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Colombia dijo No y

siguió partida en dos


Por JUANITA LEÓN · 02 DE OCTUBRE DE 2016

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Ganó el No. Con 6.424.3852 votos, y superando con un


estrecho margen al Sí por 60 mil votos, los colombianos
rechazaron en las urnas el Acuerdo de Paz negociado durante
seis años entre el Gobierno y las Farc, un resultado que no
esperaban ni los mismos uribistas que lo promovieron. Esta
votación marca el comienzo de una etapa de incertidumbre e
inestabilidad sobre lo que vendrá para un gobierno que ha
cimentado toda su gobernabilidad sobre el éxito del proceso de
paz. Pero aunque los acuerdos están hundidos, la negociación
del conflicto quizás se pueda salvar.

Los discursos de Timochenko diciendo que "la palabra seguirá


siendo su única arma" y de Juan Manuel Santos manteniendo
el cese bilateral del fuego  e invitando a todas las fuerzas
políticas (es decir a Álvaro Uribe) para definir una estrategia
para salvar la salida negociada son un buen augurio. Pero
todavía falta la respuesta de Uribe (sobre lo cual haremos una
nueva historia) y de eso dependerá el curso de las cosas.

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La derrota del Acuerdo en las urnas será difícil de explicar ante la comunidad internacional después

de que Santos había persuadido a todos de que el proceso de paz era un hecho finiquitado. Foto:

Presidencia de la República

El país que dijo No

Con el 99,64 por ciento de las mesas escrutadas, 37,4 por


ciento de los colombianos aptos para votar lo hicieron, 50,23
por ciento por el No. Fue una participación similar a la que se
vivió en la primera vuelta cuando la maquinaria y el
clientelismo no jugaron un rol en la votación total.

Mientras el Gobierno esperaba una votación favorable al


Acuerdo de 10 millones de votos y todas las encuestas (cuya
credibilidad ha quedado nuevamente por el piso) le daban una
ventaja al Sí de más de 20  puntos, el resultado fue totalmente
decepcionante para los que añoraban con terminar ya el
conflicto con las Farc.

Una primera conclusión de la votación es que hay un rechazo y


una desconfianza muy profunda frente a las Farc. Es tan hondo
que todos los manejos que se hicieron para lograr pasar los
acuerdos y el umbral no dieron frutos: bajar el umbral, el show
en la Habana y Cartagena, usar validadores internacionales y
hasta condicionar la venida del Papa a que ganara el Sí.

Queda claro que sin un acuerdo político no hay un acuerdo de


paz legítimo. En cierta forma le pasó lo mismo a Álvaro Uribe
con la desmovilización de los paramilitares.

La segunda conclusión es que el país que menos ha sufrido el


conflicto votó de manera muy difernteal país que más azotado
ha sido por la violencia.

De los 81 municipios más afectados por el conflicto según la


Fundación Pares, en 67 ganó el Sí y solo en 14 ganó el No.

Por ejemplo en Bojayá, Chocó, donde las Farc masacraron


unas 100 personas, arrasó el Sí. Con 1966 votos por el Sí
contra 87 por el No. En el Cauca, uno de los departamentos
más golpeados por las Farc, que ha destruido pueblos dos y
tres veces, el Sí dobló al No y ganó en todos los municipios.
En Tibú, otro sitio donde las Farc ha sido el mandamás, el Sí
casi dobla al No.  En cambio en Bucaramanga, donde nunca ha
habido guerrilla, el No le ganó al Sí por más del 11 por ciento.
En Bogotá si ganó el Sí por 12 por ciento, o más de 300 mil
votos.

La distribución regional de los votos por el Sí coincidió con la


votación por Juan Manuel Santos en la primera y segunda
vuelta presidencial del 2014 cuando se impuso una coalición
pro Acuerdo de Paz entre los partidos de la Unidad Nacional y
la izquierda. Pero no en el caudal electoral.

Hay cinco excepciones. Tres donde ganó el candidato uribista


en las presidenciales del 2014 y ahora ganó el Sí: Boyacá,
Vichada y Amazonas. Y dos donde ocurrió lo contrario:
Santander y Norte de Santander, lo que puede explicar la
diferencia en contra del Sí.

Otra cosa que quedó clara en estas elecciones es que la


maquinaria política –sin la ayuda de la mermelada- es incapaz
de mover a sus bases.

En Barranquilla, menos de 150 mil votos tuvo el Sí, cien mil


personas menos que en la segunda vuelta presidencial. Y
votaron por el No, 108 mil personas, 23 mil más que los que
votaron por Óscara Iván Zuluaga.

En Sahagún, el paraíso de la ñoñomanía, una noche antes de


elecciones suele haber un desfile de gente por los comandos,
de buses cuadrándose para el transporte; la gente ni duerme
pensando en el líder que se puede voltear. Pero ayer no se vio
nada de eso. Los mismos caciques auguraban que el resultado
sería la mitad de lo que obtuvo Santos en primera vuelta,
cuando los políticos tradicionales no movieron sus clientelas
para “dejarse contar” y hacer que Santos les tuviera que
comprar su apoyo.

Y tuvieron razón.

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Así quedó la distribución de los votos del Sí (Verde) y el No (Naranja) en el país. Foto: Registraduría

Nacional del Estado Civil.

Las implicaciones

La implicación más inmediata de esta votación es que no se


podrá implementar el Acuerdo que llevaba a que las Farc
desapareciera como guerrilla y comenzará a existir como
partido político legal y actuando bajo las reglas de la
democracia.

Es decir que no se le pone fin por ahora a un conflicto armado


de 52 años, que –como lo ha dicho varias veces La Silla- ha
dejado una estela larga de dolor y ha traumatizado la vida
política del país.

Aunque el costo humano de este conflicto no se ha calculado


con exactitud las cifras aproximadas dan una idea del
sufrimiento: 13.001 víctimas de minas antipersonales, la
mayoría de ellas sembradas por las Farc; 21.900 secuestrados,
según el ex secuestrado y líder de víctimas de ese flagelo
Herbin Hoyos; más de 3,500 niños reclutados, según el
Informe Basta Ya de Memoria Histórica; decenas de pueblos
destruidos, torres derribadas, oleoductos bombardeados; más
de 30 mil campesinos despojados por las Farc, según los casos
que ha recibido la Unidad de Restitución de Tierras.

Son 220 mil colombianos los que perdieron la vida entre 1958
y 2013 por cuenta del conflicto armado, según el informe de
Memoria Histórica. Solo una fracción de ellos a manos de las
Farc, pero la mayoría de los otros -los de los paramilitares, los
de las fuerzas del Estado- también justificados en aras de su
existencia.

No se pueden cuantificar las capturas masivas que


injustamente se hicieron para encontrar a los supuestos
auxiliadores de las Farc. Ni los torturados por las fuerzas de
seguridad para sacar información que condujera a los
guerrilleros. Ni las familias que se quebraron pagando un
secuestro o que se rompieron porque no pudieron superar el
trauma. Ni los que se enfermaron de la angustia ni los que en
cambio de ser una cosa terminaron siendo otra por el odio, el
miedo o incluso la ilusión que desencadenó en ellos la
revolución fariana.

Por eso que los colombianos mayoritariamente hayan


rechazado el Acuerdo que cerraba definitivamente este
conflicto armado con las Farc es una noticia que sorprende a
muchos colombianos y que sin duda será incomprensible para
la comunidad internacional.

Su efecto inmediato es que los frentes guerrilleros que iban a


llegar en los próximos días a las zonas donde se concentrarían
durante máximo seis meses que duraba el proceso de dejación
de armas ya no lo harán y quedarán en un limbo mientras se
decanta lo sucedido.

Tampoco comenzará el trámite legislativo vía fast-track ni las


facultades especiales para sacar las leyes y reformas
legislativas necesarias para comenzar a implementar los
acuerdos de paz.

Pero, sin duda, el mayor impacto es sobre la gobernabilidad de


Juan Manuel Santos.

La gobernabilidad de Santos

El triunfo del No es una gran derrota para Juan Manuel Santos,


que a partir de hoy queda con escasa gobernabilidad puesto
que había puesto a su gobierno a girar alrededor de este
acuerdo de paz y fue incapaz de convencer a los colombianos
de su bondad.

Esto a pesar de haber conducido una negociación seria y


juiciosa. Y de tener de su lado el respaldo no solo de todos los
partidos salvo el Centro Democrático sino de cientos de
organizaciones y movimientos sociales, de grandes medios
como El Tiempo y Semana, de todos los cacaos, de todo el
aparato estata hasta 16 alcaldes de grandes ciudades y 21
gobernadores haciéndole campaña de frente. Mejor dicho, de
todos los factores de poder menos Uribe.

Hace unos meses cuando en una entrevista de la BBC el


periodista le preguntó qué pasaría si ganaba el No, Santos
insinuó que renunciaría. Y esta posibilidad, sin duda, se pondrá
a partir de hoy sobre el tapete.
Incluso si no se da este debate y no renuncia, su margen de
maniobra a partir de este momento es muy limitado puesto que
Santos puso todos los huevos en la canasta de la paz.

Su incapacidad demostrada de persuadir a los colombianos lo


dejan ante la terrible decisión de tener que echar seis años de
negociación por la borda, y además sin un plan B claro (están
reunidos en este momento diseñandolo).  Es el Brexit a la
colombiana y él es hoy el David Cameron.

Su apuesta por convocar un plebiscito, que le sirvió


inicialmente para abrirle un espacio a la negociación en una
sociedad que lo había elegido para terminar de aniquilar
militarmente a las Farc y también como herramienta de
negociación frente a las Farc, no le salió y ahora tendrá que
enfrentar las consecuencias. Que son impredecibles.

La más inmediata es que no podrá implementar los acuerdos.


Es decir que las Farc no procederán a concentrarse ni se
activará el acto legislativo para la paz que ponía en
funcionamiento el sistema de fast-track.

Lo que viene después solo se sabrá en los próximos días


cuando el Gobierno –que estaba totalmente confiado en que
ganaría por lo menos con diez puntos de diferencia- supere el
shock.

Cuando lo haga, estará entre dos presiones muy fuertes. Las


del uribismo que seguramente reclamará un lugar privilegiado
en la ‘renegociación’ de los acuerdos con unas Farc que
insistió hasta el cansancio en que no había espacio para
negociar una coma adicional.  Y las de los movimientos y
organizaciones sociales que presionarán para que no se eche
por la borda la negociación.

Seguramente esto abrirá nuevamente el espacio para la


convocatoria de una Asamblea Constituyente, un proceso que
en todo caso tomará por lo menos un año.

Un año en el que la economía podría verse afectada por la


incertidumbre política y por el desconcierto que causará la
noticia en la comunidad internacional que ya se había jugado a
favor del Sí.

Y un año en el que, para desgracia suya, Álvaro Uribe volverá


a estar en el centro de las decisiones más importantes sobre el
futuro del país.

Uribe no lo explica todo

El triunfo del No es una victoria para Álvaro Uribe, la cara


más visible del No y quien logró darle un lenguaje y exacerbar
el rechazo de los colombianos a las Farc y al Gobierno y al
giro que le dio Juan Manuel Santos al curso de la Seguridad
Democrática.

Pero quizás su popularidad no lo explique todo. Después de 52


años de infligir daño a la población, la gente le pasó la factura
a las Farc, que salvo en las últimas horas no logró tener la
humildad de pedir perdón a los colombianos y de
comprometerse a reparar a las víctimas con su plata. No se
puede hacer todo lo que se hizo y salir como si nada luego. Sus
actos dejaron huella. Y en este momento no tendrán la excusa
de la manipulación mediática para explicar este resultado
puesto que en este caso la propaganda se puso a su favor.

Con 6,411,832 votos a favor del No, cualquier escenario futuro


frente a las Farc pasará por Álvaro Uribe, sobre quien recaerá
ahora en parte la responsabilidad de plantear como hacer la
negociación del ‘mejor acuerdo’, que dijo que era posible si
ganaba su opción.

También es la puerta que se abre para su regreso al poder en


cuerpo ajeno (o propio si este No desemboca en la
convocatoria de una Asamblea Constituyente donde se rebaraja
todo, incluida la prohibición de la reelección).

Santos, entonces, es un gran perdedor en esta contienda. Pero


no es el único ni el más perdedor. Lo son los miles de
colombianos que viven en las zonas más afectadas por el
conflicto y que votaron mayoritariamente por el Sí con la
ilusión de que la Colombia urbana los pusiera a ellos como
prioridad al momento de votar. 

Pero quizás no todo está perdido. Quedó demostrado, una vez


más, que en Colombia existe una democracia y que la
Registraduría no es un apéndice del Gobierno. Más de trece
millones se interesaron por el destino del país sin que les
pagaran por el voto. Incluso frente a los acuerdos, hay una
ligera posibilidad de que se salve algo del esfuerzo.

En diciembre de 1989, el gobierno Barco hundió la


aprobaciónd e los acuerdos con el M-19 porque le quisieron
colgar la prohibición de la extradiciómn y al M-19 y al
Gobierno les tocó salvar el proceso aunque se hundieran los
acuerdos.

Quizás con generosidad, creatividad y serenidad se logre


salvar la oportunidad de la paz negociada ahora que las
Farc, Álvaro Uribe y prácticamente todos los colombianos
coinciden en que esa es la mejor salida para este país. De
pronto se encuentre la fórmula.
 

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