Está en la página 1de 96

Cómo Oraban

Capítulo 1

EL PUNTO DE LA AVANZADILLA
“...tú, brazo de ellos en la mañana, sé también nuestra salvación en
tiempo de la tribulación.” Isaías 33:2

“Hazme oír por la mañana tu misericordia, porque en ti he confiado;


Hazme saber el camino por donde ande, porque a ti he elevado me
alma.” SA 143:8

Los santos combatientes de todos los tiempos están de acuerdo


que la manera más confiable para asegurar un día de conquista y
victoria es madrugar, muy de temprano. Las primeras horas de la
madrugada son el punto inicial para la avanzadilla o vanguardia, para
iniciar el día con templanza, obteniéndola al negarse a sí mismo para
Dios, dando al alma una ventaja sobre el enemigo; No pudiéndose
obtener de otra manera. -seleccionada

El señor Floyd Banker, misionero en Gujerat (un estado de la


India), experimentó el avivamiento en su campo de labor. Descubrió
que las presiones sobre un misionero son muchas y hay una tendencia
a ser negligente en lo tocante al matutino velar. El señor Banker nos
comparte el secreto para vencer que aprendieron él y su esposa, en
lugar de tener tantos fracasos, como antes.

“Alguien podría preguntar, ¿Qué pasó cuando se durmieran


hasta tarde o que el despertador no funcionara? ¿Hay excusas, a veces,
por no orar temprano?’ Quiero compartirles un remedio secreto, que se
ha vuelto una regla muy sencilla en nuestras vidas; se dice en cuatro
palabritas: No-oración, no-desayuno.”

“Llegamos a esta regla tempranamente en la vida de oración,


como consecuencia de una experiencia muy extraña. Sucedió una
mañana cuando el despertador falló y nos dormimos hasta tarde.
Pasamos a desayunar, pensando que más tarde encontraríamos tiempo
para orar privadamente, pero los afanes y cargas del trabajo urgían, y el
orar se olvidó. El siguiente día madrugamos, y fuimos a nuestros
lugares para la hora de oración, y, nos aconteció lo mismo a ambos. Al
llegar a nuestros lugares de oración, fue como si Cristo ya estaba allí
para darnos la bienvenida, pero con cara triste mientras nos decía: —Te
esperé durante 24 horas.”

“Cómo un electrochoque del cielo, esta nueva verdad impresionó


nuestras mentes: Habíamos robado de Él el compañerismo que Le
encantaba tanto. No sólo nos aprovechaba orar en privado, sino Él
también recibió provecho y gran placer. ¿Ya no te es extraña nuestra
regla, “no-oración, no-desayuno?” -usado con permiso, publicado
como en Wesleyan Methodist.

En un nuevo libro, Peace Like A River (Paz como un Río), Sallie


Chesham narra la historia de una lucha que Samuel Brengle tenía al
querer establecer el hábito de madrugar para orar y sobre la gran
importancia que él puso en este sagrado tiempo para iniciar un nuevo
día. “En cierta ocasión, Brengle fue preguntado: —¿Cuáles son tus
tentaciones más temerosas: las más sutiles, las más violentas?”

“Dio la respuesta: —Es tentación empezar mi día sin antes


invertir tiempo a solas con Dios, en oración y la lectura de su Palabra.”

“Sin embargo, antes de responder, les sostenía a sus


interrogadores en suspenso por decir primero: —Por treinta años tenía
yo sólo una tentación que me preocupaba grandemente. Pero por
treinta años, por la gracia de Dios, la he vencido. Y, por esto, ninguna
otra ha podido penetrar mi armadura. Con todo, antes de treinta años
atrás, a menudo me venció esta tentación. Y, cada vez que me vencía
ella, al momento estaba indefenso a otras diez mil.”

¡Un tiempo de peligro es la mañana!

No hay nada que temer por la noche;

Con calma se cierran los ojos,

Cansados de la luz urgente;

El cuerpo se sana al dormir,

Cesan la labor y trabajo,

El alma está segura en el cuidado de Dios,

El corazón está en paz perfecta.

Pero, ¿Quién puede predecir

Cuán feroces las pruebas serán?

¿Cuáles sendas difíciles habrá?


¿Cuáles penas me compasarán?

Brilla el sol para todo el mundo;

Pero no veo lo que pasará,

Cuáles peligros o penas extrañas

En el futuro me rodearán.

O, háblame en las mañanas,

¡Señor, en cada uno de mis días!

Tú eres mi gran Director

Mientras paso las sendas escondidas;

Si escucho tu voz en la mañana,

Abro el día con canción,

A vencerlo voy,

Tu presencia me fortalece.

-Marianne Farningham

“Guarden todos la velada matinal.” instruyó J.R. Mott, un


viajero de todas las partes del mundo. “¿Qué expresa esta costumbre?
Quiere decir, comenzar cada día en aislamiento con Dios, leyendo las
Escrituras meditativamente, orando, y estando en silencio ante de
Dios. Fíjate, quiero decir, comenzar cada día de esta manera, no, un
día sí y otro no, ni solamente cuando te convenga hacerlo. Hemos
encontrado que los días que fueron los más difíciles para comenzar esta
práctica, fueron los mismos días que más necesitaba de esa ayuda
especial, que proviene de tal práctica.”

“A la luz de la experiencia y observación, se puede decir con


convicción, que no hay hábito más potente para conservar una fe real,
para mantener y aumentar el nivel de energía espiritual, para
prepararse para identificar y actuar ante los peligros y todas las
oportunidades que él nos da; cuando comenzamos cada día velando
ante Dios.”
Muchos de nosotros tenemos una deuda de gratitud por la
ayuda que hemos recibido de los escritos de Osvaldo Chambers. De la
reseña hecha por la sobrina del Sr. Chambers, saque una lección. Dijo
la sobrina:

“‘Él tuvo por costumbre madrugar, levantándose muy, pero muy


temprano.’ A veces, cuando ella bajaba a gatas las escaleras, a las 6 de
la mañana, lo encontró en la cocina, envuelto en su manto (la tetera
siempre la tenía cerca) leyendo o escribiendo- a veces arrodillado. Sin
mostrar cualquier desagrado al ver a su pequeña- y muy habladora-
sobrina, siempre le mostró una sonrisa. La ponía en un rincón con un
libro, donde se quedaba sentada, feliz y contenta, sólo por estar con él.”

Osvaldo Smith da la siguiente observación: “Durante más de


cuarenta años, he cuidado el velar matutino de tres maneras: Empiezo
leyendo la Palabra de Dios, acordándome de las palabras “desead, como
niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por
ella crezcáis para salvación,” (1 Pedro 2:2) Segundo, en obediencia al
Salmo 5:3, “Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; De mañana me
presentaré delante de ti, y esperaré”, yo oro. Tercero, tocante a la
somnolencia: antes yo siempre estaba con somnolencia cuando quería
orar. La causa era porque tenía la costumbre de arrodillarme, cerrando
los ojos y bajando la cabeza a mis brazos. Desde hace años que tomé la
costumbre de orar andando. Andando de aquí para allá, nunca me da
somnolencia. Puedo estar alerto.”

“Descubrí que al arrodillarme y orar en voz baja, diez minutos


me parecían mucho tiempo, pero al orar en voz alta y caminar, el
tiempo pasaba rápidamente. Al acostumbrarme a este método, he
podido orar durante horas seguidas y he encontrado el velar matutino
ser como mi fortaleza y sustento. Los problemas se resuelven antes de
que los encuentres. Dios oye y responde. En lugar de permitir que las
circunstancias me venzan o me manden al sanatorio por crisis nerviosa,
puedo ganarlas. No conozco una emoción más agradable que la
emoción conmovedora del velar matutino.”

Hay algo inexplicable tocante a la fuerza que se vierte en un


hombre o una mujer que conserva el velar matutino, no solamente
apartando apuradamente unos veinte minutos, sino gozando de quietas
horas calmamente, mientras el día está sin mancha, fresco y quieto.
Juan Wesley se levantó a las cuatro de la mañana y predicó dos veces al
día durante cincuenta años.
Cristo nos dio un ejemplo cuando “levantándose muy de
mañana, siendo aún muy oscuro,” estaba con Su Padre esforzándose
para el día. Fue el único tiempo para estar a solas con Su Padre,
porque al salir el sol la muchedumbre lo apretaba durante todo el día y
sus discípulos querían de Su compañerismo.

A las praderas del monte

Antes que luciera la luz del sol,

El Varón de dolores lloró y gimió

Y se levantó fortalecido de poder:

Oh, escúchanos, entonces, porque somos

Muy débiles y frágiles;

El nombre del Señor es nuestro ruego,

Y seguro va a prevalecer.

-Carlos
Spurgeon

E.M. Bounds, cuyos libros sobre la oración han traído gran


bendición y siguen imprimiéndose, enseñó unas apreciadas lecciones a
muchos otros ministros en cuanto al madrugarse. Uno de estos
ministros, el Rev. Hodge, quien estimó grandemente al Sr. Bounds, nos
comparte unas de estas lecciones, las cuales se nos aplican
particularmente, a causa del tiempo complaciente en que vivimos.

“Al comienzo, el hombre físico se rebela en contra de ella (la


oración matutina); el cuerpo, consentido y cuidado por años, rehúsa
responder a las demandas del alma; el diablo no lo permite. Los
hombres no la toleran. Todas las cosas en la tierra y el infierno
protestan contra el alma. Noventa ministros de cada cien te dirán que
es tiranía impuesta sobre ti mismo. ¡Oh, hombre de Dios, no les hagas
caso! La autocomplacencia es la ley de la muerte, la abnegación es la
ley de la vida. La familia murmurará en contra de tres o cuatro horas
de oración matinales. Las potestades de la oscuridad están opuestas a
ti. Pero no te desanimes. ¡Dios está cerca!”

“Si falla (la oración) por una mañana nomás, tu familia lo


reconocerá y lo anunciará a los vecinos. Quizá el hombre mismo que
tratabas de animar a levantarse temprano, te llamará en esta misma
mañana que no te levantaste a las cuatro de la mañana. Y, te
encontrará todavía dormido a las seis; te llamará hipócrita. Sigue
paciente. Dios es bondoso y conoce tus buenas intenciones. El
perdona cuando los demás condenan.”

“¡Mi alma por tu alma! Si confías en Dios y lo haces (orar


temprano), tendrás un deleite inmenso. El gozo de estar con Dios
durante horas seguidas, antes de que se despierte el mundo, te
recompensará en todas tus pruebas y penas, y la gloria traída a Su
nombre no se puede comprender.”

“Yo no creo en el seguir ciegamente a los otros hombres. El


cuerpo humano necesita unas ciertas horas para descansar cada noche
(para mantener la salud), y al probar a mi cuerpo, encontré que
necesito siete horas, nada menos. Si no puedo dormir esa cantidad en
la noche, duermo el resto durante el día. Juan Wesley dijo que su
cuerpo necesitaba seis horas y media diariamente. Dormía seis por la
noche y treinta minutos después de almorzar. Pero miremos a Cristo
como ejemplo en la oración y no a los hombres en el asunto.”

Si te has formado la regular costumbre de la real oración


matutina y la retienes, has cumplido el aspecto casi más notable que
un hombre o una mujer es capaz de hacer. No solamente glorificas a
Dios y animas a otros, sino que también tienes un buen comienzo para
la eternidad. Muy seguramente te establecerás en Dios, pero faltar a
esta práctica, y seguir faltando, es igual que faltar por completo hasta el
fin. No se piense que el que ora poco ha ganado mucho. Cuídate de las
charlitas con Jesús si realmente conoces al Señor. Orar poco es a veces
peor que no orar; es un apaciguamiento a tu conciencia y un insulto a
Dios, Quien te dio la existencia, la fuerza y el tiempo. ¿Para qué te los
dio? -C.T. Pike

¿Has encontrado a tu Señor esta mañana,

Antes de ver otra cara humana?

¿Has mirado su belleza,

Por su gracia sobreabundante?

¿Te inclinaste en oración ante Él


Antes de irte en tu camino?

¿Has pedido poder llevar

Todas las cargas del día?

¿Has visto su voluntad al leer

Algo de Su Santa Palabra, y tomaste

De Sus promesas una porción,

Bendita con Su amor, por Su nombre?

Oh, tan débil e indignos somos,

Y nuestros espíritus tiemblan adentro

Si no buscamos a nuestro Maestro

Antes de empezar la senda.

¡Cómo espera por derramar Su bendición

Sobre nuestras vidas al otro día!

Cristianos, nunca empiecen sin Él;

Debes hablarle y luego, obedecer.

-de una publicación de


Union Gospel Press

Capítulo 2

Gánese la Madrugada
Despierta, alma mía; despierta, salterio y arpa; Me levantaré de
mañana. Te alabaré entre los pueblos, oh Señor; Cantaré de ti entre las
naciones. (Sa. 57:8,9)

Yo amo a los que me aman, y me hallan los que temprano me buscan.


(Pr. 8:17)

Por leer intensamente las biografías de hombres de oración,


mientras se escribía el libro Royal Counsel (Consejo Real), mi esposo y
yo fuimos convencidos, por completo, que los que por largo tiempo
oraban y meditaban en la Palabra se dotaron con poder más que sus
contemporáneos que no lo hicieron. De ahí en adelante, la Biblia se nos
puso como una prioridad, como nunca antes lo había sido. Antes,
invertíamos mucho tiempo en ella; pero, ahora nos hemos convertido en
amantes de la Palabra. Esto pasó al ser convencidos de que hay una
fuerza sobrenatural, tanto por lo físico como a lo espiritual, que sale al
leer lenta y atentamente la Palabra, en lugar de pasar de prisa nuestra
porción del día.

Los que en su llamado lograron mucho de Dios en sus vidas


personales, fueron los que madrugaron, preparando sus corazones para
los sucesos del día. Animemos a los que han perdido la batalla contra
el velar matutino. Lo has intentado, pero has quedado vencido.
Fijémonos en los ejemplos de los que han cumplido con sus citas y
notemos su capacidad de perseverar y ganar.

Al estudiarlos, una ley se destaca y es ésta: las personas que


invierten mucho tiempo en las mañanas, orando y estudiando la Biblia,
siempre son potentes en sus oraciones y exitosas en sus labores. Estos
éxitos no siempre se manifiestan materialmente en estos hombres, pero
podemos estar seguros que recibirán su recompensa en la eternidad.

La persistente costumbre de Guillermo Carey era empezar cada


mañana leyendo un capítulo de la Biblia, primero en inglés y luego en
cada uno de los seis idiomas que sabía. Aunque fue un hombre
común, Guillermo Carey consiguió mucho para la India al haber
traducido la Biblia a varias lenguas y dialectos. Las horas de la
madrugada fueron siempre, sin duda, uno de los secretos para sus
gigantescas contribuciones al bienestar espiritual de la población india.
Porque, el que le da una Biblia a un pueblo, le regala una herencia de
bendición a esa nación.

Ebenezer Erskine, famoso en la historia de la Sucesión


Escocesa de la Iglesia, tenía la costumbre de levantarse a las cuatro de
la mañana para orar.

Jorge Whitefield dijo tocante al velar matutino: "Se dijo de los


santos del Antiguo Testamento, que se levantaban temprano de
mañana; y en particular de nuestro Señor, que se levantó muy de
mañana, siendo aún oscuro para orar. La mañana brinda amistad a la
devoción; y si no se puede negar, tan sólo para levantarse a orar, no sé
cómo podrá morir al aguijón por Jesucristo."

Llegó a mi corazón como una lección,

Mientras salía el sol,

El día, con sus afanes, pruebas

Y bendiciones marchaba adelante.

Jesús, Redentor del mundo,

Se levantó antes del día

Y sintiendo su debilidad humana,

Buscó un lugar secreto para orar.

Ni siquiera los tres discípulos

Quienes siguieron al Señor más fielmente

Estaban a su lado en ese santuario;

Durmieron como los demás.

Y, sólo las estrellas del cielo

Con, tal vez, la luna plateada

Alumbraban a su Creador,

Quien pronto sufriría y moriría.

Si Jesús, el Rey de gloria,

Comandante de las huestes de las alturas,

Tuvo que pedir por su poder diario,

¿Qué de tal gusano como yo?


Descanso tranquilo en la mañana,

Viene un día de perplejidad;

No sé cómo enfrentarlo,

Pero sé que mi Salvador se levantó para orar.

¡Cuán tonta es nuestra humana ceguera!

¡Cuán duros nuestros corazones de piedra!

¿Por qué no nos levantamos en la mañana,

Y oramos a Dios a solas?

Hay ayuda para los deberes diarios,

Y por la fuerza y el poder espiritual.

Hay victoria para la lucha,

Ganada en la hora matutina.

Si andamos en las huellas del Maestro,

Y seguimos la senda de él,

Hay que buscar, en la madrugada,

Un lugar tranquilo con Dios.

Hay que derramarle nuestros corazones

Y dejarlo entrar en nuestra vida

Si vamos a ganar

La victoria sobre la contienda.

-Minnie Embree
Parker en "Biblical Evangelist"
Barclay Buxton, líder de la "Banda Evangelística Japonesa",
escribió a sus obreros cristianos y convertidos: “¿Se levantan
temprano? Ninguno esté acostado en cama después de las seis de la
mañana, para tener, por lo menos, una hora quieta con Dios, orando y
leyendo Su Palabra, antes de encontrarnos a otros y empezar la
jornada. Y en tiempos especiales, hay que invertir más, ¡pero el
cristiano no debe invertir menos!”

Estos misioneros en Japón vieron transformarse a pecadores


por la gracia divina y cambiarse a santos. Sin dudas, esto salió de la
visión firme que fue mantenida durante mucho tiempo, estando a solas
con Dios. G.H. Lang se hizo un evangelista ambulante por todas las
partes del mundo y fue muy usado por Dios. Como un británico, no
estaba acostumbrado al apuro de los misioneros americanos que
trabajaban con él a veces. Escucha lo que dijo: “La vida fue muy
americana, un constante apuro todo el día, con visitantes, cartas,
oraciones y las reuniones de cada noche en El Cairo, durante cinco días
a la semana, en las cuales no volvimos a casa hasta las once de la
noche. La vida de la ciudad de Inglaterra, con su vida nocturna, me
provocó a dejar el hábito de madrugar. Ya si no recomenzaba, nunca
más tendría tiempo para la muy necesitada intimidad con Dios, ni para
la alimentación del alma. Pero, ¿Cómo recomenzar a madrugar, con
días tan cansados, y acostándome tan tarde? Rogué al Señor que me
ayudara, Quien en los días de su carne, se levantó muy de mañana (Isa.
50:4; Mar. 1:35), e inmediatamente encontré poder para levantarme a
las cinco de la mañana. Este ejercicio aprovechable ha continuado
desde ese entonces.”

Hablando más del levantarse temprano, el señor Lang sigue


diciendo: “Antes era más fácil que hoy. El entero modo de vivir del
mundo moderno es diferente, y esto para el deterioro espiritual, por dos
inventos- la locomoción rápida y las brillantes luces artificiales. Por
estas luces, la noche cambia al día; y el mundo sigue hasta muy noche
y luego no pueden levantarse temprano. Los hombres no obedecen la
clara regla del Creador para sus criaturas y el resultado inevitable es
que mientras las aves y los animales siguen sin crisis nerviosas, la raza
humana sigue más y más neurótica e inconstante.” -de An Ordered Life
(Una Vida Ordenada) por G.H. Lang, con permiso de Paternoster Press,
Exeter

A un cristiano le fue mostrado el Faro Cabeza de Lagarto que


está ubicado al final de la parte más austral de Inglaterra. Entró al
gran cuarto, el que contiene la maquinaría para controlar la sirena de
cuando hay neblina, y luego ascendió la escalera que va a la lámpara.
El guardián del faro dijo algo que nunca olvidó el visitante: “Pulimos los
reflectores cada mañana.” “Despertará mañana tras mañana,
despertará mi oído para que oiga como los sabios.” (Isa. 50:4)
Juan Milton, quien dio al mundo las maravillosas obras
maestras, Paradise Lost (El Paraíso Perdido) y Paradise Regained (El
Paraíso Recobrado), se levantaba a las cuatro de la mañana durante el
invierno y a las cinco durante el verano, para invertir estas horas
matutinas, escribiendo su poesía inmortal.

Juan Wesley dijo a sus predicadores que su primera ocupación


era ganar almas y sólo por la labor continua y la perseverancia pudo
librarse de la sangre de todos hombres. Y, por fin les dijo: “¿Por qué no
somos más santos? ¿Por qué no vivimos para la eternidad ni andamos
con Dios todo el día? ¿Nos levantamos a las cuatro o las cinco de la
mañana para estar a solas con Dios? ¿Recomendamos y observamos la
hora de oración a las cinco de la tarde? Cumplamos nuestro
ministerio.”

J.D. Drysdale, un hombre de nuestra era, que hizo mucho para


Dios en Gran Bretaña, fue un madrugador: “Durante cuarenta años,”
dijo, “he mantenido la costumbre de pasar la vela matutina a solas con
Dios. Durante ese tiempo, he leído completamente la Biblia cada año,
siguiendo el sistema de Roberto McCheyne, lo que quiere decir que cada
año se leen por completo el Antiguo y el Nuevo Testamento una vez, y
los Evangelios y los Salmos dos veces. Y, más de esto, he estudiado en
especial otros temas.”

“Temprano en la mañana, empiezo a leer y llego a estar


conciente que Dios, por medio de Su Palabra y Su Espíritu, me está
hablando. Luego, pronto me encuentro hablándole a Dios. Cuanta
bendición y fuerza nos vienen al comenzar el día así, al encontrar a Dios
cara a cara, antes de salir a enfrentar al mundo; por leer y digerir Su
Palabra antes de tocar nuestra correspondencia o el diario.”

Alguien que ha calculado que el tiempo ganado del sueño por


velar, dijo la siguiente: "La diferencia entre levantarse a las cinco de la
mañana, a cambio de levantarse a las siete de la mañana, por el espacio
de cuarenta años, suponiendo que siempre se acueste a la misma hora
de la noche, es igual a añadir diez años a la vida de un hombre."

Fijémonos en la vida de G.C. Bevington, un evangelista


notablemente usado de Dios en los EE.UU.: “Hace unas semanas, al
despertarme en la mañana, me sentía como bajo de una nube. Un poco
tieso, no parecía yo rebosándose de gozo; no escuché las campanas de
alegría en mi alma. Bueno, en dos o tres minutos entendí lo que hacía
yo: estaba acercándome a la lobreguez de Satanás. Eran las tres y
media de la mañana, la hora acostumbrada para orar. Pero, en lugar
de orar, salté de la cama y dije, “Sí, buenos días, Jesús, ¡Qué bueno
verte aquí!” Le di la mano y alisté un asiento para Él, diciéndole que se
sentara. Mientras me vestía, me lavaba y desayunaba, yo Le hablaba
en voz alta como te hablaría a ti si estuvieras conmigo. Bueno, al
cumplir los quehaceres de la mañana y alistarme para escribir a
máquina, te digo que no estaba tieso, ni tenía lobreguez, ni desánimo.
Y, las campanas de gozo estaban vestidas de lujo, tocando sus
instrumentos. Tenía que andar de aquí para allá por un rato bajo los
gozos que inundaban a mi alma. Ahora bien, supongo que si alguien
hubiera entrado, sabiendo que yo vivía solo, hubiera pensado que en el
asilo hubiera un lugar para mí. Pero no debemos permitirle a Satanás
que nos empuje y robe nuestra herencia a través de los pensamientos
humanos.”

El señor Bevington ofrece un consejo práctico de cómo vencer


las asechanzas del diablo en las horas matutinas. “Cuando te
despiertas en la mañana, te sientes bien entumecido. Es cuando debes
poner en práctica la presencia de Jesús, inmediatamente, antes de que
Satanás te ponga más de sus planes para el día. Porque si puede
embaucarte y fijar tus sentidos por cinco minutos, con eso te ha ganado
mucho, lo suficiente para que tengas un día infructuoso. Pero, al
comienzo debes alabar a Dios. Quizás algunos pregunten, —Hermano
Bevington, ¿cómo puedo alabar a Dios cuando me siento tan
miserable? —Bien, podemos buscar a lo menos algo para alabarle si
tenemos ganas de hacerlo. Hay mucho material para hacer una
muestra de alabanza, si miramos con los ojos abiertos.”

En la quietud del alba, quiero estar a solas con mi Amado;

La calma de Su presencia trae perfume de arriba;

Endulza todas las horas del naciente día ocupado;

Su fragancia calma mi inquietud, y ahuyenta mi temor.

Encuentro fuerza maravillosa para el deber, mientras miro a su faz.

Y entiendo que hay poder, conseguido en ese lugar secreto.

-J. Charles Stern

El biógrafo del comentador Adán Clarke nota su costumbre de


levantarse temprano: “Hay que recordar siempre que el señor Clarke
fue, desde su juventud, muy madrugador; muy pocas veces se encontró
en la cama después de las cuatro de la mañana. Así no solamente ganó
para sí una gran cantidad del tiempo que muchos gastan durmiendo,
sino también ganó más de la elasticidad mental que tiene la mente
después de descansar. También ganó la colectivización de ideas y la
frescura de sentimientos, los que aún los eventos del día no han
molestado. No sólo ganaba tiempo por la costumbre de levantarse
temprano, sino también ganaba más, por no aceptar invitaciones a
banquetes. Cuando comió afuera de su hogar, casi siempre fue
acompañado por su esposa y volvieron a casa tan pronto como
pudieron.”

El piadoso Samuel Rutherford de Anwoth, Escocia, se levantó a


las tres de la mañana y sus cartas y sermones exhalan un amor íntimo
para el Señor Jesucristo, lo cual ganó por medio de ese largo tiempo de
comunión. “Mas el pueblo que conoce a su Dios, se esforzará y
actuará.” Dn. 11:32

C.T. Studd, también guardaba la costumbre de madrugar, y a


sus 52 años, con una enfermedad dolorosa, invadió a África para
Cristo. Su biografía, C.T. Studd, Cricketeer y Pioneer (C.T. Studd,
Jugador de Vilorta y Pionero), contiene un vistazo de su rutina
matutina cuando estaba en África.

“Al pie de la cama estaba un fuego encendido, encima del piso


de barro. Por la noche una figura negra se veía encima de su colcha de
bambú, retorcida muy cerca del fuego; porque ésta era su única
frazada. Esta silueta era su “niño”. Durante de unos años el “niño”
realmente era un hombre adulto que le atendía a Studd, con la devoción
de una mujer. Este ayudante tenía una pierna rígida y por esto se
llamaba ‘Una Pierna’.”

“A las dos y media o tres de la mañana se escuchaban


movimientos. ‘Una Pierna’ se despertó con la regularidad de un reloj y
el primer sonido fue el golpe de los leños cuando los echaba entre los
tizones, y luego el largo puu-u-u, mientras soplaba las chispas de unas
brazas, haciendo llamas de la experta manera de los nativos. Luego,
puso la tetera encima y pronto estaba lista la taza de té. Ahora Bwana
(como se llamaba Studd allá) estaba despierto. Él toma del té y el
“niño” se volvía a dormir. Bajaba una Biblia del estante y Bwana está a
solas con Dios. ¿Qué pasaba entre los dos en esas horas quietas? Se
revelaría lo sucedido, unas horas después, a todos los que tuvieran
deseos de oír.”

“En la reunión con los nativos, durante la mañana, la que raras


veces duraba menos de tres horas, cuando la dirigía Bwana; y en la
reunión de oración con los blancos, la que duraba desde las siete de la
noche hasta las nueve o diez de la misma, se vertía lo que visualizó y
escuchó cuando estuvo orando a Dios por la madrugada: Todo esto
partiendo de un corazón ardiente para la salvación de los hombres y de
unos labios que fueron tocados como por un carbón encendido. Nunca
necesitó más preparación para esas reuniones que la de aquellas horas
matutinas... le hablaba a Dios y Dios a él, e hizo Su Palabra viva en él.”

Juan Sung, a veces conocido como “el Wesley de China”, fue


también un hombre que inició el día en comunión con el Padre
Celestial. Levantándose entre las cuatro y las cinco de la mañana, tenía
suficiente tiempo para alimentar a su alma con los once o doce
capítulos que leía diariamente. A sí mismo se negó a leer otros escritos
y así podía hacer hincapié a la Palabra Viva. Este hombre ‘de un solo
libro’ tocó los corazones de sus oidores con la verdad de las Escrituras,
predicando con poder.

El biógrafo del Sr. Sung: Leslie Lyall, dice que “una larga lista de sus
convertidos y, de ser posibles, sus fotos a lado, fueron sus compañeros
inseparables, y oraba por todos ellos con regularidad, muchas veces con
lágrimas. Por todas partes, hizo hincapié a la necesidad urgente de orar. El
hecho que la iglesia china actual es una iglesia orante, se puede atribuir, en
parte, a la influencia y al ejemplo de este hombre devoto a la oración.”

Capítulo 3

El Completo Reposo de la Mañana


“Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de
ti, mi carne te anhela...” Salmo 63:1

Jorge Müller nos compartió su historia de cómo logró la


costumbre de levantarse temprano, aunque estaba mala salud cuando
Dios le habló que añadiría tal práctica a su vida. Su historia será
interesante para todos nosotros, al saber que Dios lo usó hasta en los
días finales de su vejez.

“Durante mi estancia en Plymouth, me incitaba de nuevo a


levantarme temprano, y fue una bendición de la que no he perdido los
buenos resultados hasta ahora. Lo que me guió a hacerlo fue el
ejemplo del hermano donde me alojaba y un comentario que el mismo
dio referente a los sacrificios, basado en el libro de Levítico: “Tal cómo
no se debe ofrecer el estiércol, así lo mejor de nuestro tiempo sea en
especial para la comunión con el Señor.”

“Yo estaba, grandemente, entregado a la costumbre de


madrugar durante los años anteriores. Pero, puesto que tenía los
nervios tan débiles, pensé que tenía solo fuerza para las actividades del
día, mejor sería no madrugar, para que mis nervios estuvieran más
tranquilos. Por esto, me levanté a lo más entre las seis o las siete, y a
veces después de las siete.”

“Por la misma razón, me propuse acostumbrarme a dormir un


cuarto de una hora, o media hora tal vez, después de almorzar;
pensando que calmaría, con esto, un poco más mis nervios. Con todo
esto y no obstante, mi alma con regularidad sufría a cada día y a veces
mucho, pues inesperadamente me llegaban trabajos urgentes
quitándome el tiempo para orar y leer la Palabra.”

“Por la gracia de Dios, después de escuchar aquel comentario


que mencioné anteriormente, me propuse que, no importaba que
sufriera mi cuerpo, nunca más perdería el tiempo más precioso
acostado en la cama. Por la gracia de Dios, pude aquel mismo día
levantarme más temprano y así lo he hecho desde entonces.”

“Me permito ahora más o menos siete horas de sueño, lo que


basta para refrescarme, aunque sigo débil y tengo mucho cansancio
mental. Sumado a esto, he olvidado la siesta de la tarde. El resultado
es que he podido procurar más tiempo para los períodos preciosos de
oración y meditación antes de desayunar. De esta forma descanso mi
cuerpo y más particularmente, mis nervios. Ahora he estado mejor.”

“Si Ud. se pregunta, ¿por qué debo madrugar temprano? La


respuesta es que quedándose demasiado tiempo en la cama:

1. MALGASTA EL TIEMPO, lo cual es impropio a un santo,


quien fue comprado con la preciosa sangre de Cristo, juntamente con
su tiempo y todo lo que tiene, para el uso del Señor. Si dormimos más
de lo necesario, pensando fortalecer el cuerpo, es un malgasto del
tiempo que Dios nos ha fiado como un talento, para usarlo en el
desarrollo de Su gloria, para nuestro beneficio, para el beneficio de los
santos y también para el beneficio de los infieles, que están alrededor
nuestro.

2. QUEDARSE DEMASIADO EN LA CAMA DAÑA EL CUERPO.


Igual de comer demasiado, el dormir demasiado nos daña. Los médicos
dicen que el quedarse en la cama más de lo que es necesario, pensando
con esto cuidar más el cuerpo, no lo ayuda, más bien lo debilita.

3. DAÑA EL ALMA. Estar acostado en la cama no sólo nos


impide dar la parte más preciosa del día a la oración y meditación, sino
que también nos guía esta pereza a muchas otras maldades.”

“Para saber del efecto positivo que el madrugar trae al interior y


exterior del hombre, sólo necesita experimentar invirtiendo una, dos o
tres horas diarias en el orar o meditar antes de desayunar, o haciendo
esto en tu cuarto o en el campo abierto, con la Biblia en tus manos.
Ruego a todos los que leen esto y que no están acostumbrados a
madrugar desde muy temprano, que lo prueben, y van a alabar al Señor
al hacerlo. No se desanimen por sentirse cansados y amodorrados a
causa de madrugar. Pronto se irá eso. Después de unos días, se
sentirán más fuertes y frescos que cuando se quedaban en la cama una
o dos horas más de lo que necesitaban.”

El Dr. A.T. Pierson en su libro George Müller of Bristol (Jorge


Müller de Bristol), revela cómo pesó más la convicción acerca de la
importancia de la oración, al Sr. Müller.

“En el año 1837 el Sr. Müller, teniendo 32 años, sentía una


creciente convicción que le faltaban dos cosas para que él creciera en
gracia: piedad y poder para servir. La primera era más aislamiento para
tener más comunión con Dios, aunque se perdiera algo de su obra
pública, y la segunda era ampliar más la provisión para la supervisión
espiritual del rebaño de Dios.”

“La primera de estas convicciones tiene un énfasis que toca la


vida de cada creyente en su centro vital. Jorge Müller estuvo consciente
de estar demasiado ocupado en sus quehaceres para orar como se
debía. Sus actividades fueron demasiado pesadas, como para que le
quedara tiempo para reflexionar interiormente. Y, vio que había riesgo
de perder la paz y el poder, y que la actividad, aun en los quehaceres
sagradísimos, no debe ser tan absorbente que impida la santa
meditación en la Palabra y la suplica ferviente. El Señor primero dijo a
Elías, “Apártate... y escóndete”, luego, “Ve, muéstrate” (1 Reyes 17 y
18). El que no se esconde a sí mismo primero en un lugar privado, para
estar a solas con Dios, no está preparado para mostrarse en un lugar
público para obrar entre los hombres.”

“El Sr. Müller posteriormente tuvo por costumbre decirles a los


hermanos con ‘mucho quehacer’, que invirtieran el tiempo debido a
Dios. Les explicaba que cuatro horas de trabajo con una hora de
oración en la madrugada es mejor que cinco horas de trabajo sin orar;
también les decía que nuestro servicio al Maestro es más aceptable y
nuestra misión al hombre es más provechosa, cuando estuviera
empapado de la humedad de las bendiciones de Dios- el rocío del
Espíritu. Lo que se gana en cantidad se pierde en calidad, cuando un
compromiso sigue a otro sin intervalos para refrescar y renovar la
fuerza de la fe en Dios. Quizás ningún hombre desde Juan Wesley
realizó tanto en su larga vida como Jorge Müller, no obstante, pocos se
han retirado tantas veces y por tan largos tiempos al pabellón de la
oración. De hecho, desde cierto punto de vista, su vida parece más
dada a la suplica e intercesión que al mero actuar u ocuparse entre
hombres.”

El Dr. Pierson también ha registrado el amor de Müller para la


Palabra de Dios. “A sus 92 años, Jorge dijo: —Por cada página leída de
otros escritos, estoy seguro que leía diez de la Biblia. —Durante los
últimos veinte años de su vida, la leía completa y cuidadosamente
cuatro o cinco veces al año, consciente del rápido crecimiento en el
conocimiento de Dios al hacerlo.”

Todo el día, quizás, tus pies tienen que pisotear el valle,

Todo el día la muchedumbre se apura alrededor-

Agolpándote demasiado incesantemente

Con voces fuertes de dolores, peleas o canciones.

Antes la muchedumbre, antes el valle

Antes de la labor que te afana, corazón y manos,

Alístate, en la primera y fresca hora matutina.

Allá en el monte, a solas con Dios estar.

¿Qué, pues? Oh, Él te espera allí-

Para revelarse a Sí, su hermosura extraña y dulce;

Para tener comunión contigo a solas-

Para levantarte arriba de las sombras terrenales, hasta la realidad.

-E.H. Divan

Guillermo Bramwell, un hombre usado poderosamente por Dios


en Inglaterra, tuvo muy firmes convicciones acercas del madrugar para
orar y leer la Biblia. “Su costumbre fue levantarse a las cuatro de la
mañana en el verano y a las cinco en el invierno. Si estaba en un lugar
donde la gente empezaba a trabajar antes de estas horas, se levantaba
más temprano, a menos que no pudiera, pues no podía soportar la idea
de que alguien se ocupara en trabajos mundanos antes de que él
entrara a servir al Padre Celestial. Ese tiempo reconquistado del sueño
fue añadido con diligencia al orar, leer las Escrituras y estudiar.
Encontró que aquellos días que comenzaban con oración insistente,
pasaban en alabanzas gozosas y acciones de gracias. Por lo general, su
plan era orar fervientemente por un rato, luego leer uno o más capítulos
de la Biblia, y luego acercarse otra vez al trono de gracia. Estos
ejercicios alternativos se repetían varias veces en la mañana. Él dijo: —
Me gusta llenar mi alma de Dios en la mañana, entonces logro vivir en
el Espíritu todo el día.”

“Varios de sus amigos, con quiénes se alojaba en el campo,


testificaron que por la mañana, cuando salía de su cuarto para
desayunar, su cabello estaba empapado de sudor, como que si hubiera
estado trabajando rigurosamente con su fuerza bruta. Estos esfuerzos
produjeron los resultados deseados y tal Jacob luchador llegó a ser un
Israel dominante.”

“Muchas veces se levantaba a medianoche para orar y sus


amigos lo encontraban a veces arrodillado y envuelto en una frazada,
cumpliendo su ejercicio encantador.”

Escribiéndole a un amigo, le aconsejó, “Oh, cuánto Satanás te


tentará para que te quedes en la cama en esas mañanas frías, cuando
debieras ocuparte en orar y estudiar en cada una de ellas, levantándote
a las cinco o antes. Si practicaras esto, ¡Cuántas maravillas haría Dios
con su Palabra en tu alma y tu familia!”

En otra ocasión él escribió, “Si recibes lo que llamo ‘el completo


reposo’ por la mañana, con la mente fija en Dios, el descanso tranquilo;
esto te llevará encima de tus pequeñas preocupaciones con la mejor
paciencia, tal cual águila sobrevolando la tormenta, y la cruz diaria será
la bendita forma para llevarte al cielo. Y esto es un cielo constante; es
tu morada- es tener a Dios como tu Todo.”

Un hombre con tales y consistentes costumbres de orar está


seguro de ver el poder de Dios obrar por medio de él, en cualquier
circunstancia de su vida.

En una ocasión, Guillermo oró por un niño ciego, mientras se


preparaba para irse; lo cual pasó a ser un milagro de sanidad, y que si
hubiera pasado en el tiempo actual, se proclamaría por todo el mundo.
Parecía al Sr. Bramwell como la única cosa anticiparse cuando se
descubría el propósito de Dios. Citamos el acontecimiento como se
escribe en Striking Incidents of Saving Grace (Incidentes Notables de la
Gracia Salvadora) por Enrique Breedon:

“Cuando Guillermo Bramwell viajaba en el circuito de


Nottingham e iba a predicar en las cercanías de Watnall, siempre se iba
a pasar las noches a la casa del Sr. Greensmith. La última vez que
estaba en dicha casa, antes de salir del circuito de Nottingham, la
maravillosa curación aconteció.”
“Esa mañana el Sr. Greensmith se había ido muy temprano a
su trabajo, y el Sr. Bramwell desayunó solo con la señora y los dos
niños. Después de desayunar, el ministro oró con los niños, como se
ora en una oración familiar; y fue así, pues fue su última visita, la hizo
fervientemente por ellos. Luego, listo ya, se preparó para montar el
caballo para irse a la próxima cita. Pero antes de irse, preguntó, —
¿Dónde está el niño ciego?”

“La respuesta fue, —Detrás de la puerta.”

“Entonces el cieguecito Guillermo salió de la casa hacia donde


estaba el otro Guillermo, el Sr. Bramwell, quien puso las manos sobre
la cabeza del cieguito. Se quedo parado, poniendo las manos sobre el
niño por un rato, en oración mental, dando profundos gemidos.
Después de un rato, terminada su oración por el niño, le dio la mano al
cieguito y a los otro dos, pasó de la puerta a su caballo parado allí, lo
montó y se fue siguiendo su viaje.”

“Apenas había salido a la calle cuando el cieguito gritó en voz


alta, —¡Oh! ¡Nuestro Bess! ¿Dónde está el Sr. Bramwell? ¡Puedo ver!
¡¡Puedo ver!! ¡¡¡Puedo ver!!! —Luego todos los muchachos empezaron a
gritar y a correr maravillados en pos del hombre de Dios, clamando, —
¡Señor Bramwell! ¡Señor Bramwell! ¡Puede ver! ¡Puede ver! ¡Puede
ver! —Entonces el buen hombre esperó para escuchar el suceso, se
regocijó con ellos, les bendijo otra vez y se fue.”

“Y Guillermo Greensmith, el cieguito que fue sanado, a quien


conocí durante los últimos cincuenta años, vivía después en Harrogate
hasta la edad de casi ochenta años, ¡siempre con la mejor vista, hasta el
día de su muerte!”

Pues nunca duermas mientras amanece; a la oración te debes

Levántate con el día; estas horas son puestas como importantes

Entre el Cielo y nosotros: el maná se hizo mal

Después del amanecer; porque el día empaña las flores:

Levántate y gánate al sol; el sueño abunda el pecar,

Y las puertas de los cielos están abiertas; cuando las del mundo están
cerradas.
Juan Eliot, uno de los primeros pobladores de Nueva Inglaterra,
EE.UU., se ocupaba plenamente entre los nativos de esa región. Cotton
Mather escribió acerca de los ejercicios de ese misionero pionero: “El
sueño que él se permitió nunca le robó las horas matutinas; sino que
tomó a la mañana nada menos que como amiga de sus meditaciones.
Aconsejaba a los estudiantes: —Los ruego, estén atentos a ser pájaros
del alba. —Y durante más de veinte años antes de su muerte, se
alojaba en la sala de estudio para poder estar solo, para disfrutar las
madrugadas sin hacer ningún ruido que molestara a sus amigos,
quienes al darse cuenta de su denuedo, le decían: —Maestro, ¡ten
misericordia de ti mismo!”

Oh hermano; en estas horas quietas

Los milagros de Dios se hacen;

Les da a Sus amados en el sueño

Un tesoro no buscado.

Me siento a sus pies como un bebé,

Donde los momentos me enseñan más

De todo trabajo y de todos los libros

De todos los siglos atrás.

-Gerardo Tersteegen

Capítulo 4

Predicadores Ingleses
“He estudiado la Biblia y la historia cuidadosamente, y me he
dado cuenta que dónde se encontró un hombre poderoso, existió un
hombre orador.” Tal fue la profunda conclusión del obispo J.C. Ryle.
Nuestra propia indagación sobre las biografías religiosas igualmente nos
han convencido que los hombres y las mujeres del pasado y del
presente que marcaron, y van marcando, a sus generaciones con una
marca indeleble, fueron y aún son, siempre y cada vez, personas
oradoras. Estos guerreaban contra el reino del diablo; hicieron justicia;
hicieron llegar el reino de Dios, echando afuera el reino de la oscuridad;
todo esto por medio de la oración. Aun los más orantes de hoy en día
se sienten muy contentos al comparar su vida devocional, tomando
como punto de referencia los escasos y flaquitos momentos dedicados a
la devoción a Dios (a Quién se dicen servir), esto de acuerdo a la
mayoría de los cristianos evangélicos.

La realidad por la que fracasamos en no bajar en nada las


estadísticas del crimen, la borrachez, la inmoralidad, la iniquidad y la
violencia, hace mentirosa la idea que estamos forjando a muchos
convertidos del modo que lo hizo la iglesia primitiva, que cambiaban al
mundo. ¿Puede Dios ser Dios y a la vez dar a nuestra ligera,
entretenida y barata evangelización de hoy en día su ayuda
sobrenatural, que los hombres del pasado consiguieron con dolor y
agonía del alma, con vehementes oraciones y abnegación? Algunos se
ríen acerca de este tipo de severidad y creen que sólo con imitar a los
hombres mundanos que queremos ganar, vamos a tener éxito. Pero, el
carácter de Dios no cambia para agradar a un cristianismo adulterado.

Lo más saludable que podemos hacer es estudiar las fervientes


vidas orantes de los fructuosos ganadores de almas. ¿Cómo oraban?
¿Cuánto tiempo oraban? Sin hacer cuenta de nuestra profesión, no
temamos medirnos con respecto a ellos de acuerdo a nuestro propio
orar, aunque nos lleve al arrepentimiento y lágrimas.

Jorge Fox

Los primeros cuáqueros fueron gente muy orante. Guillermo


Penn dijo tocante a Jorge Fox, “Sobre todo, Jorge Fox sobresalió en el
orar. Lo interior y la luz de su espíritu, la reverencia y la solemnidad de
su hablar y comportarse y, la escasez y el peso de sus palabras,
muchas veces han tocado aun a desconocidos, dejándolos admirados,
pues esas palabras fueron usadas por Dios, para alumbrar a los
oyentes. Tengo que decir que fue la más tremenda, viva y reverente
disposición para orar que he visto y sentido, esto era cuando él oraba.
Él conocía y vivía más cerca de Dios que otros hombres.”

Si pudieran las paredes de las cárceles grabar las oraciones de


los cuáqueros, tendríamos un poderoso recuerdo de esa oración
prevaleciente, porque vivieron muchos años de sus vidas en esos
lugares malsanos; y aun así, preservaron la fe en Dios.

José Alleine
Los puritanos también eran gente muy oradora. José Alleine,
quien escribió su libro Alarm to the Unconverted (Aviso a los
Inconversos) mientras estaba encarcelado, fue expulsado de su hogar y
púlpito en aquel tiempo, en Inglaterra, cuando más de dos mil ministros
rehusaron someterse al estado, quedándose fieles a Dios y a sus
propias convicciones interiores. El Sr. Alleine respiraba el ambiente del
otro reino.

“Aunque la situación es apta para estar perturbado y molesto”


él dijo, “creo que igual a un pájaro, fuera de su nido, nunca estoy
contento hasta tener otra vez la comunión con Dios; como la aguja de la
brújula, que está inestable hasta que descansa señalando el norte.
Puedo decir, por la gracia, con la iglesia, ‘Con mi alma te he deseado en
la noche, y en tanto que me dure el espíritu dentro de mí, madrugaré a
buscar:’ (Isa. 26:9). Mi corazón está temprano y tarde con Dios; la
ocupación y el encanto de mi vida es el buscarle a Él.”

“Derramaba su corazón mismo al orar y predicar” dijo el


biógrafo del Sr. Alleine. “Sus súplicas y exhortaciones eran tan íntimas,
tan llenas de santo celo, de vida y de vigor que vencieron a los oyentes;
apaciguó, desheló y a veces deshizo los corazones más duros.”

Su esposa comentó que cuando él estaba de buena salud, “Se


levantaba con constancia a las cuatro de la mañana o antes y se
perturbaba si oía a los herreros u otros trabajadores en sus puestos
antes que él estuviera en su lugar de comunión con Dios, diciéndome
muchas veces, ‘Cómo me avergüenza ese ruido. ¿No merece más mi
Maestro que él de ellos?’ Desde las cuatro a las ocho oraba,
contemplaba, y cantaba salmos; los cuales le encantaban mucho, los
entonaba solo y con la familia. A veces cambiaba la rutina de sus
trabajos parroquiales e invertía días enteros en esos ejercicios privados
en una casa vacía, a solas o en un lugar apacible de algún valle. Allí
oraba y meditaba en Dios y en el Cielo.

Carlos Simeón

Había hombres piadosos en la Iglesia Anglicana, entre tales


estaba uno llamado Carlos Simeón, un hombre profundamente
espiritual. Su biógrafo escribió: “Sin vacilar, el Sr. Simeón se levantaba
cada mañana a las cuatro, aunque fuera invierno. Después de
encender el fuego, invirtió las primeras cuatro horas del día en orar en
secreto y en estudiar devotamente las Escrituras. Luego de esto, tocó
su campana y llamó a su amigo y a su sierva, orando con ellos, en lo
que llamó su ‘Oración Familiar’. Aquí estaba el secreto de su gran
gracia y fuerza espiritual. Sacando instrucción de tal fuente y
buscándola con diligencia, se consolaba en todas sus pruebas, y se
alistaba para cada deber.”
“Este madrugar no era tarea fácil para él; era una costumbre
por la cual tenía que luchar para adquirir. Sabiendo que amaba
demasiado su cama, se impuso la pena de una multa por cada tropiezo,
dándole a su sierva una moneda (una media-corona). Una mañana,
mientras yacía calientito y cómodo, se encontró a sí mismo razonando
que la viejita sierva que tenía era pobre y la media-corona le serviría a
ella de mucho. Pero este escape práctico no se lo permitió; si se
levantaba tarde otra vez, caminaría hasta el río Cam y echaría una
guinea al agua. Y así hizo, pero no sin una gran lucha, porque las
guineas no eran abundantes en su bolsillo, además había aprendido a
contar las monedas como si fueran ‘del Señor’. Pero por Su Señor la
moneda fue echada al agua y todavía está allí, sin duda, en lo hondo del
río. Nunca más pecó el Sr. Simeón en este asunto.

Una ventana del segundo piso tenía vista hacia una sendita
poco usada en aquellos días. Y, solamente el Dios de este anciano
hombre pudo decir cuantas veces la andaba de aquí por allá,
confesando, pidiendo, consultando, alabando y adorando. Creo que la
sendita muchas veces fue mojada con las lágrimas de él, y fue
endurecida por sus rodillas, mientras Carlos se paraba en un tiempo de
adoración; porque pocos han sentido más profundamente que Carlos la
bendición y el deber de la adoración. Le encantaba hablar acerca de
aquella visión del profeta, la de los serafines de seis alas, que vuelan
con dos y se cubren con las demás, ante la gloria eterna…”

Enrique Martín, un hombre convertido por la influencia de


Carlos, dijo tocante al señor Simeón: “Nunca vi tal firmeza y realidad de
devoción; tal ardor de piedad; tal celo; tal amor. Debo a ese gran santo
una deuda de gratitud, lo que no se puede cancelar.” E igualmente la
India debe a Carlos una deuda de gratitud por darle a tan consagrado
misionero y traductor de la Biblia como Enrique Martín.

Juan Wesley

Juan Wesley también fue un hombre de la Iglesia Anglicana


quien, aunque guiaba a los metodistas, nunca salió del seno de la
iglesia establecida. Es difícil hallar a otro igual, en cuanto a su celo y
oración. Wesley no valoraba a otro cristiano que no orara por lo menos
cuatro horas cada día.

Encontramos en su diario personal este propósito: “Dedicaré


una hora, mañana y tarde (sin excusa, razonamiento o pretexto), a la
oración: cada una de estas horas con seriedad, fervientemente y con
resolución.” Y durante cuarenta años, día tras día, su diario comienza
con la palabra “Oré”. También terminaba con oración y durante el día
la consideraba bastante importante, porque recordaba cuantas veces
había orado cada día, sea cuatro o cinco o aun seis. En sus numerosos
viajes, en los cuales le organizaron muchas visitas, se negó a sí mismo
de los tiempos sociales, los cuales según él podían hacer malgasto de su
tiempo; se permitió, en estos asuntos, solamente una hora durante
cada día y este tiempo fue de carácter tan espiritual que casi parecía
una ‘reunión de clase’ metodista.

A pesar de que estuvo muy envuelto en los deberes públicos, fue


a la vez un hombre muy aislado. Él dijo que a causa de tanto viajar
montado “estuve aislado, a veces, durante diez horas de continuo en un
sólo día, como si hubiera estado en un desierto.” Y así, pocos hombres
se mantienen tan aislados de sus compañeros, como él lo estaba. Aun
así, se levantaba a los cuatro de la mañana para tener más tiempo a
solas con Dios.

Juan Fletcher

Juan Fletcher, miembro de la Iglesia Anglicana y socio de Juan


Wesley, se volvió miembro de la iglesia metodista por esta cualidad- la
mucha oración entre ellos. Su inicio fue de una manera extraña. Fue
reprimido por su patrona, la señora Hill, porque copiaba música por las
tardes en el ‘día del Señor’. Y por esta razón, se dedicó a sí mismo a los
deberes religiosos. Un día, la señora Hill dijo que ella pensaba que
Juan Fletcher se haría un metodista. Él dijo:

—¿Metodista? Señora, dígame, ¿Qué es eso?

—Pues, los metodistas son gente que no hace nada, solamente


oran, oran todo el día y toda la noche.

—¿Así son? Entonces, Dios mediante, los hallaré, si viven en la


tierra.

No es extraño, entonces, que el señor Fletcher llegó a ser uno de


los más píos de su época. Pasado un tiempo de unos cuantos meses,
rebosaron tales súplicas y ruegos, que las paredes de su cuarto
testifican de la carga de su corazón y quedaron manchadas por las
respiraciones de sus súplicas.

Su esposa era de una familia adinerada y aunque nunca dejó la


Iglesia Anglicana, ayudaba a Juan Wesley a promover el metodismo.
Ella Dijo: “He recibido maravillosas respuestas en la oración. Esta
tarde estuve dos horas retirado en oración, y las hallé como las mejores
del día. Dios, ¡Dame un espíritu orante!” De igual modo, en otra
ocasión escribió, “Encontré [los últimos] tres años compuestos de la
oración. Nunca he conocido tales sufrimientos, pero tampoco he
conocido tales tiempos de bendita oración.”

Juan Nelson
Al leer los anales de la Iglesia Metodista, encontrarás que este
grupo produjo gente muy orante. Un líder orante produce predicadores
y laicos orantes.

Uno de los ayudantes de Wesley: Juan Nelson, dijo, “Si inviertes


varias horas en la oración diariamente, verás cosas maravillosas.”
Resolvió levantarse de la cama cada medianoche y sentarse hasta las
dos de la mañana, orando y charlando con Dios. Luego, dormía hasta
las cuatro, a tales horas siempre se levantaba para empezar el día.
Podemos decir al igual que L.M. Montgomery, “¿No es hermoso que
existan los amaneceres?”

Guillermo Bramwell

Guillermo Bramwell existió en Inglaterra como una genuina


llama de fuego. Ganó a las almas por miles, pero detrás de la escena
había agonizantes luchas e incesantes oraciones. Su biógrafo dijo: “Se
mantenía arrodillado durante horas. Casi vivía así. El fuego del
Espíritu que tenía fue aprehendido por medio de las horas invertidas en
la oración. Muchas veces estaba hasta cuatro horas seguidas, retirado
a la oración.”

“Después de doce horas de gemidos, ocupando todas las


maneras, Dios ha abierto los ojos de los ciegos. Nunca vi el poder de
Dios tan visiblemente manifestado; cualquiera que fueran los
resultados, Dios fue quién los produjo.”

Guillermo buscaba con diligencia renovadores bautismos del


Espíritu Santo, ayunando y orando. Dijo: “Estoy bebiendo del Espíritu
mucho más profundamente hoy: a través del orar sin cesar, recibiré la
plenitud de Dios. Más que nunca, tengo vergüenza de la incredulidad.
Oh, ¡Cuánto ella deshonra a Dios y Su verdad!”

“Veo más claro que antes que los que están rendidos a Dios en
oración continua, son gente de acción, en la tierra y en el cielo. Pasan
por el mundo con serenidad, son obedientes a llevar la cruz y se glorían
más entre más pesada fuera la cruz.. De otra manera, si no están
rendidos a Dios en oración, cada cruz les traerá una mayor perplejidad
y les roba el poco amor y gozo que tienen. Estar vivo en Dios en todo,
es como tener dos cielos; estar inestable y de medio corazón, es cómo
tener dos infiernos.”

Bramwell aconsejó a otro ministro: “Oh hermano mío, proponte


madrugar, no dejes que carne y sangre te lo impidan; gana en este
punto y todo lo conquistarás.” A otro escribió: “La oración constante
traerá la gracia para sus propósitos. Toca la puerta con persistencia,
toca fuertemente y acércate seguro de lo que tienes. No digas, ‘He
orado, mañana y tarde’, sino hazlo varias veces al día. Sí, siete veces al
día llámale. Oh, ¡esta oración, esta fe, este Dios, este cielo!”

También nos compartió de sus luchas: “Mi guerra es continua.


Por todos lados están los poderes de las tinieblas. Las tentaciones por
mi flaqueza, desánimo, por poner a un lado la predicación y la oración,
son tan grandes como nunca antes, sí, quizás sean aun mayores. Las
invitaciones a banquetes por muchos amigos de ese lugar, que eran
adinerados y muy amistosos, eran más numerosas que antes; y esas
invitaciones tienden a producir efectos negativos.”

De esa forma, se negó a sí mismo las largas pláticas con


hombres. Y, cuando charlaba con otros, dejó la política a los políticos,
el negocio a los negociantes y puso énfasis en la importancia del alma y
su necesidad de Dios, ¡AHORA!

Alguien que se alojaba con el señor Bramwell decía: “Él tenía la


costumbre de enclaustrarse [en un cuarto especial] e invertir hasta dos,
tres, cuatro, cinco o aun, a veces, seis horas en la oración y
meditación. A menudo entraba al cuarto a las nueve de la mañana y
salió hacia las tres de la tarde. Los días de sus más largas visitas con
Dios fueron, yo creo, los días de ayunos. En esos días rehusó cualquier
refresco y dijo al entrar al cuarto: —Olvídate ya de mí.”

Juan Smith

“Dios hará maravillas en la vida de otros, como respuesta a


nuestras oraciones” dijo Juan Smith, ministro usado por Dios de una
manera extraordinaria, durante los primeros años del siglo XIX. Pocos
han alcanzado la estatura de este hombre. Cuando sus amigos se
quejaron de sus excesivos esfuerzos por ganar almas, lloró por sus
regaños, diciéndoles que un alma valía tanto que no le importaba su
propia vida, ni la vida de su esposa e hijos. Nada podía desviarle ni
hacer que él cesara sus arduas y esforzadas labores por la salvación de
tales almas.

En una biografía de él, Ricardo Treffrey nos da un pequeño


vistazo de las horas que ese hombre estaba orando.

“Los tiempos de cultos familiares a menudo fueron ocasiones


para un gran derramamiento del favor divino. ‘Anoche en el culto
familiar tuvimos un bendito bautismo del Espíritu, nos consagramos de
nuevo a Dios y Él nos aceptó’ escribió Juan. Su impresionante y
tocante piedad se mostraron más cuando este esposo, padre, maestro y
amigo estuvo acompañado por los miembros de su familia. Las
observaciones del señor Smith sobre las Escrituras (tales lecturas
fueron una parte regular del culto), la especial dulzura de la música de
la familia, seguido por la poderosa y apropiada oración, no podían dejar
de afectar la mente religiosa.”

“Después del culto familiar de la mañana (antes del cual, el


señor Smith se preparó en unas horas de devoción privada), se volvió a
los ejercicios de su aposento, y a veces arrodillado o postrado, luchaba
con Dios, como lo hizo Jacob, hasta que una gran parte del piso estaba
mojada con sus lágrimas. En una charla íntima con su amigo: el señor
Clarkson, dijo que a veces oraba unas dos o tres horas, antes de poder
encontrar la comunión sin restricciones con Dios, la cual siempre
buscaba y que en la mayoría de veces la obtuvo.”

“Frecuentemente,” dijo un amigo de Smith, “cuando yo llevaba a


su casa a alguna persona que buscaba la salvación, interrumpí sus
devociones, las cuales él hacía durante siete u ocho horas de continuo.
Algunas veces estaba en oración toda la noche, y a veces, pasaba así
varias noches seguidas, por lo menos la mayor parte de ellas, orando.
Y, cuando visitaba otros hogares, los miembros de la familia donde se
alojaba eran despertados, a diferentes horas de la noche, por sus
gemidos. Sus deseos fueron demasiados grandes y sus emociones
demasiadas fuertes para controlarse.”

“De sus oraciones públicas y sociales, que fueron sencillas y


genuinas, muchos han testificado que la influencia divina mezclada con
ellas fue más sublime que cualquier otra cosa experimentada en el
pasado. El mismo autor de este libro, al igual que muchos otros, ha
visto a personas tan tocadas por ellas, que se desmayaron y fueron
sacados del lugar de acción en estado inconsciente.”

Una vez, mientras predicaba en el circuito de High Wycombe, la


congregación estaba reunida, esperando al predicador: Juan Smith,
pero no se encontraba en ningún lugar. Después de un rato, le
hallaron en un lugar recluso afuera, tan completamente absorto en su
intensa oración que se distraía del paso de las horas, olvidando por
completo su cita para predicar. No es una maravilla entonces, que
muchos fueron bendecidos, justificados y santificados. Por dondequiera
que iba, había resultados que le seguían. Pero, su cuerpo no pudo
aguantar tales demandas intercesoras y, a la temprana edad de 37
años, falleció; todavía maravillado con el pensamiento del valor de las
almas y la magnitud de la redención. Oh Dios, ¡dale a tu iglesia más
hombre como él!

Samuel Bradburn

Samuel Bradburn fue otro de los predicadores de Juan Wesley,


y posteriormente llegó a ser el presidente de la conferencia metodista.
Las revelaciones privadas de su alma manifestaron tal cómo era él. Dijo
él: “Me culpo a mí mismo en muchas cosas, en particular, de no vivir
más en un espíritu de oración. Pero bendigo a Dios por hacerme ver
esa falta y por sentir un avivamiento en este momento, con una
determinación para comenzar de nuevo.” En una exhortación dada por
uno de sus superiores, le dijo: “Acuérdate que te toca ganar almas y si
no haces esto, tu leer, orar, estudiar y predicar es en vano. Invierte por
lo menos ocho horas diariamente en este trabajo, estando tú solo.”

Juan Oxtoby

Juan Oxtoby era un hombre común en cuanto a los dones


personales de inteligencia y en habilidades; pero, en cuanto a la oración
era un gigante. Uno que viajaba con él en el circuito de Halifax,
Inglaterra, dijo: “Durante el tiempo de su estancia a Halifax, se dedicó
mucho a la oración y regularmente invirtió casi seis horas arrodillado,
rogando fervientemente a Dios por sí mismo, por la iglesia y por los
pecadores, para quiénes él deseaba ardientemente la salvación.”

Al encontrar con un problema raro o un campo difícil, acudió a


la oración, a veces por unos días y noches enteras. Dios no podía
ignorar tales importunidades, y congregaciones enteras fueron movidas
por el poder del Espíritu Santo a través de ellas.

Tomás Champness

Tomás Champness, el redactor en otrora de Joyful News


(Noticias Gozosas), la revista de Cliff Collage (Colegio de Cliff) en
Inglaterra, conoció íntimamente la vida de oración. Se adelantó en fe e
inició un curso de seis meses de duración para entrenar a los laicos que
hubieran deseado ministrar con dedicación exclusiva, pero no pudieron
por razón de tener que trabajar para el cuidado de sus familias o de
falta de recursos financieros. Este curso se desarrolló en la muy
conocida institución, Cliff Collage. “Siento” dijo él, “si los metodistas no
orarán, tendríamos que admitir el fracaso. La oración que se sacrifica y
agoniza más y más, ésta prevalecerá. … Parece que algunos de los
hermanos no les gustó lo que dije acerca de la abnegación, que ésta
abrió los labios del Espíritu Santo y que la auto-indulgencia los cerró.
Pero, ¡es verdad!”

Asimismo este campeón de la oración comentó: “Un hombre


común dijo en presencia mía, —Tienen que levantarse temprano, por la
mañana, si quieren navegar con las velas llenas del Todopoderoso. Ese
hombre habló la verdad.”

Samuel Chadwick
Samuel Chadwick, también usado poderosamente por Dios y
presidente de Cliff Collage en antaño, a menudo tenía tiempos cuando
la enfermedad lo forzó a descansar de todo trabajo duro. Nombró a
estos tiempos de descanso “El Valle Soñoliento”, en donde siempre le
fue dada una visión más amplia, para ponerla en práctica cuando
volviera al ministerio activo.

“Había ocasiones” escribió él, “cuando entré ‘Al Valle Soñoliento’


a escondidas, sintiendo vergüenza de estar allí. Otras veces, me forcé
por dar la vuelta y salir, como lo haría un culpable de delito. Pero, al
pasar los años, creí que yo debía quedarme allí más tiempo, para soñar
y vagar. Si llego al Trono de Juicio mañana, no tendré vergüenza de los
días de sueños. Porque, sí, he trabajado y no deseo haber hecho
menos, sino que haberme quedado más en ‘El Valle Soñoliento’ para
reforzarme con las bendiciones de allí.”

Durante una conferencia a la que asistió, escribió, “Es un


tiempo de felicidad. Sin embargo, me siento faltando y anhelo volver a
mi casa, pues hay pocas oportunidades aquí para leer en secreto y
orar. Para mí, no basta los sermones y cultos públicos. Nunca
prospero si no dedico mucho tiempo a solas con Dios.”

En su niñez, Samuel comenzó la práctica de orar. Tres veces al


día, se retiró para orar. Pero, después de siete años de predicar sin
frutos y al llegar al fin de lo que la elocuencia y la lógica pudieron
realizar, volvió a la oración. Y pronto, treinta o cuarenta personas
firmaron un pacto para orar diariamente por un avivamiento en la obra
de Dios.

Una porción de su diario nos revela un día típico de su vida.


“Dedico seis horas del día de hoy para los actos de la devoción.” Y, en
otra parte, “La mano dispuesta para responder espera la mano
levantada del hombre, y el corazón que responde siempre, bendice más
ampliamente que lo que el corazón rogante pidiese.”

“Yo creía” dijo él, “que cuando un hombre hablaba a Dios, Dios
le respondía y cuando Dios habla a un inglés, no le habla en holandés.
… ¡Cómo miraba yo a los hombres de más edad que estaban en el bar,
abandonados por la iglesia y amigos como seres sin esperanza, y
deseaba su salvación!” Luego vino el avivamiento. Los hombres
malvados se rindieron. “El fuego del Espíritu vino como respuesta a la
oración de fe y de la obra incansable por la salvación de los perdidos.”

En una de sus citas a Orkney, su alojamiento fue tal que no


había lugar para orar en voz alta, sin molestar a otros. Su biógrafo nos
narra de cómo Samuel encontró un lugar apartado, en la cueva de una
peña. “Aunque él no lo sabía, había a unos que lo observaban retirarse
para allí y se dieron cuenta que su evangelista frecuentemente invirtió
muchas horas seguidas allí, en esa cueva fría de la costa,
comunicándose con Dios. A veces, pasó un día entero allí, en ayuno, en
intercesión y en meditación.”

Vale la pena meditar en el consejo que Samuel dio a los jóvenes


ministros. “Preparen bien el sermón antes del domingo, acuéstense
temprano la noche del sábado y levántense temprano el domingo por
mañana. Inviertan tres horas a solas con Dios antes de salir al púlpito;
Acudan a Él para leer, creer y orar acerca de su Palabra. Háblale a Él
hasta que Él te hable y te diga: —Ve con ésta tu fuerza.” (Jueces 6:14)

Cerramos este vistazo de la vida orante de Samuel Chadwick


con unas palabras potentes, escritas por él en sus años más maduros:
“Orar como Dios quiere que lo hagamos es una de las hazañas mayores
en la tierra. Tal oración nos cuesta y precisa mucho tiempo. Oraciones
hechas apuradamente y peticiones susurradas nunca producirán almas
poderosas en la oración. Los aprendices diaria y regularmente invierten
horas, hasta conquistar su arte o trabajo. Todos los santos que han
sido orantes han invertido varias horas cada día en el orar. En los días
de hoy, no hay tiempo para orar, pero sin tiempo, mucho tiempo, nunca
aprenderemos cómo orar.”

Después que se escribieron estas palabras, la iglesia se ha


alejado aún más allá de su posición de antaño. Hoy las oraciones
rápidas son muy comunes para el predicador apurado, quien trata de
trabajar a todo tiempo en las cosas materiales y a la vez predicar, así
como supervisar los muchos sociales de la iglesia. O, si no está
trabajando, tiene tantas citas y quehaceres que le resta tiempo de las
ocasiones de tiempos largos y ensimismados, a solas con Dios, “cuando
Dios se baja para encontrar al alma, y la gloria corona el propiciatorio.”

Capítulo 5

Más Predicadores Ingleses


“Es triste que Dios tenga que esforzarse tanto para que alguien
de aquí abajo Le preste atención. Siempre está hablándonos, pero a
pesar de que siempre hay algunos que tienen ganas de escucharle, los
ruidos de este mundo bloquean nuestros oídos para que no llegue Su
voz. Dios habla a través de Su Palabra. La mayor parte del
conocimiento de Él proviene de ella. La Biblia ya está impresa. Fue
inspirada por Dios y aún sigue inspirada. Dios Mismo habla en ese
libro. Esto la pone en una lista separada, muy apartada de los demás
libros. Estudiándola detenidamente, con inteligencia y reverencia, la
voluntad de Dios se revela. Lo que Él dice cambiará por completo lo
que tú digas.”

Estas palabras fueron habladas por S.D. Gordon, quien escribió


mucho acerca de la oración. Nosotros, los autores, estamos de acuerdo
con esto: que el leer y meditar sobre la Palabra de Dios es un aspecto de
la oración. Muchas veces acudimos a Él como bebés, o como cristianos
carnales, pidiéndole cositas para nosotros mismos. Los padres
invierten mucho tiempo supliendo las peticiones de sus niños, cuando
ellos están chicos. —Mamí, ¿dónde está mi bolsita para la escuela?

—Mamí, ¡me lastimé el dedito!

—Mamí, no encuentro mi juguete.

—Papí, necesito dinero.

—Mamí, hoy hay exámenes en la escuela. ¡Ora por mí, que yo


los pase!

Qué día tan alegre, para los padres, cuando su hijo ha


madurado, viene y se sienta en gratitud y, en vez de pedir más para sí
mismo, dice a sus padres: —Mira, papí y mamí, entiendo que ustedes
ya están pasando tiempos difíciles y que hay problemas en su negocio.
¿Qué puedo hacer para ayudarles?

Hay tantos cristianos que nunca maduran y siempre están


pidiendo para sí mismos. No se dan cuenta que la Palabra dice que
Cristo es Señor de la mies. Él, Cristo, sabe donde está el lugar más
necesitado para la cosecha. Pero, tratamos de correr adelante de él,
para cosechar donde nosotros pensamos que es mejor, quizás lo
hacemos con sinceridad, pero a la vez equivocadamente. Y, Él lo
permite, hasta que nosotros, cansados de nuestros inútiles esfuerzos,
acudamos a él, pidiéndole dirección. Antes que pasara esto, siempre
oramos: ‘Señor bendice lo que voy a hacer. Bendice, por favor, el
esfuerzo que nos proponemos.’ ¡Bendice, bendice, bendice! ¡A mí, a mí,
a mí, a mí o a nosotros, a nosotros, a nosotros, a nosotros!

La verdadera oración es invertir mucho tiempo leyendo la


Palabra de Dios, para descubrir lo que agrada a nuestro glorioso Señor;
y luego, pedir para que podamos extender Su reino a Su modo, en vez
de nuestro propio método pueril, que es tan limitado a causa de nuestra
miopía. Dios, sí, es muy paciente con Sus hijos; pero, nos preguntamos
si Él está o no, muchas veces entristecido al ver tan pocos que
verdaderamente se interesan en Sus deseos.

Puedes decir, “Soy ministro en todo tiempo. Pues, ¿se interesa


Dios en mis esfuerzos?” No: tal vez en algunos, sí, se interesa. Pero la
ambición personal, los deseos por un buen logro y la esperanza de
satisfacción provienen del hombre natural y muchas veces se mezclan
en nuestras oraciones. Tan fácil es orar con mezquindad, “porque pedís
mal, para gastar en vuestro deleites.” (San. 4:3) Hay muchos que hacen
mercadería con las almas de los hombres y mujeres. En el Apocalipsis
se habla de la caída de los mercaderes de Babilonia y la última en la
lista de la mercadería es, “almas de hombres”. (Ap. 18:13) También,
Jesús habló de los que dirán en el último día, “Señor, Señor, ¿No
profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y
en tu nombre hicimos muchos milagros?” Y la sorprendente
declaración será, “Nunca os conocí, apartaos de mí, hacedores de
maldad.” (Mat. 7:22-23)

Uno de los puntos notables del libro de los Hechos es que


después del día de Pentecostés, Dios podía pedir que los hombres y las
mujeres de ese entonces dejasen lo que hacían, y entrasen a Su obra.
Él tenía almas hambrientas, listas para la cosecha y también tenía a
hombres tan maduros y sujetos, que se interesaban en lo del Señor y
Maestro de los campos, blancos para la mies. Y, seguirían “al Cordero
por dondequiera que va”. (Ap. 14:4)

Bendito día, cuando hayamos madurado y dejado atrás toda


mezquindad, deseando compensar, por lo menos de manera pequeña,
un poco de la bondad que recibimos durante nuestra niñez espiritual; y
por fin, nos aquietamos ante de Su presencia, pidiéndole acerca de lo
que es más precioso ante Sus ojos. Cuánto más nos enriqueceríamos
estudiando Su Palabra, permitiéndole hablarnos en cuanto a la
maravillosa, perfecta y aceptable voluntad de Él.

Hoy en día, se necesita de un cuantioso volumen de oración,


basado en la Palabra de Dios. Muchas veces Dios responde a nuestras
pueriles peticiones, pero con consecuencias que nos fuerzan a nuestras
rodillas en humildes súplicas; ya más sabio, entendiendo que es mejor
no pedir algo contra las enseñanzas de Jesús. ¡Cuídate de cómo oras!

Juan Wesley les enseñó a sus rebaños que tendrían que


alcanzar el balance con reproche. Si tendrían gran bendición,
¡igualmente tendrían que recibir el odio, el abuso y la burla! No
solamente detrás del púlpito predicaba Juan Wesley; también, se hizo
más vil ante los ojos de aquella gente, saliendo a los campos y
mercados, predicando el evangelio para ganar las almas.

Roberto Hall

Entre los primeros bautistas de Inglaterra, encontramos


hombres de oración y muy prácticos. Uno de tales fue Roberto Hall,
quien maravilló a sus oidores, aunque de estos, no todos fueron
agradecidos. El secreto de su poder ante los hombres era que invertía
mucho tiempo a solas con Dios, porque el que quiere recibir mensajes
del Dios Eterno, no puede estar siempre con los hombres, para que no
se empañe sus predicaciones con los sentimientos mundanos, que
manchan el mensaje que proviene de Dios, para el espíritu del hombre.

El biógrafo de Roberto dice la siguiente acerca de los


devocionales privados de Hall: “Él casi totalmente estaba alejada de la
sociedad. Invirtió mucho de su tiempo en las devocionales privados y
frecuentemente consagró días enteros a la oración y al ayuno; cual
costumbre continuó hasta el fin de su vida, contándolo como un
menester por al avivamiento y la preservación de la religión personal.
Cuando podía caminar, vagaba por los campos y buscaba refugio bajo
los árboles frondosos; allí brotaron sus súplicas y agonías. Con
frecuencia, se mantenía tan absorto en éstas, que ignoraba el hecho
que otros pasaban cerca, quienes recordaron con emoción el fervor y la
importunidad de sus peticiones ante el propiciatorio, y de los gemidos
indecibles. Parece que toda su alma estaba en un estado de constante
comunión con Dios. Sus paseos por los solitarios campos produjeron
esto, y esas sendas fueron mojadas por sus lágrimas en oración
penitente. Pocos hombres han invertido más tiempo que él en la
devoción privada, y pocos se han retirado a la misma con más deleite.”

Antonio N. Groves

El movimiento de ‘Los Hermanos’ se levantó en Inglaterra e


Irlanda. En esa época, Dios obraba en gran manera en los corazones de
una muchedumbre. El cuñado de Jorge Müller, Antonio Groves, no es
tan conocido en general. Con todo, era un hombre muy espiritual,
impresionando grandemente a Müller. Leyendo su biografía: Anthony
Norris Groves, escrito por G.H. Lang, fuimos impresionado por la
profundidad de su vida espiritual y la claridad de su entendimiento, las
cuales se manifiestan en los extractos de su diario y sus cartas.

“Cuán claramente vemos por todos lados,” aseveró él, “que la


falta del placer espiritual en Dios y el encontrar toda suficiencia en Él
son la base de toda pérdida espiritual: las aficiones espirituales
necesitan cultivarse, porque no crecen sin el cuidado del agricultor.
Las cálidas y veraces emociones hacia Dios son, realmente, un
manantial de puro gozo; pero, cuán poco se ponen en ejercicio vivo.”

“Espera en Dios de continuo,” él escribió, “y el inicio de


apartarse de Dios está en el esperarle de vez en cuando. Hay algo en el
corazón que nos avisa si estamos verdaderamente en comunión con Él;
el alma que ha gustado de ésta no puede ser burlada por una visita
fingida. Una causa del desviar es el preferir otra cosa en lugar de la
adoración a Dios, igual que los israelitas siguieron a los Baales.”

“A menudo somos engañados a seguir lo mundano, pensando


que podemos someterlo a la gloria de Dios, pero las cosas que
pensamos doblegar, como arcos para tirar flechas contra los enemigos
de Dios, se revierten y nos atraviesan con muchos dolores,
desviándonos del camino de Dios. Nada necesita más discernimiento
que el descubrir las asechanzas del enemigo. Con frecuencia, aparecen
tan encubiertos que se piensa que son una guía de Dios.”

Y, por fin, piensa en este tesoro dado por su biógrafo: “A


nuestro mejor punto, necesitamos guardarlo continuamente, al igual
que a lo más débil, o, como se dice, fallamos en nuestro punto más
fuerte. Moisés era un hombre muy manso, pero los israelitas enojaron
su espíritu, y él habló lo indebido. (Núm. 20:10; Sal. 106:33) El señor
Groves había sido un hombre de fe en comunión íntima con Dios, más
profundamente que la mayoría de hombres. Sin embargo, permitió que
la vida externa sobrepujara a la interna. ¿No es ésta una voz que llega
a 10.000 de nosotros? Un siervo, consagrado a Dios, me preguntó si él
debía empezar otra empresa piadosa. Le respondí, —Hazlo, si estás
completamente convencido que tendrás bastante tiempo para orar por
cualquier detalle de continuo.” (Citas usadas con permiso de
Paternoster Press, Exeter)

G.H. Lang

El biógrafo del señor Groves, G.H. Lang, fue notado por su vida
de oración. Autor y evangelista ambulante entre ‘Los Hermanos’, era un
hombre de aguda comprensión a causa de sus oraciones y conocimiento
de la Palabra. Unos cuantos libritos acerca de la oración, escritos por
él, nos revelan los secretos descubiertos por él, durante su vida. Al
punto que dice en su auto-biografía, An Ordered Life (Una Vida
Ordenada), se preocupaba por la infructuosidad en su ministerio y por
esto, empezó a buscar a Dios. Recibió su respuesta y nos explica cómo:
“Cuando yo Le busqué acerca de este problema, Él respondió: —Los
apóstoles dijeron, ‘Nosotros persistiremos en la oración y en el
ministerio de la Palabra.’ (Hechos 6:4) Tú te has entregado a ti mismo
para el ministerio de la Palabra y la oración. Ponlos en mi orden y Yo
obraré. —[Esto es, poner la oración primero, no la predicación.] Desde
entonces puse yo en orden mi vida, para dar un día de la semana a la
oración, con ayuno, y desde entonces en adelante Dios obró más
poderosamente conmigo. Los que esperan en el poderoso Jehová,
cambian su fuerza humana al poder divino. (Isa. 40:29-31) En cuanto a
cómo procede esto, cesan de tocarse ligeramente los corazones
humanos y empiezan a ser quebrantados como piedras golpeadas por
un martillo; se tiene suficiente fuerza para atar a los malos espíritus
que cautivan y entenebrecen a las almas, para que puedan ser librados
los cautivos.” (Lu. 11:21-22) (Citas usadas con permiso de Paternoster
Press, Exeter)

Haroldo St. John


Haroldo St. John era otro evangelista de ‘Los Hermanos’ que
viajaba por todo el mundo, dejando una influencia brillante. Su hija,
Patricia St. John, es muy conocida por sus excelentes libros para
niños. También escribió una biografía de la vida de su padre.

“Tan íntima relación se necesita con Dios, para tener un santo


ministerio,” dijo él, “y tan pronto se puede caer la flor. Acuérdate que
eres un vaso pulido, pero una sola respiración puede opacar el
pulimento. El crecimiento espiritual es gobernado por leyes fijas y
tengo que obedecerlas— mucha oración, verdadero estudio de la Biblia,
completo dominio de sí mismo, pleno manejo de los pensamientos.
Estas son las sendas de Dios para mí vida.”

Otro comentario que hizo después de una predicación es citado


a continuación: “Un día feo. Una reunión de mucha gente, a llenar,
pero totalmente sin vida. No puedo discursar sobre la venida del Señor,
porque ahora no lo vivo bastante. Estuve errado en el alma, lejos y sin
conexión. Llegué a mi casa humillado, a pesar de que todos los demás
estaban encantados del culto.” ¿Cuántos evangelistas actuales
llegarían a la misma conclusión, después de predicar a una gran
multitud, seguidos de aplausos? ¡Qué Dios profundice el ministerio de
hoy en día!

Hace años recortamos de una revista un artículo acerca de


Haroldo St. John; pero, ahora, no recordamos quién fue el autor. A
continuación se da una parte de ese artículo:

“Los maestros de la Biblia me aburrían. ¡De hecho, algunos


todavía lo hacen! Sus discusiones sobre el significado de las palabras
antiguas y de los rumbos teológicos me parecían tan irreales y sin
significación actual. Con todo, (como dice la Biblia) ‘hubo un hombre
enviado de Dios, el cual se llamaba Juan’, más precisamente, St. John.
¡Pero por acá lo pronuncian: ‘Sinjun’! Dios le usó para transformar mi
vida, con respecto al estudio de la Biblia… Él era una exhibición viva
del fogoso conocimiento. Para mí, es una tristeza que él escribiera tan
poco; pero, una biografía recién publicada (escrita por su hija, Patricia),
preserva para nosotros algunas (¡ay, pero son tan pocas!), de las pepitas
de oro, que él descubrió en su ‘Exploración Bíblica’.”

“Yo siempre me maravillaba de la manera en que las palabras


de la Biblia pasaban continuamente por su mente (¡me parecía que así
era!). Nos reunimos bastantes veces en la ciudad de Manchester para
maravillarme en esto. Por ejemplo, si yo estudiaba algunos meses sobre
una profecía ininteligible, él me preguntaba durante el almuerzo: —
¿Qué has encontrado? —Entonces yo le explicaba lo que pensaba,
diciéndole cosas que realmente no entendía muy bien. Luego, sin mirar
la Biblia, me daría un resumen completo de toda la profecía, citando
capítulos y versos, los cuales yo sabía que eran correctos, porque ¡los
estudiaba durante meses! Pero, ¡él no tenía ninguna preparación o
aviso antes de qué yo hablaría! Esto pasó varias veces, las que puedo
respaldar sobre lo que dijo el profesor F.F. Bruce, “Los hombres más
jóvenes se refirieron a él como el maestro’”. De igual modo, el señor
Ford Mitchell de la Misión al Interior de China describió a Haroldo como
‘el hombre que conoció la Biblia mejor que cualquier otro en Bretaña’.”

“Una cierta vez, se apagaron las luces en una gran reunión,


mientras él leía un pasaje no muy conocido. Con todo, el señor St.
John siguió citando calmadamente el pasaje de memoria. No es una
maravilla que una mujer exclamara: —Yo daría el mundo, para conocer
la Biblia, como tú la conoces.

—Señora, —respondió este joven predicador, inclinándose con


cortesía—, esto es exactamente lo que cuesta.”

Unas cuantas citas de la biografía escrita por su hija, nos


revelará de la íntima comunión que este guerrero de oración tenía con
Dios por medio de Su Palabra:

“Necesito ayudar a las almas, no solamente predicar.”

“Un discurso desconsolador, a un puñado de gente apática.”

“Un día ocupado, pero sin la plenitud del Espíritu Santo: lo


confeso como pecado.”

“Tengo que aprender a hablar solamente lo que he gozado de


Dios.”

“Él ha pasado por medio del fuego,” dijo con respecto a un


hermano muy conocido, “yo he mirado hacia el fuego, no más.”

“Antes de ser convertido, la pregunta es: ‘¿El cielo o el infierno?’


Después, la pregunta es: ‘¿El cielo o la tierra?’”

“¿Edificas el carácter con piedra o ladrillo…? Génesis 11:3,


Isaías 65:3 e Isaías 9:10; estos versículos muestran como el ladrillo es
un escape a los hombres para evitar una crisis, pero Dios usa piedras,
piedras vivas: analicemos a 1º Pedro.”

Ahora volvamos un momento al escrito anteriormente


mencionado, para la palabra final: “¿Cuál es el secreto para encender el
entendimiento? ¡El Espíritu Santo! …La Palabra, la Palabra siempre,
pero nunca la Palabra sin el Espíritu Santo… ‘Más allá de la página
sagrada, te busco, Señor. ¡Mi espíritu te anhela, a ti, Palabra Viva!’”

“Así era cómo crecía más fuerte, hasta el punto que estando
moribundo, pudo susurrar una pregunta a su hija: —¿Has visto una
vez a Dios?
—No, papá —respondió ella.

—Yo, sí. —replicó difícilmente— Hace mucho tiempo. No dije


nada a nadie acerca de esto, pero después de descansar un ratito, te
contaré… —Pero nunca pudo revelar el secreto, sólo quedando como
verdad sus dichos por medio del testimonio que manifestó ante todos: la
realidad de su vida; especialmente cuando esperando la llamada final
de Dios, expresó la eminencia de una vida que anda con Dios. Dijo: —
Mi cuerpo está desgastado por amarle tanto a Él, ahora sólo estoy
yaciendo aquí, dejándole amarme a mí.”

¿Por qué nos maravillamos del volar

De un satélite nómada,

Cuando cada corazón adorante puede compartir

Un rico volumen de oración,

Que sobrevuele la tierra y alcance lejanías;

Más allá que la más fulgente estrella?

¡Más brillante que cualquier galaxia!

¡Más ancha que el infinito!

-Grace V. Watkins

Usado con permiso de Herald of Holiness (Heraldo de Santidad)

Roberto C. Chapman

La piedad y devoción de Roberto Chapman fue como pocos.


Aunque se crió con una familia adinerada y culta, buscaba imitar el
ejemplo del Señor Jesucristo; compró una casa humilde cerca de una
tenería, en un distrito pobre de Barnstaple, Inglaterra. Allí este soltero
recibió a la gente de Dios como huéspedes, e insistía en lustrar los
zapatos de ellos. Aunque se quejaron porque lustrar zapatos era un
trabajo deshonroso, el señor Chapman les explicó que ya no nos
lavamos los pies [en aquella época y país no se necesitaba], y el dar
lustre a los zapatos de los demás era algo muy semejante al ejemplo de
nuestro Señor.
Regalando la mayoría de sus riquezas a otros, vivía por fe,
queriendo así estimular al pueblo de Dios a una vida de sencilla
confianza ante las necesidades. Su propia vida fue abnegada. “A las
cuatro de la mañana,” dijo su biógrafo Frank Holmes, “se le vio
caminando hacia el campo. Estos paseos de muy de mañana a veces le
llevaron hasta Ilfracombe, para desayunar: 19 kilómetros, caminado
sobre las colinas de Devonshire. Una vez, por lo menos, caminó hasta
Exeter —una distancia de 64 kilómetros— antes del almuerzo.
Normalmente, caminaba unos cuántos kilómetros, y al volver a la casa
despertó a sus huéspedes y lustró sus zapatos.”

“Por esto, se entiende que raramente se levantó después de las


tres y media de la mañana. A lado de su cama había una gran bañera
cuadrada. Cada noche, a las nueve en punto, dijo ‘buenas noches’ a
sus huéspedes, se bañaba con agua caliente y luego se acostaba a
dormir. Cada mañana, mientras dormía el pueblo, se bañaba con agua
fría y se cambiaba. Una cierta vez le dijo a un visitante: —Oye, querido
hermano, Dios nos ha dado un cuerpo apreciado y quiere que nosotros,
como buenos obreros, lo guardemos en buena condición. Abro los
poros de mi cuerpo por la noche [en el agua caliente], y los cierro con
un baño frío en la mañana.”

“Hasta el mediodía, sea adentro o afuera de su casa, la mayoría


de su tiempo lo invertía en la oración, la lectura de la Biblia y la
meditación. Se estima que por lo menos tenía siete horas de clara
comunión con Dios antes de las doce. Esto sin duda es el secreto de su
poder espiritual. La generación actual haría bien fijándose en su
ejemplo. La quietud del espíritu y la fuerza que viene del esperar en
Dios por largo tiempo no son valoradas como se debe. La actividad de
la carne muchas veces sustituye el poder del Espíritu. Una gran
cantidad de trabajo se hace apuradamente; luego, se le pide a Dios que
bendiga lo que se ha hecho, y se planifica con fervor para el día
siguiente.”

“Roberto Chapman realizó mucho trabajo, pero sin mucha


turbación e intranquilidad. Su vida era más como un ancho y gran río,
que una bulliciosa y quebrada vertiente.”

“Durante los sábados dio a su mente completo descanso, antes


de los deberes del día del Señor. Normalmente dedicaba todo este día a
su taller de carpintería. El caminar y la carpintería eran las principales
formas de descansar su mente; el sábado era el día para la carpintería.
Detrás de su casita hizo un cuartito para tal ocupación. Allí tenía un
mesón y unas finas herramientas, de las mismas el más importante era
el torno de madera. Con este torneó muchas cositas. Éstos los
presentó como regalos a sus huéspedes o fueron vendidos para fondos
misioneros.”
“Normalmente, no se permitían las visitas los días sábados.
Fue bien comprendido por los vecinos, los que quisieron charlarle sobre
algo, y escogieron otro día. Un hermano que osó tocar la puerta un día
sábado fue instruido: —Puedes entrar. Pero habla solamente acerca del
torno.”

“Pero este descanso fue acompañado con ejercicios espirituales,


porque siempre ayunaba los sábados y, mientras trabajaba, derramaba
su alma en comunión con su Señor. Esta costumbre de mezclar lo
espiritual con lo práctico fue muy característica en Chapman. Siempre
oraba mientras caminaba o cumplía los quehaceres de la casa. De
hecho, rehusó reconocer cualquier distinción artificial entre los deberes
religiosos y los materiales, pero siempre estaba conciente del
mandamiento divino: ‘Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como
para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis
la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.’ (Co.
3:23)”

“Quizá en un sentido, los sábados fueron los días más valiosos


para él; porque en cualquier otro día su mente estaba ocupada en
asuntos pastorales. Los sábados fueron dedicados al muy necesitado
refrescamiento de su propia mente y espíritu. Una persona que entró
deprisa a su taller, por una emergencia, dijo que la cara de Roberto
resplandecía como la de un ángel.”

Este patriarca tenía casi cien años cuando se fue para estar con
su querido Maestro, dejando una vida fragrante con la que había
bendecido a todo aquel distrito donde vivió, se movió y fue. (He. 17:28)

Capítulo 6

Predicadores Escoceses
¡Qué tremenda herencia nos ha sido dada por los piadosos
escoceses de todas generaciones! El secreto no es difícil de hallar. No
son las montañas fragosas de ese país, las que los hicieron santos;
porque entre sus contemporáneos había forajidos, borrachos y otros
pecadores. Por supuesto, tampoco su naturaleza esquiva los hizo
piadosos, ni los capacitó para mandar misioneros a todas las partes del
mundo; siendo esto sin proporción, por los pocos habitantes de su
tierra escasamente poblada. El secreto es el mismo de cualquier otra
gente con logros; eran hombres y mujeres de oración y amantes de la
Palabra de Dios. Sus vidas han brillado hasta nuestros días, porque
conocieron a Dios por medio de la oración. Aprendamos, de ellos,
“Tocar y brillar”.
Juan Knox

El protestantismo escocés comenzó orando. Juan Knox primero


fue un hombre orante, luego un reformador nacional y un predicador
fogoso. “¡Dame a Escocia o moriré!” fue su demanda vehemente, pero
reverente, mientras llevaba su carga a Dios, a quien servía sin
reservas. No es maravilla, entonces, que Maria Reina de Los Escoceses
exclamó que ella temía a las oraciones de Juan Knox más que a los
ejércitos de Inglaterra. ¡Pobrecita! Si solamente hubiera pedido de ésas
para sí misma, en vez de huir de ellas, ¡cuán diferente habría terminado
su historia!

Aquella época produjo a una gran multitud de hombres


orantes. Los tiempos difíciles demandaban a tales. Juan Welch rogaba
por Escocia durante horas seguidas, caminando de aquí para allá, en
su huerto; o, envuelto en una alfombra en su sala de estudio, invertía
toda la noche en oración, arrodillado.

Samuel Rutherford

Era la oración la que llevó a los antiguos ‘Covenanters’


(Convenientes), a través de la porción más oscura, pero gloriosa, de su
historia. Fue la oración la que movió al pío Samuel Rutherford a
proferir las palabras inmortales de la himnología; “La gloria mora en la
tierra de Emmanuel.” Tan íntima era su comunión con Cristo, no
importaba dónde estuviera, en su amado pueblo Anwoth o desterrado
en Aberdeen; esa ‘tierra de Emmanuel’ le quedaba cerca.

Las cartas de Samuel Rutherford, escritas durante su exilio, no


tienen iguales en cuanto a su profundidad de contexto espiritual. Él
deploró el pecado y las irregularidades de su juventud y buscaba
ayudar a otros a que vieran la necesidad del verdadero
arrepentimiento. Sufrió la muerte de su esposa y dos hijos, pero fue
consolado por sus feligreses y por las necesidades de estos. Pero, le
tuvieron que ser quitados estos también, siendo desterrado de su hogar
y púlpito. Aprendió, a través de sus sufrimientos, que el alma prospera
mejor en el invierno de aflicción.

Tal profundidad de la verdad, tal como la compartió este


hombre, no se alcanza visitando de vez en cuando el trono de Gracia.
Antes de aparecer el alba, este santo escocés estaba buscando la faz del
Salvador, a Quién llegó a amar con ferviente pasión. Sus pérdidas se
convirtieron en ganancias para el cuerpo de Cristo, porque si no
hubiera perdido su púlpito y quedado confinado, no habríamos recibido
sus excelentes cartas, escritas a sus amigos del Convenio.

Alejandro Peden
Era la oración la que convirtió a una cueva en un Betel para
“Auld Sandy” Peden, escondiéndose de las autoridades y preparando su
mensaje para el siguiente conventículo secreto, en una valle recluso. Y,
como sería natural a cualquier persona en tales condiciones; ¡cómo
oraba! Estando de pie sobre un punto prominente, se dio aviso de la
venida del enemigo. Entonces, cuán sencillamente pidió al Dios que
conocía tan íntimamente para que bajase su manto sobre el “pobrecito
Alejandro”. Con espontaneidad respondió Dios y bajó la inimitable
llovizna escocesa, ¡y así “Auld Sandy” escapó otra vez!

Juan Livingstone

¡Cuán inspirantes son esos lugares marcados por los


avivamientos de antaño! El “Preaching Braes” (ladera de prédicas) en
Cambuslang, durante los tiempos de Whitefield; Dundee y Kelsynth,
donde el orante Guillermo Burns fue tan bendecido. Y, hay la “Kirk ó
Shotts (Iglesia de Shotts). Alejandro Whyte, en su libro ‘Samuel
Rutherford and Some of His Correspondents’ (Samuel Rutherford y
Algunos de Sus Correspondientes), nos narra de la noche de oración a
la Shotts, la cual previno del poderoso derramamiento de Dios sobre
una gran audiencia, resultando en la conversión de 500 personas. Pero
no se sabe, por lo general, que ese avivamiento “se debió más a la
respuesta de las súplicas de la señora Culross que a cualquier otro ser
humano. Sí, Juan Livingstone predicó el sermón en el día de acción de
gracias, pero a través de la influencia que ella obtuvo, él consiguió ese
avivamiento. Predicó el sermón después de una noche de oración de la
señora Culross y sus compañeras. Por esa dedicación, sabemos del
sermón de ese siguiente día y los logros de éste, como un resultado
espectacular.”

“No puedo narrar bien los sucesos de aquella noche a otra


audiencia que no estuvo allí, en la iglesia de Shotts, con Dios. Era tan
diferente de lo que hemos visto o escuchado con anterioridad. Quizá
hay uno o dos aquí quienes han invertido noches enteras en oración, a
razón de una crisis en nuestra vida; pasando de una promesa a otra
mientras encontramos paz: como dice el salmista: “me rodearon
ligaduras de muerte, me encontraron las angustias del Seol”. Y
nosotros, unos pocos, quizás hemos recibido milagros del cielo, los
cuales pueden compararse de una manera pequeña a lo que hizo la
mano de Dios en la iglesia de Shotts. Pero aun los de nosotros que han
compartido tales secretos de Dios, no hemos, yo así lo temo, invertido
una completa noche de Santa Cena sin dormir, pero orando que pase
un bautismo de bendición espiritual sobre la congregación del mañana.
¡Qué madre de Israel era la señora Culross, con 500 hijos, nacidos por
sus dolores de parto de un solo día!

Escribiéndole después a Juan Livingstone, quien sufría


persecución, la señora Culross no le prometió riquezas, salud y
felicidad. Escribió ella: “Tienes que ser cortado, golpeado, bruñido y
preparado antes que puedas ser una piedra-viva (El apellido Livingstone
quiere decir ‘Piedra-Viva’), preparada para Su edificio. Y, pues sé que Él
quiere adiestrarte para ayudar a otros, tienes que buscar otros golpes;
además de los ya recibidos. …Pero, cuando seas menospreciado y
considerado vil, ante tus propios ojos, Él te levantará y te renovará con
unas miradas de Su bendito rostro, para que puedas consolar a otros
con las mismas palabras que Él te consoló. …Pues Dios ha puesto Su
obra en tus débiles manos, no esperes una tranquila vida acá.
Necesitas sentir toda la carga de tu llamado; un hombre débil, con un
Dios poderoso. La pena es por un momento, no más, el placer es por la
eternidad… Cruz tras cruz; para mí el cabo de una es el comienzo de la
otra.”

Alejandro Whyte

Alejandro Whyte era otro piadoso escocés de extraordinaria


penetración. Su absoluto odio al pecado y a la hipocresía, su amor por
la oración privada y su muy seria perspectiva de la vida cristiana: todo
se puede descubrir a través de sus escritos, que nos son dados como
legado para beneficiarnos. Bendecido con una madre de coraje, quien
tenía un destacado carácter, Alejandro nació fuera de todo casamiento,
pero su mamá rehusó casarse con el que era su padre. Si fuera por
causa de un profundo sentido de pecado o no, de esto no sabemos. Con
todo, rehusó varias ofertas para casarse, desdeñando el pensamiento de
poner en otras manos la crianza de su carguita: su hijo. Sin duda, ella
tenía que soportar las burlas de los vecinos, cuyas vidas fueran, tal vez,
más culpables que la suya ante los ojos del Juez Justo. Quizá esta sea
la razón del intenso odio de este astuto predicador al pecado, lo que se
manifestó en sus sermones y escritos.

Pero, fijémonos en la vida oracional de este ministro muy usado


por Dios. En una ocasión, un miembro de su congregación vino a él
después de su sermón, diciendo: —Tu mensaje entró a mi corazón como
que si tú hubieras llegado directamente de la Cámara de Audiencia de
Dios.

—Y, quizá, estés en lo correcto, —le replicó Alejandro.

“Ora después del sermón… la oración por nosotros mismos y


por los oyentes, después de la predicación se niega muchas veces. No
desestimes ni la una, ni la otra,” él aconsejó.

“Teniendo un aposento y la llave de éste en su mano, ningún


ministro tiene que desanimarse, a pesar de que realmente no sea
dotado en hablar y orar en público.”

“‘¡Apártate! ¡Apártate!’ Ese gran profeta sigue anunciando a los


oídos de cada ministro. Cada ministro, en especial ustedes, apártense
[para orar]” escribió Barbour, el biógrafo de Whyte.
“Tanto que valoraba él, el privilegio de la adoración pública,”
sigue escribiendo Barbour acerca de Alejandro, “y tan cuidadosamente
que se preparaba para compartir su parte; con todo, a él la devoción
más típica y alta era la oración privada. Al ser preguntado, por un
joven ministro, si uno se debe preparar para las oraciones públicas,
hechas desde el púlpito, Alejandro replicó: —Claro que sí, pero la
oración pública es, muchas veces, un acta formal. —La misma idea se
desarrolla en su sermón sobre ‘La Carga Escondida’, el cual se basa en
uno de sus pasajes favoritos de los profetas menores; lo de Zacarías en
que la palabra ‘aparte’ (o, ‘por sí’), se ocupa once veces en tres versos.
La disciplina, la oración, el motivo interior, la humildad ante Dios y los
hombres, la pureza alcanzada por el sufrir: estos temas estaban entre
los mejores de sus mensajes.”

“Si oras mucho, estando solo, estás más allá de tu propia


profundidad y eres más sabio que todos tus maestros.”

Para él, la oración era un asunto muy serio y dio aviso a otros
que no era fácil invertir horas clamando a Dios.

“Tienes que entender que la oración, la real oración, no es la


que todos en rededor piensan que es. Jacob cojeaba de su cadera y el
sudor de nuestro Señor era como grandes gotas de sangre, que caían
hasta la tierra. La verídica oración es trabajo arduo. La oración
necesita todo nuestro corazón, alma, fuerza, mente y vida; sea que
estemos despiertos o durmiendo. La oración es la acción más alta,
noble y anormal antes de llegar al cielo. Entonces, ¡ora! y ¡ora
correctamente! Y, cambiará tu entera naturaleza; igual que a Jacob ella
lo cambió. Ella cambiará hasta a los más viles, engañosos, traicioneros
y miserables de los hombres; les cambiará a ser príncipes de Dios y
hombres. ¡Feliz es el hombre que tiene al Dios de Jacob como su
ayudador! Jacob pasó más de veinte años en pecado y tristeza; de
remordimiento y arrepentimiento; de gratitud por eventos milagrosos en
su vida; de arduos esfuerzos por obtener una mejor vida; y luego,
encima de todo esto, pasó la noche, una noche sin igual, de temor y
oración al vado de Jaboc: tal noche fue, que no hubo otra igual, hasta
que acaeció la de nuestro Señor Jesucristo en Getsemaní.”

En su libro Lord, Teach Us to Pray (Señor, Enséñanos a Orar),


Whyte habla del orar de Santiago: “Santiago fue apodado ‘Rodillas de
Camellos’ por los de la iglesia primitiva. Santiago era tan dudoso que
su hermano, Jesús, fuera el Cristo que, después de creer, siempre
estaba arrodillado. Y, cuando se le colocó en un ataúd, sus rodillas
eran como las de un camello, en vez de ser como las de un hombre.
Eran tan encallecidas, tan rígidas y tan usadas en la oración que como
tal hombre, nunca antes habían puesto a un fallecido en un ataúd.”

Alejandro expresó tan bellamente nuestro deber de orar por los


amigos: “¡Nuestros amigos! ¡Tan mal actuamos ante ellos! ¡Tan cortos
de vista, tan crueles, tan mezquinos, tan inconsiderados somos! Les
damos regalos. Nuestros hijos les dan a sus amigos regalos en
Navidad. A nuestros amigos les costamos mucha molestia y dinero, vez
tras vez. Les mandamos tarjetas, cubiertas con tantos versos y dichos
admiradores. Invertimos tiempo y les escribimos a todos nuestros
amigos de antaño, cercanos y lejanos; cartas llenas de noticias y
devotas se escriben en Navidad y el Año Nuevo. Pero, ¡nunca oramos
por ellos! O, al orar por ellos, lo hacemos deprisa.”

“¿Por qué hacemos todo por nuestros amigos, excepto lo mejor?


¡Cuán pocos de nosotros cerramos la puerta durante las festividades de
las dos últimas semanas del año [las de la Navidad y Nuevo Año], y con
deliberación, discriminación y en particular, con importunidad, hemos
orado por nuestros más queridos y amados amigos! Usamos la
discriminación en escoger los mejores regalos, para no ofenderles; pero
no es así en nuestras oraciones.”

“¿Quién en la familia, en la congregación, en la ciudad o en el


exterior, será sorprendido por una bendición este año? Sorprendido:
por una providencia inesperada; una liberación no espectada; una cruz
quitada o una dejada, la cual le bendecirá; un aguijón quitado de su
carne; una salvación, por la que no tenía fe para pedirla. Y todo esto
porque nosotros pedimos e importunamos y cerramos la puerta estando
con Dios a solas, para el bien de ellos. En este mundo frío y solitario,
un amigo de cualquier tipo es algo bonito. Pero tener un amigo que
tenga el oído de Dios, y que llene este oído una y otra vez con nuestro
nombre y necesidad: ¡Oh!, ¿Dónde se puede hallar a tal? O, ¿quién
encontrará tal amistad en mí?”

“La bondad de Dios

Llegó a mí ahora mismo,

Montada en la oración de un amigo.

Con claridad, reconocí a las dos.

¡Cuán extraño!

Una oración (es regalo sin precio), a mí me es dada,

Llega, cargada con Dios Mismo.

¿Las oraciones, (pregunto yo)

Serán vasijas vacías, presentadas a Dios,


Para llenarse de Su gran bondad?

¿Por qué, entonces, no hay mucha oración?

¿Por qué somos mezquinos en cuanto a la oración?,

Cuando tanto la necesitamos nosotros mismos.

Margarita Estaver (Citado con permiso, como fue publicado en


Wesleyan Methodist)

El Sr. Whyte formuló una excelente regla para la oración


pública, a la cual todo cristiano debe poner en práctica: “Sería una
ostentación y presunción orar por otros hombres, en público, de una
manera igual a la que se permite y se manda que se haga
privadamente. Eso sería resentido y nunca perdonado, si se hiciera
públicamente. En la oración intercesora, las necesidades en particular,
las personas actuales, los asuntos especiales y peculiares; todos son
imprácticos e imposibles en la oración pública. No seas tan osado en
orar públicamente por otros, ni por ti mismo, como realmente se
necesita. Serás arrestado y echado en la cárcel, por un pleito de
difamación si así lo hicieras. Si pudieras ver a los hombres y mujeres
alrededor de ti como realmente son; y si los describieras y rogaras por
ellos a Dios para que los redimiera, renovara, restaurara y salvara; si
oraras en tal manera, públicamente, el juez cerraría tu boca.”

“Pero, en privado, ni tu amigo ni tu enemigo sabrán, tampoco


glorificarán hasta el último día, lo que te deben a ti y a tu aposento. Tú
nunca recibirás la culpa, el resentimiento o la represalia por hablar de
sus faltas y necesidades en público, si lo haces en secreto, al oído de
Dios. Las cosas que están destruyendo el carácter y la utilidad de tu
compañero de adoración, no puedes hablar de éstas ni aun en un
susurro, a tu amigo o a alguno suyo. Pero, puedes, sí, debes, llevar sus
faltas y vicios, todo lo deplorable y despreciable de él, a Dios,
nombrándolos específicamente en tu aposento. Y si haces así,
persistiendo y perseverando en esto, aunque no lo creas, saldrás de tu
aposento para amar, honrar, tolerar, proteger y defender a tu pecador
amigo, más que antes. Y, entre más ves sus faltas, más importunarás a
Dios por él.”

Capítulo 7

Más Predicadores Escoceses


Roberto Murray McCheyne

El nombre de Roberto Murray McCheyne, el tan conocido santo,


llegó a ser así de conocido a razón de la explosión de lectura que tuvo la
biografía de su vida, escrita por Andrés Bonar, su íntimo amigo,
contemporáneo, y socio. Nacido en Edimburgo el 21 de mayo en el año
1813, McCheyne, desde su niñez, fue dotado en la poesía y la música, y
fue fácilmente influenciado por lo espiritual. No obstante, tenía una
afición por los placeres mundanales, hasta el tiempo de la muerte de su
hermano: David. Esto le provocó pensar sobre la eternidad y la
brevedad del tiempo.

La convicción iba profundizándose, despertando su conciencia


de la inmundicia interior y causando tristeza los placeres mundanos.
Su diario contiene tales puntos: “Espero nunca jugar a los naipes otra
vez.” “Me alejé del baile; las burlas son difíciles de soportar. Pero, debo
de tratar de llevar la cruz.”

A sus 23 años, fue ordenado en el ministerio y puesto en la


Iglesia de San Pedro de Dundee. Esta era una parroquia grande, con
4.000 personas, pero su mayoría nunca entraba por las puertas de la
iglesia. Los miembros de esa iglesia sumaron la cantidad de 1.100 y
entonces, este joven ministro empezó a trabajar por la salvación de
ellos, diciendo: “Dios me ha puesto en medio de los mecánicos
bulliciosos y tejedores políticos, de esta ciudad impía. …Quizá el Señor
convierta este desierto de chimeneas en un huerto verde y bello, como el
huerto del Señor; un campo bendecido por el Señor.” Los sábados se
reunió con Andrés Bonar, quien vivía en un pueblo cercano, y con otros
ministros serios, para orar unos por otros, pero en especial por una
bendición en las actividades de la iglesia los días domingos.

Pronto, instituyó para su gente un culto de oración los jueves


por la noche, ya que había leído como la oración unida trajo bendición a
un distrito entero. En esos cultos, leyó un texto bíblico, orando antes y
después; luego dio el bosquejo de ese texto, seguido de la lectura de una
historia de avivamiento, comentando de vez en cuando. “Gente de
todas y cada una de las partes de la ciudad viene” escribió a su amigo
Andrés, “pero, oh, ¡necesito mucho del Espíritu Viviente en mi propia
alma! Quiero que mi vida esté escondida con Cristo en Dios. Al
presente, hay demasiado apuro y urgencia y, obras materiales para que
sea admitida la calmada obra del Espíritu en el corazón. Tengo poco
tiempo para meditar como Isaac, durante las tardes, solamente de vez
en cuando, y éstas son cuando estoy cansado; pero, el rocío cae cuando
la naturaleza está descansando, cuando cada hoja está inmóvil.”

El mero presenciarse de sí mismo obró extrañamente en su


congregación. Un hombre anciano lo notó, “Antes que se abrieran sus
labios, mientras buscaba el verso, hubo algo que me inquietaba.”
McCheyne deseaba, en cuanto a su método de predicar, volver a los
primeros días de la iglesia cristiana. Alguien le preguntó si temía
quedarse sin mensajes, y él replicó: “No, soy solamente interpretador de
las Escrituras. Cuando éstas se sequen, yo también me secaré.”
Roberto tenía un sano temor de contristar al Espíritu Santo (Efe. 4:30) y
deseaba “predicar la intención del Espíritu” en el pasaje (Rom. 8:27),
tratando de presentar a Cristo en cada sermón. Habló de sí mismo
como “fuerte como un gigante cuando estoy en la iglesia, pero como una
varita de sauce después del culto.”

Cierta vez en una reunión de oración de jóvenes, les aconsejó:


“Recuérdense que la oración más espiritual es un ‘gemido indecible’.”
Los piadosos nunca tienen buena reputación, como Jesús daba aviso,
diciendo, “Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque
no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os
aborrece.” El biógrafo de Roberto dijo: “Él recibía mucho reproche. Era
objeto de orgulloso desprecio, recibido de parte de ministros formales y
de corazones fríos; y también de parte de los impíos recibió odio
amargo. …Muy profunda era la enemistad que tenía que soportar de
algunos; muy profunda; porque la razón de tal maltrato provino de su
semejanza con el Maestro. Pero nada le desvió.”

Los registros de su diario son muy inspiradores, y hablan a


algunos de nosotros que se aguijonean demasiado en las actividades
exteriores en vez de tener comuniones secretas. A continuación se dan
algunas porciones.

“Hay dos cosas que mancharon este día, revisándolo. El amor a


la alabanza para mí mismo, y el consentir el escuchar el habla
mundano, aunque sea por un momento. Oh, ¡qué éstas me humillen y
sean mi carga, guiándome a la cruz! Entonces, Satanás, tú serás
vencido.”

“Cuando fui puesto a un lado del ministerio, yo decía, ‘Ahora


Dios me está enseñando cómo orar.’ Pensaba que nunca me olvidaría
de esta lección; pero temo haberme hecho flojo otra vez, al estar muy
ocupado en mi trabajo.”

“La meditación privada cambiada por conversación: aquí está la


raíz de todo mal. Te alejas de Dios, y Él se alejará de ti.”

“El domingo; muy feliz en mi trabajo. Poca oración en la


mañana. Entonces tengo que tratar de acostarme temprano el sábado
por la noche, para que pueda levantarme ‘muy de mañana’.”

“Me levanté temprano para estar con Dios y encontré a Quien


mi alma ama. ¿Quién no se levantaría temprano para encontrar tal
visita?”
En las cartas a sus correspondientes, a menudo ensalzaba la
oración. “El Rey Jesús es un buen Maestro. He tenido dulces tiempos
de comunión con el Dios invisible, los cuales no cambiaría por miles de
piezas de oro y plata. ¡Qué Su plena presencia vaya contigo!”

“¿No tienes lugares,” escribió Roberto a un amigo “los cuales


puedes llamar Peniel [nombre que quiere decir ‘la faz de Dios’- Gén.
32:30], donde has encontrado a Jehová-Jesús cara a cara? Cuando
entres en Su presencia, oh, ¡No te canses de esto! ¡No lo dejes muy
pronto!”

“Espero que ustedes sigan fuertes y puedan gozarse del aire


libre, y, que sus almas prosperen y que hayan tenido a menudo tiempos
tales como el que tuvo Jacob en Mahanain (Gén. 32:2), cuando los
ángeles de Dios lo encontraron, o tales tiempos como el de Peniel,
cuando Dios tuvo que gritar: —Déjame, porque raya el alba.”

Andrés Bonar dijo que sólo unos meses antes del fallecimiento
de Roberto, éste había anotado unas consideraciones referentes a “La
Reformación de la Oración Privada”. “Debo” escribió McCheyne,
“invertir las mejores horas del día en la comunión con Dios. Es mi más
noble y fructuoso trabajo, y, no debe esconderse en un rincón.”

Andrés Bonar

Andrés Bonar, el amado ministro y pastor, era un gran


admirador de McCheyne. También, igual a éste, era eminente en su
vida de oración. Andrés y su hermano Horatio, quien escribió muchos
himnos, tenía una herencia preciosa: la de tener un padre y una madre
entregados a la oración. Los escritos de Andrés respiran inspiraciones
para una comunión personal con Dios, a un nivel muy profundo y, con
constancia nos urgen a orar más efectivamente. Damos a los lectores
de este libro las siguientes citas.

“Con más cuidado que antes, deseo dar dos horas más,
diariamente, durante este año, a la meditación de la Palabra y a la
oración, antes de salir de la casa.”

“Ya veo que necesitaré diariamente, más y más, en la mañana,


antes de cualquier quehacer del día, una taza del nuevo vino del reino;
comunión con Dios.”

“Me levanté un poco más temprano esta mañana para ayunar y


orar. Veo que el ayunar y el retirarse, con oración, deben ir juntos. El
efecto sobre el cuerpo y el alma es casi igual a la aflicción. Esto baja el
tono del espíritu, sujeta la carne, saca al alma de la auto-complacencia
y hace estar a la carne insatisfecha. También descubro lo que es
humillante; me ayuda a eliminar la liviandad de mi propia mente.”

“Debo poner en práctica en los deberes comunes este dicho;


‘Buscad primero el reino de Dios’. Por la gracia de Dios y el poder de Su
Espíritu Santo, deseo afirmar la regla de no hablar a los hombres hasta
que haya hablado primeramente con Dios; no hacer nada con mis
manos hasta que haber estado arrodillado; no leer cartas o escritos
hasta haber leído una parte de las Sagradas Escrituras. Espero
también poder ‘al aire del día’ (Gén. 3:8) orar y meditar sobre el nombre
del Señor. ¡Se puede tener un Edén aquí!”

“Anoche, repasando el pasado, nada me avergonzó más que el


pecado de orar poco, cuando tenemos el derecho de pedir tanto en el
nombre de Cristo, y recibir tanto. Hemos estado en la boca del pozo
todo el día, y apenas hemos sacado unas cuantas gotitas. Y me siento
así, que cuando no he bebido mucho de la Fuente de las aguas vivas,
no (por la otra mano) he podido llenar las cisternas rotas; porque las
horas sin Dios me han sido horas sin placer y sin fuerza.”

“He tenido un tiempo a solas y en expectación para reunirnos


con algunos hermanos al mediodía. Me siento tan mal, de cuán poco yo
realmente converso con Dios. Mi oración es como llamar a alguien que
está lejos, no como cuando se comparten secretos a alguien que está a
nuestro lado.”

“¡Qué podamos gozarnos tanto de la comunión contigo, oh Dios,


que al perderla, nos sintiéramos como que si estuviéramos lejos de
nuestro hogar!”

Andrés practicaba lo que predicaba. Toda su vida fue


organizada y disciplinada para orar. Lo más que oraba, lo más que
sentió la necesidad de orar. Registro tras registro en su diario muestra
la determinada y persistente lucha por ser un hombre profundo en la
oración.

“Estuve en el bosque durante un tiempo, dedicando tres horas a


la devoción: sintió necesidad de orar mucho por la fragancia peculiar
que tienen los creyentes que guardan la comunión con Dios. …Ayer
pude alcanzar un día totalmente entregado a la oración. Para mí, cada
tiempo de oración, o casi todos, empiezan con un conflicto. La falta de
oración es mi pesadumbre más dolorosa. Podría contar los días
especiales, no por las ocasiones en que tengo nuevas oportunidades de
ser usado, sino por las oportunidades en que he podido orar con fe y
aferrarme a Dios.”

“Veo que si no oro de continúo durante todo el día, aunque sea


oraciones cortas, pierdo el espíritu de oración. …Todo por el demasiado
trabajo sin una igual cantidad de oración. Hoy voy a orar. Con esto, el
Señor manda un rocío sobre mi alma. …Pasé seis horas en la oración y
lectura de las Escrituras, confesando mis pecados, y, buscando
bendiciones para mí y mi parroquia.”

“Durante casi diez días he estado estorbado en la oración, y por


eso siento mi fuerza debilitada. Tengo que volver inmediatamente, por
medio del poder de Dios, a tres horas diarias invertidas en la oración y
la meditación de la Palabra.”

“Mañana propongo invertir la mayoría del día en la oración por


la iglesia. Señor, ¡ayúdame!”

Posteriormente, encontramos a Andrés consagrando un día


completo cada mes a la oración y el ayuno. Pero su devoción a Dios
surgió de todos sus caminos bien preparados. Registros como los
siguientes cuentan la historia.

“Sentí en la tarde un dolor muy amargo por la apatía de este


distrito. ¡Están pereciendo! ¡Están pereciendo! ¡Y no quieren
considerar! Quedo despierto, pensando sobre esto, y clamando al Señor
con gemidos.”

“Los obreros no pueden comenzar su obra sin un pasaje de las


Escrituras para sí mismos. Guillermo Burns, cuando se le pedía que
hablase, decía: —Todavía, no tengo un bocado para mí mismo. —Hay
que imitar este ejemplo, recordando que se necesita maná nuevo, recién
recogido. Yo me sentiría avergonzado llevarles flores languidecidas a los
enfermos.”

“He podido orar diariamente por ayuda, apartando una hora


especial para esta petición. Se manifestó el beneficio de esto en la
notable libertad que tenía yo en el hablar a mi rebaño durante los doce
años pasados.”

En la conferencia de Perth, escribió: “Estoy muy intranquilo,


deseando más poder de Dios. Hay mucha conversación de esto. Me da
tristeza que no hay suficiente tiempo para la oración durante el día;
pero el ambiente de la conferencia es encantador; mucho amor
fraternal, mucha verdad bíblica, mucho deleite en lo que exalta a
Cristo.”

“La oración es semilla, sembrada en el corazón de Dios.”

“La oración estará coja y seca si no proviene del leer las


escrituras.”

Le digo todas mis tristezas, Le digo todos mis gozos;


Le digo todo lo que me agrada, Le digo lo que me molesta;

Me dice lo que debo cumplir, me dice lo que debo tratar,

Y, así andamos juntos, mi Señor y yo.

-de un antiguo
himno hugonote

Juan Brown

“Yo no cambiaría lo aprendido en una hora de compañerismo


con Cristo por todo lo aprendido de diez mil universitarios durante diez
mil años, aunque los ángeles fueran los maestros de estos” dijo Juan
Brown. ¿Dijo esto porque menospreciaba la enseñanza humana? No,
ni siquiera un poco la despreciaba, porque será difícil hallar a otro
estudiante más férvido que él. Estudiaba hasta muy de noche,
permitiéndose poco tiempo para dormir, debilitando así su propia
salud. Era proficiente en latín, griego y hebreo, los cuales empezó a
aprender mientras era un huerfanito, pastoreando las ovejas para su
vecino. También, adquirió lo básico de otros ocho lenguajes; además de
su amplio conocimiento de la historia y teología.

El crítico y cínico hombre, David Hume, escuchó a Juan Brown


predicar y luego dijo: —Ese es el hombre para mí. Dice en serio lo que
dice. Habla como si Jesús estuviera a su lado. —Y no estaba
equivocado el señor Hume, porque el Señor siempre estaba al lado de
aquel hombre de oración, quien se dio a sí mismo asiduamente a la
oración y al ministerio, como lo hicieron los primeros discípulos según
el libro de los Hechos. Se levantaba a las cuatro o las cinco de la
mañana durante el verano y seguía hasta las ocho de la noche, las
únicas interrupciones fueron las comidas y los dos cultos familiares que
hizo diariamente.

Este escocés piadoso predicó cinco sermones todos los


domingos, cada uno de una hora de duración y mezclado con un
espíritu de oración, para que los sentimientos de su corazón fueran
sentidos por los escuchadores. Su biógrafo dijo: “Tal fue su
conocimiento de las Escrituras que si se mencionó un verso, no
solamente podía citarlo correctamente; sino también podía explicar su
sentido y otros versos ligados. Sus contribuciones literarias fueron 29
diferentes publicaciones, destacándose su Dictionary of the Bible
(Diccionario de la Biblia); pues se utilizaba mucho en aquella época.

Tenemos una deuda a Escocia por darle al cristianismo tales


ministros y misioneros apostólicos, porque se entregaban estos a
profundizar los ideales del evangelio en ese tiempo.
Lachlin MacKenzie

Lachlin era un hombre de las “Highlands” (Tierras Altas) cuyo


don de discernimiento se destacó. Su biógrafo anotó: “Es recordado de
él, que cierta vez dijo de sí mismo que nunca había llevado a un
pecador al propiciatorio, sin que el Señor le revelara a él la condición de
esa persona y lo que necesitaba ese pecador.”

Otra vez, podemos fijarnos en la habitual conducta de tal


persona para encontrar la fuente de tal discernimiento. “Su mucho
orar era el punto sobresaliente de su cristianismo… Mucho de su
tiempo era invertido en estar arrodillado, y pasó muchas noches sin
dormir, a veces luchando contra los asaltos del tentador y otras veces
regocijándose en la esperanza de la gloria de Dios. Lachlin confesó que
él se sentía cerca del propiciatorio de una manera extraordinaria. Hay
prueba de esto, porque tenía la fama y la influencia, como la de un
profeta entre la sencilla gente del norte, a pesar de que “los sabios” del
sur de ese país se quedaron incrédulos. Evitando la superstición con
una mano y la incredulidad con la otra, es claro que Lachlin MacKenzie
tenía íntima comunión con Dios, y que este hombre también recibió
comunicaciones especiales de Dios, más allá de lo ordinario, en cuanto
a las personas que llevaba al trono de gracia en sus oraciones.

Monod

“Señor, ¡enséñame a orar! ¡Oh! Con la ayuda de Dios, sin


confiar en mi mismo, quiero invertir más tiempo en la oración que he
estado antes, esperando más efectos de esto que de poner mucha fuerza
propia en la obra. No quiero poner a lado mis esfuerzos, sino quiero
respaldarlos con la oración.”

“Por medio de la oración mantenemos la comunión con


Jesucristo, ya que Él puede hacernos capaces para cumplir lo debido y
conformarnos a su imagen: pero es por medio de la oración de fe;
oraciones perseverantes y ardientes, que no guardan silencio ni aceptan
nada menos que la respuesta que Dios ha prometido en Su Palabra.
Tal oración, la que lucha en medio de sangre y lágrimas, y sigue hasta
que se reciba lo suplicado.”

“¡Más naves!” gritan algunos, “¡Más rifles!”

“¡Más aviones en el aire!”


Pero, sabio es el rey que dice:

“¡Más oración!”

Acuérdate que los ángeles usan

Este camino;

Por esto, mantenlo abierto:

¡Más oración!

Un día no es suficiente

Para ganar la batalla,

Cada hora necesita:

¡Más oración!

Una y otra vez

Las Escrituras de Dios declaran;

“La necesidad más grande de los hombres es:

¡Más oración!”

-autor
desconocido

Capítulo 8

Predicadores Galeses
“¡Oh! ¡Qué aparecieran 500 Elías,” dijo Carlos Spurgeon, “cada
uno encima de su Monte Carmelo, rogando a Dios, y pronto vendrían
nubes cargadas de agua! ¡Oh!, qué oráramos más, con más constancia,
¡sin cesar! ¡Entonces las bendiciones sí caerían sobre nosotros!”
De verdad, si los que ministran salieran del aposento de
oración, habiendo prevalecido con Dios, en nuestros cultos se vería más
del práctico y omnipotente poder de Dios. Nuestros convertidos se
contagiarían más profundamente de tales predicadores. Daremos
prueba de esto, mostrando como ejemplo a unos predicadores galeses,
quienes se sintieron su propia insuficiencia y así de Dios recibieron un
fresco derramamiento de poder. Gales, de antaño, tuvo sus Elías, los
que ganaron la victoria orando; antes de predicar.

Christmas Evans

Difíciles pruebas apretaban al predicador galés, Christmas


Evans. Una continua amenaza de un pleito afligía la mente de este
santo hombre. Habría sido bastante penoso si esa amenaza hubiera
sido a razón del propio malgasto de sus recursos, pero él vivía en la
insuficiencia; solamente su esposa y él sabían que clase de casas
habían ocupado por el amor al evangelio.

¡No era esto! Lo que le afligía era la deuda que Christmas


adquirió al construir capillas en las áreas de Gales que aún no tenían.
Al aumentar la membresía de las congregaciones como resultado de la
divina bendición sobre las incansables labores de este predicador
orante, entonces se vio la necesidad de más capillas. También, la
Conferencia a veces le mandó a lugares donde la deuda de la capilla no
había sido cancelada. Por todo esto, la amenaza de un pleito parecía
como imposible evitar.

“Dizque”, dijo él, “que me meterán en pleito en el juzgado,


situación que nunca conocí yo, y espero nunca conocerla; pero, si es
así, primero, voy a entrar en pleito con ellos en el juzgado de
Jesucristo.”

Christmas tuvo por costumbre anotar en su diario personal las


oraciones y comuniones que tuvo con Dios. Dijo: “Yo sabía que no
había base para realizar un pleito conmigo, pero aun así, fui afligido,
pues tenía sesenta años y recién había enterrado a mi esposa… Recibí
una carta durante una reunión mensual en que hubo grandes luchas
espirituales en los lugares celestiales. Al volver a casa, tenía comunión
con Dios durante todo el viaje de quince kilómetros, y al llegar a la casa,
subí la escalera que conduce a mi cuarto y derramé mi corazón ante el
Redentor, Quien tiene en sus manos toda autoridad y poder.”

A continuación se cita esa oración porque parece que es una


petición impulsada por el Espíritu Santo. La Biblia dice que no
sabemos orar como debemos, pero el Gran Maestro, el Espíritu Santo,
nos enseñaría orar, y Él oraría a la vez desde adentro de nosotros. Esta
clase de oración es la que recibe contestación, porque el Espíritu conoce
la mente de Dios.
“¡Oh bendito Señor! En tu mérito tengo esperanza y confianza
de ser escuchado. Señor, algunos de mis hermanos se han extraviado;
olvidando su deber y obligaciones ante su padre en el evangelio, me
amenacen con la leyes del mundo. Debilítalos y ablándalos, como
ablandaste la mente de Esaú y le quitaste su actitud bélica contra su
hermano Jacob, después de la lucha que tuvo éste en Peniel. Quítales
las armas, porque no sé yo cuán larga es la cadena de Satanás en este
asunto; este ataque no fraternal. Tú puedes impedirle a Satanás cómo
te parezca conveniente.”

“Señor, les advierto en cuanto a la ley. Proponen entrar en


pleito con tu indigno siervo acá, que vive en la tierra; pero pongo este
pleito ante del Gran Juzgado, en el cual Tú, bendito Jesús, eres el
SUPREMO JUEZ. Escucha la causa de Tu indigno siervo, y mándale
una orden judicial o una noticia, inmediatamente: y mándales a mis
opresores, en sus conciencias, un despertamiento de lo que están
haciendo. Oh, ¡atemorízalos con una citación de Tú juzgado, hasta que
vengan y se arrodillen en contrición a Tus pies; quita de sus manos
cada arma de venganza; haz que te entreguen cada fusil de escándalo,
cada espada de palabras amargas y cada lanza de palabras
calumniosas, forzándolos a dejar sus armas al pie de la cruz.”

“Perdónales todas sus fallas, vísteles con vestiduras blancas,


úngeles las cabezas y dales un órgano y una arpa de diez cuerdas para
cantar de la caída de Satanás debajo de nuestros pies, por el Dios de
paz.”

Luego, escribió Christmas lo siguiente: “Subí al cuarto una vez,


y oré como diez minutos, sintiendo que Jesús escuchaba. Subí otra vez
con un corazón tierno, y no podía refrenarme de llorar por la gozosa
esperanza que el Señor se acercaba a mí. Después de la séptima lucha,
bajé, creyendo que el Redentor había llevado mi causa en sus manos y
que cuidaría y manejaría la situación de mí.”

“Mi semblante demostraba alegría, cuando bajé por la última


vez, al igual que Naamán cuando se lavó siete veces en el río Jordán; o
como el peregrino del libro El Progreso del Peregrino, cuando se le cayó
la carga en la tumba al pie de la cruz. Bien recuerdo el lugar —la
pequeña casa junto a la capilla de Dildwrn, donde vivía entonces yo—
cuando esa lucha sucedió. Puedo llamarle Peniel. ‘Ninguna arma
forjada contra mí’ prosperó (Is. 54:17) y yo tenía a la vez paz mental en
cuanto a mi situación. Con frecuencia he orado por los que quisieron
injuriarme, pidiendo que fueran bendecidos, igual que yo era
bendecido. No sé que hubiese pasado conmigo si no hubieran existido
esos hornos donde fui probado, y donde el espíritu de oración se excitó
y se ejercitó en mí.”

La amenaza nunca se consumó, y el intercesor no escuchó nada


más acerca del asunto. Hubo puesto su caso sobre el escritorio del
Juez de toda la tierra a través de aquella oración. Siempre le surgieron
otras molestias a este santo hombre de Dios. Su biógrafo nos informa:
“En verdad, nubes de turbaciones se tornaban espesas alrededor de él.
Muchas veces parece que los problemas en la vida ministerial llegan
exactamente en el momento cuando no se les puede resistir con fuerza;
y, por cierto, en la vida de Christmas Evans, las tristezas se le juntaron
y multiplicaron al final de su vida.”

No hay nada que pueda desafilar tanto la vida espiritual, como


la controversia. La herejía es una de las manifestaciones de la carne, y
en cada iglesia, en cualquier momento, ésa es una de las maldades que
enfrentarán los obreros de Dios.

Esa tipo de molestia fue enfrentada por Christmas, hasta casi


derrotarlo, sucediendo esto, durante la primera parte de su ministerio,
cuando se levantó una controversia entre los bautistas. Juan Ricardo
Jones fue el líder de lo que se llamó la herejía “Sandemana”. Era un
hombre inteligente, y afirmaba que haber adoptado unas de las
prácticas de la iglesia primitiva. Se apartó de otros, criticando a los que
no se apartaban de las personas que no seguían sus enseñanzas.
Christmas estaba de acuerdo con algunos aspectos del Sandemanismo,
pero con respecto al celo de refutar lo malo, permitió entrar a su vida
unas malas actitudes y amargura, las cuales le detuvieron el espíritu de
oración y vida a su alma. Nadie, sino únicamente los que lo han
experimentado, conocen la profundidad de la tristeza que ocurre
cuando el Señor esconde Su faz, y cuando ya no brota la corriente de
agua desde el interior del hombre. La oración le produjo renovación a
Christmas.

“Últimamente estaba cansado de tener un corazón frío hacia


Cristo, hacia Su sacrificio y hacia la obra de Su Espíritu; cansado de
tener un corazón frío en el púlpito, en la oración privada y en el
estudiar. Porque durante los quince años anteriores, sentí un corazón
quemándose dentro de mí, como que si yo hubiera estado en el camino
a Emaús con Jesús.”

“Un cierto día, día que siempre tendré en mi memoria, mientras


viajaba de Dolgelly y Machynlleth, subiendo hacia Cader Idris,
consideré que ya era necesario que yo orara, no importa cuán duro
sentía el corazón, ni cuan mundano mi espíritu. Empezando a orar en
el nombre de Jesús, pronto sentía como que si las cadenas que me
ataban caían de mí, que la vieja dureza de mi corazón se ablandaba, y,
pensaba yo, que los montes de hielo y nieve se derretían adentro de mí.”

“Esto engendró en mi alma la confianza de la promesa del


Espíritu Santo. Sentí mi mente librada de una gran esclavitud. Las
lágrimas fluían abundantemente, y fui constreñido a rogar en voz alta
por las benditas visitaciones de Dios; que me restaurase gozoso en Su
salvación, y que Él visitase las iglesias de Anglesey, las cuales estaban
bajo mi cuidado. Oré en mis suplicaciones por todas las iglesias de los
santos y casi cada uno de los ministros de la Principalidad [de Gales],
individualmente.”

“Esa lucha duró tres horas; se acrecentó una y otra vez, como
hervores, uno tras otro, o como una fluyente marea alta, impulsada por
el recio viento, hasta que, llorando con sollozos, mi cuerpo se cansó.
Así me rendí a Cristo, en cuerpo y alma, dones y labores —toda mi vida
— para Él cada día y cada hora que me restaban; y todas mis cargas las
entregué a Cristo. El camino de ese sitio era montañoso y quieto, y yo
estaba solo, no permitiendo ninguna interrupción en mi lucha a favor
de Dios.”

“Desde entonces, esperaba la bondad de Dios para las iglesias y


para mí mismo. Así, el Señor me libertó y también a la gente de
Anglesey, de estar hundidos en las aguas del Sandemanismo. En las
primeras reuniones después de esa oración, me sentí como que si
hubiera sido llevado desde las frías y estériles regiones del gélido
espiritual hasta los verdeantes campos de las divinas promesas. Las
oraciones intercesoras de antes y el anterior anhelo por las
conversiones de los pecadores fueron restaurados, los que experimenté
en Lleyn. Tenía en mis manos las promesas de Dios. El resultado de
esto fue, que al volver a casa, noté que el Espíritu obraba también en
los hermanos de Anglesey, conduciéndolos al espíritu de oración.”

Sr. Griffith

Le pasó un emocionante incidente al Sr. Griffith de Caernarvon


cuando fue citado para que predicase una cierta noche en la casa de un
granjero. Unas horas antes de la hora del comienzo del culto, él les
pidió a los dueños de la casa un lugar apartado donde pudiera
prepararse para el culto de la noche. Luego de unas horas, la
congregación se reunió, pero no estaba el ministro: el Sr. Griffith no
había llegado. Una empleada de la familia fue mandada a su cuarto
para pedirle que viniese, pues la gente ya esperaba buen rato.

Al acercarse a la puerta del cuarto, escuchó ella lo que supuso


era una conversación en voz baja entre dos personas. Escuchando
antes de tocar la puerta, oyó el uno decir al otro: —No iré si tú no me
acompañas.

La empleada se volvió al dueño de la casa, diciéndole que el Sr.


Griffith estaba con otra persona en su cuarto, y él no vendría si el otro
no le acompañaba. Dijo ella: —No escuché una respuesta, y por esto
pienso que él no va a venir esta noche.

—Sí, va a venir, —dijo el dueño—, y la otra persona vendrá


consigo. Empecemos ahora el culto con cantos y lecturas, hasta que
vengan los dos.
Al fin el ministro apareció, con plena evidencia de que Alguien le
acompañaba, ya que no se efectuó un culto común esa noche. Fue el
comienzo de un poderoso avivamiento en aquel barrio, donde muchos
nacieron de nuevo por la gracia de Dios.

Rees Howells

En el año 1879, nacieron dos destacados galeses, no muy lejos


el uno del otro, los cuales afectarían no solamente a Gales, sino que a
todo el mundo. El uno fue Evan Roberts, el otro Rees Howells. Los dos
eran hombres orantes, y, amantes de la Palabra. El uno, Evan,
influenciaría al mundo con una breve manifestación del poder de Dios
al comienzo del siglo 20; el otro, Rees, lo influenciaría durante un
periodo más largo, siendo entrenado para un ministerio más amplio.

Leyendo el libro de Norman Grubb, Rees Howells, Intercesor,


uno recibirá bendición e instrucción acerca del glorioso, pero casi
perdido, ejercicio: la intercesión. Este hombre se rindió durante meses
seguidos a la intensa oración por una sola persona, hasta que recibiese
la contestación. Pasando del orar por una sola persona, poco a poco
alcanzó la posición de interceder por las naciones del mundo, y por la
tremenda banda de misioneros en todas las partes del mundo.

Un punto que se nota es que dependió del Espíritu Santo para


que guiara su orar. Muchas veces escuchó al Señor, sabiendo de esta
forma por quién debía orar. No fue raro que Rees conociera la mente
del Señor referente a la persona por lo cual oraba. Esto le dio autoridad
en la oración y la fuerza física que la necesitaba para aguantar la
abnegación en el comer y dormir. Rees pensaba que era indispensable
que él mismo viviera de cierta forma de igual modo que la persona por
quién estaba suplicando. Por eso cuando oraba por un borracho,
sacrificó las ricas comidas preparadas por su mamá, comiendo nada
más que pan y queso. Experimentó “siempre estar entregados a
muerte” (2 Co. 4:11) mientras cedía la vida física y la reputación para
poder orar hasta que la victoria llegase.

Después de rendirse durante meses de intercesión por un cierto


hombre, Rees volvió a la vida normal. Pasando el tiempo le vino otra vez
el llamado de entrar en ese ministerio escondido, esta vez fue por los
niños desamparados de India. A esto se dedicó durante cuatro meses.
Para poder sentirse identificado, sintiendo cómo ellos se sentían, no
comió pan ni té ni azúcar, comiendo solamente una vez cada dos días
una comida de potaje. Para no molestar a su madre, se fue de su hogar
y alquiló un cuarto. “Su día empezó a las cinco de la mañana, y sin
comer nada, durmió en el piso durante la noche. Luego se levantaba
otra vez a las cinco de la mañana, sin comer nada hasta las cinco de la
tarde.”
“¡Qué hambre sufrí!” dijo él después. “El Señor no da la victoria
sin sufrir. No te llevará sobre “alas de águila”, como lo dice proverbio.
La victoria es que aguantaras todo. Recuerdo las sensaciones del
primer día, cuando no comí nada de pan. Habría pagado mucho por un
pedacito. Cuando andas en los sufrimientos de otro, tienes que llevar
sus angustias y toda parte de ellas. Cuando llegaron las horas de
comidas, no había nada para mí. Es una maravilla haberlo podido
sufrir, sin rendirme a la tentación de retroceder. En esos momentos
Ezequiel era mi ejemplo, y sólo podía yo decir ‘¿Cómo lo hizo?’” Las
intercesiones de Rees no solamente fueron hechos abnegantes.
Durante sus sufrimientos subieron ruegos a Dios por ellos, cuyas
agonías él co-sufría.”

Cuando Rees oró acerca del comenzar un seminario en


Swansea, Gales del Sur, se aisló durante diez meses, orando desde la
seis de la mañana hasta la cinco de la tarde, período durante el cual
comió sólo una comida. No es maravilla, entonces, que este hombre
fuera guiado a hacer decisiones que afectarían positivamente las vidas
de miles.

Unas palabras de su biógrafo acerca de esa intercesión nos


beneficiarán. Samuel Howells, hijo de Rees, quien sigue en la labor
iniciada por su padre, también es intercesor, y nos dio permiso para
usar citas de la biografía de su padre.

“Que Dios busca a intercesores, pero raramente los halla, se


manifiesta en la pena expresada en la exclamación hecha por medio de
Isaías; ‘Y vio que no había hombre, y se maravilló que no hubiera quién
se interpusiese.’ (Is. 59:16): y en su protesta desilusionada hecha por
medio de Ezequiel; ‘Y busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y
que se pusiese en la brecha…y no lo hallé.’ (Ez. 22:30)”

“Quizás algunos creyentes describen a la intercesión como una


forma de oración intensa. Y, sí, es; si se pone mucho énfasis en la
palabra ‘intensa’, porque hay tres elementos de la intercesión que no se
hallan en la oración ordinaria: identificación, agonía y autoridad.”

“La identificación del intercesor con la persona por quién ora se


nota consumadamente en el Salvador. De Él fue dicho que “derramó su
vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él
llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores. [La
traducción del versión ‘King James’ del inglés dice ‘hizo intercesión’ en
lugar de ‘orado’.] (Is. 5:12) Por llevar nuestra naturaleza sobre Sí, por
aprender la obediencia por medio de lo que sufrió, por ser ‘tentado en
todo igual que nosotros’ (He. 4:15), por hacerse pobre como nosotros, y
por ser ‘hizo pecado’ (2 Co. 5:21) Jesús ganó la posición, en la cual, con
toda autoridad, como capitán de nuestra salvación hecho perfecto por el
sufrir, y con todo conocimiento de lo que nosotros pasamos, Él puede
interceder por nosotros. Y, por ruegos eficaces al Padre, nos ‘puede
salvar por completo’ (He. 7:25). La identificación es por esto la primera
ley del intercesor. Él ruega eficazmente porque da su propia vida por
las personas por quién está rogando; él es genuino abogado, habiendo
sumergido sus deseos en la necesidades y sufrimientos de por quienes
intercede, y lo más posible que pudo, ha reemplazado a ellos con sí
mismo.”

“Hay otro intercesor, y en éste vemos la agonía de su ministerio,


porque Él, el Espíritu Santo, intercede por nosotros con ‘gemidos
indecibles’. (Ro. 8:26) Él, el único intercesor actual [quiere decir que
Jesús ya ha ido corporalmente], no tiene corazones sobre los cuales
pueda poner sus cargas, ni cuerpos en los cuales pueda sufrir y obrar,
sino los corazones y cuerpos de los que son morada suya. Por medio de
ellos es cumplido Su obra intercesora en la tierra, así ellos se hacen
intercesores por razón del Intercesor interno. Los llama a la vida real, a
la misma clase de vida, aunque en menor medida, que el mismo
Salvador vivió en la tierra.”

“Pero antes de que Él pueda guiar a una vasija escogida a tal


vida intercesora, primeramente tiene que tratar hasta lo profundo con
todo lo natural. El amor al dinero, las ambiciones personales, las
aficiones naturales por los padres y parientes, los apetitos del cuerpo, el
amor a la vida misma, sí, todo lo que practica el hombre egoísta para su
propia mezquindad; para su propia comodidad o ventaja, su promoción
o aun para sus amigos: todo tiene que crucificarse. Y esto no es una
muerte teórica, sino una real con Cristo; tal que sólo el Espíritu Santo
puede restablecer en la experiencia de Su siervo. Como una crisis y
como un proceso, el testimonio de Pablo tiene que hacerse nuestro
testimonio también: ‘Estoy juntamente crucificado, y todavía estoy, con
Cristo.’ [El verbo ‘crucificado’ en el griego es de ‘presente continuo’; que
quiere decir que la acción sigue ocurriendo.] El YO tiene que ser librado
de sí mismo para que se desempeñe como el agente del Espíritu Santo.”

“La intercesión comienza al marchar a la crucifixión. Por las


cargas internas y externas, y las llamadas a la obediencia, el Espíritu
empieza a vivir Su propia vida de amor y sacrificio por un mundo
perdido; por medio de Su canal, el cual ha sido limpiado. Esto lo vemos
en la vida de Rees Howells. Lo vemos a su más alto nivel en las
Escrituras...”

Pero, la intercesión es más que el Espíritu compartiendo sus


gemidos con nosotros. Es el Espíritu ganando sus propósitos en la
abundante gracia. Si el intercesor conoce la identificación y la agonía,
también conoce la autoridad. Es la ley del grano de trigo y la cosecha;
‘si muere, lleva mucho fruto’. (Jn. 15:8)”

La biografía de Rees cita muchas historias reales donde el


intercesor comparte con el lector sus experiencias y crecimiento en este
glorioso ministerio. Nuestro espacio en este libro está limitado, pero
alguien puede encontrar provecho para su alma leyendo esa biografía.

Otros Predicadores Galeses

Hace unos años se publicó una historia en la revista galés Y


Drysorfa respecto a otros predicadores galeses, quienes conocieron el
camino al ‘abrigo del Altísimo’ (Sa. 91:1). A continuación se cita de eso:

“Mira al candoroso Roberto Roberts de Clynnog, rodándose


sobre el piso del granero, llorando y orando. ¿Por qué está
agonizando? Está a punto de salir a uno de sus viajes de predicación.
Queriendo convertir al mundo y edificar a los santos, se preocupa que
el Espíritu Santo tal vez no le acompañe. Su cuarto de estudio está
bien suplido con exposiciones bíblicas y de otros libros. Pero estos no
bastan, según lo que él estima, sin el Espíritu de Dios.”

“Vaya a la Asociación de Llanerch-y-medd para ver el efecto de


esa agonía en el granero. Ese hombre joroba está de pie frente a la
posada ‘Bull’, como un ángel de Dios. Y recibiendo derramamientos de
la influencia divina, él levanta los ojos y las manos al cielo, diciendo: —
¡Basta, Señor, quita tu mano; no puedo aguantar más [bendiciones]!”

“Fíjate en el señor Williams de Lledrod, uno erudito lingüista, se


arrodillaba al lado de las negras vallas. Allí hallaba él lo esencial de sus
sermones. De igual modo, Morgan Howells desaparecía de la vista de
su familia cada sábado por la noche. El domingo por la mañana la
despierta temprano a la familia, y luego llama a alguien para que le
traiga su caballo. Morgan está listo para ir a predicar por su Maestro,
porque confía que Él le acompañará.”

“Otro predicador, Guillermo Roberts de Amlwch, a veces


estando bajo una nube de lobreguez y depresión, luchó con Dios al
igual que Jacob antes de pronunciar los sermones, por medio de los
cuales fueron derrotadas las huestes diabólicas como un feroz viento.
Y, el señor Rees, quien será siempre recordado con amor y reverencia, y
cuyo ministerio abrió y examinó lo profundo de mi corazón una y otra
vez. ¿Qué hacía él, arrodillado otra vez? Cuando recibía un mensaje de
parte de Dios para los pecadores, se ponía a orar para que Él se lo
pronunciara a ellos, mientras él mismo se quedaba sujeto a la poderosa
mano de Dios.
Capítulo 9

Predicadores Americanos
Durante los primeros años de historia de los europeos en
Norteamérica, existieron varios hombres que se destacaron por su
manera de orar. A Jonatán Edwards, a causa de sus escritos y sus
experiencias en el avivamiento, se le conoce más que a los otros. El
secreto de su gran éxito se encuentra en cómo él invirtió mucho tiempo
a solas con Dios, actuando como alguien que Le conocía íntimamente.
Su esposa, después de vivir veinte años en el legalismo, al fin entró
en una profunda y rica experiencia de gracia, terminando así el
intermitente flujo de gracia de su vida anterior. Entonces, ella también
llegó a ser una estudiante a los pies de Cristo, y los campos en rededor
de su hogar llegaron a ser sitios donde compartía una profunda
comunión con su Salvador.

Al principio de su vida cristiana, Jonatan adoptó para sí mismo


la siguiente resolución: “Resolví ejercitarme mucho durante toda mi
vida en lo siguiente: declarar todos mis caminos a Dios y abrir mi alma
al Él, con la transparencia más posible… Todas las tentaciones,
dificultades, tristezas, temores, esperanzas, deseos; en todo y cada
circunstancia.”

“Hizo un secreto sus devocionales personales,” indicó uno de


sus biógrafos, el Dr. Hopkins, “y por esta razón no se puede conocerlas
en particular. Pero se aclara que él era puntual, constante, y a
menudo en la oración privada y que una parte de sus ejercicios
religiosos fue dedicada a las consagradas y serias meditaciones sobre
temas espirituales y eternos.”

“Se sabe por su diario personal que él oraba con


regularidad tres veces al día. Así lo hizo desde su juventud, sin
importar si estaba viajando o se encontraba en su casa. De lo que
sabemos acerca de él, se aclara que invirtió mucho tiempo arrodillado,
orando, y en leer con devoción la Palabra de Dios, meditándola. Tales
constantes y solemnes comuniones con Dios, en los ejercicios de la
religión interior, hicieron brillar su cara ante los demás.”

Durante tres días, antes de predicar su famoso sermón:


“Pecadores En Las Manos De Un Dios Airado”, Jonatan no cerró sus
ojos en sueño, orando una y otra vez, “Dios, ¡dame a la Nueva
Inglaterra!”

Jonatán nos pinta, de su propia experiencia, un fiel dibujo


acerca del caminar con Dios. Dijo él: “Yo tenía vehementes deseos de
conocer a Dios y a Cristo, y de adquirir más de la santidad; de los
cuales parecía ser que estaba tan lleno, que mi corazón estaba al punto
de romperse. Lo mismo llevó a mi mente las palabras del salmista:
“Quebrantada está mi alma de desear…” (Sa. 119:20) Sentía muchas
veces un anhelo y lamento en mi corazón, sintiendo que me debía haber
rendido a Dios más temprano en mi vida, para que tuviese más tiempo
para crecer en gracia.”

“Mi mente estuvo fija en asuntos divinos, año tras año, a


menudo andando solo en el bosque o en lugares apartados para
meditar, hablar en voz alta a mi mismo, orar y conversar con Dios; y
como costumbre, siempre entonaba mis contemplaciones. De igual
modo, constantemente oraba espontáneamente, sin importar dónde
estuviera. La oración me parecía tan natural, tal como si respirara
fuego mi hombre interior.”

“Los deleites que ahora sentía fueron de una clase


completamente diferente de los que gozaba anteriormente; los cuales no
pude entender antes, igual que un ciego de nacimiento no puede
comprender de los colores la variedad y hermosura. Esos deleites
posteriores tuvieron una naturaleza más interna, pura, animante y
refrescante. Mis anteriores placeres nunca alcanzaron mi corazón, ni
rebosaron al ver la divina excelencia de las cosas de Dios, ni tampoco la
vivificante y provechosa bondad que existe en las mismas.”

Oh Dios, Tú eres mucho más de lo que los hombres han soñado y


enseñado,

Indecible en todos los lenguajes, inimaginable en todos los


pensamientos.

Tú, Dios, eres Dios: el hombre que tiene un corazón ardiente en sí


mismo,

Entiende cuán grande es tu Nombre, solamente porque camina a tu


lado.

-Gerardo Tersteegan

Los Tennent

Jonatán Edwards era muy amigo de los Tennent, otra familia de


predicadores muy piadosa, que influenciaron sorprendentemente la
manera de vida norteamericana durante los primeros años de su
historia. Arturo Belden, biógrafo de Jorge Whitefield, dijo acerca de los
Tennent: “El padre de esta familia fundó una escuela cerca de la ciudad
de Neshaminy. Este ‘Colegio de Troncos’, pues se llamaba así, [Quizás
tal nombre provino de su ubicación en el campo, o del hecho que el
edificio fue hecho de troncos de árboles, un tipo de construcción muy
común en aquellos días.] es la actual Universidad Princeton, y la misma
llegó a ser “madre de cada universidad y seminario teológico
presbiteriano en Norteamérica.” Así, el padre fundó una universidad,
pero el hijo, Gilberto, fue ministro de Brunswick e imitó el sencillo modo
de vestir de Juan el bautista. El mismo fue un magnífico, pero sombrío,
orador y apóstol de la “nueva” fe predicada por Whitefield. Se unió al
espíritu entusiasta del avivamiento iniciado por éste, y le acompañó en
un viaje desde Filadelfia hasta Nueva York.”

La relación entre Whitefield y Gilberto Tennent fue similar a la


de David y Jonatán. Pero en cuanto a la predicación celosa y ungida,
Whitefield sentía que él mismo era un bebé en Cristo, comparándose
con Gilberto, quien tenía una profunda comprensión respecto a la
capacidad que tiene el evangelio de salvar a los hombres y mujeres en
pecado. Escuchando predicar a Gilberto, Whitefield, quien era asaz
orador, dijo que ése era un “hijo de tronos, quien convertiría a los
hipócritas, o los enfurecería. Nunca antes escuché otro sermón tan
escudriñador. Lo profundizó, y no lo recubrió con lodo suelto (Ez.
13:10). Me convencía más y más, que no podemos predicar el evangelio
más eficazmente que el nivel de poder que hemos realmente
experimentado en nuestros propios corazones. Vi que bebé y novicio era
yo en cuanto a las cosas de Dios.”

Uno de los Tennent, estando en su devocional privado, fue tan


lleno de la revelación del mismo Dios, la cual se reveló a su alma,
aumentándose de intensidad mientras oraba, que por fin rescindió de
tremendo e insoportable gozo como un dolor inaguantable, rogando a
Dios que le detuviera de más manifestaciones de Su gloria. Le Dijo a
Dios: —¿Puede tu siervo verte y seguir vivo?

A.B. Earle

El evangelista bautista A.B. Earle explica cómo una noche de


oración revolucionó su vida espiritual y su ministerio: “Fui a mi casa y
me encerré en mi cuarto, resolviendo estar toda la noche en oración, si
se necesitase. Oh, ¡la lucha de esa noche! Hora tras hora luchaba yo
con Dios. Mi corazón se había enfriado, y yo no lo comprendía.”

“¡Entonces entendí por qué las iglesias no tenían la eficacia en


el obrar! Una y otra vez me rendí nuevamente al Señor, determinando
no soltar al ángel hasta que mi corazón se llenase y se calentase con el
amor de Jesús.” (Ge. 32:1-28)

“¡Muy de mañana alcancé la victoria! El hielo se rompió y se


derritió; el calor y el ardor del primer amor llenó mi corazón; cambiaron
y se profundizaron mis sentimientos; y el gozo de mi salvación se
restauró.”
“Esa mañana salí de la casa, agarré la mano de muchos
inconversos, y les dije lo mismo que antes; pero ahora fueron tocados
hasta que llegaron a las lágrimas, por su pecado y peligro.”

Luego nos informa cómo un tiempo de oración, reunido con


otras personas, hizo venir el Reino.

“Un evangelista recién había terminado una campaña de cuatro


semanas, diciendo: ‘El avivamiento ha parado. No podemos aumentarlo
ni un poco más.’ Pasé al pueblo y me quedé unos días para descansar,
y, allí me pidieron que yo predicase. Al enterarme de la situación,
entendí que la red estaba llena de peces, pero no había fuerza para
jalarla a la ribera. Dije entonces: —Ahí está un cuarto, vamos a entrar
y orar durante toda la noche, si Jesús no nos da una respuesta antes.
Una cosa es segura; cuando Dios tiene algo que puede usar, Él
responde. —Uno tras otro derramamos nuestras almas hasta las dos y
media de la mañana.”

“A esa hora nos pareció que Jesús entró en medio de nosotros,


diciendo: —Mis hijos, ya tengo suficiente súplica para usar, pueden
acostarse y dormir. —Entonces, fui a mi casa y dormí profundamente.”

“Esa noche Dios mandó como un relámpago la convicción al


corazón de cierto juez. Él era un osado pecador y en la ciudad muchos
otros pecadores se amparaban en él. Sin embargo, ese juez se convirtió
un poco después de aquella oración. Otro prominente pecador de la
misma ciudad, al escuchar que ese juez se había convertido, vino y nos
maldijo, diciendo: —El juez se ha convertido a sí mismo en un necio.

—Déjale maldecir, —respondí yo—, pronto ese hombre también


orará.

Con todo, el Espíritu quitó las bases de muchos pecadores, e


iba tocándoles con convicción, como un tornado.”

“Tres o cuatro días después, parecía que las oraciones que


fueron ofrecidas se acabaron. Entonces, al sentir esto, cincuenta de
nosotros entramos al mismo cuarto y oramos hasta pasar la
medianoche; hora a la cual Cristo nos indicó que descansásemos.
Luego, otra noche, trescientos de nosotros oramos otra vez, para llenar
las “copas de oro” (Ap. 5:8). Y, como respuesta, vino el avivamiento
como un tornado, convirtiéndose en la misma ciudad 150 hombres que
estaban bien endurecidos.”

J.A. Bryan de Birmingham

La vida de oración del predicador presbiteriano J.A. Bryan


afectó poderosamente a toda una ciudad norteamericana, historia que
es resumida a continuación. La misma fue escrita por Harry Denham,
Secretario del Evangelismo de la Iglesia Metodista, quien conoció
personalmente a este hombre extraordinario.

“En Birmingham, Alabama, donde nací y viví durante 45 años,


el más famoso hombre no era el alcalde, ni el editor del gran diario de
aquella ciudad, ni el presidente del gran banco de la ciudad, ni el
presidente de la empresa Tennessee Coal, Iron, and Railroad Company
(Empresa de Carbón, Hierro y Ferrocarril de Tennessee), que tenía
30,000 empleados. El hombre más conocido fue el humilde predicador
presbiteriano llamado J.A. Bryan. Todos en Birmingham simplemente
le llamaron “Hermano Bryan”.”

Siendo todavía joven, vino a Birmingham, la cual era una nueva


ciudad en ese entonces. No vino para minar carbono u otros minerales,
ni para hacer cualquier trabajo físico. Vino, como ha explicado muy
bien Guillermo Stidger, egresado de la Universidad de Teología de
Boston, para ser “un necio para Cristo”. Esto es, de veras, la mejor
forma describirlo. Otros se han hecho necios para el oro, el placer, el
prestigio, la educación o la política. Pero, el hermano Bryan para Cristo
era un necio.”

“Fue conocido como un hombre de oración. Cuando falleció, los


ciudadanos de Birmingham erigieron un monumento en memoria de él.
El monumento fue una piedra labrada con la forma de hermano Bryan,
arrodillado, orando. Tal como él era, la gente de esa gran ciudad
industrializada quería recordarlo.”

“A la medianoche se podía encontrar al hermano Bryan en la


parada de los carros eléctricos, orando con los trabajadores y
conductores, cuando ellos arribaban a la parada, durante la noche. De
igual modo, oró con los trabajadores del tren en la mañana, antes que
empezara la jornada.”

“Hermano Bryan consoló a más personas en sus tristezas que


cualquier otro ministro de nuestra ciudad. Fue conocido por todos; sin
importar su prestigio, creencia, raza o finanzas.”

“Un día, él y yo estábamos en la esquina de la Segunda Avenida


y 20 Calle, que es el punto de más tránsito de Birmingham. Allí
hermano Bryan oró con hombres y mujeres desamparados y
necesitados. En cierta ocasión, le vi sacar su sombrero negro que
llevaba, y usarlo para atraer la atención del chofer de un automóvil de
lujo. El automóvil se paró, al igual como lo hacían todos para el
hermano Bryan. Unas mujeres de la alta sociedad estaban en el asiento
de pasajeros, a las cuales preguntó el hermano Bryan: —¿Puedo orar
con ustedes? —Y como todos hacían para el hermano Bryan, le dieron
su consentimiento. Oró un ratito con ellas, se despidió y mandó al
chofer que siguiese adelante.”
“Condujo muchos servicios funerales. A veces, solo él asistía
esos servicios, a razón de que el difunto era un hombre pobre o poco
conocido.”

“El Hermano Bryan siempre anunciaba el evangelio en tales


servicios. Dijo que quizás iba a ser la única oportunidad que tuvieran
algunos para escuchar un sermón. En los mismos, siempre pidió al
ministro ayudante compartir una oración. Una cierta vez, un ministro
joven oró largo tiempo durante el servicio. Oraba y oraba y oraba, y por
fin terminó. El Hermano Bryan le aconsejó, diciendo: —Hermano, si
oraras en otras ocasiones, no estarías tan atrasado en tu orar.”

“A veces, el hermano Bryan llamó a otros por teléfono,


pidiéndoles que orase con él por teléfono. Siempre estaban agradecidos
por esa oportunidad. El Hermano Bryan oraba rápidamente, se
despedía y llamaba a otra persona. Podría contarles tantas historias
similares acerca de él.”

“Un día su cansado corazón se paró. Su cuerpo fue llevado al


cementerio, no por un coche fúnebre, sino que por la ambulancia de los
bomberos de la ciudad, porque se consideraba el capellán de la ciudad.
A lado de las calles desde su iglesia hasta el cementerio, tal distancia,
siendo de cuatro kilómetros, había miles de personas, llorando sin
timidez, durante su procesión fúnebre. Así el Hombre de Oración de
Birmingham fue enterrado en el hermoso Parque Elmwood. Oró
durante todos sus días que estuvo en la carne, y estoy seguro que sigue
orando, viviendo en espíritu.”

(Este resumen se usa con autorización, tal como fue publicado en


Wesleyan Methodist.)

Asa Mahan

Asa Mahan, presidente de la Universidad de Oberlin durante


quince años, experimentó una magnífica manifestación del poder de
Dios, como respuesta a una oración inspirada por el Espíritu Santo.
“Tuve una cita,” dijo él, “durante una desagradable canícula, para
predicar una mañana de domingo, en una de las iglesias de la ciudad
donde vivíamos en ese entonces. Al subir al carruaje esa mañana, le
dije a mi esposa: —No hay ninguna probabilidad que llueva hoy. Por
eso no llevaremos el impermeable que usamos para la lluvia. —Y, así
nos fuimos.”

“Al arrodillarme ante aquella congregación esa mañana, no


tenía ninguna expectación que lloviese. Sin embargo, al empezar a orar
referente a la sequía, un poder me sobrevino, el cual convirtió esa
oración en una maravilla para mí y para la congregación. El diario de la
ciudad anunció al siguiente día: “Un predicador, en una de nuestras
iglesias, oró fervientemente ayer que lloviese, y la congregación se mojó
con la lluvia, al volver a sus casas después de la reunión.”

“Nunca puedo decir cuando ‘el espíritu de gracia y de súplica’


(Za. 12:19) se derramará sobre mí, de la misma forma que ocurrió ese
día. Tampoco, no pienso que tengo que tener tal experiencia cada vez
que oro. Solamente dejo abierto mi corazón, permitiendo al Espíritu
entrar cuando Él elija. Pero puedo dar testimonio, que en cada ocasión
que el Espíritu intercedía de ese modo en mí, siempre obtenía lo que
pedía. También testifico que ni el orador ni el oidor pueden negar la
peculiaridad de tal oración, si uno ora bajo el inspirador poder del
Espíritu.”

“Con todo, durante muchos años, sus estudiantes se


acostumbraron a decir en los tiempos de sequía: —¿Notaron la oración
del presidente? ¡Ya va a llover! —Y nunca se desilusionaron.”

A.B. Simpson

A.B. Simpson fue fundador de la Iglesia Alianza Cristiana y


Misionera, y literalmente oró por cientos de misioneros que fueron a las
tierras espiritualmente yermas, para que los mismos sembrasen y
cosechasen para el Señor allí.

“Un huésped de la casa del señor Simpson se levantó temprano


una mañana para pasear. Pasando enfrente de la abierta puerta de su
anfitrión, vio al señor Simpson sentado a su escritorio. Notó que el
mismo hubo terminado de leer la Biblia y estaba orando. Pero, en lugar
de arrodillarse o inclinar la cabeza y cerrar los ojos, alargó su mano y
agarró una esfera. Dándole vueltas lentamente, oró en voz alta por
todas las multitudes de perdidos de los varios países que pasaba bajo
sus manos.

“De repente, sin saber que su huésped le miraba, el señor


Simpson abrazó el globo. Se postró sobre ella, de tal manera que sus
lágrimas caían encima de la misma, se dividían y corrían por todos
lados— ¡hasta que todo la esfera estaba mojado con sus lágrimas
compasivas!”

“Los misioneros que él entrenó y mandó sembraron la semilla


de la Palabra de Dios en todo el mundo; y ahora ese viejo líder de
misioneros trataba de ‘regar’ esa semilla con lágrimas compasivas. Dios
todavía busca intercesores que oren con el mismo espíritu.” —El autor
de estas palabras es desconocido.

“Nuestra obra más noble es la oración,” dijo el señor Simpson.


“La verdadera oración ‘en el Espíritu Santo’ es tan rara como eficaz. La
misma nos trae gran sufrimiento en la carne, y nos lleva al
compañerismo con el Señor, compartiendo todas sus cargas, las que
siempre está llevando por Su gente ante el trono del Padre. Tal oración
es una real fuerza. Oh, ¡Qué seamos los tubos de oro (Za. 4:12) que
llevan el aceite desde los árboles vivientes hasta las lámparas de Dios!
Oh, ¡que los que llevan el incienso siempre presenten a Dios “las copas
de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos”! (Ap. 5:8)
En estos solemnes tiempos, esperamos que Dios nos ponga cargas
inusuales de intercesión. Ojalá que Él nos encuentre responsivos y
comprensivos en cuanto a Su voluntad.”

“La intercesión,” dice otro acerca del señor Simpson, “fue el


secreto de su ministerio público. Nadie lo entendió en esto más que él
mismo, porque escribió en The King’s Business (El negocio del Rey): ‘He
notado que los que hacen reclamos y tienen una viva esperanza de
ganar almas son los mismos que las reciben; y para mí, nunca trato de
predicarles a los perdidos, sin primero haber clamado a Dios por un
verdadero nacimiento de almas, y, después, haber recibido una
confianza de que vendrá Su vivificante y creadora vida para realizar lo
mismo. Si no hago esto, usualmente estoy desilusionado con los
resultados de cualquier culto que conduzco.’”

Un Predicador de Tennessee

“Existía un notable predicador en el estado de Tennessee, quien


vivió solamente tres años después de haber iniciado a predicar. El
mismo fue posiblemente el hombre más magnífico de su época, que los
Estados del Oeste produjeran. Cientos y miles se convirtieron a causa
de su ministerio.”

“Un día, su hermano le dijo: —Sterling, ¿Cómo es que tú tienes


tanto más éxito en la prédica que otros? Predicamos las mismas
doctrinas. Las entendemos tanto como tú. Tenemos celo. ¿Cómo es,
pues, que tú tienes éxito, y yo no?”

“Con humildad y con un poca de vacilación, replicó: —Hermano,


el secreto es éste: antes de subir al púlpito acudo a Dios en oración, y si
siento seguridad que Dios me ayudará, siempre tengo éxito. Pero si no
la tengo, soy igual a los demás.”

“Les digo, hermanos predicadores, si tuviéramos más oración en


nuestro aposento, antes de preparar el sermón, más almas se
convertirían a causa de nuestros ministerios.” —Juan B. M’Ferrin

Pedro Jackson

Un estudio de los grandes avivamientos del pasado revela que


los comienzos de los mismos se fundamentaban en la oración, la
obediencia y la labor.
Pedro Jackson, quien vivió hace 200 años, fue un predicador
que edificó para sí una chocita en el bosque de Pennsylvania, cerca de
su casa. Tuvo por costumbre ir allí, cuando tenía algunos momentos
sin otro quehacer. Sus oraciones por el avivamiento de su comunidad
crecían, hasta que le llamaron, ‘el anciano orador’.”

“Algunas noches estuvo arrodillado toda la noche, orando por


avivamiento, sin importar el costo de éste. Mantuvo tal vela ante al
trono de Dios durante meses. Luego, vino el avivamiento. Empezando
en su propia iglesia, de allí se pasó a su ciudad, y luego a todo el
Estado. De hecho, algunas iglesias lo recuerdan como el avivamiento
del año 1800. Las oraciones de un solo hombre lo encendieron, porque
ese hombre pagó el costo necesario para empezarlo, orando. —Fletcher
Clark Spruce

G.D. Watson

Nosotros, los dos autores de este libro, tenemos una gran deuda
a los escritos de G.D. Watson. En nuestra juventud habíamos recibido
un vivificante derramamiento del Espíritu Santo, habiendo recibido muy
detalladas instrucciones referentes a cómo recibirle. Pero, en cuanto a
cómo retenerle o en cuanto a las pruebas y luchas venideras, no
recibimos nada. Por esto, encontrando una y otra cruz en el camino,
estábamos muy turbados, queriendo entender el porqué de las mismas.
Luego, alguien nos introdujo en los escritos de G.D. Watson, y, ¡oh!,
¡qué iluminación nos dieron tocante a las muchas crucifixiones
interiores que se encuentran en el caminar con Dios! El señor Watson
escribió para los santos, entendiendo las pruebas peculiares que ellos
tienen que pasar para que se conformen como imagen de Cristo.

A continuación se dan varias experiencias del señor Watson,


para que comprendas cómo el orar en el Espíritu difiere del orar sin
interés, que a menudo nos lleva a la justicia propia y al fariseísmo. El
Espíritu nos fue dado para ayudarnos en nuestras debilidades, porque
nadie de nosotros sabe cómo orar tal como debemos; pero Él está de
nuestro lado para iniciar la carga en nosotros, y, luego nos sostiene
mientras la llevamos al deleite.

Para ayudarte a tener más grandes expectaciones de Dios sobre


el orar en el Espíritu Santo, te compartimos las siguientes experiencias.

El jale divino

“Muchas veces, mientras viajaba en un tren a cuarenta o


cincuenta kilómetros por hora, he sentido un repentino jale, a razón de
que el conductor ha puesto más vapor [El autor habla de los trenes de
vapor, pues vivía hace un siglo.] para aumentar la velocidad hasta
sesenta kilómetros por hora. Para el viajero experimentado que tiene
buen sentido de moción, cada movimiento del tren fácilmente lo siente.
Yo puedo sentir cuando cambia de dirección el tren, aun fuera un
poquito no más, o, cuando ha tocado los frenos un poquito o
aumentado la velocidad, aun fuera mínimo; todo lo percibo.”

“Tal sensitividad a los movimientos de un tren pueden aplicarse


en la vida espiritual. Si mantenemos una calidad de mente humilde y
crucificada, y una comunión ininterrumpida con el Espíritu Santo, las
sensibilidades internas del alma serán tan finas tal como las del
cuerpo. Podemos así detectar la reducción de la velocidad, o una
desviadita a la izquierda o la derecha. Alabado sea Dios, ¡podemos
sentir cuando el Conductor celestial ha puesto más vapor!”

“Muchas veces, esto se siente mientras oramos, cuando todas la


facultades del alma están abiertas, esperando ser guiado a dónde
quiera el Espíritu. En estos momentos, sentimos un jale del Espíritu:
un repentino anhelo del alma para Dios, para conocerlo mejor; una
profunda y dulce pasión para Cristo aferra las fuentes de deseo en
nosotros; una ansia intensa de ser exactamente cómo es Jesús invade
toda la mente. En tales momentos, nos sentimos magnetizados.
Estamos concientes de que un imán poderosísimo está atrayendo
nuestros deseos, ahíncos, determinaciones e imaginaciones al fulgor y
la dulzura de Dios.”

“Los mismos momentos valen más de lo que podemos


conjeturar. Debemos aprovechar de todo lo que nos pueden ofrecer.
Cuando el Espíritu nos da tales suaves jales hacia él, nos corresponde
abrir nuestro corazón al máximo: permite las lágrimas caerse; si es
necesario permite, sin ponerles importancia, que muchas horas pasen,
aunque lo mismo ocurra a la medianoche. Permite que la naturaleza
divina muestre sus magníficos y dulces esplendores a tu mente. De
igual modo, debemos forzarnos a entrar al mismo seno de Jesús. Hay
que entender sus insinuaciones; él está llamándonos al amor profundo
y apasionado. En tales momentos, debemos compartirle nuestros
anhelos por la salvación de las almas, las peticiones por nuestros
parientes, amigos y enemigos, nuestros deseos de avivamiento y la
necesidad de las misiones. Mientras esos vientos espirituales soplan
sobre nosotros, debemos alargar cada vela y poner aceite al casco de
nuestros barcos para poder adelantarnos a toda velocidad posible.
Muchas oraciones se quedan sin frutos, porque en el momento que el
Espíritu está alistándose para tocar las fibras del corazón, se dice el
‘amén’.”

“Durante los últimos meses, más que nunca en mi vida, he


estado aprendiendo a detectar los suaves movimientos del Espíritu
Santo en mi alma, durante la oración. A veces, empiezo a orar con
percepciones cansados y torpes, mis pensamientos parecen estar secos
y mis aficiones frías. Tal sequedad queda conmigo, usualmente, unos
diez o veinte minutos. Pero al fijar mis pensamientos en Dios,
pidiéndole respirar en mí la mejor oración que le agradaría, y, luego
esperando y rogando los meritos de mi Hermano mayor, viene, a su
tiempo, el fulgor. Mi corazón se conmueve. Las lágrimas de amor y
agradecimiento empiezan a fluir. Luego, toda dificultad, todas las
tristezas, todos los problemas, todas las cargas, todo sentimiento de
soledad y toda ansia de cada forma y grado desaparecen bajo el
horizonte.”

“Creo que vale mucho la pena el vigilar los movimientos del


Espíritu… ¡Oh!, ¡qué podamos ser tan íntimos con el Espíritu Santo,
que sólo se necesite una suave insinuación, un pequeño jale, para
causarnos el rendirnos amorosamente a sus deseos! ¡Cuál infinito
complemento nos es dado: que nuestro Padre celestial estuviera
dispuesto a indicarnos a nosotros sus pensamientos y deseos, por
medio del Espíritu Santo! Si respondemos a sus suaves jales en la
oración, podremos detectar cualquier aviso o premonición de peligro, o
de alguna bendición envuelta en una oportunidad tal, que Él nos
manda.” —Tomado del libro Soul Food (Alimentación para el alma)

El orar por un enemigo

“Me convenzo que tenemos un punto de vista equivocado en


cuanto al mandamiento de orar por nuestros enemigos. Orar por
nuestros enemigos quiere decir mucho más que el mero repetir las
palabras, “Dios, bendice a nuestros adversarios.” Quiere decir que de
buena voluntad los debemos llevar en nuestros corazones,
intercediendo por ellos, en particular, amorosamente y con
perseverancia. O sea, orar por ellos con un corazón de caridad, hasta
que podamos desear que el más alto nivel de bendición caiga sobre
ellos.”

“Durante toda mi vida, he sido bendecido por tener siempre


algunos enemigos; y, a veces, he tenido un gran número de los mismos,
de los cuales algunos eran muy agraviosos. Con todo, he notado,
repasando mi vida, que tenía menos enemigos y más admiración
durante los tiempos en que, espiritualmente, yo estaba bajado y lejos de
Dios. Al contrario, cuando estaba en la más íntima comunión con
Cristo, a la vez fui más malentendido por la gente religiosa y odiado
intensamente por gente mala. Recuerdo muchas ocasiones cuando tuve
que orar por mis genuinos enemigos; y por personas cristianas que me
habían injuriado, aunque éstas realmente no se daban cuenta de lo que
estaban haciendo, pues no querían ser enemigos míos.”

“Un cierto acontecimiento ocurrió durante los primeros días del


verano del año 1895. Un enemigo muy amargado había hecho muchas
cosas para dañarme, a mí y a mi familia. En varias ocasiones había
orado por él durante mis devocionales privados, pero un día sentí de
apartarme solo al bosque, para invertir unas horas rogando a Dios por
él y su familia. Al inicio de la oración, intenté ejercer una gran caridad
hacia ese hombre, para reemplazarme por él, y así poder ver mi propio
egoísmo desde su punto de vista. Pero el Espíritu pronto me indicó que
esto no era el camino divino, sino el camino humano. Entonces,
entendí que lo que necesitaba era amar a ese enemigo, con el mismo
amor que Jesús tenía para él; tener compasión, mostrar simpatía y
compartir los sentimientos que Dios tenía hacia él, lo más que pudiese.
Yo debía ser un canal vivo, en tal unión con el Espíritu Santo, que
Jesús pudiese amarle a él a través de mí, derramándole su amor divino
por medio de mis simpatías.”

“Me fue revelado que para poder amarle como Cristo le amaba,
yo tendría que ceder mi ser al Espíritu Santo, para que yo fuese hecho
un canal de la imparcial, desinteresada, tierna, infinita y sacrificada
misericordia de Dios. Al entender esto, lo hice; y, antes de haber orado
una hora, las fuentes de mi alma manaron y mis lágrimas fluyeron
como lluvia. Sentí un amor cálido y suave hacia mi enemigo. Todo su
bienestar —cuerpo, alma, familia y sus intereses temporales y eternos—
me llegó a ser muy estimado.”

“Mientras yo continuaba rogando detalladamente a Dios por la


salvación de su alma y por todo su bienestar, de repente el Espíritu
llevó mi mente al pensamiento de qué hermoso cristiano sería ese
hombre, si se lavara en la sangre de Jesús y se llenara del Espíritu
Santo. En mi mente, vi su alma y todos sus dones y habilidades —
ahora tan pervertidos por el pecado— ¡Cuán hermosos serían,
transformados por la gracia divina! Contemplando esto, lo vi tal como
si hubiera experimentado todas las posibilidades de la gracia salvadora:
¡totalmente transfigurado! Luego, oré que pudiera sentir la tristeza de
Cristo en cualquier trastorno que él encontrase. Desde ese entonces,
siempre ha sido fácil y dulce orar por él, y no puedo pensar en él sin
sentir un especial y tierno amor.”

“Meses después de todo esto, ese hombre sufrió una gran


calamidad, la cual trajo pena y tristeza a mi corazón; no obstante, fui
acusado de haber orado que esa situación le viniera. Nuestros vecinos
y amigos a veces no pueden saber lo que hay en nuestros corazones,
hasta el día final. Realmente es sumamente más necesario amar a
nuestros enemigos que convencerles de la veracidad de lo mismo. Si
Jesús no pudiera convencer a la humanidad de Su amor por ella,
¿somos más capaces de Él, para hacer lo mismo? La realidad de tener
tal amor cristiano fluyendo a través de nosotros es lo que se necesita,
no el éxito de probarlo ante el mundo. He encontrado que el más que
oro por alguien, el más fácil es, para mí, pensar bien acerca del mismo y
mirar su conducta con ojos caritativos.”

“No solamente debemos orar mucho y fervientemente por


nuestros enemigos, sino también por la gente religiosa que nos tratara
fría y severamente. Porque si no mantenemos nuestros corazones
cálidos, puros y muy tiernos hacia todo el mundo, vamos a perder el
dulce sentimiento de unidad con Jesús, el cual vale más que todas las
amistades de las criaturas. No es mi llamado forzar a otros a amarme,
sino que mi encargo es mantener la unión perfecta con el Espíritu
Santo y amar a todos con el amor de Dios, sin importar que ellos me
amen o tengan confianza en mí.” —Tomado del libro Soul Food
(Alimentación para el alma)

Una maravillosa respuesta a la oración

“Durante el año de 1895, el Señor me permitió experimentar


muchas y varias respuestas a mis oraciones. A continuación comparto
solo una de esas.”

“En el mes de enero del año 1895, en el Estado de Florida, casi


todas las plantaciones de naranjas fueron matados. Así, mi propiedad,
con la cual me sostenía, fue arruinada. Por la gracia divina, fui
guardado de hasta aun el pensar en murmurar. Ayuné y oré durante
muchos días, e hice un solemne pacto con Dios: 1. No pediría ayuda de
nadie, sino al Señor. 2. No incrementaría mi deuda. 3. Daría a Dios el
diezmo de todo de lo que me diera Él. Con esto, mi fe fue probada;
pero nunca me faltó nada, y siempre tenía dinero en efectivo. Las
grandes misericordias de Dios conmigo, durante ese año, llenarían un
libro. A continuación comparto una.”

“Pues yo iba a necesitar más dinero en el mes de noviembre, y


sabía que no había manera de conseguirlo, sino a través de la oración,
oré mucho por eso durante los meses de septiembre y octubre,
ayunando también durante varios días. Fui mantenido en la perfecta
paz, pero miraba intensamente a Dios. Durante la semana final de
octubre, recibí una carta de una santa viuda, pobre, quien no me
conocía, y más, vivía a unos dos mil kilómetros de mi hogar, la cual me
contó que se había conmovido por invertir un día de oración por mis
necesidades materiales; y, Dios le había hablado que Él supliría las
mismas. Yo necesitaba cien dólares antes del diez de noviembre, y
otros cien más en diciembre; pero mi poca fe solamente alargaba por el
primer cien.”

“El seis de noviembre, después de cenar e inmediatamente


antes de empezar la reunión semanal de santidad en mi casa, estaba
caminando de aquí hacia allá en mi biblioteca, hablando con el Señor
acerca de mi gran necesidad. De repente, el Espíritu Santo abrió mi
mente fuerte y nuevamente en cuanto a la provisión paterna de Dios
para mí. Mi alma fue conmovida, recibiendo mucho amor y paz. Las
lágrimas de gozo caían sobre mis mejillas. Había algo semejante a una
voz, hablándome a mi corazón: —Para mí, el dinero no es nada. Es
como el envoltorio y no se acaba. Sólo dame tu amor candente y la
obediencia perfecta; yo supliré tus finanzas.”

“Con estas palabras en mi mente, sentí que había recibido la


respuesta. A solo cuatro días necesitaba el dinero, y no confiaba en
nadie de la tierra para suplirlo. El día nueve, recibí una carta de un
santo hombre de negocios, quien vivía a miles de kilómetros de mí, la
cual decía que ese hombre ‘sentía un fuerte impulso para mandarme un
cheque con más de dos cientos dólares.’ Con todo, recibir ese cheque
no me sorprendió, porque mi fe esperaba en Dios para suplir mis
necesidades. Fui al bosque, y me senté sobre un tronco, reflexionando
durante toda una hora sobre el gran y amoroso Dios, y adorando Su
amor sin par y la realidad de Su presencia personal. No sabía dónde
admirarlo más, en el mover del Espíritu Santo sobre la viuda para orar,
o en el querido hermano que mandó el dinero. Y, al ver la exactitud del
tiempo del Señor, mandándomelo justamente al día que lo necesitaba,
inmediatamente di el diezmo de lo recibido.” —Tomado del libro Soul
Food (Alimentación para el alma)

“El carácter de cada hombre proviene de sus oraciones. Será


visto, en el día final, que todo carácter santo es exactamente
conformado a la vida de oración del mismo, individualmente. La
historia de la oración contiene una parte que es tan interna y espiritual
que no podemos analizarla, ni comprender sus varios grados; y se
necesita la inteligencia de un ángel para escribir la historia de las
oraciones de la gente de Dios. Sin duda, todo esto se manifestará al
tiempo, cuando todas las oraciones de los santos se culminen y
terminen.” —Tomado del libro God’s Eagles (Las águilas de Dios)

“Oh, mis amados amigos, no hay nadie de nosotros que pueda vivir sin
orar. Lo sabemos. Pero orar no es ‘decir nuestras oraciones’, ni decir unas
cuantas peticiones cada mañana y tarde; así tratando de forzar nuestra propia
voluntad, aunque fuera con vehemencia y celo, en lugar de aceptar la Suya.
‘Señor, enséñanos orar’ (Lu. 11:1), pedimos; y Su primera respuesta es, ‘Si
permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros’. (Juan 15:7)
Cumpliendo esto, oraremos con éxito. Hay que ser un verdadero cristiano
primero. Hay que entrar en la vida nueva, y, una vez allí, la oración será muy
fácil: será tan fácil orar en la tierra ‘Señor, ten misericordia de mí’ (Ma. 10:47),
que fuera adorar en el cielo, ‘Digno eres tú, Oh Señor…porque nos has
redimido…’ (Ap. 5:9)” —Felipe Brooks

Capítulo 10

Más predicadores americanos

Eduardo Payson
Será maravilloso, una vez que estemos en el cielo, contemplar
las extensas influencias de los hombres y las mujeres de oración,
quienes no contaron como injusto el invertir horas, y aun días,
estudiando la Palabra de Dios y compartiendo la comunión con el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Existía un predicador en la Nueva
Inglaterra: Eduardo Payson, quien claramente manifestó que no le tenía
confianza a la carne, e insistía en quedarse en la Presencia Divina hasta
que se llenase con la magnitud de la santidad y majestad de Dios.
Solamente entonces podría ministrar a otros sin depender de la
sabiduría humana, pero sí en la demostración y poder del Espíritu.

Un día, su hija Elizabet, quien tenía entonces cuatro o cinco


años, entró deprisa al cuarto de él y le vio postrado, comunicándose con
Dios. Se mantenía tan absorto en sus devocionales que esta vez no se
dio cuenta de la entrada de ella. Esta niña tenía solamente nueve años
cuando su papá falleció, pero posteriormente testificó: “Su influencia
había penetrado mi ser hasta lo profundo”. En cuanto al suceso notado
anteriormente, ella notó que el mismo iba influenciándola desde
entonces en adelante. Elizabet, quien se casó y desde entonces fue
llamada Elizabet Prentiss, como autora dio al público el libro, Stepping
Heavenward (Pasando al cielo), y como la esposa de un piadoso
ministro, continuó el modo de orar que había aprendido de su padre,
durante su niñez.

Meditando sobre la vida privada de oración de Eduardo Payson,


se puede decir que debemos mejorar nuestro propio orar. E.N. Kirk nos
revela esto en su libro Lectures oí Revivals (Discursos sobre los
avivamientos), del que a continuación se comparten unas selecciones:

“Su propio punto de vista en cuanto a la oración era, que él no


podía vivir en plena seguridad sin la incesante oración. Esto no quiere
decir que siempre estuviera arrodillado, sino que siempre estaba muy
cerca del propiciatorio, visitando al mismo muy frecuentemente. Tal era
su valoración acerca de las oraciones de los creyentes, que planteaba
formar grupitos de cuatro o seis personas, los cuales debían reunirse
antes del servicio de los días domingos, para pedir que viniese una
bendición sobre el ministro y sus labores del día.”

“Su diario describe su propio orar: ‘Pude orar con agonía por mí
y por otros, intercediendo con gemidos indecibles.’ Eduardo creyó que
nada glorificaba a Dios más que el orar reunidos. Y, puede ser que las
oraciones públicas de él indirectamente influenciaran a otros más de lo
que lo hacían sus prédicas. Sin duda ésas prevalecieron con Dios, y de
igual modo, se hizo patente que afectaron a los hombres
inmensamente. A la oración tenemos que dirigir a los estudiantes de
teología, tal como todavía no se ha hecho. No son las liturgias las que
necesitamos, más bien el espíritu de oración, el cual es obtenido de la
misma manera que Payson lo obtuvo: en la íntima comunión con Dios.”
E.M. Bounds, quien también fue un gran maestro de oración,
dijo lo siguiente referente a Eduardo: “Las rodillas de Payson hicieron
ranuras en el piso de tablas duras que tenía su cuarto, a razón de su
mucho orar.” Uno de sus biógrafos escribió lo que a continuación se
dice acerca de él: “Su constancia en el orar (Ro. 12:12), sin importar sus
circunstancias, es el punto más destacado de su vida, lo cual nos
señala el deber que tenemos todos los que queremos sobresalir de igual
modo. A la respuesta de Dios a sus ardientes y perseverantes oraciones
tenemos que atribuir su distinguido y casi ininterrumpido éxito.”

En su libro The Hidden Life of Prayer (La vida escondida de la


oración), D.M. M’Intyre dice: “El biógrafo de Payson observó que ‘la
oración era el preeminente ejercicio de él’. El mismo biógrafo verificó
que Payson sentía lástima por cualquier cristiano que no conocía
personalmente la fuerza de las palabras ‘gemidos indecibles’ (Ro. 8:26).
Se dijo de él que ‘estudiaba la teología arrodillado’. ¿No es maravilloso
que le fuera permitido señalarles a Cristo a grandes multitudes?

En la siguiente cita, el señor Payson nos avisa de la oposición


que se espera si uno sigue perseverando en tal orar: “La fortuna de la
batalla depende del cumplir a diario los deberes del aposento. Esto lo
comprende bien tu adversario. El sabe que si te puede quitar el tiempo
que tú tienes a solas con Dios en el aposento, te vencerá. Entonces
estarás en la misma situación que lo está un ejército bloqueado y no
puede recibir más pertrechos y refuerzos, y serás obligado o capitular o
rendirte. Por esto, él ocupará todos sus medios para impedirte entrar
en tu aposento.”

“Mantener tu puesto será un arduo trabajo, peleando contra él y


además contra tus propios deseos carnales. En ciertas ocasiones,
cuando tú, queriendo leer u orar, el enemigo tratará de atacarte con
más vehemencia de lo normal. Así intentará persuadirte diciéndote que
el orar cuesta más de lo que vale. O, en otras ocasiones, su táctica será
retirarse un rato, dejándote pensar que todo está tranquilo y no hay
necesidad de acudir al trono de gracia. Si puede engañarte por el
descuido, no te atacará abiertamente, deseando no molestar tal
simulada paz, de la cual él es el autor. Sin embargo, si no puede
seducirte a dormir, te molestará con toda su fuerza.”

“Y, cuando Satanás tiene permitido enfrentarnos así, y parece


ser que el Espíritu Santo ha quitado su ayuda y consuelo, y además,
parece ser que Dios no está escuchando nuestras oraciones, a pesar de
que estamos llorando y gritando; entonces pareciera no ser fácil seguir
constante en los deberes del aposento. De veras, estos momentos
siempre son los más difíciles de llevar a cabo en la oración, cuando en
verdad son los más necesarios.”

El señor Payson describe al hombre que niega la oración en


términos cándidos, diciendo: “El hombre que rehúsa o niega orar, quien
considera a la oración como un quehacer cansador e innecesario, en
vez de valorarla como privilegio, dice más o menos: —No soy
dependiente de Dios. No quiero nada de lo que ofrece; por esto no
acudiré a él ni le pediré ningún favor.HTTP/1.1 200 OK Date: Tue, 22
Mar 2011 14:41:31 GMT Server: Apache Last-Modified: Thu, 24 Feb
2005 03:50:52 GMT ETag: "87cd54-860e-b85cff00" Accept-Ranges:
bytes Content-Length: 34318 Connection: close Content-Type:
text/html

Inicio/Home

Cómo Oraban

Capítulo 10

Más predicadores americanos

Eduardo Payson

Será maravilloso, una vez que estemos en el cielo, contemplar


las extensas influencias de los hombres y las mujeres de oración,
quienes no contaron como injusto el invertir horas, y aun días,
estudiando la Palabra de Dios y compartiendo la comunión con el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Existía un predicador en la Nueva
Inglaterra: Eduardo Payson, quien claramente manifestó que no le tenía
confianza a la carne, e insistía en quedarse en la Presencia Divina hasta
que se llenase con la magnitud de la santidad y majestad de Dios.
Solamente entonces podría ministrar a otros sin depender de la
sabiduría humana, pero sí en la demostración y poder del Espíritu.

Un día, su hija Elizabet, quien tenía entonces cuatro o cinco


años, entró deprisa al cuarto de él y le vio postrado, comunicándose con
Dios. Se mantenía tan absorto en sus devocionales que esta vez no se
dio cuenta de la entrada de ella. Esta niña tenía solamente nueve años
cuando su papá falleció, pero posteriormente testificó: “Su influencia
había penetrado mi ser hasta lo profundo”. En cuanto al suceso notado
anteriormente, ella notó que el mismo iba influenciándola desde
entonces en adelante. Elizabet, quien se casó y desde entonces fue
llamada Elizabet Prentiss, como autora dio al público el libro, Stepping
Heavenward (Pasando al cielo), y como la esposa de un piadoso
ministro, continuó el modo de orar que había aprendido de su padre,
durante su niñez.

Meditando sobre la vida privada de oración de Eduardo Payson,


se puede decir que debemos mejorar nuestro propio orar. E.N. Kirk nos
revela esto en su libro Lectures oí Revivals (Discursos sobre los
avivamientos), del que a continuación se comparten unas selecciones:
“Su propio punto de vista en cuanto a la oración era, que él no
podía vivir en plena seguridad sin la incesante oración. Esto no quiere
decir que siempre estuviera arrodillado, sino que siempre estaba muy
cerca del propiciatorio, visitando al mismo muy frecuentemente. Tal era
su valoración acerca de las oraciones de los creyentes, que planteaba
formar grupitos de cuatro o seis personas, los cuales debían reunirse
antes del servicio de los días domingos, para pedir que viniese una
bendición sobre el ministro y sus labores del día.”

“Su diario describe su propio orar: ‘Pude orar con agonía por mí
y por otros, intercediendo con gemidos indecibles.’ Eduardo creyó que
nada glorificaba a Dios más que el orar reunidos. Y, puede ser que las
oraciones públicas de él indirectamente influenciaran a otros más de lo
que lo hacían sus prédicas. Sin duda ésas prevalecieron con Dios, y de
igual modo, se hizo patente que afectaron a los hombres
inmensamente. A la oración tenemos que dirigir a los estudiantes de
teología, tal como todavía no se ha hecho. No son las liturgias las que
necesitamos, más bien el espíritu de oración, el cual es obtenido de la
misma manera que Payson lo obtuvo: en la íntima comunión con Dios.”

E.M. Bounds, quien también fue un gran maestro de oración,


dijo lo siguiente referente a Eduardo: “Las rodillas de Payson hicieron
ranuras en el piso de tablas duras que tenía su cuarto, a razón de su
mucho orar.” Uno de sus biógrafos escribió lo que a continuación se
dice acerca de él: “Su constancia en el orar (Ro. 12:12), sin importar sus
circunstancias, es el punto más destacado de su vida, lo cual nos
señala el deber que tenemos todos los que queremos sobresalir de igual
modo. A la respuesta de Dios a sus ardientes y perseverantes oraciones
tenemos que atribuir su distinguido y casi ininterrumpido éxito.”

En su libro The Hidden Life of Prayer (La vida escondida de la


oración), D.M. M’Intyre dice: “El biógrafo de Payson observó que ‘la
oración era el preeminente ejercicio de él’. El mismo biógrafo verificó
que Payson sentía lástima por cualquier cristiano que no conocía
personalmente la fuerza de las palabras ‘gemidos indecibles’ (Ro. 8:26).
Se dijo de él que ‘estudiaba la teología arrodillado’. ¿No es maravilloso
que le fuera permitido señalarles a Cristo a grandes multitudes?

En la siguiente cita, el señor Payson nos avisa de la oposición


que se espera si uno sigue perseverando en tal orar: “La fortuna de la
batalla depende del cumplir a diario los deberes del aposento. Esto lo
comprende bien tu adversario. El sabe que si te puede quitar el tiempo
que tú tienes a solas con Dios en el aposento, te vencerá. Entonces
estarás en la misma situación que lo está un ejército bloqueado y no
puede recibir más pertrechos y refuerzos, y serás obligado o capitular o
rendirte. Por esto, él ocupará todos sus medios para impedirte entrar
en tu aposento.”
“Mantener tu puesto será un arduo trabajo, peleando contra él y
además contra tus propios deseos carnales. En ciertas ocasiones,
cuando tú, queriendo leer u orar, el enemigo tratará de atacarte con
más vehemencia de lo normal. Así intentará persuadirte diciéndote que
el orar cuesta más de lo que vale. O, en otras ocasiones, su táctica será
retirarse un rato, dejándote pensar que todo está tranquilo y no hay
necesidad de acudir al trono de gracia. Si puede engañarte por el
descuido, no te atacará abiertamente, deseando no molestar tal
simulada paz, de la cual él es el autor. Sin embargo, si no puede
seducirte a dormir, te molestará con toda su fuerza.”

“Y, cuando Satanás tiene permitido enfrentarnos así, y parece


ser que el Espíritu Santo ha quitado su ayuda y consuelo, y además,
parece ser que Dios no está escuchando nuestras oraciones, a pesar de
que estamos llorando y gritando; entonces pareciera no ser fácil seguir
constante en los deberes del aposento. De veras, estos momentos
siempre son los más difíciles de llevar a cabo en la oración, cuando en
verdad son los más necesarios.”

El señor Payson describe al hombre que niega la oración en


términos cándidos, diciendo: “El hombre que rehúsa o niega orar, quien
considera a la oración como un quehacer cansador e innecesario, en
vez de valorarla como privilegio, dice más o menos: —No soy
dependiente de Dios. No quiero nada de lo que ofrece; por esto no
acudiré a él ni le pediré ningún favor. No le pediré que corone mis
esfuerzos con éxito, porque puedo, y estoy determinado, en llevar a cabo
mis propósitos a través de mi propia fuerza. Tampoco le importunaré
para que me instruya o guíe, porque soy competente de ser mi propio
instructor y guía. No Le pediré fuerza ni sustento, porque soy vigoroso
y tengo mis propios recursos. De igual modo, no le suplicaré Su
protección, porque soy capaz de protegerme. Ni le imploraré Su merced
perdonadora ni Su gracia santificante, porque no lo deseo, ni necesito,
ni la una ni la otra. De igual manera, no le solicitaré Su presencia y
ayuda a la hora de mi muerte, pues puedo encontrar y enfrentar, sin
aporte alguno, el rey de terrores, e igualmente, puedo entrar solo y
confiadamente en cualquier lugar que la misma me introdujera. —Tal
es el lenguaje de todos los que niegan la oración.”

Payson aconsejó a otro ministro: “Amado hermano mío, no


puedo hacer demasiado hincapié en esto: la oración es la primera, la
segunda y la tercera cosa necesaria para cualquier ministro,
especialmente en los avivamientos. De esto estoy persuadido: lo más
que obres en el ministerio, lo más que te convencerá también.”

E.M. Bounds

Eduardo M. Bounds sirvió en diferentes iglesias importantes de


la ciudad de San Luis y otros lugares en el Sur de los EE.UU. Durante
ocho años fue editor del St. Louis Christian Advocate (Ayudador
Cristiano de San Luis) y durante cuatro años fue editor asociado del
Nashville Christian Advocate (Ayudador Cristiano de Nashville).
Posteriormente, se retiró de la mayor parte de su ministerio de prédica
para poder estimular el ministerio de oración, particularmente la
oración matutina. Su vida fue una bendición a todos, y sus libros sobre
la oración siguen vendiéndose. Las siguientes citas son de su libro
Power Through Prayer (El poder por medio de la oración).

“Se puede anotar como un axioma espiritual que en cada


exitoso y verdadero ministerio, la oración es la evidente y controladora
fuerza: evidente y controladora en la vida del predicador, y evidente y
controladora en la profunda espiritualidad de su obra. Un ministerio
puede ser muy profundo en pensamientos sin la oración; puede
conseguir fama y popularidad sin la oración; toda la maquinaría de vida
de él puede operar sin el lubricante de la oración, o con tan poca que
solamente un sola engranaje la tenga; pero en ningún ministerio puede
un hombre ser espiritual, consiguiendo santidad para él como
predicador y para su congregación, sin que su oración fuera hecha la
fuerza evidente y controladora.”

“El predicador que ora de veras pone a Dios en la obra. Dios no


se asocia a la obra de un predicador automáticamente o en general.
Sino, se asocia por medio de la oración y la urgencia especial de los que
oran. Un ministerio orador es el único ministerio que une al predicador
con las necesidades y anhelos de la gente… Un ministerio orador es el
único calificado para entrar en las altas posiciones y responsabilidades
del predicador. Universidades, educación, libros, teología y
predicaciones no pueden hacer a un predicador, pero la oración sí lo
hace. El mandamiento de predicar por todo el mundo (Marcos 16:15)
fue inútil hasta que las oraciones que trajeron el poder de Pentecostés
les dio potencia.”

“Un ministro orador ha subido más arriba de la mera actividad,


de la organización y del hablar bien; ha subido más allá de cualquier
organizador eclesiástico, a la región más sublime y poderosa, la región
de lo espiritual… Dios está al lado de tal ministro. Su ministerio no es
llevado por principios mundanos o superficiales. Está lleno de, y
profundamente enseñado en, las cosas de Dios. Sus largas y profundas
comuniones con Dios por su gente y la agonía de su espíritu luchador le
han coronado como un príncipe en las cosas de Dios. El frío
profesionalismo ya se ha derretido por la intensidad de su orar.”

“Los superficiales resultados de algunos ministerios y la


mortandad de otros se explican en la falta de oración. Ningún
ministerio puede tener éxito si no tiene mucha oración, y esto tiene que
ser fundamental, constante y ampliándose siempre. Los versos
seleccionados y todo el sermón deben ser el resultado del orar. El
estudio de los mismos deben ser bañados en la oración: todo mezclado
en la oración; y su único espíritu, el espíritu de oración. “Siento que he
orado tan poco” fue el lamento de un moribundo hijo de Dios; un triste
lamento para un predicador. “Deseo una vida de oración más amplia,
profunda y verídica”, dijo el arzobispo Tait. Ojalá que sea el mismo
anhelo en todos nosotros, y, que lo consigamos.”

“Los genuinos predicadores de Dios siempre se han distinguidos


por un rasgo: fueron hombres de oración. Aunque difirieron en muchos
otros asuntos, siempre tuvieron un mismo punto nuclear. Estos
hombres no oraban de vez en cuando, ni casualmente en ciertas
ocasiones; sino que oraban de tal manera que sus oraciones entraron y
reformaron sus propios caracteres. Tan eficazmente oraban que aun
sus propias vidas, y las de otros también, fueron innegablemente
afectadas. De igual modo, oraron de tal manera que la historia de la
iglesia y los sucesos de su época fueron influenciados. Invirtieron
mucho tiempo en el orar, no por razón de contar las horas nada más,
sino porque les era una labor tan imprescindible que no podían
cumplirla perezosamente.

Gilberto Chapman

“Si rogáramos más a Dios, no tendríamos necesidad de rogar


tanto a los hombres. ¡No es la magnífica prédica la que hace falta, sino
que la solemne oración! Es poder, el poder del cielo es lo que
necesitamos. Deseo inculcar esto en cada hombre novato que lea estas
líneas. Uno de los engaños del diablo es guiar a la iglesia a
responsabilizar al ministro de todo el éxito de la obra espiritual,
mientras los miembros de la misma iglesia se satisfacen en lo mundano
y lo carnal. Dios no puede dar de Sus preciosos dones a tal iglesia. En
el día de Pentecostés, Pedro y toda la iglesia fueron llenos del Espíritu
Santo, los mismos que cosecharon las tres mil almas; no fue solo Pedro,
aunque sí, predicó a la multitud con un corazón quebrantado.”

Gilberto Chapman, cuando inició el pastoreado de la iglesia de


Wanamaker, dijo en cierta ocasión que después de predicar allí su
primer sermón, encontró a un viejo hombre, quien le dijo: —Tú eres
muy joven para pastorear esta notable iglesia. Siempre hemos tenido
pastores más maduros. Tengo sospecha de que realmente no logres
tener éxito. Pero, predica el evangelio, y te voy a ayudar lo más posible
que pueda. —El señor Chapman le miró, pensando: “Este hombre está
medio loco.” Pero el hombre siguió hablando: —Voy a orar por ti para
que venga el poder del Espíritu Santo sobre ti. Además, hay otros dos
más que han hecho votos en hacer lo mismo.

Más tarde, el señor Chapman comentó: “No me sentía tan


irritado al saber que iba a orar por mí. Estas tres personas aumentaron
hasta ser diez; las diez llegaron a ser veinte; las veinte llegaron a ser
cincuenta; y por fin, las cincuenta llegaron a ser doscientas personas,
que se reunían antes de cada culto a orar para que el Espíritu Santo
viniese sobre mí. Además, en otro cuarto, los 18 ancianos se
arrodillaron, orando, tan cerca de mí que pude alargar la mano y tocar
cada uno de ellos. De esta forma, siempre empecé la prédica sintiendo
que la unción vendría, como respuesta a las oraciones de esos 218
hombres. No comprendo cómo un predicador normal en circunstancias
ordinarias puede predicar con éxito.”

“Oh, discípulos de Cristo, se dan cuenta que ustedes tienen


más que hacer que el mero asistir a la iglesia, como curiosos
espectadores perezosos, sólo para divertirse y recibir instrucciones. Les
toca a ustedes orar intensamente para que el Espíritu Santo vista a su
ministro con poder, y haga de sus palabras como dinamita para los
duros corazones de los pecadores.”

“Para obtener tal poder, tenemos que sentir profundamente que


no hay nada que pueda substituirlo. Este es el problema de muchas
iglesias: obran en aportes diferentes a lo que el Espíritu Santo fue
mandado a obrar. Algunas aportan para el ministro: por sus
habilidades, su elocuencia, su inteligencia o su influencia. Así, cuando
tales iglesias consiguen un ministro al que creen capaz, las mismas se
sientan a descansar, pensando que él las edificará. Pero, ¿Qué puede
hacer un ministro sin que el poder sobrenatural obre en él? Aunque
fuera tan elocuente como el Arcángel Gabriel, ni siquiera un alma se
convertirá sin ese poder sobrenatural. Orando, la iglesia tiene que
darse cuenta de esto, y orar a Dios para que el Espíritu obre en su
predicador.”

“A razón de que la iglesia estuvo sosteniéndose en Dios por


medio de la oración, y estuvo invirtiendo casi dos horas por noche en la
misma, el Espíritu Santo trajo grandísima bendición al pastor,
Livingstone, cuando el estaba predicando el sermón en la iglesia de
Shotts. Tal fue su sermón en esa noche, que quinientas personas se
entregaron a Jesús al escucharlo. Carlos Finney dijo que las oraciones
de ‘Papá’ Nash, las del hermano Clary y las de otros que andaban con
Dios, eran las que le vistieron con tal poder del cielo que aun los
pecadores más endurecidos fueron alcanzados…”

“Hoy, las iglesias están solicitando hombres eruditos y


elocuentes, en lugar de los que han sidos ampliamente bautizados con
el Espíritu. Los seminarios llevan mucho de culpa en esto. No hacen
hincapié en que tal experiencia es absolutamente necesaria; y, los
seminarios y las iglesias de esta forma están criando un ministerio
estéril, y aumentan la desolación de Sion. ¡Oh maestros de ministros!
¡Oh pueblo de Dios! ¡Hagan hincapié en la unción divina! —A.M. Hills

En cierta ocasión J. Wilbur Chapman se acercó a F.B. Meyer,


preguntándole: —¿Cuál es mi problema? Son tantas las veces que me
parece sentir que estoy medio vacío, e igualmente, sin fuerza espiritual.
¿Qué me ha de faltar?
El señor Meyer puso su mano en el hombro del señor Chapman
y dijo: —¿Alguna vez has tratado de exhalar tres veces, sin ni siquiera
inhalar tan solo una vez?

Pensando que tal vez era un nuevo ejercicio de respiración, el


señor Chapman contestó: —No recuerdo haberlo hecho.

—Entonces, haz la prueba.

Y, el señor Chapman lo hizo. Pero, al exhalar una sola vez, tuvo


que inhalar.

—¿No sabes, —le aconsejó el señor Meyer—, que tienes que


inhalar antes que exhalar, y la exhalación es en proporción directa a la
inhalación?

Así, tenemos que llenarnos de la oración y del estudio de la


Biblia, antes de que podamos exhalar en el servicio.

A.C. Dixon

“Uno de los predicadores más persuadidores en los EE.UU. fue


A.C. Dixon. A muchas personas entenebrecidas, sus espléndidos
mensajes, claras descripciones y ruegos tocantes les hicieron brillar la
luz. Sin embargo, los primeros años de su ministerio le trajeron mucha
desilusión.”

“Recién egresado de sus estudios académicos, se decepcionó a


sí mismo, creyendo que su inteligencia y elocuencia iban a capacitarlo
para disfrutar de buen éxito. Sin embargo, solamente experimentó el
fracaso. Muchos estudiantes caprichudos vinieron a sus prédicas, y
sus esfuerzos por parar las interrupciones de ellos fueron en vano.
Toda su elocuencia, la poesía que ocupaba, las referencias a la ciencia,
la psicología; todas fueron usadas sin éxito.”

“Luego llegó la crisis. Se apartó a la soledad del campo, para


estar con Dios a solas. Invirtió muchas horas humillándose,
confesando, orando, suplicando e intercediendo: ¡y el poder del cielo
cayó! A razón de recibirlo, cuando predicó su mensaje en la noche del
mismo día, no hubo molestias. El ambiente estaba cargado de poder, el
poder de Dios

Capítulo 11

Predicadores alemanes
Gerardo Tersteegan

Durante los primeros años del siglo XVIII, existía en Mulheim,


Alemania, un hombre de negocios llamado Gerardo Tersteegan. A los
22 años, abandonó su negocio para poder estar a solas con Dios, pues
se sentía molesto por las conversaciones triviales y deseos mezquinos
de sus socios. Pensó que no iba a poder aguantar más las opresiones
que ellos le impusieron, de este modo alquiló una casita, dónde podría
ganarse la vida tejiendo cositas en seda. En este trabajo podía laborar
en la quietud, sin ser molestado, con su Biblia siempre abierta delante
de él. Allí esperó en el Señor, aprendiendo de los secretos íntimos de Él,
los que solamente pueden aprender los buscadores sinceros.

Durante cinco años, ese joven pasó un período de tinieblas, el


cual le sorprendió y confundió. Sin embargo, al llegar a sus 27 años,
salió del mismo para entrar en una experiencia radiante, después de
haberse dedicado a sí mismo, para el resto de su vida, en cumplir
perfectamente los mandatos del Señor Jesucristo. Al igual que su
Maestro, Quién empezó su ministerio público a la edad de treinta años,
Gerardo fue forzado a salir de una vida de soledad; un avivamiento en
Mulheim necesitaba de su energía. Había novicios con respecto a
Cristo, que tenían hambre del verdadero Pan de Vida, el cual no podían
darles los pastores inconversos.

Después de alimentar a esas personas en fatigante labor,


Gerardo se retiró a los bosques cercanos, donde se pudo restaurar y a
la vez tener comunión con Dios. Y, pudo limpiarse de la suciedad de
este mundo, para poder salir otra vez renovado en el espíritu a través de
los vistazos refrescantes de Dios.

Las noticias siempre se dispersan rápido, y algunos que habían


recibidos ayuda por medio de Gerardo dieron la noticia a otros que
vivían en otras partes. Y, a causa de esto, muchas personas empezaron
a querer que les ayudase también, lo mismo que requirió muchos viajes
de parte de Gerardo. Entonces, todo lo que había aprendido él en su
“Arabia” durante los cinco años oscuros le llegó a ser muy útil. Años
más tarde, cuando tenía 50 años de edad, otro avivamiento sucedió en
un distrito vecino. Otro, quien era un instrumento en este avivamiento,
fue llamado a otro lugar, dejando que Gerardo supliera las necesidades
de los que se despertaron. Mucha gente vino de lejos para escuchar al
“hombre que escucha a Dios”, tanto que tuvieron que adquirir un
edificio más grande para poder recibir a la multitud. Tan atestado
estuvo el mismo, que algunos se sentaron en las ventanas y otros
tuvieron quedarse afuera, tratando de escuchar las ungidas y poderosas
palabras que salieron de la boca de Gerardo.
En otro libro que hemos escrito, They Knew Their God, Vol. 2
(Conocieron a su Dios, Tomo 2), se resume la vida de este santo hombre.
A continuación agregamos unos extractos de sus escritos para enseñar
algo en cuanto a la oración, y para que valoremos el tiempo de quietud
que se puede tener a solas con Dios.

“La gran importancia de perseverar en la oración y en invertir


tiempo en la comunión íntima, a solas con Dios, se puede aprender
sencillamente fijándose en la gran medida de esfuerzo que usa el
tentador, para distraernos y negarnos de las mismas. Él sabe que por
medio de estos ejercicios será derrotada su autoridad en el alma del
hombre, reemplazándose con la luz, el amor y la vida de Cristo; y que
todas las flores y las frutas de los más bonitos dones de gracia y virtud
se marchitarán, si él puede cortarlos de raíz. Solamente Jesús es el
Mediador y la Manera por la cual la vida y la fuerza divina pueden
compartirse otra vez en la depravada e indigna humanidad.”

“Por medio de la oración sincera que contiene la fe, el amor y la


esperanza concentrada en sí, somos unidos y arraigados en Él,
recibiendo, a través de Él, un deseo, ahínco y ardiente pasión. Él es la
raíz y nosotros somos los pámpanos, y de Él recibimos, aunque sea casi
imperceptiblemente, la savia y la fuerza. ¡Oh, oremos, y nos
preparemos para tiempos de quietud a solas con Dios! Una oración
imperfecta es mejor que nada. Nuestro adversario nos permite hacer
muchas cosas que parecen ser buenas, sí, nos incita a las mismas;
solamente para desviarnos de la oración.”

“Mi propia experiencia, y la de otros también, me ha enseñado


repetidamente que el tentador nos acecha más diligentemente en los
tiempos de oscuridad y aburrimiento para debilitar y descarriar el alma
de la oración constante. En estos mismos tiempos es cuando
pudiéramos avanzar lo más rápido y abnegarnos con más plenitud, si
solo hubiéramos seguido firmes en soportar la voluntad del Señor en
medio de las pruebas, y, si nos hubiéramos rendido a Él enteramente
durante las mismas.”

“Dios nos invita a Su magnífico compañerismo; propone


preparar nuestros espíritus para que sean su morada y templo, y en
tales santuarios internos, contemplaremos la hermosura del Señor. (Sa.
27:4) Puesto que las bendiciones de Dios para nosotros los indignos
sobreabundan, debemos, amados hermanos, ser muy liberales para con
Dios; no negarle en ningún grado nuestro amor al Dios eterno, Quien
quiere reservarnos sola y totalmente para Sí Mismo.”

“Dios es un ser tranquilo, y mora en una eternidad serena. Así,


tu mente tiene que convertirse en una corriente cristalina y silente, en
la cual la gloria de Dios puede reflejarse y mostrarse a sí mismo. Por
esto, tienes que evitar todo alboroto, confusión e irritación; ambos, el
interno y el externo. No hay nada en este mundo que valga la pena el
frustrarte: aun tus pecados pasados deben solamente humillarte, y no
frustrarte. “Jehová está en su santo templo, ¡calle delante de él toda la
tierra!” (Ha. 2:20)

“El que ama y pone en práctica la oración será, en su tiempo


debido, trasladado gradualmente del egoísmo a Dios; del impuro e
imperfecto obrar en su propia fuerza, al obrar para y a través de Dios.
Deseo que todos, desde el principio de su andar con Dios, consideren la
piedad, o sea, el servicio a Dios, en el sentido más propio; que eso
mismo es nuestra satisfacción y el resultado de la salvación, a la cual
somos llamados y la que Dios anhela darnos. Lo más pronto que nos
acercáramos a Él, a pesar de que no podemos verlo o palparlo,
tendremos más satisfacción, porque Dios Mismo es nuestra salvación y
meta. De lo más cordial y completamente que nos rindamos a Él, así
será la mayor felicidad que alcanzaremos desde entonces en adelante.
¡Esta verdad es certísima! Pero, el que no busca la comunión con Dios
en la oración no puede comprenderla.”

“Así pues, hermanos míos, si deseamos la perfecta redención y


santificación, y si queremos vivir pacíficamente y morir con felicidad,
tenemos que vivir en comunión constante con Dios. Jesús nos ha
abierto este camino nuevo y vivo (He. 10:20) a través de Su sangre, para
que el amor eterno, con sus atracciones e influencias, pueda acercarse
a nosotros y así también nosotros podamos acercarnos a Dios en
nuestros corazones, con la misma confianza con la que un niño acude a
su papá, sin referencia alguna a nuestra miseria e indignidad.
Acerquémonos a Él (He. 10:22), aprovechando este privilegio
valoradísimo. Acostumbrémonos a siempre experimentar la presencia
de Dios, y de buscar, con fe sencilla, asociarnos abierta e íntimamente
con Él en nuestros corazones.”

Luis Harms

Durante la época del siglo XVIII existió otro notable pastor


alemán, quien alteró también la vida espiritual de su país. Éste fue
Luis Harms, quien nació en el reino de Hanover y quien tuvo como
antepasado a uno de los tres grandes Hermann, pero no imitó a
ninguno de ellos. Luis tenía un espíritu fuerte que controlaba su
cuerpo y mente, los que eran igualmente vigorosos.

Fue reconocido por su fe constante y sus prevalecientes


oraciones, a las cuales él las contaba como vitales para quienquiera que
desee llevar a cabo una obra en el Reino de Dios. Igual que todos los
demás santos de Dios, hubo un tiempo en que se había rendido a sí
mismo en cuerpo, alma y espíritu al Dios Soberano, para que la
voluntad de Él se cumpliese en su vida.
Al comienzo de su labor para Dios, prevalecía una ortodoxia
muerta en su área. Era más normal que un ministro preguntara acerca
de la salud de las vacas que del estado espiritual de las almas. Las
demandas puestas sobre tales pastores inconversos solamente les
dieron molestia. Por ejemplo, al pedírseles que oraran por un enfermo,
uno de los tales respondió: —Dios mío, ¡tengo que orar otra vez! —De
modo que no era extraño que los mismos se opusieran a las labores de
los hombres que insistían en que el Espíritu Santo les ayudara en todo.

Como muchos otros trabajadores en la viña, el Señor Harms se


encontró en medio de una trampa: los muchos y variados deberes le
disminuyeron su tiempo de privada oración. Cierta vez, visitando a un
cuáquero, Luis le contó de sus muchas responsabilidades. Ese hombre
le dijo calmadamente: —Hermano Harms, pues hablas tanto, ¿cuándo
estás quieto? ¿Cuándo te habla a ti el Espíritu de Dios? —El señor
Harms se impresionó profundamente por estas palabras, y desde
entonces en adelante buscó retirarse diariamente para orar.

Su parroquia fue de quince kilómetros cuadrados, con siete


pueblecitos y unos 4.400 habitantes. Con todo, unas mil personas
asistían a la iglesia los días domingo para escuchar los inspirados
mensajes que salieron de los labios de Harms. Los miércoles, se
congregaban unas 400 personas. En ese entonces, no existían la
borrachez y la pobreza. Y, los pueblecitos siempre estaban limpios.
Además de predicar, Luis realizaba todas las noches reuniones de
oración en su propia casa, y también tenía dos veces al día reuniones
para los que buscaban ayuda.

“Además de todo esto, y junto con su estudios y cartas, organizó


en su congregación una sociedad misionera; mandando a sus propios
miembros a los lejanos campos y construyó su propia nave misionera,
la cual siempre iba y volvía de Hanover hacia los estaciones misioneras
en África. También redactó una revista misionera, de la cual fue
enviado mensualmente unos 14.000 ejemplares. Entrenó a la vez a
misioneros que todavía no habían salido al campo de labor. Y, sumado
a todo esto, fue superintendente de una institución para exconvictos
recién salidos de la cárcel.” Una rara enfermedad que no le permitió
dormir mucho le permitía trabajar más tiempo de lo normal.

El señor Harms llegó a la siguiente conclusión: “Lo que no enoja


al decidido inconverso, no edifica al verdadero creyente. Lo que no
ofenda al obstinado no puede despertar al dormido. Lo que no mata, no
puede dar vida. Las abejas que no pueden aguijonear tampoco hacen
miel.” [Por supuesto, no conocía la abeja “señorita” de las Américas, que
sí, produce miel sin poder picar.]

“Su punto de vista en cuanto a la oración y el propósito de la


misma resulta evidente en una de sus empresas. Una inmensa
dificultad —la incredulidad la habría llamado una imposibilidad— le
enfrentó. A continuación se da la narración del mismo Luis: “Toqué
diligentemente el corazón de Dios por medio de la oración.” El auxilio
llegó, pero pronto se levantó otra dificultad. De ésta él escribió: “Fue un
tiempo de gran conflicto, y luché con Dios, porque nadie me animaba,
sino, de hecho, me desalentaban. Aun mis más confiados amigos y
hermanos insinuaban que yo estaba medio loco. Oré fervientemente al
Señor, y puse el asunto en Sus manos; y, levantándome de mis rodillas
a la media-noche, dije en voz alta (¡que casi me asustó a mí mismo,
escuchándome la voz en el gran cuarto vacío!): —Ahora, adelante, en el
nombre de Dios.”

¿Estás abatido? Al lado tuyo él está;

Te ayudará, guardará y guiará;

Te cubrirá con Su sombra:

“¡Adelante, en marcha!”

En medio de las atracciones tentadoras,

En medio del fuego de tribulación,

Proclamando la gran salvación,

“¡Adelante, en marcha!”

Pese a que diez mil enemigos se acercan,

Y estás burlado, opuesto, atacado y herido;

Nunca te conquistarán:

“¡Adelante, en marcha!”

Hasta que tu cabeza sea cana,

Y tu historia se termine,

Y pisotees a la gloria:
“¡Adelante, en marcha!”

—Monod

El señor Harms gozó de un estado continuo de avivamiento


durante 17 años. “Hermannsburg fue igual o mejor que cualquier otra
comunidad cristiana en todo el mundo,” dijo su biógrafo: E.N. Kirk, en
Lectures on Revivals (Discursos sobre los avivamientos). “Probablemente
ninguna otra parroquia, en tierras cristianas, ha logrado lo que ha
hecho Hermannsburg. Dizque había 11.000 partícipes en ella.”

El señor Zwemer, en su libro Taking Hold of God (Agarrando a


Dios), dice lo siguiente: “El Pastor Luis Harms, por medio de la fe y la
oración, guió a los campesinos de la iglesia de Hermannsburgo a
esparcir el evangelio en tierras lejanas, tanto que en 31 años, mandó a
350 misioneros, y al cumplir su misión luego de cuarenta años pudo
contar a más de 13.000 miembros librados del paganismo.”

Bengal

Antes de que el frío racionalismo aferrara a Alemania, existieron


muchos ministros piadosos, cuyas vidas podemos mirar con
admiración. Bengal fue uno de estos. El mismo nació el 24 de junio del
año 1687, en las cercanías de Stuttgart. Su papá, quien era ministro,
le enseño personalmente hasta la edad de seis años, pero al morir él,
David Spindler fue su maestro. Su papá le había regalado una gran
cantidad de libros, pero cuando los franceses invadieron su tierra,
destruyeron su casa y todos sus contenidos. Sin embargo, Bengal vio la
mano de Dios en esa pérdida, porque los libros habrían sido una
tentación para él, pues era un estudioso por naturaleza, y ¡habría
deseado leerlos demasiado!

Bengal llegó a ser reconocido como un gran comentador, tal que


el libro de Juan Wesley, Notes on the New Testament (Notas sobre el
Nuevo Testamento), contuvo mucho de los pensamientos de Bengal.

“Un estudiante de Bengal, ansioso conocer el secreto de su


poder espiritual, le vigiló hasta muy de noche desde un cuarto a la par
del suyo, determinando ver su final oración del día. Muy de noche, el
estudioso y venerable Bengal cerró su Biblia y puso a un lado sus
manuscritos, luego, sin levantarse de su silla, inclinó la cabeza sobre la
Biblia cerrada, diciendo: —Buenas noches, amado Señor Dios y Jesús;
Tú sabes que todas las cuentas entre nosotros están arregladas, como
siempre. —Luego, besó la Biblia y se acostó para dormir.”

Tholuck
Tholuck fue otro educador alemán quien dejó una profunda
impresión en los estudiantes de la universidad donde enseñaba. A
menudo fue de paseo con algunos de ellos, y esas conversaciones
fueron valoradas mucho por aquellos jóvenes, quienes fueron los líderes
en el futuro. Lo que dijo Tholuck tocante a la oración resulta evidente
que el comprendía bien el poder de la misma. A continuación se dan
sus palabras:

“Si quieres adquirir la peculiar oración que transciende ambos, tiempo y


lugar, tienes que empezar a orar con la humildad de un niño en el lugar
señalado por Dios; el santuario, o sea el aposento. La oración es un arte, y
cada arte requiere mucho esmero para aprenderse. No desmayes, pues,
cuando parece ser molesto acudir al lugar que Dios ha asignado. Todo arte,
por pequeños grados, se hace parte de la propia naturaleza, practicándolo.
Así también es con la oración. Tal como cuando hubieras alcanzado tal
habilidad, no necesitarás ni en “este monte, ni en Jerusalén adorar al Padre”
(Juan 4:21), sino podrás levantar un memorial de Su nombre en cualquier
lugar del mundo donde estés."

Capítulo 12

Más predicadores alemanes

Juan Gossner

En otro libro que hemos escrito, Opposition, Vol.2 (Oposición,


Tomo 2), de la serie “Call back” (Recuerdos), hemos resumido la
temprana parte de la vida de Juan Gossner. Pero en ese resumen,
solamente compartimos su vida hasta los 56 años de edad, tiempo al
cual Dios le reveló a Juan Su propósito. Su biógrafo, Fleming
Stevenson, en su libro Praying and Working (Orando y obrando), dijo lo
siguiente en cuanto a la revelación e inicio de la genuina obra de Juan:
“Ya empezó la destacada obra de su vida. Tenía 56 años, de verdad que
fue un iniciar tarde, pero Juan se dedicó en todo. Dios le había estado
educando; y si el cimiento necesitara tanto tiempo para sentarse, el
edificio mismo sería un glorioso templo del Espíritu.”

“Pocos hombres han recibido tal entrenamiento: treinta años de


conflictos internos y externos; un continuo abatimiento de sus planes;
de veras que fue un viaje turbado sobre mares impetuosos. Sin duda
alguna, todo fue necesario: Dios no da pruebas a Sus hijos sin razón.
El que es el Tesorero de la sabiduría no permitirá que las dolorosas
lecciones de años se pierdan; y si vemos a un hombre que haya sido
quitado de la tierra antes de que produjera frutos, ¿podemos ver
adentro del velo? O, ¿podemos ver el fruto que los ángeles han
cosechado con sus manos invisibles? Sin embargo, el señor Gossner
tuvo otros treinta años de servicio; y al momento de su muerte, fue
como un árbol cuyas ramas se doblan hacia la misma tierra a causa de
estar cargadas de tanto fruto.”

Gossner escribió una carta a un amigo, diciéndole lo siguiente:


“Hace cinco años me caí del púlpito, o mejor dicho, fui expulsado del
púlpito. ¡Cuán difícil fue subir otra vez! Es difícil subir a ese lugar, y
penoso caer del mismo.”

En otra parte del libro de Stevenson, leemos esto: “De la teología


científica, Juan tuvo pavor, a no ser que la misma usurpara la teología
del corazón. ‘Los estudios formales,’ dijo él, ‘nunca abrieron mis ojos;
sino que me hicieron un escéptico ante ellos y me dejaron en el mismo
lugar que los filosofías falsas me abandonaron.’”

“Durante un tiempo, Gossner se quedó aislado de su obra


pastoral, a veces porque tuvo que quedarse confinado en su cuarto a
causa de un grave dolor. Pero un cierto día tres o cuatro trabajadores
vinieron a él. Ellos habían sido rehusados de entrar el seminario, como
incapaces. Sin embargo, ardían del deseo de ir a los paganos; de modo
que buscaron su ayuda y consejo. Juan les rehusó. Pero, le pidieron
una y otra vez. Juan oró pidiendo la dirección de Dios, y por fin accedió
que viniesen para consejo. Entonces, se reunieron con él durante unas
horas cada semana, pero ahora había diez o doce de ellos. —¿Qué
puedo hacer yo para con ustedes? —les preguntó—. No sé dónde
mandarlos; no puedo hacer nada.

—Solamente ore con nosotros, —respondieron ellos—. Esto no


puede dañar nada, si no podemos ir a los paganos, hay que quedarnos
acá nada más. Pero si es la obra de Dios, y si es Su voluntad que
vayamos, Él abrirá las puertas en Su tiempo.

“Al escuchar esas palabras, Juan se retiró avergonzado, pero


esforzado. Sintió que su misión había comenzado.” La historia de cómo
halló lugares de labor para esos jóvenes, y las finanzas para
mantenerlos, es una historia larga y no vamos a contarla en este libro.
Solamente vamos a demostrar el lugar que la oración tenía en esa
empresa misionera, que fue iniciada en los últimos años de la vida de
Juan.

El señor Gossner tuvo un prudente y maduro pavor sobre el uso


de los informes y estadísticas para medir el logro; él comprendió que la
parte importante de cualquier obra no se ve, y no debemos gloriarnos
en ella, por medio de informes anuales, como niños admirando la
germinación de sus semillas. En cierta ocasión, sentados en su patio,
un amigo de Juan le preguntó cuántos misioneros había bautizados,
insinuando que compartiría la respuesta con los otros ministros en la
Conferencia Pastoral. —Sí pues, —respondió Juan—, los señores
quieren saber de esto. Pero, ¿no pueden recordarse de un cierto rey
que contó a su gente, y que resultado triste le sucedió al hacer esto?

“Sin embargo, creo que será bueno mencionar que el número de


misioneros que el envió sumaron 141 (200, incluyendo a las esposas de
los casados), de los cuales quince fueron ministros ordenados y 113
todavía están en su campo de labor.”

“Existe un reino, en que nadie puede entrar, sino niños, y en el


cual los niños operan con fuerzas infinitas, donde el dedo menor de un
niño tiene cuantiosa potencia. Es un reino grande, en el que el mundo
existe solamente por permiso, y las leyes y desarrollo de él siempre se
sujetan a las del reino; y todo el mundo es como un sueño necio
comparado a la verdad eterna del mismo. Juan entró a este reino, y
aunque no comprendió esa verdad en su totalidad, a él le fue suficiente
orar nada más. Un hombre dijo en cuanto de él, (lo mismo no es
exageración): —Él oró hasta se realizaran las paredes de un hospital, y
las enfermeras para trabajar en éste; oró hasta que se realizaron
estaciones de misiones, y los misioneros de éstas alentados; oró hasta
fueran abiertos los corazones de los ricos, y llegó oro de tierras lejanas.”

“Un poco después de llegar a Berlín, buscó a unos cuantos para


orar. Estos continuaban orando mientras Juan vivía. De hecho, él no
podía estar presente en el lugar de donde la oración fuera excluida. La
Sociedad Bíblica determinó abrir sus reuniones con oración silente, sin
otra oración más. Juan protestó, y su reprensión demuestra la
profundidad de su relación con Cristo: “Cualquier Sociedad Bíblica que
no inicia sus reuniones con oración es, para mí, un sinagoga profana…
No desprecio una corta y silente oración, pero para una Sociedad
Bíblica, no es suficiente… Si yo hubiera ido a una reunión y hubiera
intentado orar, y ésta hubiera sido prohibida, yo habría agarrado mi
sombrero y bastón, y habría huido de allí como si un perro loco me
hubiera mordido… Si pudiera levantar a los muertos de sus sepulcros,
iría a Wittemburg y llamaría salir de su sepulcro a Martín Lutero,
además llamaría a Spener, Arndt, y a Andreä, y los traería a la Sociedad
Bíblica de Berlín, para que estos puedan juzgar el asunto.””

“Con el mismo espíritu y guianza fundó su misión; cualquier


carta, pregunta, amenaza, tristeza, fuera privada o pública, o dificultad
que le llegó a él, de parte de cualquier persona, fue puesto ante Dios. —
Aquí estoy, —diría con frecuencia—, en mi cuarto: no puedo ir allí ni
allá para manipular y manejar cada asunto; y si hubiera podido, ¿quién
sabe si pudiera dirigirlo bien? Pero el Señor está allí, Quien comprende
y puede manejar todo; así pues, lo doy todo a Él, y le ruego que lo dirija
y ordene según Su santa voluntad; entonces mi corazón está alegre y
libre, confiando que Él puede llevar a cabo todo con nobleza.”

Juan siguió este rumbo durante el resto de su vida; retirándose


no solamente de empleos públicos, sino de sus socios también, lo cual
le costó el ser acusado de ser insociable y sin amor. Pero resulta claro
que fue guiado por la mano de Dios, y que sus oraciones fueron
contestadas, tal que el sentimiento de los misioneros al tiempo de su
muerte fue: ‘¿Quiénes levantarán ahora las manos al cielo en oración
por nosotros?’ Y así, murió Juan. Pero no solamente las misiones
fueron las que le extrañaron a él.

“Cuando llegó a Berlín, no había hospital alguno allí, nadie


visitaba a los pobres, tampoco había una vida en el interior de la
iglesia. Alemania se estaba recuperando de una parálisis, traída por
una muerta y áspera infidelidad y por el materialismo de una filosofía
muy falsa. Durante años después de su llegada, él era un aporte de
una débil, esparcida, despreciada y luchadora piedad. Las misiones
locales le interesaron también. Estableció una sociedad para visitar a
los enfermos, pero solamente para los hombres. A razón de esto, las
mujeres le rogaron que estableciese una para ellas también. Luego, se
vio la necesidad de un hospital, y en el año 1837 fue construido uno
con cuarenta camas, y, en 1838 fue expandido hasta incluir veinte
más. Trece diáconas trabajaron en él, y cuando algunas fueron
llamadas para servir en otro lugar, otras las reemplazaron. El
entrenamiento de ellas fue completamente cristiano, y la organización
del hospital muy sencilla.

“Juan escribió hasta sus últimos días. A la edad de setenta


años aprendió el inglés y alrededor de los 80 años de edad tradujo
algunos de los tratados del señor Ryle. Sus escritos, que suman hasta
46 diferentes obras, componen una distinta Sociedad de Libros y
Tratados, además de muchos otros que van a publicarse en el futuro.
Los que ya han sido publicados tienen mucha popularidad y algunos de
ellos se han publicado nuevamente a cada año durante muchos años.
Hasta la primavera del año 1858, revisó escritos y continuó su
correspondencia. En el verano del año 1857, pudo trabajar en su
viñedo. Pero al finales de marzo de 1858, terminó su carrera a la edad
de 85 años, habiendo peleado la buena batalla (1º Ti. 6:12).”

“Por fe predicó a Cristo crucificado en la Iglesia Romana; por fe


dejó atrás su parroquia en lugar de poner a un lado aun una tilde de la
verdad; por fe vivió en Munich, esparciendo la buena noticia del Reino;
por fe fue a Petersburg; por fe fue guiado a Berlín, por fe sostuvo los
corazones de cien misioneros, llevó la carga de veinte estaciones
misioneras, edificó un hospital y escribió el nombre de Jesús sobre las
vidas de miles de personas.”

“Por fe; en la oración: ésta fue su enseñanza. Había estado


mucho tiempo en la escuela de Dios, aprendiendo y ‘desaprendiendo’,
durante los largos años de su vida ordinaria. Pero la dejó atrás para
seguir su llamado; y tal maestro nunca muere, en cuanto a sus
resultados. Lo tedioso del entrenamiento no es malgasto cuando uno es
‘un obrero que no tiene de qué avergonzarse’. (2º Ti. 2:15) Del humilde
pueblecito Hausea y de la vida luchadora de un sacerdote campesino,
Juan llegó a ser conocido como el Padre Gossner [no en el sentido de un
sacerdote católico], de un Alemania ya reverente y religioso; dar un paso
desde un cuartito en Feneburg y de las charlas sencillas de un
parroquia, hasta enseñar el nombre de Cristo en los lugares lejanos
donde habita el paganismo, en cada continente, es un paso gigante. Ni
los talentos extraordinarios ni la buena suerte le ayudó. Para
quienquiera que quiera saber el secreto, se encuentra en la misma
verdad sencilla como siempre: una vida de fe y ORACIÓN.”

Federico Godet, el comentador cuyos libros se encuentran en


las bibliotecas de muchas personas, sean ministros o laicos, fue traído
al conocimiento salvador de Cristo, luego de una tremenda lucha, a
través de leer un sermón escrito por Juan Gossner. ¡Qué inmensa
influencia existe en lo que mana de una vida piadosa de oración! ¡Sigue
fluyendo la misma para la eternidad!

Puesto que estos tres esperan alrededor de Tu trono:

La Ayuda, el Poder y el Amor; valoro la oración tanto.

Porque si tuvieran que apartarse de mí,

La riqueza, la fama, los dones y las virtudes naturales;

Entonces yo y la amada oración moraríamos solos,

Pero podríamos ganar todo lo perdido, y algo mejor además.

—Jorge Herbert

También podría gustarte