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El salmista canta alabanzas a Dios en medio de un ambiente idolátrico.

Declarando su
superioridad sobre todo lo que es objeto de adoración por parte de los gentiles. Dios es el
único salvador que cumple sus promesas hechas desde la antigüedad. Por eso le reconocen
soberano sobre todos los reyes de la tierra. No se desatiende los humildes su protección. Por
eso, nos invita a tener confianza en el Señor, porque siempre está dispuesto a ayudarnos en
nuestra lucha contra el mal.

En el Evangelio, el ejemplo que nos pone Jesús es el padre que quiere el bien de su hijo y le
da cosas buenas. Cuanto más Dios, que es nuestro Padre, está atento a lo que necesitamos.
Por este motivo, nos propone la necesidad de orar siempre para obtener favores del cielo:
Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Comentando estos pasajes
evangélicos, advierte san Agustín: "Si tu oración no es escuchada se deberá a que no pides
como debes, o a qué pides lo que no debes". Porque el Señor no falta a su palabra. Dios sabe
ya lo que necesitamos, pero le gusta que se lo pidamos, no para humillarnos, sino para que le
mostremos amor y confianza, que es también una manera de darle culto, reconociendo su
poder divino.

El objetivo de nuestra oración consiste en pedir su gracia, su reino. Debemos orar con
humildad, porque somos indignos, con ardor porque tenemos necesidad de él, con
perseverancia porque un bien precioso. Que con esa gracia que Dios nos otorga:
comprometámonos en buscar los medios de agradarle, de practicar su ley, de vencer nuestras
pasiones, de santificarnos y salvarnos... Busquemos este reino de Dios en la meditación, en
la lección de los libros devotos, en la práctica de las buenas obras, en la frecuencia de
Sacramentos. Llamémosle con respeto por medio de ardientes deseos, de gemidos llenos de
amor; perseveremos con constancia; guardémonos atentamente de alejarnos y de distraernos,
aunque poco, por el temor de perder el momento favorable.

La fuerza y eficacia de la oración. Una vez más Jesús nos invita a la oración. A una oración
filial, atenta, humilde, confiada, perseverante y desinteresada. 1. Pidan y se les dará:
¿qué pedir? Cosas buenas, convenientes en orden a la propia salvación, a la paz del mundo, a
la salud física y espiritual, a la justicia y honestidad de nuestros gobernantes, santidad de los
ministros de Dios, fidelidad de los matrimonios, jóvenes comprometidos en la
evangelización, ancianos y enfermos cuidados, escuelas con formación recta.
2. Busquen y encontrarán: ¿qué buscar? Buscar a Dios Padre en la Biblia. Buscar a
Cristo Amigo en los evangelios. Buscar la gracia santificante en los sacramentos. Buscar la
santidad en el matrimonio y en la vida sacerdotal y religiosa. Buscar hacer el bien a cuantos
nos rodean. Buscar crecer en las virtudes. Buscar todo, menos el pecado.
3. Llamen y se les abrirá: ¿dónde llamar, a qué número telefónico? Dios tiene su whatsap
siempre abierto, y la contraseña justamente es O R A C I O N. Llamar a la puerta del
Sagrario, para consolar a Cristo, herido por nuestros pecados. Llamar a la puerta del corazón
de María, nuestra Madre, para pedirle por la Iglesia, el Papa, los obispos, los sacerdotes y
diáconos, los religiosos, los laicos. Llamar a la puerta del cielo, pidiendo la intercesión de
tantos santos. Llamar a la puerta de mi esposo y esposa para darle un abrazo, pedirle perdón,
renovarle el amor. ¡Jamás llamar a las puertas del vicio, de las fiestas desenfrenadas!
Ánimo, pues, amigos. Ya sabemos la consigna dada por Cristo. ¿A qué esperamos? Pedir,
buscar y llamar. Si no nos atiende Dios es porque hemos pedido mal, hemos buscado y
llamado en lugar equivocado. Aún estamos atentos. Les mando a cada uno en particular la
bendición de Dios,

El objetivo de nuestra oración consiste en pedir su gracia, su reino. Debemos orar


con humildad, porque somos indignos, debemos pedir con ardor porque tenemos
necesidad de él, con perseverancia porque un bien precioso. Que con esa gracia
que Dios nos otorga: comprometámonos en buscar los medios de agradarle, de
practicar su ley, de vencer nuestras pasiones, de santificarnos y salvarnos...
Busquemos este reino de Dios en la meditación, en la lección de los libros
devotos, en la práctica de las buenas obras, en la frecuencia de Sacramentos.
Llamémosle con respeto por medio de ardientes deseos, de gemidos llenos de
amor; perseveremos con constancia; guardémonos atentamente de alejarnos y de
distraernos, aunque poco, por el temor de perder el momento favorable.

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