Su magisterio ha adquirido un aura sólo comparable con la de los
más grandes, y sus antiguos alumnos hablan de él con una devoción similar a la que mostraba Hanna Arendt por el “mago de Messkirch”. Si Safranski consideró a Heidegger como “el maestro de Alemania”, nosotros podríamos considerar a Lledó como uno de los “maestros de España”. Él dice que no es un filósofo de verdad (como sí lo son Platón, Aristóteles o su querido Gadamer), sino tan sólo “un profesor que ha dedicado parte de su vida a estudiar la filosofía y que lo ha pasado muy bien enseñando a los demás”. Pero en el fondo todo sabemos que es uno de los pocos grandes maestros (me atrevería a escribir incluso que uno de los pocos sabios) que hoy tenemos, y con esa actitud nos acercamos a él, para poder saborear una pequeña parte de su inmenso legado. Nos recibe en la biblioteca de la Real Academia de la Lengua, donde ocupa el sillón ele minúscula y a donde acude cada jueves.