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La Reforma, la biblioteca y la familia.

Sobre Juan Filloy y la Reforma Universitaria de 1918

Candelaria de Olmos (UNC)

Impresiones sobre la Reforma


La participación de Juan Filloy (Córdoba, 1894-2000) en el movimiento reformista de 1918
no ha quedado registrada en ningún documento como no sea en la revista Flecha que
Deodoro Roca impulsó y dirigió entre noviembre de 1935 y agosto de 1936. En ocasión de
cumplirse dieciocho años de la Reforma, para el número 14 de la revista que salió a la calle
exactamente el 15 de junio de 1936, Roca convocó a quienes de una u otra manera habían
intervenido en las revueltas del 18 –Juan Filloy entre ellos1– a que respondieran un
cuestionario. El cuestionario constaba de cuatro preguntas o consignas acerca de la
Reforma: lo que fue la Reforma Universitaria, lo que no alcanzó o no pudo ser, lo que es y
lo que será. Las dos últimas preguntas estaban reservadas a señalar diferencias y semejanzas
entre el estudiante/el profesor de 1918 y el de 1936. A la primera de estas preguntas,
respondía Filloy: “La Reforma Universitaria fue un magnífico geiser de entusiasmo, un
estupendo borbollón de palabras. Pero el agua se fue por entre las manos. Y no quedó la
suficiente para cocinar un par de huevos”. La respuesta a la segunda pregunta era
igualmente derrotista: “La Reforma no ha alcanzado otra cosa que la virtualidad de su
fracaso. Basta leer los libros de actas de tres Facultades para constatar la sistemática
masacre de sus ideales. La Universidad sigue siendo una ruina colonial”2.
Salvo contadas excepciones –para Enrique A. Puccio, la Reforma era “el ideal que
mantiene encendido el espíritu de emancipación continental”, mientras que para Saúl
Taborda había propiciado “un acercamiento entre los estudiantes y los obreros” 3 (Flecha,
pág. 4)– este pesimismo que las respuestas de Filloy exudan se registra en casi todas las
encuestas. Se trata, podría decirse, de un pesimismo de época, un pesimismo revisionista
que carga las tintas y las culpas en la actuación de los propios reformistas durante y después
de la Reforma. Para Saúl Taborda, por ejemplo, “En el mayor número de los reformistas
quedó vacilante el pulso rebelde y, a favor de esa vacilación suicida, cobró la reacción una
fácil victoria. Por eso es que todo está hoy como era antes”4. Carlos Brandán Caraffa, por
su parte, estimaba: “La Reforma universitaria fue un movimiento romántico. (…) No pudo
alcanzar ni pudo ser más que un movimiento romántico porque no tuvo ningún programa
concreto (…) Actualmente es un mito y un ‘tabú’ para mucha gente”. Mientras no se
concrete en un programa seguirá siendo un mito”5. Con menos solemnidad y más
sarcasmo, Filloy memoraba: “Recuerdo la risita ambigua de Martín ex Gil durante el
episodio iconoclástico del 15 de junio. Una sorna secreta somentaba [sic] el espíritu juvenil
como diciendo: ¡Bah, bah! Humo de paja… hervor de leche…”6. Con idéntica
contundencia juzgaba Puccio: “La meta final postulada por la Reforma no fue alcanzada
posiblemente porque no hubo orgánica uniformidad ideológica y política acerca de las
cuestiones esenciales, excluidas las cuales no puede llevarse a efecto certeramente la acción
emancipadora. En consecuencia no tuvo fuerzas suficientes para propender a la

1 La carta preimpresa con la encuesta que Deodoro le envía a Filloy tiene fecha del 10 de mayo de 1936. Se la
reclama en carta del 2 de junio del mismo año y cuatro días más tarde en un telegrama imperioso: “no recibí
contestación encuesta reprodúzcala urgente envíe primer tren”, en de Olmos Candelaria y Conforte, Juan,
Papeles sueltos, Córdoba, 2017, Editorial de la UNC, pp. 53-55.
2 Filloy, Juan “Respuesta a la encuesta de Flecha sobre la Reforma Universitaria”, en Ídem. p. 66.
3 Puccio, Enrique, Flecha, 15 de junio de 1936 Año II, N˚ 14, p. 4 y Taborda, Saúl, Ibíd.
4 Ibíd.
5 Brandán Caraffa, Carlos, Ídem.
6 Filloy, Juan, Ibíd.
organización de las formas populares y obtener para ellas una auténtica orientación y
dirección revolucionarias. No alcanzando o no pudiendo educar las multitudes en la idea
reformista emancipadora retornó a lo meramente universitario y allí se enquistó”7.
Esta idea según la cual la verdadera reforma debía ser social y no exclusivamente
universitaria o, mejor dicho, la aspiración a que la revolución universitaria franqueara sus
límites, y alcanzara a la sociedad toda era compartida por varios de los reformistas
convocados por Flecha en 1936. La cuarta pregunta del cuestionario de Roca –“lo que será”
la reforma universitaria– invitaba a este tipo de expansiones: a conjeturar, anticipar o desear
una transformación que impactara más allá de las aulas (donde según diagnósticos ya
citados tampoco había calado tanto) y torciera ciertos destinos nacionales y continentales
que por entonces también exploraba el ensayo sobre la realidad nacional. Si bien Raúl
Orgaz consideraba que la Reforma había errado al “empeñarse en hacer servir la
renovación universitaria a fines extra-universitarios”8, esta prevención no era la que había
abrazado la mayoría de los reformistas consultados por Flecha para quienes el ideario de la
Reforma sería un “instrumento de la lucha de clases”, según augurios de Horacio Miravet o
“del gran movimiento patriótico y liberador, que se levanta en todos los caminos, en lucha
contra el imperialismo”, según preveía Juan E. Zanetti9. Filloy era un poco más radical –y
su intervención en este sentido es tan extraña como la de Raúl Orgaz que es su opuesta–
cuando vaticinaba, no ya que la reforma impulsada por la universidad debería impactar más
allá de las fronteras de la universidad sino que debería prescindir de ella en absoluto.
Minando la contundencia de su profecía con dos adverbios de duda y haciendo gasto de un
vocablo en portugués que se lleva bien con la novedad que ya por entonces perseguía su
literatura, sentenciaba Filloy al final del cuestionario: “La verdadera Reforma Universitaria
se logrará –tal vez pronto, quizás nunca– sin intervención de ninguna especie de docentes
ni alumnos. Por simple férula de hombres bienintencionados. Cuando arrasen con todo las
fuerzas filoneístas” 10.
Si no hay otras fuentes documentales fuera de esta encuesta, la participación de
Filloy en la Reforma universitaria es conocida porque él mismo se encargó de referirla, una
y otra vez. En alguna ocasión, su relato fue tan desmitificador como la risita que atribuía a
Martín Gil en su respuesta de 1936: “La rebelión fue muy linda y revuelta. Se invadió
primero la rectoría y, por las ventanas, se tiraron todos los retratos y los muebles a la calle.
Daba gusto ver a los profesores, cómo corrían…”11. En alguna otra oportunidad fue menos
jocoso y mucho más ecuánime a la hora de juzgar las razones de la Reforma y sus
resultados que ahora estimaba como muy positivos: “… ese levantamiento tuvo su razón
de ser. La Universidad de Córdoba era simplemente un reducto de doctores de campanillas
sin ninguna representación intelectual, salvo alguna excepción. Estaban en la Universidad
por razones de prosapia, de abolengo. (…) El 15 de junio de 1918 hubo elecciones que
fueron ganadas por el doctor Nores, conservador. Todo era bastante dudoso y allí estalló el
movimiento. Entramos en el edificio del Rectorado y rompimos varios muebles y algunos
cuadros (…) Más allá de esto, la Reforma del 18 logró crear una universidad moderna, con
profesores adecuados. Se estableció una serie de normas que dieron resultados no solo en
Córdoba sino en toda América Latina. Hoy incluso hay historiadores que toman el
movimiento de 1918 como uno de los antecedentes del Mayo francés producido cincuenta
años después”12.

7 Puccio, Enrique, Ibíd.


8 Orgaz, Raúl, Flecha, 15 de junio de 1936 Año II, N˚ 14, p. 6.
9 Miravet, Horacio, Flecha, 15 de junio de 1936 Año II, N˚ 14, p. 4 y Zanetti, Juan E. Ibíd.
10 Filloy, Juan, Idem, p. 67.
11 Ambort, Mónica, Juan Filloy. El escritor escondido. Buenos Aires, 2000, Alfaguara, p. 41.
12 Ulanovsky-Sack, Daniel, “No se puede crear una historia con personajes decentes”, en Clarín, Buenos

Aires, 1988, p. 14.


Como se ve, las lecturas e interpretaciones que Filloy pudo hacer de la Reforma
varían a lo largo de su prolongada vida y van de la metáfora burlona y despectiva (no quedó
agua “ni para cocinar un par de huevos”) a la valoración altamente positiva de un
movimiento cuyas repercusiones habrían llegado al otro lado del océano. En esas lecturas,
hay, sin embargo, una constante, un núcleo invariable que consiste en admitir que su
participación en las revueltas de junio del 18 habría sido más bien tangencial. “No fui uno
de los dirigentes máximos, pero participé activamente”, supo decirle a Mónica Ambort13. Y
a Deolinda Abate Daga y Sergio Martín: “si bien yo no fui dirigente, sí fui activista en el
sentido actual de la palabra…”14.
Uno de los argumentos que Filloy ofreció para explicar el carácter marginal de su
intervención atendía a cuestiones generacionales: “Los líderes del movimiento universitario
eran todos amigos, pero yo no estaba en ese sector puesto que yo estaba estudiando
todavía”15. El argumento es admisible, pero peca de aburrido. Otro, que no es argumento
ni explicación, pero sí enunciado que a Filloy se le escapa en conversación con un
periodista de Clarín, hace sospechar que la diferencia no es etaria, sino de clase: “Yo tenía
un traje viejo, heredado de mis hermanos, pero había muchachos de la aristocracia
cordobesa que iban con galera…”16 (Filloy a Ulanovsky-Sack, 1988: 14).
Por supuesto, sería una absoluta torpeza sospechar que los representantes de un
movimiento que –según supo admitir Deodoro Roca en alguna oportunidad– tuvo “en sus
comienzos un contorno pequeño-burgués”17 (Roca, 2008: 109-113) pudieran colocar en
una situación de inferioridad a quien provenía de un entorno social diferente. La hipótesis
es inadmisible si se tiene en cuenta, además, que la Reforma Universitaria fue, “antes que
una reacción contra el clericalismo cerrado de la institución educativa, una revuelta contra
una élite que concentraba privilegios académicos, culturales y políticos en la ciudad” 18.
¿Cómo un movimiento anti-elitista podría pecar de elitismo?
Me gustaría sugerir que la confesada marginalidad de Filloy en las revueltas
reformistas es una auto-marginación que, paradójicamente, no se verifica en otros ámbitos
de los cuales habría participado casi al mismo tiempo que formaba parte de aquellas. Esos
otros ámbitos son básicamente dos: la biblioteca Popular “Vélez Sarsfield” y su propio
entorno familiar. Me gustaría decir también que esa paradoja, esa aparente contradicción,
no es tan paradójica y que puede ser explicada por un modo de conducirse (un habitus) que
Filloy asumió en reiteradas ocasiones y que alcanza incluso al modo como se vinculó
después con el campo literario.

Biblioteca I: aprovechar lo escaso


Juan Filloy era hijo de una francesa analfabeta y un español semialfabetizado que había
aprendido a leer mientras trabajaba como peón en la provincia de Buenos Aires. La
austeridad económica, pero también simbólica y cultural del hogar paterno –un almacén de
bebidas y ramos generales llamado La abundancia en un barrio por entonces periférico de la
ciudad de Córdoba como General Paz– fue dicha por Filloy en reiteradas ocasiones. Por
ejemplo, en sus memorias de infancia, tituladas Esto fui (1994), donde se refirió
específicamente a un tipo carencia que podría llamarse cultural: “nadie leía en casa. Manuel
y Benito [los hermanos] no pasaron el tercer grado de la Escuela Normal. Yo era un
purrete. Detrás de los mostradores urgen más los números que las letras. (…) A Benito no

13 Ibíd.
14 Abate Daga, Deolinda y Martín, Sergio en de Olmos, Candelaria y Conforte, Juan, Idem, pp. 35-36.
15 Idem, p. 39.
16 Ulanovsky-Sack, Daniel, Ibídem.
17 Citado por Rodeiro, Matías, “Estudio preliminar: La reforma universitaria: mito, tradiciones, historia”, en

Requena, Pablo, Derivas de un dirigente reformista. Deodoro Roca (1915-1936). Córdoba, 2018, pp. 24-25.
18 Requena, Pablo, Ídem, pp. 104-105.
le vi jamás un libro en las manos. A mí, pronto me faltaron. Para conjurar esta falta, la
Biblioteca Popular Vélez Sarsfield, a una cuadra de casa (…) me abrió los brazos”19.
“Concurrí puntualmente desde 1907”, asegura Filloy en las mismas memorias 20. Sin
embargo, la Biblioteca Popular “Vélez Sarsfield” –la primera de esta naturaleza en la ciudad
de Córdoba–, fue inaugurada dos años después, el 16 de mayo de 1909. Si es cierto que
Filloy la frecuentó desde su fundación, fue recién en 1911 cuando pasó de simple
concurrente a socio activo. A partir de entonces y hasta 1921, su participación en las
actividades de la institución fue cada vez más importante al igual que los cargos que
asumió. Por lo pronto, apenas dos años más tarde, en 1913, pasó a formar parte de la
Comisión Directiva como segundo vocal suplente e, inmediatamente después, a integrar
una Comisión revisadora de cuentas21. En septiembre de ese año se convirtió finalmente en
bibliotecario. De modo que Filloy se adelantaba otra vez dos años cuando, en Esto fui,
aseguraba haberse desempeñado como bibliotecario ad honorem desde mayo de 191122.
Desde luego, no es mi objetivo corregir o desmentir las memorias de Filloy. Lo que
quisiera decir es que su paso por la Biblioteca Popular “Vélez Sarsfield” se corresponde
con una etapa crucial de su vida que va de los 17 años, cuando era todavía un estudiante del
Colegio Nacional de Montserrat, a los 27 cuando, habiendo obtenido su título de abogado
(y habiendo pasado por la experiencia reformista), se trasladó a Río Cuarto.
Apenas fue nombrado bibliotecario, Filloy emprendió la tarea de inventariar los
volúmenes que para entonces tenía la biblioteca. Se tomó además el trabajo de clasificarlos
y sobre todo de contarlos. Si Filloy sabía que “detrás del mostrador urgen más los números
que las letras”23, acaso estimaba que, aun detrás del escritorio de una biblioteca pública, los
números podían ser sumamente útiles. Sin embargo, las letras también resultaron
importantes para el desempeño de esta nueva función que lo sacó de las estanterías con
“latas y paquetes”24 para ponerlo entre las estanterías con libros. Las letras en sentido literal
porque, también desde el momento en que se convirtió en bibliotecario, fue el encargado
de labrar, con su caligrafía elegante, prácticamente todas las actas de las sesiones ordinarias.
Tal vez comprendiera entonces que, así como los números aprendidos en el almacén, la
caligrafía que su padre consideraba igualmente imprescindible para las tareas del rubro y le
hacía ensayar a él y a sus hermanos, era muy conveniente a sus nuevas funciones.
Pero, lo aprendido en el almacén y en el entorno familiar que Filloy capitalizó y
puso a jugar en el ámbito de la biblioteca era, más que números y letras, un modo de
conducirse que consistía en aprovechar al máximo lo que es mínimo y que en la biblioteca
tuvo buena acogida. Y es que como la familia de Filloy, también ella –la biblioteca– era
relativamente pobre. A este respecto, vale la pena citar las Memorias correspondientes a los
ejercicios 1913-1914 y 1914-1915, donde el presidente saliente de la institución daba cuenta de
las tareas realizadas bajo su mandato. En un texto que comenzaba aludiendo a “la crisis
económica por que atraviesa el país”, Luis López Rivarola señalaba que “no obstante todas
estas circunstancias que reducían los recursos con que se contaba á [sic] su mínima
expresión, la Biblioteca prestó sus servicios con toda regularidad”25. En este sentido, el
parecido entre Filloy y la biblioteca radica no solo en que ambos debían gestionar y
maximizar unos recursos escasos, sino en que tenían que hacerlo con movimientos propios,

19 Filloy, Juan, Esto fui. Memorias de infancia, Córdoba, 1994, Marcos Lerner Editor, p. 152.
20 Ídem, p. 105.
21 En el libro de Memorias anuales. 1912-1916 que se conserva en la Biblioteca Popular “Vélez Sarsfield” consta

que pasó a actuar como segundo vocal en la Comisión Directiva elegida el 10 de mayo de 1913 y por período
de un año. En Actas de la Comisión Directiva 1909-1917, folio 112 consta, asimismo, que para el 21 de mayo de
1913, Filloy participaba de una Comisión revisadora de cuentas.
22 Ídem, p. 152.
23 Ídem, p. 105.
24 Ídem, p. 128.
25 Biblioteca Popular “Vélez Sarsfield”, Memorias correspondientes a los ejercicios 1913-1914 y 1914-1915, p. 17.
esto es, sin ayuda de ningún tipo. En la misma Memoria…, Rivarola apuntaba cómo en el
primer período de su mandato (1913-14) se habían hecho “varias gestiones para obtener
subvenciones y otros recursos que el mantenimiento y funcionamiento de la Biblioteca
requería”. En cambio, agregaba, había quedado “suprimida la subvención que le acordara el
Gobierno de la Provincia y disminuida la subvención municipal de setenta a cuarenta pesos.
Teniendo acordada del Gobierno Nacional una subvención, fueron inútiles todas las
gestiones para lograr su cobro”26. Por eso, al inicio del período siguiente (1914-15), la
Comisión Directiva había optado por organizar “una función cinematográfica á [sic]
beneficio de la biblioteca que produjo ciento cuarenta y dos pesos”27. Filloy, por su parte,
no solo logró cursar la escuela primaria y secundaria que sus hermanos no completaron
sino que llegó a recibirse de abogado. Es conocida la anécdota según la cual todo el
comentario que su padre hizo cuando en 1919, obtuvo el título, fue: “Mejor para vos” 28.
No se me escapa que esta relación de semejanza entre Filloy y la Biblioteca Popular
“Vélez Sarsfield” es ligeramente inadecuada. Diré en mi descargo que el parecido o las
coincidencias entre ambos no son el propósito último de estas reflexiones. Sí lo es, en
cambio, insistir en que eso que Filloy había aprendido en su casa resultaba oportuno y, en
última instancia, eficaz para su desenvolvimiento en una institución al interior de la cual la
gestión de lo escaso, con movimientos propios constituía un valor nada desdeñable.

Biblioteca II: liderazgo y visibilidad


Pero lo que llevó Filloy a la biblioteca no fue solo un modo de conducirse. Tras su paso
por el Monserrat y la universidad, él disponía de otros saberes y en el ámbito de la
biblioteca se dedicó a promover actividades para que otros los adquirieran.
Así, el 1 de agosto de 1917 fundó, por iniciativa propia y en el seno de la biblioteca,
el Club de Ajedrez “Vélez Sarsfield” que presidiría hasta su traslado a Río Cuarto. En el
acta de fundación, labrada ese mismo día y con su letra, consta que su hermano Benito,
Ernesto Gaspar Zaffini y Ernesto Piotti, entre otros, lo acompañaban en esa empresa.
Consta también que “siendo las nueve y treinta p.m. el Señor Juan Filloy expresó a los
presentes el objeto de la reunión que era el de formar un club ajedrecista para la práctica y
propagación de este único deporte intelectual, que brinda a los jugadores además de un
sano esparcimiento, los beneficios de una honda gimnasia científica”29. Casi a fines de ese
mismo año, exactamente el 28 de noviembre, Filloy sugirió a la comisión directiva de la
biblioteca “la creación en esta misma institución y como complemento de ella, de una
biblioteca infantil”30. Al año siguiente, el 24 de abril de 1918, propuso el dictado de “cursos
libres sobre materias elementales” y “útiles”, entre ellas “aritmética, geometría, dibujo
lineal, natural y mecánico, caligrafía, historia, etc.”. Aunque abiertos al público general, los
cursos estarían especialmente destinados a los miembros de los clubes de fútbol que habían
participado de los campeonatos organizados anualmente por la biblioteca y que de esta
manera habían contribuido “a su vida y progreso”31. La comisión aprobó la idea y un mes
más tarde, el 29 de mayo, le encargó a Filloy la redacción de los reglamentos pertinentes 32.
Finalmente, durante la sesión del 19 de mayo de 1918 y acaso tomando en consideración la

26 Ibíd.
27 Ídem, p. 18.
28 En Ulanosky-Sack, Daniel, Ibíd.
29 Biblioteca Popular “Vélez Sarsfield”, Club de Ajedrez “Vélez Sarsfield”. Acta de Fundación. Actas de reuniones de la

Comisión Directiva, folio 001, que se conserva en la Biblioteca Popular “Vélez Sarsfield”.
30 Biblioteca Popular “Vélez Sarsfield”, Libro de Actas de Reuniones de la Comisión Directiva, 1909-1917, folios

197-198.
31 Biblioteca Popular “Vélez Sarsfield”, libro de Actas de reuniones ordinarias de la Comisión Directiva 1918, Folio

4.
32 Biblioteca Popular “Vélez Sarsfield”, libro de Actas de Reuniones de la Comisión Directiva, 1918, Acta N° 1,

folios 6-7
implementación de esos cursos, Filloy mocionó invertir el total de una subvención que la
nación le había otorgado a la biblioteca, en libros que fueran exclusivamente de carácter
científico33.
Leer desde temprana edad, leer libros científicos, aprender “materias elementales” o
practicar un juego que es, después de todo, también él, “gimnasia científica”, son todas
actividades que si por un lado demandan competencias específicas, por otro, propenden a
la conjunción con nuevos saberes. En este último sentido, el recurso que Filloy habría
capitalizado son conocimientos que él mismo había adquirido en un trayecto que su origen
de clase no hacía prever y que, de hecho, sus hermanos no pudieron completar: la escuela
primaria, en el Normal; la secundaria, en el Monserrat y la carrera de abogacía en la UNC.
Esta especial valoración del conocimiento se explica si se tiene en cuenta que este habría
sido prácticamente el único recurso de que Filloy disponía para superar “las limitaciones
generadas por la posesión [inicial] de propiedades socialmente descalificantes” 34. Ahora
bien, si la adquisición de saberes que le había permitido superar algunas o muchas de sus
carencias se había producido por movimientos propios en otros ámbitos, la biblioteca
parecería haber funcionado como un banco de prueba, como un espacio restringido,
marginal y, acaso por lo mismo, de poco riesgo, donde medir las consecuencias y, sobre
todo las ganancias, de la gestión de ese recurso.
Pero hablar de ganancias implica considerar no ya lo que Filloy llevó a la biblioteca
(su saber, su erudición de monserratense y, un poco más tarde, también de abogado), sino
lo que se llevó de ella. En este sentido, me gustaría sugerir que la biblioteca le permitió
hacer visibles no solo sus conocimientos en ciertos campos disciplinares sino también, su
capacidad para valorar esos conocimientos como “elementales y útiles” y para estimar
igualmente valiosa la adquisición de los mismos por parte de quienes no disponían de ellos.
Y es que es en este lugar periférico donde ocupa por primera vez un lugar de cierta
visibilidad y adquiere al cabo, un modo de conducirse que se registra después en su
trayectoria de escritor y en la relación que mantuvo con el campo literario: hacerse visible
en los márgenes, mostrarse sin nunca exponerse en exceso. Para ilustrar estas afirmaciones,
voy a detenerme en la posición que Filloy asumió en su entorno familiar, que es también
una posición de liderazgo.

La familia y la Reforma
Algunos datos hacen sospechar que también en el espacio privado, especialmente en la
relación con sus hermanos y con su padre, Filloy ocupó un lugar de cierta jerarquía. El
primero y más temprano de esos datos es la participación de los hermanos Filloy en la
Biblioteca Popular “Vélez Sarsfield”. Según Silvia Gómez Zaffini, Benito Filloy habría
integrado la llamada “generación de los muchachos del 13” que es la de los fundadores,
aunque fue recién en 1916 y 1917 que pasó a ser miembro de la Comisión Directiva 35. Ese
mismo año, formó parte de la asamblea que impulsó la creación del Club de Ajedrez y en
1918 intervino en la organización de un campeonato de fútbol de cuya recaudación da
cuenta el acta escrita y firmada por su hermano Juan, el 24 de abril36. También Manuel, el
primogénito de los Filloy “acompañó a quienes pensaron llevar a cabo esta obra [la de la
biblioteca] y compartió las distintas etapas que se fueron cumpliendo” en ella “desde los

33 Biblioteca Polpular “Vélez Sarsfield”, Actas de reuniones de la Comisión Directiva 1918, folios 6-7.
34 Costa, Ricardo y Mozejko, Teresa Danuta, Gestión de las prácticas: opciones discursiva, Rosario, 2009, Homo
Sapiens, p. 152. En su análisis, los autores se refieren en estos términos a la trayectoria literaria e intelectual de
Ricardo Palma, en muchos aspectos parecida a la de Juan Filloy.
35 Gómez Zaffini, Silvia, Cien años de vida en Barrio General Paz, Córdoba, 2009, Biblioteca Popular “Vélez

Sarsfield”, p. 40.
36 Benito figura entre los miembros de la Comisión Directiva de la Biblioteca, el 29 de noviembre de 1916 y el

28 de noviembre de 1917. Biblioteca Popular “Vélez Sarsfield”, Actas de Reuniones del Club de Ajedrez 1909-
1917, folios 180 y 197, respectivamente.
primeros pasos de su fundación”37. En efecto, Manuel aparece, junto a Ernesto Piotti,
Vicente H. Machetta, Gustavo Petrei, Gaspar Zaffini, Manuel Ruiz y el propio Juan, entre
los miembros de la comisión encargada de los trabajos de suscripción que encaró la
biblioteca para hacerse de un edificio propio38. Por entonces, Manuel se desempeñaba,
además, como tercer vocal de la Comisión Directiva. En este punto me interesa hacer dos
observaciones: la primera es que los Filloy se habrían sumado a la biblioteca no como
usuarios de los múltiples servicios que esta ofrecía, sino como organizadores y
administradores que es, al fin y al cabo, lo que el almacén les había enseñado a hacer. El
recambio que deja atrás “a la primera generación de inmigrantes obsesionada por el trabajo
y el ahorro”39 y da paso a una generación de jóvenes con tiempo libre, alcanza a la
biblioteca, pero no a los hermanos Filloy que, incluso en los lugares de esparcimiento,
siguen trabajando y, encima –como el propio Juan no se cansó de decir cada vez que se
refirió a su paso por la institución–, ad honorem.
La segunda observación es más bien una suposición atrevida: me seduce pensar que
tanto Manuel como Benito habrían sido llevados a la biblioteca por su hermano menor.
Que Filloy hubiera asumido una posición de liderazgo en ese ámbito y que sus hermanos
mayores no hubieran completado siquiera el tercer grado de la escuela primaria, hace
plausible esta conjetura que otros datos invitan a confirmar. Esos otros datos provienen de
la correspondencia familiar de Juan Filloy de la cual se desprende que, aun siendo el menor
de los hermanos varones, el escritor asumió, como ya he dicho, una posición de liderazgo
también en el entorno familiar y que, si esa posición fue acaso temprana –si es cierto que él
impulsó el acercamiento de los Filloy a la biblioteca–, sus hermanos acabaron por
concedérsela en el futuro inmediato y después. En este sentido, no es casual que haya
asumido la tutela de los hijos menores de su medio hermano Luis Cremer. Sin embargo,
este no es el único asunto que le tocó atender: muy a menudo, especialmente entre el 20 y
el 37, Filloy fue varias veces consultado por sus hermanos que le pidieron asesoramiento
comercial y jurídico, pero también consejos personales, préstamos de dinero y, en alguna
que otra ocasión, incluso auxilio literario. Los ejemplos abundan. Por lo que respecta al
asesoramiento jurídico, Filloy tramitó, alrededor del año 29 y a través de un colega
uruguayo, el divorcio de Ernesto Gallipolli para que este pudiera casarse con su hermana
Cándida. Las consultas comerciales eran frecuentes por razones más o menos obvias: los
hermanos tenían una sociedad en comandita, “Benito Filloy & Hijos” que funcionó entre
1925 y 1948 y que se dedicó a la compra y venta por mayor y menor de artículos de
almacén, ferretería, máquinas agrícolas y cereales, incluido un producto para la alimentación
de aves domésticas, el “Avipor”, cuya marca le pertenecía y que aparentemente dio
considerable prestigio al negocio familiar, sobre todo al que funcionaría, no ya en barrio
General Paz, sino en Rivadavia 540. En este rubro el liderazgo era más bien compartido
entre los varones aunque es posible que la mejoría de los negocios obedeciera a la
intervención de Juan. En cuanto a la colaboración literaria, en alguna oportunidad, Benito
le pidió dos discursos para la inauguración del edificio del Centro de Almaceneros “que en
pocas linias [sic] y sencillas signifique mucho”40. En ocasión de cumplir el mismo Centro
sus 25 años, reiteró el pedido y agregó uno más: “Para el 1° de diciembre sacamo un
numero especial de la revista del Centro, se ha pedido la colaboración a varias personas y

37 La cita corresponde a una carta que los hijos de Manuel Filloy, Manuel R. Oscar R., Fernando E., Elba Y.
Filloy de Oliver, Bertrand J. Filloy, hicieron llegar a la institución el 11 de mayo de 1959 en ocasión de
cumplir esta sus cincuenta años. La carta, fechada en Córdoba el 11 de mayo de 1959, se conserva en la
biblioteca.
38 Biblioteca Popular “Vélez Sarsfield”, Libro de Suscripciones Pro-edificio, s/n.
39 Gutiérrez, Leandro H. y Romero, Luis Alberto Sectores populares. Cultura y política. Buenos Aires en la entreguerra,

Buenos Aires, 1995, Editorial Sudamericana, p. 84.


40 En carta fechada en Córdoba el 03.12.1928. Archivo Histórico Municipal de Río Cuarto (en adelante

AHMRC).
todas piensan cooperar así que te pido que mandes algo vo también y algún amigo tullo que
también tenga voluntad”41.
Para no demorarme con más ejemplos anoto uno que me parece particularmente
contundente en este sentido. El 29 de enero de 1936, su hermano Benito le escribía: “Por
aquí todos estamos bien salvo papa que tiene sus alternativas pues un dia se encuentra bien
y animado y al otro día se encuentra decaido y sin animo para nada con una gran debilidad,
yo creo que sería combeniente hacerlo revisar con un buen medico, y para eso si vos no lo
llevas aquí es imposible porque no nos llebaria el apunte si nosotros se lo decimo...” 42. Una
prueba más de este liderazgo intramuros y sobre todo de que este obedecía a los recursos
culturales, simbólicos y sociales que, a diferencia de sus hermanos, Fiilloy había conseguido
obtener puertas afuera y por sus propios medios, es que Benito padre fue atendido por el
doctor Jorge Orgaz a quien probablemente el escritor había conocido en la Universidad,
quizás en ocasión de las revueltas reformistas. En una carta fechada en 1936 (el 17 de algún
mes que olvidó consignar), escribía Benito padre: “he que dado muy débil, des pues de las
ymyeciones. aun que el Dr. Orgas, me dijo. que a hora yba a recionar. se en tiende poco a
poco. yo sigo auserbando lo que el me ha ordenado des pues veremos pues nome biene el
apitito…”43.
La mención de las revueltas reformistas me permitirá volver a la cuestión de la
participación de Filloy en los acontecimientos de junio de 1918 e insistir en que si esa
participación fue tangencial, ella disuena con el rol protagónico y de liderazgo que había
asumido, por la misma época, en el ámbito de la Biblioteca Popular “Vélez Sarsfield” y,
antes y después, en el seno de su familia. Creo que esta disonancia invita a sugerir lo
siguiente: en lugares periféricos como la biblioteca o privados como el entorno familiar,
Filloy ocupó casi siempre posiciones jerárquicas, de decisión, liderazgo y visibilidad;
mientras que en lugares de gran exposición, mantuvo, en cambio, un perfil bajo y marginal.
Más allá de su actuación en la biblioteca y la Reforma, esta sería también la relación que
trabaría con el campo intelectual y literario desde una ciudad del interior como Río Cuarto
en la que ejercería, muchas veces, el rol protagónico de gestor cultural. En otros términos,
la tendencia a liderar en lugares marginales y a subordinarse o a permanecer al margen en o
de los lugares más o menos centrales parece ser una constante a lo largo de toda su carrera,
una constante que en muchas ocasiones ha llevado a la crítica a calificarlo de un escritor
oculto.
Ahora bien, en este punto y para terminar, habría que apuntar algo más y es que,
periférico y todo, el lugar que Filloy llegó a ocupar en el campo literario no dejaría de ser
extraño para un sujeto cuyo origen de clase no hacía prever la trayectoria que después
trazó. Me gustaría llamar la atención sobre un aspecto que he descuidado y es que: si Filloy
pudo llegar tan lejos ello obedece, en buena parte, a que en el espacio de posibles en el cual
le tocó actuar, la educación contaba como uno de esos posibles, la educación en
instituciones como el Colegio Nacional de Monserrat y la universidad que, aun
legítimamente cuestionada por la generación reformista, eran del carácter público y
habilitaban ciertos recorridos quizá, entonces, no tan inesperados, incluso para quienes
como Juan Filloy contaban con poco, acaso, con nada.

41 En carta fechada en Córdoba el 11.11.1929 (ortografía original). AHMRC.


42 En carta fechada en Córdoba (ortografía original). AHMRC.
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En carta fechada en Córdoba (ortografía original). AHMRC.

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