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Tenemos que aprender a desidentificarnos de nuestro árbol

“El daño se transmite de generación en generación: el embrujado se convierte en


embrujador, proyectando sobre sus hijos lo que fue proyectado sobre él, a no ser que una
toma de consciencia logre romper el círculo vicioso. No hay que temer hundirse
profundamente en uno mismo para enfrentar la parte del ser mal constituido, el horror de la
no realización, haciendo saltar el obstaculo genealógico que se levanta ante nosotros como
una barrera y que se opone al flujo y reflujo de la vida.

En esta barrera encontramos los amargos sedimientos psicológicos de nuestro padre y de


nuestra madre, de nuestros abuelos y bisabuelos. Tenemos que aprender a desidentificarnos
del árbol y comprender que no está en el pasado: por el contrario, vive, presente en el
interior de cada uno de nosotros. Cada vez que tenemos un problema que nos parece
individual, toda la familia está concernida. En el momento en que nos hacemos conscientes,
de una manera o de otra la familia comienza a evolucionar. No sólo los vivos, también los
muertos. El pasado no es inamovible. Cambia según nuestro punto de vista.

Ancestros a quienes consideramos odiosamente culpables, al mutar nuestra mentalidad, los


comprendemos en forma diferente. Después de perdonarlos debemos honrarlos, es decir,
conocerlos, analizarlos, disolverlos, rehacerlos, agradecerles, amarlos, para finalmente ver
el “buda” en cada uno de ellos. Todo aquello que espiritualmente hemos realizado podría
haberlo hecho cada uno de nuestros parientes. La responsabilidad es inmensa. Cualquier
caída arrastra a toda la familia, incluyendo a los niños que están por venir, durante tres o
cuatro generaciones.”

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