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David Hume
David Hume
Primera versión lanzada: julio del 2004 Última revisión: enero del 2008
Contenido
Sección 1: Los distintos tipos de filosofía 01
Sección 6: La probabilidad 33
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Primera investigación David Hume 2: El origen de las ideas
Así es que podemos dividir las percepciones de la mente en dos clases, con base en
los distintos grados de su fuerza y vivacidad. Las menos fuertes y vivaces son
comúnmente llamados ‘pensamientos’ o ‘ideas’. Las otras no tienen un nombre
específico en nuestra lengua o en la mayoría de las otras, presumiblemente porque no se
necesita de un término general para ellas salvo cuando se está haciendo filosofía.
Permitámonos, pues, la libertad de llamarlas ‘impresiones’, utilizando esa palabra en un
sentido ligeramente inusual. Con el término ‘impresión’, pues, me refiero a todas
nuestras percepciones más vivaces cuando oímos o vemos o sentimos o amamos u
odiamos o deseamos. Éstas deben ser distinguidas de las ideas, que son las percepciones
más débiles o menos intensas de las que tenemos conciencia una vez que reflexionamos
sobre [= ‘dirigimos la mirada hacia nuestro interior sobre’] nuestras impresiones.
A primera vista puede parecer que el pensamiento humano es totalmente ilimitado: no
sólo escapa a todo poder humano y a toda autoridad ·como cuando un hombre pobre
piensa en convertirse en rey de la noche a la mañana, o cuando un ciudadano ordinario
piensa en que es un rey· , sino que además no está confinado dentro de los límites de la
naturaleza y la realidad. Le es tan fácil a la imaginación formar monstruos y unir figuras
y apariencias incongruentes como le es concebir a los objetos más familiares y naturales.
Y mientras que •el cuerpo debe arrastrarse laboriosamente sobre la superficie de un solo
planeta, •el pensamiento nos puede transportar instantáneamente a las regiones más
lejanas del universo –e incluso más allá. Lo que nunca ha sido visto u oído puede no
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Primera investigación David Hume 2: El origen de las ideas
obstante ser concebido; nada está más allá del poder del pensamiento salvo lo que
implica una absoluta contradicción.
Pero aunque nuestro pensamiento parece ser tan libre, cuando observamos más
atentamente encontraremos que en realidad está confinado dentro de límites bastante
estrechos, y que toda la potencia creativa de la mente consiste meramente en su habilidad
de combinar, trasponer, agrandar o encoger los materiales que le son provistos por los
sentidos y la experiencia. Cuando pensamos en una montaña dorada, lo único que
hacemos es combinar dos ideas consistentes –oro y montaña– con las que ya estamos
familiarizados. Podemos concebir un caballo virtuoso porque nuestros propios
sentimientos nos capacitan para la virtud, y podemos unirla con la figura de un caballo,
que es un animal que conocemos. En suma, todos los materiales del pensar son derivados
o bien de nuestros sentidos externos o bien de nuestros sentimientos internos: todo lo que
la mente y la voluntad hacen es mezclar y combinar dichos materiales. Puesto en
terminología filosófica: todas nuestras ideas o percepciones endebles son copias de
nuestras impresiones, o percepciones más vivaces.
He aquí dos argumentos que espero sean suficientes para demostrar esto. (1) Cuando
analizamos nuestros pensamientos o ideas –no importa qué tan complejas o elevadas
sean- siempre encontramos que están compuestas por ideas simples que fueron copiadas
de sentimientos o sensaciones previas. Incluso las ideas que a primera vista parecen estar
alejadas en grado máximo de ese origen resultan haber derivado de él si se les examina
más de cerca. La idea de Dios –es decir un Ser infinitamente inteligente, sabio y bueno–
viene de extender más allá de todo límite las cualidades de la bondad y la sabiduría que
encontramos en nuestras propias mentes. No importa qué tan lejos llevemos esta
pesquisa, encontraremos que toda idea que examinemos fue copiada de una impresión
similar. Aquéllos que mantengan que esto no es universalmente verdadero, y que hay
excepciones, tienen una sola manera de refutarlo –pero debe ser fácil para ellos, si es que
están en lo correcto. Necesitan meramente presentar una idea que ellos crean que no fue
derivada de dicho origen. Dado ese caso, dependerá de mí, si es que pretendo mantener
mi doctrina, señalar la impresión o percepción vivaz que corresponda a la idea que ellos
presentaron.
(2) Si un hombre no puede tener un tipo de sensación porque ocurre algo malo con
sus ojos, oídos, etc., jamás tendrá ideas correspondientes. Un hombre ciego no puede
formarse una noción de los colores, o un hombre sordo de los sonidos. Si alguno se cura
de su sordera o su ceguera, tal que las sensaciones puedan entonces llegarle, las ideas
podrán también llegarle; y entonces se le hará fácil concebir aquellos objetos. Lo mismo
pasa con alguien que nunca haya tenido experiencia de un objeto que dé un cierto tipo de
sensación: un lapón o un negro no tienen noción del sabor del vino ·porque nunca han
tenido la sensación dada al saborear el vino·. Es similar el caso de los sentimientos
internos. Muy pocas veces, si acaso, sucede que una persona nunca haya sentido o sea
enteramente incapaz de algún sentimiento o emoción humanos, pero el fenómeno que
estoy describiendo sí ocurre de igual manera con los sentimientos, si bien en un grado
menor. Una persona mansa no puede formarse ninguna idea de venganza empecinada o
crueldad; tampoco puede una egoísta concebir fácilmente los alcances de la amistad y la
generosidad. Todos están de acuerdo en que los seres no-humanos pueden tener muchos
sentidos de los cuales no podemos tener concepción alguna, puesto que la idea de ellos
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Primera investigación David Hume 2: El origen de las ideas
jamás nos ha sido introducida mediante la única manera en que una idea puede entrar a la
mente, a decir, a través del sentimiento y la sensación efectivos.
(Hay, sin embargo, un contraejemplo que puede probar que no es absolutamente
imposible que una idea ocurra sin su impresión correspondiente. Creo que se concederá
que las varias ideas distintas de color que entran a la mente a través de los ojos (o
aquellas de sonido, que entran a través del oído) son realmente diferentes las unas de las
otras, aunque se parecen en ciertos respectos. Si eso aplica correctamente para los
diferentes colores, debe aplicar igualmente para los distintos matices o tonalidades de un
mismo color, tal que cada matiz produce una idea distinta e independiente de todas las
demás. (Podemos crear una gradación continua de todas estas tonalidades, yendo de un
extremo a otro desde el rojo hasta el verde, donde cada miembro de la serie dé paso de
forma imperceptible al siguiente cambiando su tonalidad. Si los miembros de la serie
inmediatamente contiguos no son distintos los unos de los otros, entonces el rojo no es
diferente del verde, lo cual es absurdo.) Ahora, supóngase que una persona con sentido de
la vista se ha familiarizado perfectamente con colores de todo tipo, excepto por una
tonalidad particular de azul (por ejemplo), con la cual sucede que jamás se ha topado. Si
se pone frente a él todas las tonalidades restantes del color azul, descendiendo
gradualmente de la más profunda hasta la más clara, es obvio que se dará cuenta de que
hay un espacio vacío en el lugar de la serie donde la tonalidad faltante debería estar. Esto
es, se dará cuenta de que hay una distancia cualitativa mayor entre ese par de tonalidades
vecinas que entre cualquier otro par vecino de tonalidades en la serie. ¿Podrá llenar el
espacio vacío a partir de su propia imaginación, produciendo en su mente la idea de esa
tonalidad particular, aun si ésta nunca le ha sido transmitida por sus sentidos? La mayoría
de las personas, creo, estarán de acuerdo en que sí lo puede hacer. Esto parece mostrar
que las ideas simples no son siempre, en cada instancia, derivadas de impresiones
correspondientes. De cualquier manera, el ejemplo es tan singular [palabra de Hume] que
apenas vale la pena considerarlo, y por sí solo no constituye razón suficiente para que se
altere nuestra máxima general.)
Así es que se tiene aquí una proposición que no sólo parece ser simple e inteligible
por sí sola, sino que podría además, si se le utiliza adecuadamente, hacer que toda disputa
se haga igualmente inteligible, aboliendo toda esa jerga sin sentido que por tanto tiempo
ha dominado los razonamientos metafísicos. ·Esos razonamientos están agobiados por
tres problemas·. (1) Todas las ideas, sobre todo las abstractas, son naturalmente pálidas y
obscuras, tal que la mente sólo ejerce un dominio débil sobre ellas. (2) Las ideas son
propensas a ser confundidas con otras ideas que se les parecen. (3) Tendemos a asumir
que una cierta palabra dada está asociada con una determinada idea solamente porque la
hemos usado muy a menudo, incluso si al usarla no hemos tenido un significado distinto
y claro para ella. En contraste con esto, (1) Todas nuestras impresiones –esto es todas
nuestras sensaciones internas o externas– son fuertes y vivaces. (2) Las fronteras entre
ellas están puestas de forma más exacta, y (3) es más difícil cometer errores cuando se
trata de ellas. Así es que cuando llegamos a sospechar que un determinado término
filosófico está siendo usado sin un significado o idea de fondo (como sucede tantas
veces), tan sólo necesitamos preguntarnos: ¿De qué impresión se derivó esa supuesta
idea? Si no se puede señalar ninguna para responder, eso confirmará nuestra sospecha ·de
que el término carece de significado, esto es, de que no tiene una idea asociada a él·.
Trayendo de esta manera a las ideas a la luz y la claridad, podemos esperar
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Primera investigación David Hume 2: El origen de las ideas
razonablemente resolver las disputas que se originen con respecto a si existen y cómo
son.
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Primera investigación David Hume 3: La asociación de ideas
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Por ejemplo, el Contraste o la Contrariedad es también una conexión entre Ideas. Pero podría
considerársele como una mezcla entre la Causación y la Semejanza. Cuando dos objetos son contrarios, el
uno destruye al otro; es decir, causa su aniquilación, y la idea de la aniquilación de un objeto implica la
idea de su existencia anterior.
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Primera investigación David Hume 4: Dudas acerca del entendimiento
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Primera investigación David Hume 4: Dudas acerca del entendimiento
suponemos que el hecho presente está conectado con aquél que inferimos a partir de él.
Si no hubiera nada que ligara los dos hechos, la inferencia de uno a otro sería totalmente
endeble. Escuchar el sonido de alguien hablando racionalmente en la oscuridad nos
asegura que existe la presencia de otra persona. ¿Por qué? Porque tales sonidos son
efectos de la constitución humana, y están íntimamente ligados o conectados a ella.
Todos nuestros demás razonamientos de este tipo, si se les considera detalladamente,
resultan estar basados en la relación de causa y efecto. La cadena causal que va de la
evidencia a la conclusión de la ‘cuestión de hecho’ puede ser corta o larga. O puede ser
que la conexión causal entre ellas no sea directa sino colateral –como cuando uno ve luz e
infiere calor, no porque ninguno de los dos cause al otro, sino porque ambos son los
efectos colaterales de una única causa, a decir: el fuego.
Así, si queremos entender la base y fuente de nuestra confianza acerca de cuestiones
de hecho, debemos descubrir cómo llegamos a saber sobre causas y efectos.
Me atrevo a afirmar, como verdadero sin excepción, que el conocimiento sobre las
causas nunca se adquiere a través del razonamiento a priori, y que siempre viene de
haber encontrado en nuestra experiencia que determinados objetos particulares están
constantemente asociados el uno con el otro. [Cuando Hume está discutiendo sobre causa y efecto,
su palabra ‘objeto’ frecuentemente incluye sucesos tanto como cosas.] Preséntesele un objeto a un
hombre cuya habilidad e inteligencia sea tan grande como se quiera; si el objeto es de tal
clase que sea totalmente nuevo para él, ningún estudio de sus cualidades perceptibles le
permitirá descubrir ninguna de sus causas o efectos. Adán, incluso si sus habilidades de
razonamiento fueran perfectas desde el principio, no pudo haber inferido a partir de la
transparencia y fluidez del agua que podía ahogarse en ella; o a partir de la luz y el calor
del fuego que éste lo podía quemar. Las cualidades de un objeto que se le presentan a los
sentidos jamás revelan las causas que produjeron el objeto ni los efectos que éste tendrá;
tampoco puede nuestra razón, sin ayuda de la experiencia, llegar a cualquier conclusión
acerca de la existencia real y de las cuestiones de hecho.
La proposición de que las causas y efectos son sujetos de ser descubiertos no por la
razón sino por la experiencia será libremente admitida (1) con respecto a objetos sobre
los cuales nos acordemos haber estado alguna vez completamente sin conocimiento de
ellos; pues en esos casos nos acordamos de cuando éramos completamente incapaces de
decir qué procedería de tales objetos. Preséntesele dos piezas lisas de mármol a un
hombre que no tiene conocimientos de física –no podrá saber que los pedazos se
mantendrán juntos de tal forma que será muy difícil y requerirá mucha fuerza separarlos
tirando de cada uno directamente en sentidos opuestos, mientras que será fácil separarlos
si se les desliza el uno sobre el otro, uno para un lado y el otro para el otro lado. (2)
También los eventos que no se adecuan mucho al curso normal de la naturaleza son
fácilmente aceptados como cosas que sólo puede conocerse mediante la experiencia; y
nadie piensa que la explosión de la pólvora, o la atracción de un imán, podrían llegar a
ser descubiertas por medio de argumentos a priori –·esto es, simplemente pensando
sobre la pólvora o los imanes, sin traer a colación nada que haya sido aprendido en la
experiencia·. (3) De igual forma, cuando consideramos que un efecto depende de una
maquinaria intrincada, o una estructura secreta de partes, no dudamos en atribuir todo
nuestro conocimiento de ello a la experiencia. Nadie afirmaría poder ofrecer la razón
última por la cual la leche o el pan son nutritivos y provechosos para el hombre pero no
así para un león o un tigre.
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Primera investigación David Hume 4: Dudas acerca del entendimiento
Pero esta misma proposición –·que las causas y efectos no pueden ser descubiertas
por la razón·– puede resultar menos obvia cuando se le aplica a eventos del tipo (1) con
el que hemos estado familiarizados toda nuestra vida, (2) que son muy semejantes o
acordes al curso general de la naturaleza, y (3) que se supone que dependen de las
simples cualidades ·perceptibles· de los objetos y no de alguna estructura secreta de
partes. Somos susceptibles de imaginar que podemos descubrir estos efectos meramente
con la razón, sin experiencia alguna. Creemos que si hubiéramos sido traídos
repentinamente al mundo, podríamos haber sabido de inmediato en ese instante que
cuando una bola de billar golpea a otra provocará que esta última se mueva –saberlo con
certeza, sin tener que ensayarlo con las bolas de billar. ¡Y es que qué gran influencia
ejerce el hábito! Cuando más fuertemente actúa, no sólo esconde nuestra natural
ignorancia, sino que incluso se tapa él mismo; justo porque el hábito funciona de manera
tan potente, no nos damos cuenta en lo absoluto de que está funcionando.
Si todavía no se está convencido de que absolutamente todas las leyes de la naturaleza
y operaciones de los cuerpos se pueden conocer exclusivamente por medio de la
experiencia, hay que considerar lo siguiente. Si se nos pide que digamos cuáles van a ser
los efectos de un objeto, sin que consultemos experiencias pasadas del mismo, ¿cómo
podría la mente realizar dicha tarea? Debe inventar o imaginar algún evento tal que sea
efecto del objeto; y claramente esta invención tiene que ser enteramente arbitraria. La
mente jamás puede encontrar el efecto en la causa supuesta, no importa qué tan
cuidadosamente la examinemos, porque el efecto es totalmente diferente de la causa y por
lo tanto nunca puede ser descubierto en ella. El movimiento en la segunda bola de billar
es un evento distinto de aquel del movimiento en la primera bola, y no hay nada en el
movimiento de la primera que siquiera dé indicios o sugiera el movimiento de la segunda.
Una piedra que se levante al aire y que sea luego desprovista de soporte cae
inmediatamente; pero si consideramos la situación a priori encontraremos que no hay
nada que genere la idea de un movimiento hacia abajo por parte de la piedra en vez de
uno hacia arriba o en cualquier otra dirección.
Tal como el imaginar o inventar un efecto particular por primera vez es arbitrario si
no se basa en la experiencia, lo mismo sucede con el supuesto vínculo o conexión entre
causa y efecto –el vínculo que los ata el uno al otro y que hace imposible que esa
determinada causa tenga cualquier otro efecto que el que tiene. Supóngase, por ejemplo,
que veo una bola de billar que se mueve en línea recta hacia una segunda: incluso si
sucediera que el contacto entre ambas me llegara a sugerir la idea de un movimiento de
la segunda bola, ¿que no hay cientos de eventos distintos que puedo concebir que se sigan
de esa causa? ¿No podría ser que ambas bolas permanecieran inmóviles? ¿No podría la
primera bola rebotar justo de regreso en la dirección desde la cual llegó, o rebotar en
alguna otra dirección? Todas estas suposiciones son consistentes y concebibles. ¿Por qué
entonces deberíamos preferir sólo una de ellas que no es ni más consistente ni más
concebible que el resto? Nuestros razonamientos a priori nunca revelarán una razón o
base que justifique dicha preferencia.
Dicho en pocas palabras, todo efecto es un evento distinto de su causa. Así es que no
puede ser descubierto en la causa, y la primera invención o concepción a priori de él
tiene que ser totalmente arbitraria. Además, incluso después de sugerido, el vínculo que
tiene con la causa debe seguir apareciendo como arbitrario, porque muchos otros efectos
posibles deben parecer tan consistentes y naturales como él desde el punto de vista de la
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Primera investigación David Hume 4: Dudas acerca del entendimiento
razón. Así es que no hay ni la más mínima esperanza de alcanzar conclusiones sobre las
causas y efectos sin la ayuda de la experiencia.
A ello se debe que ningún científico razonable haya jamás presumido conocer la
causa última de algún proceso natural, o pretendido mostrar claramente y a todo detalle
qué es lo que está implicado en la causación de cualquier efecto en el universo. Se está de
acuerdo en que lo más que puede hacer la razón humana es hacer más simples los
principios que gobiernan los fenómenos naturales, reuniendo para ello muchos efectos
particulares bajo unas cuantas causas generales, a partir de razonar mediante analogía,
experiencia y observación. Pero si intentamos descubrir las causas de estas causas
generales, estaremos perdiendo nuestro esfuerzo. Estos orígenes y principios últimos
están completamente vedados a la investigación humana. Probablemente las causas y
principios más profundos que llegaremos a encontrar en la naturaleza son los cuatro
siguientes: •la elasticidad, •la gravedad, •la cohesión de partes ·tal que hace la diferencia
entre una piedra y un montón de polvo·, y •la comunicación del movimiento por medio
del impacto ·como cuando una bola de billar le pega a otra·. Seremos ya afortunados si
luego de un trabajo cuidadoso podemos explicar fenómenos particulares a partir de estos
cuatro, o algo cercano a ellos. La filosofía del tipo natural perfecta [=‘la física perfecta’] sólo
aplaza un poco nuestra ignorancia; tal como la más perfecta filosofía de tipo moral o
metafísico [=‘la más perfecta filosofía’, en el sentido que se le da al término en el siglo veintiuno] sirve
solamente para enseñarnos aun más cuán ignorantes somos. De tal forma que los dos
tipos de filosofía eventualmente nos conducen a una visión de la ceguera y debilidad
humanas –una visión que nos confronta en cada esquina a pesar de nuestros intentos de
rehuirle.
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Primera investigación David Hume 4: Dudas acerca del entendimiento
razonamiento, sin haber jamás experimentado los efectos del calor y el frío, que el
primero produce cristales mientras que el segundo produce hielo!
Parte 2
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La palabra ‘poder’ está aquí usada en un sentido laxo y popular. Si se usara de forma más precisa el
argumento cobraría más fuerza. Ver Sección 7.
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Primera investigación David Hume 4: Dudas acerca del entendimiento
¡experimentamos a cada bocado con una cosa que parece pan, comiéndonosla!· Me
gustaría saber cuál es la base que sostiene este proceso de pensamiento. Todos están de
acuerdo que las cualidades sensibles de una cosa no están conectadas con sus poderes
secretos de alguna manera sobre la que podamos tener conocimiento, de tal forma que la
mente no es conducida a una conclusión sobre su conjunción regular y constante a través
de algo que conozca sobre su naturaleza. Lo único que la experiencia pasada nos puede
decir, directamente y con seguridad, es aquello que tiene que ver con el comportamiento
de los objetos particulares que se observó, y en el tiempo particular en que se les observó.
·Mi experiencia directa y certeramente me informa que ese fuego en ese momento
consumió al carbón; pero nada dice sobre el comportamiento del mismo fuego unos
cuantos minutos después, ni de aquél de otros fuegos en cualquier momento·. ¿Por qué se
debería extender esta experiencia a momentos futuros y a objetos distintos, que por
cuanto sabemos pueden meramente parecer semejantes? –eso es lo que quiero saber. El
pan que anteriormente comí me nutrió; esto es: un cuerpo con tales y cuales cualidades
sensibles tuvo en aquel cierto tiempo tales y cuales poderes secretos. ¿Pero se sigue de
ello que otros panes me nutrirán necesariamente en otros tiempos, y que las mismas
cualidades perceptibles deban siempre ir acompañadas por los mismos poderes secretos?
No parece seguirse de forma necesaria. En todo caso, debe admitirse que en un caso
como este la mente extrae una conclusión; da un cierto paso, pasa por un proceso de
pensamiento o inferencia, y éste debe ser explicado. Estas dos proposiciones están muy
lejos de ser las mismas:
•He encontrado que tal y tal objeto siempre ha tenido tal y tal efecto.
•Preveo que otros objetos que parecen ser similares tendrán efectos similares.
La segunda proposición siempre es inferida de la primera; e incluso si se quiere
concederé que es correctamente inferida. Pero si se insiste que la inferencia se hace por
medio de una cadena de razonamiento, retaré a quien así lo hace a que señale cuál es
dicho razonamiento. La conexión entre esas proposiciones no es intuitiva [i.e. la segunda no
se sigue de la primera de manera auto-evidente e inmediata]. Si la inferencia se llevara a cabo a
través de la sola razón, tendría que ser con ayuda de un paso intermedio. Pero cuando
intento pensar cuál podría ser ese paso intermedio, me veo derrotado. Aquellos que
sostienen que realmente existe y que es el origen de todas nuestras conclusiones sobre
cuestiones de hecho nos deben una explicación de qué es lo que es.
·Mas no han dado ninguna explicación de ello, lo cual tomo por evidencia de que
ninguna puede ser dada·. Si muchos filósofos capaces y agudos intentan descubrir una
proposición que los conecte o un paso intermedio a través del cual el entendimiento
pueda efectuar esta inferencia de efectos pasados a futuros y fallan, entonces mi
perspectiva negativa acerca de esto eventualmente se tomará por absolutamente
convincente. Sin embargo, puesto que la cuestión es todavía nueva, el lector puede no
confiar suficientemente en sus propias capacidades y habilidades como para concluir que
sólo porque no puede encontrar un cierto argumento eso quiera decir que éste no existe.
En tal caso, necesito enfrentarme a una tarea más difícil que cualquiera de las que hasta
ahora he llevado –a decir, recorrer todas las ramas del conocimiento humano, una por
una, para mostrar que ninguna de ellas puede darnos el argumento buscado.
Todos los razonamientos pueden ser separados en dos tipos: (1) razonamientos
demostrativos, o aquellos que conciernen a la relación entre ideas, y (2) razonamientos de
tipo factual, o razonamientos probables; en otras palabras: que conciernen a las
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Primera investigación David Hume 4: Dudas acerca del entendimiento
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Primera investigación David Hume 4: Dudas acerca del entendimiento
argumento se basa dicha inferencia. ¿Dónde está el paso intermedio, las ideas
interpuestas, que unan proposiciones que son tan diferentes la una de la otra? Se está de
acuerdo en que el color, la consistencia y otras cualidades sensibles del pan no parecen
estar inherentemente conectadas con el los poderes secretos del ser nutritivo y poder
sostener la vida. Si lo fueran, podríamos inferir dichos poderes secretos de un primer
encuentro con esas cualidades, sin ayuda de una experiencia previa prolongada; y eso
contradice tanto lo que todos los filósofos creen, como los meros hechos. Comencemos
por pensarnos en nuestro estado natural de ignorancia, en el que nada sabemos de los
poderes e influencia de ninguna cosa. ¿Cómo es que la experiencia cura esta ignorancia?
Todo lo que hace es mostrar que ciertos objetos ·similares· tuvieron efectos similares;
nos enseña que esos objetos particulares tuvieron tales y cuales poderes y fuerzas en esos
momentos particulares. Cuando se nos presenta un objeto nuevo con cualidades
perceptibles similares esperamos poderes y fuerzas semejantes y buscamos un efecto
similar. Esperamos, por ejemplo, que algo con el color y la consistencia del pan nos
nutrirá. Pero eso sin duda es un movimiento de la mente que necesita ser explicado.
Cuando un hombre dice:
‘He encontrado en todos los casos (o instancias) pasados tales y cuales cualidades
sensibles en conjunción con tales y cuales poderes secretos’,
y luego procede a decir:
‘Cualidades sensibles similares siempre estarán conjuntadas con poderes secretos
similares’,
no es culpable de incurrir en una tautología; estas proposiciones no son para nada las
mismas. Se podría decir: ‘La segunda proposición se deriva de la primera’; pero se tiene
que admitir que la inferencia no es intuitiva [=‘no se ve a primera vista que es válida’] y no es
tampoco demostrativa [=‘no puede ser seguida a través de una serie de pasos tal que cada uno de esos
pasos puede verse que es válido a primera vista’]. ¿Qué tipo de inferencia es entonces? Calificarla
de ‘experimental’ es presuponer el punto que está en cuestión; pues todas las inferencias
de la experiencia se basan sobre la presuposición de que el futuro será semejante al
pasado, y de que poderes similares estarán combinados con cualidades sensibles
similares. Tan pronto como se plantea la sospecha de que el curso de la naturaleza puede
cambiar, tal que el pasado deja de ser guía para el futuro, toda experiencia se vuelve inútil
y no puede soportar ninguna inferencia o conclusión. Así es que ningún argumento
proveniente de la experiencia puede sostener esta semejanza entre el pasado y el futuro,
porque todos los argumentos de este tipo se basan sobre la presuposición de dicha
semejanza. No importa con qué tanta regularidad el curso de las cosas se haya dado en el
pasado, ese hecho por sí solo no prueba que el futuro vaya a ser también regular. De nada
sirve que se presuma haber aprendido la naturaleza de los cuerpos a partir de la
experiencia pasada. Su naturaleza secreta, y consecuentemente todos sus efectos y su
influencia, puede cambiar sin cambio alguno en sus cualidades sensibles. Esto sucede •a
veces con respecto a •algunos objetos: ¿por qué no podría pasar con respecto a •todos los
objetos y •todo el tiempo? ¿Qué lógica, qué proceso argumentativo te pone a salvo de
ello? Podría decirse que no me comporto como si tuviera dudas acerca de esto; pero eso
reflejaría un malentendido acerca de por qué estoy planteando las preguntas que planteo.
Cuando estoy considerando cómo voy a actuar, quedo suficientemente confiado de que el
futuro será como el pasado; pero en tanto filósofo con una disposición de mente
inquisitiva –no voy a decir escéptica– quiero saber en qué se basa esa confianza. Nada de
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Primera investigación David Hume 4: Dudas acerca del entendimiento
lo que he leído, ni investigación alguna que haya hecho, ha podido hasta ahora disipar la
dificultad de la que hablo. ¿Qué cosa mejor puedo hacer que presentar la dificultad al
público, incluso si no albergo gran esperanza de que se me vaya a dar una solución? Así
al menos estaremos concientes de nuestra ignorancia, aun si no incrementamos nuestro
conocimiento.
Sería inexcusablemente arrogante pretender decir que porque yo no he encontrado
cierto argumento, tal argumento realmente no existe. Incluso si hombres sabios a lo largo
de muchos siglos han buscado algo sin ser capaces de encontrarlo, quizá aun entonces
sería precipitado concluir confiadamente que el asunto debe sobrepasar el entendimiento
humano. Aunque examinemos todas las fuentes de nuestro conocimiento y concluyamos
que no son adecuadas para dilucidar un tema determinado, podríamos sospechar todavía
que la lista de las fuentes puede no ser exhaustiva, o que nuestro escrutinio de las mismas
puede no ser correcto. Con respecto a nuestro tema presente, sin embargo, tenemos
razones para pensar que mi conclusión es ciertamente correcta y que no soy arrogante en
creerlo.
Es seguro que los campesinos más ignorantes y estúpidos, incluso los infantes, en
efecto, incluso las bestias salvajes, mejoran por medio de la experiencia y aprenden
acerca de las cualidades de los objetos naturales gracias a que observan sus efectos.
Cuando un niño ha sentido dolor por tocar la flama de una vela, tendrá cuidado de no
acercar su mano a ninguna vela, y esperará un efecto similar de cualquier causa que sea
similar en su apariencia. Si se sostiene que el entendimiento del niño ha llegado a esta
conclusión a través de un proceso argumentativo, es entonces justo de mi parte que exija
que se presente ese argumento, y quien lo haya sostenido no tiene excusa alguna para no
hacerlo. No puede decir que el argumento lo ha eludido por ser muy complejo y difícil,
¡ya que acaba de decir que a un mero niño le resulta fácil! Así es que si duda por un
momento, o si después de una reflexión produce un argumento intrincado y profundo,
acabaría en efecto habiendo abandonado su postura en esta disputa: habría hecho tanto
como admitir que no es a través del razonamiento que nos vemos conducidos a suponer
que el futuro se parecerá al pasado y a esperar efectos similares de causas
aparentemente similares. Ésa es la proposición que buscaba sentar en la presente sección.
Si estoy en lo correcto, no pretendo que sea un gran descubrimiento. Si me equivoco con
respecto a ello, entonces sí hay un argumento ·de pasado a futuro· que me era familiar
mucho antes de que fuera sacado de mi cuna, y que sin embargo ahora no puedo
descubrir. ¡Qué investigador tan retrógrada debo ser!
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Primera investigación David Hume 5:Solución escéptica
Cuando intenta limitar nuestras inquisiciones sobre la vida cotidiana, esta filosofía no
corre el riesgo de ir demasiado lejos y minar los razonamientos que usamos en la vida
cotidiana, insistiendo de más con sus dudas hasta el punto de destruir toda creencia y
acción. La naturaleza siempre mantendrá sus derechos, y prevalecerá sobre cualquier
razonamiento abstracto. ·Esto es: continuaremos pensando y actuando de las maneras en
que nuestra naturaleza humana nos lo dicta –las maneras que nos son naturales– sin
riesgo alguno de ser desviados de estas consideraciones filosóficas·. Por ejemplo, en la
sección precedente mostré que cuando sea que razonemos a partir de la experiencia,
estaremos dando un paso que no está soportado por ningún argumento o consideración
intelectual; pero esos razonamientos experienciales son la base de casi todo el
conocimiento que tenemos, y no hay forma de que se les deseche a causa del
descubrimiento de que no pueden ser justificados por argumentos. Si no somos
conducidos argumentativamente a hacer inferencias de la experiencia pasada, debemos
ser llevados por algo que sea igualmente poderoso –alguna otra fuerza que tendrá poder
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Primera investigación David Hume 5:Solución escéptica
sobre nuestras vidas al menos en tanto la naturaleza humana permanezca como hasta
ahora es y ha sido. Valdría la pena explorar qué es lo que esa otra fuerza es.
Supóngase que una persona muy inteligente y pensativa arribara de pronto a este
mundo; inmediatamente observaría que un evento le sigue a otro, pero eso sería todo lo
que podría descubrir. No podría mediante ningún razonamiento alcanzar la idea de causa
y efecto, porque (primeramente) los poderes particulares por los cuales todas las
operaciones naturales son llevadas a cabo jamás son percibidos por los sentidos, y (en
segundo lugar) no hay ninguna razón para concluir que un evento causa otro tan sólo
porque lo precede. El hecho de que ocurran juntos puede ser arbitrario y casual, sin
conexión causal alguna entre ellos. En pocas palabras, mientras dicha persona no tuviera
más experiencia, no podría razonar sobre ninguna cuestión de hecho, ni estar seguro de
cosa alguna que no le fuera inmediatamente presente a su memoria o a sus sentidos.
Ahora supóngase que nuestra persona acumula más experiencia, y que vive lo
suficiente en el mundo para observar objetos o eventos similares ocurrir de forma
conjunta constantemente; ¿qué conclusión saca ahora de esta experiencia?
¡Inmediatamente infiere la existencia de un objeto a partir de la presencia del otro! Pero,
toda su experiencia no le ha dado ninguna idea o conocimiento del poder secreto
mediante el cual un objeto produce al otro; ni tampoco pudo haberlo traído a la
extracción de esta inferencia ningún proceso del razonamiento. Pero se da cuenta que no
puede evitar hacerla: y no será disuadido de ella incluso si se convence de que no hay
soporte intelectual para la inferencia. Hay algo más que está operando, obligándolo a
llevarla a cabo.
Es la costumbre o el hábito. Cuando estamos predispuestos a actuar o pensar de una
cierta manera, no porque se le pueda justificar con el razonamiento o mediante un
proceso del entendimiento sino porque nos hemos comportado o pensado de la misma
manera muchas veces en el pasado, decimos que esta predisposición es el efecto de la
‘costumbre’. Al usar esa palabra no pretendemos estar dando la razón básica de la
predisposición. Todo lo que estamos haciendo es señalar una característica fundamental
de la naturaleza humana que nadie negará que está ahí, y que es bien conocida por sus
efectos. Quizá eso es lo más lejos que podemos llegar. Quizá, eso es, no podemos
descubrir la causa de esta causa, y debemos contentarnos con ella como lo más profundo
que podemos ir en la explicación de las conclusiones que sacamos de la experiencia. La
habilidad de ir así de lejos nos debería satisfacer; si nuestras facultades no nos pueden
llevar más lejos, no deberíamos quejarnos por ello. Al menos tenemos aquí una
proposición muy inteligible y quizá además cierta: Después de la conjunción constante
de dos objetos –calor y flama, por ejemplo, o peso y solidez– el puro hábito nos hace
esperar uno cuando experimentamos el otro. En efecto, esta hipótesis parece ser la única
que podría explicar por qué sacamos de mil instancias una inferencia que no podemos
sacar de una sola instancia que es exactamente igual que cada una de esas mil. •La razón
no es así. Las conclusiones que saca tras considerar un círculo son las mismas a las que
llegaría luego de examinar todos los círculos del universo. Pero no hay hombre que
habiendo visto solamente un cuerpo moverse luego de ser empujado por otro, pudiera
inferir que todo cuerpo se moverá luego de una colisión similar. Todas las inferencias
derivadas de la experiencia, por tanto, son efectos de la costumbre, y no del
•razonamiento.
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Primera investigación David Hume 5:Solución escéptica
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Primera investigación David Hume 5:Solución escéptica
cruciales para las conclusiones que debería extraer y para cómo debería actuar. Cuando
llamamos a alguien un ‘razonador o pensador inexperimentado’, lo único que queremos
decir es que no ha tenido mucha experiencia.
·FIN DE LA VASTA NOTA AL PIE·
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Primera investigación David Hume 5:Solución escéptica
un tipo de instinto natural, el cual no puede ser ni producido ni tampoco prevenido por
ningún razonamiento o proceso del pensamiento.
Llegados a este punto podríamos permitirnos razonablemente detener nuestras
investigaciones filosóficas. En la mayor parte de las cuestiones, no podemos dar un solo
paso más; y en todas las cuestiones se debe eventualmente parar, luego de las pesquisas
más incansables y profundas. Pero aun así nuestra curiosidad será perdonable, quizá
recomendable, si nos conduce a subsiguientes investigaciones, y nos hace examinar con
más cuidado y precisión la naturaleza de esta creencia, y de la conjunción habitual de la
cual se deriva. Eso nos puede traer a algunas explicaciones y analogías que darán
satisfacción –al menos a aquellos que aman las ciencias abstractas y disfrutan de las
especulaciones que, por más precisas que sean, pueden todavía retener un grado de duda
e incertidumbre. Para los lectores cuyo gusto es distinto del descrito: la Parte 2 de esta
sección no va dirigida a ellos, y puede ser pasada por alto sin perjuicio a la comprensión
del resto.
Parte 2
Nada es más libre que la imaginación del hombre; y aunque está confinada al acervo
original de ideas provistas por los sentidos internos y externos, tiene un poder ilimitado
para mezclar, combinar, separar y dividir esas ideas en todas las variedades de ficción y
visión [=‘de cualquier manera que pueda ser descrita o representada’]. Puede inventar una
secuencia de eventos con toda la apariencia de realidad, asignarles un tiempo y espacio
particular, concebirlos como si realmente estuvieran sucediendo, y representárselos a sí
misma con tanto detalle como lo podría hacer con cualquier evento histórico que con la
mayor certeza creyera que realmente hubiera sucedido. ¿Cuál es entonces la diferencia
entre una ficción así y la creencia? No es esta:
Hay una idea especial que está unida a toda proposición sobre la que
asentimos y en cambio a ninguna de las que consideramos como ficticias.
La razón por la cual esa explicación es falsa es porque la mente tiene autoridad sobre
todas sus ideas, de tal forma que si esta ‘idea especial’ existiera, la mente podría unirla
voluntariamente a cualquier ficción y consecuentemente –de acuerdo a esta explicación–
sería capaz de creer cualquier cosa que quisiera creer; mientras que nos damos cuenta por
la experiencia cotidiana que no es cierto que pueda. Podemos juntar la cabeza de un
hombre al cuerpo de un caballo mediante la unión de pensamientos; pero no podemos
optar por creer que un animal de ese tipo haya realmente existido en algún momento.
Se sigue que la diferencia entre la ficción y la creencia reside en algún sentimiento
que va de la mano de la creencia y no de la ficción –un sentimiento que no depende de la
voluntad y no puede ser mandado de acuerdo al gusto. Debe ser causado por la
naturaleza, como todos los otros sentimientos; y debe surgir de la situación particular en
la que se encuentre la mente en ese momento particular. Cuando un objeto se le presenta
a la memoria o a los sentidos, inmediatamente lleva a la imaginación –por la fuerza del
hábito– a concebir el objeto que usualmente va unido a él; y esta concepción viene con
un sentimiento que es diferente de ·cualquier cosa que acompaña a· las fantasías sueltas
de la imaginación. Eso es todo lo que hay con respecto a la creencia. Porque puesto que
no hay ninguna cuestión de hecho que creamos tan firmemente que no podamos concebir
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Primera investigación David Hume 5:Solución escéptica
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Primera investigación David Hume 5:Solución escéptica
ideas se apoderan de mi mente de una manera mucho más fuerte y firme de lo que lo
harían ideas de ·algo que sé que es ficticio, como por ejemplo· un castillo encantado. Son
muy diferentes en su sentir, y tienen una influencia de todo tipo mucho más fuerte en lo
relativo al producir placer o dolor, alegría o tristeza.
Consideremos, entonces, esta doctrina en todo su alcance y aceptemos que
•el sentimiento de la creencia no es nada sino una concepción que es más
intensa y firme que las concepciones que son meras ficciones de la
imaginación, y •este modo de concepción surge de la conjunción constante del
objeto con algo que está presente en la memoria o en los sentidos.
No será difícil, pienso, encontrar otras operaciones de la mente análogas a la de la
creencia (según esta explicación suya), y reunir esos fenómenos bajo principios aun más
generales. [Ver la nota sobre ‘principio’ en la página 2.]
Ya mencioné que la naturaleza estableció conexiones entre ciertas ideas particulares,
y que en cuanto alguna se presenta a nuestros pensamientos inmediatamente introduce a
su correlativa –·i. e. la idea que la naturaleza ha conectado con ella·– y conduce nuestra
atención hasta ella por un movimiento suave e imperceptible. Estos principios ·naturales·
de conexión o asociación se reducen a tres ·básicos·, a decir: •semejanza, •contigüidad
[=‘proximidad’] y •causación. Estos tres son los únicos lazos que unen nuestros
pensamientos y que generan aquella secuencia de pensamiento o discurso regular que
acontece en todos los seres humanos en mayor o menor grado. Surge ahora una pregunta
sobre la cual dependerá la solución de la presente dificultad. ¿Sucederá con cada una de
estas relaciones que, cuando un objeto se le presenta a los sentidos o a la memoria, la
mente no sólo sea conducida a la concepción de su correlativo, sino que además llegue a
tener ·una creencia sobre él, es decir· una concepción suya más estable y fuerte de lo que
de otra manera hubiera podido alcanzar? Esto parece ser lo que sucede cuando las
creencias surgen de una relación de causa y efecto. Si también sucede con las otras dos
relaciones o principios de asociación, entonces se le establecerá como una ley general
válida para todas las operaciones de la mente.
Como primer experimento relevante, veamos que cuando observamos la pintura de un
amigo ausente, nuestra idea de él evidentemente se aviva por la semejanza de la pintura
con él, y que cualquier sentimiento que nuestra idea de él nos produce, ya sea de alegría o
tristeza, adquiere nueva fuerza y vigor. Este efecto se produce mediante la operación
conjunta de •una relación ·de semejanza· y •una impresión presente. Si la pintura no se le
parece, o si al menos no se pretendió como imagen suya, no lleva nuestro pensamiento a
él en lo absoluto. Y cuando tanto la pintura como la persona están ausentes, aunque la
mente puede pasar del pensamiento sobre uno a aquel sobre el otro, siente que su idea de
la persona se debilita por esa transición, en lugar de fortalecerse. Nos produce placer ver
la pintura de un amigo cuando ésta se nos presenta delante de nosotros; pero cuando no se
nos presenta preferiríamos considerarlo de forma directa que considerarlo a través de una
cosa que guarda semejanza con él pero que está distante y oscura.
Las ceremonias de la religión Católica Romana pueden pensarse como instancias de
este fenómeno. Cuando a los devotos de esa superstición se les reprocha las ceremonias
tan ridículas que su religión les pide, generalmente se defienden replicando que sienten el
buen efecto que las posturas y movimientos y acciones que llevan a cabo tienen,
avivando su devoción e intensificando su fervor, los cuales decaerían si estuvieran
dirigidos meramente a objetos distantes e inmateriales ·como lo es Dios·. ´Nos
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Primera investigación David Hume 5:Solución escéptica
representamos los objetos de nuestra fe’, dicen, ‘en pinturas e imágenes perceptibles; y la
inmediata presencia de esas imágenes hace a los objetos más presentes para nosotros de
lo que podrían ser a través de la mera contemplación intelectual.’ Los objetos
perceptibles tienen siempre una influencia mayor sobre la imaginación de lo que
cualquier otra cosa pudiera tener, y prontamente transmiten esa influencia a las ideas con
las que se relacionan y a las que se parecen. Todo lo que inferiré de estas prácticas y estos
razonamientos es que el efecto de la semejanza en avivar ideas es muy común; y puesto
que en todo caso tanto una semejanza como también una impresión presente deben estar
operando, contamos con suficientes ejemplos empíricos que soportan el principio
anterior.
Podemos añadir fuerza a esos ejemplos usando otros de una clase distinta, implicando
los efectos de la contigüidad así como los de la semejanza. Es seguro que la distancia
disminuye la fuerza de toda idea, y que mientras más nos acerquemos a un objeto –
incluso si nuestros sentidos no nos lo muestran– su influencia sobre la mente llega cada
vez más a ser como la influencia de una impresión ·sensorial· inmediata. Pensar sobre un
objeto de inmediato transporta a la mente a las cosas que le son contiguas; pero es sólo la
presencia efectiva de un objeto la que transporta a la mente con mayor vivacidad. Cuando
me encuentro a unas cuantas millas de mi casa, cualquier cosa que tenga que ver con ella
me toca más de cerca que cuando estoy a doscientas ligas de ella, aunque incluso a esa
distancia el reflexionar sobre cualquier cosa que sea aledaña a mis amigos o familiares
naturalmente produce una idea de ellos. Pero en casos como éste, ambos objetos de la
mente –·aquello desde lo cual es conducida y aquello a lo cual es conducida·– son ideas
·y no el tipo más vívido de percepciones que llamamos ‘impresiones’·. Aunque existe
una fácil transición entre ellas, esa transición por sí sola no puede darle a ninguna de las
dos una vivacidad mayor de la que las ideas tienen; y la razón de eso es que en estos
casos no hay ninguna impresión presente que esté operando.3
Nadie puede dudar que la causación tiene la misma influencia que las otras dos
relaciones, semejanza y contigüidad, tienen. A las personas supersticiosas les gustan las
reliquias de los santos por la misma razón por la cual les gusta tener pinturas o imágenes
–·a decir·, para avivar su devoción y para darles una concepción más íntima y fuerte de
aquellas vidas ejemplares que desean imitar. Ahora, es evidente que una de las mejores
reliquias que un hombre devoto puede procurarse sería algo hecho por un santo; y si las
vestimentas y los muebles del mismo son considerados bajo esta luz, es porque alguna
vez estuvieron a su disposición y fueron movidos y afectados por él. Eso nos permite
considerarlos como efectos imperfectos ·del santo; ‘imperfectos’ porque él no causó su
existencia, sino que meramente fue causa de que pasaran por varias vicisitudes mientras
estuvieron bajo su posesión·. Están conectados a él a través de una cadena de
3
Cicerón escribió: ‘¿Será sólo una característica de nuestra naturaleza o se deberá a alguna clase de error el
que nos mueva más la vista de lugares en los que hemos oído que hombres notables pasaron su vida que el
oír acerca de sus acciones o el leer sus obras? En efecto, estoy conmovido ahora mismo; ya que me acuerdo
de Platón, quien (nos han dicho) fue el primero en sostener discusiones en este lugar. Y estos pequeños
jardines no sólo conjuran su memoria; parecen poner al hombre mismo frente a mí. [Luego vienen algunos
otros comentarios acerca de la asociación del lugar con otras personas, a quienes nombra el interlocutor.]
Tal es el poder de sugestión que tienen los lugares. No es arbitrario que el entrenamiento de la memoria se
base sobre esto.’ Cicerón, De Finibus, libro 5, sección 2.
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Primera investigación David Hume 5:Solución escéptica
consecuencias más corta que cualquier otra cosa –·testimonios humanos, lápidas,
registros escritos, etc.·– por medio de la cual aprendamos la realidad de su existencia.
Supóngase que nos encontramos al hijo de un amigo que lleva mucho tiempo muerto
o ausente; es evidente que este objeto (·el hijo·) reviviría instantáneamente su idea
correlativa (·a decir, la idea de nuestro amigo·) y evocaría en nuestro pensamiento todas
las pasadas familiaridades y ratos íntimos con el amigo, en colores mucho más vívidos de
lo que de otro modo nos hubieran aparecido. Éste es otro fenómeno que parece demostrar
el principio anteriormente mencionado.
Nótese que en cada uno de estos fenómenos la persona cree que el objeto correlativo
de hecho existe o existió. Sin eso, la relación no tendría efecto. La influencia de la pintura
requiere que creamos que nuestro amigo haya alguna vez existido. El estar cerca del
hogar jamás puede suscitar nuestras ideas del hogar si no creemos que ese hogar
realmente existe. Ahora, afirmo que •esta creencia, donde llega más allá de la memoria o
los sentidos, es de un tipo semejante y surge de causas semejantes que •la transición de
pensamiento y vivacidad de concepción que he estado explicando. Cuando arrojo un
trozo de madera seca al fuego, mi mente de inmediato es conducida a un pensamiento de
éste como combustible que aviva el fuego, no como algo que lo extingue. Esta transición
de pensamiento de la causa al efecto no viene dado por la razón. Su origen exclusivo son
el hábito y la experiencia. Y puesto que comienza a partir de un objeto que está presente
para los sentidos ·cuando veo el trozo de madera adentrarse en el fuego·, hace la idea o
concepción de la flama más fuerte y vívida de lo que sería en cualquier ensoñación suelta
de la imaginación. Esa idea ·de la flama creciente· adviene inmediatamente. El
pensamiento se mueve instantáneamente hacia ella, y le transmite toda la fuerza de
concepción que viene de la impresión presente para los sentidos. Puede suceder por
accidente que cuando se me presenta una copa de vino mis siguientes ideas sean las de
herida y dolor; ¡pero no serán tan fuertes como hubieran sido si se me hubiera presentado
una espada apuntando a mi pecho! ¿Y qué hay en todo este asunto que cause tan fuerte
concepción más allá de un objeto presente y una transición habitual a la idea de otro
objeto, que hemos estado acostumbrados a conjuntar con el original? Esto es todo lo que
hace nuestra mente en todas nuestras inferencias respectivas a cuestiones de hecho y
existencia; y es satisfactorio haber encontrado algunas analogías mediante las cuales
puede explicarse. En todos los casos, la transición de un objeto presente le da fuerza y
solidez a la idea relacionada ·hasta la cual se ha hecho la transición·.
Aquí, entonces, hay un tipo de armonía preestablecida [Frase de Hume, copiada de Leibniz]
entre el curso de la naturaleza y la secuencia de nuestras ideas; y aunque los poderes y
fuerzas por los cuales se rige la naturaleza nos son enteramente desconocidos,
encontramos que nuestros pensamientos y concepciones han ocurrido en un orden
paralelo al orden de los eventos imperante en las otras operaciones de la naturaleza. Esta
correspondencia ha sido alcanzada por el hábito, que tan necesario es para la
supervivencia de nuestra especie y para la regulación de nuestra conducta en toda
circunstancia y ocurrencia de la vida humana. Si no se hubiera dado el caso de que la
presencia de un objeto instantáneamente suscitara la idea de objetos que comúnmente
están unidos con él, todo nuestro conocimiento hubiera estado restringido a la estrecha
esfera de nuestra memoria y nuestros sentidos; y jamás hubiéramos sido capaces de
adecuar nuestros medios para nuestros fines, o de emplear nuestros poderes naturales
para obtener buenos resultados y evitar los malos. Aquellos que se deleitan con el
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Primera investigación David Hume 5:Solución escéptica
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Primera investigación David Hume 6: Probabilidad
Sección 6: Probabilidad
Incluso si no existiera en el mundo cosa alguna como el azar, nuestra ignorancia
sobre la causa real de cualquier evento tiene el mismo efecto sobre el entendimiento, y
genera la misma clase de creencia y opiniones ·que genera el conocimiento acerca del
azar·.4
Ciertamente puede darse el caso de que el resultado de una determinada situación
sea probable porque las posibilidades de que suceda sean mayores a las posibilidades de
que no lo haga; y la probabilidad es mayor –y la creencia o asentimiento
correspondiente más fuerte– en proporción a qué tanto esas posibilidades superen a
aquellas de que el resultado no suceda. Si un dado estuviera marcado con dos puntos en
cuatro de sus lados y con tres puntos en los dos lados restantes, entonces sería más
probable que ·cuando el dado fuera lanzado· terminara cayendo de tal forma que
mostrara un ‘dos’ en su cara superior y no un ‘tres’. Si tuviera mil lados, con 999 de
ellos marcados con dos puntos y el último marcado con tres puntos, la probabilidad de
que saliera ‘dos’ sería aun mucho más alta, y nuestra creencia de expectación de ese
resultado sería más firme y segura. Este proceso de pensamiento o razonamiento puede
parecer obvio y trivial, pero ofrece mucho sobre lo cual pensar para aquellos que lo
miran con suficiente atención y cuidado.
Parece claro que cuando la mente mira hacia el futuro para precisar qué resultado se
originará del lanzamiento de un dado de este tipo, considera igual de probable que salga
cada uno de los lados del dado. Y ésta es justamente la naturaleza del azar: que todas las
alternativas que comprende sean totalmente iguales. Pero la mente, dándose cuenta que
un número mayor de alternativas (de lados resultantes) involucra un suceso (·que salga
el ‘dos’·) y no el otro (·que salga el ‘tres’·), se ve arrastrada con más frecuencia al
primero de los dos, y tiene presente éste más a menudo al examinar las distintas
posibilidades y eventualidades sobre las cuales depende el resultado final. Esta situación
en la que varias anticipaciones de un suceso concurren engendra inmediatamente –por
un mecanismo inexplicable de la naturaleza– el sentimiento de creencia, y hace que
aquel suceso resultante aventaje a su antagonista, apoyado por un número menor de
alternativas y que por tanto surge con menos frecuencia en la mente. ·Aunque lo he
llamado inexplicable·, puede hasta cierta medida darse cuenta de este mecanismo u
operación si se acepta que la creencia no es sino una representación o concepción de un
cierto objeto más fuerte y firme que aquella que acompaña las meras ficciones de la
imaginación. La combinación de los muchos atisbos del mismo suceso a lo largo de la
consideración de muchas alternativas (o lados resultantes) imprime más intensamente en
la imaginación la idea de este suceso, le presta mayor fuerza y vigor, hace más eficaz su
influjo sobre las pasiones y las afecciones de la mente, y, en una palabra, engendra la
confianza o seguridad que constituye la naturaleza de la creencia y la opinión.
4
Locke divide todos los argumentos en demostrativos y probables. Bajo esta perspectiva, debemos decir
que sólo es probable que todos los hombres deban morir o que el sol se levantará el día de mañana,
·puesto que ninguna de estas dos cosas puede ser demostrada·. Pero para adecuar nuestro lenguaje al uso
común, deberíamos dividir los argumentos en demostraciones, pruebas, y probabilidades –por ‘pruebas’
nos referimos a argumentos sobre la experiencia pero que no dejan lugar a la duda o la oposición.
33
Primera investigación David Hume 6: Probabilidad
impulso de un impacto y por gravedad es una ley universal que hasta el momento no ha
tenido jamás excepción alguna. Pero hay otras causas que se ha visto que son más
irregulares e inciertas: el ruibarbo no ha funcionado siempre como un purgante ni el
opio como un soporífero en todo aquél que haya tomado estas medicinas. Es cierto que
cuando cualquier causa falla en la producción de su efecto usual, los científicos no le
adjudican esto a ninguna irregularidad en la naturaleza, sino que más bien suponen que
ciertas causas secretas en la estructura singular de los componentes han impedido la
operación. Pero nuestros razonamientos sobre el resultado son los mismos que serían si
este principio ·concerniente a las ‘causas secretas’· no existiera. El hábito nos ha
acostumbrado a trasladar el pasado al futuro en todas nuestras inferencias, de tal manera
que cuando el pasado ha sido totalmente uniforme y regular, esperamos el resultado
·usual· con máxima confianza y sin dar pie a ninguna suposición contraria. En cambio
cuando se ha encontrado que de causas que parecen exactamente iguales se han seguido
a veces efectos diferentes, la mente repara en todos estos diversos efectos cuando se
mueve del pasado hacia el futuro, y éstos influyen en nuestros pensamientos cuando
estimamos la probabilidad del acontecimiento resultante. A pesar de que le damos
preferencia a aquel que ha sido más usual, y nos formamos la creencia de que también
esta vez resultará ese efecto, debemos de cualquier manera tomar en consideración los
demás, asignándole a cada uno un peso y autoridad particular en proporción a qué tan
frecuente o infrecuente ha sido. En casi todos los países de Europa es más probable que
haya escarcha en algún punto del mes de enero a que no hiele en todo el mes; aunque
por supuesto esta probabilidad varía de acuerdo a los distintos climas, y se acerca
mucho a la certidumbre en los reinos nórdicos. Aquí, pues, parece evidente que cuando
trasladamos el pasado al futuro para determinar el efecto que resultará de cualquier
causa, trasladamos los diversos acontecimientos resultantes en la misma proporción en
que han aparecido en el pasado y tenemos en cuenta (por ejemplo) que uno se ha dado
en cien ocasiones, otro en diez y otro en una sola. Cuando un número de experiencias
concurren en un mismo resultado, lo fortalecen y confirman en la imaginación,
engendran el sentimiento que llamamos creencia, y hacen que prefiramos asentir frente
a ese resultado que frente al contrario que no está apoyado por tantas experiencias y no
aparece tan frecuentemente en nuestro pensamiento cuando éste transfiere el pasado al
futuro. Quien intente explicar esta operación de la mente desde cualquiera de los
sistemas de filosofía que hemos heredado se dará cuenta de la dificultad que ello
comporta. Por mi parte, me consideraré satisfecho si las consideraciones que he hecho
excitan la curiosidad de los filósofos y los hacen concientes de cuán defectuosas son las
teorías comunes al tratar de tan elevados e interesantes temas.
34
Primera investigación David Hume 7: La idea de conexión necesaria
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Primera investigación David Hume 7: La idea de conexión necesaria
fijar (tanto como sea posible) el significado preciso de dichos términos, con ello
desechando parte de la oscuridad de este tipo de filosofía que tantas quejas suscita.
Parece ser que no habrá mucha disputa con respecto a esta proposición:
Todas nuestras ideas no son sino copias de nuestras impresiones, así es que
es imposible para nosotros pensar algo que no hayamos previamente sentido
a través de o bien nuestros sentidos externos, o bien los internos.
Intenté en la Sección 2 explicar y probar esta proposición, expresando mi esperanza
de que si se le aplica correctamente, los hombres podrán hacer sus razonamientos
filosóficos más claros y precisos que lo que hasta ahora han sido. Quizá las ideas
complejas puedan ser conocidas muy bien por medio de una definición; ya que una
definición lo que hace es enumerar las partes o ideas simples que conforman la idea
definida. Pero cuando hemos llevado las definiciones hasta las ideas más simples, y aun
entonces encontramos cierta ambigüedad y oscuridad, ¿a qué podemos apelar en
auxilio? ¿Qué técnica podemos utilizar para arrojar un poco de luz sobre esas ideas y
darle a nuestra mente una aprehensión más bien clara y determinada de ellas? ·La
respuesta es que podemos· producir las impresiones o sentimientos originales de los
cuales las ideas han sido copiadas. Esas impresiones son totalmente fuertes y sensibles.
No puede haber ambigüedad en ellas. No sólo se encuentran en entera luz ellas mismas,
sino que además pueden arrojar un poco de su luminosidad a las ideas correspondientes
que se encuentran en la oscuridad. A lo mejor por este medio llegamos a poseer un
nuevo microscopio, por decirlo así, a través del cual en las ciencias humanas las ideas
más pequeñas y simples puedan ser agrandadas lo suficiente para ser prontamente
aprehendidas y lleguen a ser tan cabalmente conocidas como aquellas ideas más grandes
y sensibles a las que podemos dirigir nuestras investigaciones.
Para tener pleno conocimiento de la idea de poder o de conexión necesaria,
examinemos, pues la impresión que copia; y para encontrar esa impresión con mayor
certeza, busquémosla en todas aquellas fuentes u orígenes de las que pudo haber
derivado. Cuando miramos a los objetos sensibles a nuestro alrededor, y pensamos
sobre la operación de causas, jamás somos capaces de descubrir cualquier poder o
conexión necesaria, cualquier cualidad que ate el efecto a la causa y lo haga una
consecuencia infalible de ella. Todo lo que encontramos es que el determinado evento
de hecho sí sigue al otro. El impacto de una bola de billar es acompañado por el
movimiento de la otra. Esto es todo lo que aparece ante los sentidos externos. La mente
no siente ningún sentimiento ni impresión interior de esta secuencia de eventos: así es
que en ninguna instancia particular de causa y efecto hay algo que pueda sugerir la idea
de poder o conexión necesaria.
Cuando experimentamos algo por primera vez, jamás podemos concebir qué efecto
va a resultar de ello. Si el poder o energía o cualquier causa fuera sujeto de ser
descubierto por la mente, seríamos capaces de prever el efecto aun cuando no
hubiéramos tenido experiencia previa de ·casos similares·, y podríamos decir con plena
confianza desde un principio cuál sería el efecto, simplemente a través del pensar y el
razonar.
De hecho, ninguna cosa material revela jamás a través de sus cualidades sensibles
ningún poder o energía, ni da fundamento para pensar que va a producir algo más o que
cualquier otra cosa le va a seguir que podamos llamar su efecto. La solidez, la
extensión, el movimiento –estas cualidades están completas en sí mismas, y nunca
señalan a alguna otra cosa que pueda resultar de ellas. Las escenas del universo
cambian continuamente, y un objeto le sigue a otro en una secuencia ininterrumpida;
pero el poder o fuerza que impulsa la maquinaria entera nos está completamente
vedado, y jamás se muestra en ninguna de las cualidades sensibles de las cosas
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Primera investigación David Hume 7: La idea de conexión necesaria
5
Locke, en el capítulo donde trata sobre el poder [Ensayo II.xxi], dice que cuando encontramos por
experiencia que la materia sufre cambios, inferimos que debe haber en algún lado un poder capaz de
producirlos, y que este razonamiento nos conduce a la idea de poder. Pero ningún razonamiento puede
jamás darnos una idea simple, original y nueva, como Locke mismo admite. De tal suerte que ése no
puede ser el origen de esa idea.
37
Primera investigación David Hume 7: La idea de conexión necesaria
Segundo: sabemos por experiencia que no tenemos una autoridad pareja sobre todos
los órganos de nuestro cuerpo, aunque no podemos explicar por qué existe tan
considerable diferencia entre los unos y los otros. ¿Por qué puede la voluntad
influenciar a la lengua o a los dedos, y no al corazón o al hígado? Esta pregunta no nos
dejaría perplejos si fuéramos concientes de un poder en el primer caso y no en el
segundo. Percibiríamos entonces, independientemente de la experiencia, la razón por la
cual la autoridad de la voluntad sobre los órganos del cuerpo permanece dentro de
ciertos límites. Teniendo conocimiento pleno del poder o fuerza por el que la voluntad
trabaja, tendríamos conocimiento asimismo del porqué su influencia llega precisamente
tan lejos como llega pero no más de eso.
Frecuentemente sucede que alguien que de pronto ha sido afectado por la parálisis
de una pierna o brazo, o que recientemente ha perdido una extremidad, intenta mover la
extremidad perdida o paralizada y hacer que ésta cumpla sus actividades ordinarias. En
este caso dicha persona está tan conciente del poder para mandar sobre dicha
extremidad como lo está un hombre en perfecto estado de salud del poder de mandar
sobre cualquier extremidad en su condición y estado natural. Pero la conciencia nunca
engaña. Consecuentemente, jamás estamos concientes de ningún poder en ninguno de
los dos casos –·esto es, con un a extremidad perdida o paralizada o con todas las
extremidades presentes y sanas·. Aprendemos acerca de la influencia de nuestra
voluntad exclusivamente a partir de la experiencia. Y la experiencia nos enseña
meramente cómo un evento constantemente le sigue a otro, sin instruirnos sobre la
secreta conexión que los une y los hace inseparables el uno del otro.
Tercero: aprendemos en anatomía que en el movimiento voluntario el •objeto
inmediato del poder no es la parte del cuerpo que es movida sino ciertos músculos y
nervios y espíritus animales (y quizá algo todavía más pequeño y más desconocido) a
través de los cuales el movimiento se transmite hasta que eventualmente alcanza la parte
del cuerpo cuyo movimiento es el •objeto inmediato de la volición –·esto es, la parte
que la persona está intentando mover·. ¿Puede haber una prueba más certera de que el
poder mediante el cual toda esta operación es llevada a cabo, tan lejos de ser conocido
por un sentimiento interno o conciencia, es radicalmente misterioso e imposible de
entender? La mente anhela un cierto evento, esto es, dirige su voluntad a un cierto
evento: inmediatamente otro evento se produce, uno que no conocemos y que es
totalmente diferente del que se pretendió; ese evento produce otro, que es igualmente
desconocido; y finalmente, a través de una larga secuencia de ·intermediarios de este
tipo·, el evento deseado es producido. Pero si el poder original fuera sentido, sería
conocido; si fuera conocido, su efecto también sería conocido, porque todo poder es
relativo a su efecto –·esto es: conocer un poder es conocerlo como el-poder-para-
producir-x, para una determinada x·. Y viceversa: si el efecto no es conocido ·por
adelantado·, el poder no puede ser conocido o sentido. En efecto, ¿cómo podemos estar
concientes de un poder para mover nuestras extremidades si no tenemos ese poder?
Todo lo que tenemos es un poder para mover ciertos espíritus animales que, aunque
eventualmente hacen que se muevan nuestras extremidades, operan de una manera que
está absolutamente más allá de nuestro entendimiento.
De todo esto podemos concluir con seguridad que nuestra idea de poder no es
copiada de ningún sentimiento o conciencia de poder dentro de nosotros mismos
presente cuando hacemos que nuestras extremidades desempeñen sus funciones
normales. Que su movimiento siga el mandato de la voluntad es algo que descubrimos a
partir de la experiencia común, como los otros eventos naturales; pero el poder o
energía por el cual esto llega a suceder, como también en el caso de los otros eventos
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Primera investigación David Hume 7: La idea de conexión necesaria
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Primera investigación David Hume 7: La idea de conexión necesaria
depende el efecto? Y puesto que esto es totalmente desconocido para nosotros, ¿que no
es igualmente desconocido e incomprensible el poder o energía de la voluntad?
La volición es sin duda un acto de la mente con el cual estamos suficientemente
familiarizados. Reflexionemos sobre ella. Considerémosla en todos sus aspectos.
¿Podemos encontrar algo en ella como el poder creativo a través del cual crea una idea
nueva a partir de la nada, y con una especie de ¡Que así sea! Imita la omnipotencia de
Dios (si se me permite ponerlo en esos términos), quien trajo a la existencia las variadas
escenas de la naturaleza ·diciendo cosas como ¡Que se haga la luz!·? Así, lejos de estar
concientes de esta energía de la voluntad, se necesita evidencia cierta y sólida de la
experiencia si es que podemos llegar a convencernos de que tan extraordinarios efectos
pueden en realidad resultar de un simple acto de volición.
Las personas en general no encuentran dificultad en dar cuenta de las operaciones
más familiares y ordinarias de la naturaleza, como la caída de cuerpos pesados, el
crecimiento de las plantas, la procreación de los animales, y la nutrición de los cuerpos
a partir de la comida. Piensan que en todos estos casos perciben la mismísima fuerza o
energía de la causa que la conecta con el efecto y garantiza así que el efecto siempre le
sucederá. Luego de un prolongado hábito llegan a adquirir una inclinación de la mente
tal que, cuando la causa aparece, ellos inmediatamente y con entera confianza esperan
su resultado usual, y consideran virtualmente imposible que otro resultado pudiera
seguirle a dicha causa. Sólo cuando se topan con fenómenos extraordinarios como
terremotos, plagas, o cualquier otro evento extraño, se quedan perplejos sin poder
asignarles una causa adecuada y sin poder explicar cómo se ha producido dicho efecto.
Frente a tales dificultades los hombres generalmente recurren a algún principio
inteligente invisible como causa inmediata del evento que los ha sorprendido y que no
puede (creen ellos) ser explicado por los poderes comunes de la naturaleza. Sin
embargo, los filósofos, que miran con un poco de mayor profundidad, inmediatamente
se dan cuenta de que la energía de la causa no es más inteligible en el caso de los
eventos más familiares que en aquél de los más inusuales, y que sólo mediante la
experiencia llegamos a saber sobre la conjunción constante de objetos sin ser capaces
jamás de aprehender nada como una conexión entre ellos. En este punto, por tanto,
muchos filósofos –·notablemente Malebranche·– piensan que la razón los obliga a
apelar a la misma causa a la que la gente ordinaria apela solamente en los casos que
parecen milagrosos y sobrenaturales. Estos filósofos sostienen que una mente
inteligente es la única e inmediata causa de todo evento que aparece en la naturaleza, no
meramente la causa última y original de esos eventos, ·ni solamente la causa inmediata
y única de eventos aparentemente milagrosos·. Afirman que aquellas cosas que
comúnmente son llamadas causas en realidad no son nada sino ocasiones [es decir
instancias ocasionadas], y que la verdadera causa directa de todo efecto no es un poder o
fuerza en la naturaleza sino una volición del ser superior, cuya voluntad quiere que tal y
tal par de ítems particulares estén para siempre conjuntados. En lugar de decir que •una
bola de billar mueve a otra por una fuerza que el autor de la naturaleza depositó en ella,
dicen que •es Dios mismo quien mueve la segunda bola por un acto de voluntad
determinado, habiendo sido llevado a hacer esto por el impacto de la primera bola –en
conformidad con las leyes generales que ha establecido para sí mismo en el gobierno del
universo. Pero estos filósofos llevan sus investigaciones aun más lejos, y descubren que,
tal como somos ignorantes del poder por el cual los cuerpos actúan los unos sobre los
otros, así también somos ignorantes del poder por el cual la mente actúa sobre el cuerpo
o el cuerpo sobre la mente; y que ni nuestros sentidos ni nuestra conciencia nos dicen
cuál es la causa última en un caso o el otro. Así es que son conducidos por la misma
ignorancia hacia la misma conclusión. Aseveran que Dios es la causa inmediata de la
40
Primera investigación David Hume 7: La idea de conexión necesaria
unión de la mente y el cuerpo, y que las sensaciones en la mente no son producidas por
órganos sensoriales que hayan sido activados por objetos externos, sino que es una
volición particular de Dios la que excita un tipo particular de sensación en consecuencia
de un movimiento particular en el órgano sensorial. De la misma manera, los
movimientos de nuestras extremidades no son producidos por ninguna energía de
nuestra voluntad; más bien (dicen), es Dios mismo quien decide apoyar nuestra
voluntad (la cual por sí sola no tiene poder para hacer nada) y mandar que se desempeñe
el movimiento corporal que equivocadamente le atribuimos a nuestro propio poder y
eficacia. Y ·estos· filósofos no se detienen ahí. A veces extienden la misma inferencia a
las operaciones internas de la mente misma. Nuestra visión mental o concepción de
ideas (·dicen·) no es nada sino una revelación que nos viene dada por nuestro Creador.
Cuando voluntariamente dirigimos nuestros pensamientos a cualquier objeto, y
conjuramos su imagen en la imaginación, no es nuestra voluntad la que crea esa idea; es
el Creador universal que se la revela a la mente y hace que ésta se nos haga presente.
Así, de acuerdo a estos filósofos, todo está lleno de Dios. No satisfechos con el
principio de que nada existe si no es por su voluntad, que nada tiene poder alguno salvo
con su permiso, le roban a la naturaleza y a todos los seres creados todo poder, para así
hacer de su dependencia de Dios algo todavía más obvio e inmediato. Pasan por alto el
hecho de que con esta teoría reducen en vez de magnificar la grandeza de los atributos
divinos que tanto buscan celebrar. Que Dios delegue un poco de poder a criaturas
inferiores sin duda lo muestra como más poderoso que si se le toma como produciendo
todo por su volición inmediata propia. Implica más sabiduría •el estructurar el mundo
desde un inicio con tan perfecta previsión tal que éste sirva todos los propósitos y
designios de la providencia, por su propio modo de operar y dejado a sí mismo, que •si
Dios necesitara momento a momento ajustar las partes del mundo y animar con su
aliento todo el engranaje de tan estupenda máquina.
Pero si se quiere una confutación más filosófica ·y no ya teológica· de esta teoría,
quizá las dos próximas reflexiones basten.
(1) Me parece que esta teoría de la energía universal y actividad [u operación] del ser
supremo es demasiado atrevida para llegar a convencer a alguien que está propiamente
conciente de lo débil y limitada que es la razón humana. Incluso si la cadena de
argumentos que conduce a la teoría fuera sumamente lógica, tendría que haber una
fuerte sospecha (si no absoluta certeza) de que nos ha llevado excesivamente más allá
de nuestras facultades, siendo que lleva a conclusiones que son tan extraordinarias y tan
alejadas de la vida ordinaria y la experiencia. Mucho antes de haber alcanzado los
últimos pasos ·del argumento que conduce a· nuestra teoría, estamos ya en la tierra de
las hadas y la fantasía, y ahí no tenemos razón para confiar en nuestros métodos usuales
de argumentación o para pensar que nuestras analogías y razonamientos probabilísticos
habituales tienen peso alguno. Nuestra vida es demasiado corta para sondear abismos
tan hondos. Podemos vanagloriarnos de que estamos guiados a cada paso por un tipo de
verosimilitud y por la experiencia, pero podemos estar seguras que esta presunta
experiencia no tiene autoridad alguna cuando (como aquí) la aplicamos a temas que
están enteramente fuera de la esfera de la experiencia. Habrá ocasión para decir más
acerca de esto en la sección 12.
(2) No puedo ver fuerza alguna en los argumentos en los que se basa esa teoría. Es
cierto que ignoramos cómo los cuerpos actúan los unos sobre los otros; su fuerza o
energía es totalmente incomprensible. ¿Pero que no somos igual de ignorantes de la
manera o fuerza por la cual una mente, incluso la mente suprema, actúa bien sobre sí
misma, bien sobre algún cuerpo? Les pregunto, ¿de dónde adquirimos idea de esa
fuerza? No tenemos sentimiento o conciencia de ese poder en nosotros mismos. No
41
Primera investigación David Hume 7: La idea de conexión necesaria
tenemos idea del ser supremo sino aquello que aprendemos a partir de la reflexión sobre
nuestras propias facultades. Así que si nuestra ignorancia constituyera buen fundamento
para negar las cosas, justificaría lo mismo que •negáramos toda energía en el ser
supremo como que la •negáramos en la materia más tosca. Sin duda entendemos las
operaciones del primero tan poco como entendemos las de la segunda. ¿Es más difícil
concebir que el movimiento se origina a partir de un impacto que concebir que se
origina a partir de la volición? Lo único que conocemos es nuestra profunda ignorancia
en ambos casos.7
Parte 2
Hemos examinado toda posible fuente de la cual pueda provenir una idea de poder o
conexión necesaria, y no hemos encontrado nada. No importa qué tan atentamente
miremos un determinado episodio físico aislado, parece ser que nunca podemos
descubrir nada más que un evento siguiendo a otro; jamás encontramos ninguna fuerza
o poder por medio de la cual opera la causa, ni tampoco alguna conexión entre ella y su
supuesto efecto. Lo mismo es cierto para la influencia de la mente sobre el cuerpo: la
mente ejerce su voluntad y el cuerpo se mueve, y observamos ambos eventos; pero no
observamos –y ni siquiera podemos concebir– •el vínculo que ata la volición al
movimiento, esto es: •la energía por la cual la mente causa que el cuerpo se mueva. Y el
poder de la voluntad sobre sus propias facultades e ideas –·i.e. sobre la mente, en tanto
distinta del cuerpo·– no es más comprensible. Recapitulando, entonces: todo a lo largo y
ancho de la naturaleza no parece haber una sola instancia de conexión que sea
concebible por nosotros. Todos los eventos parecen ser enteramente inconexos y
separados. Un evento le sigue a otro, pero jamás podemos observar ningún vínculo entre
ellos. Parecen estar asociados, pero nunca conectados. Y puesto que no podemos tener
idea de algo que no haya aparecido ·como impresión· ante nuestros sentidos externos o
sentimientos internos, nos vemos forzados a concluir que no tenemos en lo absoluto una
idea de ‘conexión’ o ‘poder’, y que tales palabras –tal como se les usa en los
razonamientos filosóficos o en la vida ordinaria– carecen totalmente de significado.
Una ruta de escape puede todavía quedarnos abierta: existe una fuente posible para
la idea de conexión o poder que todavía no he examinado. Cuando se nos presenta
7
No necesito examinar detalladamente la inercia [o vis inertiae] de la que tanto se habla en la nueva ciencia,
y que se le atribuye a la materia. Descubrimos por experiencia que un cuerpo en reposo o en movimiento
permanece en dicho estado hasta que una nueva causa actúa sobre él; y que cuando un cuerpo es impelido
por otro, toma del cuerpo impelente tanto movimiento como adquiere. Estos son hechos. Cuando los
llamamos bajo el término poder de inercia, meramente registramos los hechos sin pretender tener idea
alguna sobre el poder inerte, tal como cuando hablamos de la gravedad nos referimos a ciertos efectos sin
comprender aquel poder activo. Sir Isaac Newton jamás tuvo la intención de privar a las causas distintas
de Dios [o causas segundas] de todo poder o fuerza, aunque algunos de sus seguidores han intentado
establecer esa teoría usurpando su autoridad. Por lo contrario, ese gran científico invocó un fluido etéreo
activo para explicar su atracción universal; aunque fue lo suficientemente cuidadoso y modesto para
admitir que esto era una mera hipótesis, en cuya validez no se debía insistir sin mayor apoyo de
experimentos. Debo decir que hay algo extraño con respecto a lo que les sucede a las opiniones. Descartes
apuntó vagamente en dirección a la doctrina de que sólo Dios tiene poder real o eficacia, aunque no
insistió en ello. Malebranche y otros cartesianos lo hicieron el fundamento de toda su filosofía. Pero la
doctrina no tuvo autoridad en Inglaterra. Locke, Clarke y Cudworth ni siquiera la mencionan, y asumen a
todo momento que la materia tiene poder real, aun si de un tipo subordinado y derivado. ¿Por qué medios
se ha vuelto tan prevaleciente ·la doctrina de que Dios es el único ser con poder causal· entre nuestros
metafísicos modernos?
42
Primera investigación David Hume 7: La idea de conexión necesaria
cualquier objeto o evento natural del cual no hayamos tenido experiencia previa, no hay
medida alguna de inteligencia o trabajo arduo que nos permita descubrir o siquiera
adivinar qué evento va a resultar de ello, o poder hacer una predicción acerca de aquello
que está más allá de lo inmediatamente presente a nuestra memoria y a nuestros
sentidos. Aun cuando sabemos por experiencia cuál fue el resultado en un caso
particular, no estamos legitimados para hacer de ello una regla general o para predecir
qué va a suceder en el futuro con casos similares. Tomar como base un solo
experimento para una visión que comprenda el curso entero de la naturaleza, está bien
visto como algo demasiado atrevido, no importa qué tan preciso o exacto sea el
experimento. Pero si los eventos de un cierto tipo han sido asociados siempre, en todas
sus instancias, a los eventos de otro cierto tipo, entonces ya no nos acobardamos al
predecir un evento del segundo tipo una vez que experimentamos uno del primero.
Llamamos entonces a uno la ‘causa’ y al otro el ‘efecto’. Suponemos que hay una
conexión entre ellos; algún poder en la causa por el cual ésta infaliblemente produce el
efecto, operando con la más grande certeza y la más fuerte necesidad.
La fuente de la cual proviene esta idea de una conexión necesaria entre eventos
parece ser un número de instancias similares del aparejamiento regular de eventos de
estos dos tipos; y la idea no puede ser suscitada por ninguna de estas instancias por sí
sola, no importa qué tan comprensivamente la examinemos. ¿Pero qué puede contener
un número de instancias que sea diferente de cualquier instancia singular que
supuestamente es exactamente como ellas? Sólo el que cuando la mente experimenta
muchas instancias similares, adquiere un hábito de expectación: la repetición del patrón
la afecta de tal manera que cuando •observa un evento de uno de los dos tipos entonces
•espera que le siga un evento del otro tipo. Así es que el sentimiento o impresión del
cual derivamos nuestra idea de poder o conexión necesaria es un sentimiento de
conexión en la mente –un sentimiento que acompaña el movimiento habitual de la
imaginación cuando observa un evento y llega a esperar otro del tipo que usualmente le
sigue. Eso es todo lo que hay en esta cuestión. Estúdiese el tema desde todos lados;
jamás se encontrará otro origen para esa idea. Ésa es la única diferencia entre una sola
instancia (que jamás nos puede dar la idea de conexión) y un número de instancias
similares (que sí sugieren la idea). La primera vez que un hombre vio que el
movimiento se pasaba de una cosa a otra a través de una colisión, como cuando una
bola de billar le pega a otra, no pudo decir que el hecho de que la bola roja se empezara
a mover •estaba conectado con el hecho de que la bola blanca le había pegado, sino
solamente que un evento •le había seguido al otro. Después de haber visto varias
instancias de este tipo, entonces llegó a decir que ellos –·es decir los dos eventos de
cada instancia·– están conectados. ¿Qué ha pasado para dar pie a esta nueva idea de
conexión? Tan sólo que el hombre ahora siente que estos eventos están conectados en su
imaginación, y puede predecir la ocurrencia de uno a partir de la aparición del otro. Así
que cuando decimos que un evento está conectado a otro, todo lo que estamos diciendo
es que han llegado a estar conectados en nuestro pensamiento tal que estamos
dispuestos a llevar a cabo esta inferencia por la cual se toma a cada uno de ellos como
prueba de la existencia del otro. ¡Esta conclusión es bastante extraña! Y sin embargo
parece estar bien apoyada por la evidencia. Incluso las personas que en general son muy
cautas acerca de lo que creen que el entendimiento puede lograr, o escépticos respecto a
conclusiones nuevas y extraordinarias, no deberían por ello dudar de esta conclusión.
Anuncia un descubrimiento relativo a las debilidades y estrechos límites de la razón y
de la capacidad humanas –nada puede ser más acorde al escepticismo que eso.
¿Y qué ejemplo más fuerte que éste podría encontrarse de lo sorprendentemente
ignorante y débil que es nuestro entendimiento? Si existe una relación entre los objetos
43
Primera investigación David Hume 7: La idea de conexión necesaria
que más perfectamente nos importa llegar a poder conocer, esa relación es la de causa y
efecto. Ella constituye la base de todos nuestros razonamientos sobre cuestiones de
hecho o existencia; sólo ella nos da seguridad sobre objetos que no están en este
preciso momento presentes a la memoria o los sentidos. El único uso inmediato de todas
las ciencias es el enseñarnos a controlar y regular eventos futuros a partir de sus causas.
De tal manera que nuestros pensamientos e investigaciones se ocupan en todo momento
de la relación de causa y efecto; y con todo, nuestras ideas sobre ella son tan
imperfectas que no podemos definir con exactitud a la ‘causa’ sino en términos de algo
que le es ajeno, que no forma parte de ella. ·Hay dos maneras de hacerlo·. (1) Eventos
similares siempre están asociados a causas similares. De ello tenemos experiencia. De
acuerdo a esa experiencia, podemos definir una ‘causa’ como
•un evento seguido de otro, donde todos los eventos similares al primero van
seguidos de eventos similares al segundo.
O en otras palabras
donde si el primer evento no hubiera ocurrido, el segundo no hubiera
ocurrido tampoco.
[Hume lo pone todo en términos de la ‘existencia’ de ‘objetos’ en vez de la ocurrencia de eventos] (2)
La aparición de una causa siempre conduce a la mente –en una transición suscitada por
el hábito– a la idea del efecto. De esto también tenemos experiencia. Podemos aglutinar
esa experiencia en otra definición de ‘causa’:
•un evento seguido de otro, donde la aparición del primero siempre conlleva
el subsiguiente pensamiento del segundo.
Cada una de estas definiciones involucra algo que está justo fuera de la causa misma,
·pues la definición (1) involucra eventos previos similares a la causa, mientras que la (2)
involucra eventos en la mente del hablante·; y sin embargo no hay remedio para esta
desventaja. No podemos sustituir esas definiciones por otra más perfecta que señale
algo en la causa misma que la conecte con su efecto. No tenemos idea alguna sobre
dicha conexión; ni siquiera tenemos una noción clara de a qué le apuntamos cuando
intentamos formarnos una concepción de ella. Cuando decimos, por ejemplo, que la
vibración de esta cuerda es ‘la causa de’ este sonido particular, a lo que nos referimos es
a que esta vibración es seguida de este sonido y, o bien que todas las vibraciones
similares han sido seguidas de sonidos similares, o, que cuando la mente ve la vibración
inmediatamente se forma una idea anticipatorio del sonido. Podemos aproximarnos a la
relación causa-efecto de cualquiera de estas dos maneras; no tenemos ninguna otra idea
de ella.
44
Primera investigación David Hume 7: La idea de conexión necesaria
Para recapitular los razonamientos de esta sección: Toda idea es copiada de una
impresión o sensación previa; y donde no podamos encontrar una impresión, podemos
estar seguros de que no hay una idea. Ningún episodio aislado de causación ni mental ni
física da impresión alguna de poder o conexión necesaria. Por lo tanto, ningún episodio
aislado puede hacer que nos formemos una idea de poder o de conexión necesaria. Sin
embargo, cuando se observa que ocurren muchos episodios similares, y eventos de un
tipo siempre le siguen a eventos de un segundo tipo, entonces nos empezamos a formar
la noción de causa y conexión. La experiencia de esta regularidad nos da una nueva
•impresión, a decir, ·la sensación o impresión de· una conexión en nuestro pensamiento
o imaginación inducida por el hábito y que liga un evento a otro. La idea que hemos
estado persiguiendo –·la idea de poder o conexión necesaria·– es copiada de esta
•impresión. ·He aquí la razón por la cual lo anterior tiene que ser correcto.· La idea
surge de una serie de episodios similares y no de cualquiera de ellos tomado por sí solo;
por tanto debe surgir de lo que sea que diferencie la serie como tal de cada uno de los
episodios individuales; y la única diferencia es aquella conexión o transición por hábito
que hace la imaginación. En todos los demás respectos, cada episodio individual es
igual a la serie entera. Volviendo a nuestro ejemplo típico: la primera vez que vimos que
se transfería movimiento a través de la colisión de dos bolas de billar, lo que vimos fue
exactamente igual a cualquier colisión del mismo tipo que podríamos ver ahora; la única
diferencia es que en aquella primera ocasión no pudimos inferir un evento a partir del
otro, como en cambio podemos hacer ahora luego de tan prolongado curso de
experiencia uniforme. No sé si el lector comprenderá fácilmente este razonamiento.
45
Primera investigación David Hume 7: La idea de conexión necesaria
Temo que si prolongara mi tratamiento sobre él, presentándolo desde una variedad
mayor de ángulos, sólo conseguiré hacerlo más oscuro y complicado.
46
Primera investigación David Hume 8: Libertad y necesidad
En las cuestiones que han sido afanosamente discutidas y disputadas desde que la
filosofía y la ciencia comenzaron, sería razonable esperar que al menos los disputantes
se hubieran ya puesto de acuerdo en los significados de los términos implicados, de tal
manera que luego de dos mil años pudiéramos alejarnos de disputas verbales y
concentrarnos mejor en el auténtico y verdadero tema de la controversia. ¿Qué no es lo
suficientemente fácil dar definiciones exactas de los términos utilizados en el
razonamiento, y luego concentrar nuestra atención en dichas definiciones en vez de en
el mero sonido de las palabras? Pero si lo vemos con mayor detenimiento, nos
sentiremos inclinados a pensar que eso no es lo que de hecho sucede. Del mismo hecho
de que una controversia se haya prolongado tanto tiempo y siga aún sin respuesta
podemos suponer que debe haber una cierta ambigüedad en la manera en que los
disputantes se expresan, y que le asignan diferentes ideas a las palabras usadas en la
controversia. ·He aquí la base para esa suposición.· Los intelectos de los seres humanos
supuestamente son semejantes por naturaleza (y si no lo fueran no tendría sentido
alguno el razonar y disputar cuestiones en grupo); así es que si los hombres adjuntaran
las mismas ideas a las palabras que usan, no sería posible que discutieran alguna cosa
por mucho tiempo formándose opiniones distintas sobre ella –especialmente cuando se
comunican sus puntos de vista los unos a los otros, y se lanzan en todas direcciones en
busca de argumentos que puedan concederles la victoria sobre sus adversarios.
Admitamos que cuando los hombres intentan discutir cuestiones que están más allá de
la capacidad humana, tal como la del origen de los mundos, o las operaciones del
espectro de los espíritus, pueden entonces por mucho tiempo golpear el aire vanamente
en sus intentos infructuosos, nunca llegando a una conclusión definitiva. Pero cuando la
cuestión concierne cualquier tema de la vida y la experiencia comunes, la única cosa
que podría mantener la disputa encendida por un lapso prolongado de tiempo es
(pensaría uno) ciertas expresiones ambiguas que mantienen a los antagonistas distantes
uno del otro y les impiden llegar a coincidir.
Eso es lo que ha sucedido en la larga disputa sobre la necesidad y la libertad. Creo
que vamos a encontrar que todas las personas –tanto instruidas como no– han tenido
siempre la misma opinión sobre la libertad y la necesidad ·aun si han diferido en su
manera de expresarla y por tanto ha parecido que están en desacuerdo·. Creo que unas
cuantas definiciones inteligibles hubieran resuelto la controversia inmediatamente.
Dicha disputa ha sido tan vigorosa y difundida, y ha llevado a los filósofos a tales
laberintos de oscura sofistería, que sería comprensible si un lector tuviera la prudencia
de ahorrarse problemas rehusándose a escuchar cualquiera de los lados de un debate que
no puede esperar que le sea interesante o instructivo. Y sin embargo quizá regrese a él
una vez que considere mi versión sobre en qué consiste el debate. Mi punto de vista trae
consigo más novedad ·que los puntos de vista que lo han precedido·, promete una
resolución al menos parcial de la controversia, y no lo meterá en problemas por medio
del uso de razonamientos intricados u oscuros.
Ahí está mi proyecto, pues: mostrar que cuando los términos se toman en un sentido
razonable, todos los hombres han estado siempre de acuerdo sobre ambas, la necesidad
y la libertad, y que toda la controversia hasta ahora ha descansado meramente sobre el
uso de las palabras. Comenzaré examinando la doctrina de la necesidad.
Todos están de acuerdo en que la materia se ve conducida en todas sus operaciones
por una fuerza necesaria, y que todo efecto natural es de este modo determinado tan
exactamente por la energía de su causa que en esas circunstancias particulares ningún
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Primera investigación David Hume 8: Libertad y necesidad
otro efecto hubiera podido resultar de esa causa. Las leyes de la naturaleza prescriben la
velocidad y la dirección de todo movimiento de forma tan exacta que la colisión de dos
cuerpos tiene que producir un cierto movimiento precisamente con la velocidad y la
dirección con las que de hecho lo produce. Tan imposible es que esa colisión hubiera
resultado en un movimiento de características distintas como lo es que hubiera resultado
en la formación de una criatura viva. Así es que si queremos obtener una idea correcta y
precisa de la necesidad, habemos de considerar de dónde viene esa idea cuando la
aplicamos a las operaciones de los cuerpos.
Parece obvio que si
todas las escenas de la naturaleza se sucedieran de tal forma que ningún par
de eventos tuvieran relación entre sí, sino que cada evento fuera
completamente nuevo, sin parecido alguno a ninguna de las cosas que ya
hubieran sido antes vistas,
entonces jamás hubiéramos adquirido la idea de la necesidad, o de una conexión entre
estos objetos. Podríamos entonces afirmar que un evento le ha seguido a otro, pero no
que uno ha sido producido por otro. La relación de causa y efecto tendría que ser
absolutamente desconocida para la humanidad. Se detendrían de inmediato las
inferencias y razonamientos sobre las operaciones de la naturaleza; y la memoria y los
sentidos quedarían como los únicos medios por los cuales el conocimiento de cualquier
existencia real podría acceder a la mente. Esto muestra que nuestra idea sobre la
necesidad y la causación se originan completamente gracias a la uniformidad que
observamos en las operaciones de la naturaleza, donde •objetos similares
constantemente aparecen en conjunción, y •la mente es llevada por el hábito a inferir el
uno de la presencia del otro. La necesidad que le adscribimos a la materia consiste
solamente en esas dos cosas –la conjunción constante de objetos similares, y •la
consecuente inferencia del uno al otro. Fuera de esos dos, no tenemos ninguna noción
de la necesidad o conexión.
Si resulta que toda la humanidad ha sostenido siempre, sin duda o vacilación, que
estos dos factores están presentes en las acciones voluntarias de los hombres y en las
operaciones de las mentes –·esto es, que lo semejante sigue a lo semejante, y que
estamos predispuestos a hacer inferencias sobre esa base·– se sigue que toda la
humanidad ha estado siempre de acuerdo con la doctrina de la necesidad, y que han
estado disputando al respecto simplemente porque no se entendían los unos con los
otros.
He aquí algunos puntos que pueden satisfacer con respecto a la conjunción regular y
constante de eventos similares. Todos están de acuerdo que hay un alto grado de
uniformidad en las acciones de los hombres de todas las naciones y edades, y que la
naturaleza humana permanece una y la misma a través de sus distintas fuerzas y
operaciones. Los mismos motivos producen siempre las mismas acciones; los mismos
eventos se siguen de las mismas causas. La ambición, la avaricia, el amor por uno
mismo, la vanidad, la amistad, la generosidad, el espíritu público –estas pasiones,
combinadas en distintas proporciones y distribuidas a lo largo de la sociedad, son ahora
(y lo han sido siempre desde el inicio del mundo) la fuente de todas las acciones y
proyectos que puedan haber sido observados entre los hombres. ¿Quiere conocerse los
sentimientos, inclinaciones y manera de vida de los antiguos •griegos y romanos?
Entonces debe estudiarse detenidamente el carácter y las acciones de •los franceses e
ingleses modernos: no se puede errar mucho al transferir a •los primeros la mayoría de
las observaciones concernientes a •los segundos. Los hombres son tan iguales en todos
los tiempos y lugares que la historia no nos informa acerca de nada nuevo o extraño
sobre el tema. La principal utilidad de la historia consiste solamente en revelar los
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Primera investigación David Hume 8: Libertad y necesidad
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Primera investigación David Hume 8: Libertad y necesidad
una uniformidad en cómo las operaciones del sol, la lluvia y la tierra afectan la
producción de plantas, y la experiencia le enseña al agricultor de edad avanzada las
reglas mediante las cuales estas operaciones se gobiernan y son dirigidas?
Sin embargo, no debemos esperar que esta uniformidad de las acciones humanas sea
tan cabal que todos los hombres en las mismas circunstancias actúen precisamente de la
misma manera, ya que eso aboliría la posibilidad de diferencias en los caracteres, los
prejuicios y las opiniones. Tan completa uniformidad no se encuentra nunca en la
naturaleza. Por el contrario, es de observar la variedad de conductas en distintos
hombres que podemos luego formar una variedad aun mayor de generalizaciones, las
cuales de cualquier modo suponen un grado de uniformidad y regularidad ·que subyace
la diversidad·.
•¿Varía la conducta de los hombres en distintas épocas y países? Este hecho nos
enseña la fuerza del hábito y de la educación, que conforman la mente humana desde la
infancia y le moldean un carácter firme y establecido. •¿Es el comportamiento de un
sexo muy distinto al del otro? De este otro hecho aprendemos sobre los distintos
caracteres que la naturaleza ha dado a los distintos sexos y que ha preservado en ellos
con regularidad y constancia. •¿Varían mucho las acciones de una persona en las
diferentes etapas de su vida, de la infancia hasta la vejez? Esto da pie a muchas
observaciones generales sobre el cambio gradual de nuestras inclinaciones y
sentimientos, y sobre los distintos patrones a los que los hombres en sus diferentes
edades se apegan. Incluso las características que son específicas a cada individuo
poseen una cierta uniformidad en la manera como ejercen su influencia; de lo contrario
nuestra familiaridad con los individuos y nuestra observación de su conducta jamás
podrían mostrarnos cuál es su disposición ni servirnos para guiar nuestra conducta hacia
ellos.
Admito que podemos encontrarnos con ciertas acciones que parecen no tener una
conexión regular con motivos que se conozca, y que constituyen excepciones a todos
los patrones conductuales que se han establecido como rectores del comportamiento
humano. Pero si queremos saber qué pensar de tan irregulares y extraordinarias
acciones, podríamos considerar la opinión comúnmente sostenida sobre los eventos
irregulares que aparecen en el curso de la naturaleza y en las operaciones de los objetos
externos. No todas las causas se unen a sus efectos usuales con la misma uniformidad.
Un obrero que trabaja sólo con materia inerte puede ver frustrada la tarea que
desempeña ·por algo inesperado en el material inerte que maneja·, tal cual un político
que dirige la conducta pensante y emotiva de ciertos agentes puede ver su tarea
frustrada ·por algo inesperado en las personas que busca controlar·.
El vulgo, que juzga las cosas a partir de su mera apariencia, atribuye esta
inconstancia de los eventos a una inconstancia intrínseca de las causas, es decir una
debilidad que hace que en ocasiones éstas no ejerzan su influencia habitual, incluso
siendo que no haya cosa alguna que obstaculice su operación. Los científicos, en
cambio, habiendo observado que en casi todos los ámbitos de la naturaleza existe una
vastedad de distintos detonadores y causas que son demasiado remotos o demasiado
diminutos para que los hombres los vean, juzgan que es al menos posible que la
contrariedad de sucesos no se deba a cualquier fallo de la causa –·i. e. a que la causa sea
inherentemente propensa a fallar en la producción del efecto habitual·– sino a la
operación secreta de causas contrarias. Esta posibilidad se convierte en certeza cuando a
partir de subsiguientes cuidadosas observaciones descubren que una contrariedad en los
efectos efectivamente siempre revela que hubo una contrariedad en las causas y además
procede de su oposición. Un campesino no puede ofrecer mejor razón cuando un reloj
se detiene que decir que con frecuencia no funciona correctamente; pero el relojero ve
50
Primera investigación David Hume 8: Libertad y necesidad
con facilidad que la misma fuerza en el resorte o el péndulo siempre conlleva los
mismos efectos sobre los engranes, y ·que en esta ocasión· falla en producir su efecto
usual porque una partícula de polvo (quizá) ha detenido todo su movimiento. A partir de
la observación de un número de instancias paralelas, los filósofos llegan a la máxima de
que la conexión entre todas las causas y los efectos es igualmente necesaria, y que su
aparente incertidumbre e inconstancia en ciertos casos procede de la oposición secreta
de causas contrarias.
En el cuerpo humano, por ejemplo, cuando los síntomas usuales de salud o de
enfermedad no son los que se esperaría; cuando las medicinas no funcionan con su
efecto normal; cuando alguna causa conduce irregularmente a diferentes efectos –el
científico y el médico no se sorprenden por ello, y jamás se ven tentados a negar la
uniformidad y necesidad de las fuerzas que gobiernan el sistema animal. Ellos saben
que el cuerpo humano es una máquina altamente complicada, que hay en ella muchos
poderes secretos que no podemos esperar llegar a comprender y que muchas veces nos
parece incierta en sus operaciones. Por tanto saben también que los eventos irregulares
que se manifiestan externamente no son evidencia de que las leyes de la naturaleza no
se cumplan con la máxima regularidad en sus mecanismos internos y en sus sistemas de
control.
El filósofo, si es congruente, debe aplicar el mismo razonamiento a las acciones y
decisiones de los agentes pensantes. Las decisiones más irregulares e inesperadas de los
hombres pueden muchas veces ser explicadas por aquellos que conocen hasta el último
rasgo particular o característica de su carácter y situación. Una persona normalmente
servicial contesta irritadamente; pero tiene un dolor de muela, o no ha cenado ·y tiene
mucha hambre·. Un tipo perezoso revela una repentina vitalidad en su actuar; pero es
que de pronto ha tenido muy buena fortuna. A veces una persona actúa de una manera
que ni él ni los demás pueden explicar; pero sabemos que en términos generales los
caracteres de los hombres son irregulares e inconstantes. Esta inconstancia es, en cierto
modo, el carácter constante de la naturaleza humana, si bien hay más de ella en ciertas
personas cuya conducta no posee un patrón fijo y frecuentemente actúan de forma
caprichosa e inconstante. ·Incluso en estas personas· las fuerzas y motivos internos
pueden operar de manera uniforme, a pesar de sus aparentes irregularidades; tal como
los vientos, la lluvia, las nubes y otras variaciones del clima son supuestamente regidas
por fuerzas inmutables, a pesar de que nuestra habilidad y empeño no nos puedan decir
cuáles son.
De esta forma, parece que no sólo •la relación de motivos con acciones voluntarias
es tan regular y uniforme como aquella de causa y efecto en cualquier ámbito de la
naturaleza, sino que además •esta regularidad en la relación ha sido universalmente
aceptada por los hombres, y no ha sido jamás tema de disputa en la ciencia o la vida
ordinaria. Ahora, es a partir de la experiencia pasada que extraemos todas nuestras
conclusiones en lo concerniente al futuro, de manera que puede parecer superfluo
argumentar que la uniformidad experimentada en las acciones humanas es la fuente de
la que se infieren las conclusiones sobre dichas acciones. Con todo, no dejaré de
hacerlo, si bien brevemente, con el fin de mostrar con ello mi postura general desde un
punto de vista diferente.
En toda sociedad, las personas dependen tanto las unas de las otras, que
prácticamente ninguna acción puede pensarse como completamente acabada en sí
misma, y ciertamente no es llevada a cabo sin tomar en cuenta las acciones que son
necesarias que otros a su vez lleven a cabo para que la propia pueda producir lo que
pretende. El más pobre de los obreros, que labora por cuenta propia, de cualquier
manera sigue esperando al menos la protección de la ley tal que ésta le garantice poder
51
Primera investigación David Hume 8: Libertad y necesidad
disfrutar el fruto de su trabajo. También espera que cuando lleve sus productos al
mercado, y los ofrezca a un precio razonable, haya compradores, y que luego él con lo
que gane de esas transacciones pueda a su vez encontrar quienes le vendan los bienes
que necesita para su sostenimiento. A medida que los hombres aumentan sus relaciones
con otros y éstas crecen en complejidad, en su proyecto de vida involucran una variedad
de acciones voluntarias ·por parte de otros hombres· –cosas que los demás hacen
partiendo de sus propios motivos, pero que el agente espera que en turno cooperen con
sus motivos propios. Para arribar a todas estas conclusiones, toman como pauta su
conducta pasada, de la misma manera que lo hacen en sus razonamientos sobre objetos
externos; y firmemente creen que tanto hombres como cosas se comportarán de la
misma manera como lo han hecho en el pasado. Un fabricante depende de la labor de
sus empleados para poder llevar a término un proyecto tanto como depende de las
herramientas que usa, y estaría igual de sorprendido si los unos o las otras fallaran y
defraudarán sus expectaciones. Para decirlo en pocas palabras: este razonamiento e
inferencia empírica sobre las acciones de los demás entran a tal grado en la vida humana
que todo hombre se ve implicado en ellos a cada momento de su existencia. ¿No es esta
una razón para sostener que toda la humanidad ha estado siempre de acuerdo en la
doctrina de la necesidad, según yo la he presentado?
Y tampoco han diferido en esto los filósofos ·ni los científicos·. Casi toda acción de
sus vidas presupone la opinión de la gente común, la cual también es esencial a
prácticamente todas las ramas del aprendizaje y el conocimiento. ¿Qué sería de la
historia si no confiáramos en la veracidad del historiador con base en la experiencia que
hemos tenido previamente de la humanidad? ¿Cómo podría la política ser una ciencia si
las leyes y formas de gobierno no tuvieran una influencia uniforme en la sociedad?
¿Dónde estarían los fundamentos de la moral si los caracteres de las personas no
tuvieran un poder preciso y determinado para producir sentimientos y opiniones, o si
estos últimos no ejercieran un efecto constante sobre nuestras acciones? ¿Y que nos
permitiría y justificaría que juzgáramos críticamente a un dramaturgo o autor si no
pudiéramos determinar si la conducta y sentimientos de sus personajes fueran o no
naturales para tales caracteres y circunstancias? Parece imposible, por lo tanto, ponerse
a hacer ciencia o realizar cualquier tipo de acción sin admitir •la doctrina de la
necesidad, y •esta inferencia de motivos a acciones voluntarias, de carácter a la
conducta.
Y ciertamente, si consideramos lo adecuadamente que podemos formar una sola
cadena de argumentación que involucra tanto •la naturaleza humana como •otras partes
del mundo natural, no dudaremos en admitir que éstas son de la misma naturaleza y que
se derivan de los mismos principios. Un prisionero que no tiene ni dinero ni influencias
no puede escapar de su encierro, y esa imposibilidad la descubre de la misma manera
cuando considera •la obstinación de su carcelero que cuando piensa en •los muros y
barras que lo rodean; y en su intento de fuga prefiere trabajar sobre •la piedra y el acero
de los últimos antes que en •la naturaleza inflexible del primero. El mismo prisionero,
cuando se le conduce al patíbulo, prevé su muerte como segura tanto por la constancia y
fidelidad de sus guardias como por la operación del hacha. Su mente sigue el curso de
un cierto encadenamiento de ideas:
el rechazo de los soldados a acceder a su escape;
la acción del verdugo;
la separación de la cabeza del cuerpo;
el sangrado, las convulsiones, y la muerte.
Se tiene aquí una cadena conexa de causas naturales y acciones voluntarias; y nuestra
mente no siente diferencia alguna entre ellas cuando pasa de un eslabón de la cadena al
52
Primera investigación David Hume 8: Libertad y necesidad
siguiente. Y quedamos tan ciertos del evento futuro como si lo infiriéramos, a partir de
objetos presentes a la memoria o los sentidos, a través de una secuencia de causas
ligadas por la llamada necesidad física. La misma unión antes experimentada tiene el
mismo efecto sobre la mente, no importa si los objetos unidos son •motivos, voliciones
y acciones, o en cambio •figuras y movimientos. Podemos cambiar el nombre de las
cosas, pero su naturaleza y operación sobre la mente nunca cambian.
Si un íntimo amigo mío, que yo sé que es honesto y acaudalado, viene a visitarme a
mi casa, en medio de todos mis sirvientes, yo sé que no me va a apuñalar antes de irse
para robar entonces mi tintero de plata. Y no es mayor la sospecha de que así se
comportara de la que tendría con respecto al derrumbe de la casa, recién construida con
solidez y cimientos fuertes. ·Podría objetarse·: ‘Pero quizá lo haya poseído un frenesí
salvaje y desconocido, ·en cuyo caso sí podría atacarte y robarte·.’ A ello respondo: Un
terremoto repentino podría desatarse y sacudir y tirar mi casa en torno mío. ·Así es que
las dos posibilidades siguen siendo equivalentes, si bien indudablemente no son
ejemplos de certeza absoluta·. Muy bien; cambiaré, pues, los ejemplos. Diré que sé con
certeza que •mi amigo no introducirá su mano al fuego y la mantendrá ahí dentro hasta
que se consuma; y puedo adelantar esto con la misma confianza con la que puedo
adelantar también que •si mi amigo se tira por la ventana y no hay nada que obstruya su
camino, no podrá sostenerse ni un momento en el aire. Ninguna sospecha de un frenesí
desconocido puede dar ni una mínima posibilidad a lo primero, que es tan contrario a
todos los principios conocidos de la naturaleza humana. ·He aquí otro ejemplo,
igualmente cierto·. Un hombre que al mediodía deje su bolso lleno de oro sobre el
pavimento de una calle muy transitada podría esperar igualmente que éste se vaya
volando como una pluma a encontrarlo todavía ahí a su regreso una hora más tarde. Más
de la mitad de los razonamientos humanos contienen inferencias como ésta,
acompañadas de un grado de certeza proporcional a lo que dicta nuestra experiencia de
la conducta usual de los hombres en situaciones como las aquí discutidas.
Frecuentemente me he preguntado por qué la humanidad, aunque siempre ha
reconocido indubitablemente en su comportamiento y su razonamiento que la conducta
humana se rige por la necesidad, ha sido en cambio tan renuente para reconocerlo con
palabras expresas, y en cambio ha tendido, a lo largo de muchos siglos, ha profesar
precisamente lo contrario. Esto es lo que me parece que lo puede explicar. Si
examinamos las operaciones de los cuerpos ·inanimados· y la producción que ·en ellos·
se da de efectos a partir de sus causas, nos daremos cuenta que nuestras facultades
nunca nos pueden dar conocimiento acerca de esa relación ·de causa-efecto· más allá
del hecho de que ciertos objetos particulares aparecen constantemente conjuntados y
que la mente es llevada por una transición habitual de la aparición de uno solo de ellos
a la expectación del otro. Esta conclusión sobre el límite en el conocimiento humano es
resultado del escrutinio más estricto de este asunto (·escrutinio que yo he llevado a
cabo·), y sin embargo todavía los hombres creen que pueden penetrar más
profundamente a los poderes de la naturaleza y llegar a percibir algo así como una
conexión necesaria entre la causa y el efecto. Cuando dirigen sus reflexiones a la
operación de sus propias mentes, y no sienten tal conexión entre el motivo y la acción,
tienden a inferir que los efectos que parten del pensamiento y la inteligencia son
diferentes de los que resultan de la fuerza material. Pero una vez •que nos convencemos
de que todo lo que sabemos de cualquier tipo de causalidad se reduce meramente a la
conjunción constante de objetos y a la consecuente inferencia de la mente de uno a otro,
y una vez que •habemos comprendido que todo el mundo está de acuerdo en que estas
dos circunstancias –·la conjunción constante y la consecuente inferencia·– ocurren en
las acciones voluntarias, entonces puede ser que con mayor facilidad se admita que la
53
Primera investigación David Hume 8: Libertad y necesidad
misma necesidad es común a todas las causas. Y aunque este razonamiento pueda
contradecir los sistemas de muchos filósofos al adscribir necesidad a las decisiones de la
voluntad, descubriremos al reflexionar más detenidamente que sólo están en desacuerdo
con él por las palabras y no, en cambio, en sus auténticas creencias. En el sentido en el
que yo le he estado dando al término, la necesidad jamás ha sido rechazada hasta la
fecha; y no creo que pueda ser rechazada por cualquier filósofo. Quien la quisiera
rechazar tendría que sostener que la mente puede percibir en las operaciones de la
materia una conexión aun más profunda e íntima entre la causa y el efecto, y que
ninguna conexión de ese tipo ocurre, por lo contrario, en las acciones voluntarias de los
seres pensantes. Ahora, si eso es correcto o no, sólo puede aclararse mediante un
examen ·de los hechos empíricos·, e incumbe a estos filósofos demostrar su afirmación
definiendo o describiendo aquella conexión de necesidad y mostrándola en las
operaciones de las causas naturales.
Parecería, de hecho, que los hombres proceden en esta cuestión de la libertad y la
necesidad de modo incorrecto, examinando primero las facultades de la mente, la
influencia del entendimiento y las operaciones de la voluntad. Deberían primero
investigar un tema más sencillo, a decir, las operaciones de los cuerpos y la materia
bruta y no pensante, y ver si en eso pueden formarse una idea de la causalidad y la
necesidad y no la mera conjunción constante de objetos y la subsiguiente inferencia de
la mente de un objeto al otro. Si éstas –·la conjunción y la inferencia·– son
verdaderamente lo único en lo que consiste lo que concebimos de la necesidad en la
materia, y si además todos están de acuerdo en que ambas ocurren en las operaciones de
la mente, la disputa llega a su fin; o si continua, debe admitirse que es meramente
verbal. Pero mientras se siga suponiendo descuidadamente que tenemos alguna otra idea
de la necesidad y la causalidad en los objetos externos, al mismo tiempo que no se
encuentra nada más en las acciones voluntarias de la mente, no puede resolverse el
asunto partiendo de tan errónea suposición. La única vía para evitar este error es
examinar el alcance limitado de nuestro conocimiento sobre las causas materiales y
convencernos de que lo único que conocemos de tales causas es la conjunción constante
y la inferencia antes mencionadas. Puede sernos difícil aceptar que el conocimiento
humano tenga límites tan estrechos; pero no tendremos dificultad alguna en luego
aplicarle tal doctrina a las acciones de la voluntad. Pues así como es evidente que estas
acciones presentan una conjunción regular con los motivos y circunstancias y
caracteres, y como siempre hacemos inferencias de todos estos últimos a las primeras,
deberíamos reconocer en palabras la necesidad que ya hemos admitido en toda
deliberación de nuestras vidas y en todo paso de nuestra conducta y nuestro
comportamiento.
54
Primera investigación David Hume 8: Libertad y necesidad
podemos inferir con considerable certeza cómo van a actuar las personas a partir de sus
motivos y disposiciones; pero sucede a menudo que al desempeñar las acciones
nosotros mismos sí llegamos a estar concientes de algo de ese tipo [=algo como esa laxidad
e indiferencia]. Y puesto que siempre tendemos a pensar, cuando una cosa se parece a
otra, que de hecho es la otra, esto (·el hecho de experimentar algo semejante a la laxidad
e indiferencia antes mencionadas·) se ha tratado como la prueba perfecta de la libertad
humana. Sentimos que nuestras acciones están sujetas a nuestra voluntad en la mayoría
de las ocasiones; e imaginamos que sentimos que la voluntad por su parte no está sujeta
a nada. He aquí por qué: Cuando en aras de la argumentación lo ponemos a prueba,
sentimos que la voluntad se mueve fácilmente en cualquier dirección, y produce una
imagen ·o semejanza· de sí misma incluso en aquél lado de la cuestión por el cual no se
decidió. ·Por ejemplo: juego con la cuestión de si levantar mi mano derecha o mi mano
izquierda. Por fin levanto la izquierda; pero siento que al hacerlo produje un cierto tipo
de imagen o sombra de la decisión de levantar la derecha·. Nos persuadimos de que esta
imagen o tenue principio de movimiento pudo en su momento haber sido completado
hasta alcanzar la acción en sí misma –·en este caso, hasta llegar a levantar mi mano
derecha·– porque si alguien lo negara, · y yo quisiera retar esa negación· descubriríamos
en este segundo intento que ahora sí puede conducir a que yo levante la mano derecha.
Pasamos por alto el hecho de que en este segundo caso el motivo de mi acción es el
deseo fantasioso de mostrar que somos libres. Parece cierto que incluso cuando
imaginamos que sentimos una libertad dentro de nosotros mismos, un espectador puede
comúnmente inferir nuestras acciones a partir de nuestro carácter y motivos; e incluso
cuando no puede, concluye de cualquier manera que lo podría hacer si conociera todas
las circunstancias de nuestro humor y nuestra situación, y los móviles más secretos de
nuestro carácter y disposición. Y ésta es la esencia misma de la necesidad, de acuerdo a
mi doctrina.
·FIN DE LA VASTA NOTA AL PIE·
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Primera investigación David Hume 8: Libertad y necesidad
Todos admiten que nada existe sin una causa de su existencia, y que el ‘azar’ es
meramente una palabra negativa que no corresponde a ningún poder real que exista en
ámbito alguno de la naturaleza. Pero se sostiene que algunas causas son necesarias y
otras no. Véase en este punto la gran ventaja de las definiciones: que alguien defina una
‘causa’ de tal modo que una ‘conexión necesaria con su efecto’ no esté incluida en la
definición, y que además tal persona muestre claramente el origen de la idea expresada
por su definición; ¡y entonces yo renunciaré de lleno a toda esta controversia! Pero si mi
visión de la causalidad es correcta, no hay posibilidad alguna de formular y defender tal
definición. Si los objetos no presentaran una conjunción constante los unos con los
otros, nunca podríamos tener noción de causa y efecto; y esta conjunción regular
produce la inferencia del entendimiento, que es la única ‘conexión’ que podemos
comprender. Quien sea que intente una definición de ‘causa’ en términos distintos de
una conjunción regular e inferencia subsiguiente se verá obligado a emplear o bien
términos ininteligibles o bien algunos que sean sinonímicos con aquellos que intenta
definir.8
Y si se aceptara la definición anterior, una definición según la cual la libertad es
contrastada no con la ‘coerción’ (·como en mi definición·) sino con la necesidad,
entonces la libertad se convierte en equivalente al azar; y todos están de acuerdo que no
existe cosa alguna como el azar.
Parte 2
No hay método de razonamiento más común, y a la vez más reprobable, que intentar
refutar una hipótesis filosófica arguyendo que sus consecuencias son peligrosas para la
religión y la moralidad. Cuando una opinión conduce a •absurdos, entonces ciertamente
es falsa; pero no es cierto que una opinión sea falsa por el hecho de que sus
consecuencias sean •peligrosas. Esa línea de argumentación debe por tanto ser evitada,
pues no contribuye al descubrimiento de la verdad sino solamente hace que el
antagonista de uno sea personalmente odioso. Ofrezco esto a manera de una
observación general, sin pretender sacar ventaja alguna de ello. Abiertamente someto
·mis opiniones· a la prueba de la peligrosidad, y me aventuro incluso a afirmar que las
doctrinas de necesidad y libertad que he presentado no sólo son consistentes con la
moralidad, sino que además son absolutamente esenciales para su sustento.
La necesidad puede ser definida de dos maneras, cada una correspondiendo a alguna
de las dos definiciones dadas de causa, de la cual la necesidad es una parte esencial. La
necesidad consiste o bien en una •conjunción constante de objetos similares, o en •la
inferencia que hace el entendimiento de un objeto al otro. Ahora bien, silenciosamente
se ha estado de acuerdo –en las universidades, en el púlpito, y en la vida ordinaria– en
que la voluntad del hombre está sujeta a la necesidad en cualquiera de estos dos sentidos
(los cuales, de hecho, son básicamente lo mismo). Nadie ha intentado jamás negar que
podemos realizar inferencias acerca de las acciones humanas, o que esas inferencias se
fundan sobre •la unión que se ha experimentado entre acciones similares con motivos,
inclinaciones y circunstancias similares. Hay solamente dos maneras en las que alguien
puede no estar de acuerdo con esto. (1) Puede rehusarse a dar el nombre de ‘necesidad’
8
Así, si una ‘causa’ se define como ‘aquello que produce cualquier cosa’, es fácil ver que producir es
sinónimo de causar. Similarmente, si una ‘causa’ se define como ‘aquello por lo que una cosa existe’,
esto queda vulnerable a la misma objeción. ¿Pues qué significa la frase ‘por lo que’? Si se hubiera dicho
que una causa es aquello luego de lo cual cualquier cosa constantemente existe, los términos hubieran
sido comprendidos. Pues eso es efectivamente todo lo que sabemos de la cuestión. Y esta constancia
constituye la esencia misma de la necesidad, de la cual no se tiene sino tal idea.
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Primera investigación David Hume 8: Libertad y necesidad
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Primera investigación David Hume 8: Libertad y necesidad
Es igualmente fácil probar con los mismos argumentos que la libertad –entendida de
acuerdo a mi definición, sobre la cual todos los hombres están de acuerdo– es también
esencial para la moralidad, y que ninguna acción humana en la ausencia de tal libertad
sería capaz de tener cualidades morales, o podría ser objeto de aprobación o
desaprobación. Pues las acciones son objeto de nuestro sentir moral [=‘sentimiento’ u
‘opinión’] sólo en tanto indican el carácter interno, las pasiones y las afecciones; de modo
que no pueden ser susceptibles de elogio o reprobación cuando no proceden de esas
fuentes sino solamente de alguna fuerza externa.
No presumo haber tocado o resuelto todas las objeciones a mi teoría sobre la
necesidad y la libertad. Puedo prever otras objeciones, derivadas de líneas de
pensamiento que no he discutido aquí. Por ejemplo, se podría decir:
Si las acciones voluntarias están sujetas a las mismas leyes de la necesidad
que las operaciones de la materia, hay una cadena continua de causas
necesarias, pre-dispuesta y pre-determinada, que va desde •la causa original
de todo hasta •cada una de las voliciones individuales de toda criatura
humana. Ninguna contingencia en el universo, ninguna indiferencia [= ningún
caso donde o bien P o bien no-P pudiera ser cierto], ninguna libertad. Cuando
actuamos, al mismo tiempo se está actuando sobre nosotros. El autor último
de todas nuestras voliciones es Dios, quien primero echó a andar esta
inmensa máquina y colocó todo en una determinada posición tal que todo
evento subsiguiente tenía que ocurrir como lo hizo, de acuerdo a una
inevitable necesidad. Las acciones humanas, por tanto, no pueden ser
moralmente malvadas viniendo ·inevitablemente· de una causa tan buena; o
si hay algo malo en ellas, Dios debe compartir la culpa porque él es la causa
última y autor de nuestras acciones. Un hombre que hace detonar una
explosión es responsable de todas las consecuencias que de ella se sigan, sin
importar si utilizó una mecha larga o corta; y de la misma manera cuando
una cadena continua de causas necesarias se determina, quien sea que haya
producido el primer evento en la cadena es autor de todo el resto, y debe
asignársele tanto la culpa o el mérito correspondiente (según sea el caso). Y
esto aplica sin importar si el ser en cuestión es finito o (como Dios) infinito.
Nuestras ideas claras e inamovibles de la moralidad nos proveen razones
incuestionables para aplicar esta regla cuando se considera cualquier acción
humana; estas razones deben ser aun más fuertes cuando se les aplica a las
voliciones e intenciones de un ser infinitamente sabio y poderoso ·como lo
es Dios·. Cuando se trata de una criatura tan limitada como el hombre,
podemos esgrimir ·en su defensa· la impotencia o la ignorancia, pero Dios
no tiene esas imperfecciones. Él previó, él predispuso, y él tuvo la intención
de todas esas acciones de los hombres que nosotros tan precipitadamente
juzgamos como criminales. De manera que tenemos que concluir o bien •que
esas acciones no son criminales, o •que Dios y no el hombre es responsable
de ellas. Pero ambas posturas son absurdas e impías; así es que se sigue que
la doctrina de la cual se han deducido no puede ser verdadera, pues es
susceptible de que se le hagan las mismas objeciones. Si una doctrina
necesariamente implica algo que es absurdo, la doctrina en sí misma es
absurda; de la misma manera que una acción que necesaria e inevitablemente
conduce a una acción criminal es en sí misma criminal.
Esta objeción consta de dos partes, que examinaré por separado. (1) Si las acciones
humanas pueden ser rastreadas a través de una cadena necesaria hasta llegar a Dios,
nunca pueden ser criminales; dada la perfección infinita del ser del cual se derivan, y
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quien no puede pretender nada salvo lo que es completamente bueno y admirable. (2) Si
son criminales, debemos concluir que Dios no es perfecto después de todo, y debemos
aceptar que él es el autor último de la culpa y la maldad moral en todas sus criaturas.
(1) La respuesta a la primera objeción parece obvia y convincente. Existen muchos
filósofos que luego de examinar cuidadosamente todos los fenómenos de la naturaleza,
concluyen que el universo entero, considerado en tanto un único sistema, está a cada
momento ordenado con perfecta benevolencia; y que la mayor felicidad posible
alcanzará al final a toda criatura creada sin agobio alguno de miseria o falta positivas o
absolutas. ·He aquí cómo concilian esta opinión con las calamidades físicas tal como los
terremotos, las plagas y demás desastres·. Toda calamidad física, dicen, es una parte
esencial de este sistema benevolente, y de ningún modo podría ser removido –ni
siquiera por Dios mismo en tanto éste es un agente sabio– sin darle cabida a un mal
todavía mayor o sin excluir con ello el advenimiento de un bien mayor que resultaría del
mal eliminado. A partir de esta teoría algunos filósofos (incluyendo los antiguos
Estoicos) derivaron un argumento de consuelo bajo todas las aflicciones, enseñándole a
sus discípulos que •los males que padecían eran en realidad •bienes para el universo; y
que si pudiéramos captar el sistema de la naturaleza como un todo, descubriríamos que
todo evento es motivo de alegría y exultación. Mas aunque este argumento es
interesante y superficialmente atractivo, en la práctica pronto se descubrió que era débil
e inefectivo. Sin duda alguna se lograría irritar más que confortar a un hombre atacado
por el dolor de la gota si se le sermoneara sobre la rectitud de las leyes generales que
produjeron los fluidos envenenados en su cuerpo y que los condujeron por los
conductos propicios a los músculos y nervios donde tan agudo dolor ocasionan. Estos
puntos de vista holistas y basados en la ‘captación del todo’ pueden momentáneamente
deleitar la imaginación de un pensador que esté cómodo y seguro; pero no pueden
permanecer mucho tiempo en su mente, aun cuando no se ve afectado por emociones de
dolor y otras pasiones; y por supuesto todavía menos pueden mantener su postura
cuando de hecho sí se ven enfrentados por tan poderosos antagonistas ·como las
pasiones y el dolor·. Nuestros sentimientos ·no se ven afectados por consideraciones del
universo entero; sino que· adoptan un punto de vista más estrecho y natural de las cosas
y –de un modo más adecuado a la naturaleza inestable de las mentes humanas– toman
en cuenta sólo las cosas cercanas que nos rodean y responden a eventos de acuerdo a
cómo éstos nos parecen buenos o adversos.
El caso es el mismo con •males morales que con •físicos. No podría ser
razonablemente esperado que esas consideraciones remotas que se ha descubierto que
tan poco efecto ejercen sobre •los segundos tuvieran un efecto más fuerte con respecto a
•los primeros. La mente humana está formada de tal manera por la naturaleza que
cuando se topa con ciertos caracteres, disposiciones o acciones, inmediatamente siente
aprobación o reprobación. (Ninguna emoción es más esencial a la constitución humana
que esas dos.) Los caracteres que suscitan nuestra aprobación son principalmente
aquéllos que contribuyen a la paz y seguridad de la sociedad humana; y los caracteres
que suscitan la reprobación son principalmente aquéllos que van en detrimento público
y tienden hacia su disturbio. Esto hace razonable pensar que los sentimientos morales
surgen de una reflexión sobre estos intereses opuestos –·a decir el bien común y el
malestar público·– ya sea directa e inmediatamente o bien a través de cierta
intermediación. Las meditaciones filosóficas, empero, pueden conducir a una opinión o
conjetura diferente, a decir:
todo es bueno en el marco del sistema completo, y las cualidades que
perturban a la sociedad son en última instancia tan benéficas y apropiadas a
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