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El espíritu crítico
a) La crisis
“Uno piensa en el cine cuando no va al cine, o cuando va y algo no
funciona como debería funcionar. "Crisis" significa eso, algo que se
rompe y, porque se rompe, hay que analizarlo. De ahí viene el término
"crítica", que significa análisis o estudio de algo para emitir un juicio.
Y de ahí también "criterio", que es razonamiento adecuado.
La crisis nos obliga a pensar. La crisis del mundo, la de nuestras
relaciones -que a veces están a punto de naufragar-, la crisis de la
economía, de la política. Pensar es consecuencia de alguna crisis. Si no, ¿para qué pensar? Si nos
va bien en los negocios, ¿para qué pensar en los negocios? Pero si nos va mal en la vida, podemos
llegar a pensar: "¿Para qué necesito yo todo esto, para qué me sirve?, ¿mejora mi vida con ello?".
La crisis produce análisis, reflexión. Cuando el pensamiento es sistemático, cuando abarca los
grandes temas de la vida y busca e indaga qué es el amor, qué es el bien, qué es la vida, qué es
la felicidad, sin dejarse llevar por las preferencias individuales, se llama filosofía”2.
b) El despertar de la conciencia
“Suele suceder que las decoraciones se derrumben. Levantarse, tomar el tranvía, cuatro horas de
oficina o de fábrica, la comida, el tranvía, cuatro horas de trabajo, la comida, el sueño y lunes,
martes, miércoles, jueves, viernes y sábado con el mismo ritmo es una ruta que se sigue
fácilmente durante la mayor parte del tiempo. Sólo que un día se alza el "por qué" y todo
comienza con esa lasitud teñida de asombro. "Comienza": esto es importante. La lasitud está al fi-
nal de los actos de una vida maquinal, pero inicia al mismo tiempo el movimiento de la
conciencia. La despierta y provoca la continuación. La continuación es la vuelta inconsciente a la
cadena o el despertar definitivo”3.
1
Jaspers, K., La filosofía, Fondo de cultura económica, México, 1981, 25.
2
Barylko, J., La filosofía. Una invitación a pensar, Planeta, Buenos Aires, 1997, 12-13.
3
Camus, A., El mito de Sísifo, Losada, Buenos Aires, 2007, 25.
4
La visión profunda
“En efecto, a menudo estamos muy seguros de lo que vemos y, sin embargo,
lo que vemos es una apariencia, no es la realidad. Tengo compañeros a
quienes he encasillado como simpáticos o antipáticos. De pronto me
encuentro con alguien a quien no dudo en clasificar como antipático y, des-
pués de muchos años, descubro que en realidad es muy simpático, una
persona encantadora.
Nada es lo que parece ser. Ni el mundo, ni la esposa de uno.
Le comento a un amigo del barrio estas vicisitudes y también las reflexiones
que las originaron. El es profesor en la escuela secundaria. Me mira y se
sonríe, con un dejo de ironía y otro de misericordia:
-¡Terminas de descubrir la filosofía! -me dice, y me golpea amistosamente en la espalda, como se
estimula a un niño que acaba de decir o hacer algo brillante.
Lo miro en silencio, cohibido.
-Sí, eso es la filosofía. Estamos rodeados de apariencias. Cuando uno se despierta, quiere
conocer la verdad, lo que se oculta detrás de las apariencias. En griego se dice aletheia, lo des-
cubierto, es decir, la verdad. De eso se ocupa la filosofía.
_¿Y por qué no somos todos filósofos? -le pregunto.
-Primero, porque no todos nos despertamos. Algunos, mejor dicho una amplia mayoría, pasan la
vida entre las apariencias y con ellas se satisfacen: apariencia de dicha, apariencia de amor,
apariencia de alegría...
-¡Basta, basta -lo interrumpo-, no me amargues más!
-No se trata de amargarte, al contrario. Si despiertas y tomas conciencia de la apariencia, anhelarás
el conocimiento de la verdad profunda, des-tapada, de la aletheia, como te decía. Ahí hallarás el
bien, lo permanente, y eso te dará reposo, serenidad para deleitarte.
-¿Y cómo despertarse?
-Cuando la apariencia entra en crisis, cuando falla, si estás dispuesto a darte cuenta, se produce la
fractura. La realidad se desgarra como un velo, ahí te detienes, y piensas. Perder la protección que
brindan las apariencias es un dolor, pero saber que uno sale de la oscuridad a la luz es una
dicha”4.
La humildad
“En nuestro tiempo, el filósofo Paul Feyerabend sostiene, en ¿Por qué
no Platón?, que el pensamiento nunca debería dejar de ser diálogo para
ser viviente. En los diálogos los personajes que hablan confrontan
puntos de vista diferentes, y así es como se da lugar a la duda, y de ella
surge el pensamiento. Du-da tiene la raíz dos. Quien tiene una idea no
piensa, porque no du-da. Y si no tiene dos ideas que se contrapongan,
lo mejor que puede hacer es recurrir al diálogo con otro. Eso
aprendemos con Sócrates: si nos quedamos con nuestra propia idea,
esta se nos vuelve una cárcel y no crecemos. Debemos abrimos al
otro. Al otro humano, y al otro concepto”5.
4
Barylko, J., La filosofía. Una invitación a pensar, Planeta, Buenos Aires, 1997, 9-11.
5
Barylko, J., La filosofía. Una invitación a pensar, Planeta, Buenos Aires, 1997, 26.
5
Comienzos de la filosofía
Comienzo histórico: la filosofía y los mitos
“Por filosofía entendemos una manera de pensar totalmente
nueva que surgió en Grecia alrededor del año 600 antes de
Cristo. Hasta entonces habían sido las distintas religiones las
que le dieron a la gente las respuestas a todas esas preguntas
que se hacían. Estas explicaciones religiosas se transmitieron
de generación en generación a través de los mitos. Un mito es
un relato sobre Dioses, que permite explicar el principio de
la vida, dar respuestas a los seres humanos de algo que no
entienden.
Los filósofos criticaron mucho la mitología nórdica, y por primera vez se dijo que los mitos no
eran más que imaginaciones humanas; esto conllevó a un cambio de una manera de pensar mítica
a un razonamiento basado en la experiencia y la razón. En términos generales un filósofo puede
interesarse por el origen de las plantas, animales, y otros pueden averiguar si existe un Dios, o si
el ser humano tiene un alma inmortal (…)
Alrededor del año 700 a. de C., gran parte de los mitos griegos fueron plasmados por escrito por
Homero y Hesíodo. Con esto se creó una nueva situación. Al tener escritos los mitos, se hizo
posible discutirlos.
Los primeros filósofos griegos criticaron la mitología de Homero sólo porque los dioses se
parecían mucho a los seres humanos y porque tenían casi todas las características que poseen los
hombres. Por primera vez se dijo que quizás los mitos no fueran más que imaginaciones humanas.
Encontramos un ejemplo de esta crítica de los mitos en el filósofo Jenófanes, que nació en el 570 a.
de C. «Los seres humanos se han creado dioses a su propia imagen», decía. «Creen que los dioses
han nacido y que tienen cuerpo, vestidos e idioma como nosotros. Los negros piensan que los
dioses son negros y chatos, los tracios los imaginan rubios y con ojos azules. ¡Incluso si los bueyes,
caballos y leones supieran pintar, habrían representado dioses con aspecto de bueyes, caballos y
leones! »”6.
6
Gaarder, J., El mundo de Sofía, Novela sobre la historia de la filosofía, Madrid, Siruela, 1995.
7
Jaspers, K., La filosofía, México, Breviarios del Fondo de Cultura Económica, 1957.
8
Quiles, I., ¿Qué es la filosofía?, Club de lectores, Buenos Aires, 1973, 10-11.
6
b) Étienne Gilson (1884-1978): Amor a la sabiduría
“La filosofía, según el significado de su nombre, es amor a la sabiduría.
Filosofar, por tanto, es buscar la sabiduría a través de un esfuerzo estable de
reflexión, que en sí mismo implica requisitos éticos definidos; porque nadie
puede, al mismo tiempo, filosofar y llevar un modo de vida incompatible con
el pensar filosófico (...) La vida de un filósofo es un esfuerzo constante por
adquirir la sabiduría.
Pero ¿qué es la sabiduría? Según la definición clásica, es el conocimiento de los primeros
principios y de las primeras causas. Por supuesto, también incluye el conocimiento de muchas
otras cosas; pero, en la medida en que utiliza su sabiduría, un sabio conoce todo lo demás como
incluido en los primeros principios y las primeras causas, o al menos en relación con ellos.
Todos tenemos alguna experiencia de lo que esto quiere decir. Hay cosas que conocemos porque
las recordamos, y hay otras que conocemos, no porque nos acordemos de ellas, sino porque
conocemos algunas otras por las cuales podemos encontrarlas siempre que las necesitemos, sin
recargar nuestra memoria con detalles innecesarios. Cada vez que nuestra inteligencia logra en
esa forma reemplazar el conocimiento mismo por algunos de sus principios y de sus causas, está
en el camino hacia la sabiduría. De hecho, ya ha encontrado la sabiduría, al menos parcialmente.
Si esto es verdad, la filosofía es menos un saber que una vida dedicada a la búsqueda de
determinado saber, la sabiduría. Es una ocupación peculiar y que dura toda la vida. Por esto hay
tan pocos filósofos, entiendendo por filósofos hombres cuya vida entera está total y finalmente
dedicada a la tarea de alcanzar la sabiduría. Es cierto que a la mayoría de los hombres les encanta
decir, de vez en cuando, que ellos también son filósofos. Y lo son, a su modo, en la medida en que,
a través de una larga experiencia de las cosas y de los hombres, más una cierta dosis de reflexión,
han llegado a algunas conclusiones generales que llaman su filosofía. Sin embargo, no son
filósofos, precisamente porque su así llamada filosofía ha surgido espontáneamente de sus vidas,
mientras que la vida de un filósofo está completamente dedicada a la conquista de la sabiduría. Si
se es filósofo, no se puede hacer nada más que filosofar; o si se hace algo más, se hará en vistas a
asegurar la libertad que se necesita para filosofar (...)
La vida filosófica se asemeja al enamoramiento, o a la respuesta a la llamada de una vocación, o a
la experiencia transformadora de una conversión (...) Un verdadero filósofo no es sino un hombre
que ama la sabiduría por sí misma, porque amarla en razón de alguna otra cosa es ser un amante,
no de la sabiduría, sino de alguna otra cosa (...) La filosofía se vuelve impura tan pronto como es
animada por cualquier otro motivo que no sea la voluntad de conocer las cosas exactamente como
son y de, conociendo la verdad, darle una expresión adecuada (...)”9.
Platón (427-347):
a) Entre la ignorancia y la sabiduría
“- Ninguno de los dioses hace filosofía, ni desea volverse sabio, desde el momento que ya lo es.
Y quien es sabio no filosofa. Pero ni siquiera los ignorantes hacen filosofía, ni desean volverse
sabios. En efecto, la ignorancia tiene justamente esto de penoso: quien no es ni bello ni bueno ni
sabio, considera serlo, en cambio, de modo conveniente. Y, en efecto, aquél que no considera estar
necesitado, no desea aquello de lo que no considera tener necesidad.
- ¿Quiénes son, pues, Diotima aquellos que filosofan si no lo son los sabios y ni tampoco los
ignorantes?
Es claro incluso hasta para un niño que son aquellos que se encuentran a mitad de camino entre
los unos y los otros, y uno de estos es justamente Eros. En efecto, la sabiduría es una de las cosas
más bellas, y Eros es amor por lo Bello. Por esto es necesario que Eros sea filósofo y en cuanto es
filósofo, que sea intermediario entre el sabio y el ignorante”10.
9
Gilson, E., El amor a la sabiduría, Otium, 1979.
10
Platón, Banquete, II.
7
b) La filosofía es contemplación
“Los verdaderos filósofos son aquellos que aman contemplar la verdad”11.
11
Platón, República, IV.
8
tanta pereza para filosofar. Y lo peor de todo es que cuando casualmente nos deja algún tiempo
libre y nos ponemos a reflexionar, interviene de súbito en medio de nuestras investigaciones, nos
perturba, nos trastorna y nos hace incapaces de discernir la verdad. Está pues demostrado que, si
queremos saber claramente algo, hemos de separarnos del cuerpo y mirar por medio del alma en
sí misma las cosas en sí mismas. Y solamente entonces disfrutaremos de la sabiduría, de la que
nos declaramos enamorados, es decir, después de nuestra muerte, y no durante nuestra vida. Y la
misma razón nos lo dice. Pues si es imposible conocer nada distintamente mientras estamos
unidos al cuerpo, una de dos: o bien no llegaremos nunca al saber, o llegaremos a él después de la
muerte, porque entonces el alma será en sí misma y por sí misma, separada del cuerpo. Y mientras
estemos en esta vida, no nos acercaremos al saber si no es con la condición de separarnos del
cuerpo, de renunciar a todo trato con él, a menos que sea una absoluta necesidad, de no dejarnos
contaminar por su naturaleza, de mantenernos limpios de sus contaminaciones hasta que el
mismo Dios nos libere de él. Y así, libres de la locura del cuerpo, conversaremos, según espero,
con hombres libres como nosotros, y conoceremos por nosotros mismos todo lo que es puro y sin
mezcla. En esto, sin duda, consiste la verdad. Pero, al que no es puro, no le está permitido
contemplar la pureza. Esto es, a mi parecer, amigo Simias, lo que los verdaderos amigos del saber
deben pensar y hablar entre ellos. ¿No crees tú lo mismo que yo?
-- Completamente, Sócrates (...)
-- ¿Y la purificación (catarsis) no es, por ventura, lo que en la tradición se viene diciendo desde
antiguo (las tradiciones órficas), el separar lo más posible el cuerpo del alma y el acostumbrarla a
concentrarse y recogerse en sí misma, retirándose de todas las partes del cuerpo, y viviendo en lo
posible tanto en el presente como en el después sola en sí misma, desligada del cuerpo como de
una atadura?
--Así es, en efecto --dijo.
--¿Y no se da el nombre de muerte a eso precisamente, al desligamiento y separación del alma con
el cuerpo?
--Sin duda alguna --respondió Simmias.
--Pero el desligar el alma, según afirmamos, es la aspiración suma, constante, propia tan solo de
los que filosofan en el recto sentido de la palabra; y la ocupación de los filósofos estriba
precisamente en eso mismo, en el desligamiento y separación del alma y del cuerpo. ¿Sí o no?
--Así parece (...)
--Luego, en realidad, oh Simmias --replicó Sócrates--, los que filosofan en el recto sentido de la
palabra se ejercitan en morir, y son los hombres a quienes menos temeroso resulta el estar
muertos”12.
12
Platón, Fedón, 65a_68a.
13
Aristóteles, Metafísica, IV.
9
Immanuel Kant (1724-1804): La crítica del conocimiento
“La metafísica, tanto de la naturaleza como la de la moral y, especialmente, la
crítica de la razón que se atreve a volar con sus propias alas -crítica que va antes,
como ejercicio introductorio (propedéutica)- es lo único que constituye
realmente lo que podemos llamar filosofía en sentido propio”14.
14
Kant, I., Crítica de la razón pura, Doctrina trasc. del método, cap. 3, B 879.
15
Comte, A., Curso de filosofía positiva, Lección primera, Aguilar, Buenos Aires 1973, p. 34-36.
10
Karl Marx (1818-1883):
a) La filosofía es la religión convertida en pensamiento
“(…) la filosofía no es más que la religión convertida en
pensamiento y desarrollada discursivamente y que, por tanto,
debe condenarse tanto como aquélla, ya que no representa sino
otra forma, otro modo de existencia de la alienación del
hombre”16.
19
García Morente, M., Lecciones preliminares de filosofía, Buenos Aires: Losada, 1991, p. 16-17
20
Ortega y Gasset, ¿Qué es filosofía?, en «Obras completas», vol. VII, Revista de Occidente, Madrid 1966-69, p.401-404.
21
Camus, A., El mito de Sísifo, Losada, Buenos Aires, 2007, 15.
12
Juan Alfredo Casaubón (1929-2010): La filosofía como búsqueda de
respuestas profundas
“La investigación y demostración tendientes a dar respuesta a los grandes
interrogantes del hombre sobre el universo, sobre la vida, sobre sí mismo,
sobre la moral y la esencia de la técnica, y por último, sobre el ente en ciencia
cuanto tal, que culminan en el problema de Dios, son tarea de la filosofía.
Ahora bien, dicho esto, pdoemos enunciar la definición más divulgada de la
filosofía: «el conocimiento cierto de todas las cosas a la luz de la razón,
explciadas por sus causas primeras o últimas»”22.
Objeto material
“Que no es una ciencia productiva resulta evidente ya desde los primeros que filosofaron: en
efecto, los hombres –ahora y desde el principio- comenzaron a filosofar al quedarse maravillados
ante algo, maravillándose en un primer momento ante lo que comúnmente causa extrañeza y
después, al progresar poco a poco, sintiéndose perplejos ante cosas de mayor importancia, por
ejemplo, ante las peculiaridades de la luna, y las del sol y los astros, y ante el origen del Todo.
Ahora bien, el que se siente perplejo y maravillado reconoce que no sabe (de ahí que el amante del
mito sea, a su modo, «amante de la sabiduría»: y es que el mito se compone de maravillas). Así,
pues, si filosofaron por huir de la ignorancia, es obvio que perseguían el saber por afán de
22
Casaubón, A., Nociones generales de lógica y filosofía, Buenos Aires: Estrada, 1985, p.6
23
Caballero, J. A., Obras de José Agustín Caballero Vol. 1, Editorial de la Universidad de La Habana, La Habana, 1944.
24
Aristóteles, Metafísica, Libro I, Capítulo primero.
13
conocimiento y no por utilidad alguna. Por otra parte, así lo atestigua el modo en que sucedió: y
es que un conocimiento tal comenzó a buscarse cuando ya existían todos los conocimientos
necesarios y también los relativos al placer y a pasarlo bien. Es obvio, pues, que no la buscamos
por ninguna utilidad, sino que, al igual que un hombre libre es, decimos, aquel cuyo fin es él
mismo y no otro, así también consideramos que ésta es la única ciencia libre: solamente ella es, en
efecto, su propio fin.”25
Objeto formal
“Apréciese, de paso, al mismo tiempo que se señala en qué consiste la reflexión filosófica, una
comparación entre ciencia y reflexión filosófica. Ante el hecho de la muerte de un ser humano el
problema no consiste tan sólo en determinar si la causa de la muerte fue un infarto o un cáncer
(ciencia positiva) sino en determinar por qué el hombre es mortal (filosofía); o bien, responder
al modo como las cámaras legislativas elaboran las leyes positivas (ciencia positiva) deja todavía
abierta la cuestión de la determinación de la razón última que, hace necesaria la existencia de tales
leyes (filosofía).”26
La razón y la fe
a) Saber y Creer
“Ante todo conviene decir algunas palabras sobre la creencia en general. La situación
«proporcionalidad entre creencia y evidencia» no es, a mi juicio, tan frecuente en la vida científica
como se pretende. El interés preferente de los científicos no es creer en las cosas, sino llegar a
saberlas. Que yo sepa, nadie usa la palabra «fe» para referirse a cosas sabidas. El médico dice
«”creo” que este hombre ha sido envenenado» antes de examinar su cuerpo. Después de hacerlo,
declara «ha sido envenenado». Nadie afirma «creo la tabla de multiplicación». Quien coge a un
ladrón con las manos en la masa no dice tampoco «”Creo” que estaba robando». Durante su
trabajo, es decir, cuando actúa como hombre de ciencia, el científico se afana por eludir la creencia
y la incredulidad y por alcanzar el conocimiento. Para ello utiliza, naturalmente, hipótesis o
supuestos. Ni aquéllas ni estos son, a mi juicio, creencia. No debemos buscar, pues, la actitud del
científico sobre ellas en su vida científica, sino en las horas de ocio”27.
25
Ibidem.
26
Pieper, J., Defensa de la filosofía, Herder, Barcelona, 1976, 14.
27
Lewis, C. S., El diablo propone un brindis, Rialp, Madrid, 2008, 82.
14
grado de convicción a la parte contraria. El es consciente de su incapacidad para refutar el
milagro con la certeza de la demostración matemática. Con todo, la posibilidad formal de que
haya ocurrido no le produce realmente más inquietud que el temor de que el agua no esté
compuesta por oxígeno e hidrógeno. El cristiano tampoco pretende necesariamente tener
pruebas demostrativas. Sin embargo, la posibilidad formal de que Dios no exista no entraña el
menor atisbo de duda sobre su existencia. Algunos cristianas sostienen que hay pruebas
demostrativas de la existencia de Dios. Tal vez haya también materialistas dispuestos a afirmar
que hay refutaciones demostrativas. Cualquiera de los dos podría estar en la cierto (caso de que lo
esté alguno), siempre que se limitara a afirmar que la demostración o refutación es conocimiento,
no creencia o incredulidad. Estamos hablando de creencia e incredulidad en su más alto grado. En
cambio, al referirnos al conocimiento no aludimos a su forma más elevada. En este sentido, la
creencia es, a mi juicio, asentimiento a una proposición cuya elevada probabilidad lleva a la
exclusión psicológica de la duda, pero no a la eliminación lógica de la disputa”28.
c) La fe no religiosa
“Cabe preguntar si este género de creencia (y, por supuesto, de incredulidad) es adecuado para
las proposiciones no teológicas. A mi juicio, muchas convicciones provocan un tipo de
asentimiento semejante. Ciertas posibilidades no parecen tan grandes, que la ausencia de certeza
lógica no provoca en nosotros la menor sobra de dudas. Las creencias científicas de los no
científicos tienen con frecuencia ese carácter, especialmente entre personas de escaza formación.
La mayor parte de nuestras creencias sobre los demás son del mismo tipo. El propio científico, o
cualquiera que haya trabajado como tal en un laboratorio, tiene determinadas convicciones
sobre su esposa y sus amigos. Ninguno de ellas carece, a su juicio, de evidencia. Más aún,
poseen una certeza superior a la que pueda proporcionar la evidencia del laboratorio”29.
d) Creencia e incredulidad
“Los hombres tratan de huir cuanto les es posible de la región de la creencia para adentrarse en
la del conocimiento, y si consiguen el saber no vuelven a decir que creen. Los problemas
interesantes para el matemático se pueden resolver siguiendo una técnica estricta y
particularmente clara. Los del científico tiene la suya propia, enteramente distinta. Los del
historiador y el juez, por su parte, son también distintos de los anteriores. Hasta donde los legos
podemos conjeturar, la fórmula del matemático utiliza el razonamiento, la del científico el
experimento, la del historiador el documento, la del juez el testimonio concurrente declarado bajo
juramento. Como hombres todos ellos tiene determinadas creencias sobre cuestiones ajenas a sus
disciplinas a las que no aplican normalmente los métodos adecuados para ellas. Si lo hicieran,
levantarían cierta sospecha de morbidez e incluso de locura. La fuerza de la creencia varía desde
la opinión débil a la completa certidumbre subjetiva. Entre las formas fuerte de creencia se
encuentra la fórmula «creo» pronunciada por el cristiano y la expresión «no creo ni una palabra»
proferida por el ateo. El tema genuino de discrepancia entre ambos no implica necesariamente
una fuerza semejante de creencia o incredulidad. Hay quienes creen moderadamente en la
existencia o no existencia de Dios. En cambio, la creencia o incredulidad de otros carece
absolutamente de dudas. Toda creencia, las débiles y las fuertes, se asienta, según los que la
tienen, en evidencia. Pero los creyentes firmes y los incrédulos decididos consideran sus
testimonios particularmente incontrovertibles. No es preciso suponer completa insensatez en
ninguno de ellos. Basta considerarlos equivocados. Uno de ellos ha estimado erróneamente la
evidencia. Ni siquiera así se puede suponer, sin embargo, que el error sea de naturaleza
escandalosa. De otro modo no podría continuar el debate”30.
28
Lewis, C. S., El diablo propone un brindis, Rialp, Madrid, 2008, 82-83.
29
Lewis, C. S., El diablo propone un brindis, Rialp, Madrid, 2008, 83-84.
30
Lewis, C. S., El diablo propone un brindis, Rialp, Madrid, 2008, 87-88.
15
e) Demostración o confianza
“La ambigüedad no es, en este sentido, algo en pugna con la fe, sino una condición que la hace
posible. Cando alguien pide nuestra confianza, podemos dársela o negársela. Pero carece de
sentido decir que la otorgaremos cuando se nos ofrezcan certezas susceptibles de demostración. Si
se dieran demostraciones, no habría lugar para la confianza”31.
La alegoría de la caverna
“--Ahora, continué, imagínate nuestra naturaleza, por lo que se refiere a la ciencia, y a la
ignorancia, mediante la siguiente escena. Imagina unos hombres en una habitación subterránea en
forma de caverna con una gran abertura del lado de la luz. Se encuentran en ella desde su niñez,
sujetos por cadenas que les inmovilizan las piernas y el cuello, de tal manera que no pueden ni
cambiar de sitio ni volver la cabeza, y no ven más que lo que está delante de ellos. La luz les viene
de un fuego encendido a una cierta distancia detrás de ellos sobre una eminencia del terreno.
Entre ese fuego y los prisioneros, hay un camino elevado, a lo largo del cual debes imaginar un
pequeño muro semejante a las barreras que los ilusionistas levantan entre ellos y los espectadores
y por encima de las cuales muestran sus prodigios.
--Ya lo veo, dijo.
--Piensa ahora que a lo largo de este muro unos hombres llevan objetos de todas clases, figuras de
hombres y de animales de madera o de piedra, v de mil formas distintas, de manera que aparecen
por encima del muro. Y naturalmente entre los hombres que pasan, unos hablan y otros no dicen
nada.
--Es esta una extraña escena y unos extraños prisioneros, dijo.
--Se parecen a nosotros, respondí. Y ante todo, ¿crees que en esta situación verán otra cosa de sí
mismos y de los que están a su lado que unas sombras proyectadas por la luz del fuego sobre el
fondo de la caverna que está frente a ellos.
--No, puesto que se ven forzados a mantener toda su vida la cabeza inmóvil.
--¿Y no ocurre lo mismo con los objetos que pasan por detrás de ellos?
--Sin duda.
--Y si estos hombres pudiesen conversar entre sí, ¿no crees que creerían nombrar a las cosas en sí
nombrando las sombras que ven pasar?
--Necesariamente.
--Y si hubiese un eco que devolviese los sonidos desde el fondo de la prisión, cada vez que hablase
uno de los que pasan, ¿no creerían que oyen hablar a la sombra misma que pasa ante sus ojos?
--Sí, por Zeus, exclamó.
31
Lewis, C. S., El diablo propone un brindis, Rialp, Madrid, 2008, 94.
16
--En resumen, ¿estos prisioneros no atribuirán realidad más que a estas sombras?
--Es inevitable.
--Supongamos ahora que se les libre de sus cadenas y se les cure de su error; mira lo que resultaría
naturalmente de la nueva situación en que vamos a colocarlos. Liberamos a uno de estos
prisioneros. Le obligamos a levantarse, a volver la cabeza, a andar y a mirar hacia el lado de la luz:
no podrá hacer nada de esto sin sufrir, y el deslumbramiento le impedirá distinguir los objetos
cuyas sombras antes veía. Te pregunto qué podrá responder si alguien le dice que hasta entonces
sólo había contemplado sombras vanas, pero que ahora, más cerca de la realidad y vuelto hacia
objetos más reales, ve con más perfección; y si por último, mostrándole cada objeto a medida que
pasa, se le obligase a fuerza de preguntas a decir qué es, ¿no crees que se encontrará en un apuro,
y que le parecerá más verdadero lo que veía antes que lo que ahora le muestran?
--Sin duda, dijo.
--Y si se le obliga a mirar la misma luz, ¿no se le dañarían los ojos? ¿No apartará su mirada de ella
para dirigirla a esas sombras que mira sin esfuerzo? ¿No creerá que estas sombras son realmente
más visibles que los objetos que le enseñan?
--Seguramente.
--Y si ahora lo arrancamos de su caverna a viva fuerza y lo llevamos por el sendero áspero y
escarpado hasta la claridad del sol, ¿esta violencia no provocará sus quejas y su cólera? Y cuando
esté ya a pleno sol, deslumbrado por su resplandor, ¿podrá ver alguno de los objetos que
llamamos verdaderos?
--No podrá, al menos los primeros instantes.
--Sus ojos deberán acostumbrarse poco a poco a esta región superior. Lo que más fácilmente verá
al principio serán las sombras, después las imágenes de los hombres y de los demás objetos
reflejadas en las aguas, y por último los objetos mismos. De ahí dirigirá sus miradas al cielo, y
soportará más fácilmente la vista del cielo durante la noche, cuando contemple la luna y las
estrellas, que durante el día el sol y su resplandor.
--Así lo creo.
--Y creo que al fin podrá no sólo ver al sol reflejado en las aguas o en cualquier otra parte, sino
contemplarlo a él mismo en su verdadero asiento.
--Indudablemente.
--Después de esto, poniéndose a pensar, llegará a la conclusión de que el sol produce las
estaciones y los años, lo gobierna todo en el mundo visible y es en cierto modo la causa de lo que
ellos veían en la caverna.
--Es evidente que llegará a esta conclusión siguiendo estos pasos.
--Y al acordarse entonces de su primera habitación y de sus conocimientos allí y de sus
compañeros de cautiverio, ¿no se sentirá feliz por su cambio y no compadecerá a los otros?
Ciertamente.
--Y si en su vida anterior hubiese habido honores, alabanzas, recompensas públicas establecidas
entre ellos para aquel que observase mejor las sombras a su paso, que recordase mejor en qué
orden acostumbran a precederse, a seguirse o a aparecer juntas y que por ello fuese el más hábil
en pronosticar su aparición, ¿crees que el hombre de que hablamos sentiría nostalgia de estas
distinciones, y envidiaría a los más señalados por sus honores o autoridad entre sus compañeros
de cautiverio? ¿.No crees más bien que será como el héroe de Homero y preferirá mil veces no ser
más «que un mozo de labranza al servicio de un pobre campesino» y sufrir todos los males
posibles antes que volver a su primera ilusión y vivir como vivía?
--No dudo que estaría dispuesto a sufrirlo todo antes que vivir como anteriormente.
--Imagina ahora que este hombre vuelva a la caverna y se siente en su antiguo lugar. ¿No se le
quedarían los ojos como cegados por este paso súbito a la obscuridad?
--Sí, no hay duda.
--Y si, mientras su vista aún está confusa, antes de que sus ojos se hayan acomodado de nuevo a la
obscuridad, tuviese que dar su opinión sobre estas sombras y discutir sobre ellas con sus
17
compañeros que no han abandonado el cautiverio, ¿no les daría que reír? ¿No dirán que por haber
subido al exterior ha perdido la vista, y no vale la pena intentar la ascensión? Y si alguien
intentase desatarlos y llevarlos allí, ¿no lo matarían, si pudiesen cogerlo y matarlo?
--Es muy probable.
--Ésta es precisamente, mi querido Glaucón, la imagen de nuestra condición. La caverna
subterránea es el mundo visible. El fuego que la ilumina, es la luz del sol. Este prisionero que sube
a la región superior y contempla sus maravillas, es el alma que se eleva al mundo inteligible. Esto
es lo que yo pienso, ya que quieres conocerlo; sólo Dios sabe si es verdad. En todo caso, yo creo
que en los últimos límites del mundo inteligible está la idea del bien, que percibimos con
dificultad, pero que no podemos contemplar sin concluir que ella es la causa de todo lo bello y
bueno que existe. Que en el mundo visible es ella la que produce la luz y el astro de la que
procede. Que en el mundo inteligible es ella también la que produce la verdad y la inteligencia. Y
por último que es necesario mantener los ojos fijos en esta idea para conducirse con sabiduría,
tanto en la vida privada como en la pública. Yo también lo veo de esta manera, dijo, hasta el punto
de que puedo seguirte. [. . .]
--Por tanto, si todo esto es verdadero, dije yo, hemos de llegar a la conclusión de que la ciencia no
se aprende del modo que algunos pretenden. Afirman que pueden hacerla entrar en el alma en
donde no está, casi lo mismo que si diesen la vista a unos ojos ciegos.
--Así dicen, en efecto, dijo Glaucón.
--Ahora bien, lo que hemos dicho supone al contrario que toda alma posee la facultad de
aprender, un órgano de la ciencia; y que, como unos ojos que no pudiesen volverse hacia la luz si
no girase también el cuerpo entero, el órgano de la inteligencia debe volverse con el alma entera
desde la visión de lo que nace hasta la contemplación de lo que es y lo que hay más luminoso en
el ser; y a esto hemos llamado el bien, ¿no es así?
--Sí.
--Todo el arte, continué, consiste pues en buscar la manera más fácil y eficaz con que el alma
pueda realizar la conversión que debe hacer. No se trata de darle la facultad de ver, ya la tiene.
Pero su órgano no está dirigido en la buena dirección, no mira hacia donde debiera: esto es lo que
se debe corregir.
--Así parece, dijo Glaucón”32.
32
Platón, República, Libro VII.
18
Pero con todas esas necesidades cubiertas, ¿hay todavía algo que todo el mundo necesite? Los
filósofos opinan que sí. Opinan que el ser humano no vive sólo de pan. Es evidente que todo el
mundo necesita comer. Todo el mundo necesita también amor y cuidados. Pero aún hay algo más
que todo el mundo necesita. Necesitamos encontrar una respuesta a quién somos y por qué
vivimos.
Interesarse por el por qué vivimos no es, por lo tanto, un interés tan fortuito o tan casual como,
por ejemplo, coleccionar estampillas o ranas. Quien se interesa por cuestiones de ese tipo está
preocupado por algo que ha interesado a los seres humanos desde que viven en este planeta. El
cómo ha nacido el universo, el planeta y la vida aquí, son preguntas más grandes y más
importantes que quién ganó más medallas de oro en los últimos juegos olímpicos de invierno.
La mejor manera de aproximarse a la filosofía es plantear algunas preguntas filosóficas: ¿Cómo se
creó el mundo? ¿Existe alguna voluntad o intención detrás de lo que sucede? ¿Hay otra vida
después de la muerte? ¿Cómo podemos solucionar problemas de ese tipo? Y, ante todo: ¿cómo
debemos vivir? En todas las épocas, los seres humanos se han hecho preguntas de este tipo. No se
conoce ninguna cultura que no se haya preocupado por saber quiénes son los seres humanos y de
dónde procede el mundo.
En realidad, no son tantas las preguntas filosóficas que podemos hacernos. Ya hemos formulado
algunas de las más importantes. No obstante, la historia nos muestra muchas respuestas
diferentes a cada una de las preguntas que nos hemos hecho. Vemos, pues, que resulta más fácil
hacerse preguntas filosóficas que contestarlas.
También hoy en día cada uno tiene que buscar sus propias respuestas a esas mismas preguntas.
No se puede consultar una enciclopedia para ver si existe Dios o si hay otra vida después de la
muerte. La enciclopedia tampoco nos proporciona una respuesta a cómo debemos vivir. No
obstante, a la hora de formar nuestra propia opinión sobre la vida, puede resultar de gran ayuda
leer lo que otros han pensado.
La búsqueda de la verdad que emprenden los filósofos podría compararse, quizás, con una
historia policíaca. Unos opinan que Andersen es el asesino, otros creen que es Nielsen o Jepsen.
Cuando se trata de un verdadero misterio policíaco, puede que la policía llegue a descubrirlo
algún día. Por otra parte, también puede ocurrir que nunca lleguen a develar el misterio. No
obstante, el misterio sí tiene una solución. Aunque una pregunta resulte difícil de contestar puede,
sin embargo, pensarse que tiene una, y sólo una respuesta correcta. O existe una especie de vida
después de la muerte, o no existe.
A través de los tiempos, la ciencia ha solucionado muchos antiguos enigmas. Hace mucho era un
gran misterio saber cómo era la otra cara de la luna. Cuestiones como ésas eran difícilmente
discutibles; la respuesta dependía de la imaginación de cada uno. Pero, hoy en día, sabemos con
exactitud cómo es la otra cara de la luna. Ya no se puede "creer" que hay un hombre en la luna, o
que la luna es un queso.
Uno de los viejos filósofos griegos que vivió hace más de dos mil años pensaba que la filosofía
surgió debido al asombro de los seres humanos. Al ser humano le parece tan extraño existir que
las preguntas filosóficas surgen por sí solas, opinaba él. Es como cuando contemplamos juegos de
magia: no entendemos cómo puede haber ocurrido lo que hemos visto. Y entonces nos
preguntamos justamente eso: ¿cómo ha podido convertir el prestidigitador un par de pañuelos de
seda blanca en un conejo vivo? A muchas personas, el mundo les resulta tan inconcebible como
cuando el prestidigitador saca un conejo de ese sombrero de copa que hace un momento estaba
completamente vacío.
En cuanto al conejo, entendemos que el prestidigitador tiene que habernos engañado. Lo que nos
gustaría descubrir es cómo ha conseguido engañarnos. Tratándose del mundo, todo es un poco
diferente. Sabemos que el mundo no es trampa ni engaño, pues nosotros mismos andamos por la
Tierra formando una parte del mismo. En realidad, nosotros somos el conejo blanco que se saca
del sombrero de copa. La diferencia entre nosotros y el conejo blanco es simplemente que el
19
conejo no tiene sensación de participar en un juego de magia. Nosotros somos distintos. Pensamos
que participamos en algo misterioso y nos gustaría desvelar ese misterio.
En cuanto al conejo blanco, quizás convenga compararlo con el universo entero. Los que vivimos
aquí somos unos bichos minúsculos que vivimos muy dentro de la piel del conejo. Pero los
filósofos intentan subirse por encima de uno de esos fines pelillos para mirar a los ojos al gran
prestidigitador”33.
La filosofía y el ocio
a) El ocio y el negocio
“A partir de este momento y listas ya todas las ciencias tales, se inventaron las que no se orientan
al placer ni a la necesidad, primeramente en aquellos lugares en que los hombres gozaban de
ocio: de ahí que las artes matemáticas se constituyeran por primera vez en Egipto, ya que allí la
casta de los sacerdotes gozaba de ocio”34.
b) Ni trabajo ni descanso
“Es el ocio la gozosa actividad de la no-actividad, la contemplación silenciosa, lúcida y
aceptadora de la realidad y el misterio del mundo, la pausa en el trabajo que, levantándose
sobre el mero descanso, levanta al funcionario a la plenitud de su condición de hombre”35.
“Sólo puede haber ocio cuando el hombre se encuentra consigo mismo, cuando asiente a su
verdadero ser (...). Frente al exclusivismo de la norma ejemplar del trabajo como actividad está el
ocio como la actitud de la no actividad, de la íntima falta de ocupación, del descanso, del dejar
hacer, del callar. El ocio es una forma de ese callar que es un presupuesto para la percepción de la
realidad; sólo oye el que calla, y el que no calla no oye. Ese callar no es un apático silencio ni un
mutismo muerto, sino que significa más bien que la capacidad de reacción que por disposición
divina tiene el alma ante el ser no se expresa en palabras. El ocio es la actitud de la percepción
receptiva, de la inmersión intuitiva y contemplativa en el ser.
En el ocio hay, además, algo de la serena alegría del no poder comprender, del reconocimiento del
carácter secreto del mundo, de la ciega fortaleza del corazón del que confía y que deja que las
cosas sigan su curso (...). El ocio no es la actitud del que interviene, sino del que se relaja; no la del
que ase, sino la del que se suelta y abandona (...)”36.
33
Gaarder, J., El mundo de Sofía, Novela sobre la historia de la filosofía, Madrid, Siruela, 1995.
34
Aristóteles, Metafísica, Libro I, Capítulo primero.
35
Entralgo, P. L., Ocio y trabajo, Revista de Occidente, Madrid, 1960, 23.
36
Pieper, J., El ocio y la vida intelectual, Rialp, Madrid, 1962, 44-51.
37
Epicuro, Carta a Meneceo, en Obras, Tecnos, Madrid, 1994.
20
Definición etimológica de antropología filosófica
“La etimología de la palabra «Antropología»
proviene del griego anthropos (hombre) y logos
(tratado o ciencia): así pues, nos encontramos frente
a una ciencia o disciplina acerca del hombre10.
10
Ibáñez Langlois, J. M., Introducción a la Antropología filosófica. 5ª edición. Pamplona, EUNSA, 1999, pp. 11-12
11
Vélez Correa, J. El hombre: un enigma. Antropología Filosófica. México, Consejo Episcopal Latinoamericano, 1995, p. 33
13
Ibáñez Langlois, J.M., Op. Cit, p. 14
21
Definición real
La Filosofía del hombre, en cuanto disciplina filosófica, se propone como objeto de estudio el
hombre en sus dimensiones esenciales. Es decir, mira al hombre no desde sus aspectos
accidentales o cambiantes, sino desde la unidad que proporciona el saber último sobre la realidad.
«Esta "antropología filosófica” se propone la cuestión de "qué es el hombre" en su sentido más
profundo y radical, que ha sido común a los filósofos de todos los tiempos».
Es precisamente la consideración filosófica (y en última instancia metafísica) lo que lleva a que se
estudie al hombre en su globalidad, y no aspectos parciales del mismo. La parcialidad del objeto de
estudio es propia de las ciencias particulares, que con métodos propios y diversificados se proponen
analizar algunas dimensiones específicas de su objeto. (...)
Con esto queremos hacer ver que ninguna ciencia particular
sobre el hombre (ya se llame paleoantropología, sociología,
medicina, etc.) puede llegar al núcleo último de la realidad
esencial del mismo. Corresponde a la Antropología filosófica
realizar la síntesis de esas disciplinas particulares desde una
perspectiva metafísica. En definitiva, podemos decir que «el
objeto de la antropología filosófica es el estudio filosófico del
hombre, es decir, el estudio de su esencia, para encontrar una
respuesta a la pregunta: "quién es el hombre", tomado en la
unidad y en la globalidad de su existir y de su naturaleza». La
Antropología filosófica es la disciplina que tiene por objeto al hombre,
estudiado por sus últimas causas y principios más radicales: estudia
al hombre y sus operaciones esenciales en su globalidad.
El descubrimiento de la verdad esencial, ya lo hemos dicho, no
puede ser total, porque siempre se podrá conocer más y mejor
el «misterio» o «enigma» del hombre. Además, el conocimiento
sobre el hombre no es repentino. Para acceder a lo esencial del hombre es preciso partir de su
obrar, que es lo más manifiesto para nosotros. Este proceso de acceso a la realidad esencial del
hombre es lo que constituye el método o modo de proceder de la Antropología filosófica”38.
38
García Cuadrado, J. Á., Antropología filosófica. Una introducción a la filosofía del hombre, Pamplona, EUNSA, 2001, 22-30.
22
Unidad II: Qué es el hombre
La persona humana
La constitución esencial del hombre
a) Cuerpo
“En primer lugar, es indudable que en el hombre hay un cuerpo, que se mueve
entre otros cuerpos de este mundo. Es, pues, el hombre un ente corpóreo y
mutable, dotado de fuerzas físico-químicas como cualquier otro cuerpo.
b) Vida vegetativa
En segundo lugar, ese cuerpo no es un cuerpo inorgánico, como un trozo de
azufre; se mueve a sí mismo, tiene movimiento inmanente, y por tanto hay en él
vida; ante todo -yendo de lo inferior a lo superior-, vida vegetativa, con las tres
potencias que son propias de este tipo de vida: nutrición, crecimiento y (posible)
reproducción.
Esta vida vegetativa no niega las fuerzas físico-químicas que actúan en nuestro
cuerpo; pero las absorbe o sublima para que sirvan a un modo de ser superior: el de la vida vege-
tativa, en donde una especie de dirección interior las utiliza según un plan -el plan de la especie-
23
para constituir un cuerpo orgánico con sus partes perfectamente diferenciadas y aptas para ese
tipo de vida.
c) Vida sensitiva
En tercer lugar, el ente humano no se limita a estar implantado en el mundo,
como una piedra o una planta; su ser es un ser-en-el-mundo, expresión ésta
que dice algo más que el estar incluido en el mundo: el
hombre tiene al mundo como objeto, "frente" a sí; se
comunica con él, cual los animales, por el conocimiento
sensible (sentidos externos: vista, oído, olfato, gusto, tacto; sentidos internos:
sentido común o central, imaginación, memoria y "cogitativa" o "ratio
particularis" (en los animales: estimativa), y también como los animales, por los apetitos sensibles:
el concupiscible (tendencia hacia los bienes deleitables) y el irascible
(tendencia hacia los bienes arduos). Tiene también, sin duda, la potencia de
locomoción (movimiento de lugar, de locus: lugar y
motus: movimiento) (…), como los animales
superiores. Esta vida sensible no niega la vida
vegetativa -así como ésta no niega las fuerzas físico-químicas-, sino que a su
vez la utiliza, sublima y absorbe en su propio nivel.
d) Vida racional
En cuarto lugar: Por todo lo dicho, hay algo más, y más importante: la
existencia en éste de una vida racional. Efectivamente, todo lo
individual es subsumido por el entender humano bajo lo universal: este
hombre; esta casa; aquella piedra; un animal, y aún bajo lo
trascendental: este ente, esto uno; este algo, etc.
La inteligencia
La inteligencia humana conoce lo universal (conceptos universales) y es capaz también de
emitir afirmaciones o negaciones universales: "todo ente corpóreo es compuesto"; "todo hombre
es racional"; "toda parte es menor que su todo", y aún trascendentales: "todo ente contingente se
compone de esencia y ser".
También es capaz - y en esto es más típicamente racional- de llevar a cabo
raciocinios con términos universales o trascendentales:
Todo animal es extenso.
Todo hombre es animal.
Luego, todo hombre es extenso.
(…)
Esta presencia de lo universal y de lo trascendental en el pensar humano es lo que en primer lugar
lo distingue del animal irracional; el hombre, por su intelecto, es capaz de abstraer, de pasar de lo
singular a lo universal o a lo trascendental; de este hombre a hombre; de Sócrates a filósofo; de
esta piedra a ente.
La simple aprehensión intelectual (…) tiene por fruto el concepto; con esto superamos a los ani-
males, reducidos a las imágenes y por lo tanto a lo singular, al aquí y ahora. Es el concepto lo que
permite que el hombre haga ciencia, filosofía, arte, moral, técnica; es lo que hace posible que tenga
religión, y todo ello no lo tienen los animales irracionales.
Asimismo, el intelecto humano es capaz de dedicarse a una actividad práctica, en busca del bien
del hombre en cuanto tal (moral) o del bien de tal o cual artefacto (técnica); lo primero no se da en
los animales; lo segundo muy imperfectamente; y, cuando se da con cierta perfección, se trata de
24
la realización instintiva, siempre, del mismo tipo de obra: nido, hormiguero, colmena, tela de
araña, etc. No aparece en ellos la inteligencia propiamente dicha, pues es la apertura de ésta a
todo ente, lo que permite la universal amplitud y plasticidad de la técnica humana.
La voluntad
La voluntad es la capacidad de querer el bien. A todo poder de conocimiento
sigue uno de apetito, pues la "forma" sensible o inteligible aprehendida aparece
como la de algo bueno o malo al que la ha aprehendido; y el apetito es esa
tendencia hacia lo bueno y ese rechazo de lo malo característico de la vida
humana o animal. El apetito que sigue al conocimiento racional se llama
voluntad. Si el objeto formal del intelecto es el ente, como verdad ontológica, el de
la voluntad es lo bueno, que es el ente que, dotado de alguna perfección, es capaz de atraer a esa
voluntad.
La libertad
a) La libertad humana consiste en la capacidad de auto conducirse hacia el bien. La conducta
humana nos revela que la humana voluntad goza de libre albedrío o libre arbitrio: sin él, estarían
demás mandatos, los consejos, las prohibiciones, las reglas de conducta. Pero a esta comprobación
empírica, la antropología filosófica añade la demostración racional de la existencia del libre
albedrío: dijimos que la voluntad tiene por objeto el bien o lo bueno; pero todo bien que se ofrezca
al hombre en este mundo es limitado, es un bien; no es el Bien. Por eso no puede colmar, ni por
tanto atraer necesariamente a ese poder de apetición trascendental que es la voluntad”39.
39
Casaubón, J. A., Nociones generales de lógica y filosofía, Editorial Estrada, Buenos Aires, 1985, 150-152.
40
Maritain, J., Para una filosofía de la persona humana, Club de Lectores, Buenos Aires, 1984. 120-130.
25
e) Martín Fierro
“Dios formó lindas las flores,
Delicadas como son,
Les dio toda perfección
Y cuanto él era capaz,
Pero al hombre le dio más
Cuando le dio el corazón.
41
Hernández, J., Martín Fierro, 2155-2175.
26
pseudo problemas y, en parte, a transformarlos en problemas empíricos y de allí a someterlos
al juicio de la ciencia de la experiencia”42.
c) La mente es el cerebro
“La esencia de la neurofilosofía es la tesis de que el conocimiento de la mente pasa esencialmente
por el conocimiento del cerebro. En mi lectura esto significa que, además de necesarias, las
neurociencias resultan suficientes para agotar la comprensión de los fenómenos mentales”44.
d) La erosión del yo
“No es que la neurofarmacología pueda ahora proporcionar algo así como una decisiva
demostración de la falsedad de esas maneras de ver, pero puede socavar ciertas tesis que
favorecen lo muy diferentes que son los estados cerebrales y los estados mentales. Palmo a palmo
ayuda a erosionar la convicción metafísica de que un yo está por medio, aparte de los
montículos de material biológico ocultos bajo el cráneo. Puede ayudar a derivar el peso de la
prueba hacia aquellos que niegan que pueda darse una ciencia de la mente”45.
e) Materialismo promisorio
“La victoria sobrevendrá más o menos del siguiente modo. Con el proceso de investigación sobre
el cerebro, es plausible que el lenguaje del fisiólogo penetre más y más en el lenguaje ordinario y
cambie nuestra visión del universo, incluso la del sentido común. De este modo, hablaremos cada
vez menos de experiencias, percepciones, pensamientos, creencias, intenciones y objetivos, y
cada vez más de procesos cerebrales, disposiciones al comportamiento y conducta patente. Así,
el lenguaje mentalista pasará de moda y se usará únicamente en informes históricos, metafórica o
irónicamente. Cuando se haya alcanzado este estadio el mentalismo será letra muerta y el
problema de la mente y el cerebro se habrá resuelto”46.
f) La neuroética
“Por otro lado, la investigación neuroética pone en discusión nuestras ideas ordinarias acerca
de la naturaleza de la acción consciente, de la racionalidad y por tanto de la libertad. Según
muchos estudiosos las ciencias del cerebro nos mostrarían un sujeto depotenciado
(deflacionado) por una pluralidad de agencias neurales, que deciden y se orientan en base a
lógicas y mecanismos muy diversos de aquellos que ingenuamente atribuimos a nosotros
42
Hans Hahn, Otto Neurath y Rudlof Carnap, La concepción científica del mundo: el Círculo de Viena, Publicado originalmente
como Wissenschaftliche Weltauffassung. Der Wiener Kreis (Wien: Artur Wolf Verlag). Redes (18): vol. 9, 1929, 103-149.
43
Marechal, L., Adán Buenosayres, Planeta, Buenos Aires, 1994, 105.
44
Di Francesco, M., Neurofilosofia, naturalismo e statuto dei giudizi morali, en: Etica & Politica / Ethics & Politics, IX, Milano,
2007, 127.
45
Churchland, Patricia Smith, Neurophilosophy. Toward a Unified Science of the Mind/Body, MIT, Cambridge, Mass., 1986, 69.
46
Popper, K., Eccles, J., El Yo y su Cerebro, Labor, Barcelona, 1980, 110.
27
mismos. En particular, las investigaciones sobre la naturaleza paralela y distribuida del
funcionamiento cerebral, y la existencia de agencias cognitivas funcional y anatómicamente
distintas ponen en tela de juicio la naturaleza unitaria y coherente del yo”47.
47
Di Francesco, M., Neurofilosofia, naturalismo e statuto dei giudizi morali, en: Etica & Politica / Ethics & Politics, IX, 2007,
132.
48
Schopenhauer, A., El mundo como voluntad y representación, 342.
49
Platón, Fedón 65a-67b.
28
--Es así (…).
--Entonces, ¿hay algo más puro que pensar con el pensamiento solo, liberado de todo elemento
extraño y sensible, y aplicar inmediatamente el pensamiento en sí mismo y por sí mismo a la
investigación de cada cosa en sí misma y por sí misma, sin ayuda de los oídos ni de las orejas, sin
ninguna intervención del cuerpo que no hace más que perturbar al alma e impedirle que halle la
sabiduría y la verdad siempre que tiene trato con él? Y si es posible llegar a conocer la esencia de
las cosas, Simias, ¿no es por este medio?
--De maravillas, Sócrates, no puede hablarse mejor.
--De todo ello, continuó Sócrates, se desprende necesariamente que los verdaderos filósofos deben
pensar y decirse entre sí cosas como estas. Tal vez hay algún camino que guíe a la razón en su
investigación: mientras tengamos nuestro cuerpo, mientras nuestra alma se halle unida a esta cosa
nociva, nunca poseeremos el objeto de nuestros deseos, es decir, la verdad. En efecto, el cuerpo
nos provoca mil dificultades por la necesidad de alimentarlo. Además de esto, las enfermedades
que nos atacan impiden nuestra caza del ser. El cuerpo nos llena de amores, de deseos, de
temores, de mil quimeras, de mil necedades, de tal modo que, por decir verdad, no nos deja ni
una hora de sensatez. Porque, ¿qué es lo que provoca las guerras, las sediciones y los combates? El
cuerpo y sus pasiones. Todas las guerras proceden de la posesión de riquezas y nos vemos
forzados a acumularlas a causa del cuerpo, para subvenir a sus necesidades. Y por ello tenemos
tanta pereza para filosofar. Y lo peor de todo es que cuando casualmente nos deja algún tiempo
libre y nos ponemos a reflexionar, interviene de súbito en medio de nuestras investigaciones, nos
perturba, nos trastorna y nos hace incapaces de discernir la verdad. Está pues demostrado que, si
queremos saber claramente algo, hemos de separarnos del cuerpo y mirar por medio del alma en
sí misma las cosas en sí mismas. Y solamente entonces disfrutaremos de la sabiduría, de la que
nos declaramos enamorados, es decir, después de nuestra muerte, y no durante nuestra vida. Y la
misma razón nos lo dice. Pues si es imposible conocer nada distintamente mientras estamos
unidos al cuerpo, una de dos: o bien no llegaremos nunca al saber, o llegaremos a él después de la
muerte, porque entonces el alma será en sí misma y por sí misma, separada del cuerpo. Y
mientras estemos en esta vida, no nos acercaremos al saber si no es con la condición de separarnos
del cuerpo, de renunciar a todo trato con él, a menos que sea una absoluta necesidad, de no
dejarnos contaminar por su naturaleza, de mantenernos limpios de sus contaminaciones hasta que
el mismo Dios nos libere de él. Y así, libres de la locura del cuerpo, conversaremos, según espero,
con hombres libres como nosotros, y conoceremos por nosotros mismos todo lo que es puro y sin
mezcla. En esto, sin duda, consiste la verdad. Pero, al que no es puro, no le está permitido
contemplar la pureza. Esto es, a mi parecer, amigo Simias, lo que los verdaderos amigos del saber
deben pensar y hablar entre ellos. ¿No crees tú lo mismo que yo?
--Completamente, Sócrates. (…)
--- ¿Y la purificación (catarsis) no es, por ventura, lo que en la tradición se viene diciendo desde
antiguo (las tradiciones órficas), el separar lo más posible el cuerpo del alma y el acostumbrarla a
concentrarse y recogerse en sí misma, retirándose de todas las partes del cuerpo, y viviendo en lo
posible tanto en el presente como en el después sola en sí misma, desligada del cuerpo como de
una atadura?
--Así es, en efecto --dijo.
--¿Y no se da el nombre de muerte a eso precisamente, al desligamiento y separación del alma con
el cuerpo?
--Sin duda alguna --respondió Simmias.
--Pero el desligar el alma, según afirmamos, es la aspiración suma, constante, propia tan solo de
los que filosofan en el recto sentido de la palabra; y la ocupación de los filósofos estriba
precisamente en eso mismo, en el desligamiento y separación del alma y del cuerpo. ¿Sí o no?
--Así parece. (…)
29
--Luego, en realidad, oh Simmias --replicó Sócrates--, los que filosofan en el recto sentido de la
palabra se ejercitan en morir, y son los hombres a quienes menos temeroso resulta el estar
muertos”50.
50
Platón, Fedón, 65a_68a.
51
Descartes, R., Principios, 1.
52
Descartes, R., Les passions de l´âme, a. 34 Oeuvres philosophiques, 3 vols., Garnier, París 1973, vol. 3, 979-980.
53
Descartes, R., Meditaciones metafísicas, VI.
54
San Agustín, De Nat. Boni, 1.
30
comprobarlo, el compuesto humano participa de dos órdenes: de la divinidad tiene la razón y la
inteligencia; del irracional, tiene su constitución corporal”55.
55
San Gregorio Niceno, De hominis opificio.
56
San Buenaventura, Breviloquio, XII.
57
San Agustín, De An et eius orig., II, 14, 20.
58
San Agustín, Ciudad de Dios.
59
San Agustín, En. In Ps., 141, 18.
31
cada uno de ello sólo se sentiría la sombra de sí mismo y ni siquiera sería capaz de concebirse.
Cuando Jesucristo anunciaba a los judíos que reinarían con él, se refería a ellos y no solamente a
sus almas. (...)
De modo que, pues ni el alma ni el cuerpo tomados aparte son el
hombre, y lo que se llama con ese nombre es lo que nace de la
unión de aquéllos, cuando Dios llamó al hombre a la resurrección
y a la vida, no llamó a una de sus partes, sino al hombre total, es
decir al alma y al cuerpo. (...)
Hoy se sorprendería a muchos cristianos diciéndoles que la creencia
en la inmortalidad del alma en alguno de los más antiguos Padres es
tan oscura que es casi inexistente. (...) En realidad, un Cristianismo
sin inmortalidad del alma no hubiera sido absolutamente
inconcebible, y la prueba está en que fue concebido. En cambio, lo
que sería absolutamente inconcebible es un Cristianismo sin
resurrección del Hombre”60.
f) San Francisco y cómo el alma se expresa a través de los gestos del cuerpo
“Honró a todos los hombres, lo que es decir no sólo los amó sino que a todos respetó. Lo que le
diera su extraordinario poder personal era esto: que del papa al mendigo, del Sultán de Siria en su
rica tienda hasta los ladrones harapientos arrastrándose por el bosque, nunca existió un hombre
que se mirara en esos ojos pardos y ardientes sin tener la certidumbre de que Francisco
Bernardone se interesaba realmente por él, por el interior de su propia vida individual desde la
cuna al sepulcro, de que él en persona era estimado y tomado en serio y no meramente añadido a
los restos de algún programa social o a los nombres de algún documento burocrático. Ahora bien,
para esa particular idea moral y religiosa no hay otra expresión externa como no sea la cortesía.
No la expresa la exhortación que sólo es mero entusiasmo abstracto ni la beneficencia pues no
es más que piedad. Sólo la puede transmitir el gesto grandilocuente que llamaríamos buenos
modales. Podemos decir, si nos place, que san Francisco, en la desnuda y mísera simplicidad de
su vida, se había asido, a pesar de todo, a un girón de lujo: a las formas de la corte. Pero mientras
en una corte hay un rey y cien cortesanos, en esta particular historia hubo un cortesano entre cien
reyes. Porque el Santo trató a la muchedumbre de hombres como si fuera una muchedumbre de
reyes. Y ésta fue en realidad de verdad la única actitud con que podría conmover a esa parte del
hombre que quería conmover. No podía conseguirlo ofreciendo oro ni pan pues es proverbial que
cualquier truhán puede convertir la liberalidad en simple escarnio. Ni tampoco lo lograría
prodigando atención y tiempo pues numerosos filántropos y burócratas benévolos lo hacen con
escarnio en sus corazones mucho más frío y horrible. Ni planes ni propuestas ni arreglos
eficientes pueden devolver la autoestima y el sentimiento de estar hablando con un igual al
hombre quebrado. Puede lograrlo un gesto”61.
60
Gilson, E., El Espíritu de la Filosofía Medieval, 177.
61
Chesterton, G. K., San Francisco de Asis, Ed. Carlos Lolhé, Buenos Aires, 1988, 90-91.
32
espiando recelosamente y cuenta y recuenta los saludos. "¡Que la muerte ignore nuestro rencor!
¡Que nos olvide todavía!" Por eso se descubren. Un cuerpo sin alma, una herramienta sin artesano,
un buque sin piloto. ¡Al diablo la materia sin la forma! Yo no me descubro.
Pero algo fallaba en su orgulloso razonamiento, y Adán lo reconoció enseguida.
-Con todo, un alma inmortal habitó ese cuerpo que ya está
disolviéndose: un alma usó en ese cuerpo de su terrible
libertad y lo hizo cumplir mil gestos dignos o abominables,
prudentes o locos, ridículos o sublimes. Y el incógnito R. F.
tendrá un día que buscar su cuerpo desertado en el cementerio
de La Chacarita, y oirá la trompeta del ángel, y sentirá caer sobre
sus hombros la última hoja del tiempo. Quia tempus non erit
amplius. ¡Me sacaré el sombrero!”62.
El alma humana
Una prueba de la existencia del alma
“La vida racional del hombre, manifestada en esas dos potencias, intelecto y voluntad, revela que
hay un principio de vida inmaterial, espiritual en el hombre, Porque los objetos nos revelan la
naturaleza de los actos; los actos, las de las potencias; las potencias, la de la sustancia o principio
sustancial de! que emanan.
Conociendo el hombre los objetos inmaterialmente (universalizados o trascendentalizados) en
el concepto, el acto del que surge el concepto debe ser también inmaterial; luego, inmaterial ha
de ser también la potencia de donde emana; por tanto, inmaterial, espiritual, debe ser el
principio sustancial en que radica tal potencia”63.
62
Marechal, L., Adán Buenosayres, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1990, 333.
63
Casaubón, J. A., Nociones generales de lógica y filosofía, Editorial Estrada, Buenos Aires, 1985, 152.
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Por lo tanto, si los objetos entendidos en cuanto tales son inmateriales, y si a veces también lo
son sus respectivos objetos incluso en su existencia real, los actos de entender que los alcanzan
necesariamente han de ser también inmateriales. Si tales son los actos, las potencias de donde
surgen serán también inmateriales. Por último, si así son las potencias, también lo serán las
sustancias o principios sustanciales a que tales potencias pertenecen y en las que radican. En el
caso del hombre no puede decirse que su sustancia total sea inmaterial (…) pero sí que lo es el
principio sustancial de donde directamente emanan la inteligencia y la voluntad: el alma (…).
b) La espiritualidad
Pero el alma humana no es sólo inmaterial, sino también espiritual. Todo lo espiritual es
inmaterial; pero no todo lo inmaterial es espiritual. Por ejemplo, los conceptos objetivos, los
entes de razón, las relaciones, ciertos valores son inmateriales, pero no espirituales. La
inmaterialidad es a veces "intencional", o meramente accidental; la espiritualidad es constitutiva
de las sustancias reales que carecen de materia, y que pueden existir sin apoyo material. Tal es
el caso del alma humana64.
c) La creatureidad
Para entender bien qué significa la creatureidad del alma humana tenemos que distinguir entre
“producir” y “crear”. “Producir” significa transformar una materia preexistente. Por ejemplo,
cuando se transforma la madera de un árbol para hacer una guitarra. La guitarra no sale “de la
nada”, sino de la madera del árbol que ya existía anteriormente. Todas las cosas materiales
comienzan a existir (en cuanto tales) mediante un proceso de producción (a partir de una materia
preexistente) que también se llama “generación”. Pero el alma humana no está compuesta de
materia, como ya hemos visto, y por eso no puede surgir a partir de la transformación de la
materia, es decir, no puede generarse ni corromperse. Y dado que el alma existe, tiene que haber
comenzado a existir, no a partir de una materia, sino “de la nada”. Y esto es precisamente lo que
significa “crear”: causar algo a partir de la nada y que el alma humana tiene la propiedad de la
creatureidad significa que el alma humana es creada, es decir, que no proviene de la
trasformación de la materia, sino que es causada a partir de la nada.
Esta propiedad del alma humana tiene implicancias muy profundas. Una de ellas es que se puede
tomar como una prueba de la existencia de Dios. Si el alma es creada, entonces es necesario que
tenga un creador. Es decir, alguien que la haya causado. Cuando se produce algo a partir de una
materia hace falta cierta fuerza para transformar esa materia. Esculpir una estatua en mármol
requiere más fuerza que hacer un cenicero con plastilina. Pero mucha más fuerza hace falta para
sacar algo de la nada. Es más, para ello se requiere un poder infinito. Y dado que sólo Dios tiene
poder infinito (es decir, onmipotencia, lo
puede todo), entonces sólo Dios puede
crear y, por lo tanto, Dios es el creador del
alma humana.
d) La inmortalidad
Así como distinguimos entre “producir” y “crear”, también podemos distinguir entre “morir” y
“aniquilar”. Así como su puede producir una cosa a partir de la transformación de la materia
(generación), también, a partir de otra trasformación de esa misma materia, esa cosa puede dejar
de existir (siempre en cuanto tal) mediante un proceso de “corrupción” (por el cual la materia que
las compone pierde su forma). Y esto es lo que llamamos “muerte”, la separación de las partes
materiales que conforma una cosa y que provoca el cese de las funciones. Una vez más, así
como todas las cosas materiales comienzan a existir a través de la generación, también todas
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Casaubón, J. A., Nociones generales de lógica y filosofía, Editorial Estrada, Buenos Aires, 1985, 153-155.
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materiales mueren o se corrompen cuando se separan sus partes. Incluso
también se puede hablar un poco metafóricamente de “muerte” de las cosas
inanimadas como, por ejemplo, cuando se parte la madera de una guitarra y
ésta deja de existir (de nuevo, en cuanto tal) se dice “palmó la guitarra”.
Pero dado que no está conformada por materia, entonces el alma humana es
inmortal, es decir, no puede corromperse ni morir.
Sin embargo, al alma humana sí puede dejar de existir, no sólo en cuanto tal, sino también
absolutamente. Porque así como el poder infinito de Dios puede crearla, es decir, “sacarla de la
nada”, ese mismo poder infinito también la puede “aniquilar”, es decir, volverla a la nada,
quitarle el ser.
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