes "en todo hecho imprudente subyace un error: no se quiere el resultado lesivo y éste se
produce. Por lo tanto, si pese al conocimiento de la peligrosidad de la conducta el autor cree,
erróneamente, que puede evitar la producción del resultado, concurrirá imprudencia y no dolo"...
El error sobre la propia capacidad de evitación es el elemento que permite, de concurrir, la
calificación de unos hechos como imprudentes... Cabe también considerar imprudentes los
supuestos en los que se aprecie un error sobre la real peligrosidad de la conducta. En ellos el autor
yerra sobre el grado de probabilidad de producción del resultado (Comentario a la Jurisprudencia
Penal del Tribunal Supremo, publicado en Anuario de Derecho Penal y Ciencias Penales 1985,
sección dirigida por Santiago Mir Puig, comentario a la sentencia del 28/10/1983, ponente: Latour
Brotons, "En el límite entre dolo e imprudencia", Mirentxu Corcoy Bidasolo, ps. 970/971).

A lo expuesto debe agregarse que la reacción de Ranno tuvo como motivo la presencia en su casa
de dos malhechores, quienes al verlo armado intentaron escapar, y que, según la declaración del
procesado, no desvirtuada por elementos de prueba determinantes, su intención estuvo siempre
dirigida a aprehenderlos. De ahí que les impartiera la orden de detención y al advertir que no lo
obedecían comenzó a dispararles.

En definitiva, ha sido errónea la aplicación del tipo penal escogido -art. 79 CPen.-, debiendo
encuadrarse la conducta desplegada por Carlos A. Ranno dentro de la descripta por el art. 84
CPen.

Esto último porque si bien disparar un arma de fuego contra las ruedas del vehículo que intentaba
fugar es una forma de impedirla, por ser riesgosa, debió ejercitarse con el máximo de prudencia
-incluida la previsible maniobra de retroceso que había provocado el impacto en un lugar más
elevado del automotor- que el agente, en el caso, no ha observado.

La manera en que será decidida la cuestión respecto de la figura penal que corresponde aplicar,
hará que las restantes impugnaciones -relacionadas a la extensión del tipo penal y de la pena (arts.
40 y 41 CPen.)- devengan abstractas, por lo que no corresponderá emitir pronunciamiento alguno.

En suma, será parcialmente afirmativa la respuesta a este interrogante.


2ª cuestión.- El Dr. Rodríguez Basavilbaso dijo:

Establecido el carácter culposo del delito que habrá de reprocharse, la necesaria individualización
de la pena ha de consultar la gravedad del injusto, la que a su vez depende de la clase del bien
jurídico tutelado y de la gravedad de la infracción de los deberes objetivo y subjetivo de cuidado.

Aun prescindiendo de la magnitud del resultado luctuoso -que remite al tipo penal que lo
comprende- la infracción del deber objetivo de cuidado ha sido, en el caso, del máximo nivel; ello,
por la elevada cuantía del riesgo introducido mediante el accionar reiterado de un arma de fuego
de grueso calibre. E idéntica intensidad tiene el aspecto subjetivo de aquella desatención desde
que si se ha desconocido la incapacidad de evitación del resultado, tal ignorancia sería claramente
imputable al autor, sedicente afecto al uso deportivo de las armas y a su portación precautoria.

Por sobre las descriptas circunstancias de agravación, no encuentro atenuantes de similar


relevancia: los aspectos de la personalidad del sentenciado -que no exhiben aristas negativas- no
están vinculados al hecho en forma directa y no serán, por ello, evaluados en ese sentido; a todo
evento, son indiciarios para reconocer la antijuridicidad del hecho y para determinarse conforme a
ese conocimiento (conf. Ziffer, Patricia S., "Lineamientos de la determinación de la pena", 1996,
Ed. Ad Hoc, p. 139). Además, si bien es cierto que aquello que el imputado está autorizado a hacer
desde el punto de vista procesal no puede convertirse luego en una circunstancia de agravación de
la pena (conf. esta sala, causa 3091, "Ávalos, Jorge D. s/recurso de casación" [4], reg. 4050, rta. el
28/12/2000), no concurren en su favor las maniobras con las que pretendió, de inicio, eludir la
responsabilidad. Es opinable, finalmente, que la ausencia de condenas anteriores autorice, por sí,
una reducción del monto sancionatorio ("Lineamientos de la determinación de la pena" cit., p. 154
y sus citas).

Cabe señalar, en otro orden de ideas, que no es aplicable la agravación prevista por el art. 41 bis
CPen.; la exigencia de que el arma sea utilizada como medio para la intimidación o la violencia
prefigura una intencionalidad ajena a los delitos culposos que, por lo demás, no eran los que
daban sustento a la situación de creciente inseguridad que inspiró la sanción de aquel precepto
(conf. la exposición de motivos de la ley 25489 en el Senado de la Nación; en especial, la opinión
del senador Agúndez). En el mismo sesgo, Guillermo A. C. Ledesma, en su actualización (en prensa)
al Manual de Derecho Penal de Carlos Fontán Balestra, ha señalado que "aunque en el sentido
usual de la expresión violencia parece estar comprendida la muerte de una persona causada por
otra mediante un arma de fuego que se disparó por imprudencia, negligencia, impericia o
incumplimiento de los reglamentos o deberes del cargo y, además, la mayor peligrosidad del
medio con que se comete el delito es indudable, entendemos que, sin alterar la letra y el espíritu
de la disposición, no corresponde imponer la agravante del art. 41 bis al homicidio culposo. Ello
así, a partir de una interpretación gramatical y sistemática de la regla citada. En efecto, el término
violencia, para el Diccionario de la Real Academia Española tiene dos acepciones aplicables al caso;
según la primera, es la acción y efecto de violentar o violentarse, y de acuerdo con la segunda, es
acción violenta o contra el natural modo de proceder. Ambas definiciones, según nuestra opinión,
importan una actuación voluntaria por parte de quien las lleva a cabo, lo que es característico de
las figuras dolosas pero no de las culposas, en las que la acción voluntaria no es punible en sí
misma (salvo, en algunos casos, como falta) y sólo lo son como consecuencia del resultado
(muerte, lesiones). Si atendemos a lo que queda del sistema del código, luego de tantas reformas
apresuradas a las que fue sometido, veremos que, también debe llegarse a la conclusión de que la
agravante prevista por el art. 41 bis no puede imponerse al homicidio culposo. En efecto, el art. 78
establece que queda comprendido en el concepto de violencia el uso de medios hipnóticos y
narcóticos. Es evidente que el suministro de esos elementos para violentar a la víctima de algún
delito importa un acto llevado a cabo con conciencia y voluntad (dolo). El art. 87 , referido al
aborto violento no intencional castiga al que `con violencia causare un aborto sin haber tenido el
propósito de causarlo, si el estado del embarazo de la paciente fuere notorio o le constare'. La
violencia inicial, de la misma forma que en el homicidio preterintencional (art. 81 inc. 1 b) es
voluntaria; la violencia que se ejerce sobre la víctima en las lesiones en riña (art. 95 ), también es
dolosa; otro tanto ocurre con la empleada para lograr un abuso sexual (art. 119 párr. 1º); o la
corrupción de menores (art. 125 ); o para cometer un robo (art. 164 ); o una evasión (art. 280 ); o
un acto de piratería (art. 198 inc. 1) y en otras muchas disposiciones del Código. Por fin, no debe
olvidarse la redacción de la parte 1ª del art. 41 bis : `Cuando alguno de los delitos previstos en este
Código se cometiera con violencia o intimidación contra las personas mediante el empleo de un
arma de fuego' emplea las palabras violencia o intimidación, lo que denota una alternativa entre
dos conductas similares, pues la intimidación consiste en el empleo de amenazas para vencer la
voluntad de la víctima de un delito, en este caso, con la exhibición de un arma de fuego. También
en este supuesto estamos en presencia de un acto voluntario, como lo demuestra su inclusión en
distintas disposiciones del Código Penal, todas ellas dolosas. Así, en los arts. 168 , 198 inc. 3, 237 ,
267 y en el título del cap. III de los Delitos contra el Orden Público".

Por lo expuesto, propicio que se case parcialmente la sentencia recurrida -sin costas- y en
definitiva se condene a Carlos A. Ranno a la pena de cuatro años y seis meses de prisión e
inhabilitación especial de nueve años para tener, portar o usar armas de fuego, accesorias legales
y pago de costas procesales por ser autor penalmente responsable del delito de homicidio culposo
(arts. 12 , 29 inc. 3, 40 , 41 , 45 , 48 y 84 CPen.).

Los Dres. Catucci y Bisordi dijeron:

Hemos de disentir con el voto precedente en el monto de la pena impuesta a Carlos A. Ranno. Si
bien la culpabilidad por el hecho cometido en estas actuaciones es de una gravedad considerable,
no menos cierto es que también concurren circunstancias atenuantes que deben valorarse en su
favor.

Entre ellas, deben incluirse las señaladas por el a quo, en cuanto a las calidades personales del
imputado, es decir, la falta de antecedente legales, su juventud, el arraigado hábito laboral, la
conformación de un núcleo familiar y el hecho de que tiene una hija de un año y cuatro meses con
quien convive.

Asimismo, cabe señalar que la conducta precedente de la víctima, en este caso, también configura
una atenuante de la pena, pues fue ella y la de Segall las que provocaron la persecución de Ranno
quien intentaba defender su propiedad y la de terceros. Ello es así, pues, tal como lo tiene dicho
Patricia Ziffer, "en tanto la tarea desempeñada represente un grado especial de exposición o de
indefensión de la víctima, o en tanto sea una calidad particular de la víctima la que motiva el
hecho, esto siempre será un criterio relacionado con el ilícito y la culpabilidad" (ob. cit., p. 126). En
este sentido, la acción delictiva desplegada por Basualdo y Segall -la que quedó en grado de
tentativa por la intervención del aquí imputado- fueron los móviles que llevaron a Ranno a
disparar y a provocar el resultado luctuoso. La autora recién citada ha puesto de resalto que "la
reprochabilidad de la conducta será tanto menor cuanto más se acerque la intención del autor a la
protección de un bien jurídico" (ob. cit., p. 133). En este punto, y no obstante que al momento de
los disparos ya había cesado la situación de defensa privilegiada que prevé el art. 34 inc. 6 párr.
final CPen., no puede desconocerse que Ranno habría actuado en el carácter de persona asimilada
a funcionario público que menta el art. 240 CPen. en cuanto reza: "para efectos de los dos
artículos anteriores, se reputará funcionario público al particular que tratare de aprehender o
hubiere aprehendido a un delincuente en flagrante delito".

Por tales motivos, entendemos que la pena ajustada a la culpabilidad por el hecho ilícito es de tres
años de prisión de efectivo cumplimiento, con más la inhabilitación especial para tener, portar o
usar armas de fuego, la que debe alcanzar su máximo, esto es, por el término de diez años.

De las constancias del expediente surge que el imputado ha permanecido en detención desde el
28/8/2003 (fs. 630) hasta el 23/7/2004 (fs. 1126), es decir, más de diez meses. Tal circunstancia lo
habilitaría a la conversión de la excarcelación de la que goza por un régimen de libertad
condicional -la que deberá ser decretada por el tribunal de juicio-, ya que no se perciben, en el
presente caso, razones de prevención especial que, tratamiento resocializador mediante, hagan
necesaria o tornen conveniente siquiera la nueva detención del inculpado.

También debe tenerse en cuenta que no existe un peligro real de reincidencia puesto que se trató
de un episodio circunstancial a pesar de que Ranno contaba con la tenencia legítima de armas
desde hacía más de diez años y hacía cuatro que estaba autorizado para su portación. Además, la
imposición de una pena conjunta de inhabilitación como la establecida -la que deberá ser
controlada suficientemente por el patronato de liberados- satisfará tal pretensión de manera más
eficaz que la imposición de un encierro, el que de todas formas será breve y no coadyuvará con los
fines resociabilizadores de la pena.

Por ello, y en mérito al acuerdo que antecede, el tribunal, por mayoría, resuelve: hacer lugar al
recurso de casación interpuesto por la defensa particular de Carlos A. Ranno, casar parcialmente la
sentencia recurrida y condenarlo, en definitiva, a la pena de tres años de prisión de efectivo
cumplimiento e inhabilitación por el término de diez años para tener, portar o usar armas de
fuego y al pago de costas procesales, por ser autor penalmente responsable del delito de
homicidio culposo (arts. 29 inc. 3, 40 , 41 , 45 y 84 CPen.), sin costas en la instancia.

Regístrese, notifíquese en la audiencia a designar y devuélvase al Tribunal Oral en lo Criminal 14.-


Alfredo H. Bisordi.- Juan C. Rodríguez Basavilbaso.- Liliana E. Catucci. (Sec.: Elsa C. Dragonetti).

También podría gustarte