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El terraplanismo: la imagen del planeta como síntoma cultural

Por Mariano J. Salomone, sociólogo graduado de la UNCuyo y doctor en Ciencias Sociales de


la UBA.

Foto: Ediunc

Sociedad Columnas / Publicado el 01 DE ABRIL 2019

¿Qué es el terraplanismo? Es el movimiento social que afirma, grosso modo, que el planeta
Tierra no es redondo sino plano. La International Flat Earth Society es una organización que tiene
sus orígenes en la década del 50 del siglo pasado y pareciera estar ganando adeptos/as en los
últimos años[1]. La noticia del encuentro fue registrada con suma curiosidad por los medios
periodísticos y las redes sociales, expresando relativa repercusión pública entre quienes veían
con desconcierto aquel insólito evento. Despertó incluso algunas polémicas y una buena
cantidad de chistes circularon llenos de ironía. Es precisamente el efecto socarrón que nos causa
hoy día el argumento terraplanista, la medida que nos indica la seriedad que reviste. Es decir, lo
que propongo interrogar no es tanto el terraplanismo en sí mismo como las reacciones que
motiva. Por ejemplo, por qué provoca risa, o un sarcasmo que llega a rozar el espanto: “cómo
puede ser, a esta altura, sostener esas ideas”! Entonces, ¿qué nos dice el terraplanismo cuando
afirma que la tierra es plana?

En principio se trata de seguir una corazonada, apenas la intuición de que el desconcierto que
provoca el movimiento terraplanista trasluce un punto de sensatez, la posibilidad de recuperar
o visibilizar algo de lo que en la subjetividad de nuestro tiempo permanece enterrado, ocultado
[2]. Pero para poder reconocerlo debemos ser rigurosamente marxistas en su lectura, pues tal
vez en ningún otro caso se pone más en juego que aquí el punto de vista del materialismo
histórico, según el cual las personas pensamos con los pies en la tierra. Es conocida la manera
como lo dijo alguna vez Marx, hace tiempo, allá por 1859: “No es la conciencia de los hombres
lo que determina su ser, sino, por el contrario, es su existencia social lo que determina su
conciencia”. La cuestión entonces es reconocer la manera como el conjunto de nuestras
creencias, ideologías y el resto de las tendencias socioculturales –como por ejemplo
representaciones del planeta- arraigan y son parte constitutiva de la honda trama de prácticas
sociales que sostiene nuestras condiciones materiales de existencia.
En esa dirección, con la mirada puesta sobre el terreno de las ideologías prácticas, debemos
observar que los/las terraplanistas no son los/las únicos/as obstinados/as en negar la globalidad
o redondez de la Tierra. Por el contrario, la extravagancia con la que se nos presenta dicha idea
se relaciona con el hecho de que nos devuelve una imagen terriblemente familiar del planeta,
dominante incluso en instituciones tan modernas y “globales” como el mercado y la ciencia.
Seguramente nadie que participe en esas instituciones estaría dispuesto/a a reconocerlo, sin
embargo, tanto el mercado como el laboratorio parecieran manejarse con una imagen pre-
ptolomaica del planeta, esto es, como si se tratara de una planicie infinita, inagotable y
enteramente dispuesta al servicio de la mercantilización creciente de cada uno de sus rincones,
geografías cada vez más recónditas, accesibles gracias a los rigurosos avances científico-técnicos
que lo hagan posible.

Un mundo sin límites, imaginable únicamente sobre la base de una profunda e inconfesa
negación de su “incuestionable” redondez. Algo en relación a todo esto daba cuenta un
científico físico, entrevistado apropósito del encuentro entre terraplanistas: “En una sociedad
cada vez más dependiente de la ciencia y la tecnología, cada vez menos gente parece
comprenderla. Algo mal hemos hecho para que la humanidad parezca interesada en dirigirse
hacia una nueva edad media”.

Pero eso no es lo único que nos ha traído la hojarasca que comienza a desprenderse en el mes
de marzo. Resulta que mientras los/las terraplanistas mantenían aquel encuentro, se cumplía
un año del decreto 248/18 firmado por el gobernador de nuestra provincia, Alfredo Cornejo.
Recordemos que con dicho decreto el ejecutivo reglamentó las condiciones para llevar a cabo la
explotación de hidrocarburos no convencionales, último eslabón en el proceso de habilitación
del fracking en Mendoza que comenzara en julio de 2017, cuando autorizó la primera prueba
piloto en Malargüe. La técnica de la fractura hidráulica o fracking ha sido cuestionada en varios
países del mundo y suscitó también el rechazo de diferentes sectores sociales y organizaciones
de nuestra provincia. Sucede que frente al evidente agotamiento de los reservorios de gas y
petróleo “fáciles” de extraer (yacimientos convencionales), la industria apuesta ahora a explotar
los yacimientos más profundos, alcanzar las últimas gotas de petróleo alojadas en formaciones
más compactas o localizados en aguas marítimas cada vez más alejadas de la costa. Especialistas
internacionales como Michael Klare, se han referido a ese tipo de megaproyectos como energías
extremas[3], para dar cuenta de la manera como desafían, o podríamos decir desconocen, los
límites físicos del planeta[4].

Es decir, la actual avanzada a nivel global sobre los combustibles fósiles, descansa sobre el
mismo negacionismo al que nos referimos al comienzo. En efecto, apostar a diversificar la matriz
productiva a través del fracking, es adoptar una estrategia de desarrollo que tiende a llevar la
industria petrolera al extremo de lo posible, pues se trata de promover una forma de producir
energía que debe hacer abstracción de las condiciones que hacen posible la vida en el planeta.
Sólo así se puede proceder destruyendo una parte del planeta para pasar a otra, como si no
tuviéramos que enfrentar nunca el problema de su redondez, que no es otro que el de su finitud.
Es la única manera para creer que podemos volar una montaña cuando se quiere extraer
minerales, contaminar agua subterránea en busca de petróleo o talar un bosque para extender
un cultivo rentable.

Es en este sentido específico que el terraplanismo, en aquello que niega cuando afirma la
planicie de la Tierra, no hace sino poner de manifiesto una imagen del planeta más común de lo
que a simple vista parece, una imagen que no solamente es compartida por más de un
conciudadano/a, sino que se encuentra alojada en el corazón de las formas dominantes de
producir y reproducir nuestra vida social, un proyecto civilizatorio extendido hoy a gran escala.

Desde el punto de vista del materialismo histórico, el problema no es ni la imagen ni la


representación que nos hacemos del planeta, sino la propia sociedad que –en la producción de
sus medios de vida- tiene necesidad de esas imágenes.

[1] Una nota afirma que en Mendoza la comunidad se quintuplicó en dos años y hoy tiene más
de 900 integrantes: https://www.mdzol.com/sociedad/son-mendocinos-y-aseguran-que-la-
tierra-es-plana-20190320-20237.html

[2] Podríamos decir incluso “reprimido” en el sentido estrictamente freudiano, tal como sostiene
respecto de los hechos culturales Luis Vicente Miguelez
(https://www.pagina12.com.ar/183730-como-freud-frente-al-moises)

[3] Ver el formidable análisis que hace Franz Hinkelammert:


http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/campus/marxis/P3C3Hinkelammert.pdf

[4]https://www.clarin.com/sociedad/dice-ciencia-supuestos-defienden-terraplanistas_0_-
AyLviFaW.html

[5] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=157365

[6] A quien le interese ampliar la información sobre proyectos de energías extremas en América
Latina, ver http://www.oilwatchsudamerica.org/images/stories/2017_boletin_Extrema.pdf

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