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El concepto de campo intelectual es el más importante de todos los analizados ya que es el

que contiene a los demás, es el más general y por lo tanto el que permite comenzar a pensar
nuestro objeto de estudio. Siguiendo a Bourdieu (“Campo intelectual y proyecto creador”),
definimos al mismo como un sistema relativamente autónomo (esto es, que se rige por sus
propias leyes, o bien que es capaz de traducir a su propia lógica fuerzas externas,
principalmente económicas y políticas) que conforma una estructura dinámica en la que los
agentes participantes se definen por el lugar que ocupan en ella.

Las relaciones que se establecen dentro del campo giran en torno a la competencia por la
legitimidad cultural.

El campo editorial es el espacio social conformado alrededor del libro, considerado este último
en su doble naturaleza: mercancía y bien simbólico. El editor es la figura que encarna esta
duplicidad: su función requiere capacidad para hacer dinero (aptitud técnico-comercial) y amor
por la literatura (saber leer bien).

Una editorial decide qué publicar mediante un dispositivo institucional (comité de lectura,
directores de colección, etc.), pero la autonomía de esta instancia es baja. Esto se debe a que
el campo en su conjunto ejerce coerciones sobre cada agente que interviene en él y de esta
manera orienta las tomas de posición. Al interior del campo se dan relaciones de dominación
usualmente encubiertas por un sistema de creencias.

Durante las últimas décadas del siglo XX, en un contexto mundial de globalización, las
editoriales atraviesan un proceso de concentración: el mundo de la edición se ve invadido por
la lógica mercantil. Grandes grupos económicos, provenientes en su mayoría de las finanzas o
los medios masivos de comunicación, se dedican a comprar editoriales (de esta manera buscan
apropiarse de su capital simbólico acumulado). Lo que sucede en consecuencia es que los
lugares de decisión son ocupados por técnicos o responsables financieros, quienes favorecen
la rentabilidad en el corto plazo en detrimento de la calidad literaria.

Este panorama hace posible el surgimiento de pequeñas editoriales caracterizadas por contar
con catálogos especializados que apuntan a nichos desestimados por las grandes editoriales
comerciales.

En nuestro país, con especial fuerza luego de la crisis de 2001, la cual puso fin a una década
marcada por una política económica neoliberal, se observa el mismo proceso. Para referirse a
todo un grupo heterogéneo de editoriales pequeñas y medianas surgidas en este período es
usual emplear el título de independientes. De esta manera se quiere poner en primer plano el
origen nacional del capital económico, como forma de oposición a las grandes editoriales
multinacionales. A su vez, esta denominación funciona como estrategia de posicionamiento
dentro del campo editorial.

Por último, se debe considerar a actores que también forman parte del campo, aunque desde
lugares marginales: el crítico, quien posee poder de consagración, moldea el gusto de los
lectores y suele estar ligado a las editoriales; el agente literario, quien media entre editor y
escritor, su función es proteger los intereses (económicos) de los escritores ante las
condiciones hostiles que impone el mercado.

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