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Gramsci Escritos Politicos
Gramsci Escritos Politicos
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Antonio Gramsci1
ESCRITOS POLITICOS
1
Antonio Gramsci (1891-1937)
Miembro fundador del Partido Comunista italiano. Arrestado en 1926 y condenado por el gobierno fascista a 20 años de prisión. Teorizó sobre
conceptos claves como la hegemonía, base y superestrúctura, intelectuales orgánicos, y guerra de posiciones.
LA REVOLUCIÓN CONTRA EL CAPITAL
Las críticas que los socialistas han hecho y harán al sistema burgués, para evidenciar las
imperfecciones, el dispendio de riquezas, servirán a los revolucionarios para hacerlo mejor, para
evitar esos dispendios, para no caer en aquellas deficiencias. Será, en principio, el colectivismo
de la miseria, del sufrimiento. Pero las mismas condiciones de miseria y sufrimiento serían
heredadas por un régimen burgués.
El capitalismo no podría hacer jamás súbitamente más de lo que podrá hacer el colectivismo.
Hoy haría mucho menos, porque tendría súbitamente en contra a un proletariado descontento,
frenético, incapaz de soportar durante más años los dolores y las amarguras que le malestar
económico acarrea. Incluso desde un punto de vista absoluto, humano, el socialismo inmediato
tiene en Rusia su justificación. Los sufrimientos que vendrán tras la paz sólo serán soportables si
los proletarios sienten que de su voluntad y tenacidad en el trabajo depende suprimirlos en el más
breve plazo posible.
Se tiene la impresión de que los maximalistas hayan sido en este momento la expresión
espotánea, biológicamente necesaria, para que la humanidad rusa no caiga en el abismo, para
que, absorbiéndose en el trabajo gigantesco, autónomo, de su propia regeneración, pueda sentir
menos los estímulos del lobo hambriento y Rusia no se transforme en una enorme carnicería de
fieras que se entredevoran.
1. Se refiere a la revolución democrático-burguesa de febrero (marzo) de 1917.
A. Gramsci
Notas sobre la revolución rusa
Escrito: 1917
Primera Edición: Aparecido en Avanti, edición milanesa, el 24 de noviembre de 1917.
Reproducido en el Il Grido del Popolo el 5 de enero de 1918
Digitalización: Aritz
Esta Edición: Marxists Internet Archive, año 2001
A. Gramsci
La poda de la historia
¿Qué reclama aún la historia al proletariado ruso para legitimar y hacer permanentes sus
victorias? ¿Qué otra poda sangrienta, qué más sacrificios pretende esta soberana absoluta del
destino de los hombres?
Las dificultades y las objeciones que la revolución proletaria debe superar se han revelado
inmensamente superiores a las de cualquier otra revolución del pasado. Estas tendían tan sólo a
corregir las formas de la propiedad privada y nacional de los medios de producción y de cambio;
afectaban a una parte limitada de los elementos humanos. La revolución proletaria es la máxima
revolución; porque quiere abolir la propiedad privada y nacional, y abolir las clases, afecta a
todos los hombres y no sólo a una parte de ellos. Obliga a todos los hombres a moverse, a
intervenir en la lucha, a tomar partido explícitamente. Transforma fundamentalmente la
sociedad; de organismo unicelular (de individuos-ciudadanos) la transforma en organismo
pluricelular; pone como base de la sociedad núcleos ya orgánicos de la sociedad misma. Obliga a
toda la sociedad a identificarse con el Estado; quiere que todos los hombres sean conocimiento
espiritual e histórico. Por eso la revolución proletaria es social; por eso debe superar dificultades
y objeciones inauditas; por eso la historia reclama para su buen logro podas monstruosas como
las que el pueblo ruso se ve obligado a resistir.
La revolución rusa ha triunfado hasta ahora de todas las objeciones de la historia. Ha revelado al
pueblo ruso una aristocracia de estadistas como ninguna otra nación posee; se trata de un par de
millares de hombres que han dedicado toda su vida al estudio (experimental) de las ciencias
políticas y económicas, que durante decenas de años de exilio han analizado y profundizado
todos los problemas de la revolución, que en la lucha, en el duelo sin par contra la potencia del
zarismo, se han forjado un carácter de acero, que, viviendo en contacto con todas las formas de la
civilización capitalista de Europa, Asia y América, sumergiéndose en las corrientes mundiales de
los cambios y de la historia, han adquirido una conciencia de responsabilidad exacta y precisa,
fría y cortante como las espadas de los conquistadores de imperios.
Los comunistas rusos son un núcleo dirigente de primer orden. Lenin se ha revelado, testimonian
cuantos le han conocido, como el más grande estadista de la Europa contemporánea; el hombre
cuyo prestigio se impone naturalmente, capaz de inflamar y disciplinar a los pueblos; el hombre
que logra dominar en su vasto cerebro todas la energías sociales del mundo que pueden ser
desencadenadas en beneficio de la revolución; el hombre que tiene en ascuas y derrota a los más
refinados y astutos estadistas de la rutina burguesa.
Pero una cosa es la doctrina comunista, el partido político que la propugna, la clase obrera que la
encarna conscientemente y otra el inmenso pueblo ruso, destrozado, desorganizado, arrojado a
un sombrío abismo de miseria, de barbarie, de anarquía, de aniquilación en una prolongada y
desastrosa guerra. La grandeza política, la histórica obra maestra de los bolcheviques consiste
precisamente en haber puesto en pie al gigante caído, en haber dado de nuevo (o por la primera
vez) una forma concreta y dinámica a esta desintegración, a este caos; en haber sabido fundir la
doctrina comunista con la conciencia colectiva del pueblo ruso, en haber construido los sólidos
cimientos sobre los que la sociedad comunista ha iniciado su proceso de desarrollo histórico; en
una palabra: en haber traducido históricamente en la realidad experimental la fórmula marxista
de la dictadura del proletariado. La revolución es eso, y no un globo hinchado de retórica
demagógica, cuando se encarna en un tipo de Estado, cuando se transforma en un sistema
organizado del poder. No existe sociedad más que en un Estado, que es la fuente y el fin de todo
derecho y de todo deber, que es garantía de permanencia y éxito de toda actividad social. La
revolución es proletaria cuando de ella nace, en ella se encarna un Estado típicamente proletario,
custodio del derecho proletario, que cumple sus funciones esenciales como emanación de la vida
y del poder proletario.
Los bolcheviques han dado forma estatal a las experiencias históricas y sociales del proletariado
ruso, que son las experiencias de la clase obrera y campesina internacional; han sistematizado en
un organismo complejo y ágilmente articulado su vida íntima, su tradición y su más profunda y
apreciada historia espiritual y social. Han roto con el pasado, pero han continuado el pasado; han
despedazado una tradición, pero han desarrollado y enriquecido una tradición; han roto con el
pasado de la historia dominado por las clases poseedoras, han continuado, desarrollado,
enriquecido la tradición vital de la clase proletaria, obrera y campesina. En eso han sido
revolucionarios y por eso han instaurado el nuevo orden y la nueva disciplina. La ruptura es
irrevocable porque afecta a lo esencial de la historia, sin más posibilidad de vuelta atrás que el
desplomamiento sobre la sociedad rusa de un inmenso desastre. Y era esta iniciación de un
formidable duelo con todas las necesidades de la historia, desde las más elementales a las más
complejas, lo que había que incorporar al nuevo Estado proletario, dominar, frenar, en las
funciones del nuevo Estado proletario.
Se precisaba conquistar para el nuevo Estado a la mayoría leal del pueblo ruso; mostrar al pueblo
ruso que el nuevo Estado era su Estado, su vida, su espíritu, su tradición, su más precioso
patrimonio. El Estado de los Soviets tenía un núcleo dirigente, el Partido comunista bolchevique;
tenía el apoyo de una minoría social, representante de la conciencia de clase, de los intereses
vitales y permanentes de toda la clase, los obreros de la industria. Se ha transformado en el
Estado de todo el pueblo ruso, merced a la tenaz perseverancia del Partido comunista, a la fe y la
entusiasta lealtad de los obreros, a la asidua e incesante labor de propaganda, de esclarecimiento,
de educación de los hombres excepcionales del comunismo ruso, dirigidos por la voluntad clara
y rectilínea del maestro de todos, Lenin. El Soviet ha demostrado ser inmortal como forma de
sociedad organizada que responde plásticamente a las multiformes necesidades (económicas y
políticas), permanentes y vitales, de la gran masa del pueblo ruso, que encarna y satisface las
aspiraciones y las esperanzas de todos los oprimidos del mundo.
La prolongada y desgraciada guerra había dejado una triste herencia de miseria, de barbarie, de
anarquía; la organización de los servicios sociales estaba deshecha; la misma comunidad humana
se había reducido a una horda nómada, sin trabajo, sin voluntad, sin disciplina, materia opaca de
una inmensa descomposición. El nuevo Estado recogió de la matanza los trozos torturados de la
sociedad y los recompuso, los soldó; reconstruyó una fe, una disciplina, un alma, una voluntad
de trabajo y de progreso. Misión que puede constituir la gloria de toda una generación.
No basta. La historia no se conforma con esta prueba. Formidables enemigos se alzan
implacables contra el nuevo Estado. Se pone en circulación moneda falsa para corromper al
campesino, se juega con su estómago hambriento. Rusia se ve cortada de toda salida al mar, de
todo intercambio comercial, de cualquier solidaridad; se ve privada de Ucrania, de la cuenca del
Donetz, de Siberia, de todo mercado de materias primas y de víveres. En un frente de diez mil
kilómetros, bandas armadas amenazan con la invasión; se pagan sublevaciones, traiciones,
vandalismo, actos de terrorismo y de sabotaje. Las victorias más clamorosas se convierten,
mediante la traición, en súbitos fiascos.
No importa. El poder de los Soviets resiste. Del caos que sigue a la derrota, crea un poderoso
ejército que se transforma en la espina dorsal del Estadio proletario. Presionado por imponentes
fuerzas antagónicas, encuentra en sí el vigor intelectual y la plasticidad histórica para adaptarse a
las necesidades de la contingencia, sin desnaturalizarse, sin comprometer el feliz proceso de
desarrollo hacia el comunismo.
El Estado de los Soviets demuestra así ser un momento inevitable e irrevocable del proceso
ineluctable de la civilización humana; ser el primer núcleo de una nueva sociedad.
Y puesto que los otros Estados no pueden convivir con la Rusia proletaria y son impotentes para
destruirla, puesto que los enormes medios de que el capital dispone -el monopolio de la
información, la posibilidad de la calumnia, la corrupción, el bloqueo terrestre y marítimo, el
boicot, el sabotaje, la impúdica deslealtad (Prinkipo), la violación del derecho de gentes (guerra
sin declaración), la presión militar con medios técnicos superiores- son impotentes contra la fe de
un pueblo, es históricamente necesario que los otros Estados desaparezcan a se transformen al
nivel de Rusia.
El cisma del género humano un puede prolongarse mucho tiempo. La humanidad tiende a la
unificación interior y exterior, tiende a organizarse en un sistema de convivencia pacífica que
permita la reconstrucción del mundo. La forma de régimen debe ser capaz de satisfacer las
necesidades de la humanidad. Rusia, tras una guerra desastrosa, con el bloqueo, sin ayudas,
contando con sus únicas fuerzas, ha sobrevivido dos años; los Estados capitalistas, con la ayuda
de todo el mundo, exacerbando la expoliación colonial para sostenerse, continúan decayendo,
acumulando ruinas sobre ruinas, destrucciones sobre destrucciones.
La historia es, pues, Rusia; la vida está, pues, en Rusia; sólo en el régimen de los Consejos
encuentran adecuada solución los problemas de vida o de muerte que incumben al mundo. La
Revolución rusa ha pagado su poda a la historia, poda de muerte, de miseria, de hambre, de
sacrificio, de indomable voluntad. Hoy culmina el duelo: el pueblo ruso se ha puesto en pie,
terrible gigante en su ascética escualidez, dominando la voluntad de pigmeos que le agreden
furiosamente.
Todo ese pueblo se ha armado para su Valmy. No puede ser vencido; ha pagado su poda. Debe
ser defendido contra el orden de los ebrios mercenarios, de los aventureros, de los bandidos que
quieren morder su corazón rojo y palpitante. Sus aliados naturales, sus camaradas de todo el
mundo, deben hacerle oír un grito guerrero de irresistible eco que le abra las vías para el retorno
a la vida del mundo.
Escrito: 1919
Primera Edición: Aparecido en L´Ordine Nuovo, 7 de enero de 1919
Digitalización: Aritz
Esta Edición: Marxists Internet Archive, año 2001
A. Gramsci
Enseñanzas
Las conclusions que pueden sacarse del desarrollo de esta manifestación del 1º de mayo son
reconfortantes.
La manifestación ha sido un éxito como intervención de masas, como extensión de solidaridad.
Ha demostrado cómo el proletariado italiano a pesar de la reacción es rojo. Y ha sido también
lograda como prueba del espíritu de combatividad que se despierta en las filas de los
trabajadores.
Los fascistas se han preocupado de demostrar con su comportamiento y con sus mismas
declaraciones que se trataba de una manifestación antifascista. Y tal ha sido el significado de la
abstención en el trabajo y de la intervención en las demostraciones de amplísimas masas, de una
punta a otra de Italia, y sin excluir las zonas más influenciadas por el fascismo. Si no se han
realizado los cortejos se debe a la imposición del gobierno; si se hubiera realizado, hoy
tendríamos un mayor número de obreros muertos, pero también un mayor número de fascistas
muertos.
Pero junto a la reconfortante comprobación de la amplitud y grandiosidad de la manifestación y
de la elevada moral de la masa, debemos destacar la de que la organización ha dejado en general
mucho que desear.
No ha sucedido sin razones: la táctica de la unidad del frente adoptada en este 1º de Mayo por
todos los organismos proletarios, experiencia de la Alianza del Trabajo Italiana, ha traído este
beneficio y esta ventaja, que serán consideradas atentamente por los comunistas. Nos limitamos
a señalar brevemente el asunto, en presencia del comunicado hecho por el Comité de la Alianza
del Trabajo después del 1º de Mayo.
Con la táctica de la unidad del frente se han podido unir en los comicios del 1º de Mayo grandes
multitudes obreras aunque estaba bien claro en la conciencia del último que intervenía que no se
trataba de la acostumbrada y tradicional coreografía, sino de una jornada de lucha. Pero esta
demostración de la aversión del proletariado a la reacción y al fascismo, del espíritu de clase que
siempre anima a las grandes multitudes de trabajadores, no es bastante para poder contener al
fascismo y la reacción. El fascismo no será sofocado por la unanimidad platónica: el revólver y
los puños no se volverán impotentes arrojándolos sobre un colchón. El fascismo no tiene el
número, pero tiene la organización, unitaria y centralizada, y esa es su fuerza, integrada en la
centralización del poder oficial burgués.
La Alianza del Trabajo[1], que hoy ha permitido reagrupar masas imponentes, debe hacerse
capaz de encuadrarlas con disciplina unitaria. Esta es la tarea de los comunistas: conseguir este
resultado, hacia el que solamente se ha dado el primer paso. Cuando sea posible que las grandes
reuniones puedan contar con el concurso proletario y al mismo tiempo con una racional
preparación de nuestra fuerza, entonces el proletariado podrá dominar a su enemigo. En este 1º
de Mayo se ha podido notar que los comicios y los movimientos preparados por las
organizaciones aliadas adolecían de escasa preparación organizativa incluso al modesto resultado
de su protección frente a los ataques adversarios, y esto dependía del hecho de que estaba claro
quién había organizado los comicios y dispuesto el plan de su desarrollo en todos los aspectos.
Los comités locales de la Alianza son de reciente formación y no tienen clara consistencia
organizativa y suficiente poder.
No obstante, es ya una gran ventaja el haber podido tener reuniones comunes de masas, porque
eso eleva la moral proletaria y permite a los comunistas llevar a todo el proletariado su palabra
clara. Todo un ulterior desarrollo del interesante experimento italiano de la táctica del frente
único conducirá a integrar con ventaja innegable la efectiva e íntima unidad de organización.
El argumento se presta a imprtantísimas consideraciones: queremos ahora solamente señalar que
el terreno sindical sobre el que la Alianza se ha constituido, permita a los comunistas impulsar
para que se haga cada vez más estrecha organizativamente, uniéndose también a la unidad
sindical proletaria que siempre hemos alentado y que el programa del Partido Comunista sólo
podrá y deberá llenar de contenido revolucionario.
Por ahora debemos reaccionar contra el carácter pigre e incierto que tiene hasta hoy la dirección
de la Alianza del Trabajo. Los comunistas han formulado ya de manera precisa y concreta su
propuesta para el desarrollo, la reanimación, el potenciamiento de la Alianza, que podróa, si el
cambio no fuera enérgicamente impulsado hacia delante, degenerar en una burucrática y
obstruyente diplomacia de jefes vacilantes y oportunistas. Que las propuestas comunistas son
urgentes lo demuestra el comportamiento pasivo de la Alianza ante las gravísimas provocaciones
que han sufrido el 1º de Mayo los obreros y, no obstante los llamamientos a la acción llegados de
tantas partes, lo demuestra su insensibilidad a la presión que viene hoy del proletariado italiano
dispuesto a proceder rápidamente por el camino de la contraofensiva. Y lo demuestra,
elocuentísimo documento, el comunicado hecho por el Comité Nacional, que con sus frases
anodinas y banales declina la sugestión que viene de la masa anhelante de lucha: comunicado al
que no queremos añadir otro comentario, seguros de que, como la cuestión está irrevocablemente
puesta ante las masas, no dejarán éstas de comentarlo y juzgarlo, para sacar de esta contrariedad
nuevos motivos para proseguir en la áspera pero segura vía de su insurrección.
[1] La Alianza del Trabajo fue constituida el 20 de febrero de 1922 por los dirigentes de la
Confederación General del Trabajo, la Unión Sindical Italiana, la Unión Italiana del Trabajo, el
Sindicato Ferroviario y la Federación Nacional de los Trabajadores de los Puertos.
Escrito:1922
Primera Edición:En L'Ordine Nuovo, 5 de Mayo de 1922
Digitalización:Aritz
Esta Edición: Marxists Internet Archive, año 2000
A. Gramsci
La crisis de la pequeña burguesía
La crisis política producida por el asesinato de Matteotti está en pleno desarrollo y no se puede
todavía decir cuál será su desenlace final.
Esta crisis presenta aspectos diversos y múltiples. Señalamos ante todo la lucha que se ha
reanimado, en torno al gobierno entre fuerzas adversarias del mundo plutocrático y financiero,
para la conquista por parte de unos y la conservación por parte de los otros de una influencia
predominante en le gobierno del Estado. A la oligarquía financiera, que se halla a la cabeza de la
banca comercial, se contraponen las fuerzas que en un tiempo se agrupaban en torno a la
fracasada banca de descuento y hoy tienden a reconstituir un organismo financiero propio que
debería desplazar la predominante influencia de la primera. Su consigna de orden es
"constitución de un gobierno de reconstrucción nacional", con la eliminación del lastre (se
entiende los patrocinadores de la actual política financiera). Se trata en sustancia de un grupo de
aprovechados no menos nefastos que los otros, que bajo la máscara de la indignación por el
asesinato de Matteotti y en nombre de la "justicia", van hacia el abordaje de las cajas del Estado.
El momento es bueno, y naturalmente no hay que dejarlo escapar.
Desde el punto de vista de la clase obrera, el hecho más importante es, sin embargo, otro y
precisamente es enorme la repercusión que los acontecimientos de estos días han tenido en las
clases medias y pequeño-burguesas: se precipita la crisis de la pequeña burguesía.
Si se tiene en cuenta el origen y la naturaleza social del fascismo, se comprenderá la importancia
enorme de este elemento que viene a resquebrajar las bases de la dominación fascista. Este
imprevisto y radical desplazamiento de la opinión pública, polarizándose en torno a los partidos
de la llamada "oposición constitucional", pone a estos partidos en primera fila de la lucha
política: deben darse cuenta, como algunas capas de la misma clase obrera, de la necesidad y de
las condiciones que tal lucha impone.
En el campo obrero no ha faltado la inmediata repercusión de este desplazamiento de fuerza: el
proletariado tiene hoy la sensación de no estar ya aislado en la lucha contra el fascismo, y esto,
unido al inmutable espíritu antifascista que lo anima, determina en su ánimo la convicción de que
la dictadura fascista podrá ser abatida, y dentro de un periodo de tiempo bastante más corto de lo
que se había pensado en el pasado. El hecho de que la revuelta moral de toda la población contra
el fascismo en la clase obrera se ha manifestado con paros parciales, como forma enérgica de la
lucha; el haber sentido la necesidad y haber considerado posible bajo ciertas condiciones la
huelga general nacional contra el fascismo, demuestra que la situación va cambiado con una
rapidez imprevista. Quien tenga dudas a este propósito, que vaya con los obreros y verá cómo se
acogen los melancólicos comunicados de la Confederación General del Trabajo implorando la
calma, en los que se define como "elementos irresponsables" y "agentes provocadores" cuantos
hacen propaganda para la acción: este lenguaje estábamos habituados cierto tiempo a leerlo en
los comunicados policiales...
De la actitud y de la conducta de los diversos partidos dispuestos hoy en el frente de la lucha
antifascista se puede en seguida hacer una primera afirmación: la impotencia de la oposición
constitucional. Estos partidos, en el pasado, con la oposición al fascismo tendían evidentemente a
atraer hacia sí a la pequeña burguesía y en parte a aquellas capas de la burguesía que, viviendo al
margen de la plutocracia dominante, padecen en parte las consecuencias de su predominio
absoluto y aplastante en la vida económica y financiera del país. Aquéllos tienden hacia sistemas
menos dictatoriales de gobierno. Estos partidos pueden hoy decir que han logrado su objetivo,
que constituye para ellos la premisa para conducir a fondo la lucha contra el fascismo. Su acción,
sin embargo, que en la situación actual debería tener un valor decisivo, se muestra incierta,
equívoca e insuficiente. Refleja en su sustancia la impotencia de la pequeña burguesía para
afrontar por sí sola la lucha contra el fascismo, impotencia determinada por un complejo de
razones, de las que deriva también la actitud característica de estas capas eternamente oscilantes
entre el capitalismo y el proletariado.
Estas cultivan la ilusión de resolver la lucha contra el fascismo en el terreno parlamentario,
olvidando que la naturaleza fundamental del gobierno fascista es la de una dictadura armada, a
pesar de todos los adornos constitucionales que trata de aplicar a la milicia nacional. Esta, por
otra parte, no ha eliminado la acción del escuadrismo y de la ilegalidad: el fascismo en su
verdadera esencia está constituido por las fuerzas armadas que operan directamente por cuenta
de la plutocracia capitalista y de los agrarios. Abatir al fascismo significa en definitiva aplastar
definitivamente estas fuerzas, y esto no se puede conseguir sino en el terreno de la acción directa.
Cualquier solución parlamentaria resultará impotente. Cualquiera que sea el carácter del
gobierno que de tal solución pudiera derivarse, se trate de la recomposición del gobierno de
Mussolini o de la formación de un gobierno llamado democrático (lo que por otra parte es
bastante difícil), ninguna garantía podrá tener la clase obrera de que sus intereses y sus derechos
más elementales se vean asegurados, aun en los límites que permite un Estado burgués y
capitalista, mientras aquellas fuerzas no sean eliminadas.
Para conseguir esto, es menester luchar contra aquellas en el terreno en el que es posible vencer
en serio, es decir, en el terreno de la acción directa. Sería una ingenuidad confiar esta tarea el
Estado burgués, aunque sea liberal y democrático, ya que no vacilará en recurrir a su ayuda en el
caso de no que se sintiese bastante fuerte para defender el privilegio de la burguesía y mantener
sujeto al proletariado.
De todo esto se deriva la conclusión de que una oposición real al fascismo puede ser llevada
solamente por la clase obrera. Los hechos demuestran cuánto corresponde a la realidad la
posición asumida por nosotros con ocasión de las elecciones generales, oponiendo a la oposición
constitucional la "oposición obrera" como la única base real y eficaz para derrocar al fascismo.
El hecho de que fuerzas no obreras convergen en el frente antifascista no cambia nuestra
afirmación según la cual las clase obrera es la única clase que pueda y deba ser el guía dirigente
en esta lucha.
La clase obrera debe encontrar, sin embargo, su unidad en la cual encuentra toda la fuerza
necesaria para afrontar la lucha. De aquí la propuesta del Partido Comunista a todas las
organizaciones proletarias para una huelga general contra el fascismo, de aquí nuestra actitud
frente a los impotentes lloriqueos socialdemócratas.
Escrito: 1924
Primera Edición: L´Unitá, 2 de Julio de 1924.
Digitalización: Aritz
Esta Edición: Marxists Internet Archive, año 2001
A. Gramsci
Necesidad de una preparación ideológica de la masa
Desde hace casi cincuenta años, el movimiento obrero revolucionario italiano ha caído en una
situación de ilegalidad o de semilegalidad. La libertad de prensa, el derecho de reunión, de
asociación, de propaganda, han sido prácticamente suprimidos. La formación de los cuadros
dirigentes del proletariado no puede realizarse, pues, por la vía y con los métodos que eran
tradicionales en Italia hasta 1921. Los elementos obreros más activos son perseguidos, son
controlados en todos sus movimientos, en todas sus lecturas; las bibliotecas obreras han sido
incendiadas o eliminadas de otra manera; las grandes organizaciones y las grandes acciones de
masa ya no existen o no pueden organizarse. Los militantes no participan plenamente o sólo en
medida muy limitada en las discusiones y en el contraste de ideas; la vida aislada o las reuniones
irregulares de pequeños grupos clandestinos, el hábito que puede crearse en una vida política que
en otros tiempos parecía excepción, suscitan sentimientos, estados de ánimo, puntos de vista que
son con frecuencia erróneos e incluso a veces morbosos.
Los nuevos miembros que el Partido gana en tal situación, evidentemente hombres sinceros y de
vigorosa fe revolucionaria, no pueden ser educados en nuestros métodos de amplia actividad, de
amplias discusiones, del control recíproco que es propio de los periodos de democracia y de
legalidad. Se anuncia así un periodo muy grave: la masa del Partido habituándose, en la
ilegalidad, a no pensar en otra cosa que en los medios necesarios para escapar al enemigo,
habituándose a ver posible y organizable inmediatamente sólo acciones de pequeños grupos,
viendo cómo los dominadores aparentemente habían vencido y conservan el poder con el empleo
de minorías armadas y encuadradas militarmente, se aleja insensiblemente de la concepción
marxista de la actividad revolucionaria del proletariado, y mientras parece radicalizarse por el
hecho de que a menudo se anuncian propósitos extremistas y frases sanguinolentas, en realidad
se hace incapaz de vencer al enemigo. La historia de la clase obrera, especialmente en la época
que atravesamos, muestra cómo este peligro no es imaginario. La recuperación de los partidos
revolucionarios, tras un periodo de ilegalidad, se caracteriza con frecuencia por un irrefrenable
impulso a la acción, por la ausencia de toda consideración de las relaciones reales de las fuerzas
sociales, por el estado de ánimo de las grandes masas obreras y campesinas, por las condiciones
del armamento, etc. Así, a menudo ha ocurrido que el Partido revolucionario se ha hecho
destrozar por la reacción aún no disgregada y cuyas reservas no habían sido debidamente
justipreciadas, entre la indiferencia y la pasividad de las amplias masas, que, después de todo
periodo reaccionario, se vuelven muy prudentes y son fácilmente presa del pánico cada vez que
se amenaza con la vuelta a la situación de la que acaban de salir.
Es difícil, en líneas generales, que tales errores no se cometan; por eso, el Partido tiene que
preocuparse de ello y desarrollar una determinada actividad que especialmente tienda a mejorar
su organización, a elevar el nivel intelectual de los miembros que se encuentren en sus filas en el
periodo del terror blanco y que están destinados a convertirse en el núcleo central y más
resistente a toda prueba y a todo sacrificio del Partido, que guiará la revolución y administrará al
Estado proletario.
El problema aparece así más amplio y complejo. La recuperación del movimiento revolucionario
y especialmente su victoria, lanzan hacial el Partido una gran masa de nuevos elementos. Estos
no pueden ser rechazados, especialmente si son de origen proletario, ya que precisamente su
adhesión es uno de los signos más reveladores de la revolución que se está realizando; pero el
problema que se plantea es el de impedir que el núcleo central del Partido sea sumergido y
disgregado por la nueva arrolladora ola. Todos recordamos lo que ha ocurrido en Italia, después
de la guerra, en el Partido Socialista. El núcleo central, constituido por camaradas fieles a la
causa durante el cataclismo, se restringe hasta reducirse a unos 16.000. En el Congreso de Liorna
estaban representados 220.000 miembros, es decir, que existían en el Partido 200.000 adherentes
después de la guerra, sin preparación política, ayunos o casi de toda noción de doctrina marxista,
fácil presa de los pequeños burgueses declamadores y fanfarrones que constituyeron en los años
1919-1920 el fenómeno del maximalismo. No carece de significado que el actual jefe del Partido
Socialista y director de Avanti sea el propio Pietro Nenni, entrado en el Partido Socialista
después de Liorna, pero que resume y sintetiza en sí mismo toda la debilidad ideológica y el
carácter distintivo del maximalismo de la posguerra. Sería realmente delictivo que en el Partido
Comunista se verificase con respecto al periodo fascista lo que ha ocurrido en el Partido
Socialista respecto al periodo de la guerra; pero esto sería inevitable, si nuestro Partido no tuviera
una línea a seguir también en este terreno, si no procurase a tiempo reforzar ideológica y
políticamente sus actuales cuadros y sus actuales miembros, para hacerlos capaces de contener y
encuadrar masas aún más amplias sin que la organización sufra demasiadas sacudidas y sin que
la figura del Partido sea cambiada.
Hemos planteado el problema en sus términos prácticos más inmediatos. Pero tiene una base que
es superior a toda contingencia inmediata.
Nosotros sabemos que la lucha del proletariado contra el capitalismo se desenvuelve en tres
frentes: el económico, el político y el ideológico. La lucha económica tiene tres fases: de
resistencia contra el capitalismo, esto es, la fase sindical elemental; de ofensiva contra el
capitalismo para el control obrero de la producción; de lucha para la eliminación del capitalismo
a través de la socialización. También la lucha política tiene tres fases principales: lucha para
contener el poder de la burguesía en el Estado parlamentario, es decir, para mantener o crear una
situación democrática de equilibrio entre las clases que permita al proletariado organizarse y
desarrollarse; lucha por la conquista del poder y por la creación del Estado obrero, es decir, una
acción política compleja a través de la cual el proletariado moviliza en torno a sí todas las
fuerzas sociales anticapitalistas (en primer lugar la clase campesina), y las conduce a la victoria;
fase de la dictadura del proletariado organizado en clase dominante para eliminar todos los
obstáculos técnicos y sociales, que se interpongan a la realización del comunismo.
La lucha económica no puede separarse de la lucha política, y ni la una ni la otra pueden ser
separadas de la lucha ideológica.
En su primera fase sindical, la lucha económica es espontánea, es decir, nace ineluctablemente
de la misma situación en la que el proletariado se encuentra en el régimen burgués, pero no es
por sí misma revolucionaria, es decir, no lleva necesariamente al derrocamiento del capitalismo,
como han sostenido y continúan sosteniendo con menor éxito los sindicalistas. Tanto es verdad,
que los reformistas y hasta los fascistas admiten la lucha sindical elemental, y más bien sostienen
que el proletariado como clase no debiera realizar otra lucha que la sindical. Los reformistas se
diferencian de los fascistas solamente en cuanto sostienen que si no el proletariado como clase, al
menos los proletarios como individuos, ciudadanos, deben luchar también por la democracia
burguesa; en otras palabras, luchar sólo para mantener o crear las condiciones políticas de la pura
lucha de resistencia sindical.
Puesto que la lucha sindical se vuelve un factor revolucionario, es menester que el proletariado la
acompañe con la lucha política, es decir, que el proletariado tenga conciencia de ser el
protagonista de una lucha general que envuelve todas las cuestiones más vitales de la
organización social, es decir, que tenga conciencia de luchar por el socialismo. El elemento
"espontaneidad" no es suficiente para la lucha revolucionaria, pues nunca lleva a la clase obrera
más allá de los límites de la democracia burguesa existente. Es necesario el elemento conciencia,
el elemento "ideológico", es decir, la comprensión de las condiciones en que se lucha, de las
relaciones sociales en que vive el obrero, de las tendencias fundamentales que operan en el
sistema de estas relaciones, del proceso de desarrollo que sufre la sociedad por la existencia en
su seno de antagonismos irreductibles, etcétera.
Los tres frentes de la lucha proletaria se reducen a uno sólo, para el Partido de la clase obrera,
que lo es precisamente porque asume y representa todas las exigencias de la lucha general.
Ciertamente, no se puede pedir a todo obrero de la masa tener una completa conciencia de toda la
compleja función que su clase está resuelta a desarrollar en el proceso de desarrollo de la
humanidad, pues eso hay que pedírselo a los miembros del Partido. No se puede proponer, antes
de la conquista del Estado, modificar completamente la conciencia de toda la clase obrera; sería
utópico, porque la conciencia de la clase como tal se modifica solamente cuando ha sido
modificado el modo de vivir de la propia clase, esto es, cuando el proletariado se convierta en
clase dominante, tenga a su disposición el aparato de producción y de cambio y el poder estatal.
Pero el Partido puede y debe en su conjunto representar esta conciencia superior; de otro modo,
aquel no estaría a la cabeza, sino a la cola de las masas, no las guiaría, sino que sería arrastrado.
Por ello, el Partido debe asimilar el marxismo y debe asimilarlo en su forma actual, como
leninismo.
La actividad teórica, la lucha en el frente ideológico, se ha descuidado siempre en el movimiento
obrero italiano. En Italia, el marxismo (por influjo de Antonio Labriola) ha sido más estudiado
por los intelectuales burgueses para desnaturalizarlo y adecuarlo al uso de la política burguesa,
que por los revolucionarios. Así hemos visto en el Partido Socialista Italiano convivir juntas
pacíficamente las tendencias más dispares, hemos visto como opiniones oficiales del Partido las
concepciones más contradictorias. Nunca imaginó la dirección del Partido que para luchar contra
la ideología burguesa, para liberar a las masas de la influencia del capitalismo, fuera menester
ante todo difundir en el Partido mismo la doctrina marxista y defenderla de toda contrafracción.
Esta tradición por lo menos no ha sido interrumpida de modo sistemático y con una notable
actividad continuada.
Se dice, sin embargo, que el marxismo ha tenido mucha suerte en Italia y en cierto sentido esto
es cierto. Pero también es cierto que tal fortuna no ha ayudado al proletariado, no ha servido para
crear nuevos medios de lucha, no ha sido un fenómeno revolucionario. El marxismo, o algunas
afirmaciones separadas de los escritos de Marx, ha servido a la burguesía italiana para demostrar
que por la necesidad de su desarrollo era necesario prescindir de la democracia, era necesario
pisotear las leyes, era necesario reírse de la libertad y de la justicia; es decir, se ha llamado
marxismo, por los filósofos de la burguesía italiana, la comprobación que Marx ha hecho de los
sistemas que la burguesía empleará, sin necesidad de recurrir a justificaciones... marxistas, en su
lucha contra los trabajadores. Y los reformistas, para corregir esta interpretación fraudulenta, se
han hecho democráticos, se han convertido en los turiferarios de todos los santos consagrados del
capitalismo. Los teóricos de la burguesía italiana han tenido la habilidad de crear el concepto de
la "nación proletaria" y que la concepción de Marx debía aplicarse a la lucha de Italia contra los
otros Estados capitalistas, no a la lucha del proletariado italiano contra el capitalismo italiano; los
"marxistas" del Partido Socialista han dejado pasar sin lucha estas aberraciones, que fueron
aceptadas por uno, Enrico Ferri, que pasaba por un gran teórico del socialismo. Esta fue la
fortuna del marxismo en Italia: que sirvió de perejil para todas las indigestas salsas que los más
imprudentes aventureros de la pluma han querido poner en venta. Marxistas de esta guisa han
sido Enrico Ferri, Guillermo Ferrero, Achille Loria, Paolo Orano, Benito Mussolini...
Para luchar contra la confusión que se ha creado de esta manera, es necesario que el Partido
intensifique y haga sistemática su actividad en el campo ideológico, que se imponga como un
deber de los militantes el conocimiento de la doctrina del marxismo-leninismo, al menos en sus
términos más generales.
Nuestro Partido no es un partido democrático, al menos en el sentido vulgar que comunmente se
da a esta palabra. Es un Partido centralizado nacional e internacionalmente. En el campo
internacional, nuestro Partido es una simple sección de un partido más grande, de un partido
mundial. ¿Qué repercusiones puede tener y ya ha tenido este tipo de organización, que también
es una necesidad de la revolución? La propia Italia se da una respuesta a esta pregunta. Por
reacción a la costumbre establecida por el Partido Socialista, en el que se discutía mucho y se
resolvía poco, cuya unidad por el choque contínuo de las fracciones, de las tendencias y con
frecuencia de las camarillas personales se rompía en una infinidad de fragmentos desunidos, en
nuestro Partido se había terminado con no discutir ya nada. La centralización, la unidad de
dirección y unidad de concepción se había convertido en un estancamiento intelectual. A ello
contribuyó la necesidad de la lucha incesante contra el fascismo, que verdaderamente desde la
fundación de nuestro Partido había ya pasado a su fase activa y ofensiva, pero contribuyeron
también las erróneas concepciones del Partido, tal como son expuestas en las "Tesis sobre la
táctica" presentadas al Congreso de Roma. La centralización y la unidad se concebían de modo
demasiado mecánico: El Comité Central, y más bien el Comité Ejecutivo era todo el Partido, en
lugar de representarlo y dirigirlo. Si esta concepción fuera permanentemente aplicada, el Partido
perdería su carácter distintivo político y se convertiría, en el mejor de los casos, en un ejército (y
un ejército de tipo burgués); perdería lo que es su fuerza de atracción, se separararía de las
masas. Para que el Partido viva y esté en contacto con las masas, es menester que todo miembro
del Partido sea un elemento político activo, sea un dirigente. Precisamente para que el Partido
sea fuertemente centralizado, se exige un gran trabajo de propaganda y de agitación en sus filas,
es necesario que el Partido, de manera organizada, eduque a sus militantes y eleve su nivel
ideológico. Centralización quiere decir especialmente que en cualquier situación, incluso en
estado de sitio reforzado, incluso cuando los comités dirigentes no pueden funcionar por un
determiando periodo o fueran puestos en condiciones de no estar relacionados con toda la
periferia, todos los miembros del Partido, cada uno en su ambiente, se hallen en situación de
orientarse, de saber extraer de la realidad los elementos para establecer una orientación, a fin de
que la clase obrera no se desmoralice sino que sienta que es guiada y que puede aún luchar. La
preparación ideológica de la masa es, por consiguiente, una necesidad de la lucha revolucionaria,
es una de las condiciones indispensables para la victoria.
Escrito: 1931
Digitalización: Juan Carlos de Altube
Fuente: Antonio Gramsci, "Escritos Políticos"
Esta Edición: Marxists Internet Archive, año 2002