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La sesión comenzó retomando el lugar de la sophrosyne en el alma tripartita.

Empezando por el nivel de la epitimia se preguntó si la sophrosyne requiere algún tipo de


discurso o de disciplina no discursiva para adquirirla y mantenerla. En el entendido mínimo de
la sophrosyne como simple autocontrol respecto de los apetitos, podría compararse a la
educación de sectas no hedonistas. Se aclaró que este tipo de educación no es lo que distingue
a Sócrates, pese a que destacara por lo parco. Se cuestionó si el control de los placeres se
puede adjudicar a una disciplina o no. Por lo menos debe haber algún tipo de justificación, la
permanencia en la disciplina va acompañada de alguna idea del bien persuasiva. Sin embargo,
este tipo de autocontrol poco tiene que ver con la excelencia humana o filosofía.
Luego, como no pareció que la sophrosyne se encuentre en el nivel de la epitimia, se
pasó al nivel del thymos. Ahí se aclaró en qué sentido thymos: la imagen que tiene uno de sí
mismo; aquello que despierta la ira o me complace en la calma; por lo que también involucra
el modo en como otros me perciben. Es el amor propio del que habla Rousseau. El ejemplo de
lo que se involucra en la alabanza parece esclarecedor, pues para que sea efectiva debo
reconocer en quienes me alaban estima a la imagen que tengo de mí, al igual que involucra la
opinión que tengo de los otros, reconocer como deseable ser alabado por ellos y no por otros.
Se interrogó si el thymos puede ser objeto de la educación. En el caso de los diversos
interlocutores de Sócrates, el nivel en el que funciona la ironía sería justamente el thymos, que
no es ajeno al logos. En la experiencia de ser refutado esto se confirma, pues la ironía incidiría
en la autoimagen del sujeto. En el pasaje de Critias parece claro que se logra una alteración de
la pasión. Lo que demostraría que si no es susceptible de educación, al menos sí lo es de
manipulación. El thymos sería el aspecto humano por el que actuamos, la educación socrática,
por lo mismo, no tendrá mucha injerencia. La paradoja: la verdadera educación sólo podría
ocurrir, no en el logos, no en la epitimia, sino en el thymos, que es el aspecto principal del ser
humano. En paralelo, la poesía evidencia que en toda acción humana está involucrado el
thymos, el cual destaca por lo incontrolable. Luego, queda revelado que el thymos no es objeto
de la educación, pues muy difícilmente se puede responder afirmativamente a la pregunta de
si, en efecto, ¿Sócrates podría haber apaciguado la cólera de Aquiles? Parece sensato admitir
que si bien para propósitos filosóficos no hay disciplinas del thymos, a lo mejor para la
formación militar o política las habría.
Continuando con la poesía se dijo que Odiseo es el paradigma de la sophrosyne.
Sócrates es otra versión paradigmática. Sus modos de ser no se entienden como el resultado de
la educación, se entienden solamente a partir de su naturaleza. En contraposición y en
consecuencia, el estoicismo no es la demostración de que se ha enseñado sophrosyne, más
bien se apartan del mundo, su doctrina es la abolición del thymos, deriva en el ocultamiento de
la sophrosyne como modo de ser en el mundo.
De nuevo, volviendo con Jenofonte éste subrayaría que realmente lo educativo fue
convivir con Sócrates. El riesgo, sin embargo, son los casos como el de Aristodemo, ejemplo
de imitación ridícula de Sócrates. Si Jenofonte nos muestra esto, que la educación es
imposible, entonces se cuestionó qué esperamos aprender de su obra. La respuesta: que
nuestra perspectiva de la educación cambie, ya no podemos esperar lo mismo de ella. Se
añadió la cuestión de por qué con Jenofonte y no con el padre de los poetas Homero. Como
posible respuesta se dijo que Jenofonte no se presenta como educador, mientras que los poetas,
desde la perspectiva de la tradición, sí. La querella entre filosofía y poesía estaría en el ámbito
de la educación, la filosofía buscaría develar que la educación es imposible.
Esto último llevó a la siguiente pregunta. Dónde quedamos, si ni la poesía, ni la
filosofía, ni siquiera la sofística, son paradigmas de la educación. Para intentar responderla se
recurrió a la imagen de la caverna interpretada desde el poder de la poesía. Empezando por
darnos cuenta de que estamos completamente encadenados, descubrimos que la salida de la
caverna no resuelve el problema educativo. Si toda educación es siempre con imágenes,
entonces la educación es siempre asunto de cavernícolas. La sabiduría no se puede enseñar,
pues proviene fundamentalmente de una disposición. Sólo viendo por sí mismo, uno descubre
qué tan educable es. La filosofía es ver a la caverna como caverna. La disposición a la
educación filosófica es la disposición a deseducarse. Esta educación filosófica es antitética,
increíble para los no-filósofos. Esto con Platón. En la defensa de Sócrates de Jenofonte no hay
tal cosa como la caverna, la diferencia entre los filósofos y los no-filósofos no se muestra con
la imagen. Y a pesar de ello, comparte las consecuencias de la imagen. En el caso de
Heidegger sucede algo similar. No hay caverna, pero comparte que el filósofo no educa. A lo
mejor lo que nos quiere mostrar con la negación de la imagen es saber cuándo usarla y cuándo
no. Heidegger acepta las consecuencias cuando habla del Dasein viviendo en las habladurías.
Lo que en última instancia lo lleva a una negación del mundo: abolición del thymos y
ocultamiento de la sophrosyne.
Si la filosofía política subyacente en la imagen de la caverna nos cura de la creencia
de que la política es lo más importante, entonces podemos entender la posición de Strauss al
negarse a hacer un discurso contra el nacismo. Creer que la situación histórica puede cambiar
por obra del discurso es un tipo de acción quijotesca. Si el filósofo no se abstiene del mundo,
participar es autoengaño. Lo cual no cancela la filosofía política como en el caso de
Heidegger, sino que simplemente lleva a una valoración diferente de su importancia. Incluso
en el contexto extremo de la guerra para el Sócrates de Platón no es primacía la visión política.
En el caso de Jenofonte, sí hace hablar a Sócrates de asuntos políticos. Esto último sólo
demuestra otra forma de una apología del filósofo. La apología con la imagen de la caverna no
funciona para la mayoría, mientras que Jenofonte recurre a tratar de demostrar que Sócrates sí
pudo ser benéfico para la ciudad. Pero, al parecer, no lo demuestra. Lo cual implica que con
imagen de la caverna o sin ella, la defensa de Sócrates requiere tomar distancia o minimizar la
jerarquía entre filosofía y política.
La sesión terminó volviendo al caso Critias y Alcibíades, las manifestaciones más
destructivas del thymos, de quienes es absurdo esperar que los puedan educar. Pues si ni
siquiera el filósofo lo consigue, entonces es imposible educar. Una verdadera apología tiene
que empezar desde aquí: no puede presentar al filósofo como educador. En Critias fue aún más
notable esto, dado que es en el nivel de los rumores o chismes donde ocurre la relación entre
filosofía y política. El nexo entre Sócrates y Critias ya está de antemano deteriorado. A la
dificultad de educar el thymos se le añade el nivel en que se mueve, la opinión. Lo cual lleva
al problema de si hay autoconocimiento o autoengaño. Si la sophrosyne se mueve en el nivel
del thymos, involucra también el conocimiento de sí. El problema es si es posible o no el
autoconocimiento.

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