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El gran escritor y critico Alfredo Terzaga (Rio Cuarto 1920 - Cérdoba 1974) incursioné en los mis diversos aspectos de la cultura y el arte, pero en sus ultimos afios se apasiond por desentrafiar las razones profundas de nuestro devenir histérico, Roberto A. Ferrero, miembro de namero de la Junta Provincial de Historia de Cordoba, pone de relieve en este breve ensayo las vigas maestras de la concepcién histérica de Terzaga y su ubicacién entre las corrientes de la historiografia nacional. Alcién Editora Roberto A. Ferrero LA CONCEPCION HISTORICA DE ALFREDO TERZAGA a Alcién Editora ALCION EDITORA direccién Juan Carlos Maldonado © Alcién Editora, 1994 Av. Col6n 359 - Loc. 15 - Gal. Cinerama 5000 Cérdoba Impreso en Argentina Printed in Argentina Hecho el depésito que marca la ley Roberto A. Ferrero LA CONCEPCION HISTORICA de ALFREDO TERZAGA. Alcién Editora ALFREDO TERZAGA Breve nota biografica El gran ensayista y pensador cordobés, del cual analizamos —en las Iineas que siguen— su pensa- miento historiogréfico, habfa nacido en Rio Cuarto en 13 de marzo de 1920. Provenia de una antigua familia, varios de cuyos miembros tuvieron destacada actuacién en el sur de la provincia. Su bisabuelo, Andrés Terzaga, fue Co- mandante del departamento Tercero Abajo en las €po- cas bravas de la Confederacién, después de Caseros. Andrés Antonio, su abuelo, con botica abierta en la ciudad "imperial", fue un destacado politico adepto al mitrismo que lleg6 a desempeftarse como Inten- dente a fines del siglo pasado. Por fin, su padre, An- drés Terzaga (hijo) —como gustaba firmar—, espfritu sensible, atormentado, cuyas condiciones literarias supo apreciar el mismisimo Manuel. Galvez. que le honré con su amistad, se frustr6 como escritor en los afios ’20. Teésofo vocacional, socialista, miembro del Circulo de Librepensadores, transfirié sus inquietu- des al hijo mayor, Alfredo, que permanecié a su lado hasta su muerte en 1931. Eljoven Alfredo realiz6 los estudios primarios en su urbe natal y alli mismo inicié los secundarios en el "Colegio Nacional", que no pudo terminar por que ~tebelde de 16 afios en la Década Infame- una polé- mica piiblica con el presbitero Pérez Arce le valié la expulsién del establecimiento. Huérfano de su madre allos cuatro afios y de su padre a los once, se trasladé a Cérdoba en 1939 y aquif, no obstante haberse levan- tado la prohibicién que pesaba sobre la prosecucién 7 de sus estudios, decide no terminar el secundario. Desde entonces seré un autodidacta. Ingresaa trabajar al Ministerio de Hacienda de la provincia, se acerca a una de las corrientes de izquierda que por entonces tenia un carécter casi exético y lee, sobre todo lee y se cultiva en el orden de la literatura y las artes. Muy joven todavia —tenia 22 afios— contrae enlace con Robertina Moreyra Ross. Pocos afios més tarde, aparecen sus primeras no- tas de critica artistica y literaria. Desde la pintura de Diego Rivera hasta la poesia de Rilke, todo cae bajo su mirada escrutadora y atenta. En 1947 funda la revista "Crisis", en la que se ocupa del comentario de libros, mientras simulténeamente profundiza sus es- tudios de plastica. Sus frutos serén importantes arti- culos y comentarios a comienzo de los 50’y una praxis casi "Secreta" de la pintura y el grabado. Desde sus inicios, colabora en el diario "Orienta- cién", de tendencia favorable al movimiento nacional, que pasa a dirigir a fines de 1954 en sustitucién del anterior Director, Edmundo Parino. Aqui aparecen, bajo el seudénimo de" Max Wieland’ sus agudasnotas sobre politica internacional, y—firmadas como "Cruz, ‘Tamayo"— las correspondientes cuestiones naciona- les y latinoamericanas, algunas de lag,cuales fueron publicadas por EDITORIAL ALCION™) en 1985. Acumulaba por entonces, el futuro historiador de Roca, otras actividades no menos devoradoras de tiempo: una era la de su cétedra de Historia del Arte, que dictaba en la Escuela Provincial de Bellas Artes “Dr. José Figueroa Alcorta’, y otra —desde 1953— su cargo de Jefe del departamento de Prensa y Difusién del Banco de la Provincia de Cérdoba, cuya imprenta fue también obra de su esfuerzo. Actividades rutina- rias quiz4, pero que no embotaron su inquietud esté- tica y crftica, expresada en tres magistrales colaboraciones para la revista "SUR" de Buenos Aires y en esa extraordinaria obra de cultura que fue la coleccién "Campana de Fuego", que dirigié para la Editorial cordobesa “Assandri". Por las prensas de ésta aparecieron sus eruditas traducciones y ensayos sobre los roménticos alemanes: Novalis, Hélderlin, y Rilke, de cuya calidad habla el hecho de que la critica especializada europea y autores como Bouillanne de Lacoste y Etienne Souridn la mencionaran elogiosa- mente. Para entonces ya habia aparecido su traduc- cién castellana de ia versién completa de las "[luminaciones" de Rimbaud. Mas no toda la produccién terzaguiana de esta época era una mirada escrutadora echada sobre la obra ajena. Una parte de ella tenia una naturaleza eminentemente creadora en sentido estricio: seis leos, varias xilografias (una de ellas 1° Premio de la municipalidad de Bell Ville) y un pequefio libro de poemas, que su autor feché 7,951, pero cuyo pudor lo convirtié en obra péstuma”). De otra vertiente de su personalidad son produc- tos, por ejemplo, su ensayg, sobra "San Martin y la Politica exterior argentina"©), presentado a concurso en 1950 bajo el seudénimo de "Daniel Daimon’, y su comentario sobre un "Libro audaz" (1954), en el que comenta el breve pero incisivo trabajo "Crisis y Resu- rreccién de la Literatura Argentina", que levaba la firma deJorge Abelardo Ramos, el veleidoso ensayista e ide6logo que terminaria sus dias al servicio del menemismo. Sobrevenida la Revolucién de 1955, clausurado "Orientacién’ y despojado de su trabajo en el Banco Provincia, Terzaga busc6 mejores perspectivas en la ciudad de La Plata, sin encontrarlas. Retorn6 a Cor- doba al poco tiempo, reingresando a un renovado "Orientacién” gracias a la generosidad de su nuevo propietario, el ilustre politico y educador villamarien- se Dr. Antonio Sobral. En 1958 retomarfa también su trabajo en la entidad bancaria oficial, en razon de un fallo judicial que revocaba la arbitrariedad de que lo hiciera victima el revanchismo politico. Continiia dictando su cétedra en la Escuela de Bellas Artes y escribiendo sobre pléstica -una de las notas se refiere a "El Arte de Segui, quien siempre lo estima ptiblicamente como "uno de mis maestros"— pero sus preocupaciones se van volcando paulatina- mente cada vez en mayor grado hacia la observaci6n, de la escena politica contemporénea y Ia historia y el aspecto de su tierra. Multiplica su actividad en apoyo a la Revolucién Nacional drabe en folletos y confe- rencias con motivo del conflicto egipcio-israelf duran- te la crisis de Suez (1956), colabora en el semanario "Politica" editado en Buenos Aires, y actia en el "Cen- tro de Accién Nacional Latinoamericana" (CANLA), al lado de Ignacio Cornejo, Marcelo Mazzola, Enrique Lacolla, Ernesto Ceballos y otros, durante los afios 1957/1958. En 1963 aparece su magna obra "Geografia de Cérdoba”, libro atin no superado en su género. ‘También desde este afio, precisamente, colabora des- de una posicién independiente, con la corriente de ideas del socialismo nacional, cuyas publicaciones contaron siempre con sus colaboraciones hist6ricas € ideolégicas. Después del golpe de estado del general Ongania, en 1966, Terzaga comienza a interesarse cada vez més, enun perfodo muy discutido y poco comprendido de nuestra historia: la época del roquismo. Esta nueva preocupacién se acumulard asi a su incesante inves- tigacién sobre los problemas y los personajes de Cér- doba, que nunca abandonarfa. Declina, en cambio, proporcionalmente, su produccién critica acerca de la literatura y el arte: publica algunas notas menores en "El Liberal” de Santiago del Estero y en "La Voz del Interior" de nuestra ciudad (1967); presenta algunas exposiciones pictéricas (José De Monte, Miravet...), y pronuncia algunas conferencias de gran importancia, con las que cierra practicamente su actividad en este terreno, si dejamos de lado sus 25 notas sobre estética 10 y literatura leidas por LW1, Radio Universidad en 1970/1973. Es que a partir de 1971 su preocupacién por la era del roquismo le absorbe totalmente, como si presintiera que el tiempo iba a faltarle para la que congjderaba su obra cumbre en materia historiogyé- fica”), A medida que avanzaba en el trabajo, surgian como subproductos de su investigacion notas y arti culos medulosos y eruditos a los que Félix Luna daba cabida en su revista "Todo es Historia’. Prosigue tam- bién su relacién con la emisora universitaria, y scribe entre septiembre y diciembre de 1972 —para el pro- grama "Columnas del Cuarto Centenario’ — 15 notas breves de gran interés. Al afio siguiente entrega otras 34, siempre sobre Cordoba como las anteriores, y en 1974, alcanza a escribir 12 més, sobre historia argen- tina, ahora: Liniers, Alberdi, Lucio V. Mansilla, Gaspar Rodriguez de Francia, Pancho Ramirez... También el diario *Clarin" de Buenos Aires se honra con dos artfculos de su autorfa. Pero, desgraciadamente, era muy cierto que su tiempo terrenal ya se acababa: fallecié en Cérdoba, su ciudad adoptiva, el 28 de julio de 1974, y fue velado en susencillo hogar de barrio Jardin. El pats se habia empobrecido: ese mismo afio fallecieron, ademés, el general Perén, Arturo Jauretche y Hernandez Arregui. Era realmente “el afio de la peste", como alguien dijo, afio signado por la violencia fratricida que llevaba a mal puerto. Por ventura, Terzaga no alcanzé como nosotros a padecer sus tormentas. Cérdoba 6 de octubre de 1994. Notas (1) Bajo el titulo de "Claves para la Historia Latinoamericana’, Editorial Alcién, Cérdoba 1985, (2) "Imago Mundi", Editorial Alcién, Cérdoba 1984. sty (@) Editado también por Editorial Alcién. (4)"Historia de Roca’, publicada incompleta, en dos tomos, como obra péstuma, por A. Pefia Lillo Editor, en'1976. 2 Acercarse a las ideas histéricas de Alfredo Terza- ga (1920-1974) implica introducirse en una “dilucida- cin preliminar” —por decirlo con una frase labriolana— de sus concepciones metodolégicas en el terreno historiogréfico, concepciones que no siempre explicité pero que siempre aplicé rigurosamente a la hora de la investigacién y la redaccién de sus trabajos. El primer aspecto de esta metodologia, sin duda, esté dado por la meticulosidad y la responsabilidad con que el escritor riocuartense encaraba su labor. Sus. opiniones, como puede apreciarse en la impresionan- te bibliografia y material citado en sus dos obras ma- yores (la "Geografia de Cordoba" y la "Historia de Roca’) no se formaban apresuradamente por la lec- tura de dos o tres autores que coincidieran ideol6gi- camente con él, sino por el examen critico de todo cuanto se habia escrito sobre un tema, sin descuidar la consulta a los archivos y a la tradicién oral (la importancia dada a esta tiltima fuente esta documen- tada en su correspondencia, especialmente la referida a la investigacion previa a su composicién de la bio- grafia de Roca). El aparato erudito denuncia su preo- Cupacién responsable, pero aun sin él se advierte —hasta en el menor de sus trabajos— un manejo y una solvencia delo tratado que no se puede conseguir sin la lectura atenta, abundosa y reflexiva del material pertinente. Que era, naturalmente, el que provenia de todo el arco ideolégico de la historiograffa, porque ‘Terzaga jamés tuvo una actitud facciosa en este as- ecto y siempre supo hacer justicia a los aportes de las corrientes de las que se sabia adversario (la escuela liberal y el revisionismo rosista), as{ como supo sefia- 1B lar los errores de aquellas otras a las que se sentia afin: tl las puntualizaciones que hizo 2 Hernéndez Arregui sobre el rol de Sarmiento” y a Arturo Jau- retche acerca de gu equivocada valoracién de la geo- politica de Rosas”) Otra faceta metodolégica la constituye su rechazo ala falsa objetividad que tras la mascara de "impar- cialidad” del historiador, supuestamente aséptico, desliza el contrabando de una ideologia determinada, generalmente antinacional, entre nosotros. John May- nard Keynes escribi6 hace mucho que "los hombres prdcticos, que se creen perfectamente libres de toda influencia intelectua, suelen ser esclavos de algtin economista difunto"“), Parafraseéndolo, podria afir- marse que los historiadores que alardean también de “objetividad” suma, de atenerse sélo “a los hechos", suelen ser esclavos de algin mentor de la historiogra- fia liberal-portefia —Mitre, Lépez, Zinny, Levene—. Es que los “hechos" del pasado no se nos presentan como "cosas", como queria Durkheim, como piedras que bastaria inclinarse para recogerlas y luego orde- narlas, sino que hasta cierto punto son reconstruidos por el autor utilizando rasgos de la realidad que él cree pertinentes y verdaderos. Significa esto que, por més escrupuloso y neutral que sea un historiador en Ia exposicién de sus "hechos", ya ha habido una se- leccién previa de sus rasgos Componentes, operada esponténeamente mediante juicios de valor técitos —subordinados a una determinada Weltans- chautung—que le presentan algunos acontecimientos. como “hechos hist6ricos" y otros como sucesos bana- les, indignos de ser recogidos. Terzaga nunca incurri6 en este falso objetivismo. Comprometido con una po- sicién politica y una corriente interpretativa ligada a los intereses titimos de las mayorias populares y el devenir progresivo de la sociedad, tomé partido apa- sionadamente por el Revisionismo Cientifico sin que esta definicién alterara su permanente y verdadera u objetividad, que consistia en librar de las emboscadas de la "imparcialidad” al lector mediante la cruda ex- posicién de su orientacién ideolégica, y en la consi- deracién exacta y honesta de los hechos y de la opinién ajena. No se encontrar4 en Terzaga,en efecto, un falseamiento de las circunstancias, de las causas 0 de las fechas, ni la omisién de acontecimientos, el ocultamiento de documentos o la desnaturalizacién de las posiciones de sus adversarios para mejor com- batirlas. Paradigmatica es en este sentido su critica al escritor rosista Federico Ibarguren: expone sus tesis sobre Mariano Moreno tal como son, le reconoce in- cluso "el mérito de haber intentado la visién general y positiva de los sucesos de Mayo y su sentido", la “fecunda distincién entre un Mayo portefio y un Mayo continental” y la correcta interpretacion dela gesta de Artigas”), y recién después desmorona certeramente sus incorrectas interpretaciones, sin descender nunca al ataque personal. Abominaba Terzaga de "la sospe- chable ecuanimidad de esos autores que escriben la historia en un estilo supuestamente impersonal, por- que se parece al de las memorias oficiales, 0 que cuando se atreven afogmular un juicio lo deslizan con pudor en entrelineas"®) Finalmente, sefialaremos un tercer rasgo. La vi- sién globalizadora, que permite una comprensién més cabal de un acontecimiento o de un proceso, constituye la tercera pero quizé més importante cua- lidad de la metodologia histérica de Alfredo Terzaga. Aunque era un escritor fundamentalmente politico, el riocuartense nunca agotaba en sf mismo un acon- tecimiento de ese cardcter o la biografia de un perso- naje. Toda historia particular era siempre explicada por el contexto cultural, por el clima de la época, por las relaciones de fuerza entre los partidos, las clases y las facciones, elementos éstos que a su vez eran explicados por el estadio especifico en que se encon- traban las fuerzas productivas y la civilizacién mate- 15 rial correspondiente a ellas, sin caer por eso en un absurdo y estrecho determinismo economicista. Por eso su obra principal noes una "biografia” del General Roca, sino una "Historia de Roca”, que abarca asf més {que los elementos de una vida para explicarla por su. &poca y por sus condiciones sociales. Y por eso mismo, hasta Sus més breves —pero valiosisimas— notas bre Juan B. Bustos, el general Paz, Derqui, Carcano™), superan ampliamente el nivel dela anécdota personal y la simple cronologia para constituirse en pequefias joyas de la ensayistica historica que pintan una his- toria més general refractada en cada uno de esos protagonistas del itinerario social de Cérdoba. ‘Terzaga criticaba acerbamente toda clase de uni- lateralidad, como aquella que "tiende a petrificar los personajes convirtiéndolos en tipos, con prescinden- cia del ambiente y del ntimero de afios que vivieron, y en que actuaron muchas veces con diverso signo. Lo que se sacrifica en este caso —explica— es nada menos que el tiempo, 0 sea, el elemento especifico del proceso hist6rico"®). Como fruto de esta interpreta cién de los préceres que desdefia la categoria de to- talidad al cercenar uno desus elementos, "los hombres piiblicos de nuestro pasado —agrega Terzaga— apa- recen ante las nuevas generaciones con la estatura, el gesto y los atributos de la alegoria. ;Pero cuantas verdades habré sido necesario omitir, cudntos sacri- ficios soslayar, cuénta modificacién inconsciente ode- liberada se habré precisado para operar la conversion de los actores de un drama doloroso, heroico y turbys lento en los "dramatis personae" de las efemérides!"”) Incluso las opiniones hist6ricas, politicas, ideol6gi- ‘cas, son expuestas por Terzaga no como productos cir- cunstanciales de una meditacién solitaria, sino como respuesta o acecuacién a un ambiente epocal determi- nado, Asi, al estudiar al pensamiento social-econémico de Mariano Fragueiro, explica que el mism se ha formado bajo "la influencia de Saint-Simon""™), pero 16 que ademés “expresaba la tendencia a un desarrollo econémico independiente" de la Confederacién Ar- gentina, en la que “existian condiciones materiales y fuerzas sociales aptas para susten{as un proyecto dis- tinto del que finalmente triunfo"): Del mismo mo- do, en 1971, ensu polémica con el revisionismorosista, manifestaba que las disidencias internas de esa co- rriente interpretativa —un matiz populista en José Maria Rosa .v. un neomitrismo abierto en Juan Pablo Oliver— no habjan surgido “por causas puramente académicas, sino porque las exigencias de la discu- sién, en una superestructura cultural sacudida pro- fundamente por la crisis social y por la vida politica, obligan, también a los rosistas, a perfeccionar 0 mo- dificar sus éngulos de enfoque, frente a un piblico, preferentemente juvenil, mucho mas amplio que el que en su momento hubigran softado o deseado un Ibarguren o un Laferrere™), Ww I En un sentido sustancial —metodologias apar- te— Terzaga era integrante de la corriente historiogré- fica del Revisionismo Cientifico, cuyos primeros y geniales balbuceos pueden rastrearse ya en Alberdi y que serd estructurada paulatinamente con los aportes de Juan Alvarez, Rodolfo Puiggrés, Enrique Rivera, Jorge A. Ramos, Norberto Galasso, Pérez Amuchéste- gui y otros historiadores menores, casi todos de for- macién no académica. Esta corriente diferia tanto de Ta escuela liberal-mitrista como de su opuesta, el re- visionismo rosista, en la medida en que consideraba erréneas y//o parciales sus interpretaciones del deve- nir argentino y se autoproponfa como una sintesis superadora de ambas. Los epfgonos menores de esta tendencia que hon- 16 Terzaga con su seriedad y sapiencia suelen despa- char répidamente a la historia oficial, clésica, elaborada a partir de Mitre con el epiteto descalifica- dor de una creacién *portefia" y “antinacional’. Lo cual no deja de ser cierto, pero deja todo por explicar. Las posiciones del Mitrismo, en cambio, son rechaza- das por Terzaga pero no por un simple estigma de portefiismo —que en si mismo sélo querria decir que estamos en presencia de una produccién redactada en Buenos Aires y con su éptica (no necesariamente falsa)— sino porque, a raiz de ese enfoque, esa histo- riografia proyecta "una imagen deformadora del pa- sado" con “la finalidad de imponer a las nuevas generaciones una mala conciencia, autodenigratoria y llena de un complejo de contricién por la supuesta indole atyasada, feudal o barbara de los argentinos viejos’“*), Su rechazo obedece entonces a un doble 19 motivo, segiin surge de este texto por demés explicito: en primer lugar, porquela historia liberal falta al deber elemental de la veracidad: oculta los hechos los deforma y da “una imagen deformada del pasado"; no es objetiva y veridica, como Terzaga demuestra en varios casos. Verbigracia, en el del general Juan B. Bustos, gobernador olvidado de Cérdoba. La histo- riografia mitro-liberal lo ha presentado siempre como “una completa nulidad’, "desprovisto de tesorte y elevacién moral", "frio y taimado" (Mitre), creador en su provincia de "un gobierno espafiol, sin responsa- bilidad.... con el quietismo secular de la Espafia" (Sar- miento), pero para ello ha debido ocultar su participacién en la Defensa de Buenos Aires en 1807 y enla gloriosa Semana de Mayo en 1810, la organi- zacién constitucional que dio a Cérdoba, basada en la divisién republicana de los tres poderes; la intro- duccién de la imprenta, la creaci6n de la Junta Pro- tectora de Escuelas, el apoyo y modernizacién de la Universidad, la adopcién del juramento laico para el cargo de Gobernador, la visién continental de su po- ltica, expresada gn sus relaciones con San Martin y Boltvar, etc, etc.'") Y en segundo lugar, la rechaza por su objetivo politico: crear alos argentinos un complejo de inferioridad nacional frente a las potencias hege- ménicas "civilizadas" de Occidente que nos dominan materialmente, para facilitar la aceptaci6n tranquila de esa misma dominacién como un corolario natural deesa minusvalfa:Siendo Alfredo Terzaga un hombre enrolado en la causa progresiva dela Nacién, no podia aceptar una interpretacién hist6rica que, a mas de faltar a la verdad féctica, se hacia instrumento inte- lectual dela servidumbre del pais. Doble e intolerable pecado: contra la ciencia y contra la emancipacién de la Nacién y las mayorfas populares. Pero asi como no dceptaba a la escuela predomi- nante, tampoco lo hacia con su belicoso oponente: el Revisionismo rosista. Terzaga reconocia en sus culto- 9) 20 res el mérito de haber colaborado eficazmente en ha- ber "reducido a escombros" Ja historia oficial, "tarea previa e indispensable a los lineamientos de una nue- va interpretacién""'”?, pero le imputaba no ser sino una versi6n "dada vuelta" de la misma historiografia mitrista combatida, en la que simplemente los préce- res liberales —de Rivadavia al mismo Mitre— eran desalojados del Olimpo argentino para instaurar en su sitio al nuevo idolo: don Juan Manuel de Rosas. ‘Aparte de este maniqueismo, el rosismo incurria para Terzaga en una grave falta: al revisar solamente — 0 con absoluta preferencia— el periodo histérico que concluyé en Caseros, sin hacer lo mismo con las otras etapas del acaecer nacional, los rosistas negaban "de hecho la irrevocable fluidez del proceso histérico", admitiendo “aunque sea de modo implicito que la historia es una mera yuxtaposicién de compartimien- tos estancos"“®), Para mayor gravedad, al no tener opinién sobre las etapas anteriores y posteriores a la que privilegiaba, la historiografia rosista admitfa té- citamente los valores usuales manejados por los au- tores mitristas. Pero ésto, decia Terzaga, no era casualidad. Obedecia a la circunstancia subyacente de que el héroe legendario de Ibarguren, Irazusta y Font Ezcurra habia practicado durante todo su go- bierno, y aun antes, una politica puramente portefia, que continuaba el centralismo de Rivadavia y seria continuadaa su vez por el unicato portefo del general Mitre. No por nada los viejos rivadavianos como Vé- lez Sérsfield 0 Alvear se hicieron rosistas después de 1830, asf como connotados miembros del cfrculo de Rosas —Elizalde, el general Pacheco, Lorenzo Tortes, os Anchorena— se pasaron al localismo portefio-mi- trista para resistir los esfuerzos de reorganizacién constitucional del general Urquiza después de Case- 10s. Es que todos ellos constitufan el "partido de Bue- nos Aires", como lo llama el riocuartense. Todos ellos, rosistas y antiguos unitarios, podian enfrentarse acre- 2 mente en la politica bonaerense reflejando las luchas por la hegemonia desatadas entre la oligarqu{a terra- feniente y la burguesfa mercantil, pero cerraban apre- tadamente filas cuando se trataba de sostener frente alas provincias la posesi6n exclusiva del Puerto tinico ysujugosa aduana. Dealli, dice Terzaga, quel propio Alberdi, en sus Escritos Péstumos, estableciera esta “linea de sucesién portuaria: Rivadavia—Rosas-Mi- tre"). Admite Alfredo Terzaga, por supuesto, que la significacién de Rosas no se agota en ese solo as- ecto —estd el Rosas de la Ley de Aduana y el defen- sor de la soberanfa patria en la Vuelta de Obligado— pero sefiala que él es el principal y més definidor rasgo de la ejecutoria rosista. Por ende, sus panegi- ristas més consecuentes terminan por reivindicar la figura y la accién misma de Mitre: Juan Pablo Oliver, Ja guerra contra el Paraguay de Franciggo Solano Lé- pez (jal que Rosas leg6 su espadal...)""9) y Julio Ira- zusta, la demagégica oposicién del historiador de Belgrano a los fergocarriles ingleses (jMitre paladin antimperialista!)""), Esta adhesién retrospectiva a una politica portuaria sin solucién de continuidad y un cierto menosprecio—excepto en Fermin Chévez— a los caudillos del Interior (los verdaderos federales) son los principales agravios que Terzaga manifiesta contra la historiografia revisionista, culpable también ella de faltar al deber de veracidad. Aclarado el sustratum comuin sobre el que se movian ambas corrientes historiogrdficas, Terzaga traté de encontrar una explicaci6n a la violencia verbal y adjetivadora con que los miembros de una y otra —a despecho de su coincidencia esencial— se com- batian por motivos de otro orden. La encontré en el cardcter inconcluso de nuestra nacién, tan distinto al de Inglaterra, por ejemplo, a la que toma como tér- mino de comparacién. "Nadie en Inglaterra, —explica en su brillante nota "Historia argentina: un pleito sin fallar’— se va a las manos por publicar en el terreno 2 del escéndalo los méritos 0 los errores de Oliverio Cronwell, ya que el regicida famoso, con su dictadura y con sus empresas, esta incorporado a la historia de a nacién inglesa como uno de sus pilares. Ello se debe principalmente a que el pasado inglés es visto como tun todo, ya que la forja de esa nacin concluyé hace tiempo. Y aunque su historia pueda ser escrita de nuevo muchas veces, ya no quedan en el crisol trozos sueltos ni materiales incandescentes. Entre nosotros sucede exactamente lo contrario. La confrontacién de juicios sobre épocas y personajes de la Historia argen- tina, se sale continuamente del cendculo de los espe- cialistas y de las academias, para convertirse en una disputa de partidos y partidarios, con toda la aspereza y hasta con Ia violencia que el choque de partidos suele tener... Hay escritores rivadavianos y antirriva- davianos; hay rosistas y antirosistas, con la misma pasién que si viviéramos en los dias de la Coalicién del Norte; y hay mitristas y antimitristas, como si estuviéramos en plena Guerra del Paraguay 0 en la época de las expediciones militares al interior. En la vigencia de todos esos ismos, explica Terzaga, es don- de se expresa la supervivencia del espiritu de partido, aunque ya no existen directoriales, unitarios, cismd- ticos, ni federales. No existen, pero la nitidez y la persistencia del eco que han dejado en nuestra histo- ria, demuestra que algo de ellos ha quedado vivo, 0 que los problemas que los dividian no fueron solu- cionados del todo, 0 que la Nacién que los engloba no ha terminado de fraguar; que ella no es atin un todo concluso sino un torso estremecido... Esa, y no la supervivencia de nietos y biznietos de los protagonistas, es una de las causag principales de las polémicas sobre nuestro pasado"), 23 Tl La viga maestra de la interpretaci6n terzaguiana de la historia argentina es la contienda secular entre el afén progresivo de las grandes mayorfas nacionales y la defensa obstinada de sus privilegios por parte de las minorfas retardatarias, contienda que, natural- mente, va cambiando de aspecto e intensidad segiin las épocas que modula en su dialéctica. La historiograffa originada en los vencedores de Pavén (recordemos quela historia siempre la escriben. los vencedores, excepto en el caso de la Revolucién del 90, Balestra dixit) y nutrida con los mitos creados por los unitarios y por Sarmiento, elevé esta cruda oposicién social a la categorfa de un enfrentamiento de caracter metafisico entre la "Barbarie" y la "Civili- zaci6n". Naturalmente, en la causa de los civilizados se enrolaban los propios apologistas del orden Post Pavén, quedando relegadias las masas y sus caudillos al cajén de sastre de 1a "barbarie’. El revisionismo rosista invirti6 los juicios de valor aplicados a cada término de la antinomia histérica, cambiando simul- téneamente su denominacién: "Unitarios versus Fe- derales", los vendepatrias contra los defensores del ser nacional. Alberdi, contestandoles por anticipado a ambos, habia ya superado esta dialéctica irreal plan- teando que mas que una lucha entre dos partidos, el problema argentino era —en términos casi geopoliti- cos— como un antagonismo entre "dos paises" o re~ giones geogréficas: Buenos Aires, capital y Puerto Uinico, por un lado, y el resto de las provincias empo- brecidas y privadas de una salida al exterior , por el otro. Terzaga opinaba, comentando un libro de Bliss, que esta antinomia era "no errénea pero si impreci- 25 sa"), "esa antitesis, que sefiala la causa de los reno- vados enfrentamientos entre Buenos Aires y las Pro- vincias, no es suficiente para explicar los teiterados fracasos de éstas tiltimas en sus intentos por imponet una solucién nacional"), asegurarfa en otro trabajo. El desarrolla entonces una explicacién triangular, di- gamos, del problema hist6rico argentino, presente té- citamente —como un mecanismo ordenador de los hechos— en todos sus trabajos de historia y de critica politico-hist6rica, pero que expone de modo explicito en "Cérdoba en la solucién del pleito argentino”, Con- viene reproducir integramente este claro desarrollo, ya que ninguna sintesis podria reemplazarlo. Escribe Terzaga: "No es solamente el poder militar y finan- ciero de Buenos Aires el que consiguemantenera raya a las provincias —con Rivadavia, con Rosas y con Mitre— sino también su mayor capacidad de manio- bra, dada, es cierto, por esos elementos de poderio, pero que podia ser jugada con admirable elasticidad por Buenos Aires, precisamente porque la lucha no se entablaba esquematicamente entre dos adversa- rios, sino que asumia una forma triangular, quejugaba alternativamente, segtin lo permitiera la correlacién de las fuerzas o las circunstancias del momento: Bue- nos Aires, Litoral fluvial, Interior. Esas tres unidades posefan rasgos econémicos bastante definidos, sufi- Gientes para caracterizarlas a pesar de sus matices internos. Al Puerto tinico correspondia un fuerte co- mercio local y extranjero y una gran provincia gana- dera que producia para la exportaci6n; en el Interior existfa una industria artesanal y un comercio que miraba hacia las tierras de la vieja unidad americana; el Litoral, por su parte, combinaba ambos modos eco- némicos: tenfa industrias que queria proteger, y po- sefa puertos que deseaba habilitar y utilizar sin restricciones, pero cuya lave estaba, en definitiva, en las bocas del estuario. El cardcter complejo de esta unidad geopolitica litoralense, que a veces miraba 26 hacia el Interior y a veces se plegaba a Buenos Aires, aunque sea a regafadientes, como ocurrié con Esta- nislao Lépez, es lo que permitié a Buenos Aires, en muchas oportunidades, asociar al Litoral en sus em- presas, aunque fuera como socio menor, y servirse del prestigio de los federales santafesinos o entrerrianos, ora parahostigar alas proyjgcas del Interior ora para recomendarles paciencia"”*), Eljuego de estas tres unidades geo-hist6ricas, sus alianzas y sus enfrentamientos, es la clave que alum- bra el periodo que va desde Mayo la Federalizacion de Buenos Aires en 1880. Pero no ha de creerse por lo dicho que Terzaga adhiere a una explicacién crudamente "geopolitica’ de la historia nacional. La Geopolitica, presunta cien- cia que estudia la influencia social del medio natural, “que regula los destinos de los pueblos con ciega brutalidad” —al decir de Ratzel, uno de sus creado- res— no conté nunca a Alfredo Terzaga entre sus adeptos. El tenfa vastas lecturas sobre el tema y se encuentran sobre el mismo continuas referencias en sus textos, Incluso, en su gran obra sobre la geografia de su provincia, existe un capitulo sobre "Geopolitica de Cérdoba", pero precisamente alli es donde el es- ctitor riocuartense establece los limites y el rol subor- dinado del factor geogréfico al aseverar: "la importancia del espacio como estimulo de plasmacién politica s6lo adquiere su verdadero significado cuan- do se lo relaciona con elementos més mutables, como son, por ejemplo, las estructuras econdmicas_ as Ii chas politicas y las modificaciones culturales'*). fo- maba a la Geopolitica, por lo demas, con una perspectiva histérica: consideraba que la sociedad, I6gicamente, no podia sustraerse a su base natural, pero sabia que ella sélo se imponfa a los hombres en las primeras etapas del desarrollo social, cuando las, fuerzas productivas y la técnica eran atin insuficientes para dominarla; pasado este umbral, era el hombre 27 quien imponfa su impronta al contorno espacial. Una aplicacién concreta de esta forma de pensar la Geo- politica la encontramos en otra parte de su "Geografia de Cordoba", cuando sefiala que su ciudad Capital habfa caracterizado su crecimiento "por la orientacién que le sefialaban el rfo y su valle, en un estrecho determinismo geografico que dur6 aproximadamente tres siglos. Pero a partir del 80, la accién del hombre rome este marco rigido de la topograffa: construye una estacién ferroviaria en la banda norte del rio, tiende varios puentes sobre el mismo, abre canales en Jos Altos del Noxt y del Sur y comienza a desmontar Jas barrancas"’. Ms todavia: contrariando licida- mente la concepcién haushoferiana de la omnipoten- cia del medio geografico, redujo a éste a una dimensi6n hist6rica y, por tanto, cambiable, al asegu- rar que “el proceso democratico y nacional posee su propia geopolitica, asf como el atraso, Ip gemifeuda- lidad o el imperialismo poseen la suya"*), De alli que su explicacién de la historia patria se funde antes que nada en la dialéctica de las luchas sociales, en las que el enfrentamiento de unidades geo-politicas aparece més con una naturaleza feno- ménica, que no alcanza sin embargo a enmascarar totalmente la esencia social de la cuesti6n. Terzaga se encarga de puntualizarlo reiteradamente: la lucha en- tre las "dos geografias” alberdianas, dice, debe ser tomada, "por supuesto, no en el sentido de un deter- rinismo felirico sino gan todas sus implicaciones econémicas y politicas"*”). "No es que se tratara de un antagonismo fundago exclusivamente en el deter- minismo geogréfico"™®), agrega a renglén seguido. De hecho, "Buenos Aires", "El Litoral’, el "Interior” no son sino categorfas sintéticas que indican respectivos frentes de clases, que por tener cada uno su nticleo hegeménico en cada una de las tres regiones geogré- ficas, se denominan por comodidad y habitualidad con sus diferentes nombres. Asi, "Buenos Aires" es el 28 concepto que cubre la alianza entre la burguesia mer- cantil portefia, la oligarquia terrateniente de la pro- vincia y los sectores populares de la ciudad y la campafia, a los que se sumaban en el Interior unos pocos comerciantes consignatarios de casas mayoris- tas portefias y un par de intelectuales desumbrados por las luces del liberalismo; el "Litoral” designa el vasto frente de gauchos libres, pequefios propietarios rurales, burguesia de las ciudades fluviales y su arte- sanado, milicias criollas y funcionarios locales, diri- gido, a través de los caudillos, por los estancieros santafesinos y entrerrianos estrangulados en el fondo de sus rfos clausurados por Rivadavia, Rosas o Mitre; el "Interior", finalmente, era la designacién de todo ese mundo de artesanos y de industrias domésticas arruinados por el libre cambio, de pastores y de agri- cultores criollos, de pardos y "castas" de jas orillas urbanas y de terratenientes de estancias semidridas y vacunos guampudbs, orientado por clérigos, doctores sin clientela y comerciantes ligados al antiguo y per- dido circuito mercantil del Alto Peri y Chile. De estos tres bloques histéricos, Buenos Aires encarnaba el proyecto més retrégrado: el de un capi- talismo rural parasitario dependiente de las metr6po- lis europeas. El Interior, en cambio, aspiraba al desarrollo auténomo del pais en base a la protecci6n de sus débiles artesanfas frente al libre comercio rui- noso del Puerto tinico, al que pretendfa nacionalizar para poner sus cuantiosas rentas aduanerasal servicio de toda la Naci6n; El Litoral, a su vez, era un tercero poco fiable, que se aliaba a las provincias mediterré- neas para doblegar a la oligarquia portuaria pero transaba invariablemente con ella (Ramirez, L6pez, Urquiza...) en virtud de su tendencia subyacente a ligarse al mercado mundial con su creciente produc- cién ganadera. Para el perfodo histérico en que se dirimen estos tres proyectos de pais, Terzaga efecttia cuatro impor- 29 tantes precisiones, que no son totalmente suyas sino del conjunto de la corriente que integraba pero que 41 expuso con la mayor claridad. En primer lugar, impugn el cliché de "La Anar- quia del Afio XX" y la "Epoca de la Anarquia” (1820- 1826) por ser una indebida extensién de la situacién de caos politico del Buenos Aires de entonces al resto del pais. "Resulta harto discutible calificar de anar- aqua la época en que las provincies span sus gobier- nos propios y sus constituciones..."“*), dir en una de sus notas, resumiendo distintas observaciones dis- persas en su obra. En segundo lugar, establecié una clara diferencia entre lo que era el rosismo y lo que representaba el, auténtico federalismo de las provincias. Dediicé a este asunto un trabajo especifico, atin inédito, llamado precisamente "Los dos Federalismos". Alli elabora en detalle el tema con su habitual agudeza, explicando y probando cémo el Federalismo provinciano deseaba la organizaci6n constitucional del pais porque "para Jas provincias la Constitucién no era una simple for- malidad o una exigencia doctrinaria, sino la garantia legal dg una convivencia en igualdad de dere- chos"°"), y esta igualdad se referia expresamente al control nacional sobre el Puerto, el disfrute igualitario de sus rentas de exportacién e importacién y el fin de surol de llave-tapén del sistema fluvial platense. Para Rosas, en cambio, aquella misma palabra, canonizada como "Santa Federacién", implicaba "una politica que permitiera crear y mantener un largo statu-quo entre las provincias y Buenos Aires, congelando, por asi decirlo, el viejo pleito de las rentas aduaneras y las cuestiones esenciales sobre la creacién de un gobiegno federal y sobre la fijacién de la capital del pais"! Este statu-quo, por supuesto —explicaba Terzaga— favorecia infinitamente més a la oligarqufa porteha que a los pueblos mediterraneos, porque "permitia a los portefios seguir usufructuando en su exclusivo 30 provecho las rentas dela Aduana, como lo demuestra elhecho de que, durante casi todo el tiempo que dur6 el régimen de Rosas, con excepcién de los afios del bloqueo anglo-francés, el noventa por ciento, o més delnoventa por ciento del presupuesto de la Provincia de Buenos Aires, se gybrié precisamente con los in- gresos aduaneros..."¢ Unatercera precisiGn est4 dada por suheterodoxa afirmacién de que existia "un nexo comiin entre la unidad real, efectiva, sofiada por Miranda, San Martin y Bolivar, que abarcaba a toda la América Espaficla, y la realidad de los niicleos regionales y aun de las republiquetas que a veces erigieron los caudillos in- teriores’. Esa conexién profunda, cuya busqueda “puede parecer una herejia de lesa historia y de lesa logica” dice Terzaga, es sin embargo evidente que “existe, aun por encima de la conciencia de los prota- gonistas, puesto que, fracasados los planes de los Libertadores para construir una sola nacién o una Confederacién Nacional, la idea federal y regional, a través de los caudillos, contimia siendo, durante lar- gas décadas el tinico obstaculo para la penetraciGn de los imperialismos en el cuerpo desarticulado de la herencia espafiola. La visién telescépica de San Mar- tin y Bolivar se metamorfosea asi en visién micros- cépica en manos de Péez, Artigas, Ferré, Ibarra, Facundo, etc, mas la relacién que existe entre una etapa y otra, es la misma que hay, en la guerra o en la lucha por la personalidad cultural, que la que existe cuando un eiggito o un pueblo pasa de la ofensiva a la defensiva"®*). Magnifica clave interpretativa ésta que no ha sido suficientemente utilizada por los his- toriadores profesionales. Finalmente, frente a quienes —desde la izquierda como desde la derecha— sefialaban al Interior como incapaz de evolucionar progresivamente y al Unita- rismo librecambista como introductor de un sistema econdmico (el capitalismo dependiente) superior al 31 delas provincias, Terzaga refutaba enérgicamente:"La economia del Interior no era una economia, sino va- rias, pero en ningtin caso se trataba de economias natugales 0 domésticas detenidas en el autoconsu- mo") Eran, si, atrasadas, pero el atraso —seftala- ba— “ni suprime los antagonismgs de clase ni borra las posibilidades de evoluci6n’™) si ésta, como se pretende, es impulsada por la dialéctica de los grupos y las clases sociales. "Las posibilidades de progreso y deevolucién ascendente—remata Terzaga— estaban limitadas, en consecuencia, no por la estructura de cada regién, sino por la separacién y aislamiento pro- pagados celosamente por Buenos aires desde los tiem- pos del ministerio de Rivadavia. El estancamiento no era "causado” por el estado social de cada una de las regiones, sino padecido por ellas, que nunca perdie- ron lag ocasiones de trabajar por la mutua integra- cién"™®), Los hombres representativos de las provincias interiores, los caudillos federales, en con- Secuencia, "arrastrando tras de sia las masas pastoras. y artesanales que integraban el complejo regional, defendian las posibilidades de aquel desarrollo frente a una penetracién que, interesada solamente en la riqueza potencial de la region pampeana, queria traer a su dominio estas otras regiones s6lo para anularlas yreemplazar en ellas, como se hizo, la actividad pro- pia por el sistema del empleo piblico y de los subsi- dios nacionales. Lo que asf introducia Buenos Aires en las provincias del Noroeste no era el progreso capitalista, sino, precisamente, el estancamiento. Lue- 80 haria lo mismo en el Paraguay, 2 mayor escala y con mas tremendo costo"®), * El complicado sistema de acuerdos y compensa- ciones que era la Confederaci6n rosista duré hasta que Urquiza derrot6 al Restaurador de las Leyes en 32 Caseros. Este evento, fue interpretado por la historio- grafia porteio-mitrista como el triunfo del principio de la “Libertad” frente al de la “Tirania”, mientras que los revisionistas lo concibieron —muy de acuerdo a la teorfa conspirativa de la historia a la que son tan afectos— como un siniestro complot brasilero-unita- rio tramado para humillar a la Patria. Terzaga, més prosaicamente, como él decia, pero més cientifica- mente, lo comprendfa como el resultado politico de una gran transformacién econémica y social que abar- caba a todo el Litoral y, especialmente, a la provincia de Entre Rios. El sabia de esta transformacién porque la habia estudiado pormenorizadamente en su arti- culo "La Guerra de Entre Rfos", publicada en Ia "Re~ vista de Historia Entrerriana” en 1971, y que el Dr. Isidoro Ruiz Moreno conceptuaba "muy sgggno yatra- yente" y un “valioso aporte" a su revista' En virtud de los silenciosos cambios ocurridos, el delicado equilibrio de la "Santa Federacién" era ya anacr6nico en 1850 para el Litoral ganadero, pletérico de nuevas fuerzas econémicas y de un nuevo dina- mismo, y ansioso por romper el cerrojo que Buenos aires habia puesto al sistema fluvial del Plata. Urquiza, ayudado por brasileros y uruguayos —es decir, los demés miembros de la familia rioplatense perjudica- dos por la politica de Rosas— aventé en Caseros una estructura que se sobrevivia a si misma. Lo reemplaz6 un nuevo compromiso entre las provincias fluviales y las mediterréneas, que Buenos Aires no quiso acep- tar porque consideré que se hacfa a su costa (Federa- lizacién de la capital hist6rica en el art. 3° de la Constitucién del 53). La provincia "Soberbia y rebel- de" se separé por diez afios e hizo su vida, hasta que Pavén le devolvié la hegemonfa perdida. En esta ba- talla, "Urquiza, que tenfa en sus manos la fuerza efec- tiva, prefirié entenderse con Buenos Aires y dejé abandonado a su suerte al Presidente de la Nacién (Santiago Derqui), con lo que precipit6 el hundimien- 33, to de la Confederacién Constitucional que él mismo habia creado"®*). Se abrio entonces la era de Mitre y Sarmiento, a la que puso fin en 1880 el General Roca, representante —explica Terzaga— dela alianza ajuventud militar y la juventud civil del Interior En formidable y precisa sintesis el historiador cordo- és expone asi la médula del proceso socio-politico que va desde la caida de Derqui hasta el ascenso del Conquistador del Desierto: "Desde Pavén hasta el 80, se habia producido un completo reajuste politico. El Fército, originariamente portefio, debié ensancharse forzosamente por las necesidades de la guerra para- guaya. Las provincias, atin después de "pacificadas’, se conservaron en permanente oposicién contra la politica de Buenos Aires. La intervencién de los jefes ilitares frustré la candidatura de Elizalde e impidié que el mitrismo continuara en el poder. Simulténea- mente, se fue abriendo una fisura, que llevé hasta la ruptura franca entre la nueva generaci6n militar y los jefes uruguayos "colorados’ que habfan constituido el plantel de Mitre. Por otra parte, los trabajos de Urquiza en el Interior habian posibilitado la alianza entre federales y autonomistas. La tendencia se refor- 26 con la quiebra del alsinismo, después de la muerte de su jefe, cuando aparecieron grupos porteios dis- puestos a romper con el localismo (Pellegrini, Dardo Rocha, Bernardo de Irigoyen, etc). Yel proceso qued6 consumado al producirse la alianza entre la juventud militar y la juventud civil del Interior, alianza que, al margen de lo puramente personal, encontré su expre- si6n simbélica en la estrecha vinculacién de Roca con Judrez Celman. Todos estos hechos se inscriben en un proceso que tendia a rehabilitar la causa de las pro- vincias después del desastre suftido por éstas en Pa- v6n. Ello que explica que Julio Argentino Roca, al surgir como candidato, contara con la adhesién de un mtimero considerable de viejos federales, en todas las provincias, que vefan ahora la oportunidad de dirimir Evy en su favor el pleito hist6rico con Buenos Aires. Nada amigo de las palabras efectistas, el General Roca, al asumir la Presidencia manifesté: "no vengo incons- ciente al poder". La frase indica algo més que una modalidad personal. Con el General de Santa Rosa y del Rio Negro, entraba vencedor en Buenos Aires también el teniente artillero del viejo ejército de la Confederacién, que ge habia batido contra Mitre en Cepeda y en Pavon'#)), La Presidencia de Roca marca as{ el inicio de una nueva época, en donde la dialéctica triangular de las tres regiones hist6ricas deja lugar a una ampliacién horizontal de la lucha de las clases, que tiende a uni- formarse en sentido geogréfico y a enriquecerse y complicarse con la aparicién de otros grupos sociales derivados de lanaciente estructura agro-exportadora proletariado urbano de servicios y pequefias indus- trias manufactureras, peones rurales del orden capi- talista, clases medias agricultoras de origen inmigratorio, funcionariado civil, profesionales y has- taun germen de intelligentzia moderna. La oligarquia portefia pierde el Puerto de Buenos Aires y sus rentas, pero lo recupera en un nivel superior de su evolucién al refundirse, en la cresta de la ola de prosperidad finisecular, con las antiguas aristocracias de provincia, junto alas cuales monopoliza el Estadonacional, mar- ginando a las nuevas mayorias que maduraban en el crisol del irigoyenismo. Esta instancia que se abre en el pais (1880-1930) “se encuentra signada, segiin Terzaga, por la partici- pacién creciente de un personae hasta entonces mas (0 menos marginado: el Pueblo") Y el pueblo co- mienza a expresarse través de up ggudillo demasas esencialmente nacional’: Irigoyen”), y de su movi- miento: la Uni6n Civica Radical, al que nuestro escri- tor, desafiando a toda la historiografia tradicional, se empefia en vincular con el roquismo. Irigoyen, ase- vera, "contribuia a su modo y desde su terreno a la 35 PM tarea de la unificaci6n nacional que, desde la otra vereda, trataba de consolidar el General Roca, verda- dero artifice de la obra, y no su rival portefio, cone quiere la leyenda elaborada por la historia oficial"), Recuerda, para reforzar su atrevida tesis, que,en 1880, siendo legislador nacional, el joven diputado "Irigo- yen, divergiendo de a postura de Alem se adhing.g ia causa del Interior contra la oligarquia portefia” y vot6 por la nacionalizacién. Esta puntualizacién eselhilo quelollevaasefialar la "Hist6rica divergencia en el nacimiento de un gran partido” —tal el titulo de una de sus notas al respec- to— entre el lider de la Revoluci6n del 90 y su caris- mético sobrino. En esta querella politica —que muchos historiadores del radicalismo "acostumbran a velar piidicamente"*6)_ el primero expresaba una tendencia proclive a pactar con la oligarquia a través del acuerdismo con Mitre (su intransigencia "lo era ante Roca” solamente, sefiala), mientras que Irigoyen encaraba el ala verdaderamente intransigente, deci- dido a construir “un partido nacional y popular. Lo cual no se conseguirfa mientras tuvieran predominio en él los elementos de conexién con el mitrismo, los fipjos como Don Bernardo, del Valle . Subordinados los alemnistas — prefiguracién de los “azules" o “galeritas" del alvea- rismo— Irigoyen arribé al gobierno en 1916 y traté de llevar a la préctica sus "principios més nobles: nacionalizacién del petr6leo; intervencionismoestatal en los ferrocarriles, en la legislacién laboral, en la previsi6n social; nacionalismo democratico; antimpe- rialismo, neutralismo"**), Pero "la oligarquia", derro- tada por Irigoyen, se habia replegado en sus socias menores, las oligarquias de provincia y cuando el presidente popular y nacional se vio obligado a inter- Venirlas, éstas pusieron el grto engl cielo, en nombre precisamente del..federalismo!"™”), Respecto a esta centralizacién del régimen Irigo- 36 yenista y a la nueva version de la “causa federal”, el autor de la "Historia de Roca” indicaba certeramente que “el estado modemno, a cuya construccién tendian Jos esfuerzos de las regiones, era inconcebible sin un fuerte grado de centralismo. Perot centralsmo no es lo mismo que el unitarismo"”), E] unitarismo excluye al pueblo de toda intervencién politica, reser- vando el poder para una élite privilegiada. El centra- lismo,en cambio, asegura la permanencia dela nacion frente a las tendencias centrifugas apoyéndose en las masas populares. De alli que si "esta centralizacién negaba el federalismo, lo negaba en todo caso dialéc- ticamente,es decir, superéndolo y mejoréndolo, como el fruto niega a la flor. Y esta condicién se irfa cum- pliendo més eabalmente cuanto més franco fuerg acceso de las masas populares a la arena politica"). Y este acceso se habfa dado, precisamente, con el advenimiento del radicalismo irigoyenista. "Vidse en- tonces el fenémeno, al parecer ins6lito, de que las verdaderas aspiraciones federales, 0 sea las de los. pueblos, estaban garantizadas por la solidez y la he- gemonia de un poder central’), y es también en- tonces cuando, curiosamente, los herederos del antiguo centralismo unitario y portefio se vuelven “federales", usando la vieja bandera “como pretexto contyg el centralismo renovador del presidente Irigo- yen" Con estas precisiones, la heurfstica terzaguiana hacia empalmar las grandes luchas del siglo XIX con los nuevos combates de las mayorias nacionales en este siglo: éstas, dice en una de sus nota, "se copyjer- ten en las herederas del federalismo histérico" Trigoyen no pudo completar su obra de repara- cién. Jaqueado por la crisis del 29 y por la violencia de una campafia muy bien orquestada de despresti- gio, fue derrocado en septiembre de 1930. Detrés de esa campafia estaban, naturalmente, los sectores mas, intolerantes del privilegio. Pero, aclara Terzaga, sefia- 37 Jando una constante desgraciada que es el divorcio entre el movimiento popular y la intelligentzia argen- ‘tina, "la oligarquiaconservadora no daba francamente la cara, sin embargo, en esa campafia, confiada casi exclusivamente a sectores que podian ostentar una bandera mas avanzada’: a jyygntud universitaria y los dirigentes del socialismo"™”). Ellos son quienes facilitan operativamente el ad- venimiento de la "Década infame", que "Manuel Cruz Tamayo" caracteriza asf: "El bando vencedor lleg6 hasta admitir francamente que la oposicién era ma- yoria pero proclamé la necesidad del ‘fraude patrié- tico’. En lo econémico comenzé un viraje de 180 grados. Toda la politica de defensa y nacionalismo que habian esbozado y en algunos aspectos llevado arealizar el Irigoyenisino, fue sustituida porlaentrega franca. El propio vicepresidente de la Nacién llegé a admitir, con satisfaccién, que la Argentina era ‘parte integrante del Imperio briténico’.. El ex-ministro del antipersonalismo (Agustin P. Justo) era ahora presi- dente. El ex-presidente (Marcelo T. de Alvear) era ahora jefe de un partido ‘dle oposicin’. B juego de- mocrético estaba més o menos en regla"”®), La célebre "década' se cierra en 1943 y se produce la aparicién y ascenso del peronismo, sobre el que poco y nada escribié Alfredo Terzaga, pero al que sabemos proporcioné su apoyo critico. Su cafda en 1955 le dio ocasién de analizar mordazmente el triste y recidivante papel cumplido por el nacionalismo aristocratico-catélico, que tras apoyar toda la ejecu- toria anterior de Perén, 1o combatié luego en alianza con liberales y masones hasta provocar su derrumbe, nada ms que para ser expulsado él mismo del poder el 13 de noviembre de aquel afo. “La teoria de ‘las dos revoluciones —septiembre y noviernbre— debie- ra servir al menos, diré Terzaga, para lamar a la reflexi6n a sus propios sostenedores, pues si la apli- caran en forma consecuente a la historia politica ar- 38 gentina verian que siempre la primera revolucién (la del grupo autodenominado "mas nacional”) no sirvi6 nunca para otra cosa que para desbrozar el camino a la segunda revoluci6n, la de los cipayos ciento por iento, sus amigos y aliados de la vispera, cada vez que esa coalicién funcioné contra algtin déspota le- gendariamente vilipendiado. (.. Claro es que el par- tido ‘de los buenos’ no habria sido traicionado por el de ‘los malos’ si previamente ellos mismos no hubie- ran traicionado la causa nacional, desiumbrados por el espejismo de hacer nacionalismo sin pueblo o con- trael pueblo. El llamado “nacionalismo” de ese sector era apenas el atrayente r6tulo que hacia falta para derrumbar desde adentro al gobierno popular. Una vez roto ese dique, no cabiaa esa clase denacionalistas otro destino que él muy melancélico de recordar sus intenciopgs mientras la tajada del poder pasaba a otras manos’, La contradicci6n dinémica que enfrentaba secu- larmente a las mayorfas populares con los sectores minoritarios hegeménicos nativos y extranjeros se- guia siendo, atin en 1958, atin en la actualidad, laclave interpretativa que Terzaga utilizaba tan fructifera- mente * Y esa misma dialéctica que constituia el motor esencial de la historia argentina, lo veia él también presente en el devenir de toda Latinoamérica: "Pene- traci6n y rechazo" de las fuerzas disgregadoras de los imperialismos constituian “la polarizacion esencial en que,gg mueve el proceso histérico latinoamerica- n0"°®), escribia en uno de sus articulos comentando la concepcién cultural de Ricardo Rojas. Segiin su interpretaci6n, se debia partir de ‘la existencia de un mundo colonial homogéneo dependiente de una sola corona’, realidad social-geografica a la que "se unfa 39 otra politica: la unidad real de los que trabajaban por la emancipacion, cualquiera fuese el lugar de su na- cimiento, a través de organizaciones centralizadas, como eran las logias. Cuando los lideres civiles 0 militares de la Independencia justificaban su accién, lohhacian, cag siempre en nombre de su condicién de americanos"™”), Estos americanos —Miranda, San Martin, Bolivar, Monteagudo y otros Libertadores— pretendian la emancipacién de América Latina y su unidad como nacién. “La lucha de Bolivar —del mis- mo modo la de San Martin— perseguia el doble ob- jetivo de afirmar la independencia de América Meridional como una unidad. Mas atin: aunque los textos corrientes releguen la segunda idea a un apén- dice de curiosidades, puede conjeturarse que es ella Ja que justifica y fundamenta a la primera, ya que no es concebible que cupiera en la mente de los Liberta- dores el propésito de cortarlos azoscon la metrépolis para fragmentar su herencia y dispersarla"™”). Pero los Libertadores fracasaron como unificadores, y en- tonces fueron los grandes caudillos federales, en la uiltima trinchera, quienes constituyeron "durante lar- gas décadas —como citamos ya— el tinico obstéculo paralla penetracién de los imperialismos.gn el cuerpo desarticulado de la herencia espafiola®”). Y sigue ‘Terzaga: "después del aplastamiento de los caudillos y de la consiguiente derrota de las masas nativas, operacién que demand6 guerras en forma, como las que borraron del mapa a la Bolivia de Santa Cruz y al Paraguay de Lépez o sangrientas operaciones "de limpieza" contra los jefes menores como Pefialoza 0 Lépez Jordan, comenz6 la penetracién de la influencia exterior en gran escala y con ella la época de los gigantescos monocultivos que habrian de caracterizar el panorama econémico de Latinoamérica", "Lo que siguié es bien conocido aunque muy poco recor- dado. La politica de las cancillerfas ultramarinas y también la de la reptiblica del Norte, que ya comen- 40 zaban a intervenir en los asuntos latinoamericanos, relegé al archivo de las utopias los suefios de unidad. Ala disgregacién politica y a las provocadas disen- siones que no pocas veces llegaron hasta la guerra fratricida, se sumé la explotacién gigantesca de los recursos naturales, encaminada, dentro de cada pais 2 uno o a pocos aspectos. Asf es como hemos tenido luego los latinoamericanos un pais de las Bananas, un pais del Estafio, un pais del Trigo y Came, un pais del Café, otro del Salitre y el Cobre, otro del Caucho, otro del Petréleo. Dentro de cada estado, todo fue sactificado a las necesidades monstruosas de la eco- nomfa monocultora. El que tiene cobre, no tiene pan; el que tiene trigo no tiene hierro; el que posee plata y estaiio carece de patatas; el que tiene cauchono tiene carne. Pero lo més absurdo, sin duda, es que este "no tener” no es el resultado fatal de la configuracién geogréfica o dela ausencia de recursos naturales, sino de la estructura econémica impuesta a cada pats ggmo una tremenda y asfixiante Mascara de Hierro"). La descripcién descarnada del estado de division y postracion a que han llevado a América Latina las peripecias de su devenir hist6rico parecieran dar una nota de pesimismo a la escritura terzaguiana. Creer esto, sin embargo, serfa tomar la apariencia por reali- dad. Habia en el espiritu de Terzaga un profundo optimismo en el futuro de América latina, porque ctefa que "la fragmentacién econémica, lejos de des- truir esencialmente la conciencia de a unidad latinoa- mericana, ha terminado reforzéndola, porque si antes habia razones histricas para ella, hoy se han creado las razones econémicas"®*). Vale decir: el propio de- sarrollo del subcontinente, tortuoso y desigual como ha sido, ha proporcionado las bases materiales para que una nueva generacién intente terminar la obra que los Libertadores comenzaron. Esta arraigadacon- viccién es la que ha llevado a Terzaga a resaltar todas aquellas tentativas de unidad de los pueblos latinoa- a mericanos que la historia oficial —comenzando por Mitre— ha tratado siempre de desvalorizar cuando no de ocultar. Asi, se ocupé de sefialar el apoyo del ilustre gobernador de Cérdoba (1820-1879) Juan Bau- tista Bustos ala politica bolivariana™, la gesti6n del Deén Funes como agente diplomatico del Libertador de Colombia y "aquella devocién suya por la causa dela América grande"); Ja identidad de puntogge vista entre San Martin y Bolfvar sobre la cuesti6n ©”); "las sucesivas tentativas hechas para recuperar la uni- dad nacional del Itsmo” centroamericano por parte el gggeral Morazén y del General José Rufino Be- trios); y “algunos hechos sociales y politicos que endian a alcanzar proyecciones continentales, por encima de la limitacién de las fronteras, para remediar Ia debilidad en que la divisién —muchas veces arti- ficialmente provocada— habfa sumido a ciertos paf- ses. Asf, por ejemplo, la revolucién Mejicana, que puso un especial énfasis en la unidad hispano-americana; la fusi6n federativa de los paises de centroamérica, intentada nuevamente en 1921 y que el gobierno de Buenos Aires se apresuré a reconocer y a saludar; los intentos reiterados de volver a reeditar, sobre la base deuniones aduaneras y de una flota mercante comtin, el proyecto bolivariano de la Gran Colombia (Vene- zuela, Colombia, Panamé y Ecuador); la politica lati- noamericana del presidente Irigoyen para soldar en un solo bloque a las Reptblicas del sur, a objeto de que pudieran afrontar en comin las peripecias del mundo deg post-guerra, dominado por dos o tres potencias’*). Tantos intentos frustrados serfan final- mente realizados por la generaci6n que, apoyada en sus pueblos y en sus convicciones, sacara del intimo conocimiento de la historia latinoamericana las expe- riencias y las conclusiones necesarias a su objetivo. Porque Terzaga —digamos para terminar— no con- ceba la preocupaci6n por la Historia como una in- quietud cientifica "pura", meramente académica sino 2 SME como "un conocimiento para la accigpy un acicate para laplenitud vivencial del presente'(””). Reclamaba una historiografia que permita “un acceso a la tradicién dentro de estructuras y de direcciones de sentido que entrogguen con el presente y sirvan a los hom bres"), Coincidia con Benedetto Croce en que las “necesidades de la vida y del tiempo presente... son las tinicas que justifican la labor historiogréfica, que no es una simple memoria regislyada sino un juicio formado en funcién de la vida"”“), Para el caso con- creto de nuestra latitud, aprobaba con entusiasmo el interés que la nueva generaci6n de los afios Setenta sentia por la Historia porque —escri verdadera y completa historia de sus pafses constituye uno de los imperativos de su conciencia nacional y, en ttima instancia, el arma més,ppeciosa en su lucha por la auténtica independencia\’”), NOTAS (1) Alfredo Terzaga, "Geografia de Cérdoba'", Editorial Assandri, Cérdoba 1963 - "Historia de Roca", A Pefa Lillo Editor, Buenos Aires 1976, dos tomos. @) Alfredo Terzaga a Juan José Hernandez Arregui, carta del {6:9-1963 copia en poder del autor. - "Historia de Roca’, T.2, pag. 161. @) Alfredo Terzaga, (4) Cit, en Leonard Silk, "Los Economistas”, Ed. Marymar, Buenos Aires 1980, p2 6) Alfredo Terzaga, (como "Manuel Cruz Tamayo"), “Mariano Moreno zBolchevique y entreguista?" en el volumen colectivo "El Revisionism Histerco Socalista, Editorial Octubre, Buencs Ai- res 1974, pag. 105/6. 6 Alfredo Teraga, "Historia Argentina: un pleito sin fll, sade copia en oer del autor 16 de maye de 1965) (7) Alfredo Terzaga, "Juan Bautista Bustos. Un auténtico Federa~ lismo nacionalista', en revista "Tzquierda Nacional’ N° 2, 1966; "El Partido Federal en Cérdoba’, La Voz del Interior, 4 de enero 11968; "José Maria Paz" y "Un seminarista de Cérdoba’, notas radiales para LW1 Radio Universidad, 1972 y 1973 respectivamen- istoria de Roca", Tomo 2, pag. 161 43 te, copia en poder del autor; "Santiago Derqui: Una figura clave", nota Fadial idem, 1973, y en La Voz del Interior, 1967; "Ramén J. (Cércano’, nota radial idem del24 de mayo de 1973, copia en poder del autor (8) Alfredo Terzaga, “La Historia y sus esquemas’, nota radial idem, 2 de mayo 1974, copia en poder del autor. (0) Alfredo Terzaga, "Claves para la Historia Latinoamericana’, Alcién Editora, Cérdoba, 1985, pag, 9. (10) Alfredo Terzaga, "Vida de Mariano Fragueiro’, Edicién del Instituto de Estudios Argentinos Mariano Fragueiro, Cérdoba 1979, pag, I1y 15. (1 Idem, pag. 15. (22) Alfredo Terzaga, "Rosismo y Mitrismo: dos alas de un mismo partido'en el volumen colectivo cit, pag. 114. (13) Alfredo Terzaga, “Juan Bautista Bustos. Un auténtico.." cit, pag (14) Alfredo Terzaga, "Semblanza’ (de J.B Bustos) en el "Boletin” de la Direcci6n General de Historia, Letras y Ciencias, Cérdoba ‘Octubre de 1974, Ao 1, NP9, pag. 57. (15) Alfredo Terzaga, “Mariano Moreno..." cit, pag, 105. (16) Alfredo Terzaga, "Rosismo y Mitrismo... it, pag. 115. (7) Alfredo Terzaga, op. cit. supra, pag. 118. (28) Juan Pablo Oliver, reportaje en la Revista "Todo es Historia” INP 198 de junio 1971, pag. 85. (29) Julio Irazusta, “Influencia econémica briténica en el Rio de la Plata" Eudeba, Buenos Aires 1963, pag. 72/73, (20) Alfredo Terzaga, "Historia Argentina: un pleito sin falar” ct. @1) Alfredo Terzaga, "Horacio William Bliss: Del Virreynato a Rosas", comentario bibliogréfico en la "Revista de economia del Banco de Cérdoba” N* 17, T XI, Cordoba 1960, pag. 154. (22) Alfredo Terzaga, "Cérdoba en a solucién del pleito argentino (1852-1880)", Edicion del Autor, Cérdoba 1964, pag. 3, reproduc- cién de la conferencia dictada en Agosto de 1964 en la Facultad de Arquitectura de la UNC. (@3) Idem, pag. 3/4. (24) Alfredo Terzaga, "Geografia de Cérdoba" cit, pag. 293. En otro de sus trabajos ("Claves.." cit, pag. 15) agrega Terzaga que "la forma y la extensin del continente no son iguales para la concepcisn geopolitica _como se ice hoy__de unestadounidense, jue para la visiGn geopolitica de un americano del Sur’ sefalando S5i la relatividad fistrca del concepto de geopoltca. (25) Alfredo Terzaga, "Geografia de Cérdoba’, cit, pag. 284. (26) Alfredo Terzaga, "Claves...” cit, pag. 65. 44 (27) Alfredo Terzage, "Cérdoba en la solucién.." cit, pag. 4 (28) Alfredo Terzaga, idem, pag. 4 (Q9) Alfredo Terzaga, “La Historia y sus esquemas' cit (0) Alfredio Terzaga, "Los dos federalismos', inédito en poder del autor, pag. 13. 1) Alfredo Terzaga, idem, pag. 17. (2) Alfredo Terzaga, idem, pag. 18. (3) Alfredo Terzaga, "Claves..” cit, pag. 37. (G4) Alfredo Terzaga, "Historia de Roca” cit, tome I, pag. 145. 5) Alfredo Terzaga, idem, pag. 145. (36) Alfredo Terzaga, idem, pag. 146. G7) Alfredo Terzaga, idem, pag. 148/149. (98) Carta del Dr. Isidoro Ruiz Moreno (h) a Alfredo Terzaga del 24 de agosto de 1971, copia en poder del autor. (G9) Alfredo Terzaga, “Santiago Derqui: una figura clave" cit. (40) y (41) Alfredo Terzaga, "La estrella de Roca’, La Voz del Interior, Cérdoba 28 de junio de 1970. (42) Alfredo Terzaga, “Irigoyen: el conductor mas amado y més odiado de su época’, en diario Orientacién, Cordoba 2 de julio de 1956 (Nota XM), (43) Idem. (44) Alfredo Terzaga, "Una histrca divergencia en el nacimiento de un gran Partido’, en diario Orientacién, Cérdoba 4 de julio de 1956 (Nota XXVD. (45) Alfredo Terzaga, “Irigoyen: el conductor... cit. (46) Alfredo Teczaga, "Una hist6rica divergencia..” (47) Alfredo Terzaga, "Una hist6rica divergencia..” cit (48) Alfredo Terzaga, "La caida de Irigoyen y el nacimiento de un mito paralizante’, en diario Orientacién, Cordoba 7 de julio de 1956 (Nota XxVii. (49) Alfredo Terzaga, "Clave." cit, pag. 40 (60) Alfredo Terzaga, "El federalismo preservé la unidad de la nacién pero puede también disgregarla’, en diario Orientacién, ‘Cérdoba, 18 de marzo de 1957. 61) Alfredo Terzaga, "El ascenso politico de las masas hereda el federalismo pero también lo supeta’, en diario Orientacién, Cor- oba, 20 ce marzo de 1957 (62) Alfredo Terzaga, "Claves.." it, pag. 40/41. (63) Alfredo Terzaga, "El ascenso.. ci. (64) Alfredo Terzaga, idem. (65) Alfredo Terzaga, "La caida." cit. 45 (66) Idem (67) Alfredo Terzaga, “Las dos revoluciones de Septiembre’, en Revista "Politica" N* 1, 1969 Buenos Aires. (68) Alfredo Terzage, "Claves." cit, pag. 43/44 (69) Idem, pag, 10. (60) Ider., pag. 5. (1) Idem, pag. 37. Dice en otra parte Terzaga: ‘Cuando las igandes empress dels Libertadores San Martin Bolivar que laron frustradas en sus planes de organizar nacionalmente a los pueblos latinoamericanos, el panorama se poblé de luchas locales Y se erizé de poderes y de autonomias regionales. Ha sido cos- tumbre de la historia oficial de nuestros paises el enfrentar esas dos etapas como perfectamente antagénicas y el hacer de los ‘caudillosregionales, en todo sentido, eleverso de loslibertadores,

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