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LAS CONSECUENCIAS RELIGIOSAS DE LA CREENCIA EN LA EVOLUCIÓN

RAMA COOMARASWAMY
Como lo declara el profesor Jastrow de la Universidad de Princeton, «o bien la vida ha sido
puesta aquí por el Creador, o bien la vida a evolucionado a partir de moléculas no-vivas
según las leyes de la física y de la química. No hay una tercera vía: ha tenido que ser o una
o la otra». Los jóvenes educados en el régimen evolucionista desde su más tierna edad
aceptan casi invariablemente la segunda hipótesis. Son ellos fácilmente convencidos -o
debería mejor hablar de «lavado de cerebro»- de que, como dice la Enciclopedia Británica:
«Darwin hizo dos cosas: demostró que la evolución era un hecho que contradecía las
leyendas escritas sobre la creación, y que su causa, la selección natural, era automática, sin
ningún lugar para una dirección o un designio divino». No es extraño que en un sondeo
reciente el 46,9% de las personas interrogadas declarasen no ir a la Iglesia porque creían en
la evolución.
Aquellos que pretenden que Dios se sirve de la evolución deben de decirnos que clase de
Dios elegiría crear al hombre por «azar» y ¿porque él tuvo que salir del proceso
evolucionista en un momento dado de la historia para crear el alma? Por lo mismo ¿qué
clase de Dios emplearía la «selección natural» para llegar a sus fines? La selección natural
-la ley de la jungla- supone que los enfermos y otros inadaptados sean eliminados a favor
de formas de vida más fuertes y quizás más brutales. Pero si así fuese ¿cómo el hombre
evolucionista osa interponerse para ayudar a los débiles y a los animalitos cojos? En un
esquema tal, no hay lugar para la caridad. Un Dios evolucionista, un Dios que pone en
marcha el proceso y lo deja a continuación desarrollarse, no es un Dios personal, y no
puede responder a nuestras plegarias. Como lo decía Julian Huxley, «toda percepción de
Dios en tanto que ser personal es francamente insostenible... El conocimiento humano no
deja ningún lugar en el universo para una idea tal. Todos los vestigios de la creación de la
tierra y de las estrellas, de las plantas, de los animales y del hombre, fue barrida por
Darwin a la papelera de la imaginaciones caducas, ya muy llena con los restos de las
edades precedentes».
Los católicos tienen un problema particular con la evolución, incluso en sus formas
mitigadas o teológicas. La fe les obliga a aceptar la doctrina de la creación «ex nihilo».
Escuchemos la declaración del Vaticano I:
«Si alguien no admite que el mundo y todo lo que contiene, a la vez de espiritual y
material, a sido producido en la totalidad de su substancia, por Dios a partir de nada, que
él sea anatema».
Asimismo, la teoría evolucionista niega implícitamente la doctrina del pecado Original, de
la Caída, de la necesidad de un Redentor para nuestra redención, la Inmaculada
Concepción, la razón en cuanto que función y la posibilidad de santificación para el
hombre.
Aquellos que quisieran mezclar su creencia religiosa con la teoría evolucionista deben de
aceptar las consecuencias de ello. Creer en la evolución y el progreso implica
inevitablemente todo un tren de consecuencias:
1.- que el hombre en tanto que hombre es perfectible sin referencia a su naturaleza
sobrenatural;
2.- que la naturaleza del hombre y sus capacidades no son superiores a aquellas que han
evolucionado fuera de la materia;
3.- que el hombre, no poseyendo intelecto, no puede conocerse ni conocer a su Creador, no
puede hacer ningún juicio válido ni aceptar la existencia de verdades absolutas;
4.- que el hombre no tiene libre voluntad y por tanto no puede ni pecar ni tener una
«naturaleza caída»;
5.- que el hombre no tiene necesidad de un Redentor ya que él es la fuente de su propia
redención;
6.- que con el tiempo la sociedad se perfeccionará hasta el punto de que el hombre no
tendrá más necesidad de ser bueno;
7.- que todo conocimiento válido debe de ser alcanzado a través de la así llamada
«metodología científica», y que aquello que no es medible no tiene realidad;
8.- que la religión debe de adaptarse constantemente a las últimas etapas de la evolución y
del progreso, y que el hombre no puede saber lo que Dios desea para él más que a través de
la lectura de los «signos de los tiempos»;
9.- que la razón mayor de la religión es ayudar al hombre en su camino evolucionista.
Si aceptamos la hipótesis evolucionista como verdadera, el fenómeno humano -la capacidad
del hombre de amar, conocer, querer y ser responsable- es inexplicable.
No son las religiones tradicionales, sino la evolución y el progreso lo que es un opio del
hombre moderno. No hay conflicto verdadero entre la ciencia y la fe en tanto que tal, sino
un conflicto irreductible entre aquellos que aceptan los valores tradicionales y los que creen
ciegamente en la «ilusión transformista», sobre la cual el susodicho «punto de vista
científico moderno» está construido. Aquellos que sueñan con ayudar a la humanidad o con
construir un mundo mejor harían bien en re-examinar las bases de su razonamiento, porque
no puede haber acción valida fuera de la verdad y ninguna salvación -en este mundo o en el
otro- sin una vuelta a los valores tradicionales.
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