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REPUBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA

UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA


FACULTAD DE CIENCIAS ECONOMICAS Y SOCIALES
ESCUELA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES
Derecho constitucional I

RESUMEN DEL TEMA VIII, IX, X

Profesor: Alumna:

Oscar, Arnal Ariathny


Castillo

Ci: 27.222.286
Tema VII Validez intrínseca, social, formal y material.
Términos como la validez, la vigencia o la eficacia del Derecho y hasta en particular de las
normas, o su legitimidad, son los más comunes para el tratamiento de los fines antes
expuestos. En la doctrina, a veces, su uso es indistinto, o se le asignan diferentes contenidos, o
prevalece el análisis de unos u otros dependiendo de la posición doctrinal que asuma el
autor, realizando análisis puramente jurídicos, sin tener en cuenta la realización misma de la
norma, o en otras ocasiones se efectúan valoraciones sociológicas excluyendo alguna parte del
análisis integral que ha de hacerse, entre poder- norma y sociedad. Se designa, entonces, como
válida una norma cuando cumple con los requisitos formales y materiales necesarios para su
producción. La validez de la norma no depende sólo del acto de su promulgación y publicación, a
partir del cual se declara la existencia de la norma, aunque si es uno de sus efectos, en tanto la
norma debe existir jurídicamente para poder ser exigible.

En síntesis, requisito previo de la validez normativa es la publicidad en el sentido antes


expuesto, dar a conocer el nacimiento de la disposición, el inicio de su vida jurídica formal, y la
posibilidad de su exigencia y obligatoriedad para el círculo de destinatarios de la normativa. Aún
más, toda disposición normativa se dicta, por regla general, para que tenga vida indeterminada, y
por tanto vigencia a partir de la fecha de su publicación si ella no establece lo contrario. En tal
sentido, otro término en estrecha relación con el de validez, es el de vigencia de la norma, a veces
usados indistintamente, pero que en sentido estricto ha de designar la existencia de vida jurídica
de la norma a partir de una existencia de hechos sociales o instituciones que la hacen necesaria
conforme a los principios de jerarquía, temporalidad y especialidad antes explicados. En otras
palabras que la norma de Derecho tenga una realización social.

Como consecuencia además de la función reguladora del Derecho, de su capacidad normativa y


obligatoriedad general, la validez de las normas entendida desde el ángulo de su eficacia se
expresa en la existencia de instituciones y mecanismos aseguradores del cumplimiento y de la
propia realización de la normativa. Asimismo, la eficacia se asegura con el cumplimiento de ciertos
requisitos formales en el proceso de creación, así como con la observancia de principios técnicos
jurídicos que rigen en un Ordenamiento jurídico determinado. No basta sólo con que las normas
se expresen con claras ideas, sino que han de crearse los medios e instituciones, tanto en el orden
del condicionamiento social-material, proveniente del régimen socioeconómico y político
imperante, de los órganos que hacen falta para su aplicación, como las normativas legales
secundarias que sean necesarias para instrumentar la disposición normativa y que propicien, a su
vez, la realización de los derechos y deberes que de tales situaciones resulten. Como se puede
apreciar, se contraponen extensión de la vigencia y legalidad y la solución a que se arribe, denota
una determinada posición acerca de la concepción del Derecho y de sus fuentes formales.
Tema IX El Estado
DISTRIBUIR O CONCENTRAR EL PODER

No obstante, aun reconociendo que la democracia en la antigüedad no gozó, en


términos generales, de buen prestigio por las razones aludidas, hubo opiniones
a su favor sobre todo cuando se le opuso a la monarquía. Por ser la igualdad el
valor fundamental de la democracia también era, por supuesto, preferible que
el poder estuviese repartido entre los ciudadanos que acaparado por un
individuo. , la igualdad de poder significaba dignidad política por encima de las
diferencias de riqueza y procedencia social. Es curioso, pero lo que ahora
consideramos como instituciones propias de la democracia, vale decir, las
elecciones y los partidos, en ese entonces eran calificados como ajenos a ella.

Las elecciones más bien se hacían corresponder con la aristocracia o con la


monarquía porque así se escogía a los mejores o a un solo dirigente. En la
tradición del pensamiento político hay tres tipos de objeciones constantemente
repetidas contra la democracia. Las primeras se refieren a que el hombre en la
democracia pronto abusa de la libertad y la transforma en libertinaje, en
conducta licenciosa, que trastoca las leyes y la moral. Por lo que hace a la
educación, el pensamiento antidemocrático sostuvo que es aventurado
otorgarle capacidad de decisión a quienes desconocen la manera de conducir
los asuntos públicos.

Hay otro tipo de críticas que podríamos llamar de índole operativa, en cuanto
regularmente se ha sostenido que en su funcionamiento la democracia es lenta
e incierta puesto que por su misma naturaleza deliberativa tarda demasiado en
definir acuerdos, y muchos de ellos corresponden a líneas oscuras e
indefinidas, porque más bien son tomados según los ánimos y los intereses de
los participantes. De allí que la democracia haya sido calificada
despectivamente como una "oligarquía de demagogos" o como una
"teatrocracia", porque en ella los que toman la palabra sólo quieren exhibirse.
En cambio la monarquía, en cuanto uno solo es el que gobierna, no depende de
discusión colectiva alguna. Cuando se plantea el problema político bajo el
dilema anarquía-unidad y se desea un Estado disciplinado y eficiente, lo más
adecuado es la monarquía.

Pero cuando se presenta el problema político bajo el binomio opresión-libertad


y se pide un Estado más libre y participativo, lo conducente sí es la
democracia. La mejor virtud de ésta no es la prontitud sino la libertad que se
consigue con el concurso de los ciudadanos. Salta a la vista, cuando se
comparan la monarquía y la democracia, que se trata de opciones
incompatibles porque en el fondo hay ideas opuestas de lo que es el individuo.
Por el contrario, los que se inclinan por la democracia normalmente asumen
una visión positiva de la persona, la piensan como buena y capaz de
autogobernarse.

Gobierno mixto y gobierno democrático


Ahora bien, la idea esbozada por Aristóteles sobre la conveniencia de mezclar
los distintos principios gubernamentales merece ser desarrollada porque, de
suyo, la democracia de alguna manera fue influida por esa combinación. El
concepto «gobierno mixto», acuñado por los pensadores de la antigüedad, se
basa en la noción de que cuando el poder es ejercido por una forma de
gobierno simple, sea ésta la monarquía, la aristocracia o la democracia, las
fuerzas sociales que se identifican con los principios de gobierno que fueron
excluidos inevitablemente presionarán para que se les tome en cuenta
produciendo inestabilidad. Y esa fórmula no podía consistir más que en la
inclusión de los tres principios simples en una sola constitución que los
albergara. La solución es precisamente el gobierno mixto.

Debe quedar claro que el gobierno mixto no es la sencilla reunión de las formas
puras, sino un nuevo régimen más rico y complejo. Quien es reconocido
propiamente como el mayor especialista del gobierno mixto es Polibio , para
quien ese tipo de régimen era sobre todo un sistema de pesos y contrapesos
en el que, por tanto, había mutuos controles. Allí funcionó la combinación hasta
que el principio monárquico tomó el mando y, poco antes del nacimiento de
Cristo, rompió el equilibrio dando lugar al imperio. El resultado del intento
depende de la sabiduría y habilidad de quienes diseñan el sistema.

Cuando se evoca el gobierno mixto se piensa que tiene un vínculo directo con
la división de poderes, es decir, con la separación entre el Ejecutivo, el
Legislativo y el Judicial. Por encima del hecho de que la teoría del gobierno
mixto es antigua y la doctrina de la división de poderes moderna, lo cierto es
que entre ellas existen semejanzas y diferencias. La principal semejanza
consiste en la búsqueda del equilibrio. Desde esta perspectiva, es verdad que
las tesis de la división de poderes derivan de los planteamientos del gobierno
mixto, pero la diferencia se localiza en que ese equilibrio fue perseguido por el
gobierno mixto a través de las fuerzas sociales, en tanto que la división de
poderes lo hizo mediante las funciones públicas.

Toda la estructura organizacional, sin embargo, debía estar determinada por el


mejor ejercicio de la libertad que requería un Estado moderado. De acuerdo
con este autor, el gobierno moderado es el que se apega a la división de
poderes y a la ley, mientras que el gobierno despótico es el que opera "sin
leyes ni frenos". Una de las objeciones recurrentes contra su doctrina es que si
existe división de poderes entonces no puede haber soberanía. 2 En tal virtud,
lo que se divide no es el poder sino las funciones.

República y democracia. Otra precisión que resulta impostergable se relaciona


con la muy común correspondencia que hacemos entre la república y la
democracia. Situémonos una vez más en la antigüedad. Pues bien, en esa
época el concepto «república» era empleado para designar precisamente al
gobierno mixto.

Tema X: El Pueblo. Dignidad persona humana. Nacionalidad y


Ciudadanía.
Antes de aproximarnos conceptualmente a los institutos de la
nacionalidad y la ciudadanía es necesario, con carácter previo,
fundamentar teóricamente que los mismos sean necesarios. Desde esta
perspectiva, la nacionalidad y la ciudadanía serían institutos jurídicos
meramente contingentes, y su presencia en el ordenamiento jurídico
dependería exclusivamente de la voluntad de cada legislador. La
moderna vinculación entre la nacionalidad y la ciudadanía quiso verse
ligada al fenómeno histórico-político de la atribución de la soberanía a
un sujeto nacional, obra de la teoría política de la revolución francesa.
Ello exigía distinguir entre una ciudadanía relativa , atributiva de
derechos civiles y de libertad, y una ciudadanía absoluta , ligada a la
atribución de derechos políticos que correspondía a un círculo de sujetos
más reducido que los súbditos, pero que cada vez se ha ido ampliando
más como consecuencia del axioma igualitario democrático.

La primera era lo que hoy modernamente conocemos como nacionalidad


mientras que la segunda se correspondería con la ciudadanía. Como han
revelado estudios más recientes, aun sin estar terminológicamente clara
la distinción entre la nacionalidad y la ciudadanía que realizaban los
primeros textos constitucionales revolucionarios,

Hoy en día, por el contrario, la ciudadanía así concebida puede resultar,


en relación con los movimientos migratorios, el efecto jurídico de los
movimientos centrípetos que genera la integración de los inmigrantes
extranjeros en la cultura política de cada uno de los Estados. En este
sentido, la ciudadanía ha de ser concebida hoy en un sentido jurídico
como el vínculo que permite, a través del ejercicio de los derechos
fundamentales –fundamentalmente de los de carácter político-
participativo-, una praxis cívica funcionalmente orientada a preservar el
marco constitucional de un proceso comunicativo que la hace posible y
el pluriculturalismo de los sujetos y los grupos que se hallan sujetos a
ese marco. Si la ciudadanía es, pues, utilizando las palabras del
sociólogo inglés T. La ciudadanía no se orienta, pues, a la conservación
de una identidad étnica o socio-cultural determinada, sino únicamente
de una cultura política, en un Estado constitucional democrático, que en
el caso de una Constitución democrática es compatible con una
pluralidad cultural individual y colectiva. Por lo que se refiere a la
primera de las cuestiones, aunque desde un punto de vista sociológico la
ciudadanía se pretenda identificar con la plena pertenencia del individuo
a la comunidad y ello exija, como revela el proceso histórico de
transformación del Estado liberal en Estado social y democrático de
derecho, la atribución de derechos no sólo civiles y políticos sino
también de derechos sociales, desde una estricta perspectiva teórico-
jurídica semejante extensión indiscriminada resulta más que discutible.
Ciertamente, la progresiva ampliación de la ciudadanía en el ámbito del
colectivo de las mujeres o a los menores, sobre todo a través de la
universalización del sufragio, encuentra su correlato desde la
perspectiva de la dignificación de la persona en la extensión de buena
parte de los derechos fundamentales a todos los individuos con
independencia de su nacionalidad, por tanto también a los extranjeros.
No cabe, pues, identificar los derechos fundamentales que configuran el
contenido facultativo de la ciudadanía ni sólo ni con todos los derechos
civiles, políticos y sociales que los textos constitucionales atribuyen a la
persona. Por lo que se refiere a la segunda de las cuestiones que plantea
la democratización de la ciudadanía, la existencia o no de un sujeto
colectivo a cuyos integrantes se han de reconducir los derechos de
ciudadanía, lo cierto es que éstos tampoco aparecen atribuidos ni
únicamente a los miembros de la colectividad nacional ni a toda persona
por el mero hecho de serlo. Ello impide identificar al sujeto colectivo de
los ciudadanos con el sujeto colectivo de los nacionales, pero también
con el sujeto colectivo de la totalidad de las personas, puesto que el
ámbito territorial y personal de aplicación de los derechos
fundamentales de la persona y de los derechos de ciudadanía no son
coincidentes.

Precisamente esa falta de identidad subjetiva, consecuencia de la


democratización del Estado y de la ciudadanía, es uno de los elementos
que, como se verá a continuación, explican la necesidad de reelaborar la
tradicional interpretación nacionalista del principio constitucional de la
soberanía nacional/popular y, con ello, de los criterios que el legislador
puede utilizar para construir un instituto, como el de la nacionalidad,
que define sirve para definir una parte del colectivo de ciudadanos y,
concretamente, aquél que ejerce la parte más importante del contenido
de la ciudadanía.

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