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El ser humano ha tenido una relación directa con los que lo rodean y reconocen durante la
historia de la humanidad pues ha necesitado conformar una comunidad para sobrevivir y así
tener no solo la capacidad de socialización sino además la posibilidad de construir una
cultura que lo identifique con los otros a los cuales está ligado no solo por pertenecer a una
especie, pertenece a una cultura humana que lo identifica. Durante esta historia el poder de
decisión ha recaído en un solo individuo matriarca o patriarca el cual guía a su comunidad
pues es quien tiene el derecho de reconocer al otro como parte de una comunidad, de darle
una identidad pero sin autonomía realizable solo en el momento en que reconoce ese poder
y se subordina a este. En este tipo de sociedad, aunque no existía participación ni
posibilidad de decisión directa de cada miembro del grupo, las decisiones tomadas por el
líder iban encaminadas hacia la supervivencia y preservación de la especie de todos los
miembros y con esto a la prosperidad de la comunidad que se leía no solo en términos de
los recursos obtenidos, sino además de las habilidades que pueden dominar mejor y así
propenden a la creación de una incipiente cultura que se manifiesta como propia en tanto
todos se identifican con tal o cual practica que realizan miméticamente, no son autónomos .
Así, la forma de participación de individuos es dada por el contexto histórico y cultural en
el que se desarrollan pues no se puede hablar de participación en democracia, sin primero
dar esbozos de lo que sería una cultura democrática.
Debido a que las decisiones de los nobles favorecían solo a las familias nobles, mientras
que desfavorecían a la población general, el caos social fue inevitable pues se produce un
sentimiento de inequidad y opresión, y los primeros en romper este paradigma son los
franceses los cuales gestan una revolución exigiendo equidad. Es ahí cuando nace nuestra
democracia moderna con la necesidad de restablecimiento de una cultura democrática que
tenga unos valores propios y unos ideales (igualdad, libertad y fraternidad) que le
devuelvan su valor.
El ejercicio del voto nos remite a la Grecia antigua en donde los hombres libres deliberaban
acerca de las decisiones que se debían tomar por el bien de la ciudad para salvaguardar no
intereses individuales sino más bien intereses comunes a todos los ciudadanos de la
ciudad-estado. Estos intereses convenían a todos pues en ellos se centraba la educación, la
política y la ética que si bien eran ideales griegos podían formar al hombre para ser
ciudadano de la polis en el sentimiento de otredad y alteridad que comparten entre
conciudadanos pertenecientes a una misma sociedad; esto es, considerar al otro como parte
indispensable en el desarrollo del ejercicio democrático en el cual la deliberación autónoma
de cada uno de los ciudadanos libres pasa por el reconocimiento del otro en tanto igual, con
las mismas oportunidades y méritos inculcados desde una educación que forme ética y
políticamente de la mano de la virtud constitutiva del proceso de formación griega.
Los griegos tienen mucho que enseñarnos al respecto pues ellos al constituir una visión de
la participación en política pretenden que esta se haga extensiva a todos los ciudadanos
libres que tienen los mismos derechos y deberes para con la ciudad. El ejercicio de la
virtud, esto es, hablar abiertamente y con sinceridad consistía no solo en una práctica
pedagógica sino más bien en un actuar político pues el político debía ser honesto y velar
por sus conciudadanos para que fueran virtuosos en el ejercicio político y en la vida en
comunidad. Los griegos hablaban de que el político debía disuadir a sus conciudadanos,
pero esto debe de evaluarse porque para que todos podamos legislar todos debemos de
clarificar el grado de verdad con el que somos parte activa del ejercicio democrático al
poderlos contrastar con otros para así formarnos un juicio acerca de cuál es más
conveniente y razonablemente fructífero para nuestra comunidad.
Como conclusión podemos decir que el aporte de los griegos a la democracia es vital para
entenderla como un ejercicio participativo pues los ideales de una cultura democrática
deben extenderse a toda persona que sea perteneciente a una sociedad y hacer que esta tome
conciencia de su papel activo y vinculante en la toma de decisiones y en el bien común. No
se puede decir que el funcionamiento de la democracia depende de quienes participen en
cómo se distribuye el poder. Depende de la preocupación de cada individuo por el otro, por
el bienestar común, es decir, de la ética entendida como condición de posibilidad para la
realización moral y humana de los miembros de una comunidad. Esto incluye a todos los
individuos de la sociedad, tanto al representante elegido en decidir por el bien común y no
por el individual, como por el votante primero al ejercer su derecho al voto y segundo al
tomar una decisión consciente. Esta cultura democrática ha de estar apoyada en el
conocimiento que posibilite el contraste, el debate y la deliberación de todos los miembros
para la toma de decisiones en conjunto de una comunidad