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CASO DE LA MARIPOSA DE

PAPELES PERDIDA.®
 

Reconozco que cuando los extraterrestres


aterrizaron en el colegio yo no estaba muy alerta.
Pero tenía mis razones. Es que ya quería darle un
corte al caso de la mariposa, y eso me distrajo. Y si
es por prioridades, debí haber estado más pendiente
de los extraterrestres, y de que si aparecían causaran
el menos daño posible, cierto; sin embargo no me
podía sacar de la cabeza que una obra de arte se
perdiera así nomás, y menos todavía en uno de esos
recreos súper cortos, en que salimos, no llegamos
siquiera a la cancha, y ya tenemos que devolvernos a
la sala. Había que decir basta, así que eché mi lupa a
la mochila y pasé directo del transporte a conversar
con el dueño del establecimiento; funcionario que no
había llegado todavía, aunque sí, su secretaria, una
señorita francesa muy bonita a la cual expresé mi
necesidad de entrevistarme con él. Ella quiso saber
para qué sería. Le respondí que por “caso mariposa”
y le pedí que me apuntara para las diez en punto,
hora del recreo largo. -Póngale más exacto: “caso
mariposa de papeles perdida color naranja”, le pedí,
porque me parecía que era mejor que él ya estuviera
enterado y supiera de antemano a qué atenerse en
nuestra conversación.

Después de cerciorarme que la francesita había


anotado completo lo dicho por mí, tomé camino a mi
sala más tranquilo; fue entonces que unas nubes
negras lo oscurecieron todo y un par de truenos
hicieron asustarse a unas chiquillas de las grandes, y
tuve la certeza de que en ese día sí aterrizarían los
extraterrestres, y me tuve que maldecir que por culpa
de la mariposa no me encontrara suficientemente
preparado; por eso después, cuando me quedé
pensando, y los compañeros me interrumpieron
aplaudiendo y diciéndome “ya pus Andy, vuelve”, y
eso fue justo cuando golpearon en la puerta de la
sala, me apresiré en abrir porque ya sabía que algo
no andaba, y era cierto, porque apareció un
desconocido que parecía un androide hablando tan
raro, y vestido con corbata, pero sobre todo con una
sonrisa de monigote programado.

No tuve ni siquiera necesidad de asomarme al


patio para entender que la nave espacial ya estaba
ahí, y que el tipo ése había salido de ella y, por
mucho que ahora se hiciera el leso preguntando por
la tía Pía, era en realidad un extraterrestre y lo que
quería era sin duda llevársela para hacer con ella
quién sabe a qué zamba y canuta en algún
experimento u otra cosa atroz en otra galaxia. Por eso
le di el portazo que le di y tranqué la puerta con una
silla desocupada para ganar tiempo y ayudarle a la tía
a esconderse debajo de la mesa grande donde ella
trabaja.

 
La tía no entendía nada y me pedía que la
dejara salir de ahí abajo donde estábamos rodeados
por todos los otros chiquillos, mientras los
extraterrestres estaban esperando ahí detrás de la
puerta trancada para raptar a la tía que es tan linda y
nos quiere tanto; y se lo dije “quédese tranquila,
¿qué no ve que los extraterrestres vienen a
llevársela...? pero yo estoy aquí con usted para
salvarla”.
Así le dije y ella por suerte lo entendió y se
quedó ahí quietita y abrazada conmigo, hasta que me
preguntó en voz baja si ya se habrían retirado, y
como yo supuse que eso era lo más probable, le
informé: “afirmativo”. Salí por eso de abajo de la
mesa, y la ayudé a salir a ella también, y a que se
sacudiera el polvo del piso.

Todo bien, excelente.


¡¡¡¡¡¡¡¡Noooooooooo!!!!!!!!, todo mal, porque en el
recreo largo de las diez, yo que me dirijo a la oficina
para hablar con el director sobre el caso de la
mariposa, y con lo primero que me encuentro allá,
nada menos, es con la tía Pía pierna arriba, conversa
que conversa con el mismísimo androide, y encima le
sonríe. Me acerqué corriendo y le dije a él de un tirón
que si andaba buscando a alguien con quien casarse,
con la tía Pía, iba mal, porque ella no deseaba
casarse todavía, y mucho menos con un marciano
apestoso. Y que por lo demás, cuando ya quisiera
casarse, ella se iba a casar conmigo, porque así me lo
ha prometido. Eso le dije.

Y cómo son los marcianos, cómo confunden.


Hay que tener en cuenta nomás que la tía Pía estaba
engañada por él totalmente, como que me dijo, “no
mi lindo, el señor no es un marciano sino un
caballero que vino de un país lejano a mostrarnos
estos libros con cuentos y dibujos tan bonitos”. Y me
los quiso mostrar, pero yo no los quise ni ver para no
caer en ninguna treta sucia.

“¡Váyase de aquí altiro si no quiere que llame a


la policía y a los bomberos!”, le dije, y éste, el muy
engañador, se puso de pie diciendo que había sido
un placer estar por aquí y otras cosas tontas como
ésas para hacerse el leso y el simpático. Pero se tuvo
que ir nomás. Así que ahí partió hacia la salida y yo
me fui tras suyo para asegurarme de que
efectivamente se fuera. Me quedé incluso vigilando
hasta que se perdió total por deatrás del murallón
blanco que da para la calle, ahí donde tendría, de
seguro, escondida su nave espacial llena de
extraterrestres traidores.

Y entonces vino lo bueno: primero, cuando


venía de vuelta por el jardín, como prueba de que las
nubes negras habían sido provocadas por la nave de
los androides, se despejó el cielo por arte de magia.
Segundo, de atrás de un rayo de sol apareció
aleteando, quién lo hubiera creído, mi mariposa
perdida hecha de pajitas de escoba y papeles de
volantines. Capaz la habían tenido todo este tiempo
raptada esos marcianos perversos, pero se les habría
escapado y ahí iba ahora la bonita de flor en flor
mientras yo seguía mis pasos tranquilo porque la
mariposa se había salvado y a la tía Pía no se la
habían podido llevar, así que ahí estaría en las clases,
enseñándonos todas esas cosas maravillosas a
nosotros que sabemos tan poquito pero la queremos
tanto.

 
Cuando me senté por fin en mi pupitre, atiné a
mirar por la ventana y ahí estaba de nuevo, unos
metros más allá suspendida en el aire, mi mariposa
de papeles perdida.

Cuando la tía Pía quiso saber por qué yo decía


con tanta seguridad que ésa era la mariposa que yo
había fabricado, le contesté que eso era algo evidente
porque yo era el único del curso que había traído
papel de color naranja el día que las hicimos; y, como
esa mariposa era justamente anaranjada, no podía
ser de la Poli ni de la Maca, ni tampoco la de Coté ni
la del Luciano, mi mejor amigo; sino sólo la hecha
por mí y que me quedó anaranjadita y así tan linda
como me mira y me hace gracias aleteando al otro
lado de la ventana.

El caso de la mariposa de papeles perdida se


podía dar entonces por resuelto, y ni siquiera había
tenido que sacar mi lupa de detective.

Martín Faunes Amigo, enero 2004

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