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La visión de
hierba fresca era considerada un milagro. Sin pasto los animales enflacaron hasta exponer
desde sus pieles los armatostes regios de sus esqueletos. Los hogares multiplicaban las
raciones de pan y queso para disimular la desolación de la miseria. El sol del hambre brillaba
En esa aldea un joven pastor trabajaba su tierra árida con fervor y diligencia, con la remota
esperanza de que la lluvia regresara pronto a esa tierra olvidada. Con una desolación
resignada encajaba en la tierra estéril el arado rendido. Al medio día y luego de tramitar las
tareas básicas del hogar, reunió a su rebaño y se dirigió a las afueras de la aldea para pastar
en lo salvaje. Se despidió de su mujer que fregaba sábanas contra una loza y partió con su
melancolía.
En el camino una nube gris apareció en el cielo y el pastor la reconoció como un augurio que
Anduvo acompañado por el rumor de las piedras vacilantes bajo sus pies sobre las llanuras
muertas. La nube se detuvo precisamente sobre un prado esmeralda a las afueras de una
cueva.
En su interior, ensoñada por el fulgor de los tulipanes que crecían fuera de la cueva en forma
de jóvenes custodias llenas de secretos, una murciélaga chupaba lentamente miel de espanto
colgada de una estalactita atravesada por la rama de un ciruelo negro que crecía en la
oscuridad.
Entonces el pastor que guiaba su rebaño de animales mansos como cadáveres vehementes se
acercó lentamente a admirar aquel jardín espontáneo que parecía manar como una lengua
quiso cortar una flor para llevarla a su esposa que esperaba en el pueblo empecinada. Pues en
sus ojos era un tulipán hermoso mas no conocía que toda la belleza esconde una maldición.
En el instante mismo de aquel acto, la murciélaga se descolgó del techo de la cueva y al batir
de sus alas, se envolvió en una nube tenebrosa y azul de tan pálida y brillante, y transmutó en
Instalada en la entrada de la cueva y sin dejarse tocar por la luz del día, su melena roja
irradiaba una luz propia que borraba el resto del paisaje. Entonces alzó el mentón y dijo fuerte
al viento:
— Gentil desconocido, esa no es la flor más bella que hay en mi jardín. Acércate y dime tu
nombre.
Ella se acostó sobre la hierba gris violeta que crecía como un pelaje extraño al interior de la
Mateo se hincó frente al altar del pecado y observó el sexo de la mujer que era una carnosidad
brillante, como una llama rosada. A lo lejos sonó el lamento de la torre de campanas de la
iglesia o cencerros de vaca triste mientras Mateo se quitaba la túnica y desnudaba su cuerpo
hundirse en su pecho bruno y de un solo tajo arrancar su corazón. Y este, como una granada
presentó ante sus ojos con un horror helado que no ahogaba el calor de su penetración. La
mujer misteriosa mordió el fruto con gozo mientras un par de gotas rojinegras escurrían de su
cuello a sus pechos dorados. Mordió y mordió con una voracidad frenética mientras su cara se
desfiguraba en diabólicas visiones. El trance duró el tiempo que ella devoraba con potentes
embestidas que encendían la fantasía en la mente del pastor. Al culminar, el pastor eyaculó
sangre sobre el vientre de la murciélaga con el conjuro de todas sus fuerzas para luego perder
levantó, limpió su cuerpo y volvió a su forma animal para perderse otra vez en la oscuridad.
El pastor despertó al borde de ese jardín maligno y al vestirse con su túnica sintió el agujero
de vuelta al pueblo. Al caminar observaba con indiferencia las cabras flacas que conformaban
su cuadrilla. Anduvo largo rato de regreso a la aldea por las tierras aridas. El atardecer brillaba
fulminante sobre las etapas muertas. Ya no sentía hambre, ni deseo, ni vida, todo parecía
bañado por el mismo esmalte ocre de un misterio silencioso. Sin embargo ese vacío de su
Al llegar a casa, el pastor recostó su cabeza sobre el arado de madera y cantó una canción
con los ojos cerrados. Una niebla oscura surgió de su pecho mientras la noche nacía.
La mujer del pastor hizo un comentario por la manía de las cabras de chupar las piedras a falta
de pasto para entretener el hambre, a pesar de que habían comido. Estas bestiecillas voraces
chupaban las piedras de una forma obscena lengüeteando la punta de las piedras y dándoles
hocico a pasos acompasados. Las cabras chuparon hasta caer dormidas pero el pastor y su
mujer aún hicieron el amor. El pastor no logró conciliar el sueño. Sus pensamientos eran
rondaba por su mente sin concilio con el calor de la fantasía que crecía en sobreabundancia
en su mente.
A la salida del sol, la mañana siguiente, el pastor se levantó y expuso el agujero de su pecho al
sol naciente. En la tierra desolada mi alma es plenitud, pensó Mateo. De pronto, comenzó a
salir una expansión de nubes de tormenta del pecho de Mateo que rápidamente llenaron el
cielo. A punto que la mujer del pastor despertó, comenzó a llover sobre los llanos.