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El arte budista tiene su origen en el subcontinente

indio (actuales India, Bangladés, Bután, Nepal y Pakistán) en los siglos posteriores a la vida
de Siddhartha Gautama, el Buda histórico, entre los siglos VI y V a. C. Gracias al contacto con
otras culturas, más tarde logró evolucionar y difundirse por el resto de Asia y el mundo. Desde
el punto de vista estético, el budismo se configura como la más importante manifestación
artística de la India antigua, existiendo una innumerable cantidad de piezas budistas en los
museos del país. El arte budista tiene también su mejor plasmación en los lugares
considerados santos, como Bodhgaya, Sarnath —lugar donde predica Buda su sermón
—, Lumbini, etc. Asimismo son importantes los monasterios de peregrinación, entre los que
destacan Ajanta, Amaravati, Sanchi, Ellora, Anuradhapura, etc. La Gran Estupa de Sanchi es
uno de los mejores monumentos budistas de la India.
Una primera etapa, llamada preicónica, se sitúa antes del siglo I a. C. y se caracteriza por no
recurrir a representaciones directas de Siddhartha Gautama, como el Buda Śākyamuni, o de
los budas míticos que se suponen existieron en eras pasadas. La etapa siguiente, icónica,
tiene por el contrario a la imagen humana del Buda y los budas del pasado, del futuro y de
otros universos como símbolo central de sus obras de arte.
Desde entonces, el arte budista se diversificó y evolucionó para adaptarse a las nuevas
regiones en las que comenzaba a sumar adeptos. Se expandió hacia el este y el norte a
través de Asia Central, para formar lo que luego fue clasificado como arte budista del norte —
en contraposición al arte budista del sur, que surgiría en el sudeste de Asia. En India, el arte
budista floreció e incluso llegó a influir en el desarrollo del arte hindú, hasta que
el budismo casi desapareció alrededor del siglo X, con la expansión del hinduismo y el islam.

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