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Tomar decisiones es algo que hacemos a cada instante. Desde las más simples, como
elegir el sabor de un helado, hasta las más complejas, como decidir casarse o tener un
hijo por las razones correctas.
Por increíble que parezca, existen personas a las tener que tener que tomar cualquier
decisión les provoca gran ansiedad y, paradójicamente, cuando se atreven acaban
tomando, desde su perspectiva, la peor.
¿Qué es decidir?
El miedo te detiene, así sea por unos segundos o, en casos más graves, por
años.
Habrá quien te diga que no pasa nada, pero la realidad es que toda decisión
tiene consecuencias. Unas graves, otras imperceptibles. Unas temporales o
reversibles y otras permanentes o irreversibles.
Seguro dirías “pues el que me lleve a la cima”. ¿Pero cuál de esos dos es?
Necesitas más información o decidir tomar un camino con la que tienes y ver si
esa elección es la que te lleva a donde querías.
¿Y si me equivoco?
Así es difícil que elijas la alternativa que más se aproxime a lo que quieres y acabas
eligiendo casi al azar.
No pocas veces estando bajo presión social se toma la decisión que se cree es la
correcta, lógica o esperada por otros.
Se elige para no quedar mal, para dar gusto, para no parecer o sentirse tonto.
¿Qué hacer?
Piensa que siempre hay formas de hacerse cargo de lo que venga. De lo leve y
de lo grave.
Quizá no como tú lo quisieras, pero siempre de alguna manera por terrible que
pueda ser la situación.
Pide ayuda de ser necesario.
Normalmente, para motivarnos, nos piden que nos pongamos bajo este supuesto:
“¿Qué te gustaría hacer si supieras que no puedes fallar?” Pero yo pienso que
el fallar es parte natural de tomar decisiones. Es haber elegido algo que no era
lo que nos acercó a lo que queríamos. Entonces una mejor pregunta para
hacerte sería esta: