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Historia Moderna de España UNED

TEMA 17: ÚLTIMOS AÑOS DEL REINADO DE FELIPE


IV: LA AGONÍA MILITAR
1. EL FINAL DE LA GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS.
2. MUNSTER Y WESTFALIA: EL NUEVI EQUILIBRIO
INTERNACIONAL
3. LA PÉRDIDA DE DUNQUERQUE Y LA PAZ DE LOS PIRINEOS
4. LA RECUPERACIÓN DE CATALUÑA. EL FRENTE PORTUGUÉS

1. EL FINAL DE LA GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS

A la reducción de la potencialidad hispana, sigue un nuevo auge de Suecia, que


logró éxitos en el mediodía alemán (1642), y destruyen la oposición danesa en el
Báltico. El ejército de Cristian IV de Dinamarca fue totalmente destruido en la Escania
sueca y Jutlandia. La Suecia de Cristina señoreaba ahora en el Báltico y tiene las manos
libres en Alemania. La acción de franceses y suecos triunfa en Alemania. Turena
logró apoderarse de Worms y de Maguncia, y el jefe sueco Torstenson, librado del
enemigo danés, destruye las fuerzas imperiales en Jankowitz (1645). Este éxito le
abre las puertas de Bohemia y Austria. En 1646 las fuerzas francesas y suecas unen
sus fuerzas y obligan al duque de Baviera a firmar un armisticio en Ulm (1647),
armisticio pronto violado por el elector de Baviera, unido de nuevo a la causa del
emperador, el ejército autro-bávaro sufre una derrota en 1648 en Züsmarshausen.
Desde ahora la causa imperial en Alemania está perdida, ya que al caer el baluarte
bávaro, Viena y Praga quedan expuestas al ataque franco-sueco.

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A la vez España perdía ante las tropas franco-holandesas las importantes s. plazas
de Gravelinas y Dunkerque. La conspiración de Aragón en 1647 para elevar al
duque de Híjar, y la sublevación de Sicilia y Palermo junto con el movimiento
secesionista en Nápoles, dejaron la postura internacional de Felipe IV muy dañada.
Ya en julio de 1644, Felipe IV publicó un decreto en el que comunicaba a sus
ministros que la falta de recursos le inducía a buscar la paz lo antes posible en todos
los frentes. Pero los enemigos de España conocían su debilidad y supieron
explotarla. Especialmente, Francia era un difícil enemigo cuya peligrosidad
aumentaría aún más si, como parecía posible, firmaba la paz con el emperador y
concentraba sus ataques sobre España. Por ello, España anticipó la paz de Westfalia,
que puso fin a la guerra de los Treinta Años, firmando una paz por separado con los
holandeses en 1648.

2. MÜNSTER Y WESTFALIA: NUEVO EQUILIBRIO INTERNACIONAL.

En enero de 1648, el
gobierno español ya había
llegado a un acuerdo con
los holandeses sobre las
condiciones generales para
un tratado de paz, que
constituyeron la base del
tratado de Münster del 24-
10-1648. En virtud de sus
claúsulas, España reconoció
a las Provincias Unidas
como un Estado soberano e
independiente, no
consiguió la apertura del
Escalda ni la tolerancia
oficial para los católicos, 2
de sus objetivos más
importantes para la firma de
la paz, y reconoció explícitamente el derecho de los holandeses a conquistar todo el
territorio colonial portugués que reclamaban. España conservaba el S. de los P. Bajos
y apartaba a los holandeses de la alianza con Francia.

Ahora el ejército español pudo intentar una última acción contra Francia para
contrarrestar los éxitos franco-suecos en Alemania. La tentativa del archiduque
Leopoldo, virrey de los P. Bajos, fracasó en Lens (20-8-1648). Para el Imperio, privado
del auxilio de Baviera y España, sólo quedaba un recurso: capitular.

Desde 1635, el Papado, Venecia y Dinamarca habían hecho sugestiones de paz


entre los contrincantes, hasta que el cansancio por la prolongada lucha invitó a buscar
la solución jurídica a las cuestiones que se debatían por las armas. En 1641 se acordó
en Hamburgo, entre el Imperio, Francia y Suecia proceder a unas negociaciones, pero
hasta 1643 no se congregan todas las plenipotenciarias en las ciudades westfalianas de
Osnabrück y Münster, y hasta 1645 no dan comienzo los trabajos con cierta
probabilidad de eficacia, pues cuestiones de detalles o de títulos fueron utilizadas
para demorar las negociaciones a compás de los éxitos militares o de los reveses.

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El Tratado de Westfalia firmado simultáneamente en Münster y Osnabrück el 24-


10-1648, es el 1er. intento de coordinación internacional de la Europa moderna. Sus
prescripciones fueron tan esenciales que la política europea se movió dentro de su
órbita hasta la Revolución Francesa. Cierto que existieron alteraciones territoriales,
como las determinadas por la paz de Utrecht, pero en conjunto, Westfalia da la luz a
la Europa del Antiguo. Régimen. Y aún más , el espíritu de Westfalia preside hasta
nuestros días, porque los diplomáticos del S. XVIII fundaron el reajuste europeo en
una serie de principios que marcaron las relaciones internacionales ulteriores. En
lugar de una comunidad armónica de naciones, presidida por el Papado y el Imperio,
Westfalia basó la estructura de Europa en una serie de estados nacionales laicos,
relacionados por vínculos políticos y económicos.

Westfalia sustituyó la
autoridad del emperador
por la independencia
efectiva de los electores,
príncipes y ciudades del
Imperio. 350 estados se
erigen dentro del marco
del ant. Reich, los cuales,
como independientes
pueden concentar
alianzas entre sí y con el
extranjero. Por otro lado, el
reconocimiento oficial de la
independencia de
Holanda y Suiza reduce
los límites del antiguo
Imperio, además, la
posesión en manos de
Francia y Suecia de
territorios imperiales
permitía la intervención
de potencias extranjeras
en el seno de la misma
Dieta. Así, hasta los
acuerdos de Postdam de
1945, la paz de Westfalia
fue la más dura humillación sufrida por Alemania en la Hª.

Francia recibe el reconocimiento jurídico de su soberanía sobre los obispados de


Toul, Metz y Verdún, la posesión del Pinerolo y las 2 cabezas de puente en el Rhin
(Breisach y Philisburgo). Además se le reconocía su soberanía en el landgraviato de
la Alta y Baja Alsacia, y la “prefectura provincial” de la Decápolis, 10 ciudades
imperiales alsacianas. De esta manera Francia se expande al Rhin.

Suecia recibe a título de feudo imperial la Pomerania occidental, los obispados de


Brema y Verden, es decir, los estuarios del Weser, del Elba y del Oder pasan a ser
dominados por Suecia, con lo que esta potencia consolidó su dominio en el Báltico, al
mismo tiempo se le permitía como miembro de la Dieta, la posibilidad de intervenir
en los asuntos interiores de Alemania.

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3. LA PÉRDIDA DE DUNQUERQUE Y LA PAZ DE LOS PIRINEOS.

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El reconocimiento de la independencia holandesa dejó las manos libres a


España para intentar aislar a Francia en un momento en que ese país se veía
debilitado, además , por la inestabilidad interna. En último extremo, España no pudo
explotar el movimiento de la Fronda que había estallado en contra de Mazarino. Pero
al menos recuperó Dunkerque e inició también la recuperación de Cataluña. Si
España hubiera podido financiar, en ese momento, un gran operación bélica,
probablemente habría conseguido una paz favorable, antes de que Francia se
recuperara de la inestabilidad política y de los problemas en que se había visto
sumida su agricultura y antes de que firmara una alianza con Inglaterra.
Aunque España no contaba con los medios necesarios para llevar a cabo una gran
ofensiva, todavía era capaz de defenderse y el hecho de que consiguiera neutralizar a
Francia desdice el supuesto declive de su poderío militar. Sin embargo, en ese
momento la balanza se había decantado en contra de España como consecuencia de la
entrada en guerra de Inglaterra. El gobierno español tenía motivos para esperar un
resultado más favorable de su polítila hacia los ingleses, inspirada en el pragmatismo y
no en la ideología. En el decenio de 1640, Felipe IV practicó una política de estricta
neutralidad con respecto a la guerra civil inglesa y prestó escaso apoyo a la causa de
los Estuardo. No tardó en reconocer a la nueva república y se mostró dispuesto a
conseguir su alianza, o al menos su neutralidad, casi a cualquier precio. Pero el precio
que había puesto Cromwell era demasiado elevado, pues pretendía conseguir una
declara explícita de tolerancia religiosa con respecto a los ingleses residentes en
España y la posibilidad de que los comerciantes ingleses participaran directamente
en el comercio colonial español. Eran peticiones gratuitas, ya que el problema
religioso se había contemplado en anteriores tratados y los ingleses participaban
indirectamente en el comercio con las Indias españolas a través de la actividad
reexportadora que se realizaba desde Sevilla

Esas exigencias eran tan provocativas que presumiblemente habían sido


planteadas para que fueran rechazadas. Como si pretendiera dejar claro que eso era
así, Cromwell endureció aún más su postura, incluyendo entre sus peticiones la cesión
de Calais y Dunkerque.

Parece que ya en abril de 1654 Cromwell había decidido entrar en guerra con
España. Desde agosto planeaba una expedición de pillaje y en diciembre, sin que
mediara declaración de guerra, dio vía libre a esa operación. La operación estuvo mal
planeada y mal ejecutada; sus comandantes no pudieron superar las defensas
españolas en La Española, que era el objetivo principal, y tuvieron que contentarse con
la captura de Jamaica. Entretanto, otro escuadrón inglés patrullaba por aguas de
Cádiz, a la espera de interceptar las flotas cargadas de plata.

Felipe IV no daba crédito a esas noticias. En junio de 1655 no prestó atención a las
advertencias del duque de Medina, que afirmó que había que tomar medidas
defensivas: «No se puede creer que ingleses ayan de romper la fe pública y la paz que
ay entre ésta y aquella Corona, y así no hay que hacer prevención ninguna, sino enviar
a lebante los quatro baxeles y patache y dar prisa al despacho de la flota». El monarca
español estaba decidido incluso a pasar por alto -al menos por el momento- la
conquista de Jamaica si eso podía facilitar la paz con Inglaterra. Pero Cromwell no
deseaba la paz.

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Fue la última desgracia para España. Felipe IV se vio obligado a librar con
Inglaterra una guerra que no deseaba. En sept. de 1655 decretó la confiscación de las
propiedades inglesas en España y en diciembre se decidió utilizar en la defensa naval
los beneficios conseguidos con la venta de esos bienes. Era esta una necesidad urgente,
pues las comunicaciones marítimas de España eran vulnerables al poderío naval inglés.
En sept. de 1656, una avanzadilla del escuadrón de Blake interceptó la flota que
regresaba de Tierra Firme casi cuando se hallaba a la vista de Cádiz, capturó a la
capitana y a un buque mercante. Fue posible dar aviso a la flota de Nueva España,
que se refugió en Sta. Cruz de Tenerife. Pero allí, el 30-4-1657, también fue atacada
por Blake, que la destruyó casi por completo, perdiéndose los tesoros que
transportaba. Así pues, durante 2 añtos no llegó a España flota alguna y, al mismo
tiempo, el comercio exterior estaba paralizado a consecuencia del bloqueo de la
península y del control del Canal de la Mancha por las fuerzas enemigas. Sin embargo,
en 1656 se presentó una buena oportunidad para firmar la paz con Francia. Cataluña
había sido recuperada y los franceses prometieron no prestar ayuda a Portugal. Pero
en contra de las recomendaciones de sus ministros, Felipe IV se negó a negociar.
España fue duramente castigada por su falta de cordura. En jun. de 1658, una fuerza
conjunta anglofrancesa derrotó estrepitosamente a los españoles en la batalla de las
Dunas y ocupó Dunkerque. Los Paises Bajos españoles se hallaron ahora
gravemente amenazados, y en la península los portugueses se sumaron al castigo
contra España con su victoria en Elvas.

Dado que el país se tambaleaba bajo esos golpes sucesivos, los ministros de
Felipe IV le instaron a que pusiera fin a esa agonía. Las últimas campañas, incluso
en la península, se llevaron a cabo con tropas reclutadas en Italia y con mercenarios
irlandeses y alemanes. La falta de dinero para pagar esos ejércitos era razón
suficiente para firmar la paz. Mazarino deseaba encontrar una solución y el gobierno
inglés, que se resistía a seguir ayudando a Francia, tampoco se negaba a buscarla.
Pero aun en ese momento, Felipe IV se resistía a negociar y si Francia no hubiera

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modificado sus exigencias habría seguido luchando. Don Juan de Austria en los
Países Bajos, los diversos consejos en Madrid, Haro, el primado de España, todos
dieron el mismo consejo al monarca. 1 En cuanto a sus súbditos, desde la aristocracia
hasta el más pobre de los campesinos, hacía ya mucho tiempo que habían dejado de
pensar que la guerra defendiera en modo alguno sus intereses y habían perdido por
completo su vocación militar

Finalmente, se dejó convencer,


movido no por los sentimientos de su
pueblo ni por la terrible penuria
económica, sino por otra ilusión, que
la paz con Francia e Inglaterra le
permitiría aislar y reducir a los
portugueses. Con esas intenciones
acordó un armisticio en mayo de 1659
y el 7 de nov. se firmó la paz de los
Pirineos. El tratado estipulaba el
matrimonio de la hija de Felipe IV,
Mª Teresa (quien renunciaba a todo
derecho a la corona española mediante
el pago de una dote), con el rey de
Francia. España cedía a Francia
algunos territorios de los P. Bajos (Gravelinas, Landrecies,…) y, lo que era más
importante, la Cerdaña y el Rosellón en Cataluña. Otras concesiones territoriales,
entre ellas la de Artois, señalaron el final del control español sobre la ruta imperial
que iba desde Milán a los P. Bajos.

Sin embargo, el tratado no fue un desastre para España por lo que respecta a
las cláusulas territoriales. Su principal defecto era que había sido firmado con varios
años de retraso. La experiencia no enseñó lección alguna a Felipe IV. Es cierto que
tras la caída de Olivares hizo un esfuerzo decidido para gobernar personalmente y
devolver la confianza a sus escépticos súbditos, no sólo llevando a sus ejércitos a
Aragón, sino participando directamente en el gobierno.

Aunque afirmaba amar a sus súbditos y deseaba aliviar sus penurias, se veía
por encima de todo como representante de la dinastía de los Habsburgo, cuyas
posesiones tenía que preservar. Esas posesiones eran para él una propiedad vinculada
a perpetuidad y no estaba dispuesto a afrontar la responsabilidad de enajenar o perder
una parte de su sagrada herencia. En ningún momento se le ocurrió preguntarse si la
perpetuación de la presencia española en los Países Bajos o en Portugal reportaba
beneficio alguno a sus súbditos españoles. El único criterio que guiaba su actuación
eran sus derechos legales. Esto explica que subordinara casi por completo la política
interna a la política exterior y, asimismo, que se obstinara en continuar la guerra en
defensa de las posesiones de los Habsburgo. En 1648 renunció, no sin renuencia, a la
guerra con los holandeses para concentrarse en el conflicto con Francia. Seis años
después, cuando todavía no había terminado la guerra con Francia, se granjeó un
segundo enemigo, Inglaterra. En 1659, puso fin a una guerra en la que España había
estado inmersa durante 40 años sólo para embarcarse en un nuevo conflicto, contra
Portugal

1 Para las recomendaciones de la Junta de Estado, véase ibid., p. 17

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Ahora en el N., en el centro y Occ. de Europa, el año 1660 señala una era en la Hª
de Europa. A la hegemonía cultural y política de España le sucede la cultura y las
armas de Francia. Así se cumplió el espíritu de Westfalia.

4
. L
A

RECUPERACIÓN DE CATALUÑA. EL FRENTE PORTUGUÉS.

CATALUÑA.- Con las manos libres, después del Tratado de Münster y del
de Westfalia, el gobierno español inició la recuperación de Cataluña. Lentamente,
los débiles ejércitos españoles fueron penetrando en el Principado. Mazarino,
preocupado por la Fronda, no pudo enviar ayuda en 1651. Las posiciones francesas
se derrumban. En 1651 el ejército del marqués de Mortara, con base en Lérida, se
unen a las fuerzas del ejército de Tarragona, al mando del hijo bastardo de Felipe
IV, D. Juan José de Austria, y marchan unidos hacia Barcelona.
Finalmente, en octubre de 1652 Barcelona se rindió. Se firmó el Acta de
Manresa (1652). 3 meses después, Felipe IV concedía una amnistía general y
prometía observar todas las leyes y fueros del Principado, tal como existían en la
época de su ascenso al trono. Tras 12 años de separación (1640-1652), Cataluña
volvía a formar parte de España.
PORTUGAL.- Terminada la guerra con Francia (Paz de los Pirineos, 1659),
Felipe IV podía esperar, por fin, realizar su ambición de recuperar Portugal para la
corona española. Pero la guerra portuguesa no iba a acarrear al rey más que
nuevas decepciones en el ocaso de su reinado. Con grandes esfuerzos, sobre todo
financieros (nueva bancarrota en 1653), pudo reunir 3 ejércitos, pero fueron
derrotados. Una vez más cometió un error de cálculo, porque los portugueses no
tardaron en superar su aislamiento, estableciendo una alianza con Inglaterra que les

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permitió defender con éxito su independencia. La guerra con Portugal asestó el


golpe definitivo a las tambaleantes finanzas de la Corona. La campaña tuvo un
coste de unos 5 millones de ducados al año. Entre 1660 y 1665, en el paroxismo
final de la fiscalidad, el gobierno utilizó todos los expedientes aberrantes que
conocía la administración de los Austrias.

Un ejército español mandado por don. Juan José de Austria, después de


algunos éxitos iniciales, fue vencido en Ameixial (1663) por el general francés
Schömberg. Una nueva y definitiva derrota en Villaviciosa o Montesclaros (1665)
amargó los últimos días de Felipe IV pues falleció el 17-9-1665. El gobierno que le
sucedió no tenía la voluntad ni los recursos suficientes para proseguir la guerra; y el
13-2-1668 la viuda de Felipe IV, Mariana de Austria, regente de su hijo, el futuro
Carlos II, reconoció la independencia de Portugal en el Tratado de Lisboa.

Felipe IV murió el 17 de septiembre de 1665. Los últimos meses de su


vida fueron un período de aguda melancolía. Tampoco sus súbditos tenían
muchos motivos para la alegría. El futuro político parecía poco prometedor,
porque si Felipe IV no dejó un problema sucesorio, sí dejó un problema en su
sucesor, su hijo Carlos, un hijo que había engendrado cuando ya era anciano y
que estaba destinado a ser el más degenerado de todos los Austrias españoles.
Los españoles buscarían en vano una nueva dirección para sus asuntos.
También las perspectivas económicas eran sumamente difíciles. España había
estado en guerra durante más de medio siglo, la población había sido sometida
a la carga de los impuestos y del reclutamiento por encima de lo que podía
soportar y había sido diezmada por las enfermedades epidémicas. Al mismo
tiempo, la aportación de las colonias, de importancia vital para España, había
disminuido enormemente. Los ingentes gastos de la guerra no habían
producido unos resultados acordes con tan extenuante esfuerzo. Pero aún
quedaban aspectos positivos. El imperio colonial español estaba todavía intacto,
al menos territorialmente, y el poder militar de España, aunque fuertemente
erosionado, no se había eclipsado por completo. Habían sido necesarios los
esfuerzos combinados de Francia e Inglaterra para obligarle a sentarse a la mesa
de negociaciones en 1659, lo cual no habrían podido conseguirlo ninguna de las
dos potencias por separado. Pero en realidad, los esfuerzos de España en el
norte y el centro de Europa no habían rendido fruto alguno. La alianza
Habsburgo estaba periclitada y las comunicaciones imperiales habían sido
dislocadas. Si España conservaba el sur de los Países Bajos no era tanto por su
presencia militar como porque las otras potencias no llegaban a un acuerdo
para ofrecer una soberanía alternativa.
Las naciones pueden recuperarse de las consecuencias de la guerra y
reconstruir su trayectoria. Pero la postración de España era tan prolongada que parece
indicar la existencia de una enfermedad mucho más profunda. La guerra y la
fiscalidad no sirvieron sino para añadir una carga adicional a una sociedad que ya
soportaba el lastre de los privilegios y a una economía debilitada ya por una serie de
defectos estructurales.

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