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Eduardo Mena.

La bella depredación.

“No hay un momento que no te consuma, que no consuma a los tuyos, no hay
un momento en que no seas destructor; tu paseo más inocente cuesta la vida a
millares de pobres insectos; uno solo de tus paseos destruye los edificios de
las hormigas, y sumerge todo un pequeño mundo en un sepulcro” Goethe,
Penas del joven Werther

Desde que tengo uso de memoria el lema ‘se vienen tiempos difíciles’ proveniente de mis
padres y de los adultos en general fue una constante que bombardeó mis oídos durante mis
primeros años de formación. El tiempo no ha dado evidencia de que estos vaticinios
populares se hayan equivocado en su diagnóstico; los periódicos siguen mostrando gente
descuartizada, atropellada, asesinada, baleada y toda clase de muertes y escenas dramáticas
cuya causa primordial es la violencia de los unos contra otros. Esto me llevó a reflexionar,
de manera instintiva, que no podría haber un solo ser humano que tuviera un ideal de
mundo contrario a esta selva de ‘todos contra todos’. No podría haber nada más ingenuo y
pueril que este pensamiento y que hoy re-descubro con gran brillo y fascinante presentación
en la noción de ‘raza cósmica’ de Vasconcelos.

La idea de una ‘raza cósmica’ puede parecer, al menos ante los oídos menos letrados en el
asunto, un perfecto oxímoron. Cada vez que suena la palabra ‘raza’ nos imaginamos toda
clase de pensamiento imperialista, dominador y destructivo gracias a la tradición cultural
imperialista, dominante y destructiva que ha hecho de este término su bandera y su escudo.
Esta cultura pertenece a la ‘raza blanca’ y está caracterizada por permanecer en el estadio
más bajo de la espiritualidad según la propuesta de Vasconcelos; el de la inmediatez
guerrera y material que se satisface por el uso de la fuerza 1. Cuando optan por hacer de su
causa materia de la intelectualidad y de la razón llegan al segundo estadio espiritual que se
caracteriza por ser eminentemente político. Nunca llegan al estado espiritual estético donde

1
J. Vasconcelos, La raza cósmica, p. 33.
impera el gusto por lo bello y lo trascendental, dentro del cual se encuentra y actualiza el
‘humano’ en su totalidad.

Vasconcelos coloca con cierta predisposición natural por este último estadio espiritual a la
‘raza mestiza’, el latinoamericano. Esto se sustenta en el prejuicio de que somos nosotros
quienes, por nuestra historia, vemos en lo blanco, en lo café y en lo negro la belleza;
encontramos en lo agrio y en lo dulce la armonía; nos atrae la altura y la bajeza en misma
medida; etcétera. Si el Cosmos lo ha arrojado ante nuestros sentidos vamos a poder
encontrarlo hermoso. Es esa disposición estética elevada la que provoca que lo ‘extranjero’
y lo ‘nacional’ se pueda difuminar con mayor facilidad que en ningún otro lado o en
palabras del mexicano: “…no es una credo rival que, frente al adversario, dice: te supero, o
me basto, sino una ansia infinita de integración y de totalidad que por lo mismo invoca al
Universo”2. Para quien pertenece a la ‘raza cósmica’ no hay amigos ni enemigos por
prejuicio alguno.

Es por este motivo que Vasconcelos se atreve, con el descaro que hereda de los cristianos, a
hablar de una ‘familia humana’. Dicho de otra forma, para Vasconcelos nuestra gran
capacidad estética nos condena a una ética del ‘amor al prójimo’ porque parece ridículo que
Vasconcelos se imagine que la ‘familia humana’ o la ‘raza cósmica’ tenga luchas intestinas;
‘tu raza puede comprender lo bello como ninguna otra, tu raza no debe atacarse entre sí’
podría ser el lema ético-estético al que nos invita Vasconcelos.

No obstante, ¿cómo mediar la distinción que existe entre lo ‘cósmico’ de dicha raza y lo
‘cósmico’ del Cosmos? Es perogrullesco decir que la ‘raza cósmica’ pertenece al Cosmos y
actúa tal como lo hace éste. ¿Es verdad que lo más elevado y perfecto del Cosmos se
desarrolla bajo la lógica de ‘amor al prójimo’ y ‘familia humana/cósmica’? No hay
ninguna evidencia de ello. Por cada video conmovedor de un jaguar salvando a un simio
huérfano podemos encontrar cien videos de leones depredando antílopes; por cada imagen
de marchas en contra de las injusticias veremos mil imágenes de gente privada de la vida de
manera salvaje; por cada acto de despreciable compasión veremos un millón de actos de

2
J. Vasconcelos, La raza cósmica, p. 41.
aun más despreciable violencia. Ahí donde veamos mundo veremos consumo mutuo y
donde veamos ‘apoyo mutuo’ o ‘amor al prójimo’ veremos excepciones del mundo.

Entonces, ¿nos arrojamos a las calles con pistolas y cuchillos en busca de una víctima
debido a que pertenecemos al ‘Cosmos’? Debo dar una negativa como respuesta a pesar de
que la vida cotidiana no sea sino solo una muestra sutil de ese escenario dantesco. La
opción más dignificante y viable para todos no es la superchería cristiana de ‘amor al
prójimo’ sino el embellecimiento de nuestra mutua depredación.

Si es cierto que Vasconcelos no logró, como nadie lo hará, esa clase de ‘paz mundial’
promovida por una raza superior no violenta, sí obtuvo un alto mérito en sus intenciones;
le heredó belleza. Aunque nuestro mundo de depredación sigue siendo el mismo que el de
Vasconcelos, él llevó miles de libros y expresiones artísticas de la más alta clase a todo el
país y con ello lo ennobleció. Ese debe ser el verdadero sentido de toda ‘raza cósmica’; no
el de la gazmoñería del ‘amor al prójimo’ sino el de la elevación estética de la existencia y
el autoconsumo a niveles tan perfectos que eviten la invitación al suicidio que provoca tanta
decadencia.

Y aunque por el momento no se pueda ahondar más en el asunto, es necesario invitar a


creer que la única verdadera obra de arte que puede hacer de la vida de los demás una vida
más digna de ser vivida es la ‘propia obra de arte’. -‘Yo no dejaré de consumirte ni de
aniquilarte, pero en mi depredación hacia ti como la tuya hacia mí tenemos la mutua
obligación de superarnos y ennoblecernos con el único fin de que al momento de que
nuestras fuerzas combatan por la vida otorguen a la existencia y a la Historia un
espectáculo digno de ser nombrado ‘arte’’- diría un individuo de una ‘raza cósmica’ no
mojigata, una ‘raza’ que cumple con las intenciones estéticas de Vasconcelos y abandona
su proyecto ético por considerarlo tan ingenuo como el pensamiento de un niño.

Fuentes consultadas.
Vasconcelos, José. La Raza Cósmica. México, Trillas, 2012.

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