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“A principios del siglo XVII, James Ussher, arzobispo

de [la ciudad irlandesa de Armagh], (...) determinó


con gran precisión la fecha de la creación del mundo
en el 4004 a.C., basándose en la Biblia”.6

“En malayo esta palabra [orangután] significa 'hombre


del bosque'”.7

“La proximidad entre seres humanos y simios en el


continente negro hizo que muchos africanos pensaran
que descendía de ellos, | pero esa idea no fue aceptada
ni por el cristianismo ni por el islam”.8

“Los humanos como especie, y también como indivi


duos, somos recipientes temporales que contienen
genes de diversa procedencia. Los individuos somos
puntos de encuentro temporales en el entra mado de
caminos que los genes siguen a lo largo de la historia
(...). Una vez cumplida nuestra misión, se nos elimina,
mientras que los genes, en cambio, se encuadran en el
tiempo geológico: son eternos”. 9

“Según expresión de un anciano esquimal: 'cuando


estoy en un lugar desconozco lo que está pasando en
otro'. Prosiguió explicando que el llevar una vida segura
dependía totalmente de acertar en la elección del
próximo lugar a donde se dirigirían y las elecciones
acertadas sólo eran posibles si se conocía lo que estaba
ocurriendo a lo largo y ancho de una extensa zona en la
que de hecho no se vivía. Era necesario controlar un
territorio muy amplio, con el fin de poseer el suficiente
conocimiento para tomar decisiones prudentes en
función de los recursos constatados en ese territorio”. 10

“Los indígenas netsi kutchiri de los montes Brooks, en


el Yukon canadiense, cuentan una leyenda según la cual
en la ´tierra original´ no había árboles, sólo pequeños
sauces”.11

6
CAVALLI-SFORZA, Luca y Francesco, 1999, pág. 40.
7
WASHBURN, S.L, y MOORE, Ruth, 1980, pág. 17.
8
STOKES BROWN, Cynthia, 2009, pp. 107-108.
9
DAWKINS, Richard, 2008, pág. 99.
10
BINFORD, Lewis R., 1998, pág. 219.
11
WATSON, Peter, 2006, pág. 70.
SECCIÓN PRIMERA.
DEL ORIGEN DE LOS PRIMATES A LA APARICIÓN DE
LOS HOMÍNIDOS
(70 – 7 crones bp)

Capítulo 1

El marco biológico de la hominización: el orden de los


primates

Homo sapiens, especie biológica a la que pertenecemos,


evolucionó en el seno de los primates (próceres). Los primates
constituyen un orden de la clase Mammalia (Mamíferos), incluida a
su vez en el reino animal. La secuencia de transformaciones que
convirtió a ciertos primates en Homo sapiens se conoce como
hominización. Comenzaremos nuestro relato exponiendo la
clasificación convencional de los primates, para luego abordar con
detalle las características generales del orden. Establecido este marco,
podremos seguir con más claridad el proceso hominizador.

El orden de los primates reúne en la actualidad unas 236 especies,


todas ellas de mamíferos más o menos parecidos al ser humano. Junto
a una serie de características que comparten con todos los mamíferos
-alimentar a las crías mediante mamas- o con parte de ellos -gestar a
las crías en placenta, disponer de clavícula, de vértebras caudales y de
cinco dedos en las extremidades- casi todos los primates cuenta con
alguno de los siguientes rasgos específicos: barra ósea detrás de las
órbitas oculares que a veces se desarrolla hasta formar un tabique que
las separa de la Fosa Temporal del cráneo; decusación parcial de la
vía óptica, esto es en cada ojo la mitad lateral de la retina se conecta
mediante nervios al lóbulo occipital del hemisferio cerebral del
mismo lado, mientras la mitad medial lo hace con el del otro
hemisferio; dedos con un extremo distal carnoso y cubierto por una
piel resistente, sensible y cuya superfice está recorrida por finos
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surcos, las huellas digitales; y sustitución de garra por uña en al
menos uno de esos dedos, cuando no en todos.
En el seno del orden primate diferenciamos tres subórdenes. Los
dos primeros, lemuroideos y tarsioideos, suelen calificarse
conjuntamente como prosimios (Prosimii) o primates inferiores. Son
todos animales de pequeño tamaño -los lemuroideos rara vez superan
los 70 cm de longitud, los tarsioideos casi nunca llegan a los 16 cm-
que viven en los bosques de África (incluida Madagascar), la India y
el SE asiático, tales como los lémures; los loris y los potos, que son
trepadores; y los gálagos y los tarsios o tarseros, que son saltadores.
Lémures, gálagos, potos y loris son estrepsirrinos (Strepsirhini, nariz
dividida). Esto quiere decir que sus aberturas nasales están rodeadas
por una piel húmeda, el rinario, y que disponen de un labio superior
que en su parte central se une a la encía, lo que lo parte en dos y resta
expresividad al rostro. Los tarseros son haplorrinos (Haplorhini,
nariz simple), pues su labio superior es continuo y la piel que rodea a
los orificios nasales es idéntica a la del resto del cuerpo.
En cuanto al suborden de los simios (Simii) o antropoideos
(Anthropoidea) -también llamados primates superiores-, reúne al
resto de los primates haplorrinos. De él forma parte sapiens. Los
antropoideos poseen mayor tamaño y hábitos de vida diurna.
También un fuerte desarrollo de la visión y del oído a costa del olfato.
Las órbitas oculares tienden a converger en el plano frontal del
cráneo, lo que unido a la reducción del aparato olfativo se traduce en
que el hocico desciende y queda por debajo de la caja craneana. Por
eso el cráneo es corto y alto. Como además el rostro queda
desprovisto de pelo, los nervios que transmitían las sensaciones
captadas por los pelos táctiles se reconvierten para mover los
músculos faciales. Todo ello guarda cierta relación entre sí, pues el
cráneo alto aloja un cerebro relativamente grande que procesa las
sensaciones auditivas y visuales y, dentro de estas, las expresiones
faciales de los congéneres. La expresividad remite a una vida social
compleja.
Suele dividirse el suborden de los antropoideos en dos
infraórdenes: platirrinos (Platyrhini, de nariz ancha), o simios del
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Nuevo Mundo y catarrinos (Catarhini, con la nariz hacia abajo), o
simios del Viejo Mundo. Los platirrinos se caracterizan por un
tabique nasal ancho, de modo que los orificios respiratorios están
muy separados y por lo general se abren hacia delante. Además,
tienen un cuerpo relativamente pequeño, suman 36 piezas dentales,
son en su mayor parte arborícolas, suelen valerse de cola prensil para
desplazarse por las ramas, carecen de callosidades en las nalgas y de
conducto óseo en el oído, las hembras no menstrúan y dan a luz entre
dos y tres crías por parto. En los catarrinos, un tabique nasal más
estrecho hace que los orificios queden muy juntos, amén de que
suelen abrise hacia abajo tal vez para impedir la entrada del agua de
lluvia. Tienen un porte relativamente corpulento, cuentan con 32
piezas dentales, pues han perdido el segundo premolar; carecen
normalmente de cola y si disponen de ella nunca es prensil; no pocas
especies viven en el suelo; muchas tienen callosidades en las nalgas;
su conducto auditivo lo forma el hueso del tímpano; poseen un pulgar
siempre oponible en los pies y no siempre en las manos; y las
hembras suelen menstruar.
Los catarrinos comprenden dos superfamilias. La de los
cercopitecoideos se caracteriza por una estructura del tronco muy
parecida a la de los mamíferos cuadrúpedos, con cola no prensil, e
incluye, entre otros, a los macacos, que son casi todos asiáticos, así
como a papiones, babuinos y mandriles, en su mayor parte africanos.
La de los hominoideos engloba a los simios capaces de mantener la
espalda erguida y carentes de cola.
Al parecer -pues tiende a discutirse actualmente-, todos los
hominoideos tienen al menos un antepasado común que se desplazaba
entre los árboles mediante la braquiación. Un braquiador se mueve de
rama en rama suspendiéndose de ellas con uno y otro brazo
alternativamente al tiempo que gira el cuerpo en cada cambio.
Dispone de una mano muy larga y con las falanges curvadas. Pero su
pulgar es corto. Esto es así porque para agilizar el desplazamiento, el
braquiador no sujeta las ramas, sino que simplemente se engancha de
ellas con los cuatro dedos largos.

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La superfamilia de los hominoideos reúne a tres familias que
mencionaremos, a ellas y a las especies que engloban, de más a
menos cercanas a Homo sapiens. La de los homínidos (Hominidae)
incluye a sapiens y a muchas otras especies actualmente extinguidas.
Con los peros que en su momento expondré, su rasgo diferenciador es
el bipedismo. Son primates que abandonaron la braquiación para
caminar sobre dos pies. La de los póngidos (Pongidae) o grandes
simios está formada por el chimpancé, que habita en las pluvisilvas y
sabanas de África central, en sus dos especies, chimpancé común
(Pan troglodytes) y chimpancé pigmeo o bonobo (Pan paniscus); el
gorila, propio de las pluvisilvas africanas, con otras dos, gorila
occidental (Gorilla gorilla) y oriental (Gorilla beringei); y el
orangután, en las islas de Sumatra y Borneo, con dos más: Pongo
pygmaeus y Pongo abelii. Los póngidos dejaron de ser braquiadores
al crecer de tamaño, sí bien pueden al menos suspenderse de las
ramas, como se observa especialmente en los orangutanes. En fin, la
de los hilobátidos (Hylobatidae) o pequeños simios, se extiende por
el SE de Asia: Indochina hasta las estribaciones del Himalaya,
Indonesia y Formosa. Da cuenta de los braquiadores actuales, con
doce especies agrupadas en cuatro géneros: gibón crestado, con
cuatro especies, como el de mejillas doradas (Nomascus gabriellae);
siamang, con una especie (Symphalangus syndactylus); gibón, con
seis especies, como el gibón de manos blancas (Hylobates lar); y
Huloc, con una sola especie (Bunopithecus hoolock). Para
diferenciarlas de nuestra familia, se clasifica a Hylobatidae y
Pongidae como monos antropomorfos (apes, en inglés).
Recientemente se ha propuesto una reestructuración de la
superfamilia Hominoidea, ante la evidencia de que el chimpancé y el
gorila están genéticamente más cerca de sapiens que del orangután.
Se propone, pues, dividir la superfamilia en dos familias,
Hylobatidae, que queda como está, y Hominidae, la cual englobaría
varias subfamilias -su número varía según los autores- a las que
pertencerían las restantes especies de la superfamilia. Por ejemplo,
Lewin y Foley proponen tres subfamilias: Pongidae para los
orangutanes; Gorillinae para los gorilas; y Homininae, esta última a
5
su vez dividida en dos tribus: Hominini, esto es Homininos,
equivalente a lo que más arriba hemos denominado Homínidos; y
Panini, matriz de los chimpancés. A fin de no confundir al lector con
un sinfín de términos parecidos, aquí mantendremos el esquema
tradicional.

Aunque adaptados a la vida arborícola, los primates descienden


posiblemente de cuadrúpedos insectívoros que vivían en el suelo y
tenían un tamaño y forma similares a los de las actuales ardillas. Su
cuerpo está casi completamente cubierto de pelo. Los dos pares de
extremidades se diferencian entre sí, de modo que podemos hablar de
especialización de brazos y piernas. Los primeros desarrollan
capacidad de giro, flexión y extensión mayor que las segundas. Los
dedos de manos y pies son flexibles, y eso los dota de prensilidad, es
decir de capacidad para asir objetos. Los primeros primates tal vez
tuvieran garras, necesarias para trepar por los troncos de los árboles o
correr rápidamente por sus ramas. Pero las garras dificultan la
prensilidad, por lo que se convierten en estorbo cuando se adopta un
tipo de desplazamiento basado en saltar y asirse en el paso de una
rama a otra. Así que en determinado momento fueron sustituidas por
uñas planas -aunque hay excepciones, como las musarañas-. También
en aras de la prensilidad, uno de los cinco dedos, el pulgar, adquiere
capacidad de oponerse a los demás, por lo que su yema puede tocar
bien la yema, bien la cara interior de los otros. En especies como el
gibón o el chimpancé, este rasgo se aprecia tanto en las manos como
en los pies.
Los ojos son grandes, se sitúan en el plano frontal de la cara, y
desarrollan un patrón de visión estereoscópica. Esta es posible por la
combinación de la superposición parcial del campo visual de cada ojo
con la decusación parcial de la vía óptica. Así, el encéfalo integra en
una sola dos imágenes de un mismo objeto captadas desde ángulos
levemente distintos, y percibe la profundidad, con el consiguinte
efecto de tres dimensiones. Además, casi todos los primates perciben
los colores. Todos los catarrinos y una de las especies platirrinas -el
mono aullador- disponen de visión tricromática, lo que de hecho les
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permite percibir una amplia gama de colores. La mayor parte de los
platirrinos, así como algunos lémures, son dicromáticos, por lo que
prácticamente ven en blanco y negro. También existe algún platirrino
monocromático, como el cara rayada. En todo caso, el fuerte
desarrollo de la visión contrasta con la debilidad del olfato, al menos
si lo comparamos con el de otros mamíferos. Svante Pääbo piensa que
la visión en color se desarrolló precisamente a costa de desactivar
genes responsables de la percepción de olores. Los platirrinos, con un
olfato muy desarrollado, tienen inactivados un 30% de esos genes,
mientras que en los catarrinos, con un olfato más débil, la cifra llega
el 60%, porcentaje muy similar al desactivado en el mono aullador,
único platirrino que percibe los colores.
Como la visión estereocópica exige que los dos ojos se sitúen en
el mismo plano -en este caso, el frontal-, el cráneo se acerca a la
forma esférica. Este rasgo, como vimos, se acentúa especialmente en
los simios. El procesamiento de datos que requiere la visión
estereoscópica induce un crecimiento del encéfalo que el cambio en la
forma del cráneo facilita. Efectivamente, el tamaño del hocico
disminuye porque, disponiendo el individuo de manos, su boca -y
más en concreto el número de dientes- pierde importancia como
herramienta para capturar presas. Tanto la mandíbula como las piezas
dentales reducen su tamaño, y estas últimas también su número: si los
antepasados de los primates tenían 44 dientes, sapiens suma 32.
Las pautas de reproducción tienden a la estrategia K, consistente
en concebir un reducido número de vástagos en cuya cría se invierte
gran cantidad de energía. Como norma general se alumbra un
máximo de tres crías por parto, y frecuentemente una sola. Por eso el
número de mamas se reduce a dos y dispuestas, por cierto,
exclusivamente en el pecho. Paralelamente, el período entre partos se
alarga. El caso extremo se da entre algunos antropomorfos, en
especial el gorila y el orangután, con un promedio de una cría cada
cinco años. Los chimpancés dan a luz cada cuatro. Los cercopitecos,
cada dos.
En lo dicho va implícito que las crías requieren un período de
gestación y de infancia mayor que en otros mamíferos. Así que entre
7
pequeños y adultos -y muy especialmente las madres- se establece
una larga relación de dependencia que implica un fuerte desarrollo de
la conducta social. La mayor parte de los primates vive en el seno de
un grupo solidario tanto para la obtención de alimentos como para la
defensa. La vida social se apoya en un sistema de comunicación más
o menos complejo que permite transmitir informaciones referidas a la
sexualidad, la búsqueda de alimentos, etc... Los rostros haplorrinos
van de la mano de una fuerte capacidad para transmitir información
mediante gestos faciales, capacidad mucho más limitada en los
estrepsirrinos.
Sin menoscabo de lo dicho sobre el desarrollo de la visión, puede
que la intensa vida social explique el fuerte crecimiento del encéfalo
como órgano especializado en procesar la gran cantidad de datos que
genera la convivencia en grupos numerosos. Los primates presentan
por lo general una relación muy alta entre los pesos encefálico y
corporal. Como este asunto es de los más discutidos en el estudio de
la hominización, lo abordaremos por extenso más adelante.

Este paquete de rasgos anatómicos y biológicos responde a una


adaptación a la vida arborícola. De hecho, la gran expansión de los
primates se produjo a finales de la Era Secundaria (65 crones),
cuando los bosques conocieron una difusión de alcance planetario. La
gran mayoría de los primates hoy existentes y de los fósiles conocidos
aparecen en medios selváticos tropicales de Africa, América y Asia.
Un 90 por 100 de las especies vivas son propiamente arborícolas,
hasta el punto de que ninguna de las entre 80 y 100 especies
americanas es terrestre. Además, los frutos carnosos, propios de los
ecosistemas selváticos, representan entre un 50 y un 80% de la dieta
de las especies arbóreas. El aparato digestivo de los primates tiene un
tamaño intermedio entre el de los mamíferos carnívoros, más
pequeño, y el de los mamíferos que se alimentan de plantas fibrosas,
más largo. La estructura de brazos y manos facilita el movimiento y la
exploración entre las ramas, así como la recolección de frutos. La
oponibilidad del pulgar permite la pinza de precisión, lo que algunos
consideran adaptación para la captura de insectos. Los dedos carnosos
8
con piel sensible y grabada con huellas digitales proporcionan
información sobre la textura y resistencia de la superficie de
locomoción, al tiempo que aseguran una plataforma antideslizante
para moverse por las ramas. La reducción del número de crías cobra
sentido ante las dificultades que supondría saltar de rama en rama con
muchos pequeños colgados del cuerpo. La espesa y grasa cubierta de
pelo protege tanto de las bajas temperaturas y elevada humedad
nocturnas como de las fuertes lluvias de las regiones de pluvisilva. Es
más, los pelos apuntan normalmente hacia abajo para facilitar la
evacuación del agua. El desarrollo de la visión a costa del olfato
resulta ventajoso para moverse en un medio fragmentado donde no es
fácil seguir un rastro olfativo. Además, la formación estereoscópica
de la imagen se asemeja a la de ciertos predadores, como algunas
rapaces o los felinos, que capturan pequeñas presas. Seguramente, en
los primates se desarrolló porque permite medir las distancias, así que
facilita abalanzarse por sorpresa y con posibilidades de éxito sobre
pequeños animales e insectos arborícolas; también minimiza el riesgo
de no alcanzar el objetivo y precipitarse al vacío durante el salto de
una rama a otra. La percepción de los colores conviene a los
frugívoros diurnos de entornos dominados por el verdor de las hojas.
Sobre el trasfondo verde, los frutos resaltan por sus llamativos
colores. Así atraen a animales que involuntariamente facilitan la
propagación y reproducción de las plantas, pues tras comer el fruto
defecan las indigeribles semillas, que de este modo quedan abonadas.
En fin, la barra postorbital y el tabique que separa los ojos de la fosa
temporal del cráneo aumentan la protección de los ojos y mejoran su
movilidad porque impiden que el músculo temporal actúe sobre
ellos durante la masticación.
Todo ello tiene implicaciones a la hora de rastrear los orígenes.
Según Richard Leakey, esos rasgos "representan una ventaja selectiva
para un animal arborícola e insectívoro (...). El primate más primitivo
fue, probablemente, un animal nocturno del tamaño de una musaraña
arborícola. Descendientes posteriores adoptaron un régimen diurno de
frugívoros, actividad que exigía la visión en colores"; y en palabras de
Johanson y Edey, "un primate es un animal que ha conseguido
9
desarrollar un sistema que le permite ser arbóreo y al mismo tiempo
conservar su modo de vida de depredador". 12

Hemos señalado que sapiens forma parte de la superfamilia


Hominoidea, cuyos miembros descienden de un antepasado adaptado
a la braquiación. Para practicarla eficazmente, el tórax se aplana
haciéndose menos profundo pero más ancho; los omoplatos se
disponen en la espalda -no en los costados- a ambos lados de la
columna vertebral, de forma que el lado en contacto con ésta se
alarga; el húmero presenta una cabeza más globosa, y su diáfisis se
retuerce para permitir que esa cabeza no se disponga hacia atrás, sino
hacia un lado. Gracias a todo ello los hominoideos -y sapiens-
mueven ágilmente el brazo por encima del hombro. En contrapartida,
el tronco se vuelve menos flexible para poder moverlo como un
bloque. A tal efecto, la pelvis queda soldada de un modo bastante
rígido a las vértebras lumbares, las cuales, a su vez, se reducen en
número. De este modo, el tronco, por lo general, se mantiene erguido.
No obstante, sapiens cuenta más vértebras en la región lumbar que
gorilas y chimpancés, pero esto resulta de la ulterior adaptación al
bipedismo, de la que luego hablaremos. Volviendo a los cambios
adaptados a la braquiación, la cola desaparece. Y -salvo otra vez en la
especie humana, y de nuevo debido al bipedismo- los brazos son más
largos que las piernas: su proporción oscila entre el 147% del siamang
y el 102% del chimpancé común.

12
LEAKEY, 1993, pág. 41; JOHANSON, Donald y EDEY, Maitland, 1993, pág. 279.
10
Capítulo 2

Los primates hasta la aparición de los homínidos


(70 - 7 crones bp)

Algunos autores sostienen que los primates aparecieron hace unos


70 crones. Estamos a finales del período Cretácico (145-65 crones),
es decir, hacia el fin de la Era Mesozoica (225-65 crones). Los
núcleos de las actuales América del Norte, Groenlandia y Asia
formaban la gran masa continental de Laurasia, situada
completamente en el Hemisferio Norte. El mar de Tethys la separaba
de un conjunto de tierras situadas casi en su totalidad en el
Hemisferio sur y que hasta hacía poco habían estado soldadas, a su
vez, en otro megacontinente, Gondwana: América del Sur, África,
Madagascar, la India y la Antártida-Australia. La temperatura media
de la Tierra rondaba los 20º C, pero el clima global estaba
experimentando una transición desde condiciones predominantemente
subtropicales hacia otras más templadas. Los bosques se extendían
por amplias regiones, y ya existían plantas con flores y frutos.
Los primates se cuentan entre los mamíferos más antiguos de que
existe constancia. Herbert Thomas y Pascal Picq señalan que, como
tales, forman parte de los Archonta, dentro de los cuales se adaptan a
la vida en los estratos más altos del bosque. Es más, acaban siendo los
únicos mamíferos cuadrúpedos de ese entorno. Los otros Archonta
derivan hacia el vuelo, planeador -Dermoptera, dermópteros- o activo
-Chiroptera, quirópteros-, y a la vida cerca del suelo -Scadentia-.
El fósil más antiguo de un posible primate es un molar hallado en
las Montañas Rocosas del Estado de Montana (EEUU) y datado hacia
67 crones, cuando los dinosaurios aún no se habían extinguido. Se
atribuye a la especie Purgatorius ceratops. Aunque desconocemos
completamente su esqueleto postcraneal, debió de alcanzar el tamaño
de un ratón y estar adaptado ya a la vida en bosque denso. Más tardío,
posterior a la extinción de los dinosaurios es Purgatorius unio,
11
encontrado en la misma zona. Sus extremidades lo definen como un
trepador que accedía a las copas de los árboles. Pudo tener dieta
insectívora, dados sus alargados incisivos y puntiagudos caninos.
Debió de parecerse a los actuales lemures de Madagascar y a los loris
del SE asiático. Por ello se le considera representante del suborden de
los prosimios, y, dentro de él, integrado en el infraorden de los
plesiadapiformes, actualmente extinguido.
Pese a la tendencia insectívora de Purgatorius, los
plesiadapiformes se caracterizan por incisivos grandes, proclives y
puntiagudos, aptos para acceder a la savia y otros jugos vegetales.
Algunos de esos incisivos, además, evocan los de los actuales
roedores, pues crecen sin descanso para compensar el desgaste
provocado por la continua masticación de plantas. A este infraorden
pertenecería también la especie epónima, Plesiadapis -que precede a
los Adapis-, mamífero del tamaño de una ardilla que se alimentaba
con hojas y frutos y ha dejado en Francia restos datados hacia 60
crones. Dada la geografía de sus fósiles, estos posibles primates
vivieron en el hemisferio norte, pero seguramente no en el austral.
Hay quien piensa que los plesiadapiformes, y por tanto Purgato-
rius ceratops, no son primates, sino que constituyen un grupo paralelo
a ellos que tal vez derive de un origen común. Y ello porque no está
claro que presenten uñas en vez de garras, barra postorbitaria ni
pulgar oponible en el pie, amén de que la estructura de la caja
timpánica es diferente y la morfología craneal ha alentado las dudas.
Sea como fuere, prolongan su existencia durante la primera mitad del
la Era Cenozoica (65-1,7 crones): se diversifican durante el Paleoceno
(65-55 crones) y se extinguen a lo largo del Eoceno (55-36 crones).

Mayor unanimidad recaba el grupo de los euprimates (primates


verdaderos o primates de aspecto moderno). Así los llamamos
porque muestran por primera vez de forma clara la barra postorbitaria,
el pulgar oponible en el pie y la sustitución de garras por uñas.
Aparecen en la Era Cenozoica, en el paso del Paleoceno al Eoceno.
Encontramos restos de sus diferentes especies tanto en América del
Norte como en Asia. Se sospecha que también vivieron en África,
12
porque en algún momento del Eoceno África y Asia se unieron a
través de Gibraltar. De hecho, B. Sigé sostiene que al euprimate más
antiguo es el Altiatlasius koulchii por él descubierto en Marruecos:
data de 60 crones (Paleoceno Superior). Pero su hipótesis se apoya
tan solo en unas pocas piezas dentales. Es muy probable que los
inicios del Eoceno favorecieran su expansión, ya que trajeron consigo
una expansión de las condiciones climáticas tropicales y de las
pluvisilvas asociadas hasta latitudes prácticamente polares.
La eventual filiación de los euprimates con Purgatorius y con las
especies actuales es muy confusa. Los euprimates aparecen divididos
en dos familias, ambas extinguidas. La familia adápidos (Adapidae,
antes de Apis) o adapiformes englobaría a especies estrepsirrinas, por
tanto parientes directos o ancestros de lemures, potos, loris y gálagos.
Tal vez fueron especies diurnas, dadas sus pequeñas cuencas
oculares. La familia omomíidos (Omomyidae), comprendería a
especies haplorrinas y por eso parientes y quién sabe si antepasadas
de tarseros y antropoideos. Con cuencas oculares más grandes, bien
pudieron ser nocturnos. La separación entre estrepsirrinos y
haplorrinos acaeció tal vez hace 58 crones. Pero inicialmente ambos
seguirían adaptados a una vida trepadora y una dieta de frutas y hojas.
En Norteamérica encontramos al Teilhardina magnoliana,
documentado en el Golfo de Coastal Plain (Misisipi) y datado en 55,8
crones. Dispone tanto de uñas como de visión estereoscópica y de un
cerebro relativamente grande. Se le suponen un peso en torno a 28
gramos, una longitud de 7,8 cm, una dieta de insectos y bayas y una
ubicación en la línea ancestral de los tarseros del SE asiático. Puede
que sea el primer primate americano, llegado desde lo que hoy es
Asia central y occidental a través de Laurasia. Otro especimen
norteamericano es Notharctus, un adápido con encéfalo relativamente
grande para su tamaño.
De 47 crones data Darwinius masillae, definido a partir de una
hembra de unos 9 meses de edad fosilizada en el fondo del Grube
Messel, un lago volcánico cercano a Darmstadt (O de Alemania). Se
ha conservado el 95% de su esqueleto, así como restos de su piel y de
su última comida. Todo ello permite definirlo como un prosimio
13
haplorrino que se alimentaba con frutas, semillas y hojas de árboles.
Dispone larga cola y extremidades relativamente cortas, así como pies
y manos con cinco dedos y pulgar oponible dotados de uñas. La
estructura de su ojo parece indicar que veía en tres dimensiones.

Suele suponerse que los antropoideos descienden de una de las


dos familias mencionadas, esto es, adápidos y omomíidos. Lo que se
discute agria e interminablemente desde hace tiempo es de cuál.
Incluso se ha dicho que de ninguna. Marc Godinot considera que los
simios actuales derivan de lo que sería una familia paralela a ambas y
que incluye a diversos géneros africanos como Algeripithecus,
Tabelia, Djebelemur y Biretia.
En todo caso, China y Argelia han proporcionado restos de 45
crones -Eoceno Medio- a los que algunos paleontólogos consideran
ya como antropoideos. Los miembros de este suborden disponen de
una barra ósea que protege los ojos, desarrollan un aparato
masticador más potente que sus ancestros y poseen unas manos
aptas para la prensión. Los más antiguos, además, tenían un
articulación del codo tal que no permitía extender completamente el
brazo. Valga como ejemplo el Eosimias (simio del amanecer),
diminuto ser del tamaño de nuestro pulgar y menos de 30 gramos de
peso, adaptado a la vida en las pluvisilvas de China, por donde se
desplazaría caminando a cuatro patas sobre las ramas. Los huesos de
su pie apuntan a los que luego presentarán los antropoideos. Se le
supone una dieta frugívoro-insectívora y una vida nocturna y solitaria.
Sus descubridores ven en él a un antropoideo tan primitivo que sería
cercano al momento evolutivo en que los antropoideos divergieron de
los prosimios.

Hace menos de 45 crones, la deriva continental separó América


de Asia y Africa, a raíz de lo cual surgirá la diferenciación entre
platirrinos y catarrinos. Los fósiles platirrinos más antiguos proceden
de Sudamérica. Corresponden al género Branisella y datan de 25
crones. Pero obviamente su origen debe situarse entre esta fecha y la
de la mencionada separación de los continentes. Además, es posible
14
que los platirrinos se diferenciasen primero en África, y que mientras
sus descendientes autóctonos acabaran por extinguirse, otros pasaran
a América del sur a través de las cadenas de islotes emergidos sobre
el brazo de mar que, ya por entonces, la separaba del Viejo Mundo.
Debe tenerse en cuenta que a la sazón el nivel del mar situado entre
África y Sudamérica era más bajo que el actual. Sea como fuere,
hasta este momento todos los primates fueron posiblemente de
pequeño tamaño, esto es de menos de 1 kg de peso, arborícolas,
cuadrúpedos, insectívoros y -con las reservas arriba expuestas sobre
los Adapidos-, nocturnos.

La opinión más aceptada es que fue entre los antropoideos de


África donde se diferenciaron los linajes que protagonizarán la
hominización. Y habría sucedido en el tránsito del Eoceno (55-36
crones) al Oligoceno (36-24 crones).
En torno a 34 crones se inicia un período climático frío con
retención de grandes masas de agua helada en los polos y descenso
del nivel marino. El proceso de enfriamiento repuntó además hacia
25 crones, cuando se produjo la definitiva separación entre Australia
y la Antártida. En efecto, hasta entonces la línea costera de la gran
masa terrestre conjunta desviaba hacia el norte las corrientes de agua
que la rodeaban, de modo que las hacía entrar en contacto con aguas
cálidas del Índico y el Pacífico. Pero al quedar la Antártida aislada
en su ubicación polar, la circundó una corriente de agua ahora
completamente fría que a la postre -hacia 15 crones- provocará el
completo sepultamiento del continente austral bajo una gran masa
de hielo. De momento, en las regiones templadas las pluvisilvas
empiezan a ser desplazadas por floras adaptadas al frío y a climas
con una estación seca. Además, Europa quedó definitivamente
soldada al resto de Asia por la desaparición del mar que hasta
entonces la aislaba, el llamado mar de Polonia. El retroceso de las
pluvisilvas y la irrupción de numerosas especies de mamíferos
asiáticos provocó la desaparición de los primates en Europa.
También desapareció la mayor parte de los que vivían en

15
Norteamérica: aquí, las pocas especies supervivientes se extinguirán
finalmente durante el Oligoceno.
Entretanto, África y el embrión de la Península Arábiga
constituían un continente aislado, no soldado a Asia. Este conjunto
acogió simios datables en el límite Eoceno/Oligoceno en al menos
tres yacimientos: Malembe, en la región de Cabinda (Angola), El
Fayum (Egipto) y Taqah (Omán). Es de suponer que toda la amplia
región situada entre los tres albergaba simios. Algunos de los
africanos se adaptaron a la vida en el suelo. A veces, con aumento
de tamaño, lo que mejoraba la defensa frente a los predadores.
Ciertas especies desarrollan un creciente dimorfismo sexual, con
machos más grandes y agresivos que las hembras.
En El Fayum se han hallado los restos de diversos géneros que
comparten tres rasgos: son exclusivamente arborícolas; son
cuadrúpedos que se desplazan sobre las ramas; y disponen de cuencas
oculares relativamente pequeñas, indicio de actividad diurna. Si es
así, tal vez hubiesen perdido el tapetum lucidum, lámina reflectante
situada en la retina de la mayoría de los mamíferos y responsable del
brillo que emiten sus ojos cuando captan luz nocturna. Y puesto que
la interacción social de los actuales mamíferos es más compleja entre
los que despliegan su actividad durante el día, puede suponerse que
entre los simios de El Fayum se estaban desarrollando las primeras
pautas de vida social primate. En cuanto a ejemplares concretos, nos
interesan los de los géneros Parapithecus y Apidium. Datan de 40-30
crones y se caracterizan por una dentadura de 36 piezas, mediano
tamaño -pesos entre 1 y 15 kilos- y dieta más dependiente de los
vegetales. Su dentadura los vincula con los platirrinos.
Durante el Oligoceno, en torno a 25 crones, se escinden los
linajes de los cercopitecoideos y los hominoideos. A su vez, el de los
cercopitecoideos empezará a ramificarse hacia 14 crones para dar
lugar a las diferentes especies actuales. Puede que esta diferenciación
se operase a partir de Victoriapithecus, género que nos ha dejado más
de un millar de fragmentos óseos, en especial un cráneo hallado en la
isla Maboko, dentro del Lago Victoria.

16
Centrémonos en los hominoideos. A finales del Oligoceno y
durante el Mioceno (24-6 crones) aparecen y viven géneros que
corresponden ya a primates de gran tamaño, o sea por encima de los
15 kg de peso. Los primeros son Oligopithecus, Aelopithecus y
Propliopithecus (30 crones). Tienen ya 32 dientes, y dispuestos como
en sapiens. Parece además que todos vivían en la selva, se movían a
cuatro patas entre las ramas y se alimentaban de frutos y tal vez
también de insectos.
Algo más tardío, de hacia 20 crones (Mioceno Inferior), con un
peso de entre 15 y 50 kg, es el antiguamente denominado
Dryopithecus africanus -mono del bosque africano-, hoy
simplemente Proconsul. Sus restos aparecieron en torno al Lago
Victoria -Kenia y Uganda- y comprende al menos cinco especies.
Según Jesús González Urquijo, es un género más adaptado a espacios
abiertos de sabana: manteniendo la condición de cuadrúpedo, carece
sin embargo de cola. Su especie más grande, Proconsul maior,
alcanzó una capacidad craneal de 150 cc. En la opinión de David
Pilbeam, en cambio, Proconsul y toda una serie de especies similares
que le siguen hasta hace 9 crones -los driopitecinos- estaban
adaptados al cinturón de pluvisilva que se extendía por África y Asia,
incluida Europa central y meridional. En este entorno, se desplazaba
como cuadrúpedo caminando sobre las ramas y saltando de una a
otra. Su dentición, con delgada capa de esmalte que remite a dieta
frugívora, lo entronca con los antropomorfos. Además -siempre según
Pilbeam- su hocico es más reducido y su codo se mueve más
libremente, lo que permite extender completamente el brazo y rotarlo
3600. De hecho, este autor piensa que Proconsul es el primer
hominoideo claramente identificable.
Polémicas aparte, su extensa difusión puede explicarse porque en
algún momento del Mioceno, entre hace 18 y 16 crones, África quedó
soldada a Asia a través de Arabia, lo que, dicho sea de paso, dividió el
mar de Tetis y originó el Mediterráneo. Como por otra parte el
Indostán se había unido a Asia hace 20 o 30 crones, se produjo el
intercambio de especies entre grandes regiones hasta entonces
aisladas entre sí. Debe añadirse, en fin, que en torno a 23 crones se
17
inició un ciclo de calentamiento global que alcanzó su máximo hacia
17-15 crones, motivo por el que tanto las pluvisilvas como los biomas
subtropicales se extendieron por buena parte de África y por la franja
que corre desde la Península Ibérica hasta China.
Poco después, se operó un enfriamiento climático general del
planeta. Al parecer, entre hace 16 y 14 crones el proceso de
formación del Himalaya, provocó la sedimentación bajo el mar de
grandes cantidadades de carbonato cálcico y, de rebote, una fuerte
disminución de las cantidades de CO2 en la atmósfera. La
disminución se vio reforzada porque en aldelante la cordillera actuó
como una gigantesca barrera que detenía el avance de las masas de
aire húmedas procedentes del Índico y las forzaba a ascender, lo que
se traducía en voluminosas precipitaciones que en su caída disolvían,
arrastraban y retiraban de la atmósfera cantidades adicionales del gas
carbónico. El descenso de la temperatura media fue tal que se operó la
primera formación de grandes capas de hielo permanentes tanto en el
Ártico como en la Antártida. En este continente, la costra helada
alcanzaron una superficie similar a la actual en torno a hace 12-11
crones. Otra de las consecuencias del enfriamiento fue que a partir de
hace 15 crones comienza el paulatino retroceso de las pluvisilvas,
inicio del fin de los driopitecinos. En África, el cambio se vio
acentuado porque su unión con Asia convirtió al Mediterráneo en una
cuenca cerrada -aún no existía el Estrecho de Gibraltar- sometida a tal
desecación que acabará completamente vaciada hacia 6 crones. Así
permanecerá hasta que en torno a 5,3 crones las aguas del Atlántico
penetren de nuevo en la cuenca y la rellenen en unos centenares de
años. Pero hasta que eso ocurrió, la paulatina pérdida de humedad en
la cuenca mediterránea redujo la que llegaba a las regiones situadas
más al sur y potenció la estacionalidad de las precipitaciones. De
hecho, las zonas de pasto, menos exigentes en agua que los bosques,
se extendieron hasta abarcar casi un tercio de la superficie terrestre. Y
no sólo en África, pues también progresaron en ambas Américas. En
este contexto propicio a los cambios evolutivos, aparecieron nuevos
géneros.

18
En Asia se desarrollan entre hace 14 y 8 crones dos géneros que,
en relación con los precedentes, presentan esmalte dental más grueso,
molares más anchos y largos e incisivos más pequeños, al parecer en
relación con una vida en bosque claro y dieta a base de vegetales
duros y relativamente poco nutritivos propias de climas con estación
seca. El primero de estos géneros es Sivapithecus, documentado en
las colinas Siwalik de Pakistán. Con unos 20 kg y algo menos de un
metro de alto, sería un cuadrúpedo que vivía a caballo entre suelo y
árboles. Presenta un fuerte dimorfismo sexual. Suele ubicársele en la
línea evolutiva del orangután. El segundo es Gigantopithecus, que
desarrollaría un gran peso (250-300 kg) y un tamaño que dobla al del
gorila (2-3,65 m), por lo que casi seguro vivió únicamente en el suelo,
adaptado a praderas y sabanas. Dejó restos que remontan a 9 crones
en India y Pakistán y a sólo 500 Ka en China. También hay fósiles
suyos en Vietnam.

Más o menos en paralelo a estos dos géneros asiáticos, África


alumbra otros adaptados a las pluvisilvas. Tal vez entroncan con la
línea evolutiva directa de los homínidos. Los que siguen a Proconsul
en la línea de los hominoideos son, citados de más antiguo a más
reciente, Morotopithecus, Afropithecus, Pierolapithecus, Equatorius
y Kenyapithecus. A grandes rasgos, datan de entre 20 y 13 crones.
La zona lumbar y la articulación del omoplato con el húmero
avalan a Morotopithecus (20 crones) como antepasado de los
antropomorfos. Era una especie arbórea parcialmente braquiadora.
Sus restos proceden de Moroto I y II (Uganda). Poco después de él, se
escindiría la rama que conduce a los gibones.
Afropithecus aparece en África y Arabia, con fechas entre 17,5 y
16 crones. La especie tipificada como Afropithecus turkanensis se
documenta en el yacimiento de Kalodirr, sobre la orilla occidental del
Lago Turkana (Kenia). Con un peso de 35 kg -parecido al del
chimpancé-, su anatomía lo delata como cuadrúpedo arborícola en la
línea de Proconsul. A diferencia de éste, debió de alimentarse con
frutos coriáceos, dado su potente aparato masticador: esmalte más
grueso, premolares más anchos, músculos masticadores más fuertes.
19
En el NE de la península Ibérica se han recuperado fósiles de
Pierolapithecus catalaunicus (mono catalán de Piérola), especie que
puede suponerse originaria de África y datada como mínimo en 13
crones. Maticemos que si el esquema que más abajo expondremos es
cierto, su aparición debió ser bastante anterior a esos 13 crones; de
hecho, algo anterior a 15. Con 35 kg de peso y 1-1,20 m de altura,
tenía dedos en pies y manos muy cortos, de modo que difícilmente
hubiese aguantado mucho tiempo suspendido de las ramas. La parte
lumbar de su espinazo es corta y rígida, señal de un ser que trepaba a
los árboles. Más aún, podría mantener la espalda erguida, como es
característico en todos los hominoideos. También presenta una caja
torácica relativamente ancha, así como omoplatos dispuestos como
sapiens. Por todo ello parece un hominoideo anterior al desarrollo de
las capacidades suspensorias de los póngidos. En su rostro, el espacio
entre órbitas oculares se aplana al descender el arranque del tabique
nasal y situarse en el mismo plano que los ojos, con lo que la nariz
desaparece del campo de visión. En conjunto, estamos ante la primera
especie del registro fósil con todas las características definitorias de
los hominoideos, pero es posterior a la escisión de los hilobátidos y
puede ser ancestro común de homínidos y póngidos. Por lo demás,
vivió en pluvisilvas pobladas con formas antiguas de rinoceronte y
elefante, así como cérvidos, ardillas voladoras, tortugas y reptiles. Su
dieta se basaría en frutos y vegetales blandos diversos, insectos y tal
vez también pequeños mamíferos.
Muy probablemente Pierolapithecus se extinguió a medida que la
aridificación creciente redujo las zonas de pluvisilvas. En torno a 10-8
crones las comunidades de hominoideos de Asia estaban ya
circunscritas a las áreas más meridionales. Pero a partir de él
evolucionarían, por un lado, especies adaptadas a entornos de bosque
más abierto y, por otro, los orangutanes del SE asiático, que, en los
bosques supervivientes, desarrollarían manos capaces de suspenderse
de las ramas. La diferenciación del orangután puede datar de hace 9 o
8 crones, porque por entonces el retroceso de las pluvisilvas quebró
su continuidad geográfica en las zonas meridionales de Asia hasta
dejar aislados a los bosques del SE.
20
De ser cierto que el orangután deriva de Pierolapithecus, éste -o
un descendiente directo suyo- dispuso probablemente de cultura, esto
es un conjunto de pautas de conducta aprendidas, transmisibles entre
generaciones y modificables en función de las necesidades del
entorno. Pues los orangutanes practican un mínimo de 24 hábitos que
no sólo son distintos en cada comunidad, sino que su diversidad crece
en las poblaciones con más posibilidad de contacto social. Entre estos
comportamientos destacan el uso de hojas tanto para amplificar la voz
como para proteger las manos cuando se agarran ramas o frutos
espinosos; la colocación de pequeñas ramas en la boca para acceder a
miel, semillas o insectos situados en oquedades de difícil acceso; la
utilización de ramas para espantar insectos como las abejas; o su uso
para protegerse de sol y lluvia. Se les ha fotografiado suspendidos de
una rama sobre un río mientras sujetan con la otra mano una vara con
que alancean a los peces. E incluso se ha documentado el aprendizaje
de saltar sobre una rama muerta o medio rota hasta hacerla romper,
para así precipitarse al vacio y sujetarse a otra cuando se está a punto
de impactar en el suelo.

Centrémonos ahora en el grupo que se adaptó a espacios más


abiertos y del que, al parecer, surgirían los homínidos. Hace unos 15
crones aparece Equatorius africanus, cuyos fósiles se documentan en
el centro-norte de Kenia. Podría ser ancestro común de homínidos por
un lado y chimpancés y gorilas, por otro, una vez que la línea que
lleva a los orangutanes se habría escindido a partir de
Pieralopithecus. Su tamaño parecido al de un babuino adulto macho
grande, su espinazo largo y flexible, el que sus cuatro extremidades
tuviesen casi la misma longitud y, en fin, sus fuertes manos y pies nos
hablan de un animal capaz de desenvolverse tanto entre los arboles
como en tierra.

Posterior a Equatorius y tal vez descendiente suyo sería


Kenyapithecus (14 crones; 300 cc de capacidad craneana). Al igual
que Equatorius, sería antepasado común de homínidos, chimpancés y
gorilas. Después de todo, se atisba en él una tendencia a la estrategia
21
reproductiva “K”: visto el tiempo que tardaba en adquirir su dentición
definitiva, gozaba de una infancia prolongada. Esta misma línea de
interpretación ve en Kenyapithecus la matriz de las características
intelectuales que sapiens comparte con sus parientes actuales más
próximos, como son la cultura, la capacidad de transmitir mensajes y
la de crear y usar herramientas. Serán los homínidos quienes, andando
el tiempo, profundicen más en ellas como mecanismo de adaptación.

La última imagen de esta secuencia corresponde a Nakalipithecus


nakayamai, localizado en el norte de Kenia con antigüedad de 9
crones. Apenas conocemos más que un fragmento de su mandíbula,
con piezas dentales, y 11 fragmentos óseos. Con todo, sus
excavadores ven en él a otro posible ancestro común de gorilas,
chimpancés y homínidos. Su porte sería parecido al de las gorilas
hembras.

Recapitulemos. En la superfamilia de los Hominoideos


(Hominoidea) la diferenciación entre nuestra familia (Hominidae) y
las otras dos (Pongidae e Hylobatidae) comenzó hacia 20 crones,
cuando del tronco común se desgajó el antepasado de los gibones,
especie fundadora de Hylobatidae. La escisión podría haber sucedido
a partir de Morotopithecus. Con posterioridad, y desde
Pierolapithecus catalaunicus, divergerían las ramas que llevan, en un
sentido, al póngido asiático orangután y, en otro, a los póngidos
africanos chimpancé y gorila, así como a los homínidos. La segunda
rama continuaría con la secuencia Equatorius-Kenyapithecus. Tal vez
sea éste el último antepasado común de homínidos, chimpancés y
gorilas. O tal vez no, pues si por una parte se fecha a Kenyapithecus
en 14 crones, por otra se acepta que la escisión que dio lugar a las dos
especies de gorila se produjo en torno a hace 8 o 7 crones. En este
sentido, Nakalipithecus nakayamai es, con sus 9 crones, candidato
ideal para ese papel.
Este esquema choca con un problema cronológico. A
Pierolapithecus se le atribuyen 13 crones; a sus posibles
descendiente, Equatorius y Kenyapithecus 15 y 14 respectivamente.
22
El problema puede no ser tal, pues Pierolapithecus ha sido datado en
Europa, pero si realmente evolucionó en África, debió ser anterior.
Para que el esquema funcione, anterior a por lo menos 15 crones.

Lo dicho tiene sentido aceptando que todos los miembros del


linaje humano que vivieron durante el Mioceno fueron africanos.
Frente a ello, Caro-Beth Stewart y Todd R. Disotell sostienen que
hacia 20 crones -nótese el baile de fechas- un antropoideo
descendiente de Kenyapithecus se difundió por Asia. Su linaje se
ramificó para dar lugar a diferentes géneros hoy extinguidos, que
citamos por orden de antigüedad: Oreopithecus, Lufengpithecus,
Sivapithecus, Dryopithecus y Ouranopithecus. Antes de la aparición
de Oreopithecus se habría escindido, hacia 18 crones, la rama que
lleva a gibones y siamangs, a su vez separados entre sí en torno a 8
crones. Y del linaje de Sivapithecus arrancaría, hacia 14 crones, el
que conduce al orangután. Posteriormente, algun sucesor de
Ouranopithecus habría regresado a África hacia 7 crones. De él
derivarían a la postre tanto los póngidos africanos como los
homínidos.

Cerremos nuestro catálogo de primates fósiles con un


contrapunto. Una especie que, estando al margen del proceso de
hominización, sirve de antídoto contra los esquemas simplistas de
evolución unilineal hacia un progreso inexistente. En torno a hace 8
crones, Toscana formaba junto con Cerdeña –puede que también
Córcega- una gran isla en la que no existían grandes predadores. En
este territorio, y mientras los driopitecinos caminaban hacia su
extinción en Europa, algunos de sus representantes evolucionaron
hacia Oreopithecus bambolii (Mono de las montañas de Bamboli), un
ser omnívoro, que vivió en entornos lacustres -sus fósiles han
aparecido en minas de carbón-, con una estatura de 1,10 m, 32 kg de
peso y una capacidad craneal similar a la de sus ancestros, esto es en
torno a 150 cc. La estructura de sus brazos delata su capacidad para
suspenderse de las ramas. Pero la de pelvis, rodilla, tobillos y pies,
incluida la morfología del talón, avalan su condición de bípedo. Eso
23
sí, su pie se parecía más al de un ave que al de los posteriores
homínidos, y presentaba un pulgar muy separado del resto. Debido a
ello, andaba con lentitud. Está claro que la especie surgió como
endemismo adaptado a peculiares condiciones ecológicas, dado que la
ausencia de predadores permitió la vida en el suelo de un primate de
gran tamaño y torpe movimiento. De hecho, Oreopithecus bambolii
despareció cuando en torno a hace 6 crones la isla quedó soldada al
continente y los predadores la invadieron. La moraleja del asunto es
que el bipedismo no parece un rasgo que haya evolucionado una sola
vez y, por tanto, no es peldaño exclusivo de ningún ascenso
fulgurante hacia el culmen del progreso que no pocos ven
representado en sapiens. Más parece que ciertas adaptaciones
similares pueden evolucionar de forma completamente independiente
como respuesta a condiciones ecológicas diversas. Dicho sea de paso,
tras la extinción de Oreopithecus no se documentan más hominoideos
en Europa. El retroceso de las pluvisilvas los circunscribió al SE
asiático y a África.

Concluyamos con una consideración sobre la trayectoria de los


primates a largo plazo. La clase a que pertenecen, Mamíferos, surge
hace 125 crones, tal vez 180. Su expansión inicial se vio limitada
por la presencia de los dinosaurios en la cima de la cadena trófica.
Cuando éstos desaparecieron hace 65 crones, los mamíferos
conocieron una suerte de explosión. Y mientras la atmósfera fue
cálida y húmeda, los bosques se extendieron por la mayor parte de la
Tierra y los arborícolas primates siguieron sus pasos. Si como vimos
surgieron durante el Mesozoico, se afianzaron durante el Paleoceno
(65-55 crones) y experimentaron un gran desarrollo con el Eoceno
(55-36 crones), que son los dos primeros períodos, y los más cálidos
por ese mismo orden, del Cenozoico. El enfriamiento y desecación
de la atmósfera a partir de 16 crones y, con más intensidad desde
hace 7, provocó a la larga un retroceso de los bosques. Los primates
se resintieron. Muchos viven hoy al borde de la extinción.
Manuel Domínguez-Rodrigo señala que la selección natural ha
dado ventaja a los primates medianos (entre 1 y 15 kg de peso),
24
básicamente cercopitecoideos y platirrinos. Peor les ha ido a los
pequeños (menos de 1 kg), en su mayor parte prosimios, y los
grandes (más de 15), los hominoideos que engloban a sapiens.
Contra los pequeños actúa su fuerte dependencia de dietas ricas en
proteína -son básicamente insectívoros-. Perjudica a los grandes una
especialización de signo opuesto: comen precisamente frutos y hojas
de esos bosques que están en retroceso. Además, su gran tamaño
corporal se combina con una dieta relativamente poco nutritiva para
obligarlos a necesitar mucho territorio por individuo. Esto se
acentúa en el caso del gorila, que siendo terrestre encuentra su
alimento relativamente disperso. Seguramente por todo ello los
grandes primates han extremado la tendencia reproductiva hacia K,
de modo que en cada parto alumbran generalmente a una sola cría.
Como ésta crece además con relativa lentitud, el plazo entre partos
se alarga. El escaso número de individuos resultante supone un plus
de vulnerabilidad cuando las circunstancias se tornan adversas. En
cuanto a los primates medianos, les favorece su dieta más
diversificada y, en relación con ello, el que algunas especies se han
adaptado a los espacios abiertos. Dentro de este grupo, las más
populosas son a grandes rasgos las de menor peso, porque requieren
menos consumo energético y, correlativamente, en cada parto
alumbran a más crías que -dicho sea de paso- maduran más rápido,
con lo que el plazo entre partos se acorta.
Y he aquí la paradoja. H. sapiens forma parte de los grandes
primates. Pero hasta ahora es la especie más exitosa de todo el
orden. De hecho, figura en su debe una parte difícil de cuantificar
pero no desdeñable del peligro de extinción que amenaza a los
restantes miembros. Su éxito evolutivo responde en parte a que
surgió adaptado a la sabana, ecosistema que la aridificación
expandió por las regiones tropicales a costa de los bosques. Pero
también a que en su proceso de adaptación combinó un sistema
locomotor y un encéfalo que actuando de consuno permiten
responder a las presiones del entorno con cierta flexibilidad, o por lo
menos -y aparentemente- con mayor flexibilidad que el resto de sus
congéneres.
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