MAITREYA
A MaitreyaRenacer en presencia de Maitreya, el Buda fut
ro, es el mayor deseo de muchos tibetanos y
mongoles; la inscripcién “iVen, Maitreya, venk
en las rocas de numerosas montafias, da testiruo
nio de ello.
Buddhist Scriptures,
traduecién al inglés de Edward Conze
Uno
EN LA MUERTE DEL MAESTRO
Uw LAMA engurrufiado y feo, el manto mal colgado sobre un
pulover, asom6é por la rendija unas grefias negras mezcladas
con pelo de yak, y un ojo que se aprets como para miraren una
gta
Empujé fa puerta, Al chirrido de las tabletas desvencijadas,
eldurmiente dio media vuelta furiosa y con las manos tiré de
la frazada como para protegerse de una tempestad de arena,
Después de las grefias, y del radar de murciélago, fue una
mano lo que aparecio: el movimiento del indice era tan regular
como silo controfara un hilo.
Con soltura circense el lirén esboz6 una voltereta: Lesqui-
vvaba la acometida de un pajarraco de pico afilado, o cabeceaba
conta la fuerza del oleaje? Emitié en el salto ensabanado un
ronquido amenazador, seguido de gruiides breves, de gato
camipesire cuando s¢ le acercan con olores etilicos.
1a jiibilla de ta rendija, queriendo transmnitir un mensaje
con destino a lo inerte, cfrar escarabajos en el basalt, y diferie
aquel empecinado soo et lumiére, como repudiaba cualquier
alarido “la voz: una emanacién roja y atomizada del cuerpo,
‘vaso que protegia de toda violencia, no atino mds que a dar
un chancletazo de solar, redoblado de palmada seca, que son6
en el cubiculo como un disparo.De un golpe y sin tropiezo -el borde del suetio fue ef de
una flecha; stu cuerpo, un blanco de lata; el ménaco aletargado
quedé en pie y en equilibrio estable. Rigido, las manos unidas
en un saludo reverente, profirid un tropeloso mani, sin saber a
ciencia cierta si lo dirigia a un Superior lamaico ofuscado por
un cabeceo en medio del Saludo a la aurora, a un mono san-
guinario que le agarraba un dedo y se lo mordia, 0, poco des-
pués de la muerte, a la manifestacién odiosa de Avalokitechva-
+a, miriépodo y colérico, en una auteola de Hamas negras, de
un collar cle cabezas chupando codgulos
Un calzoncillo flojo de eléstico, y de limpieza intermitente,
le dejaba adivinar los coxales puntiagudos y, blandote bajo
una mancha de almidén, un miembro apacible y doblado ala
izquierda,
~!Qué pasa? ~articulé sin fallos, listo a buscar Cubos de
agua para aplacar un incendio, 0 a recoger los tankas mas va
liosos, abandonancio al invasor, como burla final y acertijo, las
imitaciones, con ranas en lugar de dakinis, pintadas ad hoc
para humillatlo.
—Apiirate —le empets el visitante-; esté listo para darle a
fa rueda un cuarto de vuelta.
Elrecién levantado se frot6 Tos ojos, De encima de un coike
de madera del tamaiio de un batil de sal, con caracoles pinta
dos en la tapa, agarté un trapo largo y zurcido, desigualmente
bermell6n, que se tird encima y se anudé a la cintura con un
céfiamo. :
No cerraron la puerta.
‘Caminaron a lo largo de un pasillo angosto y crujiente; un
ventanal lo abria al paisaje brumoso de la mafiana. Vigas de
madera negra, horcones de antiguos palacios abandonados al
viento, o al bricolaje insaciable de los monos, y hasta pedazos
carcomidos de olvidables estatuas fo apuntalaban, encajados
enla roca, sobte el vacto, Un toldo de fibras, enrollado y sujeto
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con sogas, lo protegia de los pajaros durante la nidada; siem
pre de la nieve
Tan atolondrado como el primero, otros dos monjes se
unieron al heraldo; lo siguieron dando tropezones, que deplo-
raban con chasquidos de ferigua, y hasta con gestos bruscos y
palabrotas mal disimuladas,
Subieton por unos peldafios irregulares y desgastados, ex-
cavados en ia roca, hasta llegar a una puerta de madéra: dos
ojos almendrados vigilaban bajo espesas cejas de oro perlecta-
mente incuryadas y simétricas, un mismo trazo ieregular y
pido, Pupilas de aril, mas claras en los bordes. Sobre las ce-
jas, y en Ta depresion que fas unia, un évalo ahuecado en tas
vetas, rojo. Ni nariz ni boca; tampoca ceradura
Empujaton con cuidado, como temiendo despertar a un
pekings que durmiera junto al umbral.
‘ra una sala sin muebles ni ornamento alguno, espaciosa
y tibia, La escasa [uz de unas lamparitas de aceite, que tembla
ban entre monticulos de arroz, dos pozuelos de té, un pilén, un
tintero y un estuche de célamos, no aleanzaba a dispersar ta
penumbra. O si: segsin la mirada se acostumbraba iba definien-
do, apilados en un dngulo, como en visperas de una invasi6n de
polillas o de una mudada, muebles viejos, laqueados en negro,
cojines de hilos brillantes y figuras de madera apiladas unas
sobre otras, envueltas en esteras a en periddicos nepaleses
sujetados por esparadrapos. En el parpadeo de las lamparas
esplendian por instantes —flores de loto, nubes, hexigonos~
fos motivos de oro de algunos tankas atin desentotlados, 0
tirados de prisa sobte los muebles, zafados, rotos.
Recostados en la pared, como estandartes 0 banderolas para
un entronizamiento, aunque en hilachas y descoloridas, flota-
ban imagenes pintadas, herencia de antiguos monasterios, que
fos monjes habian conservado de guia a discipulo a lo largo
del tiempo, como una misma pregunta repetida desde la nieve