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Del Amadis Primitivo Al de Montalvo Cues PDF
Del Amadis Primitivo Al de Montalvo Cues PDF
Editores
José Manuel Lucía Megías
Mª Carmen Marín Pina
con la colaboración de
Ana Carmen Bueno
Los escasos pasajes conservados de una redacción del Amadís previa a la elabo-
rada por el regidor de Medina del Campo corresponden a una parte de ésta última
rica en elementos emblemáticos, los capítulos LXV, LXVIII, LXX y LXXII, respecti-
vamente el segundo, el quinto, el sexto y el octavo del libro III (cf. Rodríguez-
Moñino 1957: 14). La presencia de los mismos es notable ya en el fragmento III del
texto manuscrito, correspondiente al capítulo LXV de la versión de Rodríguez de
Montalvo. Una primera alusión a escudos resplandecientes resulta de difícil inter-
pretación a estos efectos, dada la escasez de texto conservado:1
…por la tierra
…las aguas que descen[dían]
…[de la?] montaña e cuando fueron
…dixo: –Don marinero, ved
…so en aquella ribera, entre
…resplandecen escudos. –
…non lo vio e di[xo]:
[– ¡]…Dios confunda!
(Amadís Ms., frag. IIIrª, 22).
*
El presente trabajo se enmarca en las actividades del Plan Nacional de I+D HUM2005-
05783GEMCEMYSO.
1
En todas las citas regularizo la grafía y puntuación de acuerdo con las pautas expuestas en Monta-
ner (2007: CCCXXXIV-CCCLXI). En el caso concreto de los fragmentos del Amadís manuscrito (a los que
me refiero por su número, el recto o verso de la hoja, la columna y la página en la edición de Rodríguez-
Moñino 1957), mantengo la separación de líneas del testimonio único y suplo entre corchetes las restau-
raciones que me parecen más probables, a la vista del contexto y de la versión de Rodríguez de Montal-
vo, a fin de completar en lo posible el sentido.
542 DEL AMADIS PRIMITIVO AL DE MONTALVO: CUESTIONES DE EMBLEMÁTICA
Así anduvieron una pieça hasta que fueron encima de la montaña, y vieron cer-
ca de sí un castillo que les paresció muy fuerte y fermoso, y fuéronse para allá por
saber algunas nuevas del gigante. Y llegando cerca, oyeron tañer en la más alta to-
rre un cuerno tan bravamente, que todos aquellos valles hazía reteñir.
–Señor –dixo don Bruneo–, aquel cuerno se tañe, según dixo el maestro de la
galea, cuando el gigante sale a batalla, y esto es si los suyos no pueden vencer o
matar algunos cavalleros con que se conbaten; y cuando él assí sale, es tan sañudo,
que mata todos los que halla, y ahun algunas vezes de los suyos.
–Pues vamos adelante –dixo Amadís.
Y no tardó mucho que oyeron muy gran ruido de mucha gente, de muy grandes
golpes de lanças y de espadas muy agudas y bien tajantes; y tomando todas sus
armas fueron todos para allá. Y vieron muy gran gente que tenían cercados dos ca-
valleros y dos escuderos que estavan a pie, que los cavallos les avían muerto y que-
ríanlos matar; mas todos cuatro se defendían con las espadas tan bravamente, que
era maravilla verlos. (Amadís, III, LXV, 975-976).
Y Amadís vio venir descontra ellos a Ardián, el su enano; y como vio el escu-
do de Amadís, conosciólo luego, y dixo a grandes bozes:
–¡O señor Amadís, socorred a vuestro hermano don Galaor, que lo matan, y a
su amigo, el rey Cildadán!
Cuando esto oyeron, moviéronse al más correr de sus cavallos, juntos uno con
otro, que don Bruneo a su poder a él ni a otro en tal menester no daría la aventaja.
Y yendo assí, vieron venir a Madarque, el bravo gigante que era señor de la ínsola,
y venía en un gran cavallo y armado de hojas de muy fuerte azero y loriga de muy
gruessa malla, y en lugar de yelmo una capellina gruessa y limpia y reluziente co-
mo espejo, y en su mano un muy fuerte venablo tan pesado, que otro cualquier ca-
vallero o persona que sea apenas y con gran trabajo lo podría levantar, y un escudo
muy grande y pesado. (Amadís, III, LXV, 976).
mallas del almófar mediante una serie de correas», según Gago-Jover 2002: 101) re-
fuerza la interpretación propuesta del citado pasaje del fragmento tercero y establece un
contraste entre las armas del gigante, brillantes, pero carentes de figuras heráldicas, y el
escudo de Amadís, que sí las presenta, conforme a la tradición caballeresca, pues trae,
de oro, dos leones afrontados de azur, según la descripción de I, IX, 318 (cf. Riquer
1987: 167 y 172-173, con las matizaciones de Montaner 2002: n. 34). En consecuencia,
este escudo sí posee función emblemática, es decir, la capacidad de identificar a su
titular (cf. Montaner 2004). Por ello Ardián puede reconocer de inmediato a Amadís y
recabar su ayuda, siendo él quien, a su vez, identifica a los combatientes, a los cuales el
propio Amadís se da a conocer a continuación: «¡A ellos, hermano Galaor, que yo soy
Amadís, que os socorreré!» (p. 977). En cambio, hasta donde es posible reconstruirla, la
situación resultaba algo distinta en el Amadís primitivo, pues, al parecer, ahí era el pro-
tagonista quien reconocía a Ardián (llamado Ordián) y a los luchadores, tomando la
iniciativa de lanzarse al combate:
E cuando Amadís…
do, conosciolo Ordián, que [vio las?]
sobreseñales que él traí[a e començó]
de ir contra él, dando m[uy grandes]
bozes: –¡Ay, señor Am[adís, loado]
sea Dios, que vos tr[ae…]. (Amadís Ms., frag. IIIvb, 22).
Seguramente, Rodríguez de Montalvo redujo estos dos momentos a uno por ser
parcialmente redundantes. Si el reconocimiento de Amadís se hubiese producido al
final del combate, se hubiese creado un efecto de perspectivismo o, para ser exac-
2
Para la expresión suplida en la penúltima línea, cf. Amadís, I, XVII, 419. En este contexto, montaña
tiene el sentido de ‘bosque’ (cf. Montaner 2007: 330 y 425).
544 DEL AMADIS PRIMITIVO AL DE MONTALVO: CUESTIONES DE EMBLEMÁTICA
tos, de ironía dramática semejante, hasta cierto punto, al que se produce cuando
Galaor se encuentra por primera vez con su hermano, a quien ve combatir con ad-
miración y al que no conoce, pero cuya identidad queda sugerida a los lectores
mediante su presentación como el caballero «de los leones», a causa de sus armerí-
as.3 Sin embargo, al producirse la identificación al inicio del combate, la interven-
ción de Ardián no hace sino repetir lo que Amadís ya sabía, sin añadir casi nada a
la escena anterior, puesto que Galaor se entera de la llegada de su hermano por éste
mismo. Sin duda por tal causa, el regidor de Medina del Campo optó por reducir
ambos momentos a uno, aprovechando para ello la función emblemática propia del
escudo de armas.
A este respecto, conviene detenerse en el sentido exacto de sobreseñales, que,
frente al escudo en el texto de Rodríguez de Montalvo, es el elemento emblemáti-
camente marcado en la versión manuscrita. El DRAE, s.v., define sobreseñal, inva-
riablemente desde 1803, como «Distintivo o divisa que en lo antiguo tomaban arbi-
trariamente los caballeros armados», pero la inclusión del factor discrecional res-
tringe indebidamente el alcance semántico de la expresión. Dado que la señal era
un emblema heráldico cualquiera,4 la sobreseñal, como compuesto léxico de aqué-
lla, habría de designar algo que está sobre una señal (lo que en el blasón equivale a
cargado o brochante) o bien a las señales que están sobre algo (un escudo, una
sobreveste) o incluso a ese mismo soporte de las señales, que las lleva sobre sí. La
primera acepción posible no cuenta en realidad con testimonio alguno, mientras
que el más antiguo de los documentados transmite el último sentido, es decir, la
prenda en cuya superficie se han representado las señales o figuras heráldicas. Se
trata de una disposición de las cortes de Alcalá de Henares celebradas por Alfonso
X en 1252 (ed. Herrera, Sánchez y González 1999), cuyo tenor es:
3
Amadís, I, XI, 332-340. Sobre este episodio, véanse Cacho Blecua (1979: 84-85) y Montaner
(2002: 303-304).
4
El término señal designaba en la Edad Media un emblema heráldico, estuviese o no encerrado en
una cartela, circunscrito a un escudo o representado en una enseña: «el señor de aquesta Bayona ha por
señales un pendón blanco con una cruz bermeja [...] E el rey d’estas tierras ha por señales un pendón a
coarterones [= ‘cuartelado’]; en los dos coartos ay flores de oro en canpo azul, porque el rey de la tierra
es en la casa de Francia, e los otros dos coartos son vermejos e en cada uno tres leones de oro luengos
[...] esta provincia ganaron los francesses cuando la conquista de Ultramar; e las seynales son cinco
cruzes vermeyas en canpo blanco [...] El rey dende ha por señales bastones del rey de Aragón» (Libro
del conoscimiento, ff. 2v, 5v, 9r y 10r). Como se ve, las señales estaban constituidas por tanto por piezas
geométricas (cruces, bastones), como por figuras, bien inanimadas (flores de lis), bien animales (leones).
Cuando esa señal se pintaba sobre un escudo o se encerraba en su silueta (en sellos, sepulcros, tapices u
otros soportes), el emblema se convertía en estricto escudo de armas o perfectas armerías (véase Me-
néndez Pidal de Navascués 1982: 11, 40-43 y 81, y Montaner 1995: 41-45 y 57-58).
AMADÍS DE GAULA: QUINIENTOS AÑOS DESPUÉS 545
Las coberturas son las gualdrapas de los caballos, mientras que el perpunte era
una túnica de algodón reforzada con una serie de pespuntes que se llevaba sobre la
cota de mallas (Riquer 1968: 28-31, Brugera 1980: 48, Gago-Jover 2002: 275) y la
cofia era la prenda de cabeza usual en el reinado de Alfonso X (Menéndez Pidal
1986: 82-83). Por lo tanto, es obvio que sobreseñal designa aquí una pieza de in-
dumentaria y no un elemento sobrepuesto a la misma. Específicamente, se refiere a
la sobreveste o cota de armas, ‘túnica larga y ligera llevada sobre la loriga, que
descendía hasta la pantorrilla’. Esta acepción es la que seguía vigente en el siglo
5
XIV, como se advierte en la Gran Conquista de Ultramar:
assí que todo hombre que lo viesse lo ternía por muy gran cosa e muy apuest, e so-
bre todo muy temerosa, e otrosí las sobreseñales e los pendones e las coberturas,
que eran de muchas colores e de muchas maneras […] traían los yelmos e los ca-
pacetes todos quebrantados de heridas e de porradas, e las sobreseñales rotas todas
e los escudos despedaçados e las lorigas falsadas en muchos lugares en que eran
ellos muy mal llagados. […] tenía a su cuello un escudo de marfil muy claro e
blanco e muy fuerte, en que avía pintado un leon de oro e tenía otrosí un cuervo de
marfil blanco e leones de oro, con que esforçava sus gentes cuando entendía que
era menester, e destas mismas señales eran las coberturas e las sobreseñales o el
pendon de la lança.
Todo cavallero de la Vanda […] que siempre ande bien guisado del mejor cavallo
e de las mejores armas e más lozanas que podiere aver, e a do quiera que vaya que
siempre le traya consigo, e que tenga siempre unas sobreseñales de cuerpo e de
cavallo en que aya vanda, ca cierta cosa es que si buen cavallo e buenas armas non
5
Cito por la transcripción de John O’Neill incluida en el corpus de Davies (2001-2002) y subrayo.
546 DEL AMADIS PRIMITIVO AL DE MONTALVO: CUESTIONES DE EMBLEMÁTICA
a por buen corazon que aya, nunca podrá seer buen cavallero, nin facer buena ca-
valleria.
E commo quiera qu’el rey avía mandado que los pendones de don Fadrique e de
don Fernando sus hijos que fuessen delante d’él, a[q]ueste Gonçalo Ruiz, mayor-
domo de don Fadrique, que iva armado de todas armas e las sobreseñales eran el
canpo de oro e unas letras enlevadas que dezian «Ave María», […] llegó a una
passada estrecha que se fazía en aquel río del Salado.
6
Compárese, a este respecto, Partidas, II, XXIII, 12: «pusieron en las armaduras que traen sobre sí e
sobre sus cauallos, señales departidas unas de otras porque fuesen conoscidos».
7
Atribuidos por su editor, Vázquez Janeiro (1984), al maestro franciscano fray Diego de Valencia,
autoría bastante insegura (Gómez Moreno 1987).
AMADÍS DE GAULA: QUINIENTOS AÑOS DESPUÉS 547
cerca del camino, debaxo de unos árboles, cabe una fuente, estava un cavallero en
un cavallo pardo, y él muy bien armado; y sobre su loriga vestía una sobreseñal
verde que de una parte y otra se brochava con cuerdas verdes en ojales de oro, as-
sí que les pareçió en gran manera hermoso. Y tomó un escudo y echólo al cuello, y
tomó una lança con un pendón verde y esblandecióla un poco. (Amadís, IV, LXXX,
1262, subrayo),
así como al hablar, también en ese capítulo, de don Grumedán, quien «desque ves-
tió su loriga fuerte y muy blanca, vistió encima una sobreseñal de sus colores que
era cárdena y cisnes blancos» (p. 1272). Lo mismo ocurre cuando la voz aparece en
plural, siendo la forma y acepción mayoritarias (Riquer 1987: 144-146):
Éste se armó de unas armas negras, assí el yelmo como el escudo y sobreseñales,
salvo que en el escudo llevava figurada una donzella de la cinta arriba a semejança
de Oriana, fecha de oro muy bien labrada, y guarnida de muchas piedras y perlas
de gran valor, pegada en el escudo con clavos de oro; y por sobre lo negro de las
sobrevistas llevava texidas unas cadenas muy ricamente bordadas, las cuales tomó
por devisa, y juró de nunca las dexar fasta que en cadenas llevasse preso a Amadís
y a todos los que fueron en le tomar a Oriana. […] El rey Perión se armó de unas
armas, el yelmo y escudo limpios y muy claros, de muy buen azero, y las sobrese-
ñales de una seda colorada de muy biva color. (Amadís, IV, CIX, 1453-1454; sub-
rayo).
Igual sentido presenta en II, LV, 775; III, LXVIII, 1036, y LXX, 1098, mientras
que el de ‘emblema’ aparece a veces de forma ambigua, pues no está claro si se
refiere a éste de forma independiente o como parte de las sobreseñales divisadas,
como en:
Y yo gelo tove en merced y le dixe que tomaría el cavallo, porque era muy bueno,
y la loriga y el yelmo; mas que las otras armas havían de ser blancas, como a cava-
llero novel convenían. Dávame su espada y yo, señor, le dixe que vos me daríades
una de las que la reina Menoresa en Grecia vos diera. Y mientra allí estuve, hize
hazer todas las otras armas que convienen, con sus sobreseñales, y aquí lo tengo
todo. (Amadís, IV, CIX, 1450-1451; subrayo).
548 DEL AMADIS PRIMITIVO AL DE MONTALVO: CUESTIONES DE EMBLEMÁTICA
Estonces demandó sus armas, las cuales eran desta manera: el campo de las sobre-
señales y sobrevistas pardillo, y grifos dorados por él; el yelmo y escudo eran lim-
pios como un espejo claro, y en medio del escudo, clavado con clavos de oro, un
grifo guarnido de muchas piedras preciosas y perlas de gran valor, el cual tenía en
sus uñas un coraçón que con ellas le atravesava todo, dando a entender por el grifo
y su gran fiereza la esquiveza y gran crueldad de su señora, y que assí como tenía
aquel coraçón atravesado con las uñas, assí el suyo lo estava de los grandes cuida-
dos y mortales desseos que d’ella continuamente le venían. (Amadís, IV, CX, 1464;
subrayo).
Floyán, que lo conosció en las sobreseñales, uvo recelo que si al Emperador lle-
gasse, que todos no serían tan poderosos de gelo defender ni amparar; y lo más
presto que pudo se puso delante, aventurando su vida por salvar la suya del Empe-
rador. (Amadís, IV, CX, 1480; subrayo).
Este sentido aparece con más claridad en las Sergas de Esplandián, cap.
LXXXIII, 470:
viendo cuán pocos eran y que los avían passado de la otra parte de los primeros en-
cuentros, conociendo por las armas y sobreseñales de los cavalleros que eran cris-
tianos, dio el alguazil grandes bozes que los acometiessen y no quedase hombre a
vida. Los turcos, dando grande alarido, los fueron a ferir, yendo su caudillo delan-
te, como esforçado cavallero.
ción más avanzada que la usualmente admitida para este texto (ca. 1420, según
Lapesa 1957: 32).
Ahora bien, la inclusión de escudo resulta en realidad un tanto forzada, pues no
se ve claramente cómo el avance de Amadís puede vincularse a la mención del
mismo, al menos en el espacio materialmente disponible para la parte faltante.
Cabría, pues, pensar en un giro más adecuado al contexto: «E cuando Amadís [cer-
ca estu-] | do, conosciolo Ordián», según la expresión documentada en la Crónica
abreviada de don Juan Manuel: «Xerssis, fijo del rey Darío, sacó sus huestes para
lidiar con los godos e desque estudo cerca d’ellos, non ossó lidiar» (Blecua 1982-
1983: II, 656, subrayo) y en la Crónica del rey don Pedro de López de Ayala:
«llego don Ferrando a la villa de Guimaranes, diziendo que queria fablar con los de
la villa para que se diessen al rrey don Enrique, e desque estudo cerca metiosse
dentro» (año XX, cap. XIV, vol. II, 300, subrayo).8 Esta construcción no sólo res-
ponde mucho mejor a la lógica narrativa del pasaje, sino que explica fácilmente la
versión de Montalvo por una sustitución de las sobreseñales de Amadís por su
escudo, de acuerdo con una preferencia de dicho autor cuando se trata de las armas
del héroe (al menos las que traen leones). En suma, parece preferible entender que
el Amadís manuscrito se refiere a la sobreveste divisada del héroe, y no directamen-
te a los emblemas heráldicos representados en su superficie o en la del escudo.
El fragmento I del Amadís manuscrito corresponde a una sección relativamente
extensa del capítulo LXVIII de la versión de Montalvo, que, de entre los que guardan
correspondencia con la redacción primitiva, es el de mayor densidad en componen-
tes emblemáticos. El primero de ellos en aparecer, aunque sea en cierto modo por
defecto, lo hace con ocasión de la llegada de don Florestán a la corte de Gaula,
donde Amadís permanece en forzada récréantise:
Pues así estando como oís, el rey Perión y Amadís vieron venir un cavallero en un
cavallo lasso y cansado, y las armas, que un escudero le traía, cortadas por muchos
lugares, assí que las sobreseñales no mostravan de qué fuesen, y la loriga rota y
malparada, en que poca defensa avía. […] Y seyendo más cerca, conosciolo Ama-
dís, que era su hermano don Florestán. (Amadís, III, LXVIII, 1032).
En este caso, la indicación de que las sobreseñales aparecen en las armas que
llevaba el escudero de Florestán revela que el término se toma en la acepción más
reciente de ‘figuras heráldicas’, toda vez que las armas incluyen la propia sobrese-
8
Compárense también los siguientes pasajes: «E estudo el rey cerca el lugar de la puerta, e todo el
pueblo sallieron a cientos e a millares» (Biblia ladinada, ms. Esc. I-i-3, f. 184vª, según la transcripción
de Moshé Lazar incluida en CORDE); «e estudo cerca que el pueblo quería ý mostrar todo su poderío
[…]La muchedunbre que estava ý fue toda comovida, e estudo cerca de se levantar allí ruido […] los
cuales non fallaron discordia en la cibdat nin batalla de fuera, mas todo esto estudo cerca de nascer»
(López de Ayala, Décadas de Tito Livio, 525, 619 y 661).
550 DEL AMADIS PRIMITIVO AL DE MONTALVO: CUESTIONES DE EMBLEMÁTICA
–Señor, por mucha gente se deve contar vuestra sola persona, y nosotros que os
serviremos. Solamente queda en darse orden cómo encubiertos vamos, y con armas
señaladas y conoçidas que nos guíen a que socorrernos podamos; que si más gente
llevássedes, impossible sería nuestra ida ser secreta.
–Pues que assí vos pareçe -dixo el Rey-, vayamos a la mi cámara de las armas y
tomemos dellas las más olvidadas y señaladas que allí fallaremos. (Amadís, III,
LXVIII, 1036).
alude precisamente a las que, por ser notorias, permiten el fácil reconocimiento de
su titular, como expresa paladinamente el siguiente pasaje de la Crónica de Enrique
IV, 274, de Diego Enríquez del Castillo (las cursivas son mías):
Estando así aposentados, casi a la media noche llegó un rey de armas secretamente
al duque de Alburquerque, por parte de don Alonso de Fonseca, arçobispo de Sevi-
lla, haziéndole saber que cuarenta cavalleros hijosdalgo de la casa del prínçipe, rey
que se dezía, e del arçobispo de Toledo, avían hecho boto solenne que todos e cada
uno de ellos lo buscaran por toda la hueste de la batalla, cuando se diese, e lo pren-
derían e lo matarían o perderían la vida en aquella demanda, e que le rogava e re-
quería, como amigo, que a la batalla no saliese con armas conosçidas, porque le
sería peligro de la vida y de la honra. El duque respondió al rey de armas:
–Dezid al señor arçobispo que gelo tengo en sañalada merced, porque me paga
su debda de buen amigo, pero que los tales tienpos, conviene a los cavalleros sallir
señalados e mostrarse a sus enemigos, porque la onra sienpre cuelga del peligro. E
por tanto a vos como oficial de armas, requiero que a los cavalleros que ansí an bo-
tado de me prender o matar en la batalla, que las armas e la insinia con que yo he
de pelear en la batalla son las que aquí vedes, por eso cunple que las conozcáis e
se las sepáis blazonar, para que por ellas me conozcan e sepan quién es el duque
de Alburquerque.
Y en alguna enmienda dello e por vos honrrar, queremos e es nuestra merced que
vós e los que de vós descendieren, podáis e puedan tener e traer por vuestras ar-
mas conoscidas, así en vuestros reposteros e armas e ropas, e en vuestras casas
como en otras cualesquier partes que vos quisierdes, demás de las armas vuestras
que vós tenéis e traeys, tres torres picudas plateadas, las dos menores e la una ma-
yor, e que la mayor esté asentada encima de las dichas vuestras armas, y las otras
dos a los lados, y en campo verde. Las cuales vos damos e mandamos sean tenidas
e conoscidas por vuestras armas, e de los que de vos vinieren e descendieren, para
que vos y ellos seades honrrados en señal e memoria de los dichos servicios que
nos hezistes en la dicha guerra del dicho reino, especialmente en la toma de la di-
cha cibdad de Granada. (Garrido Atienza 1910: 104-105; subrayo).
Señales conoscidas pusieron antiguamente que traxessen los grandes omes en sus
fechos, e mayormente en los de la guerra. Porque es fecho de grand peligro, en que
conviene que ayan los omes mayor acabdillamiento, assí como de suso diximos.
Ca no tan solamente son de acabdillar por palabra: o por mandamiento de los cab-
dillos, mas aun por señales. E éstas son de muchas maneras. Ca las unas pusieron
en las armaduras que traen sobre sí e sobre sus cauallos, señales departidas unas
de otras porque fuesen conoscidos. E otros las pusieron en las cabeças, assí como
en los yelmos o en las capellinas, porque mas ciertamente los pudiesen conoscer en
las grandes priesas cuando lidiasen. Mas las mayores señales e las más conoscien-
tes [= ‘las que mejor se reconocen’] son las señas o los pendones. E todo esto fizie-
ron por dos razones. La una, porque mejor guardassen los cavalleros a sus señores.
La otra, porque fuessen conoscidos, cuáles fazían bien o mal.
La donzella fizo a sus escuderos desliar el lío que el palafrén traía, y sacó d’él
tres scudos, el campo de plata y sierpes de oro por él, tan estrañamente puestas que
no pareçían sino bivas, y las orlas eran de fino oro con piedras preciosas. Y luego
sacó tres sobreseñales de aquella misma obra que los escudos, y tres yelmos, diver-
sos unos de otros, el uno blanco, y el otro cárdeno, y el otro dorado. El blanco con
el un escudo y su sobreseñal dio al rey Perión, y lo cárdeno, a don Florestán, y el
dorado con lo otro, a Amadís, y díxole:
–Señor Amadís, mi señora os embía estas armas, y dízeos que obréis mejor con
ellas que lo havéis fecho después que en esta tierra entrastes.
Amadís huvo recelo que descubriría la causa dello, y dixo:
–Donzella, dezid a vuestra señora que en más tengo esse consejo que me da que
las armas, ahunque ricas y fermosas son, y que a todo mi poder, assí como ella lo
manda, lo faré.
La donzella dixo:
–Señores, estas armas os embía mi señora, porque por ellas en la batalla os co-
nozcáis y ayudéis donde fuere menester. (Amadís, III, LXVIII, 1036-1037).
AMADÍS DE GAULA: QUINIENTOS AÑOS DESPUÉS 553
Lo primero que cabe destacar aquí es que las armas que les presenta la doncella,
y que traen, de plata, sembrado de sierpes de oro, ofrecen un diseño singular. En
efecto, por un lado contravienen la tendencia heráldica a no superponer metal sobre
metal ni color sobre color, si bien es cierto que durante la Edad Media este princi-
pio constructivo no se siguió a rajatabla, como muestran las primitivas armas de los
Mendoza (de gules, una banda de sinople) y otros ejemplos (cf. Menéndez Pidal de
Navascués 1993), entre los que hay varios de oro sobre plata, además de las celebé-
rrimas armas de Jerusalén aducidas por todos los tratadistas (Heim 1995). El otro es
el empleo de reptiles, que no son precisamente muy frecuentes en la fauna heráldi-
ca, debido, en buena parte, a sus connotaciones negativas, de modo que animales
reales o fantásticos vinculados, desde la cosmovisión medieval, al mundo de los
reptiles, como el basilisco o los sapos, suelen aparecer como emblema iconográfico
de los sarracenos, cuando no directamente del demonio (cf. Pastoureau 1996). No
obstante, en la heráldica hispánica las sierpes o culebras (que de ambos modos se
designan tradicionalmente en el blasón castellano) poseen cierta frecuencia, aunque
mínima (aparecen sólo, de media, en un 0,75% del total de las armerías censadas,
que en el caso de la Corona de Castilla asciende al 0,98%), frente a animales como
el lobo (7,9%), el león (6,6%) o el águila (4,8%).9 Esto hace que, dentro de su sin-
gularidad, tampoco puedan considerarse una extravagancia heráldica, mientras que
la combinación de oro sobre plata remite a las armerías más prestigiosas de la Cris-
tiandad, cuya (en realidad no tan) excepcional combinación de metal sobre metal se
debería, según la tratadística bajomedieval, justamente al carácter sacro de la Ciu-
dad Santa.10
Por otro lado, los emblemas proporcionados cumplen expresamente la función
que les es propia: «porque por ellas en la batalla os conozcáis y ayudéis donde
fuere menester». No obstante, al no ser armas de linaje ni las personales usadas
previamente por los tres caballeros, les permiten, siendo conoscientes, preservar su
identidad, aplicando una suerte de función emblemática limitada. Este planteamien-
to enlaza con la idea de armas personales propia de la narrativa caballeresca, frente
a la realidad del uso social de la heráldica en el ámbito hispánico, donde las armerí-
as representan básicamente al linaje (Montaner 2002: 305-306), pero tampoco co-
inciden con ella, habida cuenta que en este caso son compartidas por el padre y los
hermanos, estableciendo una especie de armas familiares privadas, cuyo único
elemento distintivo es el color del yelmo, que a su vez establece una jerarquía:
9
Tomo estos datos de Valero de Bernabé (2007: 127-128 y 157-158).
10
En cambio, las armas del desmesurado Salustanquidio, muy semejantes a las que van a portar Pe-
rión y sus hijos, responden al carácter negativo de los ofidios, aunque éstos se hallen esmaltados de oro
y plata, debido a su campo de sable, que traduce la negativa personalidad de su titular: «Salustanquidio
con unas armas prietas, y por ellas unas sierpes de oro y de plata; y era tan grande que parecía un gigan-
te, y estava en un cavallo muy crecido a maravilla» (Amadís, III, LXXIX, 1250).
554 DEL AMADIS PRIMITIVO AL DE MONTALVO: CUESTIONES DE EMBLEMÁTICA
Amadís recibe el dorado, Perión el blanco (que a efectos de esmalte heráldico equi-
vale al plata) y Florestán el cárdeno (azur, en el blasón actual, cf. Montaner 2002:
n. 34).
De entrada, es difícil determinar si este pasaje se hallaría ya en el Amadís primi-
tivo, porque aquí sobreseñales se emplea en el sentido de sobreveste que, como se
ha visto, es el más probable en el fragmento III, lo que, en principio, haría posible la
pertenencia del mismo a la redacción previa a Montalvo. Es necesario avanzar más
en el texto correspondiente al capítulo LXVIII para poder determinar este extremo.
La entrada en escena del rey Perión y sus dos hijos, justo antes del inicio de la
batalla entre Lisuarte y sus enemigos, también carece de paralelo en los fragmentos
manuscritos y muestra la efectividad de la función emblemática restringida propia
de las armas adoptadas, a la que me he referido antes, a la par que expresa, de mo-
do paraverbal, la gran calidad caballeresca de los portadores de las mismas:
Assí como oís, en esta ordenança movieron por el campo muy passo los unos
contra los otros. Mas a esta sazón eran ya llegados a la vega el rey Perión y sus fi-
jos Amadís y Florestán en sus hermosos cavallos y con las armas de las sierpes,
que mucho con el sol resplandecían; y veníanse derechos a poner entre los unos y
los otros, blandiendo sus lanças con unos fierros tan limpios que luzían como es-
trellas; y iva el padre entre los fijos. Mucho fueron mirados de ambas las partes, y
de grado los quisiera cada una d’ellas de su parte, mas ninguno sabía a quién que-
rían ayudar, ni los conocían. Y ellos, como vieron que la haz de Brian de Monjaste
iva por se juntar con los enemigos, pusieron las spuelas a los cavallos y llegaron
cerca de la seña de Brian de Monjaste. Y luego se bolvieron contra el rey Targa-
dán, que contra él venía. Ledo fue don Brian con su ayuda, pero que los no cono-
cía; y cuando vieron que era tiempo, fueron todos tres a ferir en la haz de aquel rey
Targadán tan duramente, que a todos ponían gran pavor. (Amadís, III, LXVIII, 1040;
subrayo).
Frente a la falta de reconocimiento por parte del resto de los caballeros que su-
pone el empleo de «las armas de las sierpes», los portadores de las mismas son
capaces de identificar «la seña de Brian de Monjaste», que, en el contexto de la
batalla, cumple su plena función emblemática y bélica, concorde con lo expresado
por las Partidas, II, XXIII, 12, en el pasaje antes transcrito. A partir de este momen-
to, Amadís y los suyos son designados con referencia a su nuevo emblema, llamán-
doselos, en orden decreciente, «los cavalleros de las armas de las sierpes» (en diez
ocasiones, 1050, 1051, 1053, 1057, 1060, 1076, 1077, 1079 y 1380) «los de las
sierpes» (en tres, 1040-1042), «los de las armas de las sierpes» (en otras tres, 1047,
1050 y 1061) y «los cavalleros de las sierpes» (en dos, 1047). Como es habitual en
estos casos, el incógnito es relativo, pues las proezas de los portadores de estas
armas hacen que al final de la batalla sean ya reconocidos por ellas, aunque no
identificados, incluso cuando sus titulares quieren preservar el incógnito:
AMADÍS DE GAULA: QUINIENTOS AÑOS DESPUÉS 555
Mas los cavalleros de las armas de las sierpes, como vieron el campo despacha-
do, y que no quedava defensa ninguna, desviáronse todos tres del camino por don-
de cuidavan qu’el Rey tomaría, y metiéronse debaxo de unos árboles donde halla-
ron una fuente. Y allí descavalgaron y bevieron del agua, y sus cavallos, que lo
mucho menester havían según lo que trabajaran aquel día. Y queriendo cavalgar
para se ir, vieron venir un escudero en un rocín, y poniéndose los yelmos porque
los no conoçiessen, lo llamaron encubiertamente. El escudero dudava, pensando
ser de los enemigos, mas como las armas de las sierpes les vio, sin ningún recelo se
llegó a ellos. Y Amadís le dixo:
–Buen escudero, dezid nuestro mensaje al Rey, si os pluguiere.
–Dezid lo que vos pluguiere –dixo él–, que yo gelo diré.
–Pues dezilde -dixo él- que los cavalleros de las armas de las sierpes, que en su
batalla nos hallamos, le pedimos por merced que nos no culpe porque le no vemos,
porque nos conviene de andar muy lexos de aquí a estraña tierra. (Amadís, III,
LXVIII, 1050-1051).
El rey Lisuarte, como fue tornado a las tiendas de sus enemigos, seyendo ya
todos ellos destruidos, preguntó por los tres cavalleros de las armas de las sierpes,
mas no halló quien otra cosa le dixesse sino que los vieran ir a más andar hazia la
floresta. El Rey dixo a don Galaor:
–¿Por ventura sería aquel del yelmo dorado vuestro hermano Amadís?, que se-
gún lo que él hizo, no podía ser otorgado a otro sino a él.
–Creed, señor –dixo Galaor–, que no es él, porque no passan cuatro días que
d’él supe nuevas, que está en Gaula con su padre y con don Florestán su hermano.
–¡Santa María! –dixo el Rey–. ¿Quién será?
–No sé –dixo don Galaor–, pero quienquier que sea Dios le dé buena ventura,
que a grande afán y peligro ganó honra y prez sobre todos. (Amadís, III, LXVIII,
1051-1052).
556 DEL AMADIS PRIMITIVO AL DE MONTALVO: CUESTIONES DE EMBLEMÁTICA
Dado que Perión y sus dos hijos comparten las señales en escudos y sobreves-
tes, es tan sólo el yelmo el que permite diferenciarlos, lo que aquí se hace necesario
para destacar la superioridad de Amadís sobre los demás caballeros. Este mecanis-
mo complementario de identificación se había planteado ya a lo largo del relato de
la batalla, en primer lugar para alabar al propio rey de Gaula: «dezían las donzellas
desde la torre a bozes: –¡Ea, cavalleros, qu’el del yelmo blanco lo faze mejor!»
(1041), pero después sobre todo en loor de su primogénito, siendo el momento
crucial aquél en que Amadís, tras dar muerte a Brontajar, acaba también con Ar-
gomades:
Amadís, que ya en su acuerdo estava, miró a la diestra parte, y vio al rey Li-
suarte con alguna compaña de cavalleros que atendían al rey Arávigo, que contra él
venía con gran poder de gentes, y Argomades delante todos, y dos sobrinos del rey
Arávigo, valientes cavalleros, y el mismo rey Arávigo dando bozes, esforçando a
los suyos, porque oía dezir desde la torre:
–El del yelmo de oro mató al gran diablo.
Entonces dixo:
–Cavalleros, socorramos al Rey, que menester le haze.
Luego fueron todos de consuno, y entraron por la priessa de la gente fasta lle-
gar donde el rey Lisuarte estava; el cual, cuando cerca de sí vio los tres cavalleros
de las sierpes, mucho fue esforçado, porque vio que el del yelmo dorado havía
muerto de un golpe aquel tan valiente Brontaxar d’Anfania. Y luego movió contra
el rey Arávigo que cerca dél venía; y Argomades, que venía con su spada en la
mano, esgrimiéndola por ferir el rey Lisuarte, parósele delante el del yelmo dora-
do, y su batalla fue partida por el primero golpe; el del yelmo de oro, de que vio
venir la gran spada contra él, alçó el escudo y recibió en él el golpe, y la spada de-
cendió por el brocal bien un palmo, y entró por el yelmo tres dedos, assí que por
poco lo oviera muerto, y Amadís lo firió en el ombro siniestro de tal golpe, que le
tajó la loriga, que era de muy gruessa malla, y cortóle la carne y los huessos hasta
el costado, de guisa qu'el braço con parte del ombro fue del cuerpo colgado. Éste
fue el más fuerte golpe de spada que en toda la batalla se dio. Argomades començó
a fuir como hombre tollido que no sabía de sí, y el cavallo lo tomó por donde vi-
niera. Y los de la torre dezían a grandes bozes:
–¡El del yelmo dorado espanta las palomas! (Amadís, III, LXVIII, 1047-1048;
subrayo).
Durín, el donzel de Oriana, que allí viniera por llevar nuevas de la batalla, es-
tava en uno de los cavallos que el rey Lisuarte mandara traer por la batalla para so-
corro de los cavalleros que menester los oviessen; y cuando vio al del yelmo dora-
do en tierra, dixo contra los otros donzeles, que en otros cavallos estavan:
–Quiero socorrer con este cavallo aquel buen cavallero, que no puedo fazer
mayor servicio al Rey.
Y luego se metió a gran peligro por donde era la menos gente, y llegó a él y
dixo:
–Y no sé quién vós sois, mas por lo que he visto os trayo este cavallo.
Él lo tomó y cavalgó en él, y díxole passo:
–¡Ay, amigo Durín, no es éste el primero servicio que me tú feziste!
Durín le travó del braço y dixo:
–No vos dexaré fasta que me digáis quién sois.
Y él se abaxó lo más que pudo, y díxole:
–Yo soy Amadís, y no lo sepa de ti ninguno, sino aquella que tú sabes.
Y luego se fue donde vio la mayor priessa, haziendo cosas estrañas y maravi-
llosas en armas, como las fiziera si su señora estoviera delante, que assí lo tenía,
estándolo aquel que muy bien ge lo sabría contar. (Amadís, III, LXVIII, 1049).
11
Nombre que evoca la voz germánica brand ‘tizón, brasa’, cuyos descendientes (escandinavo anti-
guo brandr, inglés brand, francés antiguo brant e italiano brando) significan ‘(hoja de) espada’ (Me-
néndez Pidal 1908-1911: 663), y el verbo tajar, lo que, desde el locus a nomine, concuerda con su
presentación como temible esgrimidor: «[espada?]s e d’esto mu- | [cho?]s. ¿Qué vos diré? Con- | mença-
ron [sic] a ferir | [ta]n grandes gol| [pes] … darían que los non | [podían so]frir» (Amadís Ms., frag. Irª,
pp. 15-16); «E don Flores- | tan le dixo: –Buen señor, ¿non vedes| los dos más fuertes cavalleros | que
pueden ser ni que más endiablada-| mente fieren de espada [e] cada uno de ellos por do van vencen | e
estragan cuanto pueden e fallan? […] E Amadís alçó la cabeça e | vio venir contra aquella parte do él |
estava a Brontaxar e venía fe- | riendo e derribando cavalleros | de su espada» (frag. Irb, 16-17).
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A esta hora llegava Brontaxar más cerca y vio a Amadís cómo endereçava co-
ntra él, y cómo tenía el yelmo dorado; y por las nuevas de las grandes cosas que
d’él le dixeron antes que en la batalla entrasse, andava con gran saña raviando por
le encontrar. Y tomó luego una lança muy gruessa, y dixo a una boz alta:
–¡Agora veréis fermoso golpe si aquel del yelmo de oro me osare atender!
Y firió el cavallo de las espuelas, la lança so el sobaco, y fue contra él, y Ama-
dís, que ya movía, por el semejante; y firiéronse con las lanças en los escudos, que
luego fueron falsados y las lanças quebradas. (Amadís, III, LXVIII, 1045-1046; sub-
rayo).
12
Adviértase que en la versión primitiva la torre no está ocupada específicamente por doncellas:
«[e] los de la torre | [dezían: –¡Aquellos son?] diablos gran- | [des!]» (Amadís Ms., frag. Irª, 16), lo que
Rodríguez de Montalvo transforma en «y las donzellas de la torre dezían: –¡Cavalleros, no fuyáis, que
hombres son, que no diablos!» (Amadís, III, LXVIII, 1043).
AMADÍS DE GAULA: QUINIENTOS AÑOS DESPUÉS 559
jugar del vocablo en relación con el casco de oro de Amadís, ausente de la versión
manuscrita, cuando éste pone en fuga a aquél y, como se ha visto, «los de la torre
dezían a grandes bozes: –¡El del yelmo dorado espanta las palomas!» (p. 1048).
No obstante, esto no significa que el Amadís primitivo careciese de todo com-
ponente emblemático, y mucho menos que prescindiese de la sustitución de unas
armas personales por otras, dentro de esa tensión característica del género entre la
averiguación y la ocultación de la identidad (de la que ya me he ocupado en Mon-
taner 2002). En efecto, aunque en el breve fragmento IV (p. 22), que corresponde al
capítulo LXX de la versión de Rodríguez de Montalvo, no quedan alusiones a la
asunción del nombre de Caballero de la Verde Espada, tal designación aparece en
el fragmento III, correspondiente al capítulo LXXII, en un pasaje, además, ausente de
la refundición del regidor medinés:
En este caso, es más que probable que la razón aducida por Rodríguez de Mon-
talvo para esta denominación responda, con escasas diferencias, a la versión primi-
tiva:13
13
Nótese el empleo de la apelación del narrador al narratario «¿Qué os diré?», la cual, como se ha
visto, aparece también en el Amadís Ms., frag. Irª, 15.
560 DEL AMADIS PRIMITIVO AL DE MONTALVO: CUESTIONES DE EMBLEMÁTICA
tida ya por Rodríguez-Moñino (1957: 23), resulta compensada por una específica
tendencia amplificadora en todo lo relativo a la emblemática caballeresca. Desde
esta perspectiva, la versión de Rodríguez de Montalvo responde plenamente al
clima que, en este terreno, caracteriza el siglo XV y en particular el reinado de los
Reyes Católicos (cf. Riquer 1986), no siendo en absoluto casual que los primeros
tratados heráldicos castellanos corran de la mano con los caballarescos y que su
auge se produzca en ese mismo momento (Rodrígez-Velasco 1996a y 1996b). Así
pues, en este, como en otros muchos aspectos, la refundición de Montalvo se pre-
senta como una adecuación del Amadís a determinado paradigma caballeresco de
su propia época (de entre los varios que se hallaban en competencia), lo que afecta
también a la consideración estética que, en términos de su valor descriptivo y de su
papel narrativo, cabía otorgar a los componentes emblemáticos.
562 DEL AMADIS PRIMITIVO AL DE MONTALVO: CUESTIONES DE EMBLEMÁTICA
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