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UN TEXTO QUE NO ES UN RELATO

Jean Claude Carriére

Todos fuimos educados en la tradición de la tragedia clásica que descansa


en el relato. Esto forma parte de nuestros “genes” y libarse de ello es difícil, tan
imposible como cambiar de raza. En aquella época, la de la tragedia clásica, se
contaba, no se mostraba. Actuábamos, así, en función de razones de “buen
gusto” o de conveniencia. Mientras que ahora estos principios no son más los
mismos, quedan siempre algo de ellos y no conseguimos olvidarlos. No pretendo
que al cine le haga falta el relato. Hasta es interesante a veces contar algo que no
vimos. En “La vía láctea” que escribí con Buñuel, un personaje cuenta un milagro
y para mí es una de las mejores escenas del filme....Buñuel y yo jamás habíamos
intentado eso y, un día, nos dijimos: “¿Y si escribiéramos un relato
cinematográfico?”.....Imaginemos que alguien se sienta cerca de una chimenea,
rodeado por un auditorio y se pone a contar....El cine no es literatura. Esto me
parece muy importante. La literatura es quizás el peligro más importante que
acecha al guión y al cine: hay que desconfiar de las palabras demasiado bellas
que se utilizan, de las frases demasiado bien hechas; no tienen su equivalente
en la pantalla: se refieren a otro registro, el del estilo escrito y no al lenguaje
visual. Siempre estamos tentados de escribir en el papel “que una atmósfera
sombría reina en una pieza” o que “los personajes parecen imperturbables”. ¿Qué
quiere decir esto? Un guionista tiene que ser extremadamente honesto con la
película que va a nacer de sus palabras. No puede escribir algo que no va a pasar,
que sea extraño a lo que verá el espectador.

Si podemos notar que “Charles Swann se despierta de mal humor” hay que
saber antes quién es quién: sin eso, no es posible o al menos es difícil. Luego,
aquello puede indicarse pero hace falta que ese estado de ánimo se traduzca a la
pantalla, lo que no es nada simple. Pero escribir “que se despierta pensando en
Odette” pertenece únicamente a la literatura, que se expresa naturalmente
escribiendo, y entonces hay que distanciarse de ella.

Si escribo en un guión “el día siguiente a la mañana, Charles Swann se


despertó pensando en Odette”, es una frase literaria que no tiene equivalencia
cinematográfica. Cada palabra esconde una imposibilidad: “el día siguiente”:
¿cómo indicar en cine que estamos en el día siguiente? “Mañana” es menos
simple que lo que uno piensa. Si no se ha pronunciado su nombre previamente,
nadie sabrá quién “Charles Swann”; será simplemente un hombre en su cama. Y
“pensando en Odette” no es imaginable. Podemos mostrar un actor que reflexiona
pero no podemos mostrar alguien en quien piensa. Si no logramos comunicar una
idea precisa, a veces tratamos de sugerir de un modo sutil en qué está pensando
el personaje. Simplemente mostrándolo y cuidándose bien de hablar de sus
impresiones o de sus preocupaciones.

Pero de un modo general “el pensamiento es la noche del cine”....Hay que


recordar siempre que el público es más pasivo en el cine que en el teatro. La
imagen en la pantalla se impone con más fuerza y realismo que una escena de
teatro. Cuando un director no tiene en cuenta la facultad de la imaginación de un
público de teatro , va casi inevitablemente al fracaso. En el cine, el espectador
está en la oscuridad y está listo para recibir imágenes. A partir del momento en
que una imagen es fotografiada, lo que es la definición misma del fotograma, es
recibida como verdadera. Es por eso que lo fantástico, la violencia, el horror tiene
tanto impacto: creemos eso que vemos. La pantalla es portadora de verdad. El
cine hace de uno un Santo Tomás: lo vi, lo creí. En el teatro, contrariamente, uno
permanece siempre en el teatro. Lo que quiere decir que la emoción que se siente
es débil, pero llega al espectador de un modo diferente.

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