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Jossua-Fe en Tensión Entre Oración y Acción PDF
Jossua-Fe en Tensión Entre Oración y Acción PDF
Estos datos hay que tenerlos en cuenta al afrontar las primeras formulaciones de la
experiencia de la fe, inspiradas y consideradas Palabra de Dios, que están contenidas en
la Escritura. Son aquellas experiencias las que vuelven a tomar vida en la interpretación,
que consiste en el hacer renacer una experiencia semejante a la que originó los textos,
aunque renovada, por tratarse de una situación concreta distinta, sin que eso signifique
una reducción a una autocomprensión de la vida humana en y por sí misma.
Si se acepta este punto de partida, resultará que la vida cristiana y la misma teología
harán referencia a una multitud de elementos diversos, pudiendo unos estar en tensión
con otros, sin que se consiga una integración inmediata o, incluso, sin que se pueda
presentir una unidad, por haber sido superadas las situaciones de equilibrio que pueden
haberse dado en épocas históricas anteriores. Un ejemplo notable de este tipo de
tensiones se encuentra entre los dos términos de nuestro examen: oración y acción. Para
muchos, la separación entre ambos polos parece tan fuerte que, para evitar una peligrosa
"esquizofrenia", tratan de eliminar uno de los polos, aunque esta eliminación se haga de
forma encubierta, llegando a enunciados como: la acción es el verdadero culto; el culto
es la verdadera acción. Otros, en cambio, tratan de vivir en fidelidad al valor específico
de cada polo, evitando destruir la tensión entre ambos. ¿No habrá perdido la fe, según
esto, la potencia integradora que no le es menos esencial que la riqueza de la
experiencia?
Mi convicción es que esta fidelidad simultánea a los dos polos no tiene como
consecuencia una tensión de tipo esquizoide. Lo que me hace pensar así es la
inmanencia de la intención viva de cada uno de los polos en el otro, de la intención del
culto en la acción y viceversa. Esta involución mutua es constitutiva del cristianismo:
no se ha comprendido la profundidad de la fe en el Dios vivo que actúa en Jesucristo y
JEAN-PIERRE JOSSUA
Hay que reconocer que cuando se ha vivido la realidad del culto público y la concepción
de la oración personal en muchas Iglesias, cuando se ha recibido el impacto de la crítica
socio-política de la alienación religiosa, cuando se han cuestionado -desde un punto de
vista teológico- los temas mitológicos de la plegaria cristiana, cuando se ha llevado una
vida de acción en la ciudad y se ha experimentado la urgencia de una acción política en
favor de los demás, cuando se ha descubierto la importanc ia esencial del servicio a los
demás en la relación con Dios instaurada en el judeo-cristianismo, se está maduro para
abandonar toda actividad específica de oración y de culto, dejando así de practicar esta
actividad "marginal y no integrada en la vida". Por ello, se afirmará que el culto
verdadero es la acción realizada con un compromiso serio, o, por lo menos, no se
admitirá como auténtica una plegaria que no esté anclada en la acción y en los
encuentros que, en la fe, son considerados como epifánicos. Y todo esto al margen,
todavía, de lo que se ha dado en llamar "cristianismo ateo".
Sin duda, hoy es menos fuerte que nunca, la tentación de concebir un cristianismo
interiorizado (pietismo) o cultualizado (ritualismo) fruto de una comprensión del
absoluto de Dios como polarizador de rodas las energías del hombre. No han faltado
momentos en la historia en que se consideraba la oración como la acción evangélica por
excelencia, mientras que el resto de la actividad del hombre sería fruto de la
superabundancia de la oración, cuando no actos neutros en un mundo profano en el que
uno estaba obligado a vivir. Aunque es una visión pasada de moda, no es seguro que no
responda a la actitud de grandes sectores cristianos, como se comprueba en la defensa
que los teólogos hacen de "lo sagrado en todas sus formas", y en la misma idea de la
"consecratio mundi" tan querida a Pío XII y que ha reaparecido en el Vaticano II.
Así, pues, la acción del hombre en el mundo es la verdadera respuesta de su fe: tiene
valor en sí misma, como cumplimiento del designio de Dios, y sin referencia a una
consagración cultual. Por ello este segundo polo constitutivo de nuestra dialéctica no se
puede reducir al primero. Queda ahora la tarea de articular los dinamismos profundos de
ambos, para luego ver las implicaciones de dicha articulación.
1) Punto de unidad. La fe cristiana es una, y sus dos momentos -el Tú dicho a Dios y la
realización histórica, la filiación y la fraternidad- son inmanentes el uno al otro, aunque
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sean irreductibles entre sí y aunque no puedan mantenerse vivos más que expresándose
por actos propios, de los que ellos constituyen la intención viva.
La unidad que subyace a estos dos momentos nace de lo más profundo del núcleo de la
fe, del corazón del Dios de la fe, el Dios de la biblia que es conocido porque ama y se
entrega al hombre y para el hombre. Si en nosotros se dan dos "momentos", en Dios no
hay más que un "movimiento": tal es la fuente de unidad de nuestros dos "momentos".
De esta manera, el dinamismo del servicio existe ya en la confesión de fe, que es
agradecimiento amoroso al amor que Dios tiene a los hombres en Jesucristo; mientras
que, por otro lado, la fe dada a Dios penetra al servicio: es el descubrimiento de un amor
absoluto que cambia la vida y permite amar, actuar, esperar, o al menos dar un
significado a la acción en el mundo. Es esta involución recíproca de la fe, como
intención de la plegaria y como llamada a vivir la creación y la liberación del hombre en
la historia, la que asegura la unidad profunda de la existencia cristiana.
Por lo que toca al otro polo, supongamos que se ha comprendido que el valor de la
oración no se mide por su eficiencia, pero, con el deseo de que el culto cristiano refleje
las preocupaciones, los compromisos y las esperanzas de los cristianos, ¿no estamos
prolongando la idea mágica de la oración que esperaría que Dios hiciese sin nosotros lo
que no realiza más que a través de nosotros?
No se han delimitado más que los campos pero se han planteado dos posibles
interrogantes mediante los cuales el cristiano puede plantearse continuamente si su línea
va centrada.
Pero hay otro tipo de acción evangélica, la de los carismas y los ministerios en beneficio
de la comunidad. Aquí hay que decir que ni el carisma ministerial, ni el de la teología,
ni el testimonio evangélico, tienen el más mínimo sentido si no están sustentados por
una experiencia rica y profunda del encuentro personal con Dios, por una comprensión
meditativa de su palabra, por una atención a sus designios.
El culto cristiano como todo culto, es fiesta, pero fiesta de historia y no de evasión,
pudiendo tener por vocación reconciliar la naturaleza y la historia, el trabajo y el ocio,
puesto que es la actualización, en memorial, de un acontecimiento de salvación y la
anticipación de su consumación futura. Y, como el acontecimiento salvador está situado
en la historia, el culto está en la historia y la historia en el culto, de modo que la historia
de la salvación no atraviesa solamente la historia de la humanidad, sino que la asume.
Por otra parte, es el dinamismo del Espíritu quien obra el misterio de la consumación
escatológica e inspira la acción. De este modo, el culto cristiano puede expresar e
inspirar el poder integrador que tiene la fe en el Dios vivo, impulsando simultáneamente
una entrega amorosa gratuita y una acción comprometida.